XXVIII
" Te hubiera pedido
que te quedaras,
pero eso no se pide. "
Las últimas horas parecían haberse juntado y extendido en un parpadeo confuso. Tal era la sensación de incertidumbre, silencio y quietud en sus aposentos, que la princesa no había sido consciente de que casi dos días habían pasado desde que se quedó encerrada.
Reacia a reaccionar o compartir más de dos palabras con Sarai o Pierstom, se encontraba acurrucada en un mueble observando el cielo estrellado, al pie de una de las ventanas. Tenía puesto un vestido para dormir ligero y casi transparente, con el cabello suelto y ligeramente húmedo después de haber tomado un baño. Tenía los pies descalzos sobre el cojín en el que estaba sentada, abrazando sus rodillas a su pecho y, sobre las mismas, tenía sus manos desprovistas de guantes, jugueteando torpemente con la pequeña figurita de lobo entre sus dedos. En pocos días y para impresión propia, aquel animal tallado en madera se había convertido en un ancla que la hacía sentir cómoda, a pesar de las terribles circunstancias.
El haber anunciado que estaba enferma y, con ayuda de su hermano y el sanador, Gauvain, ni sus padres, ni siquiera Ivo, se habían acercado a hablar con ella. Era algo de esperarse, puesto que ninguno de los reyes debía dejarse contagiar, además de que Margery no tenía idea con qué ojos miraría a su progenitora, siempre bien puesta incluso cuando también parecía estar teniendo problemas de salud. Caitriona nunca se dejaba ver débil ante La Corte y sus súbditos, ni siquiera sus propios hijos.
La reina siempre se quiso asegurar de que ellos hicieran lo mismo, pero la pelirroja no sabía cómo lograr eso. No tenía la fuerza ni valentía suficiente, tampoco para aparentarla ni la capacidad de fingir que todo estaba bien. Porque no era así.
Todo estaba mal.
Alejó su mirada del exterior y la llevó hacia la mesa donde reposaban diferentes telas y piedras preciosas. Su madre, a pesar de no haberse paseado por el ala de la habitación de su hija, se había asegurado de hacerle llegar, junto al sastre Ludwig, todas esas prendas para que ella se pusiera manos a la obra de organizar su parte para el matrimonio de Pierstom con Nimia. Ese último detalle era algo que no dejaba de preocuparle, pero que tampoco podía cambiar ni solucionar, puesto que sus palabras eran nada sin pruebas y, por si alguna razón milagrosa las obtuviera, tampoco tenía posibilidad de arruinar un acuerdo firmado por ambos reinos.
Era demasiado tener que preocuparse por una guerra contra Alysion. No necesitaban agregar otra en contra de Timatand.
Tenía miedo de tener que confiar en la palabra de Ivo para no tocar a su familia ni dañarla más de lo que ya estaba. Sin embargo, no le quedaba de otra. Debía seguir el curso de las cosas y asegurarse de que ella y las personas que le importaban salieran ilesas de eso.
A pesar de tener que dejar abiertamente al rey Damien fuera de ese círculo. A pesar de tener que traicionar no solo su confianza, sino también la de su hermano mayor.
De repente, pareció como ella acabara de tomar consciencia de cómo todo comenzaba a moverse más rápido de lo que ella era capaz de hacer. La guerra, las alianzas, las amenazas, romper la maldición, escoger un esposo. Todo sucedía a tal velocidad que la princesa, más que tener que igualarse, debía sobrepasarla de alguna manera. Solo que todavía no sabía como.
Por lo que decidió hacer algo sobre lo que tenía la confianza de que tendría el control.
Se levantó de su sitio, dejando el lobo sobre la silla y se acercó a las telas, decidiendo ponerse a hacer algo para distraerse. El dibujo ya no hacía de las suyas para relajar su mente ni soltar sus miedos, por lo que no había tocado sus pergaminos, ni siquiera para organizarlos. No quería que Cirilla la viera en ese estado, por lo que le pidió a Sarai que se encargara de compartir tiempo con ella. Tampoco los intentos de Jaskier por querer animarla con un poco de música eran suficientes, aunque sí guardó aquel gesto con cariño en sus memorias. Quizás algo que debía hacer serviría de una vez por todas esa noche.
Caminando hacia la sala de sus aposentos, descartó la comida sin dedicarle una segunda mirada y agarró la botella de vino tinto de la bandeja. La destapó y dio un trago largo directamente del pico, para nada digno de una dama. Pero al encontrarse sola, no tenía qué preocuparse por ello. No necesitaba mantener ninguna apariencia más que la de no volverse a romper en silencio. Ya no tenía lágrimas para regalar a los pañuelos, a pesar de que estos parecieran seguir pidiendo apenas cerraba los ojos e imágenes de todos los finales desastrosos posibles se materializaran detrás de sus párpados.
La bebida calentó su garganta e hizo arder su estómago todavía vacío, puesto que se había negado a comer mayor cosa las últimas horas. Se sentó en el suelo frente a la baja mesa y comenzó a hacer todo lo que la reina esperaba tener listo los siguientes días. Sabía que no podría conciliar el sueño sin que las pesadillas atacaran sin misericordia el poco sosiego que le quedaba, por lo que le alegraba poder tener algo que hacer durante las horas restantes de la noche.
A medida que siguió trabajando, el contenido de la botella fue bajando cada vez más y los efectos del alcohol enmascararon su tristeza y soltaron sus pequeños y cansados movimientos hasta hacerlos amplios y grandes, sin cuidado ni pena alguna. Sin darse cuenta, el orden que mantenía en la habitación fue interrumpido y casi parecía como si un huracán de telas, vestidos y joyería hubiera atacado el lugar. En un principio no había parecido como si su madre le hubiera encargado mayor cosa.
—Ahora entiendo por qué Tom te quiere tanto —murmuró mirando la ahora vacía botella de vino —. Eres un buen compañero —halagó dejándola con descuido en un espacio libre que encontró, aunque después no se fijó si habría regado algún resto del líquido sobre algún vestido o la piedra del suelo.
Al volver su vista hacia las telas, frunció el ceño al no ver las piedras preciosas por las cuales todavía no se decidía. Soltó un resoplido, jurando haberlas dejado sobre el satén amarillo, pero en esos momentos el mismo estaba desprovisto de cualquier otro objeto. Solo un tul blanquecino reposaba sobre la pesada tela. Esperaba que su sobrio ser pudiera recordar ese momento más adelante, para jamás decidirse a usar esos colores para una boda.
Se arrodillo y gateó sobre los numerosos vestidos, buscando las pequeñas piedras, hasta que escuchó unos golpes en las puertas.
—¡Adelante! —Avisó sin llevar sus ojos hacia la fuente del sonido.
Hizo una pausa ignorando por completo a la persona que ingresó al obtener su permiso. Observó sus cercanos alrededores con los ojos achicados en concentración, a pesar de que el alcohol en su cuerpo empañaba y torcía su vista cada pocos segundos. Comenzaba a arrepentirse de haber cambiado de posición tan pronto, y agregó a su lista de quehaceres de medianoche a tomar unos cuantos bocados de su cena enfriada. Si los efectos secundarios de tomar vino con estómago vacío no eran tan amables, en verdad lo tendría en cuenta para una próxima vez. Porque no, no dudaba con que sí habría una próxima vez.
Al parecer los dioses estaban demandando un sacrificio y la habían elegido a ella esos días. Si tenía esperanzas de superarlos, coraje líquido de color vino tinto era lo que necesitaría.
—¿Princesa?
Apenas reconoció la voz que se abrió paso en sus murmullos sin sentido sobre la misión de encontrar algo que ya no recordaba qué era, calló de golpe y alzó la cabeza con la misma rapidez, el mundo tambaleándose con brusquedad a su alrededor. Ante la clara confusión en el borroso rostro de Geralt, sus mejillas respondieron sonrojándose y su cuerpo temblando, luchando por mantener el equilibrio en esa posición. De seguro su imagen esa noche era bastante inusual para cualquiera que la conociera.
—¿Sí, brujo? —Inquirió tratando de sonar sobria y casual, pero su posición de cuadrúpedo no colaboraba mucho en su caso. Por el rabillo del ojo distinguió algo brillando y sus ojos se iluminaron de la misma manera —. ¡Los encontré! —Celebró estirando una de sus manos hacia las piedras, recordando de repente que eso era lo que había estado buscando.
Al momento de perder el cuarto apoyo, no pudo mantener el equilibrio y cayó de lado. Aunque de seguro estaba haciendo el ridículo, poco pareció importarle cuando para ella fue toda una victoria tener en una de sus manos las piedras que tanto había querido encontrar. Había terminado acostada del lado del brazo estirado, sin saber que la delgada y liviana tela del vestido de dormir reposaba escandalosamente sobre sus femeninas curvas.
—¿Estás borracha? —Preguntó Geralt, luciendo incómodo y desviando sus ojos hacia otro punto de la habitación.
—Claro que no —contestó con rapidez, enderezándose hasta quedar sentada —. ¿Qué te hace pensar eso? —Preguntó llevando la mano libre a su cabeza, como se de esa forma el mundo dejara de tambalearse también.
—Algo más que... ¿todo esto? —Señaló los objetos que rodeaban a la pelirroja, aunque todavía parecía reacio en mirarla directamente.
—¿Turquesa o aguamarina? —Preguntó pasando por alto las palabras del rivio y alzando las pequeñas piedras en su dirección. Estiró su brazo, con la palma de la mano mirando hacia arriba y los objetos sobre la misma.
Geralt frunció el ceño, pareciendo completamente desorientado y sin palabras, no esperando aquella pregunta dirigida hacia él en específico. Pasados unos pocos segundos, pareció rendirse ante el insistente gesto y mirada de la joven mujer y sus ojos volvieron a posarse en ella, antes de obligarse a retirarlos de su encantador y sonrojado rostro para centrarse en las gemas.
—Las dos son azules —respondió.
Margery frunció los labios decepcionada y atrajo los objetos en cuestión hacia su rostro para examinarlos de cerca.
—Comienzo a sospechar que quien sea que me haya dicho que los brujos tenían los sentidos más desarrollados, me engañó por completo.
Geralt soltó un pesado suspiro, pero no lucía molesto en absoluto, porque de seguro encontraba cierta gracia en el desastre que en esos momentos representaba a la princesa. El hombre estaba convencido de que era el único en toda La Corte en presenciar el estado despreocupado, rebosante de informalidad de ella.
Aunque nunca lo fuera a poner en palabras, el rivio se sentía casi halagado de tener tan inesperada oportunidad de admirar ese lado de Margery. Aquel en el que no parecía estar atormentada por las palabras de las personas, su maldición ni cualquier otro problema que influyera en su ánimo.
Se agachó para quedar a la misma altura que ella, sus miradas conectándose casi de inmediato.
—¿Tal vez ámbar? —Inquirió ella ladeando la cabeza hacia su derecha y centrando sus orbes en los de Geralt con una atención diferente a la que él le estaba dando —. Diría que combina con todo, pero solo te he visto vestir de negro, así que no lo sé. Pero creo que una gema de color ámbar puede funcionar en una boda, menos con ese satén amarillo y ese tul —murmuró con el ceño fruncido y señalando vagamente las prendas para mostrarle a él.
Una mano furtiva masculina se detuvo a medio camino de tomar la femenina y fue retraída con rapidez al registrar en su cabeza las palabras dichas por la fémina. El hombre carraspeó y bajó la cabeza.
—Hablas de tu boda.
—¿Qué? No, qué horror... hablo de la de Tom —contestó, ajena a la tormenta que cruzó el rostro de Geralt en pocos segundos —. ¿Crees que Nimia sea como la princesa Janeatte?
La pregunta casi tomó desprevenidos a los dos, pero no le costó a ninguno recordar a quién se refería la pelirroja. Recuerdos de aquella conversación en la biblioteca mientras miraban los retratos de la opciones de su hermano, cruzaron por la mente de ambos.
El brujo tardó en contestar y eso pareció ser respuesta suficiente para que la preocupación nublara el juicio de Margery. Se levantó de golpe, dejando todas las telas, piedras y joyas olvidadas. Tambaleándose sobre sus dos pies, milagrosamente sin enredarse con todo lo regado en el piso, se comenzó a dirigir hacia las puertas. Geralt saltó en acción y antes de que la princesa pudiera estar cerca de la salida, la tomó en brazos en una sencilla maniobra.
No pasaron más de tres segundos cuando la joven mujer trató de forcejear en su contra.
—¡Geralt, tengo que impedir una boda! —Se quejó removiéndose en sus brazos, pero gracias a sus movimientos lentos y poco premeditados, no le costó para nada al brujo mantenerla en su lugar.
—Estás borracha.
—Apenas —apuntó ella rindiéndose y pasando su brazo izquierdo por los hombros del rivio, mientras que la derecha no tardó en posarse sobre el pecho masculino —. Solo siento un poquito los efectos del vino, pero nada más.
Bueno, la realidad no era aquella porque Margery de Mercibova comenzaba a sentir mucho más que solo el alcohol correr por sus venas. Algo más se había unido al viaje y la hizo sentir acalorada de repente a pesar de la tela ligera del vestido, completamente consciente de las partes de su cuerpo presionadas con el de Geralt. Gracias a la forma en que la tenía cargada, ella pudo cruzar sus pies descalzos y pegar un poco más su lateral izquierda hacia él, una acción que no había pasado por alto por parte del rivio, pero que de todas maneras decidió no hacer comentario alguno sobre ello. Tampoco pareció cómodo con eso porque su cuerpo se tensó, comprobado en el agarre que se intensificó en las piernas y espalda de Mary.
—Me agradecerás mañana —dijo él dándole la espalda a la puerta para comenzar a caminar hacia la cama deshecha de la princesa.
Margery frunció los labios en un puchero y miró con ojos decepcionados hacia la salida de sus aposentos. Soltó un suspiro y se desinfló por completo contra el peliblanco. Mañana tendría que vivir otro día en el que tenía que aceptar que prácticamente lanzarse a los brazos del brujo y buscar su calor, era en definitiva lo peor que se le pudo haber ocurrido esa noche.
—Puedo caminar —pidió con suavidad.
Geralt se detuvo y asintió a sus deseos. Muy pocas veces se negaba a algo que ella le pidiera. Se agachó un poco para posar los pies de la princesa en el suelo, todavía estabilizándola con el otro brazo rodeándola de la cintura. Se enderezó y la terminó de soltar con lentitud, incapaz de acelerar sus movimientos ni de despegar por completo su mano de ella, por lo que el proceso se convirtió en una duradera caricia.
Un suspiro quedó atrancado a medio camino en la garganta de Margery, quien no había dejado de mirarlo al rostro, pendiente de todos y cada uno de los movimientos de parte de él. Antes de que el peliblanco la dejara ir por completo, la pelirroja se estiró hacia él, tomándolo del rostro para así pegar sus labios en un descuidado beso.
Quizás en el fondo Geralt sabía las intenciones de ella antes de que fueran ejecutadas y aun así no la detuvo. Quizás una Margery sobria habría tenido mejor control sobre sus acciones y emociones, pero en esos momentos sintió que el control estaba siendo sobrevalorado. Quizás los dos sabían de nuevo el peligro que corrían al ceder por millonésima vez a sus deseos. Quizás los dos sabían lo mal que todo estaba y que, de todas formas, el consuelo que regalaban las caricias del otro era su norte seguro.
Quizás y solo quizás, era algo que los dos necesitaban.
Pero más que calmar sus remolinos de apetencia por el otro, solo alimentaron aquella chispa que comenzaba a arder.
Las bocas de ambos se acariciaron con cierta urgencia que antes no había estado presente. Los acontecimientos de días anteriores, las restricciones impuestas y las afecciones reprimidas terminaron de explotar en sus rostros en el momento menos esperado. Las manos de Margery pasaron de estar posadas en las rasposas mejillas para después enredarlas en los cabellos de Geralt, en busca de más cercanía. El brujo contestó con el mismo fervor, una mano yendo a tomarla de la nuca mientras que la otra la volvió a abrazar con fuerza por la cintura, acercando sus cuerpos hasta que estuvieron pecho a pecho, compartiendo sus acelerados latidos con los del otro.
La anatomía femenina reaccionó de inmediato, estremeciéndose con renovado gusto, mientras que se encegueció el raciocinio del rivio en su totalidad. Hubo un momento en que él no pudo percibir más que los labios de la princesa acariciando con insistencia los suyos. No pudo percibir nada más que su aliento, su aroma, su calor y su cuerpo completamente a su merced, dejándolo embriagado en ardiente deseo casi incontrolable.
La pelirroja se separó buscando aire, pero Geralt fue incapaz de dejar probar su piel, por lo que llevó su atención a la mandíbula de ella, recorriéndola en dirección sur hasta que llegó a su cuello. Sus labios, lengua y ligeros roces de dientes se encargaron de la sensible y delicada zona, su propio cuerpo encargándose de regocijarse ante de los temblores recibidos como respuesta. El no haber tenido la armadura puesta comenzaba a convertirse en la mejor decisión que pudo haber hecho esa noche, pues tenía la oportunidad de sentir cada curva, la calidez y cada entrecortada inhalación por parte de ella. Sin poder evitarlo, sus pantalones empezaron a apretarse.
Emocionada y ansiosa por todas las nuevas sensaciones que su cuerpo percibía, tiró su cabeza hacia atrás a la par que un gemido brotó de su boca, sedienta de más. Casi no podía creer la intensidad de aquel momento, donde solo podía pensar que quería más y más de él. Lo quería todo, todo de él.
Con aquel pensamiento en mente, lo alejó de ella con algo de dificultad y, sonriendo con cierta torpeza, sus labios y su piel lanzando corrientazos placenteros a su zona más íntima, comenzó a tratar de aflojar la camisa negra de Geralt. El rivio agachó su cabeza hasta juntar su frente con la de ella, su respiración agitada y los ojos cerrados con fuerza.
—Princesa —rogó, aunque no supo muy bien por qué.
Todos sus pensamientos estaban demasiado revueltos en su cabeza. Casi ni podía recordar que se había presentado a los aposentos de Margery para contarle el avance que había tenido con la maldición y el permiso de los reyes para ir en busca de la hechicera.
En cuanto sintió las delicadas manos femeninas tocar su abdomen y alzar su prenda de vestir para retirarla, algo pareció encenderse en su cerebro y la detuvo con sus manos. Los dos se quedaron quietos mirándose, sin saber ya qué era lo que se quería hacer: detenerse por completo o seguir adelante a rendirse en sus brazos.
—¿Geralt? —Suspiró ella, de tal manera que el sonido de su nombre brotar de sus labios era bastante cercano al mismo pecado.
Ante su silencio, Margery volvió a buscar sus labios y él la dejó, físicamente incapaz de alejarse por completo, pero no tomando más ventaja. No podía hacerlo. Ella no estaba en sus cinco sentidos y él tampoco. Su esencia lo había desbalanceado por completo y no estaba seguro de si querría recuperarse de aquel terrible placer.
Geralt cerró sus labios y se alejó, su rostro fruncido ante el esfuerzo que estaba haciendo por no sucumbir ante tales caricias y deseos que su cuerpo anhelaba con tanta insistencia. Dio un forzado paso lejos de ella y la miró.
Su pecho subía y bajaba con rapidez en cada inhalación, haciendo imposible su trabajo de despejar su vista de los pezones claramente erizados bajo la fina tela de su vestido, que seguían el acelerado compás de sus respiraciones. Toda su figura parecía haber quedado descubierta ante sus ojos a pesar de todavía seguir con ropa. Sus labios estaban hinchados, sus mejillas rojas, su melena rojiza descontrolada y sus ojos verdes cálidos observándolo con un brillo que bailaba entre la confusión y el deseo.
—No quieres ir más lejos, princesa —habló por primera vez, tratando de controlar su propia respiración y las reacciones de su cuerpo.
—Sí. Sí quiero, Geralt.
Él inhaló hondo y cerró los ojos por unos segundos, adoptando una expresión impaciente. La mujer en verdad no tenía ni la más mínima idea de lo que su aroma, sus palabras, sus besos habían hecho en él.
—No podemos.
Margery parpadeó varias veces seguidas. La adrenalina vivida segundos atrás, mezclada con los efectos del alcohol, comenzó a apaciguarse mientras que una corriente de pánico atravesó su espalda. Ante la negativa del brujo, su cuerpo parecía haber sido golpeado por una ola de sobriedad que la obligó a tragar saliva y a removerse en su sitio. Los restos del comienzo de una euforia que desconocía todavía seguían vibrando por sus sentidos, pero se iban menguando cada vez más.
—Tú no quieres —determinó y asintió con la poca firmeza que pudo recoger —. N-no me deseas.
Sus ojos dorados se clavaron en los de ella de repente, una mirada de total sorpresa e incredulidad dominó sus rasgos.
—No puedes siquiera comenzar a comprender el deseo que siento y tengo por ti —respondió con voz profunda y ronca, pero manteniéndose en su sitio. El universo mismo sabía el esfuerzo que tenía que hacer para no tomarla en brazos y así hacerla suya y ser de ella.
Por alguna extraña razón, Margery no supo cómo aceptar sus palabras. ¿Acaso él no comprendía la manera en que ella se entregaba a sus brazos sin dudarlo? ¿Acaso no comprendía que eso en verdad era algo que quería?
—Entonces, ¿por qué? —Inquirió, aunque no se tomó el valor de dar un paso hacia él. La distancia entre ellos era corta, sin embargo, parecía que todo un risco se había abierto entre los dos.
—Mereces algo mejor —contestó con aparente simpleza —. Además bebiste y estás confundida simplemente porque soy el único al que puedes tocar.
Oh.
Todo lo anterior desapareció por completo. Pequeñas agujas y alfileres comenzaron a enterrarse en la garganta de la princesa, su cuerpo recibiendo otra clase de oleada de calor debido a la vergüenza e incredulidad.
Margery se le quedó viendo por un momento, queriendo borrar sus acciones pasadas con tan solo un chasqueo de dedos. Pero era imposible, y solo le quedó a ella una riada de enojo.
—Llevo malentendiendo todo esto y ni siquiera debería estar impresionada. —Le dio la espalda y se encaminó a cubrirse con algo más —. ¿En verdad crees que sería capaz de invitar a cualquier hombre a conocerme como lo has hecho tú? ¿A besarme como lo has hecho tú? Gracias por aclararlo por los dos.
Su voz se quebró al final, pero no dejó que su cuerpo le siguiera, por lo que al ponerse una capa sobre sus hombros, se quedó en ese extremo de la habitación y lo enfrentó desde ahí.
—No lo he dicho por eso, yo...
Margery le interrumpió con un resoplido.
—Así que solamente crees que estás complaciendo mis caprichos —precisó entre dientes —, como si mis afecciones no fueran reales o no valieran nada para ti.
Geralt gruñó y una mano fue a parar en el puente de su nariz. Los dos estaban ya con escasa paciencia y, aunque en el momento no fueran conscientes de lo que salían de sus bocas en momentos de agitación, no tardarían en darse cuenta del terrible error que cometerían al ceder a la ira. Pero dicha ira parecía ser el último recurso para escudarse del dolor y del rechazo.
—Eso no es a lo que me refería —trató de razonar bajando la mira y centrando sus orbes en los de ella.
La princesa se cruzó de brazos y chasqueó la lengua. De repente tuvo el deseo de volver a tener una botella llena de licor para callarla y apaciguarla.
—¿Ah no? Entonces no quieres compadecerte de una mujer que no puede tocar a nadie más que a ti en este lugar —concluyó con veneno en su voz —. Dime brujo, ¿también te compadeces de las prostitutas a las que vas en un burdel? ¿Debería acordarte un pago o algo?
Las cejas del rivio se alzaron con sorpresa, impresionado por el golpe que dio la princesa, muy por debajo del cinturón.
La pelirroja cerró la boca de golpe, sus horribles palabras haciendo eco en su revoltosa cabeza. Habría querido culpar al alcohol, pero no se sentía tan mareada ni tambaleante como antes. Habría querido culpar cualquier otra pobre razón que no fuera su desespero, inseguridades ni destruido orgullo, pero ya no podía. Había querido culpar la nada misma o al universo por siempre ponerse en su contra, pero no podía y no tenía sentido.
Una expresión de pánico cruzó su cara, no obstante, Geralt ya se estaba volviendo hacia las puertas de sus aposentos, dándole la espalda.
—Geralt, espera, yo no quise...
—Espero que se sienta mejor el día de mañana, su alteza. Tendrá una audiencia con los reyes sobre el estado de la pronta terminación de la maldición.
Una inhalación se cortó de repente al escuchar las últimas palabras del hombre, las cuales salieron con un tono perfectamente controlado y parejo. Tenía que aceptarlo. Geralt podía, de hecho, mantenerse tranquilo y sereno, su rostro imposible de leer incluso a pesar de haber tenido que soportar su reacción injusta e inmadura.
Margery se quedó como estatua en su lugar mientras observó al brujo salir en completo silencio del espacio. Se llevó las manos al rostro y frotó sus ojos queriendo evitar las lágrimas, y se recostó sobre su cama, desanimada y rendida. De seguro al amanecer, la resaca atacaría su cráneo como resultado de aquella terrible noche y su corazón la atacaría con dolorosos y culpables latidos que no sabría cómo calmar.
Las cosas fueron intensas. La cosas se arruinaron.
Todo perfectamente equilibrado, justo como debe ser.
Saben que no me voy a disculpar por mi maldad xdd
Espero que les haya gustado el capítulo ^^
No se enojen con Margery, es humana, no está exenta de decir pendejadas cuando no puede controlarse. Todos somos así de bobos en algún momento de nuestras vidas y el arrepentimiento es grande. Entiendo si ustedes también se enojan (sería raro si no lo hicieran ^^), pero no crucen la línea que al otro lado está su mamá, o sea yo ahre
Respiren y odien este capítulo Meralt, porque ya construimos toda la torre de yenga de la historia para ahora dejarla caer más adelante. En verdad, todavía pueden respirar y estar relax jajajaja saludos
Por cierto, aprecien la maravilla de nueva portada que ha hecho -BarbsxNina- para la historia. En verdad le ha quedado de maravilla, ¿no? Para futuras referencias, están en el bosque de Las Sombras byeeeee
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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