XVI
" La muchacha acaricia su herida con tristeza,
el viento azota su ventana.
Mañana su corazón habrá cicatrizado. "
Al principio se había quedado paralizada observando sus manos, pero luego reaccionó con rapidez. Sintió que un nudo se formó en su pecho y el miedo de esa situación la atacó en un solo golpe, dejándola desorientada por unos segundos. Tenía demasiadas cosas en su cabeza y que, justamente eso se presentara ese día, era lo último que ella necesitaba. Como si ya no tuviera suficientes preocupaciones y temores a los que enfrentarse.
—No, no, no —murmuró dirigiéndose a los elegantes y tallados muebles, para buscar entre los cajones el frasco que Blanche le había dado semanas atrás.
Llevaba tiempo sin que su propia piel se tornara grisácea como ocurría con sus víctimas. Sin poder controlar sus recuerdos, imágenes de los niños y el hombre que perecieron por su toque, se presentaron en su mente, como nubes de memorias que trataba de enterrar todos los días. Llevaba tiempo desde la última vez que la carne de sus dedos se había tornado áspera, dura y arrugada. Se dejó confiar en que no sucedería por mucho más tiempo, pero justo esa tarde, el síntoma de las últimas etapas de la maldición se presentaba.
Le dolía tener que aceptar que Jaskier tenía razón sobre lo que escuchaba en las tabernas. Después de todo, la maldición no era invisible en su cuerpo, se manifestaba de distintas maneras. No era un peligro solo para lo demás, también para sí misma y no era algo que ella pudiera detener a voluntad.
Con los ojos picándole en lágrimas contenidas, las cuales creyó gastadas, momentos atrás, buscó y rebuscó entre sus pertenencias el pequeño recipiente de mayor tamaño a comparación del que guardaba la lavanda y valeriana. Le estaba resultando complicado moverse en su propia habitación. Sentía que muchas cosas habían sido cambiadas de orden y que las nuevas que habían sido incorporadas le impedían saber bien en dónde buscar.
En medio del desespero, desordenó pergaminos, telas, frascos de fragancias, aceites, entre otros elementos. Los estantes quedaron despojados de decoraciones y objetos con un solo desesperado pasó de su antebrazo por el lugar. No reconocía ya nada de lo que componía sus aposentos. Ciertamente, parecía que los destrozos de aquella noche pasada jamás sucedieron, pero eso no quitaba el hecho de que ella ya no sabía dónde se encontraban sus pertenencias más importantes.
Así que la pregunta que más temió se hizo presente: ¿y si se habían deshecho de todo lo que tenía? ¿sus dibujos, su lavanda y valeriana? ¿sus cenizas?
Lo que ella necesitaba en ese preciso instante, con gran urgencia, era un polvo para disolver en agua, en el cual debía sumergir sus manos.
Pero entre más se demoraba en encontrarlo, más tiesas sus articulaciones se volvían, provocándole intensos dolores con cada intento de movimiento que hacía. Ya estaba dejando de sentir el tacto de sus dedos contra las diferentes texturas y superficies de su recámara, algo que indicaba muy malas noticias para Margery. Si intentaba tocarse la cara con sus dedos, las yemas no percibían la calidez ni la suavidad de sus mejillas. Si trataba de cerrar la mano en un puño, creía sentir cada hueso y músculo traqueando en contra para lograrlo.
—Por favor, por favor, no te he usado, tienes que estar aquí. —En esos momentos tocaron la puerta —. ¡Un momento! —Exclamó mucho más fuerte de lo esperado.
No obstante, la persona que esperaba en el pasillo no desistió y volvieron a llamar a la puerta. La princesa frunció los labios y cerró los ojos en exasperación. Una suave capa de sudor cubría su coronilla y finas gotas resbalaron alrededor de su rostro. En realidad, sentía demasiado frío, incluso cuando todavía no había anochecido y las telas de su vestido eran relativamente gruesas y bastante elaboradas.
—¿Se encuentra bien, alteza? —Escuchó que uno de los hombres que custodiaba sus aposentos, preguntó. De seguro había escuchado todo el revuelo que causó ella al desacomodar sus pertenencias en medio de su creciente pánico.
Antes de contestar, se tomó su tiempo. Necesitaba que su respiración volviera a la normalidad, no obstante, le resultaba cada vez más complicado.
—Sí. Necesito que busquen a la maga de La Corte, que traiga cenizas de naranjo —pidió caminando hasta el frente de la chimenea apagada. Un hormigueo subió por su espalda y se asentó en la parte trasera de su cuello. Sabía qué pasaría a continuación.
» En caso de no ser Blanche de Aninthaia, no quiero que se abran esas puertas —ordenó con voz dura, dejándose caer sobre la alfombra de rodillas, las faldas de su vestido amortiguando el golpe y amontonándose a su alrededor.
Creyó escuchar el sonido de las armaduras de los soldados al otro lado de la puerta en el pasillo junto a sus voces susurradas. Trató de agarrarse a esa pequeña ventana de realidad, pero después solo hubo silencio. No fue capaz de escuchar nada más. Los latidos de su corazón la asordaron, se agitó tanto que el aire dejo de ser suficiente y el dolor de pecho y cabeza no tardaron en comenzar.
Posó sus debilitadas extremidades en su regazo, apretando los dientes al tener la terrible sensación de pequeños objetos punzantes atravesando su piel, que cada vez tenía más la apariencia de un desgastado pergamino o las raíces seca de un tronco. Hasta el más mínimo movimiento era un martirio para ella.
Los siguientes minutos pasaron demasiado lento para Margery, quien se había recostado por completo en el suelo alfombrado. Al menos había podido hacer eso por su propia cuenta en vez de llevarse tremendo golpe en la cabeza como ya había sucedido en una ocasión anterior. Antes de cerrar sus orbes y dejarse vencer por la arrastrante inconsciencia, lo último que estos vieron fue la decorada pared y la delicadeza con que la chimenea perdió forma y todo quedó oscuro.
Luego sintió un suave tirón en su cuerpo y fue obligada a volver a estar sentada. Abrió los ojos y lo primero que distinguió fueron las borrosas llamas de la chimenea danzando con tranquilidad ante ella en llamativas ondulaciones, pintando el espacio más cercano de un cálido y bienvenido anaranjado. se preguntó quién la habría encendido.
Dejó caer su cabeza a un lado, sus alrededores empañados y confusos. No tenía la energía suficiente para centrar su mirada en ningún punto. Estaba fatigada, exhausta, como si acabara de correr por su vida alrededor de todos los terrenos del castillo. El crepitar del fuego en la leña la tranquilizó y se hundió en un episodio de calma, hasta que sus manos y antebrazos fueron sumergidos en una vasija con agua caliente, lo que provocó que una exclamación saliera de sus labios ante el golpe de temperatura tan brutal que pegó en su piel expuesta.
Fue ahí cuando se dio cuenta que ya no se encontraba sola en sus aposentos. Escuchaba voces, pero le parecían muy lejanas e inentendibles. Sintió una suave presión en sus hombros y se dejó caer hacia atrás, mareada en malestar. En vez de recibir el suelo nuevamente, sintió el pecho de alguien recibirla, quien parecía estar sosteniéndola para mantenerla sentada lo más erguida posible.
Protestó con suavidad, removiéndose y tratando de alejarse, su mente y cuerpo siempre preparados para evitar cualquier clase de contacto con las personas, pero fue devuelta a su lugar con facilidad. Hizo una mueca y quiso sacar sus manos del agua, empero otra persona no se lo permitió y la detuvo con firmeza considerada. De sus labios brotó un gemido lastimero.
Entonces las voces volvieron a ser más claras. Los colores del espacio dejaron de ser tan naranjas y el vidrio empañado que creía tener ante sus ojos se fue disipando acorde a los segundos que pasaban. Soltó un inconsciente suspiro de alivio y se relajó todavía más, notando que estaba pudiendo volver a mover sus dedos con mayor facilidad. La molestia seguía presente junto a un extraño entumecimiento recorriendo su espalda y cuello, pero el dolor ya no era tanto como anteriormente. Se acarició las manos entre sí dentro del agua, regocijándose ante la posibilidad de sentir el tacto, de volver a sentir una piel suave y tersa.
El calor del agua a la cual fue sometida, fue subiendo por sus brazos y la cubrió en un ligero vapor bienvenido. Ya no sentía la piel de vidrio ni los huesos de piedra, lo cual la calmó de sobremanera. Su piel reaccionó de forma positiva y el frío calador se desvaneció casi por completo de su agotada anatomía.
—¿Alteza?
Margery alzó la cabeza y sus ojos entrecerrados pararon en el rostro de Blanche. La morena estaba de rodillas delante de ella, una expresión de preocupación arrugando sus facciones mientras seguía sosteniendo sus antebrazos en el interior del recipiente. Una sonrisa ladina se dibujo en el rostro de la princesa. Cada vez más sus sentidos parecían regresar a su cuerpo, cada vez más le llegaba la sensación de volver a ser dueña de su cuerpo.
—Trajiste las cenizas —suspiró agradecida a media voz, dejando que la pesadez de sus párpados reinara sobre sus ganas de mantener la mirada en la maga.
Pocos segundos después, sus manos fueron alzadas y retiradas del agua. Con sumo cuidado, dado que la piel de la princesa seguía sensible y todavía debía retomar su color natural, Blanche se dispuso a secarle los restos de gotas. Margery soltó un suspiro y se acomodó mejor en su posición.
—Hay que recostarla en su cama. Tardará un poco más en recomponerse.
—Estoy cómoda aquí —respondió. Al menos todavía estaba consciente.
—Tal vez Geralt difiera en ello.
—Hmm...
—¿Qué? —Cuestionó de repente, abriendo los ojos con sorpresa.
Y, en efecto, la persona que estaba justo detrás de ella era el brujo, quien la sostenía contra su pecho. Sus manos enguantadas descansaban de forma protectora sobre sus caídos hombros y la sostenían con tal cuidado que, cualquier otra persona dudaría de que un guerrero como él, fuera capaz de contener en su agarre. De pronto la presencia del hombre fue demasiado para ella. Intensa, constante e inesperada, envolviéndola en un mar de confusión de distintas sensaciones que no tuvo la energía suficiente para luchar en su contra y alzarse por su cuenta para alejarse.
A pesar de que eso era lo que quería en verdad.
¿Por qué últimamente parecía estar en su compañía cuando más vulnerable se encontraba? No le parecía justo.
—Abrirás esas puertas a no ser que quieras-... —El sonido de la entrada se hizo presente —. Oh, debí haber empezado con la amenaza.
Pierstom.
Seguido de eso, Margery alcanzó a escuchar unos afanados pasos acercándose. Levantó la cabeza del pecho del rivio como pudo y trató de enderezarse sola para ver a su hermano.
Los ojos celestes del príncipe la encontraron de inmediato y la pelirroja distinguió con facilidad el tinte de preocupación en ellos. Antes de que pudiera hablar para tranquilizarlo, la mirada de Tom se tornó fría y dura. Dejó de observarla para pasar a ver a Geralt, quien todavía ayudaba a la princesa a sostenerse sentada. No parecía tener planes de alejar sus manos de los hombros de ella.
—Tom...
Él le interrumpió alzando una mano para silenciarla. Su porte relajado y abierto había cambiado por completo y ella sabía a la perfección por qué.
—Será mejor que apures tu trabajo, brujo —ordenó con frialdad —. El tiempo de mi hermana corre, y la maldición no se detiene nunca.
—¿A qué se refiere? —Cuestionó el peliblanco.
—A nada —trató de tranquilizar Margery, sus ojos clavados en el príncipe con desaprobación. No encontraba necesidad de formar un revuelo por la situación pasada.
—¡Te estás muriendo! —Se quejó el castaño con desespero.
—¡Estoy bien! Hace rato no sucedía esto.
El lugar se quedó en silencio. No había sido porque no hubiera nada que hablar, sino porque ninguno de los presentes creía en las palabras de Margery. Ella siempre supo que sufriría una muerte prematura en el momento menos esperado. Ya lo había aceptado tiempo atrás, pero desde que sus padres contrataron a Geralt de Rivia para encontrar una forma de romper la maldición, la pelirroja creyó poder ver más allá en su destino de lo que ya había esperado con pretérito.
Cierta energía intranquila se instaló en Geralt ante la nueva información que fue proveída. Había creído ya saber todo lo que el linaje maldito de la familia real de Mercibova implicaba, pero tal parecía que había estado equivocado. No solía suceder muchas veces y detestaba el hecho de que justo eso hubiese sucedido con respecto a la princesa.
Su semblante se oscureció y, sin pensarlo otro segundo, acomodó sus brazos de manera que pudiera cargarla con facilidad. Aquella acción se llevó una exclamación por parte de los demás, pero a él no le importó en absoluto. Notó la manera en que ella no se atrevió a moverse ni medio centímetro, sintiendo su cuerpo en sus brazos demasiado tenso. Observó aquel perfil que su cabeza ya se había encargado de grabar a fuego lento en su memoria y caminó hasta depositarla con cuidado sobre su cama.
Margery soltó el suspiro contenido y lo miró a los ojos por un momento. Él se quedó ahí quieto, inclinado sobre ella y sin encontrar la voluntad propia de desviar sus orbes hacia otra parte. Nuevamente, aquella energía magnética que lo empujaba a ella se hizo presente, cada vez más intensa, cada vez más difícil de ignorar.
En el segundo en que la princesa bajó su mirada hacia sus labios y él hizo lo mismo, el momento no tardó en abrirle paso a esa ardiente añoranza que se consolidó en los irises de ambos. Empero apenas los dos fueron conscientes de ello, partieron por caminos distintos.
La princesa se reacomodó sobre las sábanas y el brujo se enderezó para volverse a ver al príncipe.
—¿Qué documentos y pergaminos tienen sobre la maldición?
Pierstom parpadeó un par de veces y se cruzó de brazos.
—Muy pocos. Se encuentran en la sección más alejada de la entrada a la biblioteca, al lado del cuadro de la primera generación que manifestó la... —Se quedó en silencio al ver que Geralt se retiró sin decir ninguna palabra más —. Eso fue grosero. Alguien debería enseñarle modales, ¿no? —Reprochó frunciendo el ceño.
Pero ni su hermana ni Blanche tuvieron cabeza para musitar palabra alguna.
El salón tenía un ambiente bastante animado mientras que distintas personas se paseaban de un lado a otro, disfrutando de la velada. Los músicos estaban haciendo un trabajo excelente en acompañar el lugar con sones alegres, lo que causaba que varias parejas hubiesen decidido reunirse a bailar en el centro del espacio. Las mesas alrededor estaban llenas de comida y vida también. Ni siquiera el exagerado número de soldados en los distintos puntos de la sala menguaba el ánimo.
En cada columna que rodeaba el Gran Salón del Trono había exóticos diseños de ramos, acompañados con elegantes candelabros, distinguidas banderas y los escudos del reino de Mercibova. El águila dorada que estaba bordada con extrema dedicación, resaltaba con orgullo en el suave ondeo causado por la brisa que se filtraba la interior del castillo.
Después de todo, aquella noche no solo era una bienvenida, también era una celebración. La celebración del compromiso de Pierstom de Mercibova con Nimia de Timatand. Cuando el momento llegara, en la ceremonia de matrimonio, las dos banderas y escudos de ambos reinos unidos decorarían en el lugar. Dicha pareja real era el centro de atención esa noche, algo que Margery agradeció con tranquilidad, a pesar de saber que esas no significaban buenas cosas para su hermano. Posiblemente el príncipe disfrutara ser visto con interés, llevándose las miradas para sí sin esfuerzo alguno, más en esa noche, era algo que comenzaba detestar, ya que no le habían dejado dar ni un solo respiro.
Desde el lugar en el que se encontraba Margery, unos cuantos pasos antes de estar bajo las cálidas luces de los candelabros del salón, la princesa observó al castaño bailar con practicada gracia junto a su prometida. Ambos parecían complementarse de una forma curiosa y que de seguro mantendría a la reina Caitriona contenta, lo que significaba que su madre no buscaría su presencia en ningún momento cercano.
Incluso la princesa de Timatand parecía estar cómoda en su compañía y le sonreía con amabilidad. Debía aceptar que cuando Tom quería y se lo proponía, podía jugar su papel a la perfección.
La joven de piel bronceada y cabellos ondulados oscuros llevaba puesto un maravilloso vestido vino tinto, haciendo un juego impecable con los colores de Pierstom, el cual tenía puesto uno de sus mejores trajes de noche. El color de la familia real resaltó en el característico azul que tenían las prendas masculinas, las cuales se armonizaron con las femeninas.
Dos personas, dos mundos diferentes que se unirían muy pronto.
—¿Esa es la esposa de Tom?
La fémina se volvió hacia atrás al escuchar la pregunta. Cirilla llevaba puestas unas prendas marrones y doradas que de seguro Sarai consiguió para ella. Se le acercó con una sonrisa hasta quedar a su lado. Se veía bastante encantadora. Margery todavía no se acostumbraba a la familiaridad con que la jovencita se movía a su alrededor, mucho menos cuando se acercaba con tanta naturalidad. Le agradaba su compañía por ello. Porque existía un acuerdo silencioso de normalidad y amistad entre ellas.
—Futura esposa —corrigió volviendo su mirada hacia el baile.
—Es linda —halagó Ciri ladeando la cabeza —. Parece amable también.
La pelirroja asintió en silencio y juntas observaron la fiesta desenvolverse con total tranquilidad. Tal vez eso era lo que la gente necesitaba, porque si las cosas se seguían desenvolviendo como ella creía que su padre ocultaba en esa ocasión, el ambiente ameno se alteraría con el estallido de una potencial guerra.
—¿Dónde has estado estos últimos días? —Preguntó la princesa —. Ya sabes... con mi ausencia y todo.
Una sonrisa divertida y juguetona brilló en los labios de la rubia.
—Por ahí, alrededor.
La respuesta no fue agradable para Margery, quien volvió su vista hacia el rostro de la otra. No había tenido oportunidad de preguntarle a Sarai, puesto que había tomado el momento para ponerse a llorar delante de ella por una ilusión dañada.
—Ciri.
—No me llames así con ese tono, por favor —pidió en medio de un resoplido —. Suenas igual que Geralt. Además, necesito aire fresco dado que el confinamiento acabó.
—Claro, porque te ves demasiado enferma con el encierro. —Su voz salió sarcástica, lo que provocó que una risilla brotara de la boca de las dos.
La mayor prefirió ignorar el comentario que no parecía tan inocente por parte de la joven y cruzó sus manos en la parte anterior de su cuerpo. El movimiento fue suave y lento, dado que todavía sentía la piel y los huesos sensibles, pero ningún malestar impidió que un instinto protector se apoderara de ella sobre Cirilla. Sabía todo lo que ella había sufrido antes de encontrarse con el brujo. No deseaba que volviera a pasar por algo parecido nunca más y, si estaba en sus manos asegurarse de ello, lo haría.
—Sabes que podría enfermarme si no tomara aire puro de vez en cuando. ¡Y la noche está fresca!
—Créeme, el aire de afuera es el mismo que el de adentro.
Cirilla soltó un suspiro rendida, pero pronto su rostro se iluminó. Una idea se había cruzado en su mente. Su rostro se giró con rapidez hacia Margery.
» Por favor —pidió antes de que la niña de cabellos rubios cenizos pudiera siquiera tomar aire para hablar —. Ha sido un día bastante pesado. No quiero cargar con más preocupación y sabes que me preocupo por ti, Ciri. Me importas mucho.
La mirada esmeralda de la nombrada fue sorprendida, pero no fue una impresión inesperada, sino bastante serena y atesoró con cariño lo escuchado. Ella ya sabía que la princesa era amable y que tal vez la descripción de corazón dorado le sentaba bastante bien. Pero que su amabilidad se extendiera hasta tal punto hacia ella, fue algo que no creyó necesitar hasta ese preciso instante, en el que las palabras fueron intercambiadas con tal autenticidad.
Extrañaba a su familia, a su abuela y aquella vida pasada que vivió. Muchas veces aterraba el simple pensamiento de que quizás estaba encontrando un nuevo hogar en un lugar que tendría que dejar una vez Geralt completara su trabajo.
—¿Te puedo abrazar?
Esa fue una nueva manera de dejar atónita a Margery.
No reaccionó de inmediato, no se movió de su sitio y solo se quedó mirando asombrada los tiernos y finos rasgos de Cirilla. Creyó haber alucinado las palabras en un principio, pero ante los brillantes ojos que la observaban con expectación, supo entonces que no había imaginado nada.
Asintió con suavidad, más no fue capaz de hacer el primer movimiento. La jovencita tomó el mando de la situación y rodeó la cintura de Margery con cuidado, apoyando su cabeza en el hombro ajeno cubierto. La pelirroja se quedó pasmada una vez más, pero a los pocos segundos, se permitió rodear la figura delgada y relativamente más pequeña que la suya propia. Sus manos enguantadas se posaron delicadamente en la espalda de Ciri, empero se negó a bajar su rostro para acercar su mejilla a la cabeza de la rubia, por obvias razones.
A pesar de los nervios que la asaltaron, guardó aquel gesto en sus más preciados recuerdos. La calma la invadió y el corazón se le ensanchó en el pecho. Después de todo, Margery no era una persona que hubiera recibido tanto afecto físico. El motivo no era solo por la maldición, sino que no era algo bien visto en público por parte de la realeza. Sin embargo, en esos momentos no le interesó ni preocupó. La atención de La Corte estaba puesta en otra parte, lo que ayudó a que esa oportunidad fuera una en un millón.
Solo les pertenecía a ellas dos. Y eso era un total privilegio.
—Sea lo que sea que haya hecho Geralt, haré que se disculpe pronto.
—¿Ah?
La hija del brujo suspiró y alzó la cabeza para mirarla, sin embargo, no se alejó ni deshizo el abrazo. Los irises verde azulados la congelaron una vez más en su puesto, pues encontró toda la determinación que describía a la niña en ellos.
El corazón le pegó un salto ante la cercanía con la que se trataban. Cirilla resultaba ser su aire fresco, ya que su presencia, astucia e inocencia fueron todo lo que Margery necesitó para volver a sonreír con mayor relajación, pese a que lo escuchado la inquietó.
—No hay ningún problema, Ciri —contó con paciencia —. Perderás el tiempo buscando solución a algo que... no necesita arreglo —concluyó encogiéndose un poco de hombros.
—Lo lamento, su alteza real, pero no puedo creer nada de lo que has dicho. Solo quería dejarte saber eso, por si acaso.
Margery alzó una ceja.
—¿Qué es lo que vas a hacer?
Antes de que la rubia contestara, alguien más se acercó a ellas, lo que provocó que la joven soltara un suspiro de alivio. No quería revelar sus planes aún. Saludó con ánimo a Tom, separándose de la princesa. El castaño le sonrió con encanto, luciendo algo asombrado por la posición en que las encontró.
—Si Geralt o Jaskier preguntan, estoy explorando...
—El interior del castillo —completó la mayor con rapidez.
Cirilla agachó la cabeza en señal de derrota, empero sus ojos volaron hacia los de Pierstom con esperanza iluminándolos.
—Creo que ya la escuchaste y estoy de acuerdo.
Musitó un "bien" entre dientes para luego despedirse de los hermanos. Caminó entre la gente hasta encontrarse con algunos de sus nuevos amigos y después desapareció de la vista de ambos. La princesa tuvo que rogarles a los dioses para que Ciri acatara un poco a su petición/orden, pues no estaba segura de cómo reaccionaría si le sucediera algo a ella.
El príncipe se quedó en silencio a la vez que se detuvo a un lado de su hermana, ocupando el lugar que la hija del brujo había dejado libre. Ambos observaron la celebración en silencio también. El centro del salón todavía estaba lleno de vida, con personas bailando alrededor, incluso la princesa Nimia seguía presente en el baile.
La pelirroja pronto llevó su mirada hacia el trono, donde se encontraba su padre, dándose cuenta que estaba compartiendo unas cuantas copas con los embajadores y el rey Ivo de Timatand, más la conversación parecía ser totalmente contraria al entorno animado.
—Es raro, ¿no crees? —Inquirió el príncipe.
Su espalda estaba recta y su semblante parecía ser tranquilo, más la mujer sabía que una tormenta se estaba desatando en su interior. Los acontecimientos en los últimos días resultaban pesados, y los que se acercaban no hacían más atentar con la aparente tranquilidad que Pierstom estaba tratando de demostrar.
Margery le dirigió una mirada de reojo. Una pregunta expresada sin palabras.
—El haber dejado mi destino amoroso en manos de una pintura de mi futura esposa, la cual fue encargada por nuestra madre —explicó pensativo.
—¿Esperabas a alguien como la reina? ¿Alguien que fuera...?
Tom le interrumpió.
—¿Desconsiderado? ¿Cruel? ¿Despiadado? —Enumeró energéticamente, como si pensar de esa forma sobre su progenitora no fuera algo nuevo.
—Distante —terminó —. Quería decir eso: distante. Pero ella parece ser todo lo contrario a lo que hemos pensado.
Él torció los labios. Margery estaba segura de que el príncipe le estaba buscando cuernos al caballo en la situación, cosa que no hizo más que empezar a desesperarla. Conocía la expresión que había dominado los rasgos de su hermano.
El príncipe se acercó a una mesa y tomó dos copas de vino, luego volvió al sitio en el que Margery permaneció desde que se presentó en el gran salón y le tendió una. Ella agradeció y no tardó en tomar el primer sorbo, sin dejar de mirar el rostro del castaño. Estaba expectante ante lo que diría Pierstom.
—Creo que la princesa Nimia no desea esta unión —determinó, pareciendo bastante convencido de sus palabras.
Inevitablemente, Margery cayó en su juego sin siquiera saberlo.
—¿Por qué dices eso? ¿Crees que no te encontró lindo? —Alzó una ceja burlona.
En ese momento le fue inevitable recordar su primera conversación sobre el matrimonio en los establos. Había sido el día en el que ella se enteró que tendría una cuñada y un prometido. Aquella noticia se le hacía tan vieja y lejana, de mucho tiempo atrás. Todavía le costaba creer que parte de ella se estaba cumpliendo en la actualidad. Era real y no solo una especulación del futuro en la que ellos tuvieron la audacia de refugiarse con anterioridad.
—No me digas, espera, ¿lindo, dices? ¿No querrás decir devastadoramente guapo? ¿Sorprendentemente magnífico?
—Eres mi hermano, por supuesto que no te voy a halagar de esa manera —dijo riéndose un poco —. Diría que eres parte del promedio aceptable. Y solo algunas veces.
La exclamación ahogada de Tom se perdió entre los aplausos, la música y el bullicio general del banquete, aunque su mirada adolorida, medio en broma y medio en serio, no pasó por alto ante los divertidos ojos de Margery. Se tomó unos segundos para observar sus alrededores, tranquilizándose al ver que nadie parecía tener intenciones de posar su atención en ellos. Era una verdadera suerte que, hasta el momento, nadie hubiera decidido acercarse a ellos, aunque la princesa comenzaba sospechar las razones de ello.
A fin de cuentas, ella no era nadie con la habilidad de controlar el temor de los demás.
—¿Sabes? Tal vez tengas razón y solo soy lindo —resaltó torciendo los ojos, pero la sonrisa que quiso formarse en sus labios fue evidente —. Tal vez estoy perdiendo mi encanto, puesto que la princesa Nimia no me mira con ojos deseosos.
—Lamento informarte esto Tom, pero... las personas no miran así a los otros. Es incómodo y algo grosero. —Margery frunció el ceño. No comprendía a qué quería llegar su hermano con todas las cosas sinsentido que estaba hablando.
—¿En serio? Entonces alguien debería enseñarle modales al brujo.
A pesar de ser una frase repetida, el contexto había cambiado por completo.
La princesa abrió la boca, pero ninguna palabra ni sonido salió de ella. Tomó un poco de aire y trató de volver a hablar por unos segundos, más falló miserablemente en el intento. Cerró los ojos y negó repetidas veces con la cabeza, buscando la manera más rápida de poder salir de la situación.
En vez de sonrojarse, solo sintió un vacío en el estómago y decidió tomar otro trago del vino. Esperaba que el líquido amargo quemara todas esas sensaciones, pero al volver a alejar la copa de sus labios, su mirada paró al borde de esta y un recuerdo se instaló en su cabeza.
Ya no podía mirar la copa con los mismos ojos tampoco.
¿Cómo no había sido capaz de ver a qué punto quería llegar su hermano? Sabía que él tenía una forma de hacerse camino a través de las palabras, solo que no esperó que lo usaría con ella esa noche.
—Estás equivocado.
Él resopló y soltó una risa irónica.
—Ya te he dicho que no estoy ciego, mujer. Sé que mis ojos no me engañan sobre lo que vieron horas atrás en tus aposentos —le recordó con complicidad, una sonrisa ladeada curvando sus labios —. Le podemos preguntar a la maga y sé que ella me apoyará.
—Tal vez solo estaba cuidando su dinero, ¿está bien? —Expresó con enojo.
Sin embargo, no estaba enojada con el príncipe, le resultaba casi imposible estarlo bajo cualquier circunstancia. Pero sí estaba enojada con que ese día no hubiera podido quedarse sola con sus pensamientos, sola con su corazón roto. Sola y lejos de cualquier otra persona que le pudiera recordar al brujo.
Un nudo se formó en su garganta, lo cual la desesperó. Se sentía patética por no saber cómo lidiar consigo misma en el estado en que se encontraba. Se notaba demasiado que era la primera vez que ella tenía que contener todas las partes de su corazón y sentimientos en un solo lugar, esperando que no se volvieran a quebrar por su atrevimiento. No tenía a nadie a quien culpar más que a sí misma y eso hacía empeorar su ánimo.
Tom se quedó callado, mirándola con preocupación. Claramente, él esperaba sacar una reacción por parte de su hermana menor, pero no esperó que fuera aquella.
—Tú y tu maldición no componen la recompensa en monedas del trabajo de alguien más, Mary.
—Tal vez sea algo que debamos preguntarle a la gente del pueblo, en las tabernas, a ver qué opinan al respecto.
Dicho eso, retrocedió y dejó la copa a medio terminar sobre una mesa cualquiera para después retirarse del banquete. Ya era hora de dar por terminado ese día.
Yeeiiii quería que llegáramos a este capítulo que tiene referencia a cosas pasadas jijijii
¿Qué les ha parecido? Por mi parte he tenido muchos feels encontrados tbh. Ciri y Margery me tienen llorando corazoncitos, Tom ya está husmeando cada vez más en la vida privada de su hermana y la maldición no parecer ser tan invisible como se creyó en un principio.
Déjenme decirles que se tienen que preparar, porque lo que se viene estará cada vez más fuerte :ooooooo (o eso espero que les parezca xdd)
¿Cuál fue su momento preferido?
¡No olviden dejar sus maravillosos votos y comentarios!
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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