XVIII
" Si el corazón
se aburre de querer,
para qué sirve. "
—Mario Benedetti.
Ya había perdido la cuenta de cuántas noches habían pasado sin que pudiera descansar y dormirse. Lo diferente esa vez, era que no había sido por incomodidad ni miedo, ni siquiera por estar triste o estar sobre pensando cosas que no debería con respecto al brujo. Su falta de sueño y extremo cansancio no era negativa tampoco, y se resumía en una sola frase que había quedado grabada en su cabeza. Palabras que, si bien podían dar el camino para romper la maldición, no era capaz de encontrarles una lógica aparente.
Esa noche, fue la primera vez que ella fue consciente de los secretos que su propio linaje guardaba.
La cicatriz en su hombro no era la única en realidad, solo resaltaba porque dos personas de su pasado, verdaderamente terribles y que formaron parte de su vida cuando estuvo encerrada en la Torre Norte, se tomaron el trabajo de sacarla a relucir con pociones, fuego y hierro hirviendo. Había muchas más regadas sobre su piel, empezando desde su nuca y perdiéndose o desvaneciéndose en su espalda. Estaban unidas y entrelazadas entre sí, o al menos eso fue lo que pareció asegurar Geralt, quien observó todo lo que más pudo con ayuda de la amarillenta luz de la chimenea.
Margery por un momento creyó que no llegarían a nada, hasta que el hombre reconoció una de ellas. La mayoría, por no señalar todas, se trataban de runas de un lenguaje tan antiguo como la Ley de la Sorpresa, pero que ya no era usado en ninguna civilización. Sus orígenes eran desconocidos en su totalidad. No había datos de que alguna vez existió, pero el simple hecho de que ella cargara con esos símbolos, probablemente desde su nacimiento, aumentaba la probabilidad de lo que el rivio había descubierto.
"Protección."
"Sin magia."
Por millonésima vez en la corta mañana, un suspiro salió de sus labios, para solo perderse entre los parloteos de su madre moviéndose alrededor de sus aposentos.
La reina Caitriona parecía tener mucha más energía y ánimos de lo que a la princesa le hubiese gustado. Casi le parecía irónico pensar que extrañaba los momentos en los que su madre callaba con aquella mirada que lo podía observar todo. De seguro el banquete de esa noche era la razón por la que estuviera emocionada, incluso más de lo que cualquier otra persona en el castillo habría esperado. Por una milésima de segundo, la joven se preguntó quién estaría eligiendo a su futuro esposo, ya que, para la pelirroja, todo eso no significaba nada más que formar alianzas y jugar su parte como princesa de la manera que era verdaderamente esperada.
Asintiendo en completo silencio a cada una de las cosas que eran habladas en su dirección, el ambiente removido a su alrededor se mantuvo por unos minutos más. De igual forma en que su madre había entrado a la habitación, seguida de sirvientes cargando diferentes telas, zapatos y vestidos, pronto salió, dejándole el trabajo a su hija. Dejaron todo organizado y en el lugar solo quedaron Sarai, el sastre y Margery.
—¿Usted que opina su alteza? —Preguntó el hombre de mayor edad, cuyos cabellos grisáceos eran pocos sobre su cabeza. Sus movimientos eran detenidos y sus manos temblaban hasta con el más mínimo movimiento. Aun así, todos en La Corte aseguraban su aguda vista y gusto —. Su majestad, la reina Caitriona, desea algo bastante llamativo para esta noche, pues quiere mezclar un poco los festivales de primavera con su noche de compromiso.
La pelirroja solo se dedicó a pasear su mirada por las diferentes prendas, tensionando la mandíbula. Su mente estaba hecha un revoltijo y no porque el resto de su vida se decidiría en unas cuantas horas, sino porque su maldición...
—¿Hay algún vestido que demuestre "yo no debería hacer esto", tal vez?
Todas las miradas del espacio cayeron sobre la figura del príncipe, quien sonrió con galantería y se adentró al cuarto con total libertad. Tomó asiento en uno de los muebles, sin importarle el hecho de casi haber caído encima de uno de los tantos vestidos que su hermana debería elegir pronto. Por el rabillo del ojo, la fémina de ojos verdes notó la manera en que el rostro del sastre se crispó ante las descuidadas acciones del castaño, pero pronto lo vio volviendo a centrar su atención en ella.
—Será un poco más complicado decidirlo en estos momentos, Ludwig —dijo la princesa con serenidad —. Déjeme sopesar bien todas las opciones y le haré llegar palabra sobre lo que escoja.
El hombre de mayor edad asintió con inquietud y, después de lanzarle una última mirada a Pierstom, salió en completo silencio. Las puertas fueron cerradas y una vez más solos, el heredero al trono alzó una ceja y volvió a hacer la pregunta.
—Tal vez violeta azulado —opinó Sarai acercándose a un vestido de tal color —. Podrías decirle al señor Ludwig que escriba esas palabras en hilos de...
—No lo animes, Sarai —pidió cruzándose de brazos —. Y tú, levántate. —Miró a su hermano —. Al pobre casi le da algo cuando te sentaste encima.
—¿Negro tal vez? —Insistió el príncipe sin moverse de su sitio.
—No estoy asistiendo a mi propio funeral —se quejó mirando hacia arriba. Cerró los ojos con cierto fastidio.
—Creí que querías mi opinión con respecto a lo que debías usar esta noche y por eso me habías llamado. —Chasqueó la lengua y finalmente se puso en pie —. Deberías tenerla en cuenta, dado que seré rey.
La princesa abrió los ojos y miró al castaño. Sabía las razones por las que él estaba repitiendo tanto esas palabras. Sus silenciosos pensamientos no eran suficiente para que se hiciera a la idea, se lo tenía que repetir, no a otra persona, sino a sí mismo para aquel futuro hecho se asentara en su cabeza. Lo necesitaba tanto o más como Margery necesitaba decirse que debía escoger de forma sabia al hombre con el que uniría su vida.
Incluso de esa manera, todo seguía pareciéndole lejano. Solo faltaban horas y ella... no tenía la concentración puesta en ello.
—Necesito hablar contigo sobre la maldición, no sobre vestidos.
Aquellas palabras captaron la total atención del castaño, quien no dudó ni medio segundo en acercarse a su hermana. Por sus ojos pasaron tantas emociones que, por un momento, Margery tuvo que desviar la mirada hacia el suelo, antes de volver hacia el familiar rostro. Reconocía la contenida emoción que rodeaba a Pierstom, pues quizás él ya se había hecho una precipitada idea de que el brujo estaba mucho más cerca de solucionarlo todo.
Tal vez sí, pero ella no podía evitar seguir viendo obstáculos.
La princesa casi se sintió culpable de tener que machacar esa ilusión para aclarar que solo la confusión era lo que había aumentado en la situación.
—Geralt estuvo aquí anoche y... —Frunció el ceño al ver la sonrisa en el rostro de su hermano, sin comprender la razón. Luego resopló —. No de esa manera, Tom, por todos los dioses. Vino a hablar sobre la maldición.
—Estoy seguro que eso no fue lo único.
—La cicatriz-cicatrices —se recordó —, tienen significados distintos. Uno de ellos es... protección contra gente sin magia.
Una vez más, las expresiones del príncipe, ahora sumadas a las de Sarai, una vez que Margery posó un momento sus ojos en su amiga, pasaron por muchas emociones. Lo que resaltó en ambos pares de ojos azulinos, fue la clara confusión que llevaba el haber revelado algo que, incluso para ella, no tenía sentido. Saber de la existencia de eso en su piel quizás desde su nacimiento, invisibles para el ojo humano bajo la luz del sol, visibles para un brujo y magos que se encargaron de resaltar una de ella, aumentaba a la ya gran confusión.
La pelirroja por mucho tiempo creyó que la maldición no era tan misteriosa. Que lo que esta implicaba y las consecuencias que llevaba, eran tan sencillas como para que aceptarla no fuera nada más que otro de sus tantos pasos en su vida como princesa de Mercibova.
Y, aun así, todavía había mucho más por descubrir.
—¿Quiere decir humanos? —Preguntó Sarai, dando unos cortos pasos para acercarse a la conversación.
—¿Proteger a un humano de humanos? No tiene sentido. —Pierstom negó con la cabeza, el ceño fruncido y una mirada pensativa —. Quizás lo tradujo mal.
—Es el único que ha descubierto esto, Tom —abogó Margery cruzándose de brazos. Su mano izquierda subiendo de manera automática hacia su hombro derecho —. No encuentro otra razón por la que... —Tragó saliva con incomodidad —. Ellos, me hayan hecho esto.
De inmediato, la mirada de su hermano cayó sobre su mano, la cual no había desistido del descuidado agarre sobre su hombro. Los irises azulinos se cristalizaron y un pesado silencio se asentó.
Pronto, unos cuantos golpes en las puertas los alertaron y, apenas Margery dio permiso del ingreso, la atención en la maldición y las cicatrices fue pronto opacada por más arreglos. Pierstom observó a su hermana unos momentos más, la mirada suave y preocupada, antes de retirarse del lugar. La princesa apretó los labios y escogió con rapidez el vestido de usaría, más los consejos de Sarai para que el sastre se encargara de agregarle unos últimos toques.
Se dejó guiar por los sirvientes mientras estos comenzaron a prepararla para lo que quizás sería la primera noche de su vida. O al menos eso era lo que toda La Corte quería asegurar, mientras que la princesa misma, no podía evitar pensar en todo lo descubierto y lo que faltaba por descubrir aún.
Durante el resto de la tarde, Margery si encargó no poner ni medio pie en los pasillos, ni siquiera cuando los invitados empezaron a llegar. Cada habitación, cada ala del castillo estaba rebosante de nobles y reyes, proviniendo no solo de Mercibova, sino también de otros reinos alrededor del continente. Sabía que apenas su presencia fuera notada en los corredores, no estaría jamás sola y ella, lo que más necesitaba en esos momentos, era su propia compañía.
Casi comenzaba a arrepentirse de haber aceptado que el banquete se adelantara tanto.
Mientras que su cabello era peinado, le fue fácil notar la ansiedad que comenzó a carcomer su interior. Sabía que aquellos que estaba a su alrededor lo podían notar con facilidad también, pero nadie hizo comentario alguno, cada quien concentrándose en sus tareas.
Solo Sarai había optado por la casual mano en uno de sus hombros en señal de apoyo, junto a una amable y cariñosa mirada, que lograba calmarla cada pocos segundos. Tenía la leve impresión de que no sería capaz de caminar por sí sola hacia el Gran Salón, que en cualquier momento su cabeza se descuidara, su cuerpo daría media vuelta y correría en la dirección opuesta. De hecho, aquel pensamiento resultaba tan tentador que no pudo ignorarlo tanto como debió haber hecho en un principio.
—Eso es todo, su alteza —anunció una de las mujeres, con una suave sonrisa y una pequeña reverencia.
—Se ve muy hermosa, alteza. Se llevará todas las miradas de los hombres esta noche.
Curioso que a ella no le importasen ninguno de los nobles y solo un hombre en específico que no guardaba ninguna clase de afecto hacia ella.
—Gracias. Han hecho un trabajo espléndido. —Asintió con elegancia, más no se molestó en levantarse de su sitio.
—Los reyes han solicitado que su alteza se presente en el banquete después, cuando todos estén sentados en sus lugares —anunció Sarai, llevando a sus compañeras hacia la puerta —. Estaré pendiente y la haré saber cuándo será el momento.
Una vez se quedó sola, fue cuando por fin alzó la cabeza para mirarse a sí misma en el espejo. El tono rojo de sus labios contrastaba a la perfección con tu tono de piel, era llamativo y combinaba encantadoramente con el vestido que había escogido. Los tonos oscuros y turquesas que contenía la tela eran compensados por los hilos dorados que hacían delicados bordados en los bordes que rozaban el inicio de sus pechos, sobresaliendo con suaves brillos. Al ponerse de pie, agradeció que la falda de su vestido no fuera extensa ni tan pesada. Todavía tenía libertad de moverse y caminar sin sentir que su cintura estuviera cargando barriles a su alrededor.
Se alejó del espejo y se acercó a la ventana. En cuanto sus ojos se encontraron con su lugar preferido del castillo, los jardines reales, un suspiro de relajación salió de sus labios. Todavía faltaba un poco para que el banquete iniciara, dado que varios de los invitados estaban fuera, lo que le indicaba a la princesa que todavía le quedaban unas dos horas a solas, cosa que lo agradecía.
Alejándose del sitio, se acercó hacia sus materiales artísticos y, sin importarle arrugar el vestido, se sentó en el suelo para comenzar a trazar las primeras líneas que pronto comenzarían a formar un retrato. Le impresionó lo rápido que su mente y sus ojos se centraron en el pergamino y lo fácil que su mano se movió sobre la superficie, dejando trazos y sombras por su camino. Le relajó bastante la acción. Sus recuerdos se encargaron de proveerle imágenes claras y nítidas, que ella ni se preguntó cómo fue que logró mantenerlas intactas y tan frescas en su cabeza.
Una vez terminado el sencillo dibujo, lo observó. Últimamente muy pocas veces disfrutaba lo que terminaba, pero esa vez, estuvo bastante orgullosa de lo que había logrado. Se levantó, llevándose consigo la nueva pieza y fue a dejarla en el tocador. Se miró las manos manchadas y prefirió caminar hacia el cuarto de baño para limpiarse.
Una vez lista, fue por unos guantes que hacían juego con su vestimenta y no dejó de caminar de un lado a otro, mientras seguía esperando el llamado de Sarai. Sus ojos fueron hacia el exterior, a través de la ventana, y notó que ya estaba atardeciendo, lo cual no hizo más que ponerla más inquieta y nerviosa de lo que ya estaba.
Cansada de estar en un solo sitio, esperando, se dirigió a las puertas y las abrió. Los guardias la saludaron, pero ella no se interesó en ello y comenzó a caminar con decisión hacia el banquete. No deseaba tener la atención de todos los presentes puesta en ella. Sabía que entrar sin ser anunciada molestaría a sus padres, empero no había ninguna parte de ella que se sintiera capaz de preocuparse por ello.
Los corredores estaban bellamente decorados, pero todos los arreglos pasaron por alto ante los decididos ojos de la princesa.
Una vez que el sonido de la reunión se hizo presente a su alrededor, se detuvo abruptamente. La realidad le pegó como un saco de piedras y la opresión en su pecho de hizo más presente que nunca, dejándola sin aire.
—No soy capaz —susurró para sí.
En vez de cruzar hacia la derecha, donde sería dirigida hacia la fiesta, su cuerpo se movió por sí solo y la encaminó hacia el lado contrario. Sus pasos tranquilos comenzaron a afanarse y, cuando menos lo notó, estaba corriendo hacia las afueras del palacio, por la parte que sabía que no sería concurrida por ninguno de los nobles.
No pudo escuchar nada más que no fueran los fuertes latidos de su acelerado corazón, su respiración entrecortada y el viento fresco de la primavera golpeando su rostro en contra. No pasaron muchos segundos antes de que el elaborado peinado que tenía hecho se deshiciera en una sola cascada rojiza, más la corona para la ocasión logró sostenerse con firmeza de sus hebras.
En cuanto sus manos enguantas encontraron algo firme en lo que apoyarse, se dejó caer de rodillas a las raíces sobresalientes del árbol que le dio sombra y protección. Se sacó los guantes y tocó el tronco con desespero, buscando algo simple, presente y que le diera el control y estabilidad que estaba perdiendo con cada segundo que pasaba. La piel de la palma de sus manos, que pocas veces tocaba algo de forma directa, se concentraron en lo seco y áspero que resultó ser la madera, reconociendo los desniveles con los que se encontraba a ciegas.
No supo cuánto tiempo pasó en esa posición, tampoco dejó que aquello la intranquilizara una vez más. Solo se permitió reencontrar sus inhalaciones, dejó que su vista se centrara en el pasto y que sus oídos captaran aquellos sonidos nocturnos ajenos a la tormenta que atacó su ser. Accedió a que la quietud del mundo, ignorante y ajena al caos que casi la consumió, le compartiera un poco de aquello que le faltaba, la calma y consentimiento del natural cambio que toda vida que caminaba ese mundo, debía vivir.
La naturaleza no luchaba en contra. Aceptaba todo y, cuando debía, se defendía, no para abarcar, sino para recuperar.
Y Margery de Mercibova necesitaba recuperarse pronto.
—Supongo que algunos de los nobles te asustaron hasta la muerte.
La princesa cerró los ojos con fuerza y alzó la cabeza, alejándose del tronco para observar al castaño. Una tímida sonrisa curvo los labios de ambos.
—Ni siquiera los he visto —admitió avergonzada.
El bardo descruzó sus brazos y tomó en una de sus manos su laúd. La pelirroja lo observó con cuidado, dándose cuenta que estaba elegante y que el simple hecho de llevar su instrumento demostraba lo que ella ya sospechaba. Cantaría en el banquete y ella, por más que no deseara acercarse al lugar, tampoco quería perderse la oportunidad de ver a Jaskier presentándose.
—Bueno, entonces tú los asustarás de muerte —halagó sonriendo —. Te ves maravillosa esta noche... digo, siempre te ves hermosa, solo que esta noche, no es que de día te veas terrible. Eh, quiero decir que tu cabello...
—Gracias —le interrumpió con amabilidad, sabiendo que él no sería capaz de detenerse por su propia cuenta.
El castaño sonrió y le guiñó un ojo, tal vez un hábito muy de su parte que ella se tomó a la ligera.
Se quedaron en silencio unos segundos más, hasta que Jaskier se aclaró la garganta y señaló hacia los establos.
—Geralt está refunfuñando en las caballerizas, por si te interesa ir con él.
—¿Disculpa? —Su expresión debió haber sido más clara que el agua, lo que hizo que una sonrisa nerviosa y juguetona floreciera en el rostro masculino.
—Sé que acabo de firmar mi sentencia de muerte con lo dicho, así que, con tu permiso, iré a tocar mi último acto en estas tierras.
Margery boqueó y parpadeó en repetidas ocasiones, quieta en su lugar. Ni aun cuando el barde salió casi corriendo de su encuentro para adentrarse al castillo, pareció ser suficiente para que ella se recompusiera por lo escuchado. Se pasó sus manos por su cabello, en un intento casi inútil de arreglarlo y al final se puso en pie.
Se dirigió hacia el palacio, sus manos desnudas sosteniendo, con fuerza innecesaria, sus guantes. Más no dio ningún paso. Luego se volvió hacia los establos y se quedó quieta de nuevo. Su mente y cuerpo batallando tan fuerte, que el resultado final fue la total quietud e inacción de parte, a pesar de que internamente sentía que estaba corriendo por todo el reino.
Al final negó con la cabeza y retrocedió unos cuantos pasos, convenciéndose a sí misma de lo que debía hacer, lo que era esperado por todos que ella hiciera. Volver y presentarse al banquete con toda la valentía que carecía en realidad. Algo sencillo que solía parecerle sencillo de aparentar, porque ella no había sido alguien que se introdujera a la charla cotidiana ni a los bailes en parejas. Había pasado la mayor parte de su vida sola, con Sarai y Pierstom.
Esa reunión de esa noche parecía ser la primera vez que ella sería introducida a la sociedad.
En el instante en el que dio la espalda a los establos, sus pasos fueron firmes hacia el castillo.
No había recorrido ni medio trayecto cuando su camino tomó una inesperada curva y pronto se encontró a sí misma de pie ante las caballerizas. Su corazón latió con fuerza y otra clase de nervios azotaron con sus sentidos.
El lugar estaba pobremente iluminado y repleto de caballos y carrozas, provenientes de los distintos reinos de los invitados, pero sus ojos no pararon en ellos, hasta que cayeron automáticamente en una oscura figura que atendía a una yegua. Ni siquiera podía obligarse a sorprenderse o cuestionarse por qué era capaz de encontrarlo con facilidad.
—¿Princesa?
Su ronca voz la despertó y ella parpadeó, como si apenas hubiese caído en cuenta del lugar en el que estaba. Desvió la mirada del rostro del brujo y la centró en las puertas abiertas del espacio.
Geralt dio unos sigilosos pasos hacia ella, una pregunta presente en su cara. Al ver que no recibiría ninguna respuesta verbal, dejó que sus ojos ambarinos se pasearan por la figura de la fémina, con tal descaro y admiración, que ni ella fue ajena a la manera en la que estaba siendo estudiada. No le había servido de nada mirar hacia otro lado, no mientras supiera cada uno de los movimientos el rivio, como si todo su ser captara con tremenda facilidad su presencia y su cercanía.
—Yo, eh... —Carraspeó, tratando de reganar su compostura —. Lamento molestarlo, señor brujo. Yo ya me retiro.
No le quedó de otra más que ser lo más cordial y educada que pudo. Dio media vuelta y comenzó a caminar, pero eso no pareció ser suficiente para el hombre, quien en un movimiento rápido y preciso, se movió hasta interrumpirle el paso. Margery trastabilló hacia atrás por puro instinto. Por poco cae hacia atrás, sino fuera porque una de sus manos fue atajada por otra y evitó que cayera sobre la tierra.
—¡No! —Exclamó soltándose del agarre con rapidez, lo que provocó que esta vez sí cayera de lleno al suelo.
El miedo se hizo presente en todo su cuerpo, físicamente incapaz de retirar sus aterrados ojos verdosos de la figura del brujo, esperando que, en cualquier momento, este cayera sin vida. Geralt frunció ceño y se agachó para quedar a su altura, pero la princesa volvió a removerse para alejarse, lágrimas acumulándose en sus ojos y prefirió cerrarlos. No quería ver nada de lo que ya sabía que sucedería.
—Protección en contra de gente sin magia, princesa —le recordó, ladeando la cabeza y mirándola con una intensidad que, si no fuera por sus ojos cerrados, la pelirroja se habría derretido al instante.
Todos sus alrededores dejaron de ser consistentes y solo fue capaz de sentir tal mareo, que el suelo bajo ella se removió acorde a su pánico. No. Era demasiado incluso para su soñador corazón.
—¿Cómo puedes asegurarlo? ¿Y si lo tradujiste mal? ¿Y si te equivocaste?
—No me he equivocado.
—¿Qué te hace pensar que no? —Todavía, reacia a abrir los ojos, escuchó movimiento a su alrededor, pero ella permaneció quieta por completo.
—Abre los ojos y extiende tu mano.
—No.
—Princesa...
—Ya te dije que no. No me obligues a verte morir —rogó. La voz quebrándosele al final.
Margery tenía muy claro que nada de lo sucedido en Lyriton se le había olvidado. Lo tenía mucho más presente que cualquier otra cosa que en verdad debía ser considerada importante. Pero ella no se sentía capaz de guardar tal esperanza. No quería ceder a ella y luego equivocarse, no quería enfrentar la realidad de lo que su toque implicaba. Simplemente no quería que algo malo le sucediera a Geralt.
Lo primero que sintió fue la punta de sus dedos sobre el dorso de una de sus manos apretadas en puños sobre los guantes. Luego, él movió sus dedos hasta que los de ella se entrelazaron con los suyos de una manera casi natural. Eso hizo jadear a Margery y finalmente abrió los ojos, para mirarlo con una expresión parecida a la de una cierva. Ya no se atrevía a respirar, ni siquiera cuando bajó la mirada hacia su mano en la de Geralt.
Si no fuera porque sabía que era físicamente imposible, juraría que su corazón había aumentado de tamaño en su pecho. Quería albergar toda la esperanza que la tenía rodeada en aquel simple roce de sus manos.
Era muy diferente sin los guantes, tanto que, por una milésima de segundo, la princesa se preguntó cómo fue que había vivido tanto tiempo sin sentir su piel acariciar la suya. Era claro que las manos de un cazador eran mucho más ásperas, firmes y fuertes, más eso la hizo deleitarse, a la vez que un ligero calor se expandió por su anatomía.
—Me desmayé —determinó con incredulidad, pero ante la negativa del peliblanco, sus ojos fueron a parar en el atractivo rostro ajeno —. Nunca te habrías acercado a asegurarme esto si tampoco lo quisieras.
Ante lo escuchado, Geralt cerró los ojos, endureciendo su expresión. Margery no necesitó verlo para saber que nuevos muros se habían alzado entre los dos.
—Princesa... —Murmuró él, haciendo el pequeño amague de alejarse, pero ella no se lo permitió y sostuvo su mano con insistencia. Él no hizo otro movimiento y la miró.
Ignorando sus miradas, Geralt se enderezó y le ayudó a levantarse. Una vez que ambos estuvieron equilibrados sobre sus dos pies, más que todo Margery, él dio un paso para alejarse. La princesa asintió con la poca dignidad que pudo recoger y tiró sus hombros hacia atrás, llevando su total atención a sus manos para ponerse los guantes. Parecía ser que necesitaba que su corazón volviera a romperse para finalmente comprender todo.
—No soy merecedor de tu corazón. Mereces a alguien que te pueda dar todo lo que deseas de la vida.
La pelirroja asintió sin dirigirle una mirada.
—No se preocupe, señor brujo, no lo culpo por mi insensatez. Yo me quedaré con mi corazón y usted con el suyo.
—No hablas en serio.
—¿Qué le hace pensar que no? —Inquirió sin molestarse en ocultar su molestia con el universo —. Que esté triste no quiere decir que no comprendo. Quizás antes no lo hacía, pero ahora le aseguró que sí.
Una amarga sonrisa, que no pasó por alto para ella, curvó los labios masculinos. La expresión de añoranza no tardó en dejarse ver en ambas caras, lo que los dejó helados a ambos, leyéndose a la perfección.
—Para alguien tan inteligente y perceptivo, en verdad puedes ser ciega —dijo él, tomándose el atrevimiento de enredar un único mechón de cabello entre sus dedos —. Hablando como si no tuvieras mi corazón en tus manos.
—¡No puedes rechazarme y después decirme esto! ¿Qué está mal contigo? —Explotó, alejando su toque y esquivándolo para dirigirse al castillo.
—No quiero que te arrepientas.
Su andar se detuvo de manera abrupta una vez que su cerebro registró lo dicho por el rivio. Su garganta se apretó y sus ojos picaron de nuevo, pero se tragó todo y, con la poca fuerza que pudo rescatar, lo volvió a enfrentar.
—Nunca —prometió.
Con cuatro simples zancadas, Geralt se detuvo ante ella. Mirándola a los ojos, la tomó de la cintura con un brazo, mientras que su otra mano fue a parar en la suave mejilla. Apenas permitió que ella soltara un tembloroso suspiro para así unir sus labios con los de la princesa.
¡Actualización sorpresa porque no me pude aguantar! y también fue porque lo terminé antes de lo pensado, lo cual es extraño.
Advierto de una vez que mañana no habrá capítulo porque se ha adelantado, ya quisiera yo tener dos caps listos, pero eso sería soñar mucho.
¡Déjenme saber qué les ha parecido el capítulo! ¿Murieron conmigo de la emoción? ¿Qué creen que vaya a pasar a continuación? No olvidemos que la princesa todavía tiene que asistir a un banquete xdd Los dos acaban de dar tremendo paso en la misma dirección, ya veremos a qué los llevará :o
Dejo esto por aquí, hecho por la maravillosa liquorkisses
En el transcurso de la semana organizaré errores, mientras tanto, disfruten del capítulo.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro