XLII
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" Corazón que latía
en la memoria
de estrellas fugaces. "
Margery no podía creer que su hermano se casaría ese día. Pero eso no era en realidad lo único que no lograba creer, sino el hecho de que Pierstom había decidido casarse antes de lo previsto, con una voluntad y decisión que ella desconocía por completo y la había dejado estupefacta. Incluso cuando su vida pendía, literalmente, de un delicado hilo, deseaba contraer matrimonio con Nimia de Timatand, a pesar de que Mary le había advertido de no confiar en ella días atrás. Aún así, Tom seguía dispuesto en hacerla reina de Mercibova más pronto que tarde.
Mientras que Sarai y otras sirvientas revoloteaban a su alrededor, arreglándola y organizando todo lo que se necesitaba para el gran día, la princesa se había mantenido en silencio. Su cabeza no podía concentrarse en el ahora. Seguía atascada en aquel momento en el que sintió el terror más grande de su vida hacerse realidad: cuando se dio cuenta que ella había sido la culpable de casi provocar la muerte de su propio hermano.
Si bien la situación no pintaba para nada bien, todavía se desconocía porqué el príncipe había quedado a medio camino de morir. Su piel lucía enfermiza como cualquier otra víctima, a cada rato quedaba falto de aire y la escasa vitalidad que portaba su semblante y el resto de su cuerpo, menguaba a cada hora del día. Lucía igual que la reina, quien se veía incluso peor que antes y de seguro no era por estar enferma. Cuando Margery fue llamada a sus aposentos para tener por primera vez una charla sincera entre las dos, la había visto mal, pero ahora creía que ya no podía encontrar una palabra exacta para describirla. Madre e hijo parecían compartir el mismo destino.
No obstante, nadie llegaba a comprender la razón.
Blanche había prácticamente desaparecido cuando se comprobó que la pelirroja no estaba libre de la maldición y que, a la vez, Caitriona la portaba de una forma extraña que la desgastaba con alarmante rapidez. El tacto de la mujer de cabellos mieles era tan letal como el de su hija, y tuvieron que comprobarlo de la peor manera posible: no por accidente, pero sí con propósito.
Y para terminar de aumentar la inestabilidad de la situación, el escape de Danek había mantenido a Geralt de Rivia fuera del castillo los últimos dos días, de seguro buscándolo. El Cuervo seguía siendo un enigma y peligro para todos. Su lealtad para consigo mismo hacía imposible el siquiera intentar comprarla y eso resultó siendo de conocimiento general.
De cualquier manera, todos eran consciente de que el brujo no buscaba traerlo devuelta al castillo.
Lo único que se sabía hasta el momento era que se desconocía el paradero exacto de la maga de La Corte, y ahora solo les quedaba desear que ella y el rivio unieran fuerzas para no dejar que Danek se saliera con la suya nuevamente. La guerra había entrado en un punto crítico, el futuro rey de Mercibova estaba en su lecho de muerte al igual que la actual reina, y el rey y la princesa se habían mantenido recluidos en sus aposentos la mayoría del tiempo. Cada uno cumplía con sus deberes como era esperado, pero cualquier otro tipo de interacción era simple o inexistente, sobre todo entre ellos.
Todo, absolutamente todo se estaba desmoronando y, aún así, Pierstom había elegido ese día para casarse con alguien que debería considerar como el enemigo.
—¿Qué es lo que le has dicho a Ivo? —preguntó Margery de repente, una vez se quedó a solas con Sarai.
La rubia trastabilló al escucharla y chocó contra un mueble bajo donde estaba guardando los vestidos de la princesa. Sus manos temblaron al igual que sus labios cuando hizo el fatídico intento de hablar. Ningún sonido salió de su boca y sus ojos se mantuvieron clavados en las numerosas telas de prendas de la pelirroja. Sabía que era mejor contestar sin verla al rostro. Quizás la culpa o la pena no serían tan grandes para ella. Tal vez las palabras saldrían más fácil.
La pelirroja esperó pacientemente la contestación de la sirvienta. Sentía que se estaba quedando sin tiempo y necesitaba saber qué era lo que sabía Sarai. Si con sus conocimientos había alguna manera de poder usarlos a su favor y en contra del rey timatenense, sentía que tendría que hacerlo ese día, antes de que Pierstom y Nimia se casaran. No tenía tiempo; nadie de su familia lo tenía.
Eliastor abdicaría tres días después de la boda, como era costumbre en Mercibova. Su hermano mayor sería coronado rey junto a la princesa de Timatand y Mary no quería ni pensar con qué tanto control quedaría Ivo sobre ellos, una vez todo lo anterior sucediera.
—Todo —suspiró Sarai al cabo de un momento.
—Qué es todo —exigió la princesa, tratando de mantenerse sentada en su lugar, no obstante, no dejaba de quemar la espalda de la otra con sus orbes.
—El romance del príncipe Pierstom con un Lord, la enfermedad de la reina, las entradas secretas al castillo. El pergamino y la rosa los puse yo —admitió con pesadez, soltando cada situación como cascada a la vez que fue retorciendo la tela de su delantal, sus nudillos blancos por la exagerada presión ejercida —. Todo.
Margery se puso de pie con rapidez y Sarai reaccionó, dándose vuelta para enfrentarla al tiempo que retrocedió un paso. Una expresión de alarma estaba plasmada en ambos rostros.
Ni siquiera lo de Emilianno había sido al azar. Nada lo había sido. Y eso solo agravaba la situación.
» Alteza, yo... —sollozó.
—Silencio.
Tenía la mandíbula tan apretada que le dolía al igual que su estómago. Las náuseas no tardaron en llegar y un terrible malestar se instaló en su pecho a la vez que la realización de la gravedad del asunto le golpeó de lleno en la cara. La serpiente de la traición comenzó a apretar su garganta y tuvo que esforzarse más de lo debido para poder hablar.
—¿Desde cuándo?
—Princesa, por favor, yo no...
—Responde, Sarai —ordenó cortando sus palabras, apenas pudiendo controlar su propio enojo. Había comenzado a pensar en formas posibles donde la menor cantidad de personas resultaran heridas.
—Meses —dijo dando unos pasos hacia la pelirroja, pero Margery no permitió que se acercara a ella y caminó hacia el otro extremo de la habitación. Solo eran unos metros, pero aquellos metros habían destruido por completo la amistad que ambas mujeres alguna vez compartieron.
—Largo —siseó señalando las puertas cerradas con una de sus manos.
—Alteza...
—Sarai —la cortó con brusquedad —, necesito que te vayas y te ocultes. No te atrevas a acercarte a mí o mi familia otra vez —estableció con más firmeza de la que en realidad sentía en ella. Desvió sus ojos de los azulinos ajenos y se dispuso a centrarlos en la ventana abierta.
—¿Adónde iría? —preguntó, dejando que la aflicción dominara su voz, sin moverse de su lugar.
—¡No lo sé! —exclamó Margery con frustración —. Pero es lo mínimo que deberás hacer. —Regresó su mirada hacia la rubia y por medio segundo, se arrepintió de hacerlo cuando vio las lágrimas resbalar por sus mejillas —. Sabes lo qué pasará si te quedas.
—P-puedo ayudar. Sé muchas cosas de Ivo, p-por favor alteza —rogó, los botes de su voz imposibles de controlar por los hipos que sacudieron su figura.
—¿Qué me puedes decir de él que sirva para solucionar todo el daño hecho? —cuestionó cruzándose de brazos.
Pero Sarai se mantuvo en silencio después de eso, sus hombros cayendo al igual que sus orbes. Margery tragó saliva, sintiéndose incapaz de comprender la razón por la que la otra mujer habría decidido callarse justo ahí, después de haber expresado con notoria facilidad todo lo que había hecho a favor del rey timatenense y asegurar que podría usar detalles en su contra. La decepción incrementó en ella y tuvo que mirar hacia otra parte una vez más.
¿Así se sentirían los demás cuando descubrieran lo que ella misma había hecho?
Pocos segundos después, la rubia asintió con la cabeza y se giró hacia la salida. Antes de que abriera las puertas, la voz de la pelirroja se abrió paso en el espeso silencio que las había envuelto.
—¿Por qué? —preguntó a pesar de no saber con seguridad si en verdad deseaba oír la respuesta.
—Porque es mejor librarse uno mismo de desgracias —contestó sin volver a ver a la princesa.
—¿No crees que es triste conducir a los amigos a ellas? —curioseó, tratando de mantener sus propias lágrimas controladas —. Creí que era tu amiga. Que Tom y yo lo éramos.
Sarai giró un poco el rostro, permitiendo que Mary viera su perfil, aunque no pudo leer bien la expresión que precedió sus siguientes palabras, pues el dolor que sintió después de eso fue demasiado como para poder mantener los ojos clavados en la cara ajena.
—No lo son.
Para el momento en el que Margery estuvo ante las puertas de los aposentos de su hermano, ya era todo un huracán de nervios incontrolables. Su respiración era superficial y acelerada al igual que su latidos. Sus movimientos eran rápidos con toques espasmódicos, sus extremidades temblaban y sus labios intentaban articular palabras que no se escuchaban, que solo resonaban en el interior de su cabeza en constantes acusaciones que temía empezar a escuchar por parte de Pierstom.
Pero tenía que intentarlo.
Tenía que ser sincera de una vez por todas y así poder impedir la boda. Tal vez el momento era el peor de todos, pero mejor tarde que nunca.
Abrió las puertas con más fuerza de la necesaria y sus ojos se movieron por todas partes hasta dar con la figura sentada del príncipe, quien llevaba una copa a medio llenar en manos. Ya estaba completamente vestido, solo faltaba la corona y un poco más de ánimo.
—¿Qué crees que haces? —Le cuestionó acercándose con rapidez y cuidado, para hacerle soltar el recipiente de plata.
—Necesito hacer esto sin estar tan sobrio —dijo con suavidad, sin mirarla ni oponer resistencia.
—No te puedes casar con Nimia —determinó de golpe, luego de dejar el vino sobre la mesa y observarlo desde su posición en pie.
La princesa trató con todas sus fuerzas no ver con tanto detalle a Tom, pero en verdad era inevitable para ella. Su piel pálida y enfermiza, sus ojos cansados y sus respiraciones profundas, lentas y entrecortadas, producían demasiados estragos en la pelirroja. Sobre todo porque ella era la causante del estado en el que su propio hermano se encontraba.
—Nimia no es Ivo, Mary.
—No —concordó y asintió —. Pero es su hermana, y créeme, eso es mucho peor. —Ella misma sabía de eso.
—Técnicamente es la media hermana de Ivo, pero se supone que eso nadie lo puede saber —murmuró frunciendo el ceño y estirando su mano derecha para volver a agarrar la copa.
Margery, no queriendo tener contacto de ninguna forma con él, a pesar de llevar los guantes más gruesos que pudo encontrar, se encargó del vaso y lo alejó por completo del castaño. Seguido de eso, dio unos pasos hacia atrás para cruzarse de brazos y ladeó la cabeza, apenas pudiendo registrar las palabras del hombre en su mente.
—Espera, ¿cómo que media hermana? —preguntó parpadeando con inquietud.
—Deberías estar en el gran salón con nuestros padres. —Se agarró de los reposa brazos del mueble en el que estaba sentado y se levantó con esfuerzo. Parecía que estaba empeñado en no escucharla, pero sobre todo, en no dejarla hablar.
—Pierstom, ¿podrías explicarme qué es lo que has dicho sobre Nimia?
—Si vamos a mantener secretos entre nosotros, déjame tener ese por lo menos —se excusó encogiéndose de hombros —. Además no es mi deber ni lugar decírtelo. No nos concierne a ninguno de los dos.
Le dio la espalda a la princesa y agarró el bastón que reposaba contra un costado de la mesa. Había tenido que estar apoyándose con ayuda de un agente externo para poder caminar por sí solo. Su cuerpo debilitado lo necesitaba.
Los ojos de Margery siguieron todos y cada uno de sus movimientos, su pecho sintiéndose pesado y aplastado por la clara imagen de lo que ella había ocasionado. Pierstom solo era unos pocos años mayor que ella, y verlo tan demacrado en tan corto lapso de tiempo como lo podían ser dos días, resultaba demoledor. Sus líneas de expresión que solían pasar por alto cualquier otro día, se marcaban con tremenda claridad. Su piel se encontraba áspera a la vista y su palidez y temperatura corporal eran para temer. De seguro también lo era para él, pero en ningún momento había expresado ninguna clase de odio o rencor hacia ella por lo que le había causado.
La seguía tratando de la misma forma que antes.
—Sé que si te dijera lo que he hecho, nunca podrías perdonarme —expresó y luego apretó sus labios, queriendo evitar que estos temblaran ante el miedo que se instaló en su anatomía.
—¿Qué harías si te dijera que ya sé todo? —inquirió el hombre, pero no se volvió a mirarla y se concentró en tomar su corona en una mano.
—N-n-no lo sé —exhaló. Los aposentos del príncipe habían comenzado a darle vueltas y tuvo que buscar apoyo de la mesa. Sus piernas temblaron y terminó por caer sentada en el mueble que antes había ocupado el castaño oscuro, dándole la espalda también.
—Ya lo sé todo.
Había dicho tales palabras con gran simpleza, pero Margery no se sentía capaz de girarse a verlo.
Escuchó el golpe sordo de la vara contra la piedra alfombrada del suelo, acercándose a ella con lentitud, hasta que su visión agachada fue ocupada por unos lustrosos zapatos. Su respiración se detuvo y esperó a que Pierstom explotara ante ella en cualquier segundo. Era lo mínimo que podría o tendría que hacer su hermano. No sabía que pudiese existir otra forma de lidiar con algo tan grande y tan destructor como lo podía ser la traición de parte de un ser querido.
—A veces las personas dicen o hacen cosas malas por buenas razones, Mary —susurró el príncipe, agachándose ante ella como pudo y la tomo de las manos. La mujer se quiso alejar y correr lejos de él a esconderse, pero Tom no se lo permitió, sosteniéndola con mayor fuerza y manteniéndola en la misma posición y lugar.
» Hacer cosas malas no te hace un monstruo, te hace humana, sobre todo si tienes razones para proteger a los que amas.
—Estás equivocado —gemiqueó entre dientes.
—No te odio —continuó él, como si ella no hubiera hablado —. Sé que tratas de arreglar lo hecho. Pero lo hecho, hecho está —sentenció, provocando que Margery cerrara los ojos en rendición ante la verdad dicha en su cara —. Ahora necesito que confíes en lo que yo estoy haciendo, porque te aseguro que sé lo que es.
—Lo lamento tanto —sollozó soltándose para cubrir su rostro con sus manos.
—Eres una víctima como yo —trató de calmarla, no perdiendo los estribos como estaba sucediendo con la pelirroja, desde que regresaron al castillo después de lo sucedido en el Lago de Erium —. Incluso Blanche resultó siendo una... ojalá en algún momento logre ver eso.
—No sé qué vamos a hacer con Danek.
—Yo tampoco. Espero que Geralt lo encuentre y le haga sufrir mucho —admitió Tom, tomándola de los codos para que le dejara ver su rostro. Sus ojos se encontraron —. Así que mejor yo me encargo de los humanos. Creo que eso se supone que es lo que debe hacer un rey.
» No me importa si en el pasado odiaron nuestra familia por tener sangre mágica o lo que sea. Haremos lo posible por ser nuestra mejor versión en los roles que nos han sido impuestos, ¿está bien? —finalizó, arrugando un poco la nariz para después sonreír.
Margery trató de imitarlo, a pesar de que los dos fueron completamente conscientes de que solo lo había correspondido por compromiso. Aunque en el fondo la pelirroja sabía que necesitaba intentarlo. Intentar sonreír y confiar en que el príncipe podría enmendar sus errores pasados con sus futuras decisiones.
Quizás esa era la epítome de lo que significaba ser el hermano mayor: limpiar los desastres del menor.
La ceremonia fue, claramente y sin duda alguna, espléndida.
Justo como el heredero había asegurado que sería, los espíritus en La Corte parecían haberse alzado. Los ánimos resultaban distintos y, por una vez en varios días, parecía que se había llegado a un acuerdo tácito de que tal día sería celebrado y no lamentado.
No obstante, todo pareció seguir un curso borroso para Margery. Los discursos, las promesas y todo en medio que había que escuchar o apreciar entre Pierstom y Nimia, casi pasó por alto para la distraída pelirroja. Le fue imposible poner la atención debida y solo su cuerpo era el que estaba presente en el momento. Incluso cuando las personas a su alrededor se vieron conmovidas durante la unión, la mujer se sintió ajena a todo.
Sus irises verdosos se paseaban cada tanto por el salón, buscando a varias personas en específico, mientras al tiempo intentaba mantener un ojo crítico sobre la silenciosa e imponente figura de Ivo. Damien parecía todavía no haber llegado, detalle que aún no sabía si catalogar como un calmante a sus nervios o más bien el detonante. Por muchas razones el rey amcottense podría haber sido atrasado a su vuelta al castillo para asistir a la boda de su amigo, y Mary esperaba que fuera de todo menos por la guerra. Pensar que quizás estuviera herido o en medio de una emboscada le revolvía el estómago de maneras que no quería comprender.
Antes de que ella se diera cuenta, todos se habían trasladado a los jardines y al patio real. La manera en que los espacios estaban adornados, con numerosas luces, colores, detalles y la combinación entre Timatand y Mercibova, resultaba hipnotizador para el ojo espectador. Los músicos habían empezado a tocar y ya había mucha gente bailando y bebiendo. La comida, el vino y cerveza alrededor rebosaba en todas partes, como si flotara en el aire.
Margery hizo la parte que le correspondía y la que le había dicho a su hermano que cumpliría. Forzó sonrisas y risas cuando se le pedía, conversó con tranquilidad todo lo que lanzaban en su dirección, pero cualquiera que la conociera en verdad, vería la falsedad detrás de todo.
Quizás el único momento en el que sí compartió verdaderas palabras y sonrisas fue cuando se vio arrastrada por Cirilla a la pista de baile. Había sido un movimiento inesperado por parte de la pequeña rubia, pero sus brillantes ojos y gran sonrisa fueron demasiado para que la princesa no pudiera rechazar su invitación. Hasta se atrevía a decir que había disfrutado de los cortos momentos que compartió con la hija del brujo, a pesar de su humor.
Cuando Ciri se alejó corriendo para ir con sus amigos, a la pelirroja no le quedó de otra más que volver a tomar su sitio, lejos de las personas bailando —y que fueron demasiado obvias en dejarle un espacio demasiado grande para que ella y la jovencita se movieran al ritmo de la música—. Caminó hasta llegar a su mesa, la cual seguía siendo ocupada por Eliastor y Caitriona, quien había hecho una aparición sorpresiva y bastante memorable esa tarde.
Antes de que pudiera tomar asiento en completo silencio, sus ojos pararon en la figura de cierto bardo que parecía estar enfurruñado en la esquina. Se entretenía con su laúd, pero no parecía ser suficiente, dado que de vez en cuando alzaba la cabeza para escanear a la gente antes de volver a una desganada expresión. Era una imagen tan poco familiar para la pelirroja, que no pudo dejar de verlo por unos largos segundos, antes de decidirse a acercarse a él.
Apenas estuvo lo suficientemente cerca del castaño, este alzó la cabeza casi de golpe, luciendo esperanzado y al verla, su expresión decayó, aunque no lució del todo mal. Él le sonrió y la mujer le correspondió.
—Alteza —la saludó inclinando la cabeza —. ¿Disfrutando de la celebración?
—Creo que sería egoísta de mi parte contestar eso con una afirmación —dijo ella posicionándose a un lado de él —. ¿Estás bien?
—Estamos de fiesta. —Se encogió de hombros y evitó su mirada.
—Jaskier...
—¿Has visto a Sarai?
La princesa cerró la boca y se mordisqueó el labio. Evitó su mirada azulina y la concentró en la pareja del momento, la cual tenía la atención de la recién empezada noche. Observó el panorama con paciencia, esperando que así le diera tiempo para inventar un excusa en vez de decirle que ella misma había sido la que había echado a la sirvienta del castillo.
—Debe estar ocupada. Ha sido un día bastante pesado para el personal.
—Sí, entiendo, es solo que... —Soltó un pesado suspiro —. Llevo posponiendo una conversación con ella todos estos días porque ningún momento parece ser el indicado.
Las ganas de expresar que quizás haber pospuesto tal momento fue lo peor que pudo hacer, se hicieron presentes en el cuerpo de la fémina, quien tuvo que tensar la mandíbula para no hablar de más. No era su lugar aconsejarlo sobre el amor cuando ella misma fracasaba en esa área. Tampoco podía decirle lo que Sarai había hecho porque de seguro eso la llevaría a decirle lo que ella misma había hecho. Arrastrar al bardo a tal huracán sería lo peor que podría hacerle. Era inocente y ajeno a lo que sucedía y prefería que siguiera así.
—Bueno, apuesto a que eres un bardo muy talentoso y heroico que ha sido parte de muchas batallas. Creo que encontrarás la manera de... resolver eso con Sarai. Un poco de persuasión en una balada será grandioso.
Una sonrisa iluminó su rostro al tiempo que se enderezó y adoptó una engreída postura que llevaba más su esencia que la anterior, donde se apoyaba contra la columna y mantenía la cabeza gacha.
—En definitiva, haré una canción en tu honor.
—Espero que dicha canción no incluya la forma en que mis manos solo están hechas de huesos podridos, sin carne ni piel —recitó, recordando las palabras que el castaño dijo sobre ella poco antes de su primer encuentro en los establos —. Son normales —aclaró con tono burlón, alzando una de sus manos revestidas en los gruesos guantes.
—No volveré a escuchar rumores de las personas en las tabernas —declaró, asintiendo con la cabeza con seriedad.
—Quizás eso no sea lo peor que piensen de mí —admitió Margery, sus labios ladeados en una amarga sonrisa.
La mirada que Jaskier posó en el perfil de la princesa fue suave. Estaba más que claro que la pelirroja batallaba más de un problema a la vez. Su mirada fue a posarse en la misma persona que ella observaba, encontrándose con el recién casado príncipe.
—Llegará un momento en el que todo se arreglará —prometió, sintiéndose en la necesidad de decírselo a pesar de que nada de eso estuviera en su poder.
—Sí —suspiró —, algún día...
—¿Te irías con nosotros si él te lo pidiera? —oreguntó el castaño de repente, tomándola desprevenida.
Su expresión de sorpresa fue inevitable y no la pudo controlar a tiempo. El bardo la había visto a la perfección.
Sus pies se removieron incómodos y la sensación de querer salir corriendo preparó su cuerpo en tan solo segundos. Tomó aire y trató de fingir que tal pregunta no le afectaba tanto. Pero era solo eso: fingir.
Parpadeó y bajó sus ojos hacia sus manos, luego la pasó a sus pies y por último, aceptó la copa llena de vino que Jaskier le ofreció. Ambos necesitaban un largo trago de valor para tal conversación.
—Estar juntos no debería ser una pregunta si está destinado a ser —se limitó a responder para después probar el líquido vino tino —. Geralt no haría ni podría hacer eso. Yo tampoco le pediría que se quedara, sería demasiado injusto para los dos.
» Ese tipo de cosas no se deberían preguntar porque el amor no es una pregunta. Solo es. Pero si pudiera elegir... si tuviera la mínima oportunidad de hacerlo, entonces sí. Dejaría todo atrás para poder estar con él.
—Si personas como tú pudieran elegir a quién amar, el mundo sería muy diferente —apuntó, alzando su copa para hacer un brindis que la mujer aceptó —. ¡Por los fracasas amorosos!
Margery asintió en silencio, de acuerdo con sus palabras a la vez que un peso invisible comenzó a oprimir su pecho. Sin poder evitarlo, sus ojos cayeron en sus padres, cuya relación era conveniente y habían tenido que aprender a convivir con la presencia del otro, tener hijos y vivir el resto de sus días juntos frente a las personas. Luego miró a su hermano y lamentó de esa forma su futuro. Por último, recordó que pronto estaría en las mismas.
En ese instante, fue la primera vez que en verdad deseó poder amar a Damien.
Al cabo de un tiempo, ninguno de los dos supo qué más decir al respecto y, naturalmente, su encuentro terminó y pronto se vieron en distintas partes del patio decorado.
Los músicos estaban haciendo un grandioso trabajo. Todos los presentes estaban bailando, charlando animados, comiendo o bebiendo, inclusive sus progenitores y Ivo. Si la princesa no lo supiera mejor, podría creer que esta celebración era en realidad una boda de amor. El ánimo y el humor estaba por los aires, cada vez el bullicio se alzaba más.
Cuando se sentó en su mesa, al lado de los reyes, ambos estaban riendo de algo que no se molestaron en compartir con ella. De cierta manera le gustaba ver que estaban disfrutando de la velada, mucho más de lo que la princesa se llegó a imaginar, pero al tiempo no pudo bajar la preocupación que le llegó ante eso. Era una imagen demasiado extraña, ver a Eliastor y Caitriona compartir más de lo que normalmente hacían o debían.
Cuando se llevó su copa a los labios para tomar un sorbo, notó por primera vez que estaba vacía. Frunció el ceño al no recordar el momento exacto en el que se la terminó y un sirviente se encargó de inmediato en rellenarla sin que ella lo hubiese pedido. Lo dejó pasar y probó el vino sin siquiera olerlo.
Cuando el sabor de algo metálico y dulce explotó en su paladar, supo que había probado algo totalmente distinto a lo que esperaba. Frunció el ceño y acercó la copa a su nariz, pero no alcanzó a oler nada que pareciera fuera de lugar. Con cuidado dejó el vaso lleno sobre la mesa y se levantó una vez más de su asiento. Antes de empezar a caminar se tomó el tiempo de observar sus alrededores con renovada curiosidad, y su visión se puso borrosa por unos segundos antes de volver a la normalidad.
Margery estaba segura en su totalidad de que no había bebido tanto para sentirse así de mareada, pero al momento dejó aquella duda atrás cuando se dio cuenta que no parecía ser la única en tal estado. Todos parecían estar mucho más borrachos que ella. Incluso Tom, de quien estaba convencida que tenía una alta tolerancia al alcohol, debido a su extensa experiencia, estaba tropezando con su esposa alrededor. Ambos hablando en voz muy alta y riéndose de las cosas más tontas.
Ni él ni la reina se veían como dos personas que estaban enfermas ni cercanas a su lecho de muerte.
Caminó hacia el interior del castillo, cuyo espacio estaba un poco más tranquilo, pero no exento de la festividad. Invitados caminaban alrededor y compartían más risas que palabras. Margery los esquivó a todos y comenzó a dirigirse a sus aposentos, sus manos enguantas acariciando las paredes en cada momento que podía. Todo se sentía extraño y por más que ella se moviera de forma brusca o diera vueltas por los pasillos, seguía igual de firme como si no hubiera tomado nada.
Estaba segura que no se encontraba borracha, pero de todas maneras no comprendía lo que había sucedido momentos antes. Tampoco entendía lo que le pasaba a las demás personas.
Al final prefirió seguir con su camino hacia su habitación en silencio. De seguro la paranoia que venía persiguiéndola durante los últimos días desde que llegó al castillo toda herida, estaba haciendo de las suyas una vez más. No quería arruinar el ambiente tan ameno que rodeaba a los demás. Quizás ella estaba exagerando todo por completo.
Cuando giró una esquina, en dirección a las escaleras de piedra que la llevarían a su ala, escuchó unos fuertes pasos detrás de ella. Se giró con rapidez esperando encontrarse con algunos guardias o algún invitado celebrando demasiado lejos de la verdadera reunión, pero se llevó una gran sorpresa cuando distinguió al brujo de Rivia.
Soltó un suspiro y automáticamente se relajó. Sus hombros se soltaron y su expresión confusa pasó de ser alarmada a una serena y con una media sonrisa. No había caído en cuenta lo mucho que había extrañado siquiera verlo unos cuantos segundos. Habían sido dos días demasiado largos.
Cuando se comenzó a girar para seguir su camino, se dio cuenta que él había clavado su vista en ella y había empezado a caminar a su encuentro con decisión.
La princesa frunció el ceño consternada, al tiempo que la diminuta curvatura de sus labios se borró.
—¿Geralt? —lo llamó, lanzando una rápida mirada a sus alrededores, viendo que estaban solos —. ¿Estás bien? ¿Sucedió algo?
Hasta la princesa se dio cuenta de que algo estaba mal en ese instante. No podía darse cuenta muy bien qué era eso que resultaba tan diferente, pero incluso la forma en que él respiraba se sentía extraña. Era como si él tuviera menos control de la tormenta que se desataba en su interior. Ella no recordaba haberlo visto de esa forma excepto en la batalla, por lo que se encargó de detallarlo, esperando descubrir qué le sucedía.
El hombre tenía puesta su armadura y ambas espadas envainadas a su espalda. Tenía el cabello semi recogido como siempre, no obstante, varios mechones se escapaban a su rostro. Aún así, logró ver el pequeño corte en su frente, que de seguro debía haber dejado de sangrar cuando llegó al castillo. Parecía que el brujo estaba al borde de alguna especie de colapso, pero la fémina no podía asegurar que fuera por heridas o cansancio. En definitiva, era algo más.
Se giró por completo para enfrentarlo, pero no pudo preguntar nada más cuando él llegó a ella, justo dos escalones más abajo y con sus rostros quedando casi a la misma altura. En un solo respiro, se lanzó a estrellar sus labios contra los de la princesa, tomándola por sorpresa.
La sostuvo contra él como tantas veces antes, una mano en su nuca y la otra rodeando su cintura. La oleada de deseo fue casi demasiado repentina e inmediata como para que la fémina lo registrara en su cabeza, especialmente a través de la conmoción y confusión de la acción misma. Geralt siempre había sido muy cuidadoso con ella, incluso mientras la besaba o abrazaba. Siempre controlado y francamente un caballero. Pero ahora...
Margery no podía decir que el cambio no fuera agradable. No obstante, estaban al comienzo de las gradas, donde cualquier persona que estuviera paseándose alrededor podía verlos sin problema.
Yendo en contra de sus deseos y acelerados latidos, reunió fuerzas para empujarlo del pecho. Aquel movimiento pareció ser más que suficiente, puesto que el peliblanco casi saltó hacia atrás y puso una distancia considerable entre los dos. Su respiración era agitada y su mirada no era firme, evitando la verdosa a toda costa.
—Mierda, yo... —gruñó, cerrando los ojos con fuerza y dándole la espalda a la mujer.
La pelirroja soltó un corto suspiro y lo observó con cuidado al tiempo que trató de controlar su propia respiración acelerada. Su piel cosquilleaba gracias a su inesperado toque y podía sentir sus labios hinchados cuando los presionó entre sí.
Decidió bajar los dos únicos escalones que había subido hasta el momento, para acercarse a él y tomarlo de la mano. El hombre lució confundido ante el suave toque que percibió de sus manos sobre las suyas igual de enguantadas.
—Será mejor que hablemos en mis aposentos —le invitó, casi lista para recibir una negativa, pero sus ojos se abrieron más cuando él cedió bajo su ligero tirón.
Sabía que, si Geralt en verdad no hubiese deseado hablar sobre lo recientemente sucedido o lo que fuera que lo atormentaba, no la habría seguido. Hubiese sido imposible para ella moverlo siquiera un paso, pero pronto ambos se encontraban ingresando a su habitación en completo silencio.
Margery lo soltó y dejó que se adentrara al lugar, deshaciéndose de sus armas, mientras que ella se encargó de cerrar bien las puertas. Incluso en la intimidad y silencio del cuarto, se alcanzaba a escuchar la festividad todavía en auge.
—¿Qué sucedió? —Preguntó al fin, caminando para acercarse a él.
Él apretó la mandíbula mientras miró al vacío en completo silencio. Margery dio otro paso en su dirección, probando las aguas. Cuando él no reaccionó negativamente, ella se encargó la tarea de traerlo de vuelta al presente.
«» La princesa se quitó los guantes, dejándolos caer sobre la mesita y luego sus dedos hicieron contacto con las mejillas rasposas. Geralt parpadeó ante la caricia y sus ojos se clavaron en los de ella con tanta intensidad, como si la quisiera desafiar a mirar hacia otro lado. Pero la pelirroja no lo hizo. Simplemente lo rodeó y abrazó con delicadeza y tierna firmeza, dejándolo como masilla en sus brazos sin que ella lo supiera exactamente.
Enterró su rostro en el espacio vacante entre su hombro y su cuello, respirando profundamente su aroma mientras Margery pasó los dedos por su pelo, esperando con paciencia una respuesta de parte de él.
—Estabas herida —murmuró contra su piel y ella se apartó un poco para poder mirarlo.
—¿Qué?
—Antes de que yo... antes de que lo matara —respondió con los dientes apretados—. Al Cuervo. A Danek. —Ambos contuvieron la respiración unos segundos, dejando que la información se registrara en sus cabezas.
La princesa no había creído que llegaría un día en el que en verdad no tendría que vivir en un mundo en el que aquel terrible hombre existiera. En vez de sentirse intimidada o que incluso le importara más de lo necesario, se mantuvo en silencio y dejó que Geralt se tomara su tiempo para hablar. Sabía que había mucho más que solo lo anteriormente revelado.
» Antes de asesinarlo, me mostró cómo había llegado a ti a lastimarte... y pude verte. Muriendo. Y yo no podía hacer ni una mierda al respecto.
El brujo cerró los ojos con el ceño fruncido y volvió a pegar su nariz contra la erizada piel de la mujer, tratando de luchar en contra de aquel recuerdo. La princesa ladeó un poco la cabeza y lo observó de reojo con cariño, pasando una de sus manos por la mandíbula del hombre, provocando que este clavara sus irises en los de ella otra vez.
—Estuve aquí todo el tiempo.
Él asintió despacio, pero al segundo desvió la mirada hacia otro punto que no fuera ella, como si le asustara el hecho de que existiera la posibilidad de que Margery, de pie en frente de él, no fuera real y solo una ilusión. En medio del silencio y la caricia que ella proporcionó a su cara, el peliblanco giró su rostro y plantó un delicado beso en la palma de su mano, estremeciéndola ante el inocente contacto.
La princesa sonrió.
—Estabas... —Negó con la cabeza mientras aún hablaba contra su palma—. Te estabas ahogando con tu sangre, atada a la mesa e incapaz de moverte. Intentabas pedir ayuda. Me miraste a los ojos desde ahí y me pediste ayuda y yo no pude moverme.
Dejó de hablar tan pronto como terminó la frase. El recuerdo todavía estaba demasiado vivo en su cerebro, demasiado doloroso y demasiado fácil de rememorar.
Margery casi podía oír cómo se le rompía el corazón al oír eso. Un nudo se hizo presente en su garganta, pero trató de sobrepasarlo y cambió su peso de un pie a otro, acercándose más a él hasta que sus pechos entraron en contacto.
—¿Puedes mirarme, por favor?
Su mirada ambarina se elevó para encontrarse con la de ella, y por enésima vez, la princesa sintió como si pudiera perderse en las profundidades de su mar dorado, oculto en sus ojos cautelosos.
—Lo que te mostró ese monstruo no podría haber estado más equivocado —dijo con certeza—. Estoy aquí contigo y estoy a salvo.
Sus pupilas se detuvieron en su rostro, mirándola con atención como si quisiera asegurarse de que sus palabras fueran reales. Dejó que el color verdoso de sus irises lo empapara por completo. Detalló la forma de sus cejas, sus pestañas, la linda inclinación de su nariz y las diminutas pecas que salpicaban su rostro con el más exquisito de los cuidados. Luego centró su mirada en los labios femeninos. Sus labios tan rosados, suaves y delicados. Eran una tentadora invitación húmeda y le resultó imposible apartar la mirada.
—Geralt —murmuró ella, nerviosa ante su silencio y se relamió sus labios, sintiéndolos resecos de repente, sin saber lo que aquello provocó en el hombre.
Ella misma se fijó en cómo la miraba. Se dejó hipnotizar por la forma en que él se tensó al escucharla, cómo su enorme figura se encorvó ligeramente hacia ella y cómo sus fosas nasales se ensancharon en una profunda inhalación, antes de que sus ojos se incendiaran.
Las manos del rivio dejaron de estar a los costados de su anatomía masculina y se encargaron de tomarla en brazos para acercarla todavía más a él. Su mano izquierda se deslizó por las cascadas rojizas hasta dar con la parte posterior de la cabeza de Margery, sus dedos enredándose en los cabellos. Hasta ella podía sentir la forma en que estos se flexionaban repetidas veces, como si estuviera luchando en contra de algo que la mujer no percibía.
Y es que el brujo lo estaba haciendo.
No deberían, realmente no deberían. Ambos sabían que no podían ir más lejos, pero al infierno y todos los monstruos que había en él. Querían besarse, sentir la piel del otro bajo las yemas de los dedos, mezclar sus respiraciones y embriagarse con el aroma del contrario. Aquella chispa de deseo los estaba desgarrando, los estaba quemando de adentro hacia afuera. Necesitan ceder ante el fuego consumidor que se había instalado sus pechos y que no podía esperar a explotar y esparcirse.
Geralt suspiró, agachando la cabeza hasta dar con la frente de ella.
—Ojalá pudiéramos... —Pero ni siquiera terminó de hablar, luchando por encontrar las palabras a pesar de que eran bastante claras en su mente.
—¿Qué? —preguntó mientras la dermis se le puso de gallina, escalofríos bajando por su espalda y volviendo a subir ante la expectación.
Y luego su voz, áspera y ahumada, pero suave, como truenos y miel mezclados en un solo frasco, volvió a dominar todos los sentidos de Margery.
—Ojalá pudiera conocer el toque de tu cuerpo debajo del mío —murmuró sobre sus labios, pero sin llegar a besarla aún.
Ella era un libro abierto que Geralt quería pasar el resto de su vida leyendo; estudiando cada poro, cada curva de su anatomía, cada pensamiento de su mente. Quería acariciarla, cuidarla y mantenerla a salvo del marchitamiento y el ardor de la brecha.
La expresión que le devolvió la pelirroja a sus palabras fue tan vulnerable. Su mirada se sintió como el toque más suave de las manos de una amante, mientras observaba cada detalle de su rostro.
Pasados unos segundos, la mujer agregó las palabras que inevitablemente los conducirían a su inminente caída.
—Te amo —dijo ella—. Más de lo que jamás podrías entender. Más que lo que es realmente bueno para mí, de seguro. Pero no estoy herida; estoy a salvo, aquí y contigo.
Fue como si se hubiera roto una presa. Su agarre en ella se intensificó y un ruido extraño escapó de su boca. Cerró los ojos y trató de sofocar el impulso de simplemente tomarla en el acto.
—No puedes decir algo así, mi princesa. No cuando no debería tocarte como quiero, como te mereces. —Había tanto cariño y moderación en su voz, que las rodillas de Mary se debilitaron —. Pero incluso mi paciencia tiene sus límites.
Entonces la besó y ella correspondió de inmediato con emoción.
► Entre tanto sus bocas reclamaron la contraria con firmes roces, rozando casi el desespero en sus sensuales movimientos, retrocedieron hasta que la parte de atrás de las piernas y el vestido de la fémina golpearon con suavidad el costado de su cama. Un sonido ahogado y casi irreconocible subió a su garganta cuando él se inclinó más hacia ella, tomando sus labios y cualquier ápice de razón restante.
Las manos de Geralt fueron a sus caderas para levantarla, sujetándola fuertemente contra él. Margery pudo sentir los latidos de su corazón enloquecidos de deseo, cuando un gruñido subió y vibró por el pecho masculino al tenerla tan apegada a su duro cuerpo. Una de las manos del brujo fue hacia su cabellera una vez más para obligarla a tirar la cabeza un poco hacia atrás, despegando sus labios y así poder comenzar a llenar de atención su cuello.
Labios, lengua y dientes trabajaron en conjunto, logrando hacer que cada segundo aumentara su deseo y placenteros corrientazos empezaran a centrarse en la zona íntima femenina. Margery podía sentir que la habitación giraba a su alrededor y, apresuradamente, un gemido salió de sus labios una vez sintió el colchón bajo su espalda. Se encontraba recostada ahora sobre la cama.
Geralt le siguió, cubriéndola completamente con su propio cuerpo, las piernas de la princesa envueltas alrededor de su cintura con cierta timidez. Su elegante y algo aparatoso vestido casi arruinado, totalmente arrugado y recogido en sus caderas. Y era todo lo que ella siempre quiso. No pensó en nadie más que en él; no deseó a nadie más que a él.
El rivio estaba decidido, concentrado, pero tan, tan gentil. Sus manos recorrieron el cuerpo cubierto de la princesa al tiempo que sus labios reclamaron los ajenos de nuevo, con tal intensidad que la dejó mareada y ansiosa por mucho más.
Era seguro; con él se sentía a salvo. La protegió del mundo exterior, de que nadie pudiera verla así. Incluso cuando estaban a solas, él se aseguró de hacerla sentir acogida y especial. Solo sus aceleradas respiraciones los acompañaban, junto con, el ahora ignorado, ruido de la celebración afuera. Geralt de Rivia era el único que la hacía sentir segura en su estado más vulnerable.
—Margery —murmuró él, su voz algo brusca, su aliento chocando de lleno contra la boca entreabierta de la pelirroja.
Los dos se miraron a los ojos y no necesitaron palabras para saber lo que ambos querían; lo que deseaban.
Sus dientes atraparon los delicados labios de la mujer. Una de sus grandes manos se deslizó hacia abajo para acariciar la delicada y virgen piel del muslo, arrastrando el tacto hacia arriba, alzando más el vestido consigo. Su cuerpo se tensó con incontrolable gusto al irla descubriendo poco a poco.
La princesa no pudo contener el jadeo ni el rojo de sus mejillas cuando lo ayudó a quitarse todas sus prendas. Geralt se limitó a sonreír a través de la lujuria, mientras un gruñido retumbó en su pecho ante la visión tan íntima de su cuerpo desnudo debajo del suyo. Toda la tierna piel fue explorada por manos golosas, seguras y suaves. Cada curva, cicatriz y mancha fue tocada a fondo por él, acariciada por sus manos y boca. Cuando sus labios entraron en contacto con la cicatriz más grande en su hombro derecho y unos dedos se hicieron a cargo de su zona íntima, las lágrimas nublaron su visión y el resto de su ser siguió la emoción con una respuesta genuina y temblorosa, arqueándose hacia él.
Geralt se quedó inmóvil sobre ella por unos segundos, dando un par de respiraciones profundas y calientes contra su cuello. Luego se alejó.
La repentina pérdida de calor corporal la hizo temblar, hizo que sus pezones se endurecieran aún más y el impulso por cubrirse fue duro de conquistar. Se apoyó sobre sus codos y lo miró desde esa posición recostada. Sus ojos dorados eran agudos, intensos y no dejaron su figura agitada ni un instante, de seguro siendo el perfecto reflejo del otro. Ambos parecían a punto de explotar de deseo.
Él terminó arrodillado entre sus piernas separadas, sus manos sobre sus rodillas a los lados. Sus orbes viajaron desde su rostro sonrojado, hasta sus pechos agitados con cada corta respiración, y más y más abajo.
—Geralt... —gimió la fémina con nerviosismo, apenas pudiendo reconocer su propia voz y teniendo el ligero impulso de cubrirse otra vez, mas no lo hizo. Le gustaba cómo la miraba.
El rivio parpadeó y reaccionó. Margery observó cómo sus dedos comenzaron a abrir los cordones de sus pantalones, de manera rápida y hábil. Pieza tras pieza de armadura y ropa cayó al suelo, dejándolo desnudo ante su curiosa y tímida mirada.
No supo de dónde vino la repentina confianza. Tal vez todo fue por la forma en que Geralt, aquella bestia de hombre, fue tan amable, tan gentil. La forma en que la miró, la manera en que la acaricio y cómo reaccionó ante ella. Cómo la deseaba con tanta pasión. Así que no dejó que el nerviosismo le robara el momento y simplemente hizo lo que sintió que era correcto.
Margery se arrodilló también sobre el colchón y le rodeó la cadera con una mano, disfrutando la manera en que el hombre reaccionó ante la caricia, para después posar un beso en el pecho, justo encima del corazón.
Los dedos masculinos se enroscaron en su cabello rojizo, ahuecando la parte posterior de su cuello. Geralt resopló su nombre, la palabra saliendo de sus labios como un ruego, como si no pudiera creer que la estaba tocando de esa manera; como si no pudiera creer que los dos estuvieran juntos esa noche, de tal íntima forma.
La mujer dejó que sus manos lo exploraran como él lo hizo con ella momentos antes. Rozó y sintió su piel bajo sus inexpertas manos. Fue consciente del calor que irradiaba de él, la tensión de sus músculos, el áspero vello rociado por todo su pecho, arrastrándose hacia abajo.
Pasados unos cortos segundos, Geralt no soportó más la dulce tortura y estrelló con mayor firmeza su boca con la de la princesa. Arrastró ambas manos hacia la parte posterior del cuerpo de Margery hasta dar con sus glúteos, a los cuales llenó de atención con dedicados apretones, a la vez que volvió a acercar sus anatomías. Aprovechó entonces tomar sus piernas y hacerla rodearlo de las caderas con ellas, para así volver a recostarla sobre la cama, con él cubriéndola de nuevo.
La emoción y la ansia los consumió casi que por completo y no hicieron más que dejarse llevar.
"Porque es agradable librarse uno mismo de desgracias,
pero es triste conducir hacia ellas a los amigos."
Antígona.
—Sófocles.
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¿VERDAD QUE ME CREYERON EL FINAL DEL CAPÍTULO ANTERIOR? No soy tan desalmada como para hacerle eso a Tom, aunque sí lo suficiente para engañarles y hacerles creer que la pobre princesa hizo su más grande pesadilla realidad xdd Sí pasó, sólo que a medias ah
Aclaración 1: La princesa NO estaba borracha, así que no piensen que lo sucedido al final fue porque estuvo pasada de tragos. La razón del vino-no-vino se desarrollará en el siguiente capítulo.
Aclaración 2: Margery NO perdió la virginidad. Ellos no pueden llegar "a fondo" en ese caso (la posición social de Mary siendo la razón principal, aparte de que literalmente le está poniendo los cuernos a su prometido). La princesa debe ser consciente de ello y Geralt no es un ignorante al respecto.
Pero SÍ confirmo que hicieron ciertas cosas jajajajaja
Espero que se haya entendido. No me linchen por el casi frutifantástico mediocre, el cual apenas es la segunda vez que escribo uno y... todavía me da pena y me siento re inexperta. Pido disculpas por el cringe.
Espero que les haya gustado el capítulo, perdonen la larguera que quedó, pero como dije en capítulos pasados, estos últimos serían largos. Espero no aburrirles ^^
Instagram: andromeda.wttp
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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