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📖Capítulo 15: #RideADragonChallenge📖

N/A: Hola, comentar no los va a matar. Por el contrario, cada vez que hacen uno, me llenan de vida. Diría algo más agresivo al respecto, pero ando de buen humor... ¡Feliz lectura!
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Sé que, como narrador no omnisciente —ni mucho menos omnipotente—, debería limitarme a punto de vista a la vez. Sin embargo, las excepciones siempre han formado parte de la vida, y por lo mismo siento necesario inmiscuirme en más de una mente para narrarles lo que vendrá a continuación.

La idea de agrupar a los chicos para que arreglaran sus diferencian había surgido poco después de que Zack falleciera, en la fiesta de bienvenida de John, donde todos asistieron a excepción de Kevin. Pues allí, contrario a lo que habían esperado, su ausencia no aminoró la atmósfera de incertidumbre que nadie se atrevía comentar. Todos los miembros del grupo se habían dado cuenta que, tarde o temprano, una inminente pelea estallaría; las chicas culpaban a los chicos, y los chicos —salvo por Samu— a Kevin.

Dominic, para su pesar, tampoco era de los favoritos. De hecho, la única razón por la que no habían confabulado en su contra se debía a su presencia en la fiesta, según él decía. Estaba tan convencido de que todos lo culpaban, principalmente porque él se sentía el único responsable, que no dejó de mostrarse hostil con quien tuviera el coraje de conversarle; casi parecía que había cambiado papeles con su hermano, quien no se había despegado de John ni por un segundo, otra razón que lo condujo a actuar tan irascible.

Pero bueno, los detalles de la fiesta son intrascendentes ahora, mi intención es dilucidar el origen del plan femenino. Fue, en realidad, idea de Daisy y Eli, que estaban a una discusión más de colapsar. Si bien rara vez charlaban entre las dos, o siquiera permanecían solas en la misma habitación, no podían huir del hecho que tenían varias cosas, en común: Bruno, Patrick y Dominic, por ejemplo; quienes de pronto habían decidido llevarse como el perro y el gato. Tanto era lo que echaban chispas por los ojos cuando se veían, que Eli y Daisy planearon algo juntas. Imagínese. Cuando se unieron las chicas, Lauren fue la primera en comentar que la relación entre John y Bruno nunca había sido buena, y que ahora su amigo se llevaba cada vez peor con Dom. Grace también aportó, al señalar lo apartado que estaba Sebas, quien nada más se juntaba con las chicas; en parte porque eran preciosas y porque los chicos lo aislaban sin el menor interés por incluirlo. Poco a poco, las chicas fueron dándose cuenta que el problema no tenía un causante, sino que todos ellos habían construido una relación endeble, con un único factor común: Eli. Eli había unido dos grupos que nada tenían en común, y estos a su vez habían incluido a más integrantes. Si no solucionaban sus diferencias jamás podrían ser un grupo de verdad. Quizás una solución habría sido disolverlos, puesto que nunca debieron juntarse en primer lugar, pero habían pasado por tantas cosas siendo un equipo, que echar marcha atrás ya era imposible.

Comenzaron con una lluvia de ideas que Grace rápidamente organizó en su cabeza. Eli dictaminó lo que harían, mientras que las demás, el cómo; Amy propuso actuar con dureza, Sasha sugirió tacto y Lauren golpearlos con un palo. Finalmente Daisy convenció a todas —incluida Eli que no quiso admitirlo— con la brillante idea de abandonarlos a su suerte en el mundo de fantasía en el que algunos habían estado, pues no tendrían cómo huir de ahí.

Aquella fue la primera vez que las chicas lograron llegar a un acuerdo, y hasta se sintieron orgullosas de llevarse mejor que los chicos. Claro que eso era una completa mentira, ellas también lo sabían; lo que pasa con las mujeres es que suelen ser menos expresivas a la hora de mostrar su... descontento con alguien en particular. Los hombres por su parte, pueden llegar a expresar demasiado, de modo que, siempre que había una discusión, esta terminaba en puños y con alguno de ellos sangrando.

Sean como las chicas y arañen con palabras. No se manchan la ropa ni se lastiman los nudillos. Las palabras duelen menos que los golpes, pero son mucho más duraderas, —he ahí el verdadero daño—, y difícilmente causan conflicto si las sueltas cuando la persona en cuestión no se encuentra en la sala.

Luego de llegar a un común acuerdo, solo tuvieron que pensar qué día les harían la encerrona. "Que sea el mismo día que llegue Kevin", propuso Lauren, "así no se nos vuelve a escapar". "Yo solo quiero que esté bien para poder golpearlo", comentó Eli, muy afectada por la desaparición de su mejor amigo. Grace coincidió, nadie salvo ella sabía el paradero de Kevin. Lauren se enteró poco después. Y fue, además, la responsable de que el chico regresara a su casa. Cuando logró convencerlo, dio aviso a Grace que dejó su estúpida cita con la terapeuta para otro día (de todas formas eran inútiles) y viajó hasta el departamento de Sebas, donde también se encontraban Samu y Daisy. Ambos chicos apoyaron la idea. "¿Conocer un mundo de fantasía? ¡Cuenta conmigo!", fueron las palabras exactas de Sebastián, siempre dispuesto a una nueva aventura.

El plan consistía en que Eli le diera la mano a Kevin a modo de saludo. Entonces se lo llevaría al Coma, donde Samu y Sebas lo estarían esperando. Patrick se preocuparía de que Eli se fuera sola con Kevin y los seguiría. John, que también estaría en la casa (los Anderson y los Stevens jamás se separan), sería convencido por Lauren para acompañar a los demás. Finalmente, las chicas propondrían celebrar la llegada de Kevin en el Coma; una vez que todos llegaran, estas se irían y los abandonarían a su suerte, no sin antes decirles que era por su bien y que estaban hastiadas de su conducta agresiva.

Pensaron que Kevin estaría furioso con Dominic, así que decidieron juntarlos al final, cuando todos estuvieran allí para controlar la situación...

¿Alguna vez sale algo como lo planeamos?

—...y henos aquí —finalizó de narrar Sebas, todavía ansioso por explorar el paisaje surrealista que sus ojos tenían el placer de observar.

—Suena a que lo planearon con mucha anticipación —comentó John con una sonrisa—. Les daré puntos por eso.

De no haber estado junto a Dominic, Dylan se habría lanzado a su novio; lo habría besado hasta que sus labios se adormilaran y sus pies suplicaran por un descaso, y puede que incluso entonces no se hubiera detenido. Pero permaneció quieto, y volvió la atención al rostro magullado de su amigo. Se permitió sonreír; no lo suficiente para que Dom le preguntara a qué se debía su repentina alegría, pero sí lo bastante para sentir el pecho cálido.

Nunca lo había visto sonreír así, se dijo Dylan. ¿Por qué John no podía sonreír así siempre?

Kevin seguía intentando zafarse de Samu, pero se notaba que no estaba dando todo de sí. Era ridículo pensar que alguien que no hacía deportes ni alguna otra actividad física (salvo por el ajedrez, pero este no te desarrolla los bíceps) pudiera retener a un atleta de élite como lo era Kevin.

—Ya suéltame, Samuel —rugió Kev, sin apartar los ojos en ningún momento del pelirrojo, ya de pie—. Estás aprovechándote de nuestra amistad, porque sabes que no voy a golpearte.

—Precisamente —respondió Samu. Empleó su tono de voz usual: formal y relajado.

—Traidor.

—Psicópata —escupió Dominic, literalmente; el chico soltó un hilo de sangre al pronunciar esa palabra.

—Marica.

—¡Eh! —se quejó Dylan cruzándose de brazos—. Solo los maricas podemos decir marica. Es nuestra forma de empoderarnos de la palabra —aclaró, al ver la expresión confundida de sus amigos—. Así pierde el significado que tenía originalmente y le damos otro valor, uno propio; más humorístico y menos despectivo.

—Qué inteligente —opinó Sebas, agitando el dedo índice en su dirección—. Me gusta.

Patrick resolló lo bastante alto para que los chicos dirigieran la mirada hacia él.

—¿Entonces estaremos atrapados aquí hasta que nos volvamos mejores amigos inseparables? —preguntó con evidente desagrado. Tenía la mandíbula tensa y los dientes apretados; se le notaba muy incómodo—. Es el plan más estúpido que he escuchado desde que...

—¿No te cansas de ser un maldito amargado todo el tiempo? —lo interrumpió Bruno de brazos cruzados. El resto permaneció en silencio debido a la dureza con la que le habló, muy impropia del italiano—. ¿Tanto te cuesta ser medianamente optimista?

Patrick se mordió el labio. Sintió las mejillas coloradas y las manos sudorosas. Ya no podía soportarlo, necesitaba conocer la verdad.

—¿Te hice algo? —inquirió, entre nervioso y molesto—. Tenía entendido que éramos amigos y de un día para otro... —Hizo una mueca, un gesto que evidenciaba lo terrible que seguía siendo para enfrentar situaciones que lo arrancaban de su zona de confort—. Si tienes un problema conmigo, dímelo de frente y deja de lanzar comentarios de mierda al aire. —Se dio vuelta para clavar sus ojos marrones en el electrizante cielo a punto de estallar—. Cobarde.

Bruno Di Lorenzo, quien rara vez se mostraba decidido en algo, dio un paso firme, dispuesto a plantarle un combo que Sebas detuvo justo a tiempo, colocándose entremedio de ambos chicos.

—¡No más golpes! —lo regañó a la vez que le atajaba su mano empuñada. Sin soltarlo, dirigió la atención a Patrick, y le dijo—: Es bueno sacar las cosas que uno se guarda, pero intenta que sea sin insultos. —Se alejó de los chicos y sonrió; era una sonrisa sin destinatario, para todos—. ¿Ven? Estamos progresando.

—La única razón por la que no te he quitado los anteojos para aplastarlos en el suelo se debe a que me tienen agarrado como un puto criminal —ladró Kevin con hosquedad.

Samu le dio un golpe en la frente por amenazar a su amigo.

—¡Exacto, a eso me refiero! —lo felicitó Sebastián—. Decir lo que nos molesta es una increíble forma de eliminar la ira acumulada.

—Las palabras son el canal de la sanación —estuvo de acuerdo John. La sonrisa todavía no se le había borrado del rostro, pero se le veía más discreta. Más real—. Yo propongo que todos nos sentemos en círculo, hagamos una fogata y nos conozcamos mejor.

Hubo un silencio en el que nada más se escuchó la quietud del lugar; una suave brisa sacudió la arboleada de distintas tonalidades. El cielo, celeste y sin ningún indicio de nublarse, contrastaba con el abanico multicolor de la vegetación; había arbustos morados con frutos rojos y, varias ramas de los árboles que daban a un bosque, se remecían con el viento ligero como si fueran de hule.

Sebastián soltó un silbido de asombro una vez que acabó de admirar aquel mundo. Los otros chicos, sin embargo, parecían más estupefactos por las palabras que habían salido de la boca de John.

Finalmente, Kevin intervino.

—¿Acaso soy el único que va a opinar acerca de lo que acabamos de oír? —preguntó, apuntando con la barbilla al hijo adoptivo de los Anderson. Al no recibir una contestación, agregó—: Suenas más irritante de lo usual.

—Tienes mucha rabia acumulada, Kev —respondió John con una sonrisa—. Te aconsejo liberarte de ella, antes de que termine engulléndote. La Canalización es una buena forma de estabilizar tus emociones. Si quieres, puedo enseñarte a controlar lo que sientes.

—Estoy a una frase motivacional más de vomitar —dijo Dominic seriamente—. ¿Qué le pasa? —preguntó a nadie en específico

—Aquí no existen las enfermedades —explicó Patrick—. Ni físicas ni mentales.

—Psiquiátricas es el término más adecuado —intervino Samuel.

—¿Aquí no tienes depresión? —inquirió Dylan emocionado. Sintió ganas de llorar, pero no quiso preocupar a su novio y se tragó las lágrimas.

—Supongo que no —dijo John—. Se siente genial, por cierto. Es decir, sigo siendo la misma persona. Por ejemplo, todavía pienso que Dominic es un imbécil, pero lo pienso con optimismo y alegría.

—Un completo imbécil —agregó Kevin, zafándose de las garras de Samu.

De forma instintiva, Patrick se puso por delante de su hermano y lo cubrió con todo su cuerpo.

—Da un paso y te mato —rugió sin un ápice de bondad en su voz.

Kevin soltó una risotada; se mantuvo quieto en su lugar y alzó las palmas en señal de paz.

—Tranquilo, muerto de hambre, ya me desahogué. —Formó una sonrisa malintencionada que le erizó los vellos a más de un chico presente—. Pero les aviso desde ya que yo siempre termino lo que comienzo.

—Esto... chicos —Sebastián intentó llamar la atención, pero nadie le hizo caso; seguían discutiendo entre ellos—. ¡Cállense!

—¿Qué quieres? —preguntó Bruno.

—Creo que nos están observando. —Señaló hacia el bosque con el dedo índice.

—Pues obvio que nos están observando —dijo Patrick de brazos cruzados—. Somos ochos hombres que aparecieron de la nada. —Se encaminó a la entrada del bosque y se detuvo justo donde este comenzaba—. Seas quien seas te aviso desde ya que ninguno de nosotros vino de otro Mundo, y no tenemos posibilidad de recibir una Estrella así que piérdete.

—Quizás no habla inglés —dijo Dylan.

Sprichst du Deutsch? Wir sind Freunde! —dijo Sebas.

Anche italiano —agregó Bruno con nerviosismo.

—Y otros once idiomas. —Samu sonrió con suficiencia.

Las hojas de los árboles se agitaron, pero no salió nadie hasta segundos después.

Un niño, de no más de trece años, saltó desde la copa de un árbol y quedó frente a ellos; traía el cabello rapado y el rostro cubierto de tatuajes oscuros. Vestía únicamente con una piel de animal que le cubría de la cintura para abajo; iba, además, descalzo, y traía en la mano una especie de lanza hecha de madera.

—¿Hablas lenguas indígenas? —preguntó Kevin mirando a Samu—. Porque de lo contrario, tu increíble inteligencia no nos servirá.

De pronto, John tuvo una idea.

Marĭhom! —lo saludó en comărie.

Se acercó al chico, pero Dylan lo atajó de la mano, ordenándole que no avanzara más.

—Yi;pfeng Zŭkhet o Suvhâe? —le preguntó Patrick con dureza.

—¡Patrick! Ten algo de tacto —lo regañó John.

El resto no pudo comentar nada, puesto que no entendían el idioma del lugar. Ni siquiera comprendían del todo lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento.

El niño le frunció el entrecejo.

Num —contenstó molesto—. Re;pfeng dus Kosmos.

—¿Qué dijo? —quiso averiguar Sebastián.

Patrick volteó al grupo y sacudió la cabeza.

—Creo que nació aquí —anunció, todavía confundido por la respuesta del lugareño—. No sabía que eso era posible.

Volvió la atención al pequeño y continuó hablándole en comărie. De vez en cuando John intervenía con algunos comentarios, pero la conversación principal era entre aquel joven nativo y Patrick. Sin embargo, llegó un punto en el que Patrick perdió el poco color que su rostro tenía y se calló de golpe.

"Aprecio tu interés, pero mi gente está bien. En tiempos de calma somos inofensivos y nos volvemos parte de la naturaleza, ocultos de los demás Pacientes... Por desgracia para ustedes, esos tiempos ya pasaron".

Patrick no alcanzó a explicarle al resto lo acababa de oír, ni a advertirles que se fueran, ni a salir corriendo. En cuanto el niño terminó de hablar, volteó en dirección al bosque, se llevó el dedo índice y el pulgar a la boca, y soltó un chiflido que resonó hasta en el último rincón de aquel Mundo, paralizando a todos los presentes. Seguido eso, alzó el brazo con la lanza en mano, y comenzó a trazar rayas en el aire como si fuera un lápiz o un pincel. Con cada patrón que dibujaba por encima de sus hombros, las hojas de los árboles a su alrededor eran atraídas hacia el muchacho como pequeñas cargas negativas a un campo eléctrico (según la comparación de Sebas); danzaban al compás del viento a la vez que seguían la trayectoria de la lanza. Eran las perfectas sustitutas de la tinta y las acuarelas, que le daban vida al lienzo más grande que un pintor pudiese imaginar, incluso en sus sueños más dementes (y eso que la locura es una propiedad intrínseca de los artistas; como lo es la energía a la materia y los aires de superioridad a los lectores de clásicos): el cielo, el aire y todo lo que no pueda tocarse.

Una vez que el nativo finalizó su trabajo artístico hecho de hojas, giró en redondo para quedar frente a los chicos otra vez; bajó el brazo con la lanza y le dio un fuerte golpe al césped, lo que produjo una ventisca de nieve en donde se encontraba parado. Pocos segundos después, copos de nieve comenzaron a descender desde el cielo nublado.

Bruno intentó que uno cayera sobre su palma, pero se dio cuenta que, en cuanto tocaban cualquier superficie, se volvían polen que a más de uno le arrancó un estornudo.

—Pacientes pensar naturaleza ser azar —dijo el chico en inglés, de modo que todos pudieran comprender su mensaje. Su acento era casi perfecto, pero su gramática, inentendible—. Nosotros de aquí, nosotros controlamos. —Sacó una pequeña daga que traía en un cinturón oculto bajo el taparrabos y se cortó el brazo de forma vertical, muy cerca de la muñeca. Esperó a que su sangre tiñera la nieve blanca antes de continuar—. Nosotros hijos de Coma, hijos de nadie. —Apretó su brazo; las gotas se transformaron en una fina línea continua que desembocaba a sus pies—. Nosotros no Pacientes, no Vegetales, no Neófitos. Nosotros naturaleza. Y naturaleza no tener bandos, naturaleza ser, naturaleza arrasar, naturaleza... ¡acabar con lo antinatural!

Entonces, escondidos desde quizá cuándo, esperando por la inminente señal que acababan de recibir, decenas de nativos surgieron del bosque armados con lanzas, espaldas, flechas y otras armas inventadas por ellos. Ninguno de los indígenas pasaba los dieciocho años, pero sus rostros duros y pintados reflejaban que la adolescencia y la niñez no figuraban en su vida, al menos no como en la Vida Terrestre. Eran guerreros, entrenados para atacar y defender su Mundo de cualquier intruso.

Ante el macabro escenario, los chicos no permanecieron inmóviles ni por un segundo más. En cuando volvieron a tener el control de su propio cuerpo, corrieron en sentido contrario sin tener destino alguno, el instinto de supervivencia era lo único que los guiaba.

—¡Hay que buscar un refugio! —rugió Samuel esquivando una lanza que le quemó cerca de la rodilla por la fricción del material contra su ropa.

Dylan centró su atención en una piedra a toda velocidad con dirección hacia John y se lanzó sobre este, arrojándolo al suelo libre de peligro. Rápidamente se levantó, tomó una roca medianamente grande y se las arrojó con furia.

—¡Se meten con mi novio y se meten conmigo, malditos indios!

Kevin también tomó la iniciativa de atacar. Al ser más alto y de la misma contextura física que los nativos, no tuvo dificultad en lanzarse sobre uno y desarmarlo. Lo golpeó un par de veces, le robó el cuchillo y volvió a correr con el grupo antes de que los compañeros del chico lo alcanzaran.

Por un mínimo instante, Patrick pensó en abandonarlo todo, o mejor dicho, a todos. Tengo Energía, podría huir, se dijo. Solo debo alcanzar a Nick, se repetía. John, que era su prioridad junto con su hermano, podía escapar también. Sería tan fácil... Luego pensó en Samuel y Sebas, porque Grace no lo perdonaría; en Kevin, porque Elizabeth no lo perdonaría; en Dylan, porque Lauren no lo perdonaría... Pero no fue hasta que pensó en Bruno, que desistió de la idea.

Sacudió la cabeza, intentando quitarse la horrorosa y egoísta idea que, por un mísero instante, pasó por su cabeza. Pero así es la realidad. La abnegación nunca protagoniza la supervivencia humana, a diferencia del interés personal, que puede salvarte del peligro, a cambio de una consciencia sucia o una renuncia a la moral.

—¡Por aquí! —ordenó Kevin, indicando un camino sinuoso entre montañas, ya cubiertas por completo de nieve—. Griten y veamos si podemos hacer una avalancha.

—¡Controlan la naturaleza, Kevin! ¡Si quieren pueden convertirla en flores! —contestó Samuel jadeante. Iba casi de último, y no parecía capaz de aumentar la velocidad. Por el contrario, sus pies se cansaban más y más, y le suplicaban por un minuto de descanso.

Siguieron corriendo, esquivando sus flechas, lanzas y piedras, las cuales disparaban cada vez con menor frecuencia hasta que, en un determinado punto, cuando creían que no podrían aguantar más, se detuvieron. Lo chicos también pararon, pues estaban exhaustos y algunos malheridos. Ambos grupos se quedaron viendo de frente, casi en pausa. Creyeron que tendrían que comenzar a pelear, que se avecinaría una lucha sangrienta, pero los lugareños se mantuvieron quietos.

El que parecía ser el líder, dijo unas palabras que ni Patrick ni John lograron entender en su totalidad, aunque estaban seguros de haber captado "dragones" y "retirada".

El niño levantó la lanza, esta vez de forma horizontal; se hincó y agachó la cabeza, como si estuviera ofreciendo su arma a un poderoso rey. Los demás lo imitaron, y una vez que todos tuvieron sus armas al aire, las soltaron en cadena sobre la nieve. Parecían aguardar por algo.

De no ser porque estaban en peligro de muerte, agotados y a una sorpresa más de desmayarse, la escena la habrían comparado con un bellísimo ritual, aunque sin música de fondo. La verdadera melodía venía desde los copos de nieve que se movían de un lado a otro con el viento.

Sebas se acomodó las gafas para asegurarse que no estaba soñando.

—¿Ustedes no...?

Su pregunta se vio abruptamente interrumpida por un rugido. Un rugido que descolocó a todos los miembros del grupo salvo Patrick, pues conocía su procedencia. Esperó por el caballo con semblante estoico, aun si por dentro temblaba como la primera y última vez que lo vio. La vez que casi pierde a Elizabeth. La vez en la que le dijo lo que en verdad sentía por ella.

Se permitió sonreír ante el recuerdo.

Mientras tanto, Kevin se cuestionaba si quedarse de pie, a la espera del monstruo, era una decisión razonable. Por un lado, siempre reprochaba a los personajes del cine y la televisión que se quedaban helados ante una criatura o un peligro, en vez de salir huyendo; por el otro, si los nativos se habían quedado allí, quietos y en señal de respeto, quizás era porque no había otra solución. No había cómo huir.

Y, en efecto, tenía razón, pues el animal se materializó frente a ellos. Específicamente, justo entre ambos bandos. No bajó del cielo, no vino desde las montañas nevadas. No. Apareció, así simplemente, y otros cuatro le siguieron. Se fijó en que no se trataba de un león, como sus oídos interpretaron que sería, sino de un caballo común y silvestre. De color oscuro y ojos como el fuego azul.

Dylan dio un paso en su dirección, y la criatura, luego de rugirle, soltó una llama azul que pasó a quemarlo los dedos de una mano. Soltó un chillido de dolor, pero no se detuvo y se acercó, cauteloso, y sin mirarlo a los ojos. John intentó alcanzarlo, pero Patrick lo tomó de la mano y le impidió sumarse a una misión que, a su parecer, era suicida.

¿Qué es lo que planea?, se preguntó.

Se detuvo a pocos centímetros del caballo, que lo miraba desafiante, y agachó la cabeza. Tomó un poco de nieve del suelo para amortiguar el dolor de la mano y, una vez que sintió la frescura del hielo derritiéndose por entre sus dedos, habló:

—Lamentamos haber venido a tu Mundo sin tu permiso —comenzó diciendo. Su voz se oyó entrecortada; tiritaba de pies a cabeza, pero no se detuvo—. Sabemos que estas son tus tierras, y si nos lo permites, saldremos de aquí inmediatamente. —Al ver que el caballo se mantenía impávido, se llevó la mano al bolsillo y le tendió un corazón de pera que había olvidado botar el otro día—. Es para ti, ¿ves? No somos muy distintos, yo tampoco como animales, me alimento de frutas y verduras, como tú. Todos los animales somos iguales, y así como yo te respeto, espero que me respetes tú.

—¿Está... hablando... con... el... caballo? —susurró Kevin incrédulo.

Bruno le dio un codazo para que guardara silencio. Todos tenían la atención puesta en Dylan.

La criatura no se hizo de rogar. Acercó la boca a la mano del muchacho y se tragó la ofrenda de inmediato. Dylan aprovechó de acariciarle su hocico, y al ver que se lo permitía sin reproches, tomó más confianza hasta que logró acariciarle las crines.

—¿Nos ayudarías a salir de aquí?

Sebastián volvió a comprobarse la gafas, mientras que los demás se frotaron los ojos. No era posible. Dylan no se había subido a ese caballo. Dylan no estaba montado sobre ese caballo. Los indígenas parecían igual de impresionados, e incluso sus rostros reflejaban un dejo de envidia, pero por alguna razón, no se movían de su sitio.

—¿Van a subirse o no? —les preguntó Dylan.

—¿Es una broma? —quiso saber Bruno.

—¿Prefieres quedarte aquí y que te atraviese una flecha?

—Es un buen punto, no puedo discutirte eso —admitió Samu. Fue el primero en acercarse y montar el caballo de al lado.

—Lo tomaré como un reto viral, y yo nunca paso de uno —comentó Sebas de buen humor.

Poco a poco, todos los chicos se subieron hasta que solo quedó Patrick, que miraba receloso al único caballo que llevaba solo un pasajero.

—Yo puedo Canalizar —dijo al grupo—. No necesito viajar en uno.

—Sí, a mí tampoco me fascina la idea de irme contigo —confesó Bruno entornando los ojos—. Pero qué le vamos a hacer, súbete antes de que me arrepienta.

—No es por eso. —Patrick bufó. Dirigió su mirada a los ojos centellantes del corcel y añadió—: Esto... lamento haber matado a tu primo, o amigo... —Volvió a morderse el labio—. Espero que no hayan sido muy cercanos.

—¿¡Que tú qué!? —bramó Dylan.

—O te montas o te monto —advirtió Kevin. Quería irse de ese sitio lo más pronto posible. Tenía un tajo en el brazo que comenzaba a escocer.

—¿En cuatro? —propuso Dominic.

Patrick se subió a regañadientes. Dylan dio una orden; enseguida, unas alas negras se extendieron en el lomo de cada animal. El líder soltó un rugido, y pegó un saltó hasta llegar al nivel de las nubes, donde siguió volando con los otros cuatro caballos por detrás. Entonces, un gritó los alarmó. Una lanza había sido enviada desde la tierra con la precisión suficiente para atravesarle el hombro a Sebastián, quien se retorcía y lloraba ante el calvario que estaba experimentando.

—¡Tranquilo, Sebas, en cuanto estemos a salvo te atenderé! —gritó Samu meciendo a su mejor amigo en los brazos.

—¡Vamos a Metrópoli, ahí hay un hospital! —dijo Kevin.

—¿Y tú cómo sabes eso? —inquirió Bruno.

Patrick no pudo preocuparse de Sebas; estaba demasiado concentrado en John. En lo feliz que se había puesto al pisar Cuatro Estaciones; en su sonrisa; en sus charlas motivacionales; y en sus consejos llenos de amor. Había olvidado cómo era John sin esa maldita enfermedad, y resultaba increíble lo mucho que cambiaba, para mejor por supuesto. ¿Cómo habría sido Zack sin bipolaridad? ¿Habría vivido una larga y feliz vida? ¿Se habría casado con su hermano?

Putas enfermedades.

—Para mí es raro verlo así de feliz —comentó Bruno. Patrick se dirigió hacia él y se dio cuenta que lo había estado mirando—. Está completamente curado, ¿no?

—Sí.

—¿Se curan todas las enfermedades? ¿Sin excepciones?

—Sí... —Al ver la expresión esperanzada de Bruno, entendió el motivo de su pregunta y sintió un hoyo en el estómago—. Sé lo que piensas, pero en ese caso, no —le explicó con tono abatido.

—¿Qué vas a saber?

—Estabas pensado en Daisy, no soy estúpido.

—Yo no...

—Tranquilo, no le diré a Lauren. Yo estuve en tu misma situación una vez, ¿sabes? Tenemos varias cosas en común.

—Cállate, no te compares conmigo. No soy como tú —escupió Bruno—. ¿Y por qué no funcionaría con Daisy?

—Porque ella no estuvo en coma —explicó Patrick—. Créeme, también lo pensé... Pero no, no hay cura. Ni para ella ni para lo mucho que me duele su destino.

—Ella es lo único que tenemos en común.

—Supongo que haciendo una fogata lo averiguaremos. —Bruno le alzó las cejas—. ¿Qué? ¿No oíste a John?

—Sé que en algún momento fuimos amigos —comenzó diciendo Bruno—. Pero no quiero retomar esa amistad, no lo intentes, ¿de acuerdo?

Patrick suspiró. Al fin lo había comprendido.

—¿Lo que te molesta es que Daisy siga enamorada de mí a pesar de que la lastimé, o que no lo esté de ti?

Bruno no le respondió. Prefirió que sus pensamientos se mezclaran con los gritos de Sebastián. Aunque estaba seguro que el dolor del español no se comparaba con el que la pregunta le había causado.   

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