XXXVIII
" A veces la única forma
de recuperar la estabilidad
es perder el equilibrio. "
El único sonido que irrumpía en el amplio espacio era el ligero y corto choque de los cubiertos contra los platos junto con los ocasionales pasos de los sirvientes moviéndose alrededor. La extensa mesa era encabezada por el rey Eliastor. A su derecha era el puesto de su reina, empero la mujer estaba ausente esa noche por razones desconocidas para la mayoría, menos para el esposo. Al otro lado se encontraba Pierstom, comiendo su cena en silencio también, al igual que el resto de las personas que se encontraban sentadas. Ni siquiera miradas eran compartidas, lo que hacía que el ambiente se volviera pesado y difícil de llevar.
Se estaba volviendo hasta insoportable.
—¿Tenemos alguna noticia sobre lo que dijo ese hombre? —Preguntó Eliastor, aunque no alzó sus ojos de su plato.
En el fondo no estaba seguro si quería saber qué atrocidades tenía planeadas Danek o cuáles había logrado, pero tampoco quería seguir a oscuras sobre lo que le podría suceder a su hija si no presionaba la herida que había dejado aquel asunto. Además, no tenía deseos de que la cena siguiera sumida en tal energía. Era mejor concentrar el cerebro en una sola tarea. Despertaba. Daba un propósito.
El príncipe se irguió un poco más en su asiento, compartió una corta mirada con su prometida y luego ambos miraron al monarca timatenense sin que este les pusiera atención. Nimia negó con la cabeza con suavidad y se concentró en su comida como si nada más ocurriera. Tom tragó el pedazo masticado que tenía en su boca y negó hacia su padre.
—Pienso que esto puede ser discutido después.
El canoso dejó los cubiertos y alzó la mirada hacia su heredero. No le había agradado para nada la negativa del castaño oscuro. No ser directo era una directa evasión.
—Cualquier momento es perfecto como este.
—Concuerdo con su majestad —intervino Ivo, viéndose de repente más interesado en la conversación. La esquiva respuesta del hermano mayor de Margery había despertado sospechas.
» Además, hay muchos temas que discutir esta noche, ¿no es así rey Damien? De seguro tiene algo para compartir también —comentó casi con voz cantarina, mirando con fijeza al amcottense.
El hombre quedó sin palabras y miró al pelinegro con atención. Se sentía confundido por la elección de palabras y el tono usado para la ocasión, por lo que no le quedó de otra más que tratar de analizar las intenciones del contrario. Le impresionó no encontrar algo en lo que pudiera basar su respuesta mientras lo observó, pero de alguna forma, la sensación de inquietud que le causaba el rey timatenense fue más fuerte que su voluntad por querer sacar palabras sinceras como solía hacer.
Reconocía acciones verbales ocultas cuando las escuchaba. Ivo estaba jugando un juego sobre el que él no tenía conocimiento aún y sobre el cual todavía no podía determinar qué tan amenazante resultaría. Si Tom le había advertido del hombre, por algo sería. Seguir la corriente del río era la opción más segura por el momento.
—Supongo que concuerdo con usted —respondió con amabilidad, no obstante, su expresión fue todo menos amistosa.
—Entonces hay una buena nueva que compartir —presionó Ivo sonriendo ladinamente.
—Nimia y yo nos casaremos la dentro de dos semanas —interrumpió Pierstom de golpe.
Todo movimiento cesó ante las palabras del príncipe y se ganó las miradas de todos, incluyendo las del personal.
—Pierstom —susurró la mujer entre dientes, una mirada de alarma abriendo sus ojos cafés y agarrándolo del antebrazo izquierdo por debajo de la mesa.
El príncipe hizo un gesto tranquilizador hacia la castaña oscura, el cual ella terminó por aceptar y asintió con una sonrisa tímida a la vez que lo soltó. Su hermano mayor pareció disgustado con la idea, dejándolo saber con una profunda y severa mirada en su dirección, pero ella se tomó la libertad de ignorarla, llevando sus ojos hacia la cabeza de la mesa. Eliastor parecía sorprendido por la noticia, sin embargo, el disgusto no hacía parte de la impresión que expresaron sus rasgos.
—Me parece terrible celebrar un matrimonio en estos tiempos —cerró Ivo, agarrando su copa para tomar un trago del vino.
La única meta que tuvo en el momento fue ocultar la molestia escrita en su rostro. Claro que él quería celebrar un matrimonio, pero que fuera el de su hermana y Pierstom no era el plan que esperaba. Margery no hacía parte de la cena todavía, lo que había comenzado a levantar sus sospechas hacia las palabras y promesas que ella verbalizó. No obstante, seguía esperando ansioso la noticia de su compromiso con el rey Damien. Tenía que sacarla a como diera lugar.
—Es el momento perfecto —argumentó el castaño oscuro con esfuerzo. El corazón le había comenzado a latir con fuerza, pero debía continuar con lo dicho y lucir tranquilo en el proceso —. La unión entre dos reinos puede ser señal de esperanza para la guerra que apenas ha comenzado.
—Concuerdo con su alteza —apoyó Damien con una media sonrisa, pero manteniendo un cuidadoso ojo sobre su amigo —. Podría levantar los espíritus de las personas después del último ataque.
Nimia concordó también, deslumbrando a los hombres con una enamorada sonrisa hacia su futuro esposo que hizo hervir la sangre de su familiar, que estaba sentado al otro lado de la mesa directamente enfrente de la pareja. Su oportunidad para sacar a relucir lo que quería había desaparecido con la impertinencia del príncipe mercibonense. Toda la atención se había dispersado hacia un solo tema.
—Bien —dijo Eliastor levantándose. Los demás le siguieron —. Veo que el día de firmar el acuerdo esta más cerca de lo esperado, Ivo. Pienso que los preparativos para dicho evento deberán iniciar mañana a primera hora.
Antes de que alguien más pudiera hablar, un lacayo ingresó y se apresuró a acercarse al rey con una carta en manos. Los serenos rasgos del progenitor de Pierstom se endurecieron y compartió unas cortas palabras con el hombre en voz baja. El sirviente se retiró tan rápido como llegó, el canoso infló el pecho y lanzó una larga exhalación. Dirigió una última mirada hacia los demás presentes.
—Rhodasaea ha sido atacado —anunció con solemnidad —. Las tropas de Alysion están avanzando y vienen acompañados de Branthor.
—¿Qué hay de Thorp? —Preguntó Damien.
—Tuvieron algunos problemas, pero los pudieron sobrellevar —contestó Eliastor —. La meta de Eustace en esta guerra es clara, señores.
Todos callaron y dejaron que la nueva información suministrada se asentara y fuera procesada en sus cabezas. Tal parecía que los objetivos del rey alysiano no se quedaban solo en derrocar la corona mercibonense, sino borrar todo a su paso por medio de destrucción y masacres. Pueblos destruidos, personas inocentes asesinadas por igual solo por querer servir al monarca de su propio reino. Lyriton apenas se seguía recuperando del último ataque, y eso que no todo un ejército había sido lanzado para esa misión.
Eustace había creado esa distracción y mandado a sus hombres a morir solo para poder llevarse a la princesa y hacer su voluntad. Una muestra de poder. Sus extremos eran desconocidos, pero al menos había tocado un punto en común con lo que era anunciado esa noche. La guerra había iniciado y las casualidades eran altas. Ellos debían comenzar a responder con más fuerza y nuevas estrategias, pues las anteriores habían fallado.
—Los esperaré en la reunión —finalizó Eliastor, retirándose del lugar sin necesidad de esperar una obvia respuesta afirmativa.
Tom soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo desde que escupió que pronto contraería matrimonio, agregando la nueva situación recién presentada. Se volvió a dejar caer en la silla en la que había estado sentado con anterioridad, y tomó su copa para tragarse el vino restante. Luego miró el recipiente intacto de su prometida, quien había permanecido de pie después de que el rey mercibonense salió.
—¿Vas a tomarte eso? —Preguntó señalando la bebida.
—Eh... no.
—Excelente —concluyó agarrándola con una de sus manos para repetir la acción.
El líquido pasó como agua por su garganta apretada y no miró a nadie al rostro después, concentrándose en la copa ahora vacía que había dejado sobre la mesa. Pidió que se la volvieran a llenar y al final se adueñó de la botella que le habían llevado. Damien frunció el ceño y apretó la mandíbula, volviendo a sentarse con cautela en su lugar. Había reconocido la actitud de Tom con facilidad y esperaría con paciencia a que él decidiera hablar. De cierta forma sospechaba que no tenía que ver con la guerra, al menos no por completo.
—Nimia —la llamó Ivo, provocando que la nombrada llevara sus ojos a los de él —. Una palabra. Ahora.
La mujer asintió, la expresión de su rostro decayendo. Antes de retirarse, posó una delicada mano sobre el hombro izquierdo de su futuro esposo en señal de apoyo, y luego se retiró detrás de las zancadas del rey timatenense.
El silencio se volvió a asentar en la sala. El príncipe se negó a volver a abrir la boca, mientras que el amcottense se comenzó a irritar. Esa cena había sido demasiado extraña y él se sintió como un solo espectador, algo que no apreciaba en absoluto. Quería ayudar a su amigo, pero no podría hacer nada hasta que el castaño oscuro cediera a hablarlo.
—Tom...
—¿Puedes hacerme un favor, Ian? —Pidió de repente, tomándolo desprevenido.
Damien parpadeó, miró a sus alrededores y se levantó para tomar asiento en donde Nimia había estado situada antes.
—Sabes que sí.
Pierstom hizo una mueca y palpó su pecho hasta dar con lo que quería. Introdujo la mano entre el abrigo y la camisa para así sacar un pequeño pergamino.
—Sé que pronto te lanzarás a luchar con tus hombres, por lo que cruzarás mayor territorio del reino durante los siguientes días.
El amcottense asintió y el príncipe imitó su gesto, pero con menos energía y de manera perdida. Sus ojos azulinos acariciaron la carta que sostenía en manos una última vez. La llevaba a todas partes con él desde que la escribió por primera vez, era muy importante para él. Antes de hablar, tomó un largo trago del pico de la botella.
—Cuando termines de cruzar Lyriton, quiero que preguntes por un hombre cuyo nombre es Clyen Ulysses. No anuncies que es de mi parte, no le encargues a nadie más esto. Confío en ti, Ian —dijo con firmeza, aunque sus ojos se estaban aguando.
—¿Por qué? —Cuestionó tratando de tragarse el asombro que le llenó al ver al príncipe en tal estado.
—Necesito llegar a un acuerdo con una parte de mi pasado que sigue dictando mi futuro —contestó entregándole el pergamino en manos y obligándole a cerrar los dedos sobre el mismo —. No puedo seguir caminando hacia adelante cuando con cada paso que doy miro hacia atrás.
Sus pasos resonaron a través del pasillo. Se sentía físicamente incapaz de detenerse a pensar. Había creído que tendría tiempo de pensarlo mejor o quizás inventar alguna excusa al respecto y así evitar la ira o las artimañas de Ivo, pero no sucedió así. Lo único que hizo fue dejarse envuelta entre los brazos de Geralt el resto de la tarde en el jardín interno, hasta que terminaron en sus aposentos y momentos después él se retiró.
No le había dicho qué iría a hacer y su cabeza no tuvo tiempo para generar alguna pregunta. Escasas palabras habían sido compartidas entre ellos durante esas horas, y a pesar de que a ella le hubiera gustado saber qué pensaba o sentía él, era algo que no debía pedir. Porque los sentimientos no se exigían y los pensamientos eran volátiles.
Pero algo permaneció constante: la consecuencia de las palabras y de las acciones.
Así que en esos momentos se paseaba ante las puertas cerradas de los aposentos de la reina, bajo las miradas de los guardias que lucieron a punto de marearse ante la indecisión personificada en la princesa. Gauvain había tocado a su puerta con una expresión que Margery no supo leer, o quizás no quiso hacerlo. El momento en el que salió disparada de su habitación era borroso en sus recuerdos, pues solo podía repetir las palabras que el curandero le había dicho con zozobra.
Según él, el tiempo de su madre se agotaba a pasos agigantados y ella todavía no sabía cómo reaccionar ante tal noticia. Ni siquiera estaba segura de haberla perdonado por haberla encerrado en la Torre Norte todos esos años —porque sí, había sido sugerencia de la reina en primer lugar—. Pero guardar rencores en tiempos así parecía ser un asunto banal.
—Abran las puertas —ordenó al cabo de un tiempo.
Los soldados acataron la orden con rapidez y pronto la pelirroja se encontró a sí misma cruzando los aposentos de su progenitora en dirección a la cama sobre la que la mujer descansaba. Apenas tuvo una despejada visión de quien le dio la vida, sus pasos se detuvieron casi de golpe y la observó en silencio desde esa distancia. El aire fue golpeado fuera de sus pulmones con la vista que se presentó ante sus ojos.
Caitriona de Mercibova lucía... demacrada.
Su cabello siempre recogido en un elegante moño y su cabeza que siempre sostenía su corona con flamante orgullo y clase, tenía los rizos mieles deshechos y regados sobre la almohada en la que descansaba. Su piel estaba pálida y de un tono grisáceo enfermizo que le dejó la dermis de gallina a la princesa. La mujer mayor, con sus ojos pardos cansados la miró y Margery no pudo reconocer la persona que le devolvió su sorprendida mirada.
Esa no podía ser la reina.
Esa no podía ser Caitriona.
Esa no podía ser su madre.
—Acércate. —Más que una orden, la pelirroja alcanzó a oír un ruego en medio.
Sin dudarlo y echando por la borda todos los detalles y momentos que habían hecho que su relación fuera un desastre, se encaminó hasta sentarse en la solitaria silla que estaba a un lado. No pudo dejar de recorrer la figura de la reina con sus orbes una y otra vez, pues no podía darle crédito a lo que veía. Quizás no quería hacerlo en realidad. Aceptar que lo que veía era real sería ceder a que la enfermedad de su madre no tenía arreglo.
Y a pesar de todo lo acontecido entre ellas, nunca le deseó la muerte y tampoco lo haría ahora.
No pudiendo aguantar más, bajó la cabeza hacia sus manos, las cuales estaban enguantadas con una suave tela que resultaba misericordiosa con sus heridas. No hizo preguntas porque sabía que no recibiría una respuesta directa. Así la reina se viera como estaba, Margery era muy consciente de que aceptarlo en voz alta no era algo que Caitriona fuera a hacer bajo ninguna circunstancia.
—Sabes... recuerdo que cuando Pierstom era un niño, irrumpió en el dormitorio de tu padre y afirmó que nunca se casaría. Dijo que no necesitaba una esposa ni una reina, que gobernaría Mercibova por su cuenta.
Margery la miró con los ojos entrecerrados después de levantar la cabeza. Había esperado de todo, menos un recuerdo que era ajeno a ella.
» Eliastor le contó lo que le dije una vez antes de casarnos: un rey nunca debe sobreestimar su poder mientras subestima el poder de una reina. Sería egoísta e ingenuo de su parte si creyera que podría gobernar un reino sin nadie a su lado. —Caitriona suspiró ante el recuerdo y cerró los ojos como si quisiera revivirlo —. Les tomó un tiempo comprenderlo por completo. Desafortunadamente, Pierstom se acostó con todas las doncellas antes de hacerlo.
Nadie ignoraba los pasos que dio el hermano de Margery como un príncipe promiscuo. Al mismo tiempo, la pelirroja esperaba que nadie supiera sobre su romance con Lord Ulysses, pero llegó a la conclusión de que no era así. La historia sería diferente, el tono de voz de la reina sera distinto y el revuelo que se habría armado en el castillo habría sido difícil de calmar, por no querer tacharlo de imposible.
—Yo tampoco quise casarme —confesó la reina, sorprendiendo a su hija —. Nunca quise vivir una vida con un hombre solo por razones políticas. Quería independencia, indiscriminación y libertad.
La comprensión que llegó a la princesa fue totalmente reveladora.
Hubo un tiempo atrás en el que su madre deseó lo que ella en la actualidad deseaba. Por esa razón, por las palabras y quizás por el secreto recién compartido, Margery entendió a su vez que la mano dura de Caitriona no había sido por voluntad propia. Al menos no todo el tiempo ni por completo. Las mujeres habían sido moldeadas bajo una sociedad que no podían controlar, dado que el manto del poder recaía en los hombres sin dudar, siendo estos considerados como el sexo fuerte.
El poder que podía ejercer una reina pasaba por un filtro y ese filtro era el rey. Muy pocas reinas tenían la opción de ser escuchadas por su propio marido; muy pocas mujeres eran escuchadas en general, e incluso muchísimas menos se atrevían a siquiera hablar.
Quizás su progenitora alzó la voz en el pasado. Quizás por ello tuvo que callar. De seguro se tuvo que adaptar y aprender a cruzar las aguas que los hombres proclamaban domar y ella sola se apropió del océano que transitó de la mejor manera posible bajo las reglas que le fueron impuestas.
Y Caitriona de Mercibova solo se quiso asegurar de que ella pudiera hacer lo mismo, para protegerla en el proceso y hasta en el futuro en el que ya no viviría a su lado.
—Creí que tú... —Carraspeó, tratando de encontrar las palabras correctas para expresar su duda. Quería corroborar todos los pensamientos que abundaron su mente —. Pareces estar cómoda con tu vida, como... si hubieras querido al rey en algún momento o desde el principio.
—Le tengo aprecio y respeto y de seguro él comparte el mismo sentimentalismo —respondió Caitriona con facilidad, sin embargo desvió sus ojos de los de la princesa —. Pero por mi infelicidad e ira al ser tratada nada más que como una mujer que podría dar a luz al próximo heredero de Mercibova, viví la mayor parte de mi vida como si fuera una carga y una maldición.
—¿Por qué me dices esto, madre? —Preguntó con voz temblorosa.
Caitriona la miró fijamente durante un momento. Margery sintió como si su madre estuviera tocando su alma con una sola mirada de sus ojos.
—Porque no puedes estar con él.
La princesa juró que su corazón dejó de latir por un segundo ante las palabras.
—¿El rey Damien? —De alguna manera logró susurrar.
Pero la reina negó con la cabeza.
—El Brujo —aclaró ella.
Margery trató de controlar sus emociones, que estaban por todos lados. Intentó con todas sus fuerzas permanecer imperturbable por su declaración, pero su madre siempre tuvo un ojo demasiado detallista.
—No tienes que luchar contra mis acusaciones ni admitirlas —agregó con cuidado al cabo de unos segundos en silencio —. No te llamé aquí para exponerte a ti ni a él, ni para decirte a quién puedes y a quién no puedes amar. Pero lo intenté. Los dioses saben que lo he intentado.
—Amar... —Susurró tan bajo que Caitriona ni siquiera lo entendió. La pelirroja de repente se sintió enferma y apretó con más fuerza sus propias manos entrelazadas.
—La gente piensa que la realeza es una bendición, pero no conocen la maldición que también puede traer, sobre todo en nuestro linaje. Figurativamente hablando o no —le dijo la reina —. No tenemos el privilegio de amar a quien queramos. Nuestros matrimonios son más que dos personas... se trata de dos reinos, dos familias y dos linajes reales.
—Lo sé —siseó Margery de repente.
—¿Lo sabes en verdad? —Le desafió Catriona.
Pero la pregunta no hizo más que sobresaltar a la joven mujer de orbes verdosos.
—¿¡De verdad piensas tan mal de mí como para creer que yo no sé que mi corazón nunca podrá ser mi camino!? Mi deber para con mi reino, con nuestra familia, se presentó como mi precedente desde el rumor del final de La Maldición del Naranjo Seco. —La joven se levantó, no queriendo quedarse sentada como una estatua sin emoción—. ¡Cómo te atreves a pensar que haría algo tan tonto, tan egoísta!
Los ojos de la reina brillaron con rabia contenida. Incluso enferma llegaba a intimidar con solo una expresión. Los movimientos frenéticos de la princesa cesaron una vez escuchó la reprimenda de la mayor.
—¡Evitas al rey Damien, dirigiéndote a él como si no fuera mejor que el rey Eustace! —Se tomó un segundo para inhalar, un gesto de dolor se acentuó en su ceño fruncido y la pelirroja se arrepintió por un instante haber explotado de tal forma teniéndola a ella en ese estado.
» Es un buen hombre, Margery. No hay muchos a los que yo llamaría buenos hombres, pero él es uno de ellos. Él te amaría y cuidaría de ti.
La frustración fue incontenible en su anatomía.
—¿Por qué a él debería de importarle lo que suceda conmigo? ¡Damien se queda con todo! ¡Un hombre en cualquier posición consigue todo lo que quiere! Entonces, ¿por qué se preocuparía por mí? ¿Y desde cuando a ti te importa? —Acusó en un chillido.
—¡Porque no quiero que te sientas morir en vida deseando algo que nunca podrá ser! —Caitriona trató de igualar sus gritos, pero su voz se tambaleó y comenzó a toser y se apretó el abdomen con sus debilitados brazos. Margery saltó hacia atrás, pero luego se apresuró a ayudar a su madre a beber un poco de agua del vaso que reposaba lleno en la mesita contigua.
Ambas tardaron unos segundos en recobrar su respiración agitada. La princesa se recuperó mucho más rápido que la reina.
—Lo sospechabas —suspiró la pelirroja, sentándose esta vez en la cama, con cuidado y manteniendo una distancia segura.
Caitriona se limitó a asentir con la cabeza y llevó la mano desnuda al rostro de su hija para enjuagar las lágrimas que brotaron, pero se detuvo a la mitad del camino. No quedaba nada más que decir y Margery nunca había deseado tanto algo como cuando vio que su propia madre tenía que pensarlo dos veces antes de tocarla para recodar que no podía hacerlo.
Ambas ya sabían de lo que se hablaba. Era parte de exactamente por qué la princesa había tomado una decisión al respecto, a pesar de que odiaba escuchar la cruda verdad de alguien que pensaba que no la amaba lo suficiente; de alguien quien creyó que sus formas de enseñarle a vivir no eran las mejores cuando en realidad resultaron ser la únicas.
Salió corriendo de los dormitorios de su madre sin una sola palabra y llegó a los suyos. No podía pensar con claridad y el tiempo seguía corriendo. El rey Ivo debía estar esperándola en la cena junto a su padre, Pierstom, Nimia y... Damien, para anunciar algo con lo que ella no había llegado a una conformidad todavía.
Pero la reina Caitriona, le había abierto los ojos de una manera que no creía posible y que ahora lo lamentaba.
Sabía lo que tenía que hacer. Ella siempre lo supo. Quizás el primer momento en el que Sarai le dijo que tendría que casarse tarde o temprano, tal como sus padres lo habían planeado para su hermano. O tal vez fue cuando se dio cuenta que no quería a nadie más que al rivio y aquel era un deseo imposible.
Pensó en buscar a Geralt, pero sintió que eso sería una causa perdida. Nunca pudieron hacer nada, nunca tuvieron ese derecho y ella no podía elegirlo, sin importar cuánto lo deseara su corazón. Tenía que hacer las cosas bien de una forma u otra. Ya había cometido demasiados errores.
Margery miró fijamente a su ventana, absorta en sus pensamientos y su corazón dio un vuelco cuando llegó a la comprensión difícil en su situación: a veces el amor, por más real que pudiera ser, no siempre era el camino correcto.
Eso solo le dio el coraje para hacer algo con lo que estaba teniendo problemas.
Lo siguiente que supo fue que estaba irrumpiendo en el comedor, encontrando solo al rey Damien y al príncipe. Ella miró frenéticamente por todas partes, dándose cuenta que Ivo no se encontraba en ninguna parte, tampoco su padre ni la futura reina de Mercibova. Solo estaban los dos amigos, por lo cual no sabía si estar tranquila por la privacidad que los pocos ojos brindaban o hacerle caso a sus nervios y salir corriendo para evitar lo que debía ser hecho.
—¿Dónde está todo el mundo? —Preguntó.
—Sala de Guerra. Reunión de última hora —respondió Tom, otra pregunta silenciosa surcando sus rasgos ante la expresión de alarma en el rostro de su hermana.
—¿Hay algo mal? ¿Estás bien? —Preguntó Damien apresuradamente levantándose de su silla y escondiendo la carta que le dio su amigo en el proceso.
La princesa se quedó callada, respirando con inquietud. Luego de un latido, dio un paso hacia el amcottense, aunque la larga mesa todavía representaba un obstáculo para ellos dos.
—¿De verdad deseas casarte conmigo?
Fue casi patético cómo preguntó, incluso cómo debió verse. Su rostro lastimado mostraba colores amarillentos y los cortes todavía estaban sanando. Cada vez que hablaba, toda la cara dolía al igual que el resto de su cuerpo. Y aun así... ella le preguntó eso. Y aún así... el rey asintió.
—¿Mary? —Pierstom intentó intervenir ahora de pie también. Tenía el ceño fruncido y sus ojos estaban cansados mientras la miraba con confusión.
—¿Cómo estás tan seguro? —Le desafió Margery, ignorando a su hermano —. Te traté tan mal hace poco. No estoy segura de cómo pudiste soportar eso —se lamentó, bajando su tono de voz junto con su mirada, la cual fue a parar en los platos vacíos de la mesa.
—No tienes que disculparte por eso —Damien la calmó, pero no dio un paso adelante, sabiendo que era mejor no hacerlo. Permaneció en su lugar, con toda la atención puesta en ella.
—Has sido tan comunicativo con tus intenciones y afectos. Pero temo a los míos y sé que cada vez es más injusto para ti.
El príncipe mercibonense, sabiendo que no tenía razón para permanecer en el mismo lugar que su amigo y su hermana, se retiró en completo silencio, tomando camino hacia los aposentos de la fémina. Se quedaría a esperar a la princesa una vez ella terminara de hablar con el amcottense. Tenía muchas preguntas en su cabeza, estaba perdido ante el arrebato —porque así era como creía poder describirlo— de la pelirroja esa noche. Algo tendría que haber sucedido para que ella de repente diera tremendo salto en la dirección que toda La Corte esperaba.
Soltó un pesado suspiro, una corta idea de lo que podría pasar con Margery formándose en su cabeza. Quizás una vez más eran el espejo del otro. Amar a quien no debían amar y tener que aprender a amar a quien no. Aún. Tal vez algún día. Él todavía guardaba la esperanza de lograrlo.
—Me temo que no he sido del todo honesto contigo —suspiró Damien una vez se encontraron a solas —. Sabía mucho sobre ti incluso antes de conocerte. Tom habló de ti más a menudo de lo que admití originalmente.
» Pierstom me contó lo problemática que eras cuando niña, antes de la maldición, pero también que tu corazón era más puro que el de cualquiera que él conociera. Tu padre habló de tu fuerza, de cómo seguiste caminando hacia adelante a pesar de lo que sucedió en la Torre Norte.
—¿Siempre supiste lo de la torre? —Inquirió ella con ahogo.
Damien asintió, pero no quiso alargar el tema, sabiendo cómo la afectaba.
—Cuando te vi en el baile, no sabía quién eras —admitió con cierta timidez —. Me sentí como en un sueño cuando me di cuenta de que eras la mujer de la que tanto me había gustado oír.
Margery pareció encogerse ante tal confesión. Ella continuaba acusándolo de ser un extraño, pero todo este tiempo, él solo estaba tratando de acercarse a ella después de haberse enamorado de la mujer que su padre y su hermano le habían pintado.
—No es la idea de ti lo que amaré, sino a ti, Margery —aclaró al reconocer la duda que dominó el rostro de la princesa —. Sybilla también lo sabía y creo que por eso me dio esto antes de viajar contigo hace unos días. —Le extendió una carta y la dejó dar los últimos pasos que los mantuvieron separados para acercarse. La pelirroja rodeó la mesa y se posicionó a un lado de él, aunque mantuvo la distancia.
» No la he leído. Estoy seguro que ella reviviría entre los muertos para cortarme una mano y sacarme los ojos si me atrevía a hacerlo.
Los ojos de la princesa se comenzaron a aguar mientras tomó el pergamino en manos. No reconoció la letra que escribió su nombre, pero suponía que ningún familiar de ella se dirigiría con tanta elegancia y usando su título con tanto orgullo. Acercó al papel hacia sí y agachó la cabeza. Estaba sin palabras y su cabeza parecía estar procesando todo de una manera demasiado lenta.
Tomó una profunda y temblorosa inhalación y se sentó en una silla del comedor.
El corazón se le cayó a los pies cuando comenzó a leer la carta que la guardia fallecida había escrito. Miró de reojo a Damien, solo para notar que él había dado unos cuantos pasos hacia atrás para darle espacio. Volvió sus orbes hacia la letra y trató de domar sus expresiones de horror al notar que la mujer que le enseñó a blandir una espada y a apuntar un arco, había sabido todo ese tiempo lo que ella estuvo compartiendo con Ivo. Supo que estaba pasando información y, aun así, no abrió la boca para acusarla.
Margery parpadeó varias veces seguidas, su ceño fruncido cada vez más profundo y su cerebro rebotando con diferentes posibilidades. Nadie más parecía saber lo que sucedía. No entendía por qué Sybilla guardaría algo tan delicado para sí y confesárselo por medio de un mensaje escrito. No entendía por qué no le diría a su propio rey sobre la situación y la manera en la que estaban siendo traicionados por la pelirroja.
Las peguntas se siguieron acumulando en su mente, hasta que llegó a las últimas líneas:
"Sé que conseguirás hacer lo correcto. Aquel fuego que he podido ver en ti en los pocos momentos compartidos, late en tu interior y está esperando salir.
No son imaginaciones mías, es real, y sé que sacarás el mejor provecho posible de ello. Tienes el espíritu de una verdadera reina. Jamás dudé ni dudaré de tu amor hacia tu gente ni cuestionaré el tuyo hacia mi rey, si es que algún día llega a suceder.
Solo una persona extraordinaria produce tales impresiones en los demás y tú, Margery de Mercibova, lo has hecho con todos nosotros.
Tendrás mi espada a tu servicio cuando lo desees y pelearé a tu lado de ser necesario.
Sybilla de Amcottes."
Margery dobló la carta y no pudo evitar mordisquearse el labio inferior, sintiendo que el corazón le latía tan rápido que llegó a sentirse mareada. Aquellas palabras eran las últimas palabras de la guerrera para ella. Había guardado lo último que quedaba de ella en el mundo para la princesa mercibonense.
La fuerza de Sybilla había cautivado a Margery, pero su espíritu había estremecido su alma por completo.
—Me casaré contigo —determinó la pelirroja llevando sus cristalizados ojos verdes hacia los esmeralda y poniéndose en pie.
La sorpresa y algo más cercano a la esperanza se dibujaron en los rasgos masculinos.
—¿En verdad?
Ella asintió con la cabeza, pero luego desvió sus ojos lejos de los ajenos.
—Pero primero debo dejarte saber que estoy ocultando algo que todavía no te puedo decir. Solo espero que cuando todo termine, la maldición, la guerra, lo que sea... espero que encuentres en algún rincón de tu corazón la posibilidad de confiar en mí y perdonarme.
Al terminar de hablar, apenas tuvo tiempo de saber qué sucedía cuando de repente sintió las manos del rey tomar las suyas enguantas. Por pura costumbre, el impulso de retirarlas y saltar hacia atrás se hizo presente en su memoria corporal, pero por poco logró mantenerse en su lugar. Damien suspiró y se arrodilló ante ella, besando sus nudillos y pasando por alto la carta que todavía sostenía.
La confianza de él en Sybilla era ciega como lo sospechó en un principio, pero dado el tipo de persona que terminó siendo la castaña, la princesa pudo determinar que el instinto del rey amcottense era inigualable y correcto.
—Quiero que entiendas que no corro y no me asusto fácilmente. Tus secretos son mis secretos, tus demonios son mis demonios, y te prometo que nunca tendrás que luchar contra ellos sola.*
El aire le hizo falta y el corazón pareció hincharse en su pecho. Una media sonrisa que no alcanzó a acariciar sus ojos curvó sus labios, pero no enseñó sus dientes.
Quizás ahora no podía entregarle su corazón al castaño claro. Tampoco sabía si llegaría a suceder en algún tiempo cercano, pero por una milésima de segundo, se preguntó qué sería de ella si se hubiera enamorado de Damien antes.
Pero una vez más se recordó que el "qué sería" no existía y, aunque sus acciones y decisiones la llevaron a pagar precios muy altos, sabía en el fondo que no se arrepentía de los caminos que había tomado hasta ahora. Incluso si uno de esos caminos era amar a otro hombre.
Cuando Damien finalmente se retiró del comedor para ir a la reunión en la Sala de Guerra donde de seguro el rey Eliastor estaría esperándolo, Margery también se fue y caminó hacia sus aposentos. Antes de entrar volvió a bajar la cabeza hacia la carta y comenzó a leerla una vez más. Su orbes se movieron con rapidez a través de las palabras. Sentía que debía encontrar algo entre letras. Quizás un paso a seguir, una razón, algo más allá de la profunda motivación por enmendar errores. Sybilla era demasiado inteligente, lo había demostrado una y otra vez. Ahora a ella le tocaba nivelarse.
No obstante, su concentración duró un poco cuando escuchó el sonido de unos pasos al otro lado de las puertas. Alzó la cabeza de repente y miró a los guardias con sobresalto.
—¿Hay alguien aquí adentro? —Preguntó temerosa de una negación o confirmación.
—El príncipe Pierstom, alteza.
Su respiración se calmó e ingresó al cuarto.
Efectivamente, Tom estaba ahí. Caminaba de un lado a otro y se encontraba de brazos cruzados, pero cuando la escuchó entrar, todo movimiento de desplazamiento se detuvo de golpe y la observó.
—¿Qué es lo que hiciste?
—Lo que debí haber hecho hace mucho. —Le quitó importancia y cerró las puertas detrás de sí —. Tú mismo lo dijiste: entre todas mis opciones, la mejor era Damien.
—Y sigo con mi palabra, pero tú... tú no estás lista para casarte, lo que sientes por Ian es responsabilidad, no amor.
La princesa tensó su mandíbula ante tal recordatorio. Ella más que nadie era consciente de sus sentimientos y estaba cansada que las personas se los señalaran como una niña pequeña. Ella sabía qué era lo que se esperaba y cómo debía ser.
—Hace mucho tiempo esto dejó de ser sobre tener que casarme con el hombre del que me enamorara —espetó con firmeza girándose a ver al castaño oscuro y dando unos pasos para acercarse a él.
» Yo ya estaba enamorada desde antes que todos ellos llegaran —aclaró, refiriéndose a los numerosos pretendientes con los que tuvo que lidiar con anterioridad —, pero nada de esto se trata de amor. Quizás nunca fue sobre eso. Lo que tengo que hacer ahora es cumplir mi deber para con mi gente y familia y ser fiel a mi palabra.
El príncipe se quedó en silencio y se dedicó a detallarla con cuidado. Seguía viendo a su hermana, seguía percibiendo el corazón de oro que ella resguardaba y que había dado a un brujo. La explosión de orgullo y tristeza que se presentó en su interior fue confusa y se dio cuenta que tendría que elegir entre alguna de esas dos emociones para poder dirigirse a ella.
—Estás loca y eres una tonta, ¿lo sabías? —Inquirió con una media sonrisa acercándose a ella todavía más —. Yo tengo toda la inteligencia y sensatez de la familia y no dejé ni una pizca para ti. —Margery bufó mientras Tom ladeó la cabeza para buscar su mirada —. O para Emilianno —agregó con rapidez, arrugando la nariz.
—Así no es como funciona, Tom —resopló ella.
—No seas tacaña —se quejó con un gesto infantil de volver a cruzarse de brazos —. Yo también tuve mi momento de madurez, no te puedes llevar todo el crédito solo porque no estuviste presente. También estarías orgullosa de mí como yo lo estoy de ti.
—Siempre he estado orgullosa de ti, Tom. Te amo y adoro con mi corazón.
—Bueno... —Alargó la última sílaba y se balanceó sobre sus talones —. Esto ya está demasiado raro, mejor me voy de aquí antes de que me obligues a decirlo.
Cuando comenzó a caminar hacia las puertas, la voz de la princesa lo detuvo.
—Dilo.
—No.
—Solo es una frase, unas pocas palabras —pidió Margery, comenzando a sonreír.
—Sabes que no es mi estilo, hermana —se excusó yendo a agarrar el picaporte.
—¡Que lo digas!
—¡Está bien, yo también te amo! —Exclamó con exasperación, pero ambos supieron que la sinceridad rebosaba en sus palabras —. Ahora sí, adiós.
—Hasta mañana, Tom.
*I don't run. And I don't scare easy. Your secrets are my secrets and your demons are my demons. You will never have to fight them alone. I promise you that.
Jackson Kenner (aka mi esposo) en The Originals, temporada 2, episodio 11: "Brotherhood of the Damned"
●●●
Spoiler alert: estos capítulos que se vienen serán largos y me da paja dividirlos en partes, so prepárense para aburrirse ahre.
Tom me hizo llorar, la conversación con la reina me hizo llorar y desesperar. Sybilla me hizo llorar con la carta y su inteligencia. El crecimiento y sentido de pertenencia de Margery me hizo llorar. La pureza y amabilidad de Damien me hizo llorar y que estemos entrando a los últimos me capítulos me hace chillar.
Pero lo que me hace enojar es el hdp de Ivo.
Espero que les haya gustado el capítulo. No olviden de dejar sus maravillosos votos y comentarios sobre qué les ha parecido todo hasta ahora.
Instagram: andromeda.wttp
¡Feliz lectura!
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro