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📖Capítulo 12: Una secuela nunca alcanzará los estándares de la primera entrega📖

La fastuosa residencia de los Stevens se había convertido en el cuartel general para el caso prioritario de la policía del condado de Los Ángeles. Tanto investigadores y detectives privados, como instituciones públicas del sector, no paraban de correr de un extremo de la mansión a otro, dando órdenes a los sus subalternos, que iban y venían en patrullas sin detenerse siquiera a descansar.

Ante la más sutil pista sobre el paradero de Kevin Stevens, los encargados del desaparecido salían disparados en dirección al lugar; pero hasta entonces, luego de un mes de ardua búsqueda, seguían tan estancados como el primer día. Todas las llamadas que recibían, asegurando que lo habían visto o que sabían dónde estaba, eran falsas o se equivocaban de persona. Parecía que Kevin había desaparecido por completo del mapa.

La señora Stevens no se había separado del teléfono desde que puso la denuncia. Cada vez que sonaba el aparato, la mujer se abalanzaba a contestar; sus dedos afirmaban el auricular con temblores y su voz sonaba distinta, más acelerada y angustiada que nunca. Estaba a solo una llamada de desmayarse, ya había perdido el semblante estoico que la caracterizaba. Su cuerpo era un manojo de nervios, y la única razón por la que no se había vuelto loca, se debía a que ninguno de los que se encontraban en la habitación le quitaban un ojo de encima. A cada rato se acercaban a Ashley para asegurarse que la desesperación no le había arrebatado la última gota de cordura que le quedaba.

Mientras Ornella y Franco tranquilizaban a su primo y mejor amigo, Spencer, Maggie estaba enfocada en vigilar a su hermana mayor, que sin bien insistía en que no necesitaba apoyo, le sonreía cada vez que le tomaba la mano. Entre tanto, Ben y Robert corrían tras la policía cada vez que esta recibía una llamada. Ashley tenía que tragarse las ganas de unírseles y quedarse en su lugar; había insistido una y otra vez y, luego de una acalorada discusión, llegaron al mutuo acuerdo que ella se quedaría en casa mientras su esposo salía a terreno (en realidad, la obligaron, pero fue por su propio bienestar mental. La pobre ya se había quedado casi sin uñas de tanto mordérselas).

Spencer se acercó cauteloso a su madre, intentó sonreírle y así conseguir que le sonriera de vuelta, que se quitara ese enorme yunque de culpa y miedo que no la dejaba respirar, pero solo consiguió esbozar una mueca que alegría falsa.

—Kevin está bien, mamá —mintió el mayor de los hermanos—. Sabe cuidarse solo, deberías descansar un poco.

—Cállate, Spencer —rugió Ashley poniéndose de pie—. ¡Cállate! —Comenzó a pasearse de un lado a otro de la enorme habitación. Presionaba sus manos contra sus sienes y respiraba con dificultad—. No sé dónde está tu hermano, ¡mi bebé! ¡No me digas qué es lo que tengo que hacer, Spencer Stevens! ¡No te atrevas!

Maggie corrió tras su hermana y la sostuvo desde los hombros mientras le decía palabras consoladoras que no tenían valor alguno. Crystal vio cómo el rostro de su mejor amiga iba mutando al llanto desolado, hasta qué explotó y comenzó a llorar en el hombro de su hermana menor. Quiso unirse a sus amigas y abrazar a Ashley, pero la tristeza que cargaba sobre sus hombros no serviría para animarla. Crys todavía no encontraba lo que alguna vez conoció como felicidad, había perdido ese sentimiento poco antes de que Kevin desapareciera, y si sonreía ante los demás era únicamente porque, de no hacerlo, su esposo se hundiría todavía más en el abismo que ahora era su vida. Si Crystal se mostraba tranquila, Ben intentaría imitarla; y si él conseguía alcanzar aunque fuera una pizca de esperanza para vivir, Crystal podría dormir un poco más tranquila por las noches.

Crystal solo se permitía llorar cuando Bernard no estaba cerca de ella. Hundía su cabeza en la almohada mientras las lágrimas escurrían por su rostro como un río que desemboca en el mar.

¿De qué forma logras avanzar si el mundo insiste en botarte al suelo?

La madre de Zack tragó saliva y se prohibió mostrarse más sensiblera de lo que se sentía. Estuvo por levantarse del sofá y acercarse a las hermanas Mosby, cuando una bruma blanca cautivó la atención de todos en la habitación.

La niebla se disipó y reveló a la pelirroja junto con su novio y una niña de cabello rubio cobrizo que le sostenía la mano a Patrick con una enorme sonrisa. En cuanto a la pareja, ambos reflejaban miradas preocupadas y ansiosas. Crystal se preguntó si Patrick fingía intranquilidad para apoyar a Eli, quien estaba incluso más neurótica sobre el paradero de Kevin que Spencer y Lucas.

—¿Alguna novedad? —preguntó Eli acercándose a los chicos. Nadie se sorprendió de sus poderes de teletransportación.

—¡Ninguna! —exclamó el mayor de los Stevens—. La tierra se lo tragó, Eli. No tenemos idea de dónde está. Todas las llamadas que recibimos terminan siendo una estúpida broma. Mamá está histérica y papá todavía no regresa. —Con cada palabra que pronunciaba se oía más desesperado; se cubrió el rostro con las manos y soltó un chillido que llamó la atención de su hermano menor.

Eli despejó su rostro tomando sus manos y obligándolo a mirarla de frente. Le sonrió, pero no con el fin de calmarlo, sino para que viera que estaban juntos en eso. Que Eli entendía el tormento que sentía, porque también era su hermano. Su hermano y mejor amigo, el único que le quedaba con vida. Y no permitiría que nada le pasara.

—Vamos a encontrarlo, S —le prometió la chica sin titubear. Spencer le sonrió de vuelta y la abrazó con vigor, lo suficiente para que Patrick alzara sus cejas doradas, en lo absoluto conmovido con la escena.

—Y cuando eso pase —continuó Eli sin prestarle atención a los dientes apretados de su novio—, lo golpearé tan fuerte que aprenderá a nunca hacernos pasar por este susto otra vez.

Lucas, que había permanecido muy callado, soltó una risita.

—Usualmente no apruebo la violencia —contestó Spencer apartándose de la pelirroja—, pero cuenta conmigo.

—Me sumo —dijo Lucas divertido—. Quizá con una buena patada, aprenda a no escaparse por un mes entero.

—Silencio —lo cortó Spencer con el ceño fruncido—. No es un tema para reírse, Lucas. No te voy a permitir que hables así de tu hermano mayor. Eres solo un niño.

—¿Y eso qué tiene que ver? —protestó el adolescente—. Tú has dicho cosas peores sobre él. Y como el más grande deberías dar ejemplo, cosa que no haces.

—No me hables con ese tono.

—Eh, paren los dos —terció Eli colocándose entre ambos chicos. Lucas bufó y se fue a sentar junto a su madre y tía—. Spencer, tú y Lucas son muy unidos y no voy a aguantar que en un momento como este se pongan a discutir sobre la moral. No seas hipócrita, S. Te conozco hace como diez años y jamás te he visto actuar como un buen hermano mayor con Kevin, actúas como si fuera lo peor de la familia y ni siquiera lo saludas para su cumpleaños. ¿Acaso piensas que eso no le duele? ¿Crees que le es indiferente ver cómo prefieres a Lucas?

Spencer se llevó las manos a la cadera y esbozó una sonrisa de medio lado. Si bien no tenía el cuerpo tan tonificado como Kevin, seguía expresando el gen de su padre; gozaba de un rostro bien perfilado y el cabello, castaño como el de todos en la familia, estaba ordenado y entonaba con su vestimenta formal. A Eli siempre le pareció atractivo, pero demasiado rígido en cuanto a personalidad. Por eso le sorprendió gratamente ver lo mucho que le sentaba la sonrisa, casi rozando la burla.

—¿Qué clase de Eli es esta? —preguntó Spencer con diversión—. La pelirroja que yo conozco se preocupa de entrar a fiestas universitarias con una identificación falsa y ser la más querida de sus pares.

Elizabeth se encogió de hombros.

—Una más madura, supongo —contestó la chica.

Estuvo por añadir algo más cuando Patrick, que se había quedado charlando con Crystal acerca de Dominic, se acercó y le tendió la mano al joven con semblante serio y carente de afecto.

—Patrick Sommer —se presentó sin ánimos de iniciar una conversación—. Soy el novio de Elizabeth.

—Un placer, Patrick. Soy Spencer Stevens, hermano mayor de Kevin. —Le sonrió con amabilidad—. Evitémonos una incómoda situación en la que celas a tu novia como si fuera de tu propiedad. —Se dirigió a Eli—: Fue un gusto verte, pequeña. Sigue creciendo como persona.

Le pellizcó la mejilla, provocando risas en la pelirroja, y se alejó para unirse a Franco y Ornella, que no paraban de enviarle textos a Bruno, alegando que ya debería haber llegado de su tour en Boston.

Elizabeth se llevó las manos a la cintura y le lanzó a Patrick una mirada fulminante.

—¿Puedo saber qué ha sido eso?

—Educación —respondió Patrick mordiéndose el labio—. Era primera vez que lo veía, me pareció cortes saludarlo.

—Asistió al funeral de Zack —objetó Eli—, incluso dijo unas palabras en el podio. A quienes no conoces es a los hermanos de Bruno, ¿por qué no los saludas a ellos?

—Bruno me odia.

—Kevin más.

—Diablos, Elizabeth —masculló Patrick entornando los ojos—. Cuando no soy sociable me regañas y cuando lo intento, también. ¿Qué es lo que quieres?

—Mira, no tengo tiempo ni energía para discutir contigo, pero te voy a dejar una cosita bien clara. Yo hablo con quien se me dé la gana, ¿estamos? No necesito que me vigiles y esta es la primera y última escena de celos que te aguanto.

—Yo no...

—¿Te quedó claro o te lo grafico?

—No uses mis frases en mi contra —protestó Patrick, evocando el recuerdo de ellos dos caminando por el Túnel en completa oscuridad. Se le hizo una imagen distante y, a la vez, muy fresca. Como si lo hubiera vivido el día anterior, pero este hubiese durado meses.

Elizabeth lo tomó de las manos y le dio un beso en la mejilla.

—Entonces no te comportes como un idiota —le dijo la chica mientras acariciaba sus rizos del color del sol—. Sabes que te amo más que a nadie en mundo, ¿por qué me obligas a repetírtelo cada cinco minutos?

—Le ayuda a mi ego —respondió Patrick con una sonrisa burlesca.

—No me gusta cuando usas el sarcasmo para ocultar tus inseguridades.

—Entonces no te gusta el noventainueve por ciento de mí.

Antes de que Eli pudiera replicarle, Patrick la atrajo para darle un beso que ella aceptó sin reproches.

—Me conformo con ese uno por ciento —dijo Patrick separándose para verla a los ojos—. Soy feliz con el solo hecho de saber que hay algo de mí que merece tu amor.

Eli sacudió la cabeza.

—Te equivocas. Todo de ti es digno de amar.

Patrick formó una sonrisa genuina, esa que le encantaba causar en él. Esa sonrisa llena de vida, que le inflaba el pecho y le daban ganas de mantener. Quería que fuera así de feliz siempre.

—Si no fuera porque sigo molesta —prosiguió Eli—, te diría lo mucho que vales. —Se cruzó de brazos y le guiñó el ojo—. Pero hasta que se me pase, cancelaré nuestra noche de Netflix.

—Pero...

—Diviértete con Nick, estoy segura que pueden hacer la maratón de Lost sin mí.

—Lo que menos me interesaba era ver la serie —resopló molesto; varios mechones de su cabello se elevaron y mostraron sus ojos castaños descubiertos.

Un carraspeo tras la chica los interrumpió. Eli se dio vuelta, encontrándose con los hermanos mayores de Bruno. Nunca los había visto en persona antes, pero el parecido era hasta escalofriante: ojos de un celeste electrizante, cabello lacio y negro como una noche sin astros, contextura menuda y tez tan blanca que sus párpados inferiores se veían ligeramente morados, como si no hubieran dormido en mucho tiempo. Eli sabía que eso no era cierto; Bruno siempre traía ojeras aun sí descansaba por días enteros. Hay personas que nacieron el gen de mapache, los Di Lorenzo eran el vivo ejemplo de ello.

—¿Tú eres Eli Scott, no? —preguntó la veinteañera con una enorme sonrisa. El cabello oscuro le llegaba hasta las orejas y se fijó en que tenía unas pecas alrededor de la nariz—. Bruno no paraba de hablar a principio de año. No sé si sabías, pero lo ayudaste mucho a integrarse. Te lo agradezco de corazón.

—No puedo llevarme el crédito —respondió Elizabeth de buen humor—. Bruno es capaz de hacer amigos por su cuenta, y más importante aún, de ganarse un espacio en el corazón de todos. Ojalá yo pudiera hacer eso.

—También queríamos darte nuestro pésame —terció el joven adoptando una actitud más callada, más sombría. Empuñó con mayor fuerza el bastón que traía consigo—. Zack es parte de nuestra familia y lo extrañaremos como tal. Siempre será nuestro primo, incluso si la sangre que corre bajo nuestra piel insista lo contrario.

—Nos hubiera gustado asistir al funeral y rendirle el homenaje que se merece —dijo Ornella avergonzada—. Pero tuvimos un problema médico y no alcanzamos a llegar a tiempo. Espero nos disculpes, sé que lo amabas mucho.

—Como a un hermano —puntualizó Patrick.

Elizabeth le dio un merecido puntapié que lo obligó a morderse la lengua y aguantarse el chillido de dolor.

—Bruno me lo comentó... Él estaba muy preocupado por ti, Franco —confesó con la atención en el veinteañero—. Sé que no es de mi incumbencia, ¿pero está todo bien?

Franco le sonrió apenado.

—No por ahora, pero la ciencia está constantemente avanzando.

—Sé que encontrarán una cura —dijo Ornella tomándole la mano. A Eli le impresionó un poco la cercanía afectiva y física que no se inmutaban en ocultar, mas prefirió guardarse su comentario moralista para otra ocasión.

—Papá me regaló muchas cosas maravillosas; me obsequió cariño, amor, esperanza, pasión por la música, pero también una enfermedad degenerativa que a veces me juega una mala pasada. Como cuando quiero viajar a despedir a mi primo.

—Eres muy valiente, Franco —dijo Patrick, que había estado escuchando en silencio—. Mi hermanita menor también tiene dificultades que a veces yo no entiendo cómo puede superar. Siempre intenta ser feliz, siempre logra ver el lado bueno. —Le sonrió—. Se ve que tú eres igual.

—Bruno también nos habló de ti —contestó Ornella, sin ningún indicio de amabilidad en su voz o mirada.

La conversación no duró mucho más luego de la interrupción de Patrick. Los italianos se desinteresaron en cuanto este comenzó a hablarles, y se disculparon diciendo que volverían con Spencer, quien seguía muy nervioso con la desaparición de su hermano menor.

De la mano, y ayudados por el bastón, Ornella y Franco se acercaron a Spencer y comenzaron a recordar momentos que pasaron todos juntos, incluido Zack. Hubo navidades, cumpleaños, años nuevos y hasta aniversarios que las familias Anderson, Stevens y Di Lorenzo compartieron, la mayoría cuando todos ellos eran pequeños.

No te parecieron... ¿muy unidos?, le preguntó Patrick mentalmente.

Se llevan por solo un año.

No me refería a eso.

Lo sé... Pero... si no le están haciendo daño a nadie...

Olvídalo, no quiero hablar sobre eso, terminó Patrick sacudiendo la cabeza, como si intentara sacarse algo sumamente asqueroso de encima.

Mientras Elizabeth y Patrick charlaban sobre lo que fuera que no incluyera a Kevin; los primos compartían anécdotas para levantarle el ánimo a Franco, las mejores amigas se consolaban las unas a las otras, dos pequeños habían quedado fuera del espectáculo. Como si todos se hubieran olvidado de ellos por completo.

En un sofá, alejados del gentío, Lucas y Alex habían creado una burbuja a su alrededor. Esa clase de aislamiento involuntario que se provoca al encontrar a quien te hace viajar sin moverte. Ese aislamiento que pocos tiene el privilegio de conocer; un muro invisible que los separa del resto, porque están muy concentrados en el otro como para percatarse de su propia realidad.

Solo Crystal pareció notarlo, pero decidió no irrumpirlos. El amor joven es una de las cosas más puras sobre la tierra y debe ser resguardado de todo mal.

La mujer les ofreció salir a tomar aire fresco. Maggie y Ash la siguieron y cerraron la puerta por fuera, evitando que cualquiera de los chicos se uniera (o escuchara su conversación).

—Franquito está mucho mejor, Maggie —dijo Crystal una vez que se acomodaron cerca de una banca bajo un enorme manzano—. Se ve que el nuevo tratamiento está dando resultados.

—No lo sé. —Margaret suspiró—. Franco tampoco estaba tan enfermo a los veinticuatro... Prefiero no tocar el tema.

—Lo lamento —se disculpó la pelinegra—. Lo último que quería era entristecerte.

—¿No se han puesto a pensar que el grupo está maldito? —preguntó la menor de las amigas—. Siento que llevamos una nube gris de desgracias sobre nosotros, y sin importar qué tan buenos seamos o qué tanto nos esforcemos por salir adelante, nos llueve encima.

—Se llama vivir, hermanita —repuso Ash con una sonrisa malintencionada—. La vida es una cagada.

—No digas eso, Ash —pidió Crystal—. Estoy intentando salir adelante. Necesito palabras positivas, necesito oír que todo saldrá bien. Sé que no será así, pero necesito engañarme por solo unos minutos.

—¿Acaso no me conoces? —Ashley bufó y se cruzó de brazos—. De mí no esperes una chorrada de basura inspiracional.

—¿Cómo fue que dejé que pasara? —preguntó Crystal con el labio tiritando. Intentó continuar, pero la voz se le quebró y tuvo que cubrirse el rostro con las manos para llorar.

De inmediato Ashley la envolvió en un fuerte abrazo. Al ser mucho más alta que ella, Crystal se sintió protegida, segura, más calmada. Recordó los tiempos en la secundaria, cuando Ashley siempre salía en defensa de todos. A simple vista, podía parecer una mujer dura y fría, pero en realidad, tenía un corazón sumamente grande para compartir con quienes amaba. Ashley había soportado demasiado a una edad muy temprana, las tres lo habían hecho, pero ella siempre se obligó a mantener una actitud seria, se obligó a ocultar sus sentimientos para contener los de sus amigos.

—No puedes culparte por lo que pasó, Crys —opinó Maggie acariciándole el cabello—. La psiquiatra dijo que estaba mejor y la psicóloga estaba por darlo de alta. Tú misma lo dijiste.

—¡Pero ellas lo veían cuarentaicinco minutos a la semana, Maggie! —sollozó Crystal con el pecho apretado—. Yo tenía a mi Zacky frente a mis ojos, yo veía series con él, le contaba historias, lo ayudaba con sus canciones y me compartía todo lo que pasaba en su vida. ¿Por qué no compartió su dolor conmigo? ¿Cómo pude ser tan ciega como para no ver la tormenta que ocultaban sus ojitos verdes?

—Crystal, hiciste lo que pudiste para ayudarlo.

—¿Y eso de qué me sirve? ¿De qué sirve dar lo mejor de uno si no es suficiente? Cada día mi pequeño sufría, cada día iba apagándose la luz que había en su interior hasta que no quedó nada.

Ashley se apartó y la tomó por los hombros.

—Escúchame bien, tarada. Nuestro Zack no acabó con su vida, fue un accidente. Sí, tal vez la medicación lo hubiese evitado, pero no podemos estar segura. El hermano de Eli dijo que fue un accidente, dijo que no quería chocar a propósito. Así que deja de pensar que se suicidó, porque mi Zack jamás habría hecho eso.

¿Pero quién fue realmente Zack? ¿El chico dulce, excesivamente dramático y enamorado del romance? ¿El alma atormentada, siempre a un paso de caer en el abismo? ¿El espíritu de niño, incapaz de meditar antes de actuar, dispuesto a correr riesgos sin pensar en las consecuencias? ¿El melómano con voz de ángel y sangre de actor? ¿El corazón dispuesto a amar sin importar el género? ¿El patán que se desquitaba con los más débiles, por simple pasatiempo y sin empatizar con su dolor? ¿El fanático de los gatos y las pizzas con piña? ¿El atleta? ¿El fiestero? ¿El alumno por debajo del promedio? ¿El lector de mangas?

Es increíble la cantidad de personas que albergamos dentro. Erróneamente tendemos a pensar que solo podemos ser una de ellas, que si actuamos de una forma con una persona y luego de otra con alguien más, somos hipócritas. ¿Se dan cuenta? No somos uno solo, somos un sinfín de nosotros, algunos tan ocultos que a veces ni conocemos.

—Vas a salir adelante, hermana —dijo Maggie con una sonrisa melancólica—. Tú y Ben lo harán. Y créeme, jamás dejará de doler. Porque la pérdida de un ser amado es la entrega de un pedazo de tu corazón. Ese vacío siempre se quedará ahí, pero cada día, será más soportable.

—Lamento no haber asistido al funeral de Franco —confesó Crystal avergonzada. Había pasado más de un año desde que el esposo de Margaret falleció y Crys nunca tuvo el coraje para disculparse—. Sé que dijimos que siempre estaríamos los uno para los otros, pero te fallé. Y Ben te falló. Y no te tiene perdón.

—Tenías una gira que cumplir, y a Ben le afectan mucho los funerales. Lo entiendo.

—No deberías. —Crystal sacudió la cabeza—. Siento que hemos perdido lo que fuimos. Cumplimos nuestros sueños, vivimos como reyes, ¿pero a qué precio? No puedo creer que pensé que mi gira era más importante que nuestro amigo. ¿Qué nos pasó?

››Nos centramos en ser mejores profesionales y nos olvidamos de ser buenos amigos. Quiero decir, tengo todo el dinero del mundo, pero eso no me regresará a Zack. Si hubiera trabajado menos, habría estado más tiempo con él... Habría podido darle un beso más, un abrazo más.

—Si Spencer estuviera vivo, nos golpearía —comentó Ashley—. Dejamos de lado lo que realmente importa por dinero. Maldita sea, olviden a S, me golpearé yo misma.

—Viva —le corrigió Maggie.

—No, vivo —dijo Crystal secándose las lágrimas—. El día que nos dejó estaba usando el dije color blanco. Era un chico. Si Zack lo hubiera conocido, tal vez no se habría sentido incomprendido.

—Zack sabía que su orientación sexual era un tema que no entraba en discusión —terció Ashley muy seria—. Los educamos para que así fuera. Kevin no tenía problema con eso.

—Bueno, al menos algo bien que haga —bufó Maggie molesta.

Entonces se desató el infierno.

—No hables de tu sobrino de ese modo, Margaret —dijo Ashley a punto de golpearla.

—Mi sobrino le hizo la vida imposible a Bruno cuando eran niños, ¿quieres que te lo recuerde?

—Pues fue Bruno quien golpeó a mi hijo el año pasado.

—¡Estaba defendiendo a sus amigos! ¡Tú eras igual!

—¡Dejó a Kevin sangrando!

—¿Sabes? Me alegro. Kevin tiene un serio problema desde niño y tú insistes con defenderlo.

—Maggie, basta —pidió Crystal nerviosa.

—¿Lo llevaste a terapia cómo te aconsejé o no? —preguntó Maggie—. Tiene demasiada rabia acumulada y sabes que eso no termina bien.

—Bruno también.

—Bruno y Franco asistieron a karate desde los cuatro años, además de yoga y una terapeuta. Desde hace tres años que está curado. ¿Acaso quieres que termine como papá?

—No te atrevas a comparar a mi hijo con nuestro padre. Ese hombre no existe.

—¡Tiene problemas de ira, igual que él, igual que tú!

—¡Cállate! —rugió Ashley. Le dio una enorme bofetada que le quedó marcada en la mejilla. Al instante, se dio cuenta de su reacción e intentó acercase, pero Maggie retrocedió, asustada, con la mano en el rostro adolorido.

—Ashley, no vuelvas a hacer eso —la regañó Crystal—. ¿Acaso quieres estallar otra vez?

—Parece que la cárcel te quedó gustando, ¿quieres volver, hermana? —preguntó Maggie con la mirada fulminante—. ¿Cómo está el hermano de Teddy? ¿Sigue hospitalizado?

—No me arrepiento de lo que hice hace treinta años, Margaret. Nunca me arrepentiré de pelear por Spencer. Nunca me arrepentiré de pelear por mi familia.

—Theo me mandó unas flores —soltó Crystal de pronto. Las hermanas abrieron la boca y los ojos desmesuradamente—. Dijo que lo mejor sería que los demás no lo vieran en el funeral, pero me mandó flores... Hablé bastante con él. Está casado, tiene dos hijos.

—¿Casado? —repitió Ashley—. ¿Ese cobarde?

—Con una mujer —aclaró Crystal—. Es una amiga que conoció en la universidad.

—¿Y ella lo sabe? —inquirió Ashley.

—En realidad no lo sé.

Las puertas de la mansión se abrieron con majestuosidad y elegancia, revelando a los mejores amigos y a cinco policías. No se veía ni rastro de Kevin y, según parecía, Robert y Ben estaban discutiendo.

—¡Tienes que descansar, Robert, llevas días sin dormir! —decía Ben mientras se aproximaban a las mujeres.

—¡No voy a dormir hasta saber que mi hijo está a salvo! —respondió Robert—. ¡Tú no sabes lo que se siente!

—Robert, detente —ordenó Crystal con cautela. Ya habían llegado hasta donde se encontraban ellas—. Ben solo está preocupado. Tiene razón: llevas días sin dormir. Y Ashley también.

—¡Quiero que estés bien! —exclamó Ben.

—¡Estaré bien cuando mi hijo lo esté! —rugió este—. ¡No me digas cómo debo actuar en esta situación! ¡Tú nunca estarás en mi lugar!

—¿A qué no? ¡Yo soy mucho más padre que ustedes dos! ¿Sabes siquiera el color favorito de Kevin? —Ashley y Robert se quedaron callados—. ¡El de Zack es el azul oscuro! ¡Acabo de perder a mi hijo así que no me digas que no sé ponerme en tu lugar! Ustedes ni siquiera aman a Kevin.

Ashley empujó a Ben con agresividad, botándolo al suelo de inmediato.

—¡Cállate, hijo de puta! ¡Al menos Robert si es su padre biológico!

Entonces Crystal, una mujer serena y calmada, dio un paso al frente de su amiga y le plantó una bofetada que le sacó lágrimas y consiguió cortar el cielo con el odio de su mirada.

—No vuelvas a repetir eso. Jamás.

Crystal entornó los ojos hacia un punto el jardín, donde una bruma blanca se había comenzado a formar. De ella, aparecieron Kevin, Bruno y su novia.

—¿Amas a tu hijo? —preguntó Ben tendido en el suelo. Se quitó los enormes anteojos para limpiar sus lágrimas—. Díselo. Demuéstraselo. Uno nunca sabe cuándo hablará con alguien por última vez para siempre.

Antes de que pudiera agregar algo, Ashley ya había partido corriendo hacia Kevin. Tenía tanto que decirle, tanto que disculparse, tanto que explicarle, tanto que contarle. Pero sobre todo, tanto por amarlo.


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N/A: Para los que todavía no lo saben, hay dos grupos de lectores. El de WhatsApp sirve para compartir como comunidad y hablar sobre las últimas actualizaciones, adelanto futuros proyectos y respondo dudas de la trilogía. El de Facebook es nuevo, y servirá para dar informaciones respecto a la publicación en físico de Coma, así como otros anuncios importantes.  

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Pd.: Voy a comenzar a editar "Paréntesis" (porque tiene más horrores ortográficos que un fanfic puberto de página en fb de 2010), así que si recuerdan algo mal redactado/confuso o algún error de tipeo/ortografía, avísenme sin miedo por favor. 

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