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XXXIV

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)






"          Todos estamos rotos,
así es como entra la luz.          "
—Ernest Hemingway.






                    —¿Geralt? —Prácticamente lloriqueó.

Antes de que su mente terminara de convencerla que él realmente estaba ahí, toda sensación de esperanza fue corta y desapareció en cuanto las manos de Danek se presionaron sobre sus hombros y la tiraron hacia atrás. Su espalda chocó contra el pecho ajeno, empero su mirada nunca se alejó de la del rivio ni viceversa. El brujo ingresó hasta que sus pasos sonaron sobre la madera de la puerta caída.

—Ni un paso más, brujo —rugió Danek, rodeando el delicado cuello femenino con un brazo, empujando la cabeza de largas hebras rojizas hacia atrás.

Margery se removió en contra de él, sus manos yendo a parar sobre el antebrazo del pelinegro para tratar de sacárselo de encima. Sentía que la presión comenzaba a cortarle la respiración. Geralt gruñó y avanzó, pero pronto se detuvo cuando vio la manera en que el agarre se intensificó y la piel del rostro de la princesa se sonrojó. Los orbes de irises verdes se abrieron al igual que la boca, en busca de inútiles bocanadas de aire que no le llegaban.

Los ojos ambarinos brillaron con ira, posándose sobre el rostro quemado del pelinegro, quien a su vez solo podía mantener un ojo abierto. El resto de su cara estaba deformada, chamuscada y bañada con alguna especie de líquido que no le interesó reconocer. De seguro esa era la razón principal por la que tenía tal aspecto y de paso, que la princesa sería la responsable de ello.

Lo siguiente que sucedió fue demasiado rápido para la mujer.

Un segundo ella se encontraba de pie a merced de Danek, pero al otro, una fuerza invisible la empujó hacia atrás en una especie de ventarrón surgido de la nada, junto con el movimiento de uno de los brazos de Geralt hacia ellos. Su cuerpo, escudado sin querer por el del Cuervo, chocó contra el borde de la mesa y ambos rodaron por encima de la misma hacia el otro lado. El brazo que la había mantenido prisionera aflojó su agarre y en la caída contra el suelo, se golpeó sola, quedando libre.

Se quedó quieta unos segundos, tratando de respirar a través del mareo y el dolor que la señal que el brujo hizo le provocó. Solamente lo había visto hacer una vez eso y el resultado había sido completamente diferente, dado que ella no se había encontrado al otro lado de tal acción.

Tosió y quedó bocabajo, tratando de apoyarse en sus propias manos para alzarse, pero sus brazos temblaban y el suelo estaba lleno de los objetos que se destruyeron en el proceso. Vidrios y cerámica a su alrededor, enterrándose en su piel para generar pequeñas nuevas marcas de las que apenas fue consciente, lo cual no parecía ser suficiente para despertarla por completo y levantarse. Intentando poner sus pensamientos en orden antes de perder el último ápice de cordura que sentía que le quedaba, unos brazos la alzaron de repente y pronto se vio envuelta en los mismos.

«»                     Margery lo reconoció con rapidez, como aquella luz cálida que creyó que jamás volvería a sentir sobre su piel. Ese aire fresco a libertad y protección que tanto le hizo falta todas esas horas. Así que no pudo evitar llorar contra el ahora familiar pecho masculino, sintiendo la forma en que la cadena plateada con el dije de lobo se pegaba a su rostro, gracias a la fuerza con la que era presionada al cuerpo de Geralt.

—Lo siento, tenía que hacerlo, perdón —murmuró él, sus labios rozando la coronilla de la princesa en repetidas ocasiones. Sus latidos siempre lentos y calmados habían tomado una considerable velocidad, de seguro por toda la batalla vivida que lo llevó hasta ese momento.

Pero ella no contestó de inmediato, sino que pegó su nariz al pecho y siguió humedeciendo más la camisa del peliblanco con sus interminables lágrimas.

—¿Cómo? —Preguntó a medias a través de los sollozos, por fin alejando su rostro para observarlo a través de ojos empañados.

—Jensen —contestó con simpleza, sin embargo, aquella fue una respuesta alentadora para ella. Su amigo seguía con vida y había logrado volver al castillo de Mercibova.

—G-geralt —gimoteó. Su vista puesta en su rostro comenzó a ponerse borrosa y a distorsionarse, sin ser producto de gotas saladas en sus orbes.

Trató de agarrarse con fuerza a él, pero sintió que se le desvanecía entre los dedos. Los brazos que en un principio la sostuvieron con fuerza aflojaron su agarre y pronto dejó de sentir su cuerpo contra el de ella. Sus alrededores giraron y el piso sobre el que estaba de pie desapareció de repente y se sintió caer. El frío que azotó su cuerpo erizó su piel y cortó su respiración.

Despegó sus párpados y observó el techo que se alzaba sobre ella, luego giró la cabeza de golpe hacia su derecha y sintió la mejilla entrar en contacto con una tibia y lisa superficie. Frunció el ceño y un extraño sonido, que casi no pudo reconocer, salió de su boca entreabierta. Seguido de eso apretó los dientes al cerrar los ojos y se mordió la lengua. Sus nervios se dispararon y seguido de eso, distinguió cómo algo diminuto y frío se introducía en su hombro derecho.

Abrió los ojos de golpe otra vez y lo primero que vio fue una aguja enterrada sobre la cicatriz, la luz amarillenta de las velas que la rodeaban se la mostraban con más claridad de la que hubiera preferido. Sollozó y se removió, tratando de alejarse con inútiles tirones, pero terminó siendo consciente de que no podía, gracias a los distintos amarres que la subyugaban a estar en la misma posición en contra de su voluntad. Sus muñecas ardieron y sus tobillos detenidos le impidieron siquiera doblar las rodillas.

—¿Geralt? —Preguntó a la nada, moviendo la cabeza hacia el otro lado, buscándolo.

A pesar de que sentía que todo lo estaba viendo era a través de un vidrio empañado, Margery sabía que lo que estaba a su alrededor, era de alguna triste manera, real.

—Aquí estoy, princesa.

La pelirroja volvió a girar su rostro y vio al rivio agachado a un lado de ella. Una pequeña sonrisa curvó sus labios resecos y cuando intentó mover una de sus manos otra vez, pudo hacerlo. Vio la manera en que sus dedos hicieron contacto con la cuadrada quijada masculina, sin pasar por alto que no pudo percibir su calor ni su textura. La pequeña sonrisa que tenía se borró gradualmente hasta quedar en una expresión confusa, sus labios fruncidos al igual que su ceño.

Otra punción se hizo presente sobre su piel y el rostro del brujo se transformó. Los familiares y atractivos ángulos se afilaron y deformaron, la mirada dorada se oscureció y ennegreció, el cabello plateado perdió su tono y se recogió hacia atrás. La socarrona media sonrisa de Danek terminó de despertarla.

—Así que Geralt de Rivia, ¿eh? —Conversó sin borrar su sonrisa de la cara, concentrado en la cicatriz de la fémina —. Rechazar a un rey por un mutante es bastante serio. Dime, ¿los reyes de Mercibova lo saben?

Margery tragó saliva como pudo, su garganta apretada y el corazón hecho un puño. Se quedó mirándolo esperando que aquel fuera un juego de su imaginación, pues la piel de el Cuervo en verdad estaba hecha una melodía rojiza de ampollas, producto de algo que ella le lanzó a la cara en algún momento. Bajó la mirada hacia sus manos y descubrió que todavía estaba atada a la mesa, indefensa, cansada y sin Geralt.

—No sé que está pasando —murmuró con los ojos aguados. Todo lo anterior se sintió tan real que la descolocó casi que por completo.

—Es normal —contestó Danek levantándose de su sitio para caminar a otra mesa, sobre la cual tenía otros recipientes y productos desconocidos para la princesa, quien siguió cada uno de sus movimientos con cuidado. Quería centrar su mirada, pero estaba resultando ser un trabajo demasiado grande para ella.

» Después de que trataste de escapar por los corredores y de esta torre, tuve que darte una hierba muy antigua, con cualidades alucinógenas para que nada se volviera a salir de control —acentuó señalando su propia cara con descuido, concentrado en su labor —. Distorsiona la percepción de la realidad y obliga a la mente a crear un espacio para no perderse. Considéralo como... la ilusión de un camino devuelta a casa —concluyó casi riendo.

El aire terminó de ser expulsado de sus pulmones y llevó sus ojos hacia el techo de la torre. La crueldad en sus palabras era punzante, lastimadora y decepcionante. Por eso ella no había podido advertir nada a través del tacto de sus manos, las cuales todavía seguían a ambos lados de su cuerpo, amarradas a ella y a la mesa.

Su mente había conjurado un espacio en el que se pudiera encontrar tranquila, en el que se sintiera protegida mientras que la realidad del asunto era completamente diferente. Sentía que había colapsado en algún momento y que la idea de no poder salir de aquel castillo se había asentado por completo.
Tal vez fue al asesinar a los guardias que la arrastraban detrás de Danek, o de pronto un momento después, cuando se dio cuenta que su maldición no funcionaba en él. Quizás fue cuando cayó al suelo que el pelinegro usó tal hierba de la que habló. Quizás fue cuando llegaron a esa torre o apenas subían las escaleras.

De cualquier manera, él siempre llevó la delantera.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué no usar magia y ya? —Preguntó en una lastimera exhalación. Todo el cuerpo le dolía y los símbolos incrustados en su piel ardían, más que aquella noche en la que Geralt usó una extraña poción para poder revelarlos al ojo humano.

—Porque la maldición no es solo magia, pajarito. Está en tu composición, en tu sangre y en la del resto de tu linaje. —El hombre se giró y la princesa notó que en sus manos llevaba una especie de pinzas junto a un frasco vacío de vidrio oscuro.

La pelirroja se removió, buscando inútil distancia entre ella y lo que fuera a hacer el Cuervo.

—¿Para qué es eso? ¿Qué vas a hacer? —Exigió, tratando de soltarse. Una capa de sudor frío recorrió cada centímetro de su anatomía, pequeñas gotas resbalándose por sus sienes hasta perderse en su cabello, aunque ya no podía diferenciar si era eso o lágrimas.

—Entre menos sepas la resolución de esto, pajarito, mayor oportunidad de salir sin enloquecer de aquí. —Tomó asiento en su lugar al lado de ella y luego la miró al rostro —. Bueno, si esto funciona y tu cuerpo lo resiste. Pero ya has pasado por tanto para llegar aquí, no creo que otro empujón sea mortal.

Unos fuertes golpes se escucharon en la puerta y Danek resopló con molestia.

» ¡¿Y ahora qué?! —Exclamó girándose hacia la entrada.

Margery escuchó voces, pero no pudo diferenciar las palabras intercambiadas, como si su sentido de la escucha fallara por largos segundos, antes de volver a funcionar. Sus ojos volvieron a desviarse por el espacio, las luces de las antorchas y hachones perdiéndose alrededor, hasta que todo quedó a oscuras con sus ojos cerrados una vez más.

Soltó un suspiro y se relamió los labios. Segundos después, dejó de estar en una posición horizontal y unos brazos la rodearon por segunda vez. Se estremeció en medio del agarre y se negó a abrir los ojos, no queriendo finalizar con aquella ensoñación. Se apretó contra la anatomía que la envolvía y trató de inhalar con fuerza, deseando que el familiar aroma que su cabeza reconoció fuera real y no producto de las hierbas de Danek.

Presionó su frente contra la tela y escuchó una única respiración, los parejos movimientos de inhalación la arrullaron. Los estables latidos se asentaron en el resto de su anatomía, como si ella misma estuviera sosteniendo aquel corazón en sus manos para así poder controlar y calmar el propio.

—Debemos irnos.

Pero ella no contestó, temerosa de alzar la voz y que todo terminara. Aterrada de abrir los ojos y encontrarse con el rostro del Cuervo. Con miedo al golpe de desilusión cuando dejara de sentir sus brazos sosteniéndola para luego ser reemplazados por las sogas que la tenían atada.

Sabía que él no era real, pero, oh, cómo lo deseaba.

Un golpe pareció casi tumbarla y provocó que sus ojos se abrieran de repente, alarmados y desorientados. Miró hacia todas partes, no pudiendo comprender bien qué era lo que la rodeaba, todo moviéndose en direcciones sin patrón. Lo único que llegó a ella fue la noción de estar aun acostada sobre la mesa, pero ahora la oscuridad estaba rodeándola. En un momento dado quiso llevarse sus manos a rostro para sobarse los ojos, en un intento de desempañar su vista, y esa vez lo logró.

Las yemas de sus dedos hicieron contacto con su rostro y distinguió los rastros de lágrimas, la sudoración y calidez de la piel junto con la protesta de su hombro derecho ante el movimiento. Apretó sus labios y comenzó a girar todo su cuerpo hacia la izquierda, acercándose al filo de la superficie. No tenía ni la más mínima certeza de si lo actual era real o no. Fuera su mente o no la que conjuraba aquel nuevo escenario, no se encontraba capaz de dejar ir la necesidad de huir de ese lugar.

Sus pies descalzos fueron los primeros en hacer contacto con la piedra del suelo. Un segundo después su cuerpo le siguió por completo y cayó. Ignoró el golpe que recibió y trató de cubrirse bien el pecho y el hombro desnudo, reconociendo el aire exterior que acarició su piel sensible.
Cada cosa que hacía, por más mínima que fuera, sus huesos parecían crujir dolorosamente, sus músculos en total tensión y su respiración entrecortada y compleja. Sentía que una vez más la maldición hacía de las suyas para secar y absorber sus manos, pero ahora no tenía cenizas de naranjo para revertirlo o evitarlo.

—Princesa...

Lanzó un manotazo hacia la dirección en donde creyó escuchar su voz, cansada de ser la primera persona a la que buscaba de manera inconsciente para sentirse a salvo. Su mano fue retenida y ella la movió con brusquedad para soltarse. Fue liberada. Se fue enderezando, sus manos yendo a parar en la mesa para utilizarla de apoyo y cuando unas ajenas fueron a parar en su cintura, se removió con insistencia, huyendo del desconocido tacto de la persona que creía que era Danek.

—¡Déjame!

Por poco volvió a caer, todas sus extremidades demasiado lentas para lo que su mente les quería exigir, sus reflejos perdidos, pero una vez más, alguien evitó que lo hiciera. ¿Quién más si no el Cuervo?

» Ya no más, por favor —rogó tratando de zafarse —. Me duele; todo me duele, por favor.

El agotamiento y la conmoción de todo lo vivido estaba rebosante en cada parte de su anatomía, comenzando a ser exteriorizado en lágrimas y una inconsciente búsqueda por evitar el tacto tranquilizador de él.

—Princesa, soy yo. —Sintió que le susurraban con cuidado —. Soy Geralt.

El corazón se le estrujó y la cabeza comenzó a pesarle, pero de todas formas hizo aquel esfuerzo sobrehumano para mirarle. Parecía ser él y, una vez más, demasiado real como para poder calmar su terror de descubrir que no lo era.

El hombre le echó una corta mirada al cuerpo caído del pelinegro contra la pared, asegurándose que todavía estuviera inmóvil e inconsciente, antes de volver a poner su atención en Margery. Al hacerlo, fue cuando finalmente pudo ver, con un poco de ayuda de las antorchas que quedaron encendidas, el daño que Eustace y sus hombres le habían causado. Su labio estaba partido y la sangre todavía era visible. Su rostro tenía innumerables hematomas. Los ojos verdosos estaban inyectados en sangre por el llanto y el cansancio, acompañados de una mirada perdida y vidriosa. Los orbes de Geralt bajaron a las muñecas aún atadas que ahora reposaban en sus pectorales, notando el corte y la piel rojiza y quemada, probablemente por las ataduras.

—No podemos tardar más —avisó otra voz a espaldas de la pelirroja —. De seguro estarán enviando refuerzos.

Geralt asintió y tomó las pequeñas manos ajenas en las suyas para terminar de deshacerse de la soga. Cuando la dermis quedó al descubierto ante sus ojos, tuvo que tomarse un segundo para recomponerse. Sus dedos se empuñaron y apretó el material suelto con exagerada fuerza, su cuerpo comenzando a girarse hacia el hombre inconsciente, queriendo terminar con el trabajo. Al final tuvo que empujar su furia a un lado cuando vio con facilidad la manera en que Margery tiritaba y no podía sostenerse de pie sin ayuda externa.

Se quitó la capa que tenía puesta y la posó sobre los hombros femeninos, asegurándola con el broche que llevaba, en la parte anterior del cuerpo femenino. La princesa se sintió mejor al tener algo más puesto, recibiendo el calor que Geralt dejó en la pesada tela con gusto. Todavía no lograba convencerse si todo era real, pero por el momento aceptaría aquel consuelo. Aceptaría todo si eso significaba escucharlo y verlo, antes de desposar a Eustace y ser la decepción más grande de su linaje, por traición y no maldición.

En cuanto el brujo se giró hacia Danek, la pelirroja alcanzó a ver la espada del rivio goteando sangre de la hoja. Hasta su rostro tenía gotas carmesí salpicadas. Tragó saliva y sus ojos se fijaron en la capa oscura. Claramente no distinguiría el color en su totalidad, pero alcanzó a tocar una zona húmeda de la prenda con una de sus manos y cuando la alejó, estos estaban manchados de sangre.

El mareo que le siguió a eso fue tan grande que ni siquiera sus manos fueron rápidas para volver a apoyarse en la mesa. Dejó de distinguir sus alrededores, el lugar perdiéndose en la oscuridad de sus ojos cerrándose.



Nuevos gritos la levantaron y su cuerpo salió disparado fuera de las sábanas que la envolvían, hasta que se quedó en una posición sentada. Sus manos fueron a parar a su cabeza, donde trató de pasar sus dedos por su cabello, encontrándolo algo enmarañado. Deslizó como pudo sus manos y abrazó su cabeza a sus rodillas ahora recogidas, escondiendo su rostro en el espacio que formó. Se meció en esa postura intentando bloquear los sonidos que provenían de afuera y quiso volver a conciliar el sueño, una necesidad latente presionando sus pesados párpados.

Se dejó caer hacia su izquierda para quedar en posición fetal, acurrucada y buscando el calor del material. Apenas ahí fue consciente de que una suave superficie recibió su peso con cuidado, por lo que sus ojos se abrieron de nuevo y sus latidos se aceleraron.

A ciegas sus dedos comenzaron a tantear sus alrededores inmediatamente cercanos, encontrando consuelo en la suavidad de las telas y el blando plano sobre el que estaba.

Pegó un pequeño salto en su sitio cuando los gritos regresaron y esa vez alzó la cabeza. El espacio no estaba a oscuras por completo y solo una solitaria vela lo iluminaba a medias, a pocos pasos de donde estaba recostada. Las paredes habían dejado de ser piedra y ahora eran una extensa y pesada tela marrón soportada en palos enterrados en la tierra verticalmente. No estaba acostada en una cama, pero tampoco en una mesa. El piso estaba directamente al lado de ella y el techo se cerraba sobre su figura en cono. Era una tienda.

¿En qué momento habían vuelto a transportarla?

—¡La hechicera está muerta! —Escuchó que alguien exclamó, seguido del sonido de algo conectando en un golpe con la persona que acababa de gritar.

Margery se llevó las manos a la boca al notar que había comenzado a respirar con fuerza. Se encogió aun más en su sitio, quedándose quieta y esperando a oír con más atención.

—¿Cómo puede saberlo él? Hasta donde nosotros debemos entender, es que nada de lo que diga es verdad —siguió una voz gruesa que la princesa creyó reconocer. Su corazón pegó un salto.

—¿Recuerdas lo que dijo el rey? —Hubo una pausa y los pasos sobre el pasto fueron pesados, pero nunca se acercaron a donde ella se encontraba. Ni siquiera la sombra se proyectó sobre la carpa —. Él tiene que haber plantado la carta.

—Es verdad —respondió la voz masculina que la pelirroja atendió primero, seguido de una ronda de tos a la que nadie pareció importarle —. Yo planté eso en el libro.

—Cállate. —Otro golpe.

—Geralt, espera —pidió una mujer.

La princesa aguantó la respiración, pero segundos después se levantó de su sitio. Sus piernas temblaron, pues todavía estaba débil. Cada parte de su piel parecía estar ardiendo, una alta temperatura descomunal a comparación de la del ambiente. Se acercó a la salida como pudo y cuando salió, el aire fresco de la madrugada le dio el saludo de libertad. El cielo azul zafiro se extendió sobre su anatomía y el verde oscuro de las plantas, húmedas por el rocío de la noche y las pasadas lluvias, se colaron en su visión junto al petricor que se instaló por sus fosas nasales. Había una abismal diferencia a lo que su mente podía conjurar en momentos de aprietos e influenciados por alguna hierba, que lo que la realidad misma le podía presentar.

Ante ella había un pequeño campamento improvisado. Una fogata y tres personas, cuya discusión cesó en el instante en el que la vieron emerger de la tienda, se llevaron toda su atención. Margery, consciente del aspecto que debía tener, abrazó más la sábana que trajo consigo hacia sí y evitó mirar a la maga y al brujo directo a sus caras. Sus ojos fueron a parar con rapidez sobre la figura caída de un herido y atrapado Danek, para después pasar a la espada que el rivio sostenía con exagerada fuerza de la empuñadura.

En verdad había creído que el encuentro sería diferente. Tampoco sabía cómo había llegado hasta ahí, lejos del castillo de Eustace, lejos de aquella torre. No obstante, su cuerpo deseó poder fusionarse con el de Geralt, a pesar de saber que no podría hacerlo, a pesar de saber que ese momento tendría que esperar o jamás llegar.

—No lo maten. —Su voz salió ronca y baja, pero fue escuchada a la perfección.

—No puedo dejarlo vivo, princesa —respondió el peliblanco sin esperar otro segundo.

La princesa se mordisqueó el labio, volviendo a sacarse sangre, pero su mente ya no estaba centrada en el dolor ni en las incontables lágrimas que había derramado las últimas horas. Soltó un suspiro exasperado, concentrándose en lo que era importante, impresionada por la forma en que su cerebro parecía estar trabajando con tanta rapidez. Ya no tenía la vista empañada ni se sentía perdida o flotando en una interminable pesadilla. Aunque el miedo seguía latente en cada vena y en cada inhalación que tomaba, sabía en el fondo que su lucha estaba lejos de terminar.

Si algo, apenas acababa de comenzar.

—La hechicera está muerta y él sabe cosas de la maldición.

Entonces Geralt la miró al rostro una vez más, su expresión endurecida y oscura. El rey Eliastor había tenido razón ese día y había hecho bien en sospechar la fuente de creación de ese pergamino, no obstante, descartar la posibilidad de buscar a la mujer también habría sido terrible. Lo único que lograban sacar de ahí y que en verdad sirviera, era que quizás la maldición no había sido una desde siempre, pero la respuesta la recibirían de alguien en quien no podían confiar y en quien no quería cerca de Margery nunca más.

—Por supuesto que sé cosas de la maldición —se mofó el pelinegro. Aunque estuviera atado de manos y pies, su nariz sangrante y de seguro quebrada, junto con su piel hecha nada, había encontrado la manera de no dejarse ver rendido ante las circunstancias —. Y habríamos descubierto más, si no hubiéramos sido interrumpidos.

Una energía salvaje presionó en el interior de Geralt al escucharlo, la cual era casi imposible de ignorar y, si era sincero consigo mismo, no quería hacerlo. Con tan solo recordar el estado en que la encontró en esa condenada torre, hacía que todos sus impulsos y emociones se concentraran en una sola peligrosa emoción. Ira. Al diablo con querer romper la maldición de inmediato, ese hombre no podía caminar más esta tierra, mucho menos cerca de ella.

—No puedo dejarlo vivo, princesa —repitió entre dientes, su agarre intensificándose en la empuñadura de su espada —. No veas —le advirtió dándole la espalda a la pelirroja.

Antes de que Blanche pudiera acercarse al brujo, la mercibonense se adelantó y detuvo su acción a como diera lugar con las pocas energías que tenía. Ignoró la expresión de victoria en el quemado rostro de Danek y se concentró en el perfil enfurecido de Geralt.

—No es sobre dejarlo vivo... pero necesito respuestas y él las tiene —susurró con aflicción.

—¿No debería estar muerto?

Su pregunta la tomó desprevenida los primeros segundos, no obstante se calmó, haciéndose a la idea de que quizás Blanche le habría comentado algo al brujo sobre Jassica y Danek con anterioridad. Miró a la morena de reojo para verla asentir con suavidad y luego volvió al rivio.

Aunque sabía que lo que tenía pensado hacer indicaba un riesgo bastante grande, que no podía saber con seguridad si el camino y el proceso sería tranquilo, sabía que la única oportunidad que tenía para saber la historia de la Maldición del Naranjo y la verdad detrás de la misma, era sacarla de la única fuente de información que todavía caminaba ese mundo. Una fuente imposible de confiar en su totalidad y que al mismo tiempo valía la pena arriesgarse. O al menos así era para ella.

—Mi familia debería saber por qué en una generación al azar, uno de nosotros tiene que pasar por esto —determinó alejando su mano para volver a abrazarse a sí misma.

—¡Pero mira lo que te hicieron! —Explotó girándose de golpe para encarar a la pelirroja, su rostro iracundo y apenas pudiendo contenerse para sí.

Margery se estremeció y desvió su mirada hacia un punto muerto entre los árboles.

—¡Eso ya lo sé! —Discutió devuelta —. Me he levantado con esa cicatriz todos estos años de mi vida y de seguro tendré otras más después de hoy, pero necesito saber por qué. —Se relamió los labios y sus ojos fueron a parar en los irises dorados, los cuales no habían apartado la mirada de su rostro lastimado.

» Es mi única oportunidad, Geralt. El que quieras protegerme para mantenerme viva no quiere decir que me dará más años de vida y lo sabes. Estoy condenada con la maldición. No quiero tener solo un último día bueno antes de que esto me consuma; quiero vivir.*

Los dos sabían que eso era algo con lo que no podían discutir, pues era una realidad a la que debían ponerle cara. A pesar de que los riesgos eran grandes, Margery sabía que él no podría negarse a lo que ella estaba pidiendo. Nadie podría.

Así que sin esperar otro latido, el rivio asintió. Pero luego se volvió a noquear al Cuervo para después alejarse, dando zancadas hacia los caballos. La mercibonense pudo distinguir a Heron, mas no tuvo energías para acercarse al animal que estaba al lado de la yegua del brujo. Darle un espacio al hombre parecía ser más importante que querer abrazarlo y agradecerle a los dioses por haber sido encontrada antes de que todo acabara para ella.

La princesa suspiró y se cubrió aun más con la delgada sábana que se había traído consigo de la carpa. Tenía frío a pesar de ser consciente que tenía la piel hirviendo. Se giró a mirar a la morena, quien ya tenía sus ojos avellanas puestos en ella y se acercaron, encontrándose a un lado de la todavía encendida fogata. Blanche revisó una vez más el rostro de su princesa con ayuda de la luz anaranjada de las llamas, asegurándose de que las heridas siguieran el camino correcto de curación con ayuda de lo ungüentos que le aplicó cuando estuvo inconsciente.

—Ven, debes seguir descansando —indicó la pelinegra, guiándola de nuevo hacia la tienda —. Dentro de unas horas la tropa del rey Damien llegará.

—¿Qué?

—Cuando Jensen llegó completamente solo al castillo con Heron, de inmediato supimos que algo malo sucedió —explicó —. La búsqueda inició y fue Geralt quien te sacó de la fortaleza. El rey Johannes y Damien colaboraron para cubrir más territorio más rápido, con tal de encontrarte, incluso cuando iban de camino a sus reinos correspondientes.

Margery asintió en silencio y se sentó sobre la improvisada cama, mas no se acostó. Al menos el bienestar de su joven amigo era más que una ilusión y era verdad. O al menos eso parecía ser así.

—¿Cómo está Tom? ¿Emilianno? ¿Mis padres? —Preguntó sin molestarse en usar los títulos. En esos momentos era lo último que necesitaba. Solo quería el calor de un hogar y una vez volviera a su castillo, no sabía si lo encontraría y prefirió concentrarse en su familia.

—Todos ellos están bien —contestó Blanche —. Los daños al palacio fueron mínimos y gracias a la Guardia Especial Thorpana, las tropas alysianas se pudieron desplazar lejos del pueblo también.

—Fue una distracción... —La maga asintió a la afirmación —. Danek tiene que haberle comentado al rey Eustace sobre el viaje. Sabían cómo y en dónde encontrarme. ¿Y si lo vuelven a hacer? ¿Y si nos atacan aquí? —Cuestionó comenzando a levantarse, el pánico de volver a ser arrastrada hacia el rey alysiano se clavó como las agujas que se incrustaron en su hombro derecho momentos atrás.

Instintivamente se llevó una mano a la zona y, en efecto, el ardor se disparó por su cuerpo. De sus labios brotó un sonido de protesta y Blanche se levantó para evitar que caminara de un lado a otro.

—No van a venir, alteza —prometió —. Estás a salvo.

—Eso no es seguro —arguyó alejándose de la morena, negando repetidas veces con su cabeza.

Tenía que pensar en algo, tenía que hacer algo. No quería quedarse quieta ni pasmada como sucedió tantas veces horas atrás. Se había sentido completamente débil y lo odió con cada pedazo de alma que le restaba.

—Será mejor si descansas un poco —aconsejó, manteniendo una prudente distancia de su princesa.

Blanche estaba al tanto del abuso por el que pudo haber pasado Margery. Tenía ojos y era una mujer. Aun cuando no podría comprender lo que se cruzaba por la cabeza de la pelirroja, tenía que ser considerada para darle el espacio de explotar o no, de reaccionar como mejor pudiera y ayudarle en entender que no podrían dañarla más. No sabía bien si podría proveerle esa calma que veía que la princesa buscaba, no obstante, haría el esfuerzo.

—No quiero cerrar los ojos —admitió, su garganta cerrándose ante el aterrador hecho de que quizás, una vez más, nada fuera real.

Había sentido el aire gélido de la madrugada, había visto las llamas vivas de la fogata y pudo sentir los músculos de Geralt tensarse bajo su toque, pero así como todo eso era de prometedor, no podía estar segura de que fuera verdad. A pesar de la explicación de la maga y sus consoladoras palabras, temía descubrir qué fragmentos de sus recuerdos eran reales y cuales no. La confusión hacía parte de cada fibra de su ser, pero no sabía si tendría las palabras exactas para expresar todo aquello que no entendía. Ni siquiera sabía si quería comprender en su totalidad.

Le daba miedo hablar porque de alguna manera sentía que tendría que aceptar lo vivido. Y aceptar en esos instante significaba para ella ceder. Ella no quería ceder porque a su vez sería perder. Y Margery no quería ni tenía las fuerzas suficientes para ello.

La mirada que cruzó los orbes de Blanche fue transparente y expresó compasión profunda por la pelirroja. En un corto movimiento, posó una de sus manos sobre la frente ajena con sumo cuidado.

—La fiebre está bajando —anunció —, los últimos efectos de la hierba desaparecieron hace una hora más o menos. Estás a salvo, alteza.

Mary asintió por puro instinto y por desespero a creer en sus palabras. Una prueba física era necesaria para asentarla y recordar que tenía sus dos pies sobre la tierra, pero en el fondo supo que no fue así.






Ooook... este capítulo me costó la vida entera.
Literal tuve que escribirlo tres veces. Las dos primeras no me gustó y el tercer intento terminó siendo una fusión de las dos anteriores. Todavía no sé cómo sentirme al respecto.

Espero que hayan entendido la parte de las alucinaciones, que fue inspirado por el último capítulo de la temporada 5 de Outlander (Claire, te doy mi vida, mi corazón y mi alma, al igual que a todos, menos a los Brown, que se pudran ^^)

La maldición parece seguir siendo un revoltijo, Danek parece tener todas las respuestas, pero es un completo peligro para la familia real de Mercibova... La guerra apenas entrará en auge y todavía no sabemos qué onda con Ivo, ni si la traición de Margery se hará saber una vez regrese al castillo :o
Yo a lxs lectorxs: Looking strong, John.jpg

(Si entienden la referencia, Bucky y Steve estarán muy orgullosos)

Espero hayan encontrado el guiño a La Canción del Naranjo Seco que, para las personas que no lo saben, fue la canción que inspiró esta historia.

Espero que les haya gustado el capítulo (ojalá que sí o me tiro de un puente)

Instagram: andromeda.wttp

¡Feliz lectura!






a-andromeda

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