XVII
" Noche obstinada.
Un amor humano desperdiciado
corre por la negación. "
—Sí, adelantar el banquete es lo mejor que podemos hacer en estos momentos.
Las simples palabras, que brotaron de sus labios en la reunión con los reyes momentos atrás, comenzaron a tener el efecto que menos quiso: estaba asustada. Aquel miedo que era confundido por nerviosismo ante los ojos de las demás personas, pero no para el príncipe, cuya atención sobre el perfil de Margery no había desistido, se había asentado en su mirada y andar. Ni siquiera haber salido del castillo a dar sus típicos paseos, bañada en la cálida luz del sol en un espejado cielo, había provocado que una amena conversación brotara de parte de ninguno de los dos.
Ambos tenían tantas cosas en mente. Tantas preocupaciones. Tanta incertidumbre sobre lo que podría llegar a suceder o no en sus vidas, que casi era demasiado irónico lo muy poco que podían expresar en palabras si la oportunidad se les presentase. Sus miradas y lenguaje corporal eran respuesta suficiente entre ellos, pero esa tarde, Pierstom no pensaba conformarse con el silencio que los llevaba acompañando los últimos cuatro días. Y, a pesar de saber que, aunque su hermana no lo expresara en voz alta, sabía que su última charla en la bienvenida de su prometida, había dejado una energía amarga entre ellos que él se moría por disipar.
El problema recaía en que nunca antes había pisado tal terreno con la princesa. Él era el que tenía la mala suerte de enamorarse de la persona equivocada. Margery era mucho más sensata que él, pero tal parecía que ningún ser humano podía escapar de sus propias redes de sentimientos no correspondidos.
—Creo que este ha sido el tiempo más largo que hemos compartido en completo silencio, querida hermana.
La pelirroja detuvo su andar, más no lo miró al rostro. Prefirió concentrarse en el aire cálido y perfumado de la primavera, tomando su pedacito de libertad, antes de tener que cederlo a sus inalcanzables sueños. Si el reino no estuviese sumido en tantos problemas, estarían disfrutando de los festivales por los que era característico. Al final, inclinó la cabeza hacia un lado, observando los jardines florecidos y decorados con una mirada perdida y hasta nostálgica.
—¿Alguna vez deseaste ser un pueblerino común? —Preguntó de repente, entrelazando sus dedos escondidos por las mangas largas de su vestido y por sus guantes del mismo color borgoña.
Tom se volvió un poco hacia atrás, posando sus ojos claros sobre los guardias que los habían estado acompañando todo el tiempo.
—Creo que no sería inteligente de mi parte contestar a eso —dijo empezando a caminar nuevamente, a lo que su hermana le siguió de inmediato —. Mucho menos en momentos como estos.
Margery lo comprendió al instante. En tiempos de compromiso, alianzas e inminente conflicto que esperaban por parte de Alysion, era deber de su hermano no mostrar ni siquiera un ápice de duda o debilidad. Eran las oportunidades perfectas para que el rey Eliastor tomara la decisión final de bajarse del trono para entregárselo a su heredero. Era la oportunidad perfecta para que la gente confiara en el siguiente reinado.
Ella, por su parte, todavía no podía comprender las razones por las que no se hacía nada más que planear. No entendía por qué solo estaban esperando, por qué no sometían al rey Eustace de una vez por todas, antes de que vidas se perdieran en el campo de batalla. Pero todavía había muchas cosas que ella debía aprender. Incluso con su inteligencia, comprensión y natural bondad, la princesa de Mercibova aún no estaba hecha para la guerra de ningún tipo, y ella más que nadie, lo sabía de sobra.
Ahora su gente y familia serían lanzados a una.
—Si tú... ¿qué harías tú si lo fueras? —Inquirió el castaño luego de otro corto periodo de tiempo en silencio.
—Quisiera explorar más de lo que se me ha permitido —respondió de inmediato, el fantasma de una sonrisa suavizando sus cansados rasgos —. Ver el mundo, aprender de él, en él y sobre él, y quizás compartir aquel conocimiento con personas que quisieran escucharlo.
Una gran sonrisa se extendió al final por el rostro de ambos.
—Siendo una princesa, también tienes muchos beneficios. ¿Por qué el explorar no sería uno de esos?
—A veces pareciera que has olvidado que solo soy una mujer, Tom. —La sonrisa de sus labios perdió brillo hasta darle paso a una seriedad que comenzaba a pesarle más de lo esperado. Se había dado cuenta, quizás por primera vez, lo que implicaría el banquete en el que nobles alrededor del continente buscarían su mano en matrimonio. Y por más que le incomodara, las siguientes palabras eran parte de su aceptación a aquella nueva parte de su vida.
» No tengo la libertad que un hombre, incluso siendo príncipe, puede obtener. No puedo abandonar el reino para explorar el mundo durante incontables días; no puedo hacerlo, aunque lo desee. Tampoco podrá ser cuando esté casada. Tendré que cuidar de un castillo, de un nuevo reino, de un esposo e hijos. —Sus ojos se llenaron de lágrimas ante la desesperación que embargó su ser en pocos segundos —. Mi vida solo será la extensión de aquel que desee ser mi esposo.
Pierstom frunció el ceño y desvió sus ojos hacia cualquier otro punto de los jardines. Su corazón dolió en su pecho y el ardiente deseo de consolar a su hermana se asentó en cada instinto. Empero no podía hacer nada más que aceptar lo dicho en silencio, porque sabía que ninguna de las palabras expresadas por la princesa eran mentira. Era una verdad que ella había tenido que aceptar precipitadamente, desde que sus padres pusieron la confianza en Geralt de Rivia para terminar con la maldición.
Aun así, él no podía evitar pensar que eso era mejor que esperar la muerte.
—Sé que no hay palabras que puedan alcanzar a tocar lo que estás sintiendo, Mary —murmuró el hombre con voz afligida. Sus ojos azulinos expresando todo lo que no sabía decir en labios.
La princesa se quedó quieta por unos segundos, antes de volverse a ver a su hermano.
—No hay necesidad de más preocupación —suspiró, encogiéndose de hombros —. Las conversaciones serias nunca fueron tu fuerte.
—¡Deberías avergonzarte al dirigirte de esa manera al futuro rey de Mercibova! —Margery rio y él le siguió, agradecido con los dioses de que el ambiente pudiera cambiar —. Veo que ya dejamos de tenernos lástima.
La princesa asintió. Estaba cansada de sentir que estaba caminando con una nube gris encima. Necesitaba algo nuevo, algo diferente. Necesitaba distraerse y en esos instantes creía que había desaprovechado mucho los momentos compartidos con su hermano. Se había sumido tanto en su cabeza que había olvidado que existían muchas más cosas que la rodeaban y que le entregaban real satisfacción y comodidad. Llevaba mucho tiempo desde la última vez que dibujó o leyó algo para entretenerse. Había abandonado toda energía y había estado haciendo sus deberes como princesa cumplidamente, como si de una estatua móvil se tratase.
Quería volver a sentir que su vida no había cambiado nada, que todo podía volver a ser como antes.
—Madre cree que debería pasar tiempo para conocer a tu futura prometida —comentó casualmente —. ¿Quieres que sea buena hermana y te halague sin fin? —Preguntó alzando una ceja.
—¿Debería yo entonces pasar tiempo con el brujo?
—Pierstom...
El castaño resopló.
—Claramente rompió tu corazón. ¿Qué castigo crees que sea duro para los tipos como él?
La pelirroja miró alrededor, queriendo escapar de la situación que el príncipe no dudó en sumergirlos. Él no tenía intenciones de dejar ir el tema tan fácil, sobre todo porque ninguna palabra sobre ello había sido intercambiada entre los dos. Hasta ese preciso momento.
—No seas ridículo. —Se cruzó de brazos, poniendo una estancia defensiva que golpeó al hombre de lleno en la cara.
—Es una situación seria que se debe manejar con la misma importancia —insistió resaltando cada palabra, como si él entendiera todo y debía hacérselo ver a su hermana —. ¿Exilio estaría bien?
—No vamos a exiliar a nadie. Piensa en Cirilla o en Jaskier —dijo con impaciencia en su voz. Inhaló hondo y relajó su postura lo suficiente como para ser directa y seria con lo que quería decir a continuación —. Él no retorna mis sentimientos ni avances. Sí, es triste, pero es simple y no puedo hacer nada al respecto.
Pierstom chasqueó la lengua y una expresión burlesca se presentó en su rostro, bastante cercana a la incredulidad.
—Eso es imposible, hermana. Lo que te dije de su mirada en la cena...
—Por favor, no quiero volver a hablar del tema más —pidió inclinando la cabeza hacia atrás, como si con el sencillo movimiento pudiera eliminar todo con respecto al rivio.
El castaño se tomó el atrevimiento de hacer un puchero y de desinflar el pecho en decepción. Miró un momento hacia los guardias que los escoltaban y algo pareció captar su atención. Se recompuso pronto y tomó el codo de Margery en una de sus manos para afanarla a caminar de nuevo. Antes de que ella pudiera protestar por el repentino movimiento, el príncipe le pidió que guardara silencio con un gesto, mientras la llevaba hasta que ambos fueron resguardados por el grueso tronco de uno de los árboles de manzano.
Sin decir nada, el mayor asomó la cabeza alrededor para mirar en dirección hacia el castillo y soltó una frase entre dientes que la fémina no entendió.
—¿Qué te sucede? —Susurró confundida.
—Nos vemos después, hermana.
Y dicho eso, avanzó con rapidez alejándose de ella sin volver la cabeza hacia atrás en ningún segundo, dejándola perdida, sin saber la razón de su actitud tan extraña. Dos de los guardias se afanaron a alcanzarlo, mientras que los otros restantes permanecieron en su sitio, quedándose a resguardar a su princesa.
La joven mujer recostó la parte trasera de su cabeza contra el árbol y cerró los ojos con cansancio. Lo bueno que podía sacar de ese paseo, era que había podido liberarse de más reuniones con la reina para los preparativos del baile. Por más que ella quisiera fingir que nada de eso importaba ya, que lo decidido se haría realidad, sus propias palabras le pesaban más de lo que debería permitir.
Además, tampoco podía dejar que nadie de La Corte leyera sus dudas y temores en su poca participación para el banquete en el que quizás conocería a su futuro esposo.
—Buena tarde, su alteza.
Margery abrió sus ojos de inmediato y se enderezó, llevando su mirada sorprendida hacia la fuente de la voz al mismo tiempo que descruzó sus brazos. Ahí, a su lado izquierdo, sobre el encantador camino de piedras que conformaban una de sus partes preferidas de las tierras del palacio, se encontraba la princesa Nimia de Timatand.
Sus cabellos ondulados, de encantador tono chocolate, junto a su piel bronceada, resaltaron y se unieron al sol que caía sobre su figura. Tenía que saber que aquello no le debería asombrar, después de todo, el reino de Timatand era característico por sus climas generalmente templados y cálidos, con casi nulas estaciones de invierno. Limitar con el océano podía traer aquellos beneficios.
—Puedes decirme Margery. Si seremos familia, no encuentro necesidad de usar nuestros títulos entre nosotras.
Los hombros de la contraria parecieron relajarse y su sonrisa cordial fue más genuina. En cuanto la pelirroja notó eso, no pudo evitar sentirse cómoda también.
—¿Te importa si te acompaño un rato? —Preguntó con cierta timidez —. Esta Corte es más... es diferente. Es más concurrida de lo que pensé.
—No te preocupes, estaría encantada.
Mary salió de la sombra que el manzano le proporcionaba son sus ramas y hojas, y se unió al camino de piedra a un lado de Nimia. Juntas comenzaron a caminar, simplemente disfrutando del silencio y de la compañía tranquila que cada quien ofrecía a la otra. Margery no pudo ser capaz de mirar a la prometida de su hermano en repetidas ocasiones de reojo, sorprendiéndose al encontrarla caminando a su lado sin temor alguno, sin importarle si sus codos rozaban por accidente en algún momento al azar. Todo eso resultaba tan normal y cotidiano que, al ser consciente de lo efímero que podía ser el momento, se encargó de guardarlo en su memoria.
—No pude no notar que... —La castaña oscura se aclaró la garganta —. El príncipe no parece estar dispuesto a estar muy presente, últimamente. ¿Esperaba algo o a alguien más?
—¡No, no, no! —Respondió con demasiada rapidez, haciendo reír a la otra princesa son suavidad —. Solo está tratando de acostumbrarse a todo esto.
Nimia asintió con lentitud, sin decir ninguna palabra. Parecía pensativa y Margery en verdad se preocupó por lo que podría estar pasando por su cabeza. Las actividades de su hermano, fuera de La Corte, eran un secreto a voces que, sin duda podría haber llegado a oídos de su futura esposa y reina, pero la pelirroja guardaba esperanzas de que ese no fuera el caso.
—De seguro tú también compartes eso —añadió al final.
—Sí, bueno, no es una situación muy romántica, ¿no es así? —Inquirió alzando una ceja junto a una divertida sonrisa de labios sellados.
—Firmar un acuerdo no es... —Se quedó en silencio al darse cuenta que no podía expresar las palabras que tenía en la punta de la lengua.
—¿Amor? —Completó, a lo que Margery sonrió agradecida para después asentir.
—Para nada.
—Amor romántico —dijo Nimia en medio de un suspiro que llamó la atención de la otra —. ¿Quién no quisiera un poco de eso?
Como si se hubieran puesto de acuerdo, las dos llevaron su mirada devuelta al castillo que se alzaba detrás de sus figuras. Si no fuera por la viveza y los colores vibrantes de la naturaleza, aquel lugar sería solo una triste construcción de piedra. Si no fuera por las vidas que alojaba, no significaría nada y, aun así, ambas mujeres se sentían distanciadas al lugar, porque parecía que no hubiese nada ni nadie que las pudiera mantener lo suficientemente conectadas a él.
Una, vivió toda su vida en ese mismo sitio y la otra se tenía que obligar a convertirlo en su hogar. Las circunstancias del momento casi tenían la impresión de ser lamentables.
—Muy pocos pueden permitírselo —respondió Margery —. La realeza no forma parte de ese grupo.
Dicho eso, le lanzó una mirada de compasión a la castaña.
—Puedo vivir con eso —contestó Nimia, posando su mirada en la pelirroja —. Siempre y cuando él no sea cruel —su voz y cuerpo pareció empequeñecerse ante lo último expresado, temerosa de recibir un insulto o alguna respuesta que fuera la que no esperaba.
La princesa de Mercibova parpadeó confundida y se removió con incomodidad. Le impresionó lo muy directa que había sido Nimia y, que justo esas palabras saltaran de su boca no había sido algo que esperó escuchar en ningún momento en específico. Entendía su miedo, ella misma lo tenía guardado, pero la castaña no tenía nada de qué preocuparse en realidad.
Pierstom era... Pierstom.
Hasta la idea de su hermano siendo una mala persona le parecía tan fantasiosa e irreal, que no fue capaz de guardarse la risa para sus adentros y una ligera carcajada salió al aire.
—Pierstom puede ser muchas cosas, pero cruel no es una de ellas —aseguró riéndose y tapando un poco su boca con una de sus manos.
Nimia rio un poco también, contenta con lo escuchado.
—Es solo que he escuchado algunos accidentes sucediendo en matrimonios acordados que, no pude evitar pensar en eso —rememoró en voz baja, inclinando la cabeza en dirección a la joven de ojos verdosos.
Esa era otra realidad a la que se tenían que enfrentar. Pero nuevamente, una de ellas resultaba teniendo más suerte que la otra en la actualidad.
—El príncipe no le haría daño a nadie, mucho menos a ti.
—Es muy bueno saberlo. Tranquiliza mis nervios de estar en este mundo nuevo.
Margery asintió y no fue capaz de ocultar mucho su sonrisa. En definitiva, Tom también tenía mucha suerte de casarse con Nimia.
Los trazos parecían ser incorrectos. Las sombras estaban mal puestas y los rasgos del rostro se habían terminado perdiendo en medio de todos los manchones que había dejado en el pergamino. Totalmente inconforme con lo hecho. Quizás querer hacerle un regalo a una de las personas más importantes de su vida no había sido una buena idea, aunque lo pareció en un principio. Era una lástima que no pudiera concentrarse lo suficiente y que la noche ya estuviese haciendo las suyas para mantenerla encerrada en sus aposentos.
Arrugó el pergamino y recostó su espalda en la cómoda silla. Se sentía cansada, más no tenía sueño, incluso un dolor de cabeza se quería abrir paso, pero no entendía por qué. siempre le había resultado sencillo retratar a su hermano mayor. Reconocía sus rasgos en cualquier lugar y a cualquier hora del día. no obstante, su cabeza esa noche estaba demasiado ruidosa y no había encontrado la relajación que creyó poder hallar sumergida en el arte.
Se levantó de su sitio y caminó alrededor, dando círculos y círculos por el lugar. Ya no quedaba suelo que sus pies descalzos no hayan tocado. Luego de un momento dado, se detuvo frente a un espejo y corrió un poco la tela para descubrir su hombro derecho. La cicatriz resaltó de inmediato, enrojecida alrededor, haciendo un fuerte contraste con su piel clara. La chimenea estaba encendida, proporcionándole la calidez suficiente como para que ella estuviera solo con su vestido de dormir de lino cubriendo su desnudez.
Hizo una mueca. Detestaba eso demasiado. El simple hecho de ver ese símbolo le resultaba desagradable y no era solo por los recuerdos que despertaba. La marca en sí, parecía ser un dibujo que no hacía más que destilar pequeños visajes de algún mensaje oculto, oscuro y malo. Bueno, tal vez ella no fuera nadie con la capacidad de poder descifrar el mensaje, empero la forma en que eso quedó en su cuerpo, era suficiente para hacerle creer que no era nada bueno.
Antes de que pudiese volver a dejar el vestido en su lugar, la tenue luz de las llamas acarició su piel y algo más captó su ojo. Algo distinto que juraría que antes no había estado allí. Ladeó la cabeza, exponiendo más su cuello a la vista, y creyó alcanzar a ver algo resaltar en esa zona, aparte de la cicatriz. Trató de agudizar la vista, convencida de que algo más estaba en su piel, pero ni la posición ni la poca luz que se proyectaba en su figura le ayudaba en absoluto.
¿Cómo no había podido notar algo diferente en ella antes?
Se reacomodó la ropa, pero en vez de dirigirse hacia su cama, tomó otro sencillo vestido para ponérselo encima y otros guantes. Calzó sus pies y una vez estuvo lista, se dirigió a las puertas. De un solo tirón las abrió, pero en vez de salir al pasillo, se congeló en su sitio, encontrándose de frente con el brujo, quien tenía una de sus manos enguantadas alzada, como si hubiera estado a punto de tocar la puerta. No llevaba puesta su armadura, lo que le señaló a la mujer que él no se dirigiría al bosque esa noche.
Ambos se miraron sorprendidos ante el repentino encuentro de esa forma. Margery se abrazó a sí misma desvió sus ojos hacia otra parte que no fueran los orbes ajenos, más allá de él hasta que su mirada chocó con uno los candelabros encendidos de los corredores. Geralt parpadeó e inhaló profundo, su sentido del olfato captando el familiar aroma de lavanda que siempre provenía de ella. Al final tensionó la mandíbula y se alejó un corto paso.
—Necesitamos hablar, princesa.
Una parte de ella quiso ignorarlo y seguir su camino para buscar a Blanche, pero la otra, aquella que terminó ganando y dándole paso a que ambos ingresaran en su recámara, le pidió que escuchara lo que él tenía para decir. A pesar de que los nervios la atacaron como una avalancha.
En cuanto las puertas volvieron a estar cerradas, Margery caminó hasta sentarse en uno de los muebles, mientras que el hombre solo se acercó y permaneció de pie. Ninguno dijo nada por varios segundos, un silencio que los incomodó. La pelirroja suspiró y miró hacia la ventana, pero sus ojos no veían nada en realidad, pues todo su ser estaba demasiado concentrado en la presenta de Geralt a pocos pasos de ella.
Quizá la razón de todo era porque tenían mucho para decir, mucho para pensar, pero muy poco para poder expresar de otra manera que no fueran solo palabras.
Al cabo de un tiempo, ella se levantó de golpe de su sitio y lo enfrentó.
—Reconozco el error en mis acciones pasadas —empezó con firmeza —. Estuvo mal de mi parte asumir que...
—Espera, ¿qué? —Le interrumpió con el ceño fruncido.
—Te puedo asegurar, dándote mi palabra, que no volverá a pasar —recitó con voz pareja y distante —. Espero puedas aceptar mis más sinceras disculpas y sepas que no te he querido ofender de ninguna manera.
Bueno, al menos lo que su madre había tratado de inculcarle, le había dado frutos cuando más lo necesitó. En ese preciso instante funcionó. Se atrevía a sentirse orgullosa de sí misma por sonar como sabía que debía sonar, como sabía que debía dirigirse a los demás. Pero solo pareció dejar sin palabras al brujo, quien la detalló con cuidado y confusión.
—Estás pensando que...
—Acepto que no tengo excusas para justificar mis acciones bajo ninguna circunstancia.
Geralt resopló, prácticamente interrumpiéndola de nuevo. Margery se quedó en silencio y lo miró achicando los ojos. Era como si estuviera desafiándolo a volver a hablar con su mirada fija en sus irises ámbares, retándolo a ignorar sus palabras e interrumpirla de nuevo. Más todas esas cosas pasaron por alto para el hombre, quien no dudó en tomar la palabra.
—Sé que estás molesta, princesa. —Dios dos cortos pasos hacia ella antes de volver a detenerse por completo —. Así que puedes dejar los formalismos de lado y solo decirme que me vaya a la mierda.
La fémina se cruzó de brazos, imponiendo un muro invisible y distancia clara entre ellos, a pesar de que ninguno de los dos hizo movimiento para alejarse del otro. Inclinó la cabeza hacia adelante y alzó una ceja con altanería, digna de una mujer de la realiza que no se dejaría vencer tan fácilmente. Margery había notado toda su vida que a las personas les gustaba hablar y no le había sido fácil saber que el rivio no compartía eso, empero el hecho de que lo hiciera con ella y sobre todo para decirle las cosas que le decía, le incrustaba un instinto competitivo.
No se dejaría ganar en un juego con el que ella había crecido.
—¿En verdad crees que yo usaría un lenguaje como ese? Esta no es una granja, señor brujo.
—Hmm... ¿ser cordial conmigo es algo que deseas hacer en estos momentos?
—Es lo mínimo que nos debemos —respondió bajando un poco su tono de voz y terminando el contacto visual.
Detestaba admitir que él sabía hacer preguntas que la descolocaban, preguntas a las que ella no había pensado una contestación con anterioridad. Casi había perdido la cuenta de las veces en las que Geralt de Rivia le había hecho hablar honestamente sin siquiera saberlo. Sin pensar en las consecuencias, de forma que se sorprendía a sí misma y a él de una manera que solo el hombre había podido admirar en numerosas ocasiones.
El peliblanco se relamió los labios y buscó con su mirada los ojos ajenos, sintiendo la repentina necesidad de ser escuchado y entendido.
—No fue mi intención lastimarte.
El corazón de la princesa se saltó un latido en su pecho, más su rostro se endureció. El verde de sus irises dejó de ser el cálido de siempre y un pequeño músculo de su frente saltó. Su expresión se había cerrado y resultaba casi imposible de leer, algo de lo que ella se había querido asegurar, lo que dejó al hombre en ascuas.
Y su voz salió con rapidez. Distanciada, impersonal y cortante como el filo de la más fina daga.
—No me has lastimado. Estoy perfectamente bien. —Alzó el mentón, mostrando una pose agresiva pasiva, retándolo con sus palabras y postura a que se atreviera a decir algo más al respecto.
—Quien soy, lo que soy, no es merecedor de tu corazón —insistió con pesadez. Margery no podía asegurar si él sabía que no se lo estaba diciendo por primera vez.
—Esa no es solo tu decisión.
El brujo se removió con exasperación, cerró los ojos y su ceño fruncido fue mucho más profundo. Si no fuera porque la princesa sabía que él se encontraba en perfecto estado, por un segundo habría creído que él estaba en verdadero dolor físico.
—No estás entendiendo —discutió casi perdiendo la paciencia —. Te estoy protegiendo de un monstruo.
La pelirroja parpadeó y descruzó sus brazos, dejándolos caer muertos a ambos lados de su cuerpo. Las palabras dichas por Geralt habían dado un solo golpe que alcanzó a apretar su corazón y puso a temblar los muros que había querido alzar. Solo él había tenido la habilidad y el control de lograr todo eso en menos de una hora.
—Geralt —susurró, incapaz de moverse hacia él o retroceder —, tú no eres lo que las personas creen o dicen.
Una sonrisa amarga curvó los labios del hombre, quien alzó la vista hasta posarla en el rostro femenino.
—Si me permito pensar eso por ti... —Las demás palabras quedaron colgadas en el aire, más la fuerza no fue suficiente como para que estas fueran tragadas por el olvido —. No puedo arruinarte la vida, Margery. Pregúntame por cualquier cosa, pero no por eso.
Eso no debía ser posible.
Le dolía tanto el corazón que no entendía cómo era que seguía de pie, cómo era que seguía respirando, cómo era que seguía esperanzada a pesar de todo. Dos rechazos en tan pocos días tenían tal poder de lograr aquello, junto con el despreciable recordatorio de desear lo que no podría nunca tener, a quien nunca podría querer.
Quizás sería mucho más sencillo tragar vidrio que volver a pasar por algo como eso.
Así que aceptó. Aceptó y preguntó entonces por algo más.
—¿Habría algo que quisieras informarme sobre la maldición?
Bueeeeeeno, las cosas se asentaron en este capítulo. ¿Qué creen que signifique eso?
Sólo queda saber por qué Geralt se presentó en los aposentos de la princesa :o Si él hubiera hablado antes tal vez la cosa habría sido diferente xdd
No tengo mucho qué comentar en esta nota, lo que es raro, así que espero que hayan disfrutado del capítulo. No olviden dejar sus maravillosos votos y comentarios. Sé que hay varios sin contestar, pero lo estoy haciendo poco a poco, es que yo soy muy lenta jajajajaja
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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