XXVII
" La vejez viene
desnuda de complejos
y de cobardes. "
El hombre soltó un pesado suspiro mientras se quedó observando el pergamino con detenimiento. Una mano acariciaba su corta barba canosa con calculados movimientos pensativos, su codo apoyado en la lisa superficie de la mesa larga con el cuerpo inclinado hacia la misma. A pesar de la aparente densidad de una imagen buen puesta, incluso cuando ni siquiera alzaba la vista, sus oídos estaban enajenados a todos los sonidos de su alrededor.
Después de haber recibido el mensaje por parte de la maga de La Corte, no había podido volver a prestar su total atención al Consejo o a los otros reyes todavía involucrados en la actual reunión. Su mente no podía dejar de estudiar las mismas palabras una y otra vez, tratando de recordar algo que resultara útil para la situación que se le acababa de presentar. Una situación inesperada, sobre la cual debía transitar con pensamientos afilados, ojo crítico, palabras bien seleccionadas y acciones finales que sabía que tendría que llevar a cabo en algún momento.
Ante la falta de respuesta por parte del rey, el lugar se sumió en silencio y numerosas miradas cayeron sobre el hombre de orbes azulinos que heredó a su hijo mayor. Confundidos, se miraron unos a otros, mas no hicieron ninguna pregunta al respecto, esperando con respetuosa paciencia lo que el rey diría a continuación.
—Despejen la sala y dejen entrar al brujo.
Su orden fue acatada de inmediato, Damien, Ivo y Johannes levantándose casi al tiempo que el resto de los nobles y consejeros, el comandante Denys y el capitán Raff también. El rey timatenense se detuvo unos pocos segundos en las puertas ya abiertas, antes de decidirse por salir hacia el pasillo con los demás al final, no sin antes echarle un corta mirada al rivio, que estaba a un lado. No obstante, un solo hombre permaneció de pie a un lado de su puesto anterior, reacio a dejar la anterior discusión en ascuas.
—Su majestad, no podemos perder más tiempo. Si la información de nuestras águilas es verídica, debemos comenzar a mandar tropas para flanquear y proteger nuestro territorio.
—Ahora, Lord Mercia —dijo el rey Eliastor a modo de respuesta, sin necesidad de alzar la voz ni volverse a verlo a la cara. Era lo último que necesitaba hacer: discutir con un hombre que estaba usando la situación crítica del reino a su favor para hacerse conocer y ser escuchado. Quizás sus intenciones no fueran del todo malas, pero reconocía lo que estaba moviendo la voluntad de Andreth Mercia, y la codicia jugaba un papel importante.
El hombre en cuestión tensionó la mandíbula con enojo y asintió cortamente, haciendo una pequeña reverencia. Caminó con la cabeza en alto y una mueca de disgusto marcada en el rostro, la cual no se tomó la molestia de ocultar mientras salió del lugar. Eliastor sabía que de seguro Mercia usaría esos momentos para seguir parloteando mientras que hablaba a solas con el brujo y la maga.
No pasaron más de diez segundos cuando Geralt de Rivia ingresó, las puertas siendo cerradas detrás de él con suavidad por los guardias del pasillo. Habían otros dos situados en el cuarto a ambos lados del peliblanco, que no se movieron ni parpadearon en su dirección. La luz del lugar era amarillenta por las numerosas velas y hachones que lo llenaban en diferentes candelabros, ya que la luz del día había sido reemplazada por la oscuridad nocturna. Al otro extremo del espacio, el hombre de ojos dorados pudo distinguir a Blanche de pie a la derecha del rey, sus brazos cruzados y su rostro serio e impasible.
Él se quedó de pie en su sitio después de inclinarse a modo de saludo, hasta que el rey mercibonense le dio el visto bueno de acercarse a la mesa rebosante de mapas y listas.
Sus orbes ámbares repasaron los materiales por encima, consciente de todos los temas que abarcaban el castillo últimamente y que, a su vez, apenas se lograban materializar en aquellos documentos. La preocupación, las preparaciones y el afán de consolidar alianzas seguía latente, subiendo de intensidad y necesidad desde que el rey de Alysion dejó esas tierras junto con el rechazo de la princesa a su propuesta de matrimonio. Al terminar su barrido sobre la mesa, llevó su atenta mirada hacia la expresión de Eliastor, que parecía ser casi imposible de leer, incluso para él.
—¿Dónde encontraron esta información? —Inquirió el hombre, despegando sus ojos por primera vez del pergamino para clavarlos con intensidad en los del rivio.
—Estaban en la biblioteca, su majestad —respondió Geralt, con voz pareja.
—La sección de documentación sobre la maldición es un caos, pero ha sido comprobado que tiene los elementos que tanto han faltado estos años —corroboró la fémina de piel morena a modo de esclarecer aun más la respuesta previa.
El padre de Margery asintió y volvió a repasar las palabras una y otra vez en su cabeza, prácticamente memorizándolas, esperando encontrar alguna clase de familiaridad con las mismas, pero nada despertaba en sus recuerdos. Era consciente de que gran parte de la historia de Mercibova estaba oculta entre las paredes de ese castillo o entre las memorias de la gente, en medio de leyendas o cuentos que seguían la tradición oral. Era normal si nadie creía en lo escuchado, pues no existían pruebas, pero sí demasiadas versiones.
Varias generaciones habían pasado ya desde los primeros asentamientos de Mercibova, mucho antes de que la realeza aceptara el consejo de una persona poseedora de magia en su corte. Eliastor estaba completamente seguro que no había ninguna persona viva que pudiera corroborar lo que Blanche de Aninthaia había sugerido en simples palabras que conllevaban un peso demasiado grande, hasta para él, en insignificante pedazo de pergamino. La teoría no solo era delicada, sino que arruinaría por completo su descendencia y su derecho a la corona.
Ser rey era un trabajo arduo y de eso era consciente. Pero a su vez él debía considerar que no solo era eso, también era un padre y estaba convencido de que en ese ámbito ya había fallado numerosas veces. Si esa era su oportunidad de suavizar heridas del pasado —con más esperanza de la que debía permitirse—, quería hacerlo bien y no saltar a conclusiones solo por el simple hecho de hacerlo. Si esa era su oportunidad de ayudar a su hija y a su descendencia, quería aprovecharlo, pero tendría que hacerlo de la mejor manera y con mayor cautela.
—¿Están seguros que esto es lo único que han encontrado? La información sigue siendo limitada. —Negó con la cabeza, soltando por fin el pergamino y dejando recostarse en el espaldar del sillón —. No voy a volver a arriesgar la vida de mi hija en una travesía con un fin incierto. Ni siquiera podemos saber si esa mujer existió o si sigue con vida.
—Su majestad, reconozco la complejidad del hechizo —intervino Blanche dando un paso hacia el frente para acercarse —, la primera parte de los símbolos usados coinciden con las marcas de la princesa. La segunda parte fue modificada por Los Cuervos.
Apenas escuchó la última frase pronunciada por la mujer, el cuerpo del rey se endureció como una roca y su expresión se ensombreció. Geralt, a pesar de haber permanecido en silencio ante el intercambio de palabras frente a él, no le fue complicado observar el cambio negativo en Eliastor. Repitió el nombre mentalmente, tratando de recordar en dónde lo había escuchado con anterioridad, pero no obtuvo respuesta alguna.
—¿Acaso está sugiriendo que ellos ya tenían conocimiento de esto? —Cuestionó con cierta brusquedad, señalando con una de sus manos el pergamino —. Y si fue así, no pudieron haberlo descubierto solos, no eran mercibonenses.
—Ahora solo queda considerar todas la posibilidades y no difundirlas con nadie más —comentó Geralt, compartiendo una leve mirada con Blanche, acordando en silencio encontrarse después de la reunión con el progenitor de la princesa.
El ceño ya fruncido de Eliastor se profundizó y se levantó de su sitio.
—Déjennos —ordenó hacia los guardias que estaban custodiando la puerta.
Los soldados hicieron una leve reverencia ante el hombre e hicieron lo pedido en pocos segundos. Una vez quedaron los tres solos, el monarca volvió sus ojos hacia el brujo y luego a la maga.
—Les puedo asegurar que no es la primera vez que alguien ha buscado entre los libros y documentos de la biblioteca, sobre todo los que que tengan siquiera un indicio de información sobre La Maldición del Naranjo Seco. —Apoyó ambas manos sobre la mesa, llevando su peso corporal hacia las mismas para inclinarse. Apretó los dientes, una expresión de molestia acentuando sus rasgos entre más tiempo leyó lo que la maga había puesto en el pergamino —. Lo que me están mostrando debió haber sido encontrado hace años.
Todos los presentes sabían que las palabras del hombre eran verdad. Pero dicha verdad había abierto un caudaloso río de sospechas.
—Su majestad, no creerá que...
—Sí —le interrumpió a la pelinegra.
Geralt se removió incómodo en su posición, su cuerpo poniéndose alerta a las acusaciones del rey. Lo comprendía a la perfección y tenía que darle crédito a su forma de pensar tan rápida. A él ni siquiera se le había pasado aquella opción por la cabeza desde que encontró el libro. Después de todo, él era tan nuevo a esos terrenos como lo pudieron ser Los Cuervos, pero debía aceptar que era necesario considerarlo, después de todo lo sucedido.
—Puede existir esa posibilidad —concordó el brujo.
—Revisen bien todo esto —señaló Eliastor, enderezándose —. Hasta donde sabemos, esta información fue plantada para ser encontrada y sobre todo, completamente falsa.
Una vez más, Blanche y Geralt compartieron una corta mirada, pero aún así, asintieron a las palabras del rey.
» Sin importar la hora, el momento o cualquier otra cosa que crean poder considerar como un inconveniente —continuó el mercibonense —, se les concederá una audiencia conmigo y con la reina. Es lo único que se puede hacer por ahora. Las acusaciones son temas serios, pero en estos momentos, es lo último y único que debo considerar con respecto a lo que me han mostrado hoy.
—Entiendo, su majestad. Nos encargaremos de encontrar la verdad —respondió Blanche con veneración, algo que llamó la atención del rivio, más su rostro no mostró señal de ello y permaneció neutral.
Con una suave señal del hombre, Geralt y la maga se encaminaron hacia la salida del cuarto en completo silencio. Abrieron las puertas y las dejaron ajustadas, a sabiendas de que el rey pronto daría la señal para que se reintegraran los miembros de la reunión anteriormente interrumpida.
Sin mirar atrás ni compartir palabra durante el trayecto, Blanche y el brujo se dirigieron a un corredor más tranquilo para hablar. Se aseguraron que no habrían oídos cercanos para escucharlos, antes de quedarse quietos, con la atención puesta en el otro.
—Los Cuervos —inició el rivio con una petición latente en su tono de voz.
La pelinegra torció la boca y posó sus manos sobre sus caderas, por encima del comienzo de la falda de su ancho vestido de colores tierra.
—Fueron una pareja de alquimistas: Jassica y Danek —explicó en voz baja. Para el hombre no fue difícil notar lo disconforme que se veía la fémina al pronunciar sus nombres, como si los mismos fueran una especie de veneno mortal —. Fueron contratados para tratar de romper la maldición años atrás. Lo curioso y algo que debió haber sido razón suficiente para ser rechazados, fue que ellos no habían sido buscados por los reyes; ellos llegaron aquí proclamando lo que podrían hacer con sus conocimientos y su ciencia.
—Pero la maldición de la princesa no tiene nada que ver con eso...
—Estaban desesperados —excusó Blanche a los progenitores de la princesa, frunciendo el ceño —. Yo no he podido hacer nada con mi magia ni hechizos. —Negó repetidas veces con la cabeza, su ceño acentuándose, como si recuerdos del pasado, de metas jamás cumplidas se acabaran de presentar en su cabeza a nublar sus pensamientos y traer sensaciones de tristeza profunda. De no poder ser lo suficientemente buena en algo para lo que se suponía, había nacido.
» Es un linaje maldito. Recae en hombres y mujeres por igual en una generación al azar —recordó con pesadumbre —. La respuesta parecía ser demasiado obvia para ellos y creímos en sus palabras: en la sangre de la familia real. En la sangre de la princesa.
Antes de siquiera volver a hablar, la maga cerró la boca y resopló. Geralt se quedó quieto y en silencio, esperando a que continuara, a pesar de ya hacerse una idea de lo que la princesa tuvo que soportar. Una idea que lo molestó de manera casi insoportable, con imágenes involuntarias reproduciéndose en su cabeza sobre cómo habría obtenido aquella cicatriz en la piel de su hombro derecho. No solo Margery de Mercibova había sido encerrada en una torre la mayor parte de su vida, sino que también había sido víctima de crueles experimentos camuflados en la esperanza de poder deshacerse de aquello que tanto la atormentaba.
No obstante, ella no había tenido intenciones de trocar un trauma por otro.
—Pero no importa ya. Están muertos —cortó la morena, no queriendo hablar más del asunto.
—Importa si ellos ya sabían del hechizo —presionó el rivio.
Ante sus últimas palabras, los dos callaron pensativos, analizando lo conversado.
La mujer de ojos avellana inhaló con fuerza, tratando de mantener la compostura a la vez que un escalofrío bajó por su espalda. El brujo cerró los ojos con fuerza, apenas pudiendo controlar su creciente enojo y empuñó sus manos a ambos lados de su cuerpo. La respuesta era en realidad tan evidente como dolorosa.
—Alguien los envió. Alguien lo sabe todo —susurró la pelinegra afligida, llevando una mano a su estómago, sintiéndolo revolverse en molestos retorcijones.
—Es la hechicera.
—¿Entonces por qué habría ayudado todos esos años atrás? No tiene sentido —descartó, negando con la cabeza.
Geralt gruñó con exasperación, queriendo encontrar pronto todas las respuestas, aunque no podía negar que al mismo tiempo le preocupaban. Cada vez parecían ser más peligrosas, con muchos más elementos en juego de lo que se habría imaginado antes. El rey Eliastor tenía razón. Ellos no podían acusar a nadie directamente, y lo correcto era darle el beneficio de la duda a todas las personas en las que podrían llegar a sospechar. Alguien que provenía de afuera tenía su mira en Meribova desde hacía años, cubriendo sus huellas a la perfección, tanto que al parecer había podido entrar al mismo castillo.
Pudo haber enviado a Los Cuervos y pudo haber plantado el libro y la carta en la biblioteca. Demostraba ingenio y recursos en sus acciones ocultas. Pudo incluso haber destruido los aposentos de la princesa, demostrando cuánto poder y control tenía sobre todos ellos.
Estaban jugando el juego de alguien desconocido que, más que un aliado por los descubrimientos que había quizás ayudado a hacer —como la poción que Geralt usó para revelar lo que la tersa y pálida piel de Margery ocultaba— en realidad tenía el perfecto espíritu de un enemigo. Los había estado manejando a su antojo todo ese tiempo y apenas comenzaban a ver una parte del problema. Sin embargo, debían terminar con todo de raíz y la dificultad radicaba en tener que encontrar la cabeza que había estado maquinando todo eso.
—Hasta podría ser alguno de los reyes invitados, Geralt —murmuró Blanche, girándose un poco hacia las puertas cerradas que daban entrada al salón en el que estuvieron hablando con Eliastor.
Ojos de irises ámbares salieron disparados hacia el rostro moreno femenino.
—El rey de Timatand.
La pelinegra frunció el ceño y volvió sus orbes hacia los del hombre. Era la segunda vez que el brujo saltaba a conclusiones apresuradas en una sola conversación.
—¿Cómo dices? ¿Por qué estás tan seguro de eso? —Inquirió con seriedad, cruzando sus brazos, determinando no solo distancia entre los dos, sino también un claro desacuerdo.
Se había precipitado demasiado y ahora lo único que le quedaba era mantenerse callado. Bajo ninguna circunstancia debía articular palabra sobre las razones por las que no confiaba en Ivo. Para él eran demasiado obvias, pero era porque tenía intereses involucrados. Tenía que ser más inteligente que eso, debían tener más astucia y aprender a moverse entre los planes del desconocido si deseaban salir victoriosos.
Sobre todo si deseaba ayudar a la princesa.
—Solo... debemos buscar opciones —gruñó a modo de contestación, desviando la mirada.
Incluso cuando sabía que la maga no se creería ni la mitad de las palabras que acababa de pronunciar, le sorprendió al darse que cuenta que ella no insistió.
—Él queda fuera del tema, Geralt. Su alianza con Mercibova ha sido firmada y se consolidará con la boda del príncipe Pierstom. Una vez él esté casado con la princesa Nimia, la coalición entre los dos reinos será la base contra Alysion.
El rivio asintió, a pesar de no haber podido digerir lo dicho por la morena.
Quizás ella, al estar tan involucrada en los asuntos de Mercibova en específico, se sintiera con la obligación de estar del lado de sus reyes. Incluso cuando le costaba a él aceptarlo, podía ver la gran devoción que Blanche tenía por el reino al que servía y también por la misma familia real. Era una imagen rara de ver, puesto que las relaciones de humanos con gente poseedora de magia no siempre eran agradables, hasta cuando incluían a magos o hechiceras para ser consejeros en La Corte. Pero de alguna manera comprendía el porqué de ello. Era una corte particular, pero el lugar no era lo que la hacía especial, sino las personas en ella.
Personas como Margery.
Y él era perfectamente consciente de ello.
De todas maneras, Geralt no le debía ninguna lealtad a ningún rey que caminaba por ese castillo. Él y la maga tenían intereses involucrados en la situación, pero eran diferentes. Mientras uno de ellos sería ciego por un lado, el otro lo miraría con distintos ojos. Eran un equipo poco probable y el brujo prefería hacer su trabajo solo, empero la Maldición del Naranjo Seco estaba representando algo completamente desconocido para él y si en verdad esperaba poder ayudar a aquella mujer de hipnóticos ojos verdosos y vibrante cabellera rojiza, tendría que aceptar y hasta por preguntar la ayuda de la maga de La Corte. Por más que le pesara admitirlo en voz alta.
—Eh, ¿alteza?
El castaño se enderezó de repente y se volvió hacia la voz femenina que lo llamó a unos cuantos pasos detrás de él y de su prometida. Una amistosa sonrisa curvó sus labios a la vez que Nimia se giró también para observar a Sarai, una expresión igual de amable como siempre.
—Ah, Sarai —saludó el príncipe acercándose la nombrada después de dejar en las manos de la princesa timatenense lo que parecía ser un obsequio —. Guavain me dijo que tenías noticias sobre mi hermana. Cuéntame.
La sirvienta asintió y miró de reojo hacia la castaña oscura, compartiendo una corta mirada antes de posarla en la azulina de Pierstom. Se aclaró la garganta, volviendo a asentir. Cada día encontraba más dificultad para comunicarse con el príncipe o la princesa, sobre todo porque la presencia de su futura reina la ponía más nerviosa de lo que en realidad quisiera admitir.
Empujando aquellas sensaciones y pensamientos atrás, se obligó a hablar.
—Todavía está en cama —adelantó, no queriendo que el castaño se hiciera todavía una idea demasiado positiva sobre el estado de la pelirroja —. Pero ya está despierta, solo que se niega a comer su cena. Pensaba que tal vez le podría ayudar con ello.
—Por supuesto —aceptó él de inmediato —. Apenas me asegure que mi hermana está bien, volveré, ¿está bien? —Consultó llevando sus ojos hacia los cafés de Nimia.
—No te preocupes por eso, Tom. Comprendo perfectamente —respondió con tranquilidad, posando una afectuosa mano libre en la masculina.
El hombre asintió agradecido, dedicó una última sonrisa y emprendió camino hacia los aposentos de la princesa. Antes de que Sarai pudiera seguirlo de cerca, una presión en uno de sus hombros le impidió avanzar. Encogiéndose bajo el indoloro, pero firme agarre, ladeó la cabeza hasta que sus orbes cayeron en los de la mujer de piel oliva.
» Quisiera hablar contigo, Sarai. Estoy segura que hay mucho de qué discutir.
—Su alteza, me temo que este es un momento poco adecuado para ello. La princesa...
—Está en buenas manos con su hermano —completó Nimia, lanzando una corta mirada hacia el camino que tomó su futuro esposo para después volverla a posar en la azulina —. Por favor.
La rubia parpadeó, jamás esperando escuchar tales palabras provenientes de una princesa hacia ella. Apretó los labios y, con un ligero suspiro de rendición, asintió.
Entonces ambas mujeres tomaron una dirección diferente a la del príncipe mercibonense y caminaron una al lado de la otra hacia los jardines, con tal de tener un poco más de privacidad.
En cuanto Pierstom pudo ver las puertas cerradas que daban a la habitación de Margery, por el otro extremo del pasillo, distinguió a alguien más caminando hacia su misma meta. Achicó los ojos a la vez que aceleró el paso, pero su semblante serio se deshizo en otra amistosa sonrisa cuando reconoció a su amigo de cabellos castaños dorados.
Ambos hombres terminaron encontrándose al frente de las puertas. Uno con manos vacías, el otro con un encantador ramo de flores bastante arreglado. Hasta el cordón que sostenía el colorido ornamento junto parecía ser bastante delicado y cuidadosamente elegido, llevando el color turquesa, el preferido de Margery. Aunque parecían haber sido tomadas del mismo jardín, se podía notar el esmero que el diseño mostraba.
—Así que estás tratando de conquistar a mi hermana con flores que no cortaste tú —delató con seriedad, pero el rey amcotteso pudo distinguir con facilidad la mirada brillante y entretenida del castaño oscuro.
—No quería volver a hacer el ridículo ante ella —confesó con una vergonzosa curvatura de labios.
—¿Algo que deba saber? —Inquirió ladeando la cabeza —. Mary no me ha contado nada sobre su paseo a Lyriton. Debió haber sido una gran sorpresa para ella, dado que fue su primera vez.
Le mentira salió con fluidez de su boca, más que todo por la costumbre de siempre tener que ocultar la verdad de su vida para beneficio de su imagen y la que todos esperaban de él, sobre todo para proteger a su hermana. Pero incluso así, no pudo calmar la sensación de tristeza al tener que ocultar aquello a un amigo tan cercano, que lo conocía tan bien; a aquel que sabía lo que más guardaba su corazón roto.
Parpadeó, tratando de borrar el recuerdo de cierto hombre de piel morena y profundos ojos oscuros para centrarse en el que tenía ante él.
—Solo me enteré que se encontraba enferma —respondió encogiéndose un poco de hombros, tampoco queriendo dar detalles de dicho paseo —. Creí que tal vez le gustarían unas flores para subir el ánimo.
—Las flores no lo harán —contestó con simpleza —. Tal vez tinta y carboncillos hagan el truco.
Damien alzó la cejas, no esperando recibir ayuda de parte de Pierstom.
—¿No se supone que debes ser una pesadilla para los pretendientes de la princesa?
—Lamento informarte que más que tormento, necesitas ayuda, querido amigo. —Le palmeó uno de los hombros como si le estuviera dando el pésame, seguido de una ligera carcajada —. La verdad me sorprende que estés siquiera interesado. Recuerdo que cuando éramos niños... estabas aterrado de las niñas.
Ambos soltaron una risa ante los pocos, pero muy valiosos momentos compartidos.
—No me malinterpretes —intervino Damien, todavía sonriendo —, Margery me aterra de una manera que no comprendo. Pero no es la maldición ni tampoco por ser mujer.
Una mirada de reconocimiento se asentó en los ojos del príncipe.
—Es ella —le ayudó a terminar, a media voz y con la garganta apretada.
Observó con cuidado las expresiones que siguieron a sus palabras en el rostro ajeno. Observó la realización asentarse en la mirada esmeralda junto a una nueva visión de lo que el papel de un hombre debía cumplir, no solo por el bien de su reino, sino por el bien de la mujer a quien estaba considerando como su futura esposa y reina. En ese instante, Pierstom se dio cuenta que su hermana estaba en serios problemas, no solo porque ella misma debía cumplir también su parte en la vida en la que había nacido, sino porque últimamente era una en la que no deseaba seguir formando parte. Porque su corazón ya había sido tomado y no importaba qué tan roto estuviera: siempre latiría con más fuerza por la persona que fue conquistado primero.
Más si esa persona correspondía con pequeños y considerados gestos que podrían pasar por alto ante los ojos de miles de personas no observadoras.
—Sí —concordó Damien con suavidad, los labios temblorosos de nervios —. Iré a conseguirle lo que dijiste, pero por favor, entrégale esto de mi parte. —Extendió el ramo hacia Pierstom.
El castaño asintió, aceptando el adorno.
—Ian, debo confesarte que necesitarás mucho más que solo tinta o carboncillos —dijo a modo de broma, queriendo hacer lo correcto una vez más, ignorando deliberadamente lo que Margery en verdad querría en esos momentos.
—No lo dudo, Tom. La princesa es amable por naturaleza y sabe hacer las preguntas justas al igual que dar respuestas, pero no me cuesta saber que al mismo tiempo, ella se asegura de estar resguardada.
El rey amcotteso no dejó que la seriedad en el rostro de su amigo menguara su nueva esperanza encontrada. Con un leve movimiento de cabeza se despidió y partió del lugar, dejando al príncipe solo frente a los aposentos de la mujer, tópico de la conversación, con la mirada perdida y un ramo de coloridas flores que contrastaban con su rostro carente de emoción.
Tomando una profunda bocanada de aire, Pierstom asintió para sí mismo una vez más, pensando en las palabras para compartir con su hermana. Se giró hacia las puertas y tocó la tallada madera con los nudillos de su mano derecha.
Se me hace raro... el capítulo trató de Margery, pero ella ni siquiera apareció jajajajaj
¡Cuéntenme qué les ha parecido!
¿Muchas dudas? ¿Muchos problemas?
¿Demasiada confusión? ¿No saben si Damien o Geralt?
Créanme cuando les digo que ni siquiera yo esperaba formar tremendo quilombo, pero las cosas nunca son tan sencillas y esta historia lo demuestra ahre
Por cierto, una pequeña advertencia: no confíen en nadie. Hasta la persona que siempre estuvo cerca puede ser culpable de muchas cosas :o
Lo de "Los Cuervos" se me ocurrió antes de ver Shadow and Bone (y no, no he leído los libros). Consideré cambiarlo, pero la verdad: siempre perezosa ^^
No olviden de dejar sus bellos votos. Si igualan a los del capítulo anterior, quizás suba el siguiente más pronto, porque les conviene a los Meralt shippers jijijiji
Había pensado subir más pronto, pero el ánimo se me bajó drásticamente por algo que vi aquí en wattpad y comencé a dudar mucho de mis historias, en general.
Pero aquí vamos luchando contra la negatividad.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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