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XXXVI

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)






"     La vida te ha enseñado
quién sí, quién no,
y quién nunca.     "






                    Cuando Margery se despertó al día siguiente después de haber sido rescatada la madrugada anterior, el dolor de cabeza que llegó apenas abrió los ojos se volvió insoportable. El resto de su cuerpo no se quedaba atrás. La dermis de su hombro derecho era un total infierno cuando rozaba la tela de su pijama y la herida del labio se abría a cada rato cuando trataba de hablar. Sus muñecas habían mejorado de forma notoria gracias a que les habían dado especial cuidado, no obstante, la molestia seguía presente.

Pensó que había conocido el dolor después de sus lecciones de espada y arco con Sybilla y Agetha... pero eso no era nada comparado con lo que sintió esa misma mañana.

La princesa siseó al tiempo que torció su cuerpo hacia su izquierda para levantarse de la cama. En el mesón mas cercano pudo notar una figurita de madera que reconoció al instante. Era el lobo tallado que tomó como regalo en Lyriton. En silencio observó el pequeño objeto hasta que notó la bandeja con un almuerzo intacto al lado. Agachó la cabeza. Llevaba horas sin probar bocado alguno, pues su estómago parecía haberse cerrado después de la comida que Gauvain le ordenó ingerir la tarde pasada. Después de eso había caído rendida, saltándose la cena y el desayuno del presente día.

Se levantó, tomándose su tiempo, sabiendo necesitaría paciencia mientras la incomodidad en todos sus músculos se reportaba y luego caminó hacia la ventana más cercana. Miró a través de la misma los jardines y el cielo. Desde donde estaba puesto el sol, supuso que había dormido hasta entrada la tarde, pues su punto más alto ya había pasado.

—Debe comer algo, alteza.

La pelirroja pegó un salto en su sitio y se volvió de golpe, pegándose por completo a la pared de piedra, pero luego se separó, no queriendo tocar la textura del mineral. En menos de un segundo su mente fue capaz de conjurar imágenes de la experiencia pasada y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dejarse arrastrar por esas olas de recuerdos. Parpadeó y observó a la rubia con ojos abiertos cual cierva, tratando de controlar su respiración que se agitó a sobremanera.

—¡Cómo lo siento! —Se lanzó a disculparse Sarai, su rostro cansado y afligido al darse cuenta del error que cometió con solo hablarle y tomarla desprevenida —. No era mi intención asustarla, en verdad.

Margery asintió, mas no contestó verbalmente. Las dos se quedaron en silencio y la princesa llevó sus irises verdes hacia la comida. No podía saber si estaba hambrienta o no, pero sí sabía que necesitaba recuperar fuerzas para los días siguientes.

Caminó hasta sentarse en el mueble mientras que su amiga se apresuró a llevarle la bandeja con el almuerzo. Después, la sirvienta se sentó al otro lado, enfrente de Mary, entendiendo de alguna forma que su princesa no tenía deseos de quedarse sola, como había pedido ayer antes de acostarse. Aunque la pelirroja no lo hubiera expresado y que apenas hubiera tratado de cruzar palabras con alguien, Sarai le había entendido. La conocía.

La conocía tanto que eso le trajo problemas.

Entre tanto Margery tomaba unos bocados del manjar, puesto que le habían hecho su plato preferido, la de ojos azulinos le comenzó a contar cosas que habían sucedido en su ausencia. Le habló de pequeños chismes alrededor de La Corte. Comentó sobre el bullicio que causaba la próxima boda de Pierstom con Nimia y cómo se creía que eso afectaría para bien al reino. Incluso se atrevió a contarle cómo Lady Estrilda parecía tener un ojo puesto en el brujo —incluso cuando la mujer ya estaba casada— con la idea de quizás sacar algún comentario de su parte al respecto.

A pesar de que lo último no le había hecho ni lo más mínimo de gracia, no comprendiendo por qué Sarai le contaría algo así, Margery lo dejó pasar. Ella entendió que su amiga solo quería darle la normalidad que tanto necesitaba en su camino de recuperación. Lady Estrilda podía hacer lo que le viniera en gana, al igual que Geralt, algo que sorprendentemente no le molestó tanto como creyó que sucedería.

Ella ya había llegado a un acuerdo con sus sentimientos con respecto al rivio. No se arrepentía y no sabía si él lo haría. Había comprendido muy tarde que sufrir por no poder controlar las emociones de los demás era una batalla perdida. Ni siquiera ella podía controlar bien las propias, pero aceptarlas era una decisión que prefirió tomar.

Unos golpes en las puertas de los aposentos de la princesa las alertó a ambas. La pelirroja trató de no sobresaltarse tanto y se obligó a tener la atención puesta en lo que estaba comiendo. La rubia le dirigió una corta y cuidadosa mirada de disculpa, para después levantarse del mueble e ir a abrir.

Pasados unos pocos segundos, Margery escuchó que las puertas eran cerradas y fue cuando por fin ella alzó la cabeza, esperando encontrarse con una mujer. Pero eso no sucedió.

Se levantó de repente, tumbando la bandeja y su contenido sobre la alfombra, la cual amortiguó el sonido, y retrocedió con latente desespero hacia atrás. Buscaba toda la distancia posible entre su persona y el intruso. Sus ojos se movieron frenéticos por la entrada de su habitación, confundida, no entendiendo bien por qué Sarai la había dejado a solas con él.

—Créame que no tiene que asustarse, alteza —saludó Ivo de Timatand caminando hasta sentarse en el lugar que la sirvienta había ocupado momentos atrás.

Al ver que la princesa no hacía nada más que verlo con terror pintado en todos sus rasgos magullados, el pelinegro torció los ojos y le hizo un gesto exasperado a que ella también tomara asiento. Margery trató de respirar y controlar los botes de su corazón. Se acercó con cuidado, pendiente de todos los cortos movimientos del hombre, no queriendo encontrarse con otra sorpresa. Retomó su lugar con cautela.

—Si no hubiese sido por su querido brujo —volvió a hablar el rey —, quizás el plan que usted misma me ayudó a construir se habría desenvuelto a mi favor.

—No parece muy atormentado por eso —dijo, controlando el tembleque de su tono.

Ivo frunció los labios, restando importancia al tema. Posó el tobillo derecho sobre su rodilla izquierda y se recostó con comodidad sobre el mueble. Quería hacerle entender a la mujer que no era una amenaza física para ello. Pero eso era todo, porque todas y cada una de las amenazas del hombre seguían en pie, solo que él no necesitaba usar la fuerza para lograr que la princesa hiciera su voluntad. La mujer ya había sido sacudida física y emocionalmente, por lo que podía ver ese día. Solo necesitaba un último empujón para terminar de manejarla a su favor.

—No representa ningún obstáculo para mí. —Se encogió de hombros —. Tal vez el rey Eustace se molestará con el cambio de planes, pero estoy seguro que comprenderá —agregó algo pensativo —. Porque usted y yo nos vamos a casar.

—¿C-cómo?

—Admito que no quería que las cosas tomaran este rumbo, pero no me deja opción —informó el pelinegro, levantándose de su lugar y caminando hacia las puertas. Antes de salir se giró una vez más a verla —. Le anunciaré a los reyes las buenas nuevas.

—Pero no puede hacerlo —rogó la princesa, todavía sorprendida y sentada en el mueble. Si intentara ponerse de pie, estaba segura que fallaría con creces.

—¿Y por qué no? —Inquirió con altanería, alzando un ceja para retarla a volver a hablar, esperando oír lo que quería.

Margery tragó saliva con dificultad y evitó mordisquearse los labios como siempre hacía al estar pensativa o nerviosa, ya que con solo hablar se había molestado el labio herido. De seguro después se arrepentiría de las palabras que salieran de su boca, pero no le quedaba de otra. Prefería mentir que contraer matrimonio con otro hombre que fuera muy parecido a Eustace.

—Porque ya me comprometí con Damien, digo... el rey Damien —balbuceó.

Ivo entrecerró los ojos y se giró por completo, dando unos pasos hacia ella.

—Eso no es de dominio público aún. Rompa su compromiso con él y anunciaremos el nuestro —simplificó con dureza.

La mujer notó con tremenda facilidad lo mucho que le arruinaba lo que fuera que el timatenense hubiera formado como segundo plan en su cabeza. Con ese nuevo aliento en frente, ya no pensaba retroceder ahora. Tenía que tomar la delantera de alguna manera. Lo único que le molestaba era que lo estaba haciendo a base de mentiras que pronto tendría que sacar a relucir cumpliéndolas.

Los impulsos eran engañosos y el arrepentimiento podía llegar a ser grande.

—Pero pronto será anunciado —insistió la pelirroja. Antes de que el hermano de Nimia pudiera decir algo más, ella se adelantó a volver a hablar —: ¿No cree que es mejor así? Damien confiará plenamente en mí y a usted le prometo acceso total a sus tropas y reino. Timatand y Alysion podrán ganar esta guerra sin problema alguno. Nadie los verá venir.

El fruncido rostro masculino se relajó y la expresión enojada cambió por completo. Un brillo malicioso se presentó en los ojos cafés del contrario, disfrutando bastante lo escuchado. Sus hombros se relajaron y su postura dejó ser amenazante para la mujer. Una media sonrisa filosa curvó sus labios y la princesa pudo sentir el golpe de agobio de lleno en el rostro.

—Veo que Sarai tenía razón —comentó Ivo volviéndose hacia las puertas una vez más —. Y yo también la tuve. Es usted una mujer muy ingeniosa y perspicaz.

Al segundo en que las puertas se cerraron, Margery se entregó totalmente a la comodidad del espaldar del mueble. Pasó por alto la superficie abullonada y la suavidad de la misma, su mente no dejando de repetir las palabras finales del timatenense en la conversación.

¿Sarai?

¿Qué tenía que ver su amiga en todo esto?



—Ya se estaban tardando. —El hombre soltó una ligera carcajada, antes de que la misma fuera cortada por tos.

Geralt le ignoró el comentario por completo y le hizo una pequeña seña al guardia de que esperara afuera. El soldado asintió y salió dejando la puerta cerrada, pero quedándose a un lado de la misma, atento a cualquier sonido que le pudiera alertar. El brujo, después de asegurarse que quedaron a solas en el reducido espacio, solo se cruzó de brazos y observó al pelinegro encadenado a la pared.

La luz del día apenas se filtraba al lugar, iluminando la figura de Danek sentado en el suelo, manos y tobillos aprisionados. Si no fuera porque en verdad se le veía cansado, el rivio en verdad habría pensado que estaba demasiado contento por volver a estar en el castillo de Mercibova.

—Habla.

—¿Cómo está la princesa? —Esquivó la exigencia del peliblanco y se tomó la audacia de mirarlo directo a los ojos con un brillo burlón en los propios.

Geralt acentuó su ceño fruncido y se abstuvo de dar una reacción más grande de la que sabía que el contrario esperaba. No podía darle el placer de verle afectado por sus palabras y por el hecho de que no la veía desde que la dejó en sus aposentos la tarde pasada. Aunque no tuviera una respuesta clara, ni siquiera para sus propias preocupaciones, permaneció en silencio, optando por hacerle caso a la poca paciencia que le quedaba en esos momentos.

—Dijiste que la hechicera está muerta —recontó el brujo —. ¿Cómo sabes eso y por qué?

—Se me hace algo raro que un brujo esté interesado en romper una maldición que no tiene que ver con monstruos —opinó Danek al aire, sin quitar sus ojos negros de los dorados —. ¿Acaso a eso no es a lo que se dedican en sus vidas? ¿O sólo es por Margery de Mercibova que quieres encargarte de la maldición del linaje?

—He estado cazando Ghuls por semanas, pero no dejan de aparecer por el bosque —dijo a modo de respuesta, perdiendo el control de su tono que sonó más grave y amenazante, al haberlo escuchado pronunciar el nombre de la pelirroja.

Sus palabras parecieron activar un interés en el Cuervo, quien intentó enderezarse en su sitio, pero no logró mayor cosa por los pesados grilletes que limitaban sus movimientos.

—Tal vez me den ganas de hablar si aflojan estas cadenas —indicó alzando sus manos al frente.

—No.

—Está bien, está bien. —Hizo un gesto de rendición y paz y volvió a dejar caer sus extremidades a ambos lados de su cuerpo —. El Bosque de Las Sombras está lleno de ellos porque es un cementerio.

—Ahí entierran a los de la maldición, pero no tiene sentido. Son funerales respetables por ser de la familia real. Les dan descanso.

—Ahí es donde difiere la cosa, brujo —intervino el pelinegro con una media sonrisa —. En los primeros asentamientos de Mercibova, el bosque no existía y en esa zona se desató la Primera Gran Guerra Civil.

Geralt entrecerró los ojos, observando a Danek con cuidado. A pesar de no poseer una facilidad para determinar si alguien decía la verdad o no, llegó a la conclusión de que el hombre en el calabozo no tenía razones para mentir. Sabía que esa información no había sido compartida gratuitamente, por lo que no le quedaba de otra más que sospechar que el pelinegro tenía algo más planeado y se encontraba en completa confianza de cumplirlo o lograrlo. Pero no sabía qué y dudaba mucho que lograra sacarlo de su boca.

—¿Por qué los monstruos parecían ir en busca de la princesa?

Otra terrible sonrisa curvó los labios de Danek.

—Mientras la maldición siga corriendo por sus venas, ya está muerta. —Se encogió de hombros y una expresión de suficiencia surcó sus rasgos —. Debiste haberme dejado terminar con la transferencia.

En un ataque de enojo y rozando el desespero, el brujo se acercó en tres grandes zancadas y tomó al encarcelado por el cuello del abrigo sucio y lo alzó con brusquedad para tenerlo a su altura. Tenía la mandíbula apretada y sus grandes manos agarraban la tela con exagerada fuerza, controlando su impulso de dejar el rostro del contrario totalmente deformado. Todavía necesitaba que hablara mientras descubría a qué más estaba jugando.

A Geralt no le agradaba matar a las personas. No buscaba ser un héroe, pero al tiempo era consciente que sus acciones de cazador hacían una diferencia que los humanos disfrutaban pasar por alto. A pesar de eso, a él no le interesaba el reconocimiento que Jaskier le daba a través de sus canciones y baladas. Él hacía su trabajo porque para eso había sido alterado y entrenado. Era su vida y su manera de sobrevivir y cruzar el mundo.

No obstante, en ese instante era verdaderamente consciente de lo mucho que deseaba terminar con la vida de el Cuervo en un parpadeo.

—¿Qué tanto se modifica la maldición con la transferencia? —Reclamó en un gruñido.

—Lo suficiente como para que la princesa pueda tocar a aquellos que no tienen magia. Dejará de ser una amenaza.

—¡¿Y el resto?! —Le agitó.

—¡Es controlado! —Respondió en un grito, haciendo una mueca —. Joder, mis manos.

El peliblanco lo soltó de golpe e ignoró el aullido que Danek liberó de su boca al caer mal sobre sus pies. Le dio la espalda, sus ojos ambarinos moviéndose por el espacio, su cabeza trabajando con rapidez, buscando opciones diferentes en las que la pelirroja no tuviera que pasar por más dolor. La transferencia no sonaba tan mal si la liberaba a ella de la maldición, pero la solución del problema se quedaba estancado porque no podían permitir que la ventaja cayera, literalmente, en manos del rey Eustace.

—¿Por qué cambiarían la propiedades de la maldición si es transferida? —Preguntó girándose a verlo una vez más —. Han existido muy pocas maldiciones así, pero esta destaca por su linaje, un único linaje.

—Creí que sería un alivio para ti saber que la princesa tiene posibilidad de vivir una vida normal —se mofó recostando su cabeza contra la roca de la pared y clavó sus orbes en los de Geralt —. Supongo que desde que tú sí la puedes tocar, lo demás termina siendo un obstáculo para ti.

—¿Por qué cambiarían? —Presionó, ignorando las últimas palabras del contrario. No lo divertiría con una respuesta que caería en oídos sordos.

—Esta magia es de sangre, brujo, tienes razón. Pero en ese linaje hay mucha sangre olvidada.

—Pero es imposible que el rey Eustace...

—Eustace solo fue un medio para un fin. Jamás iba a quedar con la maldición, porque él no hace parte de esta familia —le interrumpió con calma —. Pero ya lo dije: la legítima sangre tomará el trono de Mercibova.

La preguntas todavía no acababan. Existían demasiados factores y ahora él comenzaba a creer todos y cada uno de ellos estaban conectados. El atentado del príncipe Emilianno, la rosa y la carta en los aposentos de Margery, que los llevó a acercarse demasiado al bosque para ser atacados por los Ghuls. Alguien supo del viaje que estarían haciendo en busca de la hechicera, supo el día y la ruta exacta que tomarían y se lanzó a la oportunidad de crear distracciones.

El enemigo no venía de afuera como él y Blanche creyeron en un principio. Había un traidor en el castillo y no había sido eliminado aún.

Alzó la cabeza de golpe y se dirigió a la salida para abrir la puerta de un tirón. Salió al pasillo sin siquiera dirigir una mirada al guardia, quien se sobresaltó ante su inesperada acción. Escuchó preguntas detrás de él, mas las ignoró por completo y comenzó a dirigirse hacia la habitación de la princesa. No podía confiar en nadie para mantenerla a salvo. No podía señalar a cualquiera al rostro y desenvainar su espada. Por más que sus intenciones de proteger a Margery fueran bien vistas entre los reyes de Mercibova, él debía ser consciente que seguía siendo un extraño para La Corte. Un foráneo, y su palabra no tenía el valor suficiente.



La última hora había transcurrido demasiado lento para su gusto. Cirilla y Jaskier se presentaron en sus aposentos para hacerle compañía e intentaron animarla con sus ocurrencias. El bardo le cantó un rato mientras que ella y la hija del brujo intentaron jugar cartas, pero la princesa no pudo concentrarse bien en las reglas y la voz del castaño comenzó a hacerle doler la cabeza otra vez.

Aunque no quería quedarse sola, tampoco supo manejar las visitas y al final terminó quedándose con sus pensamientos, sentada en una silla, sin todavía cambiarse la pijama. Todavía se sentía algo débil, por lo que ponerse algún otro vestido y llenarse de telas y más telas no le haría nada bien.

—¿Princesa? —El rostro angelical de Sarai se asomó por las puertas. Margery solo se giró a mirarla con seriedad —. Hay alguien aquí para verte.

—Si es el rey Ivo, no lo vuelvas a dejar ingresar aquí —zanjó con firmeza, llevando sus ojos de nuevo hacia la ventana.

La expresión amena y cálida se cayó del rostro de la rubia y asintió con suavidad, incluso cuando la pelirroja no le dirigió otra mirada después. Sus pies se removieron sobre el suelo, el corazón golpeándole con fuerza en el interior, empero evitó que el desespero y la inquietud se revelaran en su cara. No tenía que ser la persona más inteligente del reino para darse cuenta que el rey timatenense había dicho algo sobre ella.

—Es el rey Damien —anunció, dejándole pasar al abrir más las puertas y hacerse a un lado.

—Siento mucho entrometerme —dijo el hombre entrando al cuarto. Una tímida sonrisa estaba presente en sus labios —. Quería ver cómo estabas.

La espalda de la princesa se enderezó apenas escuchó su voz y, con una exhalación, volvió su rostro a mirarlo. Sus ojos fueron a parar por una milésima de segundo en la sirvienta, antes de volverlos a clavar en los orbes esmeralda del amcottense. No quería que Sarai la dejara a solas con Damien, pero tampoco deseaba que estuviera cerca. Aun no sabía cómo interpretar las palabras de Ivo sobre una muy posible participación de su amiga en todo lo acontecido. No quería borrar sus años de amistad y confianza por la boca de alguien en quien sabía que no debía confiar.

Sin embargo, aquella era una batalla campante por la cual todavía no quería alzar espada ni tenía fuerzas para usar escudo. Necesitaba descansar y en esos momentos no tenía la cabeza fría. Tendría que hablar después con Sarai. Ahora, lo que debía hacer era lo que su gran boca expresó al rey timatenense: su compromiso con el castaño claro. Pero antes deseaba averiguar y asegurarse de algo que venía devorando su cabeza desde que dejó el salón del trono de Eustace.

Solo esperaba que su propio plan funcionara a favor.

—¿Podría dejarnos a solas? —Preguntó Damien, dirigiéndole una amable mirada a la rubia.

La de ojos azulinos dirigió su vista con rapidez hacia su princesa, solo para terminar asintiendo sin palabra alguna y salir del lugar sin molestarlos. Cerró las puertas con cuidado y permaneció a un lado de la entrada, casi pegando su oído a la madera, en aras de captar algo que resultara importante. Sus siguientes movimientos debían ser el doble de cuidadosos. La princesa ya sospechaba de ella y un error suyo sería fatal.

—¿Cómo te sientes?

Margery solo se encogió de hombros, un gesto que no estaba en realidad permitido para una princesa, mucho menos delante de un rey.

—Lamento mucho lo de Sybilla —exhaló agachando la cabeza. Su corazón se encogió con tan solo recordarla.

—Eso no fue lo que pregunté —apuntó con cierta tristeza.

Claro que a él le dolía la noticia de la muerte de su guardia, pero al tiempo, después de haber escuchado la historia del joven soldado que había vuelto apenas con vida, un sentimiento de orgullo se instaló en su pecho. Había conocido a la mujer desde que él mismo tenía la edad de Jensen o menos, justo después de perder a sus padres. La llegó a conocer lo suficiente como para saber que su acto de valentía y heroísmo había valido la pena al final, porque había salvado vidas y había despertado consciencias.

—Entonces... estoy bien —contestó la princesa.

Damien hizo una pequeña mueca al percibir la mentira tan clara.

—Si lo que necesitas es hablar con alguien... aquí estoy, lo prometo —sugirió con extrema dulzura, algo verdaderamente extraño de ver en un hombre en tal puesto.

La pelirroja inhaló y se puso a jugar con sus manos, las cuales estaban sobre su regazo. A los pocos segundos le indicó al hombre que podía tomar asiento y esperó a que se cuadrara. Una vez el silencio volvió a ser el protagonista, Margery supo que ya no tenía vuelta atrás. Primero debía despejar todas sus dudas con respecto a Damien. Luego, si no se acobardaba, haría la pregunta que ella consideraría final.

—¿Por qué sigues aquí?

El castaño se recostó contra el espaldar de su asiento. Si lo que ella quería era una conversación tranquila y no ser tratada con exagerada compasión, él lo aceptaría. Hasta se atrevía a entender que sería capaz de aceptar todo lo que ella quisiera o le diera.

—Íbamos a volver a Amcottes, pero cuando llegó la noticia de que Alysion te había llevado, mis hombres y yo cambiamos de rumbo. Vine tan pronto como me enteré, Margery —contestó, siempre tan transparente con sus palabras dirigidas a ella.

«»                    Aunque lo dicho pareció ser parte de unas acciones desinteresadas, la mujer pudo encontrar el punto exacto en el que tendría que atacar. Lo que diría a continuación sería crudo, empero quiso tomar ese riesgo, determinando por sí sola que era uno menor.

—Si luego hubieses sabido que Eustace se había casado conmigo, quitado la virginidad y violado... ¿aún así habrías arriesgado la vida de tus hombres para salvarme? —Trató de desafiarlo, a pesar de que su voz salió ahogada en el intento.

—¿Por qué debemos hablar de esto? ¿De algo que no pasó al final? —Inquirió incapaz de ocultar la mueca al escucharla hablar de tal forma.

Pero la princesa ignoró por completo sus preguntas, concentrada en sus reacciones y buscando una respuesta sincera a sus dudas más grandes. No quería que él cambiara el tema, ella estaba encargada de llevar las riendas de la conversación actual y no cedería. Ante la suficiente presión, el ser humano podía quebrarse o liberarse. En cualquiera de los dos casos, la verdad reinaba.

—¿Habrías enviado o no a tus hombres para ayudar en el rescate? —Insistió alzando la voz.

—¡Sí! —Contestó con fuerza y levantándose de su sitio, provocando que la pelirroja se encogiera en su silla y se inclinara hacia atrás.

Damien no estaba enojado con ella por preguntar eso. Estaba enojado porque lo que ella hablaba, hubiera estado tan cerca de convertirse en realidad. Él no quería formar parte de tal realidad en la que discutían algo así, pero mucho menos quería ser parte de otro momento en el que ella se sobresaltara por su culpa.

—Me disculpo —dijo con delicadeza, permaneciendo de pie —. No pretendo asustarte.

Margery se enderezó en su silla una vez más. Necesitaba mantener la compostura. Sabía que la reacción a lo que ella expresaba sería fuerte de alguna manera. Lo único que no imaginó fue una afirmativa. El rey alysiano se había encargado de terminar de convencerla, de predisponer su consciencia a esperar lo peor de las personas en ese asunto.

—Él dijo que no... dijo que me verías como una prostituta y que no te atreverías a arriesgar tu vida para salvarme. —Su voz tembló en el susurro, su labio inferior tiritó y las lágrimas llenaron sus ojos, pero ninguna bajó por sus mejillas.

Que no harías nada para salvarme si supieras que he traicionado tu confianza y la de todos los demás aquí... pensó para sí.

El rostro de Damien parecía desconsolado mientras se dedicó a seguir escuchándola.

—Me hizo darme cuenta de que para la mayoría ni siquiera soy una persona. Que mi valor se basa en mi pureza, belleza y sangre real. Mi honor podría ser destruido por algo que un hombre puede hacer conmigo... algo sobre lo que yo no tendría el control.

—Margery... —Trató de interrumpir dando un paso hacia ella.

—¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que desearías casarte conmigo después de que él hiciera todo eso? ¿Incluso si existiera la posibilidad de que su hijo creciera dentro de mí?

Damien estaba desesperado por consolarla, su corazón encogiéndose por las palabras que salían de los labios femeninos, como acuchilladas certeras en su pecho. Caminó hasta estar a un lado de ella y estiró una mano para ponerla en el hombro revestido de tela, pero la princesa saltó de su asiento y se tambaleó hacia atrás, alejándose de él y creando una distancia clara entre los dos. Su respiración se cortó por medio segundo. Nunca antes había estado tan disgustado consigo mismo.

Lentamente caminó unos pasos hacia atrás y extendió las manos para enseñar sus palmas, desesperado por mostrarle que ya no la tocaría ni invadiría su espacio.

—Para mí... eres más que la realeza y tu título, Margery. Me enferma pensar en lo que Eustace podría haberte hecho si la maldición hubiese sido transferida o eliminada. Pero en un universo en el que él lograra triunfar con su maldad, todavía habría hecho todo lo posible para ayudar a encontrarte. Nunca te abandonaré. Me rompe saber que crees que alguna vez podría hacerlo. —Damien respiró hondo y cerró los ojos por un momento, antes de volver abrirlos y mirarla con fijeza. 

» Quizás es demasiado pronto para llamar amor a lo que siento por ti, pero es como si sintiera la conciencia de que lo haré. Siempre me tendrás, Margery. Pero es injusto lo fácil que esperas lo peor de mí.

El hombre dio media vuelta y caminó con lentitud hacia la salida, sin cruzar ninguna otra palabra. La pelirroja se quedó callada y pasmada. Tenía la pregunta atragantada. No podía sacarla y su lengua congelada en su boca se negó a hacerle caso a las órdenes que estaba mandando su cabeza.

Tan pronto como el castaño claro se retiró y cerró la puerta detrás de sí, la princesa cayó de rodillas y sollozó en sus manos. Todo su cuerpo se estremeció con frustración y culpa. Se sentía enferma y se odiaba a sí misma por pensar que al acusar a Damien de tales cosas, una respuesta mágica aparecería en su mente y la guiaría por el camino que consideraría correcto.

Ella comprendió demasiado tarde que no estaba tratando de ver si él era un buen hombre o no, un hombre con el que podría llegar a estar felizmente casada. Ella estaba tratando de alejarlo.

Incluso en su ausencia, sus sentimientos por Geralt continuaron impidiéndole hacer lo que creía que debía hacer para salvar a su familia y al reino.






Yo... bueno, no tengo palabras para esto.
O sí las tengo porque: MARGERY QUÉ ESTÁS HACIENDOoOoOo
A mí no me pregunten, esta niña como que se maneja sola a veces JAJAJAJAJA

Cada vez conocemos más la historia de Mercibova,
pero sigue sin ser suficiente para la maldición :/
No queremos que esté en manos de Eustace o de alguien aún más misterioso,
no queremos que la princesa siga siendo lastimada,
el drama entre Damien y Margery es cada vez más intenso,
su amor por Geralt es demasiado grande a pesar de todo

Ustedes:

Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo.
No olviden dejarme sus votos y encantadores comentarios.

Instagram: andromeda.wttp

¡Feliz lectura!






a-andromeda

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