XXXVII
" Nunca terminaré
de enamorarme de ti "
—Nicole Williams.
Margery estaba harta de estar encerrada en su habitación. No podía concentrarse en nada. Intentó leer libros, invitó a Cirilla una vez más a jugar juegos de mesa, pero la princesa no pudo concentrarse de nuevo y todas las reglas y opciones del juego pasaban por alto bajo sus distraídos ojos. Incluso trató de dibujar algo, pero las imágenes que pasaron por su cabeza fueron terribles, de hombres muriendo solo por su toque letal, Sybilla siendo ejecutada de rodillas o el rostro malvado de Danek que se alzaba sobre su quieta e indefensa figura acostada y atrapada sobre una mesa. Todo eso era un doloroso recordatorio de las pesadillas que la perseguirían de ahora en adelante.
Finalmente se rindió y se quitó el pijama para darse un baño.
La pelirroja se puso un vestido demasiado informal para una dama de La Corte, dado que no podía usar otra cosa que le produjera más malestar, debido a sus numerosas heridas, la cuales no se cansaban de recordarle su existencia. Ella ya estaba luchando para respirar o moverse como si nada, así que no pensaba complicarse más el día con arreglarse como solía hacerlo. También rechazó la presencia de Sarai para ayudarle en cualquier cosa, sin sentirse capaz de confrontarla todavía. Creía que ya había lidiado con demasiadas personas el tiempo que llevaba despierta.
Margery dejó suelto su cabello y no usó ningún accesorio aparte de los guantes. Los largos mechones vibrantes formaron una cascada rojiza en su espalda y solo los desenredó. Tenía los ojos inyectados en sangre por el llanto y sombras pronunciadas bajo los mismos, por el cansancio y la imposibilidad de conciliar un buen sueño. E incluso entonces, ella no se atrevía a preocuparse por cómo lucía.
Se escabulló fuera de sus aposentos sin que nadie notara su presencia por su ala. Conocía el castillo como la palma de sus revestidas manos, por lo que le resultaba sencillo caminar alrededor sin ser descubierta, especialmente cuando quería. Al ya no haber tanta gente alrededor, pudo aprovechar la tranquilidad del lugar para desplazarse sin interrupciones. Después de todo, lo último que quería era socializar. No quería que Ivo la encontrara otra vez, tampoco quería que palabra de su ausencia llegara a oídos de los reyes y ni siquiera a su hermano mayor. Quería estar sola, pero no encerrada.
Así que se dirigió al único lugar que visitaba muy de vez en cuando. El jardín interno.
Cuando Margery llegó a la puerta cerrada de dicho jardín, se dio la vuelta para asegurarse de que nadie la seguía. Observó los pasillos con cuidado y, al concluir que en verdad estaba a solas, se giró hacia la entrada. La abrió justo después y luego la cerró, el sonido del hierro en negro haciendo un solitario eco por los corredores adyacentes.
Una vez el tenue sol del atardecer pintó su figura, se deshizo de sus zapatos para así caminar descalza por el espacio. Notó que la hierba estaba fresca y fue misericordiosa contra su piel todavía sensible. Inhaló con profundidad, sintiendo un peso elevarse de sus hombros para así permitirle estar de pie con una firmeza que creyó perdida dos días atrás.
Cómo había extrañado ese lugar.
Paseó alrededor con paciencia, disfrutando de la vista y la manera en que el lugar no era irrumpido por los típicos detalles que los demás jardines del castillo llevaban. No habían bancas ni caminos de piedra para cortar la naturaleza, tampoco estatuas de piedra ni malos recuerdos del inicio de la maldición. Estaba desprovisto del toque exterior y brusco que representaba su vida. Puro. A pesar de ser un espacio reducido y poco atendido por el personal, Margery reconocía y amaba la salvaje belleza que, de manera desinteresada, aquel pedazo de tierra ofrecía sin esfuerzo alguno.
A la única persona que había invitado a acompañarla al lugar había sido a Pierstom, pero solo fue una vez y pocos años atrás, cuando salió de la Torre Norte por primera vez. Había sido cuando decidió adueñarse de ese terreno. Aquel jardín era lo único que sentía que sí le pertenecía en verdad. Era de ella. Nadie ingresaba ahí sin su permiso ni ocurrían cambios sin su aprobación. Su habitación y la biblioteca representaban lugares de refugio para la princesa también, no obstante, ninguno de esos dos sitios estaba exento de no ser vigilado o invadido por otra persona. Estaba comprobado. Pero este jardín... las personas cometían el pecado de pasar por alto las simples bellezas de la naturaleza y la tranquilidad que brindaba.
Se acercó a los arbustos de diversas flores. La rosas estaban presentes, pero el color rojo no reinaba. Eran rosadas y blancas. Tan delicadas y suaves como prometía la visión de las mismas. Luego, Margery decidió que quería elegir algunas de ellas. Su dormitorio necesitaba algo que pudiera apartar su mente de las terribles situaciones en las que estaba involucrada. Necesitaba algo lindo y ajeno a las crueldades que rondaban cerca y esa parecía ser la mejor opción e idea del día.
Comenzó a recolectarlas en sus manos, olisqueándolas y sonriendo para sí misma. Había encontrado por fin una distracción que funcionó. Se dejó perder y llevar por el proceso, fluyendo como una sola con su jardín. Al cabo de unos momentos se quitó los guantes y acarició con las yemas de sus dedos cuanto pudo de las plantas, sus hojas, ramas desiguales y perfectas.
Se había dejado llevar por completo en aquel pequeño mundo, que no escuchó la entrada de alguien más al lugar. Hasta que de repente sintió un escalofrío subir por su columna, como si su corazón supiera que él estaba allí. Se giró con lentitud y, en efecto, Geralt estaba de pie frente a la entrada cerrada, observándola con cuidado, sin hacer siquiera amague de acercarse aún. Parecía estar esperando su visto bueno para moverse.
Tragó saliva y lo observó de pies a cabeza. No llevaba puesta su armadura, pero si tenía una de sus espadas consigo, como si esperara tener que usarla en algún momento. El rivio hacía un tremendo contraste con el jardín, con sus ropas oscuras, su porte firme y fuerte. A comparación de la delicadeza del lugar, él lucía como un verdadero pez fuera del agua.
Se preguntó cómo habría llegado él hasta ahí. Cómo podría haberla encontrado o siquiera sabido de la existencia de tal espacio. No obstante, ahí estaba, y la mirada de la princesa no pudo hacer más que suavizarse para él y viceversa. Sin decir nada por no querer gritar ni alzar la voz, queriendo seguir envuelta en la tranquilidad del aire, se giró y resumió su labor con la misma paciencia con la que empezó a hacerlo.
Escuchó sus pasos sobre la hierba, acercándose a ella. Su cuerpo se conmovió ante la expectativa y se esforzó por controlar sus reacciones a la presencia del hombre. Hacía solo un día le había dicho que lo amaba y él todavía no decía nada al respecto, además Margery dudaba que aquel momento fuera el indicado. No quería elevar sus esperanzas y le parecía injusto querer sacar una respuesta de su boca.
Sin embargo, amarle en silencio y solo haberlo expresado una vez en voz alta, se dio cuenta que había sido la cosa más ruidosa que había hecho en toda su vida.
Cuando finalmente estuvo justo frente a ella, la princesa lo miró por un segundo. Dejó escapar un pequeño suspiro y luego, con calma reinando en sus movimientos, se permitió apoyar la cabeza en su pecho. Al instante, él la rodeó con sus brazos y la abrazó sin pensarlo dos veces. La fémina incluso sintió que sus labios rozaban en su cabeza mientras frotaba círculos en su espalda con una de sus grandes manos. Todo el cuerpo de Margery se relajó y se entregó sin oposición alguna al gesto, dejándose llevar por la intimidad que representó eso.
Ella suspiró y aspiró su esencia natural. No lo había notado antes. Había algo áspero y crudo, pero al mismo tiempo, encontró su hogar inhalando aquel aroma que lo convertía en él.
Geralt le dio unos momentos para que se aferrara a él antes de apartarse para observarla bien. Reconoció con extrema facilidad el cansancio en sus rasgos delicados, al igual que las heridas todavía sobre su piel. Pasó una de sus manos sobre el pómulo lastimado, tratando de ser lo más suave posible para no causarle dolor, hasta que se permitió enredar sus dedos entre las rojizas hebras de su cabeza.
La princesa cerró los ojos con total confianza, disfrutando del mimo y buscando inconscientemente la caricia proporcionada.
—¿Has dormido algo? —Preguntó él.
Margery abrió los ojos y miró hacia otra parte que no fuera su rostro. Sus ojos cayeron de inmediato sobre el collar con el dije del lobo.
—Un poco.
—Hmm... No muy bien, entonces —señaló.
La pelirroja frunció un poco los labios, antes de posar sus ojos en los ajenos una vez más.
—Asesiné a unos soldados con la maldición —confesó. Su voz salió pequeña y parecía estar al borde del llanto —. Cada vez que cierro los ojos... los veo a todos.
Geralt apretó la mandíbula y procuró concentrarse solo en ella.
¿Con qué cara podría decirle que había alguien en el castillo que seguía representando un peligro para ella? Margery no necesitaba más preocupaciones ni traumas. Ya había pasado por demasiado y él no quería ser la persona que le dijera que todavía no había nada solucionado. El instinto por querer protegerla y hacerla sentir segura se encendió en su interior con intensidad.
—Están muertos, princesa. Mientras estés en este lugar, nadie podrá hacerte daño. Lo prometo —aseguró con firmeza, a pesar de dudar de sus propias palabras.
Una triste y desalentadora sonrisa se presentó en el rostro femenino. Reconoció la mentira y, aun así, la aceptó porque fue justo lo que necesitó.
—Mi seguridad jamás ha sido algo real —comentó, yendo a agarrar con una de sus manos la muñeca de Geralt que estaba perdida en su cabello largo, mientras que la otra siguió sosteniendo las flores que había recogido —. Pero no tienes idea de cuánto deseo sentirme segura... o más fuerte, por lo menos.
—Eres mucho más fuerte de lo que crees —dijo antes de que ella pudiera seguir hablando —. Siempre lo has sido, y la fuerza no es sinónimo de ser invencible.
¿Cómo no quererlo? ¿Cómo no amarlo cuando se presentaba como la única persona que parecía ver su valor sin esperar nada a cambio, o sin basarse sobre su puesto como mujer y princesa? Validaba su tormenta de emociones con paciencia y la miraba de la misma forma que momentos atrás. Casi ni le impresionaba que, al estar encerrada y a merced de Danek, su cerebro lo hubiera buscado a él y solo a él para sentirse capaz de sobrevivir.
Geralt bajó la mirada a los labios de Margery y, muy lentamente, se inclinó hacia adelante. La princesa se congeló y contuvo la respiración, la emoción comenzando a correr por sus venas. Luego, cuando sus labios estaban a solo un centímetro de los de ella, él hizo una pausa. El brujo trató de encontrar el honor y la fuerza para detenerse, pero su corazón rugió más fuerte que la voz en su cabeza. Entonces la besó.
Su último beso había sido apresurado y una especie de milagro, debido al estado de la pelirroja después de beber vino y al incandescente, pero inesperado deseo que los azotó a Geralt y a ella por igual. Había sido afanado, presionado y hasta desesperado, porque ambos sabían cuán prohibido estaba realmente, sobre todo después de que el rey Ivo los encontró aquella tarde en el corredor. Pero ahora... este beso estaba lleno de pasión y secreto. Geralt se negó a usar palabras antes de esto, pero su beso lo dijo todo, sus labios siendo lentos sobre los de ella, casi dolorosamente.
El concepto de tiempo se perdió para los dos. Podrían haber estado besándose durante una hora, podrían haber estado besándose durante un minuto. Ellos nunca lo sabrían. Porque ninguna cantidad de tiempo sería suficiente para el desmesurado momento compartido.
Geralt se apartó con lentitud, pero no la dejó ir muy lejos, sosteniéndola contra su pecho. La volvió a observar con cuidado, queriendo cada peca, curva y tono de su cara. La expresión de su rostro decayó cuando leyó lo cansada que se veía y el apoyo que ella buscaba para mantenerse en pie.
—Lamento las cosas que te persiguen ahora. Quería protegerte de ello, pero es obvio que no soy lo suficientemente fuerte para salvaguardar tus sueños —murmuró.
—Estaré bien —dijo en el mismo tono.
Al momento mintió, pero al segundo siguiente se dio cuenta que también creyó en sus propias palabras. Tal vez no ahora, ni siquiera mañana o la semana siguiente, no obstante, Margery en verdad creía que llegaría el tiempo en el recuperaría su sosiego y cabeza. Quizás no sería cercano, puesto que todavía habían demasiadas cosas por solucionar, pero aceptó la tranquilidad del momento y el refugio que encontró en sus brazos y mirada.
Sin realmente esperarlo, Geralt se dobló y la cargó.
—¿Qué haces? —Preguntó ella aferrándose a su cuello y pegando su frente contra la sien de él.
—Necesitas descansar.
—No quiero cerrar los ojos —admitió —. No me gusta lo que veo y no quiero ir a mi habitación.
—No iremos allá —respondió caminando hasta que ambos estuvieron bajo el refugio de un sauce.
Se sentó a un lado del tronco, sobre sus raíces sin dejar que la princesa escapara de su agarre y la dejó encima de su regazo, todavía envuelta en él. La pelirroja se relajó por completo una vez más y recostó con comodidad su cabeza sobre el hombro masculino. El cuerpo de Geralt se estremeció al sentir la suave respiración de ella chocar contra la piel de su cuello. No era frecuente que él abrazara o lo abrazaran de una manera tan íntima con la ropa puesta. El aroma de Margery, bajo su perfume y aceite de lavanda, era relajante, sereno, dándole la bienvenida sin miedo ni desconfianza. Fue un bálsamo para los nervios de ambos.
Sin proponérselo, Geralt empezó a relajarse mucho más de lo previsto. Con los párpados pesados, descubrió que no le importaba tanto como pensaba. Todo parecía estar bien cuando la princesa estaba acurrucada en sus brazos y lo sostenía a él del cuello con tanto cuidado.
A sabiendas de que lo que estaban haciendo estaba mal, ignoraron todos los factores exteriores y ajenos a lo que sucedía entre ellos esta tarde. Pero en el fondo, ambos sabían lo que eso implicaba. Temían que el choque volviera a ser tan fuerte para separarlos. Su fantasía estaba condenada a morir y llegaría el momento en el que no podrían volver a encontrarse en el medio para hablar sobre lo que flotaba entre sus corazones.
Ya no eran tan ingenuos.
Aunque pudieran actuar sobre sus sentimientos, siempre sería a escondidas, entre las sombras y secretos, con el miedo de volver a ser descubiertos siempre presente. Y un amor así, no tenía posibilidad de sobrevivir mucho tiempo.
Los dos lo sabían.
—¿Dónde está el brujo? No podemos seguir esperándolo...
Pierstom alzó la cabeza de golpe ante la pregunta de su amigo y sus ojos fueron a parar con rapidez sobre el rostro de Blanche. La maga se encogió de hombros con simpleza, mientras que el encarcelado solo sonrió con sorna al pensar en la obvia respuesta a la pregunta del rey amcottense. Danek turnó sus oscuros entre los tres presentes que se encontraban de pie delante de él y disfrutó percibir los distintos pensamientos que recorrieron la mente de cada quien.
La expresión del pelinegro no pasó por alto para el príncipe, quien por último clavó sus ojos sobre los negros ajenos.
—Tiene cara de querer compartir algo —declaró señalándolo —. Este es un buen momento para que empiece a hablar sobre lo que sabe de la maldición, o lo que sea.
—Oh, hablaría, pero... no es algo que yo deba hacer. No es mi secreto —determinó encogiéndose de hombros, sin borrar la sonrisa se su rostro. Había vuelto a torcer las cosas con una simple palabra.
Damien achicó los ojos sobre el Cuervo y dio un paso hacia él. Toda su anatomía era firme con el porte que un rey guerrero debía tener. El castaño de ojos esmeralda no podía decir que no se sentía intimidado por el pelinegro, porque de cierta manera así era. Consideraba normal que un ser humano temiera de algo o alguien que desconocía, que un ser humano podía voltear la cara en momentos críticos y tomar otro rumbo más sencillo.
Y justa esa era la diferencia entre un rey y un hombre.
—Qué quiere decir con eso —exigió el castaño claro con autoridad.
—Nada —contestaron la mujer y Tom.
Danek solo se dedicó a reír por unos segundos, disfrutando mucho de la confusión del rey y los nervios que parecieron azotar con los otros dos. Supo entonces que, si las personas así lo deseaban, hacer ojos ciegos era un instinto natural.
El príncipe mercibonense no sabía si estaba agradecido o molesto. Por una parte, era una ventaja que su padre no estuviera presente, tampoco su madre ni Ivo. Por otra... si el alquimista en verdad sabía más de lo que dejaba mostrar, no tendría que sorprenderse de que a su vez supiera algo sobre su hermana o el rivio. Algo que le molestaba de sobremanera. Ni siquiera él sabía con exactitud qué había sucedido o sucedía entre ellos dos, y tener esa desventaja era peligroso.
Tenía que evitar la manera de que aquel tema se tocara, porque justo Danek quería que pasara.
—Tendremos que iniciar sin él —determinó Pierstom cruzándose de brazos —. Cuando quiera —invitó con un movimiento de cabeza a que el prisionero hablase.
—Pienso que Geralt de Rivia también debe estar presente —opinó con altanería, como si sus palabras pudieran ser ley —. Después de todo, esto también es de gran interés para él.
Damien se removió y frunció el ceño disgustado.
—Otra vez con las indirectas —se quejó —. ¿Qué es lo que quiere decir?
—Está jugando con nosotros —irrumpió Blanche a un lado, torciendo los ojos para quitarle importancia, no sin antes haber compartido una mirada severa con su príncipe. El castaño oscuro la había correspondido.
—Blanche tiene razón —concordó Tom dedicándole un corta ojeada a su amigo para después centrar su atención en el Cuervo —. Usted habló de la Primera Gran Guerra, plantó la carta con el hechizo de protección en el libro y tiene el conocimiento suficiente como para modificar la maldición y transferirla a alguien más —enumeró, haciendo un recuento mental de lo acontecido las últimas semanas.
» ¿Por qué darnos todos esos factores si lo que desea es destruir Mercibova? ¿Por qué dar esperanza sobre la hechicera cuando aseguró minutos atrás que usted mismo la asesino? —Cuestionó ladeando la cabeza.
—No guardo ningún interés por el reino y creí que querían saber qué paso con esa mujer —descartó con rapidez y se movió hasta recostar su espalda contra la fría pared húmeda del calabozo —. Hay algo mucho más grande esperando por mí, una vez cumpla con mi parte.
Damien, Pierstom y la maga lo observaron con resentimiento. Todos estaban cansados de los bocados de información que Danek compartía a medias, siempre dejándolos deseosos por saber más. Sabían que estaban siendo manejados a su antojo, pero lastimosamente no les quedaba de otra más que seguir su juego de persecución. Eso era lo que él quería y habían acordado dárselo. Tarde o temprano, se confiaría lo suficiente para cometer un error o soltar la lengua.
—Bien, qué bueno que no es ambicioso —concluyó Tom con ironía pintando su tono.
El Cuervo ladeó la cabeza hacia su izquierda y observó al príncipe de pies a cabeza, una mirada calculadora y curiosa presente en sus agotados ojos oscuros. A pesar del mal estado en el que se encontraba, aquello no era suficiente para menguar su ánimo. Después de todo, las cosas parecían estar saliendo justo como él esperaba y había planeado.
Lo bueno de no tener que responder a ningún rey, era que podía seguir siendo leal a sus metas individuales. Alysion y el rey Eustace habían quedado atrás para él. Solo a una persona no podía dejar atrás.
—¿En verdad no saben nada de su linaje? —Preguntó. Para rematar la situación, aquello había sonado genuino.
—Debería contarnos lo que sabe, solo para terminar de asegurarnos que usted y yo sabemos lo mismo. Es para un trabajo —dijo el príncipe con rapidez, recostando su lado derecho sobre la desigual pared que contaba con una solitaria ventana de barrotes, que apenas dejaba que se filtrara la tenue luz del sol poniente.
—Bueno... ¿un poco de agua para la garganta? Está seca y en verdad es molesto hablar así.
Pierstom gemiqueó con molestia y alzó la cabeza hacia arriba. Damien resopló retrocediendo como si eso le ayudara a despejar la cabeza y hacer una pregunta clave. La morena fue quien se lanzó a hacer el patético pedido, llenando un vaso de agua entero. Se acercó a Danek y se agachó hasta quedar casi a su altura, ambas miradas entrelazándose. El hombre sonrió como pudo, su rostro deformado por algo que lo quemó desde que lo trajeron a la fuerza hasta Mercibova. Blanche lo miró con seriedad y acercó el recipiente a sus labios para que tomara el primer sorbo. Cuando notó que él que se confió, inclinó el envase por completo mojándole el rostro y desperdiciando el resto del contenido.
El pelinegro retrocedió sacudiendo la cabeza y haciendo sonidos raros con la nariz. De seguro el agua se había colado por donde no debía.
—Es suficiente. Ya es hora de que empieces a hablar —declaró la fémina.
Blanche retrocedió enderezándose y murmuró algo entre dientes, sin apartar sus ojos avellana del contrario. El líquido que lo mojaba comenzó a reaccionar bajo las órdenes de la maga y diminutas columnas de vapor se empezaron a alzar. No pasaron más de cinco segundos cuando el primer quejido de dolor saltó de la boca del Cuervo.
—Necesito que me enseñes ese truco —pidió el príncipe alejándose del muro y caminando hasta posicionarse a un lado de la mujer.
—Parece que no es suficiente —comentó la pelinegra —. Usaré toda la jarra para ver qué tanto se puede mantener la piel pegada a su rostro.
—¿En verdad puedes hacer eso? —Curioseó Tom abriendo los ojos con emoción como un niño en festival.
—Tengo tiempo —contestó ella con tranquilidad.
Agarró la jarra que habían traído hasta el lugar y se giró una vez más al encarcelado. Se acercó de nuevo y cuando fue a inclinar la vasija, Danek retrocedió, moviéndose con marcado desespero, pero los grilletes sobre sus manos y tobillos no le dejaban desplazarse lo suficiente. Pegó su anatomía como pudo a la pared que tenía inmediatamente detrás y cerró el ojo sano, girando la cabeza lejos.
Cuando sintió la primera gota caer y evaporarse en una de sus piernas y quemarle la piel del muslo, seguido de muchas más, no se aguantó.
—¡Está bien, maldita sea! ¡Está bien! —Exclamó cubriéndose el regazo y atrayendo las rodillas hacia su pecho —. La maldición era un hechizo de protección. Yo no sé por qué o para qué. Pero sí sé que la familia real de Mercibova no siempre fue bienvenida entre los humanos, al menos no todos los integrantes.
—¿Por qué humanos no serían bien recibidos por humanos? No tiene sentido —dijo Damien.
—¿Por qué una maldición en un humano lo protegería de otros humanos? —Contraatacó Danek —. ¿Acaso no es obvio? Hay sangre mágica en la familia.
Momento Meralt porque sí, porque Geralt y la princesa lo necesitaban y porque yo quiero, puedo y no me da miedo ahre
¿Alguien más admira a Dark!Blanche? xdd Fue toda una badass para que Danek soltara la lengua y ni siquiera se despeinó por eso jajajajaja
Tom emocionado por la magia me da las ganas de vivir que no sabía que necesitaba.
Me encanta que Damien esté presente también, anda dejando sus intenciones bastante claras, incluso después de la discusión con Margery :o
Espero que les haya gustado el capítulo,
no olviden dejar sus maravillosos votos y comentarios sobre qué les pareció :)
Instagram: andromeda.wttp (un día antes estaré subiendo a las historias un sneak peek de los capítulos. Esta semana se me olvidó, pero dado que estamos entrando a la reta final, me parece necesario para levantar nervios jijiji ^^)
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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