XLIV
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" Sin poder dormir
una hoguera nocturna
rodeamos. "
—Sosei.
Cuando Blanche y Margery llegaron de vuelta a los cercanos terrenos del castillo, ninguna de las dos esperó encontrarse con todo un campo de batalla. Donde alguna vez estuvieron los árboles y arbustos de los jardines reales, patios y caminos, ahora había cuerpos caídos, sangre derramada y gritos de guerra o llantos de desconsuelo y rendición. Todas las zonas estaban infestadas de soldados, pero la mayoría de sus armaduras eran completamente negras y no tenían ninguna insignia pintada sobre sus escudos que denotara a qué reino eran leales. Los estandartes mercibonenses estaban caídos y habían sido reemplazados por banderas planas y negras.
Las llamas de los desastres eran la única triste iluminación de aquella madrugada de muerte.
No sabía en qué momento se habían colado todas esa tropas enemigas al lugar, pero algo en su interior le indicaba que todo eso no solo había sido obra de Amicia, sino también de Ivo. Parecía extraño y en contra de la naturaleza ideal de cada quien, el estar trabajando en el mismo lado, pues una hechicera y un humano cuyo odio a todo lo diferente era casi inexplicable, hacían una pareja poco probable, incierta y efectiva. No tenía pruebas, pero tampoco tenía dudas.
La desesperanza comenzó a colarse por cada poro de la princesa de Mercibova. Todavía no se sentía capaz de creer en su totalidad el desastre que estaba viendo desde aquella posición. Quizás sus años en La Corte no siempre fueron los mejores, pero eso no menguaba el dolor y el desánimo que se coló en su anatomía apenas sus ojos observaron todo aquello.
Estaba sobre el caballo de Blanche, la maga era quien sostenía las riendas, mientras que la pelirroja se abrazaba a su cintura para mantenerse sobre el lomo del animal. Todavía no pisaban el territorio hostil, pues habían decidido quedarse atrás, a sabiendas de que no podrían cruzar el campo sin que algún soldado se les lanzara encima.
Mantenerse ocultas era una necesidad primordial en esos momentos, sobre todo porque se encontraban solas. Apenas avanzaran un poco hacia el castillo, numerosos pares de ojos caerían sobre ellas.
—Qué es lo que han hecho —murmuró Margery, ojos llorosos mirando con terror las llamas que se alzaban en el castillo que tuvo que aprender a considerar su hogar.
—Su meta es clara, alteza: destruir estas tierras por completo y a cualquier persona que se interponga en su camino.
—Mis padres, mis hermanos —jadeó y balanceó la pierna derecha para bajarse del caballo.
Necesitaban llegar al interior del palacio, donde de seguro estaría su familia. Por supuesto que tenía esperanza de que todavía estuvieran vivos, la hechicera poseía un curioso interés por mantenerlos con vida hasta el último instante. Se lo había demostrado con Pierstom, quien debió haber muerto aquel atardecer ante el Lago de Erium.
—¡Espera! —exclamó la morena bajándose del corcel para afanarse a agarrarla del antebrazo, antes de que se alejara más y quedase expuesta al enemigo —. ¿Qué es lo que crees que puedes hacer así nada más?
—Será más sencillo pasar desapercibido si voy sola.
—Por supuesto que no. ¿Acaso no crees que eso es justo lo que la hechicera habría querido que hicieras? —cuestionó mirándola al rostro con severidad —. Debemos formular un mejor plan que solo escabullirnos.
—De seguro cree que sigo en su cabaña en el bosque.
—No, princesa, la conexión no funciona así. —La maga se acercó hasta posar ambas manos sobre los hombros de la pelirroja —. Te puede sentir. De seguro lo supo en el segundo en el que abriste los ojos.
—¡No se muevan! —advirtió un hombre saliendo de entre los árboles del camino en el que ambas mujeres se habían detenido.
Margery abrió los ojos de sobremanera, sintiendo su adolorido corazón acelerar sus latidos. No pudo pensar mucho cuando la pelinegra la cubrió con su cuerpo y alzó las manos hacia el soldado.
—¿Jensen?
—¡¿Jensen?! —chilló Margery asomando su cabeza sobre el hombro derecho de Blanche y, de hecho, el pelinegro estaba de pie a unos cuantos pasos de ellas.
—¿Alteza? —El joven bajó su espada de inmediato, antes de dirigir una mirada hacia sus alrededores —. ¡Es la princesa!
Se escucharon varios murmullos de sorpresa y alivio. Inmediatamente después, numerosos soldados de armadura plateada, con el águila pintada sobre el brillante metal, comenzaron a salir de sus escondites. Ninguno parecía estar exento de heridas o suciedad en sus rostros y diferentes partes de sus cuerpos que se alcanzaban a ver. Se les notaba cansados y demasiado preocupados. La pelirroja no los podía culpar, porque justo así se veía y se sentía ella.
El número de personas que Margery habría querido ver era demasiado reducido. Era normal la notoria vulnerabilidad con la que el castillo y su familia había sido dejada. Era una verdadera lástima que la mayoría estuviera al frente de la guerra falsa, una guerra cuyo propósito fue dejarlos indefensos; una simple distracción.
—Creímos que estaba al interior del palacio, alteza —se adelantó a comentar Jensen, quien a pesar de tener un golpe en la cabeza, cuya sangre ya había secado, se veía bastante contento de verla ahí.
Margery apretó sus labios y le mandó una mirada de reojo a la maga una vez se posicionó al lado de ella.
—Blanche me ayudó a salir. —Su ojos pasaron de un rostro a otro, esperando poder encontrar a alguien más conocido, alguien que pudiera estar ejerciendo el papel de líder de esa pequeña compañía sobreviviente —. ¿Alguien me podría poner al tanto de todo lo que ha sucedido aquí afuera?
Los soldados mercibonenses se miraron entre sí, antes de despejar un camino ante ella. Ambas mujeres compartieron una mirada corta de alivio, pues parecía que no estaban solas en contra de todo esto.
—Será mejor que el Capitán se encargue de eso, alteza.
—Apenas terminó la celebración, llegaron de todas partes. Ni siquiera se molestaron en ocultarse, fue como si hubiesen cruzado la puerta delantera bajo una invitación de la que nadie se enteró.
Margery se mordisqueó el labio, cruzada de brazos al frente del Capitán Raff. Asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Se quedó observando el mapa que tenían desplegado sobre una improvisada mesa de troncos, el cual enseñaba el terreno del castillo y las villas cercanas, hasta un poco más allá de Lyriton. Se encontraban en un pequeño campamento apenas a las afueras de la zona hostil. Los estandartes de Mercibova, con el águila dibujada en cada uno de ellos, estaban sucios y la mayoría dañados, pero el color azul seguía tan vibrante como la fuerza que todavía vibraba en el cuerpo de todos los soldados sobrevivientes, la princesa y la maga.
—Tienen que ser de Timatand —señaló la pelirroja, ganándose varias miradas sorprendidas.
—El rey Ivo...
—No es un aliado —interrumpió Mary al Capitán.
—Con todo respeto, alteza, el rey de Timatand también está atrapado al interior del castillo —trató de explicar del hombre de armadura y capa azul oscura —. No creo que sus hombres hayan llegado ahí para asesinarlo. Esos soldados no tienen armadura de ningún reino.
—Si yo quisiera invadir algún sitio y primero decidí fingir ser un aliado, mantendría esa posición hasta el final —puntualizó la princesa con seriedad, su mirada yendo a parar al rostro de Raff —. Aquellos hombres están haciendo lo que el rey Ivo les ordenó desde un principio y que, a su vez, lleva haciendo desde que puso pie en Mercibova: confundirnos —determinó alzando un poco más el tono de voz para ser escuchada hasta por los que se encontraban saliendo de la tienda. Luego pasó sus ojos por cada una de las personas que se hallaban cerca a ella.
» Tenemos dos enemigos hoy, y uno de ellos no necesita de un ejército para acabar con todos nosotros. —Murmullos comenzaron a alzarse al interior de la tienda, pero pronto se acallaron una vez que Margery volvió a hablar —: Sé que el número que tenemos es decepcionante y nos pone de frente a la muerte, pero necesito ingresar a ese castillo a como dé lugar.
Diferentes palabras salieron de distintas bocas apenas terminó de hablar. Una ola de desacuerdos se alzó, y a los pocos segundos fue casi imposible entender las palabras que eran dichas por los demás. Margery cerró los ojos, soltando un pesado suspiro, dejando que los hombres dejaran salir su frustración unos momentos antes de que ella volviese a interrumpir.
Estaba claro que esperaba una reacción diferente, empero tampoco podía exigirles lo que ella quisiera. La princesa era consciente que apenas entraran al camino, podían ser masacrados en un parpadeo.
Detalló con cuidado el mapa que el Capitán tenía desplegado una vez más, sus ojos recorriendo el pergamino una y otra vez. Blanche a su lado también se inclinó un poco y observó el perfil de la pelirroja.
—¿Qué es lo que está pensando, alteza? —curioseó la maga, frunciendo el ceño con levedad.
—Si queremos evitar que todo quede en cenizas, es mejor cortar la cabeza del problema —contestó con suavidad, antes de alzar la mirada hacia Raff —. ¿Cuántos hombres tiene, Capitán?
El hombre en cuestión mandó a callar a los demás antes de dirigirse a la mujer.
—Que puedan luchar... por lo menos unos doscientos o menos. Los demás no lograron salir con vida. —Negó con la cabeza, agachando la mirada. Incluso los que se encontraban presentes apenas habían podido escapar con vida.
—No necesitamos un ejército para llegar al castillo —comentó con tranquilidad, enderezándose en su lugar —. Solo necesito un grupo de veinte hombres, pues no tenemos que enfrentarlos.
—¿Cómo se supone que podemos hacer eso, alteza? —preguntó Jensen desde el otro lado del espacio.
—Estos hombres no son de Mercibova, por lo tanto, no conocen el terreno tanto como nosotros. Si este mapa me demuestra sus posiciones. —Señaló con la mano izquierda el objeto —, es claro que están pendientes del campo y del frente, pero no de los laterales. Llegaron allí para situarse.
—¿Mandaron algún jinete para pedir ayuda? —preguntó la maga.
—Así es. Mandamos a tres de los más rápidos de los nuestros, pero no creo que vuelvan hasta el anochecer, con algo de suerte.
—No sé si tendremos tanto tiempo... —confesó Margery con suavidad. Todos sabían que esa era una cruda verdad —. Cuando terminen con los terrenos del palacio, de seguro marcharán hacia las villas y pueblos.
El silencio que le siguió a eso se hizo pesado, pero la princesa no era ciega, podía ver a la perfección el desasosiego en los rostros de todos. Ella misma se sentía de tal forma, aunque no era algo que pudiera demostrar ahora. Debía ser fuerte cuando nadie más podría serlo, su posición lo demandaba, sobre todo si quería salvar a sus seres queridos y a los mercibonenses. No podía dejar que el peso del problema la ahogara cuando lo que necesitaba era alzar los espíritus propios y del resto de los soldados sobrevivientes.
No obstante, el ambiente era demasiado real y claro: se estaban rindiendo.
Margery apretó los dientes y descruzó sus brazos. Sin molestarse en decir siquiera una palabra, caminó hacia la salida de la tienda. Los que se encontraban en su camino se apartaron de inmediato al verla cerca. Algún tiempo atrás aquello le pudo haber molestado, pero sabía que aquella vez la maldición no era la razón principal de esa reacción.
En cuanto estuvo al aire libre, los pálidos rayos del sol atravesaban las ramas y hojas de los altos árboles, dejándole una clara visión del imprevisto campamento. Su cuerpo tiritaba en determinados momentos con cansancio y dolor, sin embargo, se mantuvo firme en cuanto comenzó a caminar a través de las personas y tiendas regadas por el lugar. La tierra húmeda se pegó a sus zapatos, el aire helado de la media mañana sonrojó su nariz y removió sus cabellos, no obstante, siguió avanzando con una meta metida entre ceja y ceja.
La mayoría de personas la reconocieron de inmediato y la siguieron con la mirada. Los que habían estado al interior de la tienda del Capitán Raff salieron detrás ella, confundidos al no entender lo que sucedía o lo que pasaría a continuación.
La princesa de Mercibova siguió hasta que creyó haber encontrado el lugar central del campamento, dirigiéndose a unos troncos caídos. Se subió sobre ellos y enfrentó a todos los que se comenzaron a acercar, curiosos sobre lo que ella haría.
Su ropa había sido reemplazada por una nueva, gracias a Blanche, aunque no era para nada parecida a la que ella acostumbró llevar puesta toda su vida. Los colores eran opacos, el largo de la falda del vestido llegaba por encima de sus tobillos, pero por debajo llevaba puestos unos pantalones oscuros junto a unas botas de cuero. Tenía su antebrazo vendado donde estaba el corte, y el cabello rojizo había sido recogido en una trenza media, que la morena se encargó de hacer también. No lucía para nada como una princesa, empero los accesorios y algo tan banal como la apariencia, habían dejado de importar desde el momento en el que la joven mujer tuvo que descubrir quién tenía que ser por y para su gente.
«» Inhaló con profundidad unas cuantas veces, sintiendo los nervios escalar su espalda para asentarse en su garganta y apretarla. Sabía que tenía que sacar las palabras correctas. Las palabras dejaban marcas. El mundo entero vivía y respiraba palabras, por lo que, si deseaba llevar a cabo una acción, tenía que empezar por lo mínimo: una frase de aliento, un empujón de valentía, un suspiro de fuerza.
Ella tenía que ser todo eso para los mercibonenses y más. Ella tenía que ser la armadura que cubriría sus cuerpos, el escudo que recibiría el golpe y la espada que daría el tajo final.
—Todos estos años, lo único que he conocido ha sido la oscuridad, pero he de decirles que no había visto nunca una luz más brillante que la que ustedes mismos han puesto ante mis ojos: porque siguen aquí... no se han rendido, ¡no se han ido! —vociferó con fuerza, llamando la atención de más personas —. Soy consciente de que la familia real de Mercibova no siempre ha sido justa, pero no estoy aquí para cometer los mismos errores de mis antepasados.
Sus ojos pasearon por el espacio de manera detenida, viendo diferentes rostros y colores de ojos que la observaban. Su corazón bombeó sangre con más fuerza.
» Ivo de Timatand no es el único enemigo al que nos enfrentamos hoy... lo acompaña una hechicera, una mujer cuyo poder desconocemos, pero que, a su vez, ella nos conoce demasiado bien a todos nosotros: ella creó la maldición que ha recorrido mis venas casi toda mi vida, y ha atormentado por generaciones a mi linaje bajo la incertidumbre de la aparición de esa magia negra y modificada.
Una vez más, los comentarios entre los demás no tardaron en aparecer, impresionados por la nueva información que les era brindada por la misma princesa.
» He visto lo que ella ha hecho y ustedes ya verán lo que puede hacer. Ella no llegó hasta aquí para asesinar a mi familia, ella está aquí para acabar con todo y el rey Ivo ha sido quien le ha ayudado todo este tiempo. Él es quien a su vez nos lanzó a una guerra contra Alysion para dejarnos solos y vulnerados.
Margery bajó de los troncos, a sabiendas de que ya tenía toda la atención de todos puesta sobre ella, a sabiendas de que los estaba despertando. Caminó hacia los soldados y estos le abrieron el paso con respeto, encerrándola en un círculo que se fue moviendo con ella y para ella. Pasados unos segundos, dejando que cada quien pensara y recibiera la información que había ofrecido, se dio cuenta que estaban esperando más.
Una frase de aliento, un empujón de valentía, un suspiro de fuerza.
—Déjenme asegurarles algo: no descansaré hasta que recuperemos lo nuestro; no un castillo, no una corona, pero sí nuestro hogar, nuestras tierras, nuestras familias, ¡nuestras vidas! —Dio un giro sobre su eje, encargándose de detallar a cada quien, con el deseo de saber y reconocer a sus soldados.
» Juraron proteger al reino y a las personas que hay en él —recordó con severidad, su rostro endureciéndose también ante aquel llamado de atención —. ¡El fuego en sus miradas todavía está ardiendo! ¡Yo seré su espada y lo que haga falta! ¿Quién cabalgará conmigo? ¡¿Quién será mi hermano?!
Los gritos no se hicieron esperar y el entorno fue tan poderoso como conmovedor. El sonido de las armaduras chocando fue fuerte, cascos y espadas se alzaron junto a afirmaciones que fueron prometidas bajo el firmamento azul.
Margery de Mercibova tenía razón: el fuego de los mercibonenses estaba lejos de apagarse aún.
La princesa giró sobre su propio eje hasta que estuvo de frente al Capitán Raff, quien se había mantenido quieto y en silencio en su lugar. El bullicio terminó y una nueva tensión creció.
La mujer caminó hasta posicionarse delante del hombre. Los demás, como siempre, dejándole el paso libre y con sus ojos clavados en ella o el Capitán. El hombre lucía serio y severo, empero la pelirroja jamás se dejó intimidar bajo su mirada y lo miró directamente a los ojos con tal firmeza e intensidad, que incluso los que lograban ver el rostro femenino sí fueron los que se acobardaron ante su expresión.
—Si esto no es el espíritu ni el comienzo de una posible victoria, entonces no está escuchando con atención, Capitán. No estoy pidiendo que arriesguen sus vidas por mí, estoy pidiendo su ayuda para que todos podamos sobrevivir un día más.
Raff le mantuvo la mirada unos cuantos segundos más. Luego asintió con la cabeza una única vez, desenvainó su espada y no tardó en enterrar la punta de la hoja metálica sobre la tierra. Margery contuvo la respiración en el segundo en que el hombre se arrodilló ante ella. De inmediato, todos los demás siguieron la posición del hombre de capa, hasta que la única persona que quedó en pie fue la princesa.
La mujer inhaló con fuerza, sintiendo su corazón latir tan fuerte y esperanzado, que la embriaguez de la emoción llevó lágrimas a sus ojos.
Desde esa posición, su mirada observó el entorno con cuidado y empuñó sus manos a ambos lados de su cuerpo. No podía decepcionarlos. No podía dejar que ni un solo corazón dejara de latir en vano.
Tenían que ganar esta guerra.
El atardecer nublado pintó el cielo con sus característicos tonos anaranjados y rojos. El frío viento que recorrió el campamento, agitaba las copas de los árboles, cuyas hojas habían comenzado a cambiar su color verde con el paso de los días. Aquello provocó que, por primera vez, la princesa mercibonense cayera en cuenta de que el verano estaba llegando a su fin. Aquel detalle, junto con la noche acercándose cada vez más rápido, indicó a la mujer y a los demás guerreros que pronto tendrían que comenzar con lo planeado.
De los jinetes que el Capitán Raff envió horas atrás para pedir ayuda, solo uno de ellos había regresado hasta el momento, con la promesa de que el llamado había sido respondido de manera positiva. Si las palabras del hombre recién llegado eran de fiar a ciegas, entonces confiaban en que, por lo menos al amanecer, tendrían la compañía del ejército restante del reino, junto con el de Amcottes.
Pero como ya se había expresado antes, Magery necesitaba ingresar al castillo y alejar a su familia de Amicia. Lastimosamente, los reyes y sus hermanos no eran los únicos atrapados, pues con el paso de las horas, la princesa esperó recibir palabra sobre Geralt, Jaskier o Cirilla. No obstante, seguía sin información sobre ellos tres, lo que hizo que su preocupación aumentase de sobremanera. Lo único que podía esperar era que se encontrasen bien en alguna parte del palacio, o que quizás hubiesen escapado ilesos, incluso cuando ella sabía que aquello último habría sido casi imposible de lograr.
Nada le podía dar la certeza de que cualquiera de aquellas personas tan importantes para ella estuviera en perfecto estado. Con vida o muertos. Ilesos o lastimados.
—¿Está lista, alteza?
La pelirroja se giró para mirar a la maga, quien sostenía las riendas de dos caballos en sus manos. Jensen, siendo fiel a ella, había sacado a Heron de los establos y lo trajo consigo al campamento, apenas antes de que el desastre de los soldados timatenenses llegase a su punto más crítico. Margery se sentía demasiado agradecida con el pelinegro, pues su valentía, lealtad y amistad habían llegado a límites tan sencillos, pero tan profundos y conmovedores, que ella sabía que debía y quería corresponderle de tal manera también. Además, no estaba segura en realidad si podría hacer todo eso sin Blanche, Jensen y hasta Heron acompañándola en el proceso.
La princesa asintió, organizando la espada que llevaba envainada al lado izquierdo de su cadera. Luego caminó hacia la pelinegra para recibir las correas del caballo.
—No vas a venir conmigo, Blanche.
—Pero alteza...
—Tengo un presentimiento sobre la hechicera —le interrumpió con suavidad, posando una mano enguantada sobre el hombro de la contraria —. Y para comprobar eso necesito que quemes el bosque. —Le dio un apretón a la maga y se giró hacia Heron.
La morena parpadeó confundida y frunció el ceño, pero antes de que pudiera preguntarle algo más a la pelirroja, un soldado llegó a su encuentro, ya montado sobre su caballo. Tenía puesta su armadura, junto con el casco, lo cual ocultaba y oscurecía los rasgos de su rostro.
—Ya todos están esperando, alteza —avisó el joven. Por la manera en que él se manejaba y el tono usado para dirigirse a ella, la princesa supo de inmediato de quién se trataba.
—Gracias, Jensen —contestó Margery y se montó sobre su corcel.
Sus movimientos fueron algo limitados gracias a que no acostumbraba a llevar una armadura, mucho menos cabalgar con una. Como la situación lo demandaba de tal forma, recuerdos de aquellas mañanas aprendiendo a blandir una espada bajo la supervisión y enseñanza de Sybilla, inundaron sus pensamientos una y otra vez. Esperaba, con crecientes nervios, que lo aprendido no desapareciera de repente de su cabeza cuando se tuviera que enfrentar al enemigo. Quizás los soldados de Ivo no tuvieran órdenes de asesinarla, empero eso no aseguraba su total bienestar ni de los guerreros que la estarían acompañando en aquella misión suicida.
—Como consejera de La Corte, es mi deber cuestionar lo que hará, alteza —intervino Blanche antes de que Margery y Jensen se alejaran del lugar —. No creo que sea buena idea perderla de vista. Si se va a enfrentar a la hechicera, es mejor si la acompaño.
—Si voy a enfrentar a Amicia, necesito que el Bosque de Las Sombras ya no exista, Blanche —replicó, manipulando las riendas para ir en dirección al punto de partida y ordenó al caballo a comenzar a trotar en dicha dirección —. ¡El bosque no es solo un bosque!
Sin esperarse a escuchar alguna otra palabra por parte de la maga, la princesa, en compañía de su amigo, se reunieron con los soldados restantes a las afueras del campamento mercibonense.
—Ya está todo preparado, alteza —anunció el Capitán Raff, liderando la pequeña compañía. Margery se adelantó hasta quedar al frente, a un lado del hombre.
El grupo que estaba preparado para abandonar su posición estaba compuesto por casi cincuenta hombres. Formarían un trayecto en conjunto hacia el castillo, pero antes de cruzar al terreno hostil, se iban a dividir en numerosos grupos más pequeños para rodear la zona. El más grande de todos sería el que llevaría a la princesa al interior del palacio. Los demás, siguiendo las órdenes de la mujer y el Capitán, flanquearían territorios cercanos y ocultos para crear las distracciones debidas. La primera meta que debían lograr sería quitar la atención de las entradas al castillo y los caminos principales.
Antes de arrancar, la pelirroja echó una detenida mirada hacia atrás, conectando sus orbes con varios ajenos. La tensión y la incertidumbre estaban presentes, latiendo con fuerza en todos su corazones, sin embargo, Margery evitó demostrar todo aquello en su rostro. Con una expresión firme y solemne, asintió hacia sus hombres.
—Andando —ordenó a Raff y afanó a Heron para comenzar a marchar.
El hombre barbudo desenvainó su espada, alzándola con la punta de la hoja hacia arriba e indicó que los siguieran.
Pronto ya todos se encontraban en movimiento y, cuando llegó el momento de separarse, Jensen afanó a su caballo hasta quedar al lado izquierdo de la princesa. Margery, luego de observar la partida del Capitán hacia otra dirección, diferente a la que ella tomaría con su grupo, se giró a observar a su amigo.
El joven le sonrió con ánimo, percibiendo la expresión firme de la mujer comenzar a quebrarse poco a poco.
—Sin importar cómo terminen las cosas esta noche, hemos sido honrados con su valentía y apoyo, alteza —dijo Jensen de repente, tomándola desprevenida.
La princesa trató de sonreír también, pero estaba segura que aquel gesto quedó sólo como un intento.
Después de tomar una inhalación profunda, a la espera de poder apaciguar su inquietud, volvió a agitar las riendas y Heron emprendió camino de nuevo.
La distancia hacia el castillo era relativamente corta desde su posición, no obstante, tenían que ser bastante cuidadosos. Un simple desvío podía costarles sus vidas y Margery no creía soportar aquel peso sobre sus hombros. Ella era consciente de que lo que pidió en el campamento era un precio que nunca podría ser pagado: sus vidas. Por lo que, con el corazón pareciendo querer salir por su garganta, procuró apegarse a lo planeado, pendiente de reducir el margen de error.
Cuando llegaron a una nueva parada, fue cuando todos se bajaron de sus caballos y los ataron a los árboles. Una vez listos, cargando ahora los pesados escudos, los soldados no esperaron más y rodearon a la princesa, creando un montículo de metal para protegerla y de paso protegerse.
Comenzaron a avanzar, dejando atrás la espesura de los árboles y dirigiéndose a una zona que comenzaba a ser más despejada y de paso, mucho más vulnerable. Antes de que sus posiciones fueran reveladas por completo, y el brillo de los escudos con el águila orgullosa pintada en cada uno de ellos chocase con el sol poniente, se detuvieron nuevamente y esperaron.
A lo lejos se alcanzaba a ver el pico de la Torre Norte del castillo, y más allá los últimos colores del atardecer que pintaron las esponjosas nubes con delicadeza. La solitaria ventana por la que la princesa solía observar el mundo desde allí arriba, se encontraba oscura y la habitación en su interior de seguro empolvada y abandonada. Si se seguía con la mirada desde aquel ajimez en una línea recta hacia abajo, la princesa sabía que encontrarían una entrada que tendrían que forzar. Aquella puerta había sido sellada, por lo que tendrían que desprenderla de sus numerosas bisagras de hierro para poder ingresar.
—En cuanto la zona sur dé la señal, nos moveremos —informó la princesa, apenas girando su rostro hacia la derecha para ser escuchada, sin retirar su mirada de la meta.
Unos cuantos susurros de afirmación fueron dados como respuesta, junto a unos cuantos movimientos corporales de los hombres, cuadrando y acomodando sus posiciones y armas. La tensión estaba comenzando a subir también, pero esta vez iba a cargada de algo diferente que también comenzó a recorrer la anatomía de Margery. No era la primera vez que se sentía de aquella manera, pues el recuerdo de la emboscada de Alysion a orillas del Bosque de Las Sombras llegó a su mente. Recordó la prisa y el impulso que obligó a su cuerpo a accionar casi sin pensar; la adrenalina despertando y agudizando sus sentidos.
Se mordisqueó el labio inferior en un momento de anticipación, su cuerpo en máxima alerta.
Entonces escucharon los gritos.
Un soldado mercibonense, que se encontraba posicionado en la esquina derecha de adelante, giró su cabeza para observarlos a todos.
—Es hora.
Sin perder otro segundo, en conjunto comenzaron a moverse en dirección a la puerta baja de la Torre Norte. Sin romper la formación, cada hombre trató de mantenerse unido con los escudos alzados, desplazándose como uno solo. Margery estaba en medio de todos ellos, apenas podía ver la tierra que pisaba, sus rodillas flexionadas y la espalda algo encorvada.
Los primeros metros del trayecto fueron logrados sin mayor cambio, pero unos momentos después, los gritos, en vez de alejarse, empezaron a acercarse a sus posiciones. Pronto una lluvia de flechas comenzó a caer sobre el grupo, y con ello, el equipo que protegía a la princesa fue reduciéndose con desgraciados gritos, heridas y muerte. Los restantes fueron reuniéndose cada vez más, en busca de llenar aquellos espacios que estaban quedando vacíos. Algunos de ellos, sabiendo que no todos llegarían ilesos a la puerta, se alejaron para tratar de mantener el camino despejado, con tal de que pudiesen avanzar.
Lastimosamente uno a uno comenzaron a caer y a ser sobrepasados en número.
Margery llevó su manos a la empuñadura de su espada, preparándose para cualquier ataque que necesitase realizar. Le estaba resultando bastante complicado seguir adelante cuando sabía que, a su vez, estaba dejando un camino de cadáveres atrás. Jensen se acercó más a ella, plantado en su puesto para protegerla. El pelinegro siguió con el escudo en alto en un brazo para cubrirla a ella, mientras que con su mano izquierda había desenvainado su propia espada.
Ahora solo quedaban cuatro soldados todavía custodiándola, entre tanto aquella miserable puerta se veía más lejana de lo que alguno de ellos pudo haber imaginado en un principio.
Dado un momento, una nueva ola de enemigos comenzó a atacarlos. La formación se deshizo por completo, lo que obligó a la princesa a finalmente sacar su propia arma y alzarla, lista para usarla.
El cielo había oscurecido, apenas se lograba divisar un débil tono azul denegrido en el firmamento, que le hizo recordar al color de su reino. Las antorchas y los incendios del espacio comenzaron a tomar protagonismo para iluminarlos en su misión. No obstante, no eran los únicos, pues los árboles lejanos en los puntos exactos que el Capitán Raff y sus demás hombres habían creado sus distracciones, también se hicieron notar, dispersando la atención del enemigo hacia diferentes partes y abriéndoles a ellos un camino. Aunque no fue suficiente, pues los soldados negros parecían haberse multiplicado en cuestión de segundos.
En un inesperado momento, cuya rápida reacción salvó su vida, Margery se encontró a sí misma bloqueando un ataque con la espada. Plantó bien sus pies sobre la tierra, justo como Sybilla le enseñó y se aseguró de aprovechar su peso corporal, junto con la rapidez y el peso de su contrincante, para desviar de manera certera la arremetida. Sin embargo, luego de haber dado su primer tajo cuando encontró un espacio para ejecutarlo, un tirón en su pecho la hizo caer de rodillas, falta de aire y fuerza, lo que terminó siendo un factor determinante en una lucha que apenas pudo iniciar, pero no terminar. El joven pelinegro prácticamente tuvo que saltar encima de ella para poder acabar con el enemigo.
—¡Alteza! —gritó agachándose a un lado de ella. La fémina notó entonces que él se encontraba sin casco y tenía gotas carmesí salpicadas en su rostro.
—N-no sé qué pasó —balbuceó con el ceño fruncido, posando una empuñada mano sobre su pecho, volviendo a sentir aquel ardor y asfixia que Amicia le provocó en la cabaña.
—¡Sigan con la princesa! —gritó un soldado de Mercibova, enterrando su espada en el abdomen de un timatenense. El alarido fue fuerte, pero más notoria fue la sangre que brotó del abdomen del adversario.
Jensen no contestó y solo se limitó a asentir con la cabeza. Con su brazo derecho cargando el escudo, cubrió la espalda de la pelirroja, le ayudó a ponerse de pie y la atrajo hacia él, obligándola a avanzar más rápido hacia el castillo. Era en verdad bueno que nada de piel quedase al descubierto por parte de ninguno de los dos, o tendrían innecesarios problemas. Los otros dos soldados restantes los siguieron de cerca, pendientes de eliminar cualquier hostilidad que se acercara a ellos.
Cuando Margery creyó que no lo lograría, pronto fue empujada hacia la roca de la pared. El joven soldado la siguió de cerca.
Sentía la fuerza desaparecer a una rapidez alarmante de su cuerpo. Los gritos, sonidos del metal chocando, inundando y mezclando sus acelerados pensamientos, revolvieron su estómago y la obligaron a tragar saliva a la fuerza. Pequeñas gotas de sudor resbalaron por sus sienes y pudo sentir la ropa y malla, que tenía puesta debajo de la armadura, bastante mojada.
—No dejen que más soldados se acerquen, trataré de abrir la puerta —indicó Jensen, introduciendo la hoja de la espada en el espacio entre la pared y la madera. Comenzó a forzar las bisagras para desprenderlas.
Los demás asintieron con sus cabezas a lo dicho, mas no tuvieron que esperar mucho cuando comenzaron a tener que engancharse en luchas con el enemigo nuevamente. La princesa por su parte se acercó a Jensen, dejó la espada a un lado y apoyó su cuerpo contra la madera reforzada como él le indicó. El afán y el desespero en las acciones de ambos era notorio.
Se trató de concentrar en empujar la puerta, pero su mirada no dejaba de dirigirse cada pocos segundos hacia los dos soldados que los estaban protegiendo. Su corazón latía dolorosamente desbocado en su pecho, junto a la realización de que necesitaban entrar pronto, pues era cuestión de tiempo antes de que fueran vencidos. Margery se negaba a ser la única que cruzase esa entrada.
—¡Debemos buscar otra opción! —gritó la mujer, viendo como uno de sus hombres cayó muerto al suelo, dejando solo a su compañero, quien estaba resistiendo de una manera admirable.
—¡Ya no tenemos tiempo! —contestó el pelinegro devuelta, su voz saliendo algo ahogada por el esfuerzo de tumbar la puerta.
—¡Jensen! —chilló Margery apoyando su espalda por completo al ver que un nuevo contrincante de armadura negra se había escabullido hasta ella.
Antes de que el timatenense pudiera lanzarse sobre la princesa, Jensen reaccionó y saltó frente a ella. Alzó el escudo que había dejado descartado y permitió que el golpe en su dirección chocase contra el pesado metal, pero el violento empujón fue más fuerte de lo que esperó y trastabilló hacia atrás. La princesa recibió la espalda de su amigo, mientras que la suya fue recibida por la puerta, pero gracias a la gran sacudida y peso de ambos cuerpos, ésta terminó cediendo y cayeron al suelo.
El golpe contra el piso, apenas amortiguado por la madera y el peso del joven sobre ella, la obligó a expulsar el aire de sus pulmones. El dolor la mareó y su vista se desenfocó unos cuantos segundos. Trató de arrastrarse hacia atrás soltando un quejido adolorido, escasamente logrando escucharlo en compañía de sus propios latidos frenéticos y su respiración forzada. No obstante, el enemigo no se detuvo después de eso y, dando un grito, alzó su espada para atacar de nuevo.
El joven soldado, cuya altura y contextura no se comparaba en casi nada con su adversario, se alzó con una velocidad impresionante para detener el tajo con su propia espada. El choque del metal resonó y rasgó en medio del ahogo y sordera que envolvieron a Margery.
—¡Tiene que seguir, alteza!
Eso pareció finalmente sacar a la princesa de su estado aturdido, quien se logró sentar para ver a Jensen de pie delante de ella, manteniendo su posición para protegerla.
—¡No! —exclamó ella, levantándose de golpe y queriendo desenvainar su espada, pero soltó una maldición al darse cuenta que la había dejado tirada afuera. Estaba sin armas para poder atacar y ayudar a su amigo —. ¡Tiene que haber otra forma!
—¡No la hay!
Margery supo que, de alguna exasperante manera, tenía razón.
Jensen bloqueó el siguiente ataque mientras que la fémina se giró hacia las escaleras de piedra que la alejarían de ahí. Tensó la mandíbula, casi mordiéndose la lengua y tomó un único respiro. En cuanto estuvo a punto de echar a correr, su mirada se desvió y cayó a su lado derecho, notando el escudo tirado a un lado contra el muro.
Sin saber muy bien qué fue aquello que le dio tantas fuerzas, lo alzó y lo balanceó hacia el enemigo, por poco lastimando a Jensen en el proceso. Si no hubiese sido porque él reaccionó a tiempo, quizás sí lo habría noqueado de inmediato.
El golpe del metal contra el rostro del soldado negro fue sonoro y lo obligó a caer de espaldas, soltando su arma junto al inesperado impacto. La princesa, sin darle tiempo a siquiera respirar, no tardó en volver a atacar, soltando un alarido en medio de su movimiento. Estrelló el borde del escudo contra el pecho del hombre, una vez, dos veces y hasta una cuarta vez.
Luego, sin esperar otro segundo, hizo lo mismo, pero esta vez apuntó hacia la garganta.
Lo siguiente que sucedió, lejos de ser sangriento y nauseabundo por el sonido de la dislocación del hueso y quién sabe qué más, fue una explosión de ennegrecidos vidrios, los cuales parecían haber sido parte de la anatomía del soldado. Los filos y las esquirlas salieron volando por todas partes, removiendo sus cabellos y provocando un ventarrón en el umbral. Los reflejos contra las anaranjadas iluminaciones de afuera hicieron que brillasen como las estrellas del cielo en una noche despejada de primavera. La princesa cerró los ojos sintiendo el afilado aire acariciar su rostro con rapidez, provocando diminutos cortes que, gracias a la adrenalina, no sintió en el momento.
No pasaron muchos segundos cuando aquellos cristales terminaron descartados en el suelo, totalmente inertes y sin dejar atrás un rastro de cuerpo humano. La única demostración que comprobaba que aquello había sido real, fue que no se desintegraron en la nada.
La princesa, todavía sosteniendo el pesado escudo en sus manos, dio un paso sobre los vidrios negros y el cristal se quebró aún más bajo su peso. Los detalló con cuidado, confundida con lo recién acontecido. Se quería asegurar que no hubiese sido producto de su imaginación o algún juego oscuro en el que Amicia la hubiera sumergido sin ella saberlo. Después de todo, no sería la primera vez.
Sin embargo, aquello no fue lo que más extraño le pareció; tampoco se le hizo inesperado, pero sí muy preocupante. No era un solo ejército. Eran dos y los que custodiaban el castillo solo parecían ser una pequeña porción de lo que en verdad se avecinaba sobre ellos.
Margery resopló y soltó el escudo, dejándolo descartado a un lado del muerto o... los vidrios. Se giró con lentitud hacia el joven pelinegro, quien la observaba con ojos grandes y sorprendidos, brillando en compañía de una expresión que estaba completamente lejos de ser aterrada. Quizás la pelirroja tampoco debía estar extrañada al ver aquella curiosidad tan explosiva en los ojos de Jensen, pues él, lejos de sentirse intimidado por lo desconocido, por lo general enfrentaba todo con sobresaliente valentía y entusiasmo.
—¿Qué fue eso?
—Magia.
El joven soldado parpadeó estupefacto ante su respuesta, pero luego asintió con lentitud.
—Claro —resopló agitando una mano en el aire, para restarle importancia —. Era obvio, claro que sí.
—Bueno —exhaló ella con una media sonrisa —, será mejor que nos apuremos.
Retrocedió y se agachó para tomar la espada que aquel enemigo dejó descartada en el suelo y luego ambos se giraron hacia las escaleras. Apenas dando un corto respiro, comenzaron a subirlas con rapidez, sumándose al túnel de oscuridad de la torre.
Lo único que se escuchaba en el reducido espacio eran sus respiraciones superficiales y rápidas, junto al tintineo de sus armaduras y el peso de sus pies sobre la piedra de cada escalón. La mujer iba tanteando por encima la pared a su derecha, buscando el arco desprovisto de puerta hacia el siguiente corredor que los llevaría a través del castillo, en dirección hacia el salón del trono. Aunque nadie hubiese podido decirle nada a Margery sobre lo que ha sucedido con su familia hasta ahora, tenía la leve impresión de que aquel espacio sería del que Amicia o Ivo se apropiarían.
Ellos querían un espectáculo de destrucción y lo estaban teniendo. No había mejor forma de detallarlo que desde el lugar que determinaba el estatus y tenía el espacio suficiente, junto con las salidas hacia los jardines, para poder apreciar lo que el poder podía hacer; lo que el odio y la sed de venganza podían provocar.
—Por aquí —murmuró la princesa una vez dejó de sentir la pared de su lado y solo sintió espacio y aire.
—Todo está apagado y no hay nadie. Podríamos tropezar en cualquier momento.
—He caminado por aquí más veces de las que me gustaría admitir. Solo sígueme —trató de tranquilizarlo.
Jensen asintió a pesar de saber que la pelirroja no podría verlo y que quizás ni siquiera había girado su rostro para intentarlo. Lo cierto era que había asentido más para sí mismo que para ella, pues hasta ese instante, lo único que había hecho ha sido seguir a Margery de Mercibova sin ninguna duda recorriendo sus venas. Y lo seguiría haciendo hasta el final, porque confiaba y creía en ella.
No pasó mucho tiempo cuando al final del corredor, por delante de ellos, comenzaron a distinguir una luz amarillenta, haciéndose cada vez más y más grande. Las ventanas y la piedra del otro lado del punto en el que se encontraban empezaron a ser más claras y nítidas. De no haber sido porque la luz se removía y se hacía cada vez más grande, ambos habrían seguido directo hacia allá, empero alcanzaron a notar a tiempo que era porque alguien se estaba acercando.
Se miraron alarmados entre sí, antes de desviar sus ojos hacia su entorno, buscando un lugar en el cual poder esconderse.
—Por aquí —indicó Margery girándose hacia su derecha, notando por primera vez una estatua de mármol, lo suficientemente grande como para dejar una sombra grande, perfecta para cubrirlos a los dos.
Jensen la siguió y se pegaron lo que más pudieron a la pared. Esperaron unos segundos, escuchando los pasos ajenos acercarse. Contuvieron sus respiraciones y se quedaron igual de quietos que la estatua.
En cuanto aquellos pasos, luego de haber hecho una pausa a pocos metros de donde la princesa y el soldado estaban ocultos, comenzaron a alejarse a la misma velocidad. No fue hasta que el lugar volvió a quedar oscuro por completo, que los dos decidieron volver a poner un pie en el centro del pasillo. Miraron en diferentes direcciones, apenas pudiendo distinguir sus alrededores, pero por lo poco que se veía y el silencio, sintieron que estaban solos por completo.
—Cuando esto termine, no volveré a caminar este castillo a oscuras en medio de la noche —comentó Jensen, fortaleciendo su agarre sobre la empuñadura de la espada.
—Nadie lo hará.
Aunque trató de mantener el tono ligero, igual al de su amigo, Margery no pudo evitar sopesar una vez más la verdadera razón por la que dijo aquello. Por más que tuviera deseos de acabar con todo, luego de haber vivido lo que tuvo que vivir para llegar hasta el interior del palacio, tenía la leve y negativa impresión de que quizás nadie volvería a caminar por esa misma roca.
La ventana al fondo del pasillo, por donde escucharon a la persona transitar, apenas dejaba filtrar la luz de la luna. Aquello terminó siendo un ligero consuelo a la oscuridad que los envolvía y los tenía nerviosos. El cielo nublado del atardecer parecía haber prometido abandono total de la luna, pero se despejó en el mejor momento.
Luego de cada uno asentir hacia el otro en un silencioso acuerdo, apenas pudiendo distinguir sus figuras, retomaron su camino teniendo que dirigirse hacia la ventana para cruzar a la izquierda. No obstante, antes de que siquiera pudieran dejar que sus zapatos fueran acariciados por el pálido y débil azul de la luz, un hombre salió por la derecha y se detuvo en frente de ambos a una distancia prudente. Retrocedieron de inmediato.
No podían verle el rostro, puesto que la iluminación a sus espaldas lo oscurecía por completo. Sus ropas negras lograban camuflarlo a la perfección y sus sigilosos pasos habían hecho de su presencia desapercibida para Jensen y la princesa. Aunque ahora que se encontraba de pie ante ellos, era difícil siquiera desviar la mirada de su imponente figura, y al tiempo era complicado mantenerla puesta sobre un rostro cuyos rasgos eran poco reconocibles en medio de la espesa oscuridad.
El joven sacó su espada con cuidado, una mirada valiente y firme sobre el desconocido, y dio unos cuantos pasos por delante de la pelirroja. Margery por su parte se quedó en su lugar, pero no dudó en imitar la estancia de su amigo, alzando su espada y adoptando una pose lista para cualquier ataque o defensa.
El hombre, lejos de verse intimidado por cualquiera de los dos, dejó su arma con la punta todavía rozando el suelo.
—Princesa.
Su voz, a pesar de haber sonado más brusca, ronca y pesada, terminó siendo un aliento cálido y fresco para oídos de la fémina.
Sin pensar en sus siguientes acciones, se adelantó, pasando a un lado de Jensen, y se abalanzó sobre Geralt. Solo pudo rodear sus anchos hombros con un brazo, pues esa vez se negó a descartar otra espada.
Casi se sintió avergonzada de no haberlo podido reconocer en un principio, pues era verdad la facilidad con que, una mente revuelta y asustada en el momento, se podía confundir.
Apoyó su cabeza sobre el pecho del hombre, dejando que la sensación de tenerlo contra su cuerpo, a pesar de la armadura que tenía puesta, inundase sus sentidos y calmara su corazón como el mejor de los bálsamos. Geralt no dijo nada más. Agachó la cabeza y dejó que su nariz se escondiera entre los cabellos removidos de la princesa, rodeándola a su vez con uno de sus brazos. A sabiendas de que no estaban solos, que estaban en peligro, no pudo evitar acercarla todavía más a él.
Jensen ladeó la cabeza con confusión, pero se mantuvo en silencio. Al cabo de unos segundos, desvió su mirada hacia el suelo, sintiendo que estaba observando algo que no debía.
Una vez que se separaron, Margery se volvió hacia el joven, pero con la oscuridad todavía rodeándolos, le resultó difícil distinguir sus expresiones. Se mordisqueó el labio inferior, incapaz de sacar palabras o explicaciones, además no era algo que hiciera hacer en esos momentos. El simple hecho de considerarlo era la muestra más obvia y sincera de que a ella en verdad le importaba lo que pensaba el pelinegro.
Nuevamente, unos pasos comenzaron a acercarse a ellos. Los rostros de todos los presentes se giraron hacia la fuente de sonido, que era acompañada por la tambaleante luz de un candelabro quizás.
La mujer giró su rostro para ver el del brujo, pero al notarlo sin ningún cambio notorio, confió en que el peligro no hacía parte de quien fuera que se estuviese acercando.
—¡Mary! —exclamó una voz jovial y femenina.
La princesa contuvo la respiración los primeros segundos, hasta que todos estuvieron iluminados por las velas que eran sostenidas por Cirilla. A un lado de ella, un poco más atrás, se encontraba Jaskier, sus labios curvados y el rostro relajado al verla. La sonrisa que brotó de sus labios fue sincera, pues luego de horas de no haber podido saber nada de ese trío, estaban ante ella y, por lo que alcanzaba a ver, se encontraban bien.
—¡Por Melitele! Qué alegría saber que están a salvo —suspiró ella, sintiendo la manera en que un peso invisible desapareció de sus hombros —. ¿Cómo se han mantenido lejos de la hechicera todo este tiempo?
—Nos escabullimos por los pasadizos que descubrí con mis amigos —contestó la niña —. Este castillo está lleno de ellos.
—Tienen que esconderse pronto —dijo la princesa. Inmediatamente después, notó que el bardo y la rubia cargaban con algunas de sus pertenencias —. ¿Creen que puedan irse de aquí antes del amanecer?
Al terminar de formular su pregunta, sus ojos volvieron a parar sobre el rostro de Geralt, dándose cuenta por vez primera que sus irises dorados habían sido tragados por completo por el negro. Su piel estaba pálida y grisácea, con diminutas ramificaciones oscuras brotaban de sus orbes. La sonrisa se desdibujó por completo de sus labios.
La primera y única vez que lo vio de aquella manera fue cuando tuvo que ir a Lyriton, rodeando del bosque.
—Hay Ghuls en el castillo y sus terrenos —respondió el brujo.
Ante aquella nueva información brindada, exhaló un tembloroso suspiro, arrepintiéndose con rapidez de todo lo hecho hasta ese instante. Sus soldados corrían más peligro de lo que se permitió pensar. Miró a Jensen, quien a pesar de verse también pálido, no había bajado la guardia ni se veía con intenciones de retroceder. Se mantenía firme y se lo terminó asegurando con un movimiento de cabeza. Luego llevó su mirada hacia el bardo y la niña.
—En la Torre Norte estarán a salvo —avisó y se giró hacia el pasillo que acababa de cruzar con el pelinegro —. Al fondo encontrarán los escalones que los llevarán allá arriba.
—¿No vienes con nosotros? —preguntó Ciri acercándose a ella. Sus ojos esmeralda brillaban con preocupación.
—Tengo que ir al salón del trono —contestó con suavidad, su mirada gentil sobre el sonrosado rostro de la rubia.
—¿Qué?
Margery se giró hacia Jaskier, sonriendo a medias.
—Hay que detener a la hechicera y... creo saber cómo hacerlo. —Se encogió de hombros, queriendo zanjar el tema lo más pronto posible.
En cuanto terminó de hablar, la pelirroja sintió su presencia inmediatamente detrás de ella. No tuvo necesidad de siquiera girarse para corroborarlo, pues el efímero y casi fantasmagórico roce de una de sus manos contra la suya izquierda fue demasiado notorio. El rivio no dudó en acercarse con rapidez.
—Pero ella ya tiene a toda tu familia —intervino el castaño, sus ojos azulados bien abiertos con inquietud.
—Lo sé, y por eso mismo es que debo ir.
—Eso es lo que quiere ella —dijo Geralt —, no voy a permitir que se acerque más a ti.
Una amarga sonrisa se coló en los labios de Margery.
—Es un poco tarde para eso... hizo un hechizo de conexión conmigo.
Al terminar de hablar, pasó por alto las expresiones de todos los demás y miró por la ventana hacia afuera. Si agudizaba su oído lo suficiente, escucharía de nuevo el caos que se estaba desatando, pero lo que ella intentó buscar en realidad, fue el incendio más grande jamás visto. No obstante, Blanche todavía no lo había hecho. Quizás lo que Margery le pidió era demasiado para ella y no podía culparla. Una cosa era prender fuego a unos cuantos monstruos en el Lago de Erium, con ayuda de otro brujo, pero otra muy distinta era incendiar cientos y cientos de árboles, cuya espesura en el área en el que estaban sembrados encerraban sabrán los dioses cuántos necrófagos.
—Entonces estará lista para acabar contigo —susurró Jaskier con voz temblorosa, pudiendo ser escuchado por todos.
—No me hará nada todavía porque soy la única con sangre mágica de esta generación. Me necesita viva.
—¡Dijiste todavía! —acusó Cirilla. Sin perder otro segundo, agarró el antebrazo de la pelirroja y la jaló consigo.
La princesa mercibonense dejó que la jovencita tirara de ella unos cuantos pasos más hasta que los tres hombres quedaron atrás. Luego, con cuidado, Margery se detuvo y obligó a que la contraria hiciera lo mismo. La hija del rivio resopló y volvió a intentar llevar a la pelirroja con ella hacia las escaleras, sus ojos empañados con lágrimas contenidas.
—Ciri...
—Si vas hacia el salón del trono morirás —lloriqueó conectando sus irises con los de Mary —. Ya perdí a mi familia cuando Nilfgaard invadió Cintra; no quiero que eso se vuelva a repetir ahora contigo .
El corazón de Margery se estrujó cuando escuchó aquello. Resultaba que todo lo que sucedía había despertado recuerdos en Cirilla que le costaba enterrar. Había sido corrida de su hogar a tan temprana edad, inocente en medio de una guerra que le arrebató todo. Ahora parecía estar viviendo lo mismo una vez más, así que pudo comprender la actitud de la rubia, pero sobre todo se atrevió a leer entre líneas sobre lo que había dicho. De alguna manera muy tierna, Cirilla la consideraba tan cercana como lo era un familiar.
Entonces se arrodilló dejando la espada a un lado y, con sus manos enguantadas, secó las lágrimas que alcanzaron a rodar por las tersas mejillas.
—Lamento mucho eso, en verdad —expresó con infinito cariño. Pasó su mano derecha por los ondulados cabellos cenizos —. Todavía tengo oportunidad de intentar salvar la mía, linda, y eso te incluye a ti.
Pero Cirilla dejó escapar un sollozo y negó con la cabeza repetidas veces.
—Por favor... —rogó a media voz quebradiza.
—Todo estará bien, cariño. Tengo una armadura y al parecer algo de magia —trató de animarla, pero no sirvió de nada.
Margery alejó su vista del mojado rostro de la niña y la dirigió hacia los hombres.
» Jaskier —lo llamó.
Apenas el aludido la escuchó, no dudó en caminar hacia las dos. Se detuvo del lado de la rubia, posando sus manos sobre los hombros temblorosos y la princesa se levantó, tomando una vez más la espada en su mano.
—Estaremos a salvo en la Torre Norte —prometió el castaño.
Se veía tan serio y comprometido que le sorprendió un poco, pero terminó asintiendo en agradecimiento. No se sintió capaz de volver a ver a Ciri a los ojos, porque presentía que, si ella le volvía a pedir que se escondiera con ellos, una parte suya aceptaría con tal de no dejar que más lágrimas se acumularan en sus hipnotizantes ojos esmeralda.
—Al final Geralt los irá a buscar.
Se volvió hacia Jensen y el rivio. Comenzó a caminar hacia ellos y una vez estuvo al lado del joven, hizo un gran esfuerzo por ignorar las protestas de la hija del brujo. Lo miró entonces a él, pero no pudo distinguir mayor cosa que llamara su atención, porque alcanzó a ver y entender que ella misma y Geralt estarían aliviados al saber que Cirilla estaría lejos del peligro y acompañada.
—Debemos seguir, alteza —dijo Jensen con suavidad. Casi parecía temer hablar.
—Sí. Puedes eh... asegurarte si el corredor está despejado —sugirió con torpeza, trasladando su peso corporal de un pie a otro.
El joven soldado abrió la boca para decir algo más, pero luego turnó sus ojos de un rostro a otro y evitó parecer demasiado obvio. Con su mano libre hizo extraños gestos hacia el brujo y luego a la princesa, tratando de gesticular algo que jamás se entendió. Al final desistió con rapidez y asintió antes de pasar por un lado de la pareja con la cabeza gacha.
Una vez que se quedaron solos, Margery se acercó a Geralt.
—Blanche va a incendiar el Bosque de Las Sombras. Si la hechicera es quien controla todo, incluyendo a los Ghuls, todo terminará antes de que... empeore —concluyó, aunque al final sonó más como una duda que certeza, pues a pesar de todas las cosas tan terribles que ya habían sucedido, no lograba comprender si eso podía en verdad llegar a ser peor.
Al darse cuenta que no recibiría ninguna respuesta o comentario por parte de él, asintió para sí. Agarró con más fuerza de la necesaria la empuñadura de su espada, la cual no había podido envainar porque la diferencia de la hoja con la que ella había partido del campamento era notoria. Al menos hasta ahora todavía no le había hecho un tajo por accidente a nadie en medio de un descuido suyo.
Solo pudo dar unos cuantos pasos en la misma dirección que tomó Jensen segundos antes, cuando sintió que una mano se cerró en torno a su brazo derecho. Se detuvo de inmediato y giró su cabeza para observar el empalidecido rostro del rivio, una expresión contenida en sus rasgos ensombrecidos por la poción que tomó. Pero él no dijo nada en absoluto. Trató de soltarse con un suave jalón, pero él se negó a dejarla ir, dando un paso hacia ella y casi pegando su ancho pecho con el hombro femenino.
Entonces Margery entendió.
Ella había desaparecido de sus aposentos sin dejar rastro y Geralt tuvo que despertar en medio de la invasión, sin saber nada de ella. Él no quería dejarla ir hacia Ivo y Amicia. No quería volver perderla de vista porque detestaba la idea de no poder estar ahí para ella.
No era necesario que lo expresara en palabras. Ella ya tenía memorizado su rostro y sus expresiones en su mente y alma. Lo reconocía de la misma manera en que podría reconocer su toque con los ojos cerrados. No importaba que su aspecto hubiese cambiado ligeramente, él seguía siendo su Geralt y su instinto por protegerla seguía en auge como la primera vez.
Su quietud, su silencio y su firme negativa por dejarla ir, era su manera de pedirle que no hiciera lo que fuera que tuviese planeado. No tenía que ver con falta de confianza o no creer que ella era lo suficientemente fuerte como para lograrlo. Simplemente... tenía miedo.
Pero más allá de querer quedarse con él y acallar sus demonios, había muchas cosas que ella debía hacer. Sabía que él comprendía eso, empero no hacía que aquel momento fuera menos difícil para el brujo o para la princesa.
—Sabes que tengo que ir —susurró, volviendo a dar un jalón para despertarlo, pero él permaneció como estatua, observándola. Un ligero temblor en la comisura de los labios masculinos fue más fuerte y ensordecedor que cualquier otra palabra o grito.
» Cierra los ojos —murmuró una vez más, girándose por completo hacia él y acercándose hasta que sus alientos se mezclaron. Él no hizo caso e intensificó su agarre. Margery supo entonces que la batalla de afuera no era la única que se estaba desatando esa noche —. Cierra los ojos, mi amor.
Con gran esfuerzo y en contra de las protestas de todo su cuerpo y ser, Geralt lo hizo. Una pesada exhalación formó parte de tal acción.
El no saber lo que les deparaba el futuro era lo que tanto quería empujarlos a permanecer al lado del otro. La pelirroja no podía saber con exactitud si lo que haría funcionaría, nadie lo hacía, pero al mismo tiempo ella sabía que si no lo intentaba, no existía ninguna manera de que pudiera perdonarse a sí misma.
No existía ninguna certeza de que después de que Amicia se encargara de la familia real, sus acciones se detendrían. Toda Mercibova caería bajo el reinado de Ivo con la hechicera a su lado. La vida de los mercibonenses dejaría de ser vida porque estarían rodeados de muerte.
—Ahora puedes soltarme...
Y Geralt lo hizo con lentitud, dejando que sus dedos rozaran el material del atuendo que ella tenía puesto.
Cuando su mano cayó inerte a su costado, sintió el fugaz roce de los labios de Margery sobre los suyos, antes de dejar de sentirla por completo. Creyendo por un segundo que su corazón estallaría en su pecho, abrió los ojos al fin, dándose cuenta que ahora estaba completamente solo.
Uno de los capítulos más largos que he escrito en mi vida. También uno de los más complicados (y eso que siento que el siguiente estará peor en cuanto a complejidad, porque sucederán muchas cosas y revelaciones que saben que me gusta dejar hasta el final)
Espero que les haya gustado, por favor déjenme saber en los comentario qué les ha parecido y si están listxs para ver todo arder ^^
Por cierto, ya vieron ese maravilloso gif blend que voguecastle me hizo de cumpleaños?!?! Todavía sigo llorando mientras lo veo, porque es demasiado hermoso.
Recuerden que en mi instagram andromeda.wttp están los pósters de los personajes sobre el final de la historia, para que les vayan a echar un vistazo y lean las frases de cada quién, porque son bastante importantes con respecto a todo lo que está pasando y ha pasado.
Ahora sí, perdón por la demora, pero esta historia no ha sido un camino sencillo...
¡Feliz y sufrida lectura!
a-andromeda
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