XXXIX
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" Nos debemos una charla
con el corazón abierto. "
—J. Sabina.
Haber terminado de hablar con Jensen sobre todo lo sucedido hace tres días, terminó siendo algo que la princesa necesitó con una urgencia que no se había encargado de notar, hasta esa misma mañana. El pelinegro tenía unas cuantas heridas todavía notorias en su rostro y brazos, marcas de la batalla inesperada que tuvieron que librar en medio de la nada. Pero aparte de eso, junto a una inexplicable admiración y devoción hacia Sybilla por haberlo salvado sin detenerse a pensarlo —detalle que Margery compartía también—, él se encontraba bien. Eso era justo lo que le importaba a la princesa.
Después de que el joven soldado se retiró de los establos para seguir cumpliendo con sus deberes, Margery simplemente lo vio marcharse en silencio, prefiriendo quedarse en el espacio por más tiempo. No tenía deseos de volver al castillo ni mucho menos dejarle saber a media Corte dónde se encontraba o por qué. Quería tener un momento para sí y atender a Heron antes de que Damien se despidiera de ella, porque ese día partiría para el frente de la guerra.
Su querido caballo parecía haberla extrañado justo como Jensen le había expresado —quien apenas había recobrado la consciencia en medio de la masacre que se llevó a cabo, lo montó y cabalgó devuelta al palacio para notificar lo sucedido—. El relincho que soltó su ejemplar y sus pisoteadas sobre la tierra fueron señal suficiente apenas ella estuvo cerca. La mujer acarició su cuello y lomo, dejándose llevar por la suavidad del pelo del animal y disfrutando del cómodo silencio que le acompañó en esos momentos. A veces todavía no se podía creer que había perdido años de su vida en poder mimar a un animal, cuando no se conocían los límites de la maldición.
Pero toda tranquilidad vivida fue corta cuando escuchó unos pasos acercándose al lugar.
Se preocupó.
Desde que había vuelto al castillo estaba más inquieta que antes. Los sonidos fuertes, los de pasos de desconocidos acercándose, voces irreconocibles o peor, bastante reconocibles en sus pesadillas... todo eso hacían estragos en ella. La lavanda había dejado de ser calmante y Gauvain le había mandado a tomar gotas de valeriana para controlar su ansiedad y ataques de pánico. Pero nada de eso funcionaba en realidad cuando se encontraba atrapada en el momento.
Retiró sus manos del animal y se asomó con cautela, fuera del puesto del caballo. No vio a nadie.
Frunció el ceño, pero no retrocedió ni se volvió a relajar, por lo que se adelantó para agarrar una horqueta que estaba justo en frente suyo y la sostuvo con ambas manos. Estaba demasiado tensa y miró la salida del establo. Con decisión se comenzó a dirigir a la misma con pasos apresurados, no obstante, antes de que pudiera salir por completo, un borrón negro a su lado derecho se llevó su atención. Se detuvo de golpe sintiendo el corazón en la garganta y retrocedió y apuntó los gajos hacia el intruso.
Por un segundo deseó no haberse devuelto y casi pudo jurar que todo su órgano vital se detuvo al ver al rivio atendiendo a su yegua. Él le devolvió la mirada de reojo por unos segundos, antes de concentrarse —o tratar de hacerlo— en su labor. No se veía para nada amenazado con los tres filos de la horquilla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La princesa boqueó un momento y dejó de tratar de amenazarlo con la herramienta. La miró por unos segundos, antes de dejarla descartada a un lado. Por un instante, la memoria de haberle lanzado y tratado de amenazar con un candelabro inundó su cabeza. Sentía que había pasado toda una vida desde entonces, cuando las cosas parecían ser más sencillas.
Se volvió hacia el hombre y se quedó en silencio otros segundos. Parecía haber olvidado cómo hablar en ese instante. Agachó la cabeza y sus pies se removieron sobre el suelo.
—Vine a visitar a Heron. Lo extrañaba —dijo a modo de respuesta —. ¿Y tú?
—Roach —contestó él sin mirarla esta vez. La pelirroja asintió.
—Te he estado buscando toda esta mañana.
Apenas las palabras salieron de su boca, alzó la cabeza y sus ojos se movieron con rapidez por las caballerizas, temerosa de que alguien anduviera cerca y la escuchara decir aquello al brujo. No podía tener público en medio de esa conversación.
Geralt, notando su creciente ansiedad, detuvo sus movimientos y por fin dejó que sus ojos dorados se posaran sobre ella de forma directa y fija.
—No hay nadie aquí, alteza. Al menos no por ahora.
Alteza.
Aquello le hizo tragar saliva con dificultad. ¿Cuántas veces él se había dirigido a ella de tal forma? Resultaba bastante doloroso el tono impersonal y la distancia que parecía ser cada vez mayor entre ellos, a pesar de que estaban a unos cuantos pasos. La tarde de ayer había sido una tregua silenciosa entre ambos. Si estuvieran en su jardín, quizás Margery... ¿Margery qué? ¿Lanzarse a sus brazos? Alguien debería de decirle cómo dejar en paz ese tipo de ilusiones. El arriesgarse ahora parecía ser un sacrificio demasiado grande y ya no estaba segura si estaría dispuesta a pagarlo.
Lo hicieron una vez y fallaron en el intento.
—Geralt, yo... —Dejó de hablar, sopesando sus palabras al ritmo en que sus pies se movieron sobre el piso para dar un paso hacia él —. Hay algo que debo decirte.
El peliblanco asintió con cautela y la observó con detalle. Quizás esa fue la manera en que él supo qué sería lo que ella diría. Su corporal actitud, el tono de aflicción en su voz, aquellos hermosos ojos verdes que ahora lo evitaban a cada rato. Estaba escrito en todo su ser y la realización de ello le pegó de lleno en el pecho. La cadena en su cuello se hizo pesada y por primera vez en mucho tiempo, el ser un brujo pareció ser el obstáculo más grande que nunca podría sobrepasar.
Deseó poder consolarla y de paso consolarse a sí mismo. Deseó acercarse y tomarla en brazos para no dejar que nunca más lo abandonara. Deseó tanto que perdió su norte y lo encontró solo en ella. Deseó tanto que incluso la perdió a ella.
—Lo sé —murmuró al notar que la princesa no pudo seguir hablando de inmediato.
—¿Q-qué?
Entonces Geralt se acercó y con sutileza agarró la mano izquierda femenina entre la suya. Su pulgar acarició su dedo anular con suavidad y se concentró en mirar sus manos unidas.
Él nunca se había considerado alguien cobarde. Un brujo prácticamente se especializaba en actos de valentía para poder completar su trabajo, la razón de su existencia. Pero era claro que nadie le había enseñado a ser valiente cuando debía dejar que Margery uniera su vida con la de alguien más.
—Sé que te vas a casar con el rey Damien.
El tono masculino no había sonado áspero ni enojado.
Margery esperaba que él la odiara, que la fulminara con la mirada y exclamara algo, cualquier cosa. Esperaba que saliera de él una reacción que ella pudiera leer y así discutir devuelta, si es que había algo por lo que discutir. Ella esperaba que él le dijera lo egoísta que era, que le preguntara cómo podría casarse con otro hombre después de decirle que estaba enamorada de él. Pero en cambio, su voz fue tranquila y sus ojos estaban decaídos. No lucía para nada como alguien que pudiera guardar resentimiento u odio hacia ella.
Eso hizo todo mucho peor. Y como si fuera posible, en ese instante lo amó aún más.
—¿Cómo supiste? —Jadeó la princesa.
—Creo que lo estaba esperando después de que nos besamos por primera vez y te fuiste al banquete. Lo supuse cuando los vi discutir en la biblioteca —admitió Geralt en voz baja, todavía centrado en acariciar la delicada mano ajena hasta las marcas en su muñeca. Las trazó con sumo cuidado, erizando la dermis —. Es algo que todos están hablando en el castillo. Tan pronto como vi tu cara hace un momento, supe que era verdad.
Los ojos verdes de la pelirroja se llenaron de lágrimas.
—¿Me odias? —Su voz fue apenas audible.
El brujo levantó la cabeza y clavó sus ojos en los de ella con intensidad.
—Jamás podría odiarte.
—¿Y alguna vez me amaste? —Preguntó Margery de repente y Geralt le soltó la mano para alejarse, pero ella dio un paso hacia él—. Yo solo... solo necesito saberlo, por favor.
Ningún hombre estaría jamás preparado para tal acto de valentía y de alguna forma recurriría a la cobardía. Esa clase de dolor invisible era más palpable que el de cualquier otra apuñalada.
—No voy a contestar eso, no puedo hacerte esto. —Negó con la cabeza y se dio la vuelta, decidiendo fingir que ella ya no estaba allí; que tal conversación no había ocurrido en absoluto.
La princesa aún no estaba lista para darse por vencida todavía, así que lo tomó del brazo y trató de darle la vuelta. Pero el hombre era una montaña total en comparación a ella, por lo que tuvo que rodearlo para pararse en su frente y evitar que la esquivara. Incluso entonces, sus ojos ambarinos se apartaron de los de ella.
—Geralt, contéstame.
—No lo haré.
Margery miró a su alrededor una vez más con desesperación presente incluso en sus respiraciones superficiales. Esperaba que el comportamiento del rivio pudiera atribuirse a la amenaza de que otros escucharan a escondidas. Sin embargo, no vio a nadie ni tampoco escuchó algo más aparte de las respiraciones de ambos y los ocasionales sonidos de los caballos del lugar.
—¿Es por eso entonces que me estabas evitando? —Se aventuró a preguntar y no dejó que él se girara una vez más, atreviéndose a tomarlo de los hombros. El brujo se paralizó y sus manos se hicieron puños a ambos lados de su anatomía. No podía tocarla devuelta, no podía hacerlo porque sabía que sucumbiría a sus anhelos.
» ¿Por eso estás tan encarnizado en descubrir qué parte del linaje es mágico para romper la maldición? ¿No me respondes eso porque estás finalmente cerca de cumplir con tu trabajo y te irás? —Presionó sin molestarse en ocultar el tono de alarma en su voz —. ¡¿Tanto me quieres evitar y jamás volver a ver, que estás listo para atravesar un campo de batalla y ponerlo entre nosotros dos?! Debemos hablar esto, Geralt. Yo necesito hablar de esto.
Ante el silencio recibido como respuesta, Margery fue incapaz de cambiar su expresión dolida ni de cerrar sus labios entreabiertos ante la estupefacción. La realidad de las cosas caían cada vez más fuerte encima de ella. Más rápido, más pesado y más doloroso.
Había creído ya haber llegado a un fin, a un acuerdo sobre lo que podría sentir y hacer, por más que ambas cosas fueran contradictorias. Empero estaba muy equivocada.
—No estás enamorada de mí —dijo él al cabo de un tiempo.
Sus labios se abrieron de la impresión y procuró no perder la compostura mientras se alejó de él y lo soltó como si acabara de quemarla. Al final no lo aguantó más y lanzó su autocontrol por la borda. Su mano derecha impactó con la mejilla masculina. El ardor en su mano no fue nada comparado con el que atacó su estómago y cerró su garganta en un doloroso nudo, con el que luchó en contra para poder volver a hablar.
—¡¿Cómo te atreves?! —Exclamó, la terminación de la frase quebrándose —. ¿De verdad crees que yo quería algo de esto? ¿Crees que quería enamorarme de un hombre al que nunca podría tener? Hasta estoy comenzando a pensar que desearía no amarte, pero tú lo haces completamente imposible.
» Ahora entiendo que no devuelves el sentimiento y está bien. Con que solo me hubieras contestado que no, era suficiente. Pero no te permito afirmar que lo que dije, lo que siento, es una mentira.
El hombre supo que era mejor no interrumpirle, incluso cuando ella se tomó unos segundos para recobrar el aire, pasándose sus manos por su cabello. Así que el brujo permaneció congelado en su sitio, físicamente incapaz de despegar sus ojos de ella o de siquiera intentar hablar. El peso del arrepentimiento al decir tal cosa se posó en su pecho.
Mientras la siguió observando, pudo notar el momento exacto en que su enojo se desvaneció casi de golpe y fue reemplazado por pena y tristeza, pero que supo a su vez mantener a raya. Un cambio abrupto que lo sorprendió y aceleró su lento corazón.
—¿Quieres dejar Mercibova? ¡Bien! ¡Inténtalo! Haz que te asesinen a medio camino, pero te prohíbo poner a Cirilla o a Jaskier en peligro —determinó con firmeza y alzó el mentón. Con ese gesto, Geralt de Rivia supo que no estaba discutiendo con una princesa, que no estaba discutiendo con Margery; él estaba discutiendo con una futura reina.
» Si decides quedarte por ellos y echarme la culpa, hazlo. No me importa si me odiarás por ello, pero al menos lo harás vivo.
Sin siquiera darle una oportunidad de defenderse o decir algo más, Margery lo rodeó y salió con rapidez de los establos. De ninguna manera ella dejaría que él viera la forma en que su mirada se había roto junto a su corazón por millonésima vez.
Y es que quizás esa era su otra maldición: haber escogido lo que ella quería en vez de lo que debía. Caitriona quiso protegerla de eso, pero Margery fue muy terca como para poder verlo con claridad, antes de que fuera demasiado tarde.
«» Un guerrero debía estar preparado para la guerra. Debía estar listo para luchar e incluso para morir, pero para lo único que no estaba listo era para decir adiós a su familia o viceversa. Después de todo, aquella amarga despedida podía ser la última. Había que ser consciente de ello y, aún así, tener la dulce y quizás inalcanzable esperanza de dar los ánimos correspondientes mientras las dudas se acumulaban en los corazones al mismo ritmo.
—No se siente correcto irme en estos momentos cuando solo ayer nos hemos comprometido —dijo el castaño claro con una triste media sonrisa.
Muchas cosas no se sentían correctas para la princesa ese día.
Margery había proclamado que no lloraría por ver a quien no amaba, irse a la guerra. Fue una verdadera lástima para ella cuando sus anteriores acusaciones terminaron siendo falsas, y la preocupación por el bienestar de Damien se materializó en una vista empañada que tuvo que apartar de los ojos esmeralda.
El amcottense bajó su vista hacia sus propias manos enguantadas. Tenía puesta la armadura y su espada envainada junto al escudo lo esperaban en su caballo, a la par de sus tropas entremezcladas con las de Mercibova. Cuando regresó su mirada hacia el rostro femenino, decidió ignorar la clara audiencia de La Corte mercibonense y acercó su mano izquierda hacia el pómulo sano de la fémina.
La tela del guante resultó extraña en su piel y el movimiento fue un poco torpe, pero de igual manera aceleró su corazón de forma inesperada.
—Siento que sería injusto pedir esto, pero... por favor, vuelve —suspiró, tomándolo esta vez a él de la mano que acarició su cara.
—Volveré —prometió plantando un beso en los nudillos revestidos de la princesa.
Damien le dedicó una última sonrisa a la pelirroja y se retiró.
Margery bajó con lentitud la mano que quedó en el aire después de que el rey la soltara y entrelazó sus dedos en la parte anterior de su cuerpo. Se quedó con la vista fija, pendiente de cómo los soldados partían formados hacia la batalla.
El ambiente resultaba pesado, pues la mayoría dejaban a sus familias atrás bajo la incertidumbre de si se volverían a ver o no.
Fue una desgracia del reino que subestimaran a su enemigo. Alysion debió estar preparándose para la guerra real mucho antes de que alguien se diera cuenta, especialmente cuando recibió ayuda de Ivo de Timatand e incluso de ella, sin que lo supiera en realidad hasta que fue demasiado tarde. Pero ahora todos estaban pagando el precio.
Durante los siguientes días, Margery ayudó tanto como pudo desde los confines del castillo. Comenzó a ser parte de la supervisión de la comida, el agua y los suministros médicos que se entregaban al frente. Cuando los carruajes llenos de heridos se presentaban en los terrenos, ella era la primera en lanzarse a ayudar bajo el acompañamiento de otros curanderos encargados del ejército.
Tenía de poca a ninguna educación médica, pero fue a buscar numerosas veces agua limpia y ayudó a vendar heridas simples, siempre con cuidado de no dejar su piel visible cuando entraba en contacto con otras personas. A veces, los médicos simplemente le daban una mirada que decía que el guerrero no lo lograría, por lo que Margery les preguntaba si tenían familia para que pudieran pasar sus últimos momentos con ellos. Otras veces, ella era la que tomaba las manos de los heridos y se sentaba a su lado hasta que tomaban su último aliento.
Por primera vez en su vida, la princesa se dio cuenta que la maldición no definía ni declaraba su posibilidad para que las personas pudieran conocerla en verdad. La energía a su alrededor cuando caminaba entre ellos, entre su gente, había cambiado de manera drástica el último tiempo y eso le fascinó de una forma imprevista. Las personas comenzaban a dejar de verla como la princesa maldita que pronto moriría. Margery estaba dejando su huella en las memorias de las personas y no por algo sobre lo que no tenía control, sino por sus atenciones y esfuerzo de ayudarlos.
Sarai también estuvo presente, pero fue mayormente ignorada por la princesa, quien solo le dirigía la palabra cuando lo encontraba muy necesario. La tensión entre las dos mujeres era clara, pero al tiempo había una compenetración entre ambas: saber lo que no quería que la otra supiera y que a su vez ya sabía, pero que de igual forma no se hablaba al respecto. Eso era lo que determinaba su relación en esos momentos.
Pierstom también ayudó con el ejército de Mercibova desde el castillo junto al rey, ambos teniendo innumerables juntas con generales y consejeros. El príncipe odiaba estar sentado en reunión tras reunión, pero Eliastor le prohibió ir a la batalla. Después de todo, él era el heredero del trono y las costumbres de Mercibova eran diferentes a las de Amcottes.
Margery incluso decidió participar en unas cuantas de esas reuniones, sobre todo porque esperaba poder advertir a su hermano sobre Ivo sin que él supiera por qué ni de quién. Se sentaba en silencio y escuchaba la opinión de todos los hombres al respecto. El rey timatenense no ocultaba su disgusto por verla ahí y aquello parecía compartirlo con Lord Mercia, cuya mirada también quemaba sobre ella.
Sybilla había tenido esperanza sobre las decisiones que pudiera llegar a tomar y la princesa no estaba lista para defraudarla. Si había alguna manera de hacerle honor, no solo a su muerte, sino a su papel como la guardia personal de Damien, junto con la oportunidad de enmendar sus errores cometidos al dejarse llevar por el activo juego de Ivo, lo haría.
La ventaja de ya saber cómo se manejaba el hombre en esos asuntos le dio el empujón necesario para descubrir en qué momentos era sincero y sus sugerencias resultaban positivas para el ejército. Pero también hizo el descubrimiento de cuándo no lo eran. Así que se guardaba sus propias opiniones para cuando ella, su padre y su hermano estuvieran solos. Estaba segura que solo podía confiar en ellos dos y, para sorpresa suya, ambos la escucharon con la atención debida, a pesar de que la pelirroja no especificaba porqué se tendría que dudar de Ivo.
Hasta la reina se dio cuenta de sus consejos y papel en las reuniones privadas, dado que una noche se dirigió a ella con una intención cercana al orgullo, brillando en sus ojos cansados. Margery supo entonces que a eso se refería Caitriona cuando le indicó que un hombre no podía hacer todo solo, que siempre habría alguien más detrás de sus destrezas. Ese alguien más era un consejero, una princesa, una reina.
Mientras todo aquello sucedía, Blanche y Geralt intentaban atar los cabos que a Danek le gustaba tan cómodamente dejar sueltos en el aire. La maldición no estaba ni cerca de ser levantada aparte de tener que hacer la transferencia, gracias a las intervenciones del Cuervo sobre el antiguo hechizo, que ahora era irreconocible sobre la piel de la pelirroja. Estaban dando círculos sobre un mismo punto, pero también se negaban a desistir. Confiaban en que tarde o temprano encontrarían las respuestas necesarias.
Pero lo que ponía inquietos a la maga y al brujo, era ver la comodidad con la que el pelinegro parecía haberse adaptado a sus condiciones de prisionero. Su actitud levantaba sospechas gigantescas en las cabezas de ambos, empero también sabían que recibir respuestas sinceras y directas no hacía parte del juego que el encarcelado estaba maquinando.
La princesa trató de mantenerse lo más ocupada posible. Cuanto más tiempo se permitía perderse dentro de su mente, más insegura se sentía y más deprimida se volvía. Pensar en la maldición siempre había sido penoso, sobre todo cuando no veía algún avance significativo en la labor del rivio o la morena, a pesar de todos sus claros esfuerzos.
Ya habían hecho distintos intentos de hechizos sobre sus cicatrices y el resultado había sido inexistente. Habían tratado de trazar las generaciones anteriores de la familia real de Mercibova, para encontrar en qué momento se habría introducido la sangre mágica en el linaje y no hallaron nada fuera de lo común. Para rematar, parecía que no les quedaba de otra más que dudar de las documentaciones guardadas en la biblioteca sobre el reino y a preguntarse qué parte de la historia era real o no.
Era prácticamente imposible rastrear los orígenes cuando parte de la verdad estaba oculta o había sido eliminada por completo de las memorias colectivas y documentadas.
—Estoy comenzando a creer que tú naciste para ser rey y yo no —comentó Pierstom recostándose en su asiento y subiendo sus pies a la mesa.
Acababan de terminar una urgente reunión y ahora se habían quedado solos. Eliastor ya se había retirado por la noche y la princesa se había quedado en silencio desde la salida de su padre.
Cuando escuchó la voz de su hermano, sus ojos fueron a parar sobre él.
—Tú estás haciendo un grandioso trabajo, Tom —halagó ella —. Puedo ver la expresión del rey cuando te cede las decisiones; confía en ti.
—No, lo digo en serio —insistió el castaño bajando sus pies e irguiéndose en su puesto. Clavó sus ojos en los de la princesa —. Padre confía en mí porque confía en ti y yo también lo hago. Dime, ¿cómo descubriste que el plan de Ivo no sería efectivo?
Margery se congeló los primeros cinco segundos ante la pregunta, empero se recompuso y alzó los hombros, fingiendo desinterés por los detalles. La respuesta no era inocente y todavía no estaba lista para confesar sus acciones, por lo que sus orbes se desviaron de los ajenos y los centró sobre el extenso mapa que representaba a grosso modo la guerra y las tropas, tanto las propias como las enemigas.
Según las cartas del rey Damien, estaban logrando desplazar los ejércitos de Alysion lejos de los terrenos mercibonenses y que las de Branthor habían hecho una sospechosa y abrupta retirada. Las buenas noticias nunca eran buenas por completo y eso era algo que habían tenido que aprender de la guerra.
—Solo hay que pensarlo con un poco más de cuidado —contestó ella con simpleza —. Un mal plan es obvio cuando su formulación es descuidada o vaga.
—Claro... tan vaga como la respuesta que me acabas de dar —presionó Tom achicando los ojos.
—¿Me estás acusando de algo? —Parpadeó y alzó las cejas, esperando poder lograr que su expresión fuera de confusión o sorpresa, mientras al tiempo intentó hacer que su hermano hablara con la verdad de sus pensamientos.
—No sé... ¿debería saber algo antes de hacerlo?
La princesa giró su rostro a mirarlo ofendida, tratando de calmar los botes de sus latidos a la vez. El pánico se comenzó a asomar como un viejo amigo, regalando corrientazos incómodos a su columna vertebral, aumentando entre más tiempo Pierstom fijó su ahora calculadora mirada azulina sobre ella.
Él no podía saberlo.
¿Cómo podría?
¿En qué momento?
Tuvo que haber sido algo que ella dijo o la forma en que lo dijo. Incluso podría ser un desliz del mismo timatenense. O quizás fue de Nimia. No sabía de qué lado estaba la prometida del príncipe y ella tenía que asumir que era del lado de su propia sangre. Hasta la pelirroja creía que debía considerar que, lo que Ivo le amenazó con tener que hacer con Damien, era algo que la princesa de Timatand podría haber hecho con el príncipe mercibonense.
Tal vez su idea de evitar que su padre y hermano siguieran los consejos del pelinegro se eclipsaba con lo que Nimia podría decirle a su prometido cuando los dos estaban a solas.
Pierstom podría perdonarla, pero en su interior lo dudaba. Su propia traición por proteger a su familia la hacía dudar, los errores que cometió y que ahora sus tropas pagaban caro, la hacían dudar.
No estaba lista para confesar lo que hizo consciente e inconscientemente. Esa tampoco era la noche indicada. Alargar el momento de la verdad era algo que ella necesitaba, porque no tenía respuestas, no tenía soluciones. Era más fácil ser perdonado cuando ya había arreglado todo, que serlo en medio del caos, cuando más odiado y culpable se era.
—Estás cansado —determinó Margery con calma y se puso en pie —. Entiendo que quieras cuestionar todo en estos momentos, pero...
El castaño le interrumpió levantándose de su silla también.
—Estás evitando que confíe en Ivo, ¿por qué? —Discutió apoyando las manos sobre la mesa para inclinarse sobre la misma hacia la princesa.
—Solo estoy dando consejos —se defendió cruzándose de brazos —. Que de casualidad sean contrarios a la mayoría de los que da Ivo no es personal.
Tom lanzó una seca carcajada, tirando su cabeza hacia atrás en el proceso.
—Eso es lo más ridículo que has dicho y tú —la señaló —, no dices cosas ridículas, hermana. ¿Qué sabes de él que nosotros no?
—¡Estoy tratando de que ustedes no caigan en sus juegos! ¡¿Está bien?! —Explotó, pero al segundo se arrepintió y se tapó el rostro con sus manos —. Olvídalo —refunfuñó girándose para caminar hacia la salida.
Antes de que pudiera salir, el castaño se adelantó y la detuvo mientras que cerró la puerta de nuevo, evitando su escape. Margery resopló y huyó de su mirada, pero él no se cansó de buscarla con insistencia. La tomó del antebrazo y le hizo enfrentarlo.
—¿De qué hablas? ¿Qué hiciste, Mary?
No podía. No podía abrir la boca para decirle tales cosas. No estaba lista. Y él no ayudaba mirándola con aquella paciencia filial que siempre guardaba para ella en momentos de tensión.
—¿Podrías confiar en mí? —Inquirió ladeando la cabeza hacia la madera de las puertas, con tal de no mirarlo a los ojos.
—Eso no es una respuesta —puntualizó frunciendo el ceño.
—No —concordó asintiendo. Luego por fin conectó sus pupilas con las de él —. Es una petición. ¿Puedes?
Los orbes azules recorrieron su rostro con minucia. El castaño oscuro esperaba poder encontrar algún indicio de lo que su hermana no le estaba contando y que tanto se esforzaba por mantener oculto. Había entendido que el tema había comenzado a ser delicado desde el momento en el que ella comenzó a evadir respuestas completas y solo dijo cosas a medias que todos esperaban oír.
—Eres la tercera mujer que me pide eso —informó soltándola y dando un paso hacia atrás —, sin decirme con exactitud qué es lo que está sucediendo.
—¿Quién más lo ha hecho? —Preguntó, el nudo en su estómago creciendo a cada segundo.
—Nimia... el amor de mi vida. —Ahora fue él quien se encogió de hombros.
—No puedes confiar en ellas —jadeó abriendo los ojos con preocupación.
—¿Cómo no confiar en mi futura esposa? —Cuestionó malhumorado y luego resopló —. Es lo único que me queda para tener un matrimonio medianamente llevadero —justificó —. ¿Y Sarai? La conocemos de hace mucho, por no decir que toda nuestra vida.
—Si te digo que no puedes confiar en Ivo, no puedes confiar en su hermana —obvió Margery y Tom comprendió ese detalle. La lealtad hacia la familia —. Y Sarai... ese es el problema: ella nos conoce.
—Mary...
—Perdóname —rogó negando con la cabeza y agachando la mirada.
—No es la primera vez que me pides eso... ¿Qué está pasando? —Volvió a preguntar.
—No quiero que ni tú ni padre cometan los errores que yo sí. No sigan la corriente de Ivo y no sigas la de Nimia. Tampoco dejes que Sarai escuche conversaciones importantes —decretó con firmeza y mirándolo al rostro. El hombre asintió con cautela —. No sé qué tan metida estará ella en esto, pero lo está y eso es más que suficiente para dudar.
—¿Qué es lo tú sabes?
Todo lo que hice, dijo para sus adentros, mas no se atrevió a sacar tales palabras.
—Que todo está conectado, Tom. Todo.
—No hagas nada —dijo de repente, tomando a la pelirroja de sorpresa.
—¿Qué?
Pierstom se relamió los labios y caminó devuelta hacia la mesa para centrar su mirada en el mapa. Unió sus manos en la parte posterior de su cuerpo e inhaló con profundad. Margery no pudo hacer más que observarlo inquieta y algo perdida por el cambio abrupto que sufrió la actitud y el tono de voz que tuvo su hermano.
—Deja las reuniones y atiende los demás detalles de las tropas como haces durante el día. Déjame la estrategia a mí.
—Pero Tom, ¿cómo...?
—¿Confías en mí? —Él le interrumpió, pero no se giró a verla —. Esto solo funcionará si confiamos el uno en el otro.
Una piedra fue retirada del camino cuando la princesa comprendió algo nuevo. Él también sabía cosas que ella no. Lo notó en su postura y en la forma en que parecía querer comunicar algo, pero al tiempo ocultarlo.
Ellos en verdad no eran tan diferentes. Esperaba que Emilianno se salvara de sus errores y estupideces y no compartiera tanto parecido con ellos dos.
—Sí, claro que sí —contestó con sinceridad.
—Listo, entonces déjame los detalles de la guerra y a Ivo a mí —estableció autoritario.
—Pero es que no es solo él —confesó para después morderse el labio.
—Lo sé, hermana. Hay mucho en juego.
Margery: Nos debemos una charla con el corazón abierto.
Geralt: No voy a contestar eso. asta la prócsimaaaa.
Otro capítulo que me sacó canas verdes y no, no fue por la cobardía de Geralt para aceptar lo obvio y que medio universo ya sabe xd Igual queremos escucharle -leerle- decir esas palabras :(
Recuerden que los consejos sobre guerra que Margery tiene para dar, los aprendió de Damien y Sybilla durante el tiempo que ellos dos estuvieron en el castillo, sobre todo en sus prácticas :'). De igual forma, así es como Alysion ha podido ir avanzando victorioso y ahora Margery trata de arreglar todo como puede, sin que los demás noten que lo está haciendo. Es una niña inteligente aunque a veces no lo parezca, ¿okay?
Pierstom también parece tener secretos :o ¿Será que Nimia ha sido sincera con él? ¿Será que se dio cuenta por sí solo? ¿Será que sabe todo y es tacaño con ese detalle solo porque sí?
Estas dudas y más se resolverán en los siguientes últimos capítulos (admito que estaba ansiosa por decirles esto jajajajja)
Espero que les haya gustado el capítulo, disculpen la larguera que quedó, el angst y cómo todo está en la m*erda, pero embeces la bida no es como keremos
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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