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XLI

#ÚltimosCapítulos

"     Footprints blooming
in the night remember
your blood.     "
—Sonia Sanchez.






                    Cuando Margery de Mercibova se ponía a pensar en cómo habría sido su vida en caso de haber podido romper la maldición antes, estaba segura de que habría pasado por alto todos los cambios que deberían ser enfrentados. A pesar de no poder determinar qué momento resultaba perfecto o no para al fin librarse de aquel hechizo oscuro, a pesar de no saber cuál sería la diferencia de un antes con el ahora o quizás con un después, todo eso resultaba... desconocido para ella, incluso en esos momentos. Nunca podría dar un pronóstico de cómo habría sido su vida, y la verdad era que en realidad no le importaba nada de eso.

Antes de Geralt, antes de Los Cuervos, antes de la llegada de la mismísima Blanche, nunca habría tenido oportunidad. Antes de guardar secretos, de perder a una amiga, desconfiar de otra e incluso antes de enamorarse, quizás no habría sabido qué era vivir en verdad.

Pero si todo lo anterior y más podía ser resumido en la resolución de esa tarde, entonces prefería no haber vivido en absoluto.

—El Lago de Erium está detrás de esas líneas de sauces llorones —indicó Blanche, irrumpiendo en el silencio que envolvía al grupo.

La princesa alzó la cabeza y vista del cuello de Heron al escuchar a la maga y observó el paisaje que la misma indicaba.

Para agregar más a la amargura que la estaba consumiendo, el día era perfecto. No tenía ni restos de lo que la anterior mañana fue cuando estuvieron en Lyriton. A pesar de que el firmamento no estaba despejado de nubes del todo, el sol brillaba con orgullo e iluminaba sus caminos hacia el cuerpo de agua. La tierra estaba seca y la vegetación tan verde como si apenas hubiera llegado la primavera. Lo cierto era que Mercibova era una tierra cálida y rica en flora, popular por sus Festivales de Primavera, que ese año no habían podido celebrar por diferentes circunstancia presentadas.

Sin embargo, nada en esos momentos lograría entibiar o ablandar el humor de Mary.

—¿Acaso el Cuervo indicó que debía ser en un lago? —cuestionó Pierstom, montado sobre su propio caballo.

La pelinegra se giró a ver al príncipe.

—No —contestó con tranquilidad —. Servirá como barrera de bloqueo para evitar que la maldición caiga en otro receptor aparte de la reina.

—Hablas de Eustace —concluyó la pelirroja, metiéndose en la conversación y Blanche asintió.

—Danek ya inició un proceso que se lleva cosechando por años —comenzó a explicar volviendo su vista hacia el frente, donde se encontraba siendo transportada la reina en el interior de un carruaje —. Ya no lo puedo cambiar, pero sí lo puedo desviar para completar.

La princesa apretó su agarre sobre las riendas de su caballo y trató de no mostrar que todo lo dicho le afectaba. Ya no le servía de nada seguir mostrándose reacia a continuar con aquel pobre plan. Apenas y podía creer que en verdad iban a hacer la transferencia y no a cualquier persona, sino a la reina, a su madre. Todavía le costaba comprender del todo que ella estaría libre de la maldición, solo para conducir a alguien más a la desgracia.

Una vez arribaron al extenso Lago de Erium, cuyas aguas aparentemente verdes eran en realidad cristalinas y limpias, todos desmontaron sus caballos y los amarraron. Dejando a tres soldados a cargo de cuidar el carruaje y el resto de las pertenencias, la reina salió del transporte, siendo ayudada por Gauvain y se reunió con sus hijos, el brujo y la maga a orillas de las calmas aguas.

Estaban próximos a iniciar tal hechizo de traspaso.

—¿Qué debemos hacer? —inquirió la reina con firmeza, mas no le dirigió una mirada directa a ninguno de los presentes. Se veía cansada y ya no lucía tan firme como cuando fue a los aposentos de la princesa para dar tremenda noticia.

—Necesito que ustedes dos, majestad y alteza, se adentren al lago —indició Blanche haciendo un pequeño gesto hasta el lugar con una de sus manos —. Yo las acompañaré, pero necesito que los demás se mantengan lejos del agua y tierra mojada. Si se adentran, serán otro conducto de la maldición y ya no podré asegurar a quién irá a parar.

Todos asintieron a sus palabras en completo silencio.

Mientras que Caitriona no conectó sus orbes con nadie e ignoró los verdosos que estaban clavados en su perfil, Geralt y Pierstom mantuvieron los suyos sobre la pelirroja, sus rostros contraídos en clara preocupación. Margery llevaba mucho tiempo en silencio, solo compartiendo cortas palabras cuando lo veía necesario y pocas veces miraba a los demás al rostro. Solo veía a su progenitora en desacuerdo y desasosiego por la situación en la que se veían envueltas.

—¿Por qué lo trajeron a él? —cuestionó el príncipe señalando al Cuervo con el mentón, el cual era sostenido por varios guardias.

—Porque él y yo estaremos ligados, de manera que no podrá hacer ningún hechizo que interrumpa el mío. Lo podré controlar —tranquilizó la maga con confianza.

—Se ve demasiado contento colaborando. No me gusta.

—No lo sabe —dijo Geralt para después tensar la mandíbula al darse cuenta que ahora la princesa había clavado sus ojos en el prisionero. No podía hacer nada para evitarlo por más que lo hubiese deseado.

—¿Qué cosa? —Inquirió la pelirroja.

—No sabe a quién será transferida y necesito mantenerlo así. Podrá ser un gran alquimista con unos cuantos trucos de magia, pero nada más —completó Blanche para después posar una alentadora mirada sobre su princesa, quien a regañadientes correspondió con seriedad —. Todo saldrá bien.

Pero Margery no contestó verbalmente, solo asintió con la cabeza por compromiso, aceptando la mentira —que creía sentir en la morena— como verdad, para después caminar hacia el Lago de Erium. Caitriona le siguió de inmediato, antes de ser detenidas por la maga. La mujer les pidió que se retiraran los guantes y las capas, los recibió y se los entregó a Sarai quien, como una constante y silenciosa compañía, estuvo presente desde que salieron del castillo. La rubia se retiró a guardarlos y se quedó atrás al lado de Gauvain.

Blanche volvió a indicarle a todos que no se acercaran al lago sin importar qué sucediera, haciendo énfasis con su mirada clavada en el rivio, antes de dirigirse hacia Danek con decididos pasos.

El Cuervo alzó su cabeza apenas sintió a alguien en frente de él y una sonrisa se ensanchó en su rostro quemado. La fémina lo miró seriamente y, con un rápido y certero movimiento de su mano derecha, un limpio corte superficial, pero suficiente para hacer brotar un delicado hilo de sangre, se formó en el cogote del hombre. El pelinegro se quejó, pero luego guardó silencio cuando vio que la maga hizo lo mismo con la palma de su propia mano y la posó sobre su nueva herida. Al principio sintió un ardor que le impidió reconocer las palabras recitadas en susurros por Blanche, pero así como la molestia llegó, se disipó.

Cuando la mujer retiró su palma de la piel ajena, supo lo que ella había hecho y otra media sonrisa brilló en su cara deformada.

—Les dije que no tendrían otra opción más que hacer la transferencia —espetó en voz alta para ser escuchado por todos. Una expresión de altanería había dominado su rostro.

—Cierra la maldita boca a no ser que quieras un poco de agua —le advirtió Blanche con severidad, a sabiendas de lo que eso significaba para ambos. Luego se giró y volvió a caminar, haciendo su propio trayecto hacia las aguas ahora removidas en pacíficas ondas, por las presencias de madre e hija.

—¡Por supuesto que disfrutaré del espectáculo! —avisó Danek desde su posición, arrodillado en la hierba con sus manos amarradas y cruzadas dolorosamente hacia la parte posterior de su anatomía.

—No lo soporto —gruñó Pierstom cruzándose de brazos y dando la espalda al espacio que era ocupado por el pelinegro, prefiriendo centrarse en su hermana y la reina.

—Hmmm... somos dos.

El castaño miró al brujo de reojo y alzó una ceja.

—¿Y tú qué haces aquí? No veo ningún monstruo.

—Si sabe que estamos al otro lado del Bosque de Las Sombras, ¿no? —dijo a modo respuesta.

—¿Y? —resopló el príncipe, pero Geralt solo negó con la cabeza con suavidad y mantuvo sus ojos pegados sobre las tres mujeres en el lago.

La tierra bajo los pies de la princesa se sintió extraña. Sentía que caminaba sobre un colchón maleable que no se atrevía a esforzarse por siquiera mirar.

Las faldas de su vestido flotaron a su alrededor cuando apenas se había empezado a sumergir y las comenzó a hundir a medida que se alejaba de las orillas para no dejar nada al descubierto. A los pocos segundos se dio cuenta que no habría sido necesario, puesto que el lago resultaba bastante oscuro, a pesar de que al momento de recoger agua entre sus manos, la misma estuviera limpia y libre del color verdoso que prometía. Ni siquiera los brillantes rayos del sol parecían poder penetrar más allá de los primeros centímetros de la superficie.

Esquivó unas cuantas plantas acuáticas y unas encantadoras flores de loto. Domó sus expresiones cuando sintió alzó rozar su tobillo derecho y culpó a las desconocidas plantas que seguro estarían creciendo al fondo. Observó su entorno con curiosidad y luego alzó la cabeza para mirar en dirección hacia su madre, quien también parecía estar inspeccionando sus alrededores cercanos.

Aunque sus ojos pardos lucían dudosos, tampoco se veía con intenciones de retractarse. Margery en verdad deseó que lo hiciera, que la mirara de alguna forma que diera a entender que ya no quería hacer eso. Pero Caitriona jamás le correspondió con sus ojos y siempre los concentró en la maga.

—¿Aquí está bien? —le preguntó a Blanche.

Se giró a observar a la pelinegra al aceptar que lo anterior era una batalla perdida. Ya no había vuelta atrás. Sabía que tenía que respetar las decisiones ajenas.

La maga asintió y se terminó de acercar a las dos con pasos largos y algo tambaleantes. Con cuidado las ubicó en sus lugares correspondientes y las ayudó a acomodarse en una posición horizontal para flotar.

El agua envolvió a Margery como una fría manta en medio de una tarde calurosa que estaba llegando a su fin. Hundió hasta su cabeza para mojarse por completo, luego emergió para dejar libre solo su rostro para respirar y cerró los ojos como indicó la Blanche. Sus oídos dejaron de escuchar más allá de lo que quedara inmediatamente cercano a ella. Extendió sus brazos a los lados como le dijeron y su cuerpo, a pesar de estar flotando sin esfuerzo alguno, se sintió pesado y hasta se atrevería a decir que atrapado. No sabía si sería por el vestido o por la inseguridad que el proceso en sí le causaba, pero se preocupó al momento en que tuvo la sensación de querer ser arrastrada al fondo.

La ligereza corporal que proporcionaba el cuerpo de agua había desaparecido para ella, no obstante, se mantenía con tranquilidad flotando. Un contraste desconcertador. Sintió los latidos de su corazón comenzar a ensordecerla y los mismos aumentaron en cuanto sintió un dolor punzante en la palma de su mano derecha. Apretó los labios para evitar soltar una queja ante el sorpresivo dolor y se obligó a mantener los ojos cerrados.

A los pocos segundos, una mano suave y cálida agarró la suya herida. Como acto de reflejo, tomó una larga respiración, buscando relajarse y queriendo confiar ciegamente en la maga. Relajó como pudo todo su cuerpo y se dejó llevar por la fluida quietud del lago.

Lo primero que llamó su atención, fue la forma en la que sintió que algo parecía comenzar a abandonar su cuerpo. Era una corriente invisible que a su paso dejaba una sensación exhausta detrás. La ahogaba y la liberaba. Tensaba sus músculos, apretaba su estómago y aceleraba su corazón de formas alarmantes. El dolor estaba presente, pero era más llevadero de lo esperado.

Algo tiraba de ella en su interior, como si no tuviera planes de abandonarla, como si no pensara hacerlo sin un poco de forcejeo. Margery no supo qué hacer ni qué pensar, ni siquiera cómo respirar. ¿Cómo dejar salir de sí una maldición que no podía ver excepto cuando tocaba a sus víctimas? ¿Cómo ver aquello que desgastaba su cuerpo con inquietante rapidez hasta hacerla sentir como una frágil rama de un naranjo seco?

Diminutas ramificaciones negruzcas comenzaron a brotar y a extender por la pálida piel de la princesa mercibonense. Se concentraban más que todo en su extremidad derecha, en donde tenía los símbolos y cicatrices, en la mano que era sostenida por una morena.

Blanche siguió tratando de recitar el hechizo como debía. Una ligera capa de sudor no había tardado en cubrir su rostro. Entre más se esforzaba por mantenerse unida a la pelirroja y a la reina al tiempo, mayor fuerza debía ejercer en el hechizo y el agarre. Mientras que una se mantenía serena y sin amagues de querer soltarse, la otra había empezado a realizar pequeños y bruscos tirones involuntarios en busca de liberarse. Al ser la maga un conducto de traspaso, podía sentir casi lo mismo que Margery. Incluso su mano izquierda, que sostenía la de la pelirroja, compartía los tonos negros y hinchados de sus venas también.

Por primera vez en mucho tiempo, la maldición había tomado forma. Y por más que le pesara a la mujer de irises avellanas, supo que Danek tenía razón. Lo podía percibir a la perfección en su propia anatomía en un dolor ajeno, pero desgarrador. La sangre y la magia en ella era la clave.

En el segundo en que el dolor comenzó a ser insoportable para la princesa, esta abrió los ojos de golpe y gritó. De su propia dermis manó una bruma oscura, espesa y helada que se expandió sobre el Lago de Erium al ritmo que su quebrada voz lo permitió. Aquella neblina que se instaló en sus alrededores no dejó que los rayos del sol la traspasaran, dejando a las tres mujeres sumidas en una pesada oscuridad total. El día parecía haber sido tragado por aquel curioso cuerpo gaseoso.

Los que habían permanecido fuera del agua y relativamente lejos de las orillas, retrocedieron de forma involuntaria en cuanto la niebla se expandió en un fuerte ventarrón. Los había hecho tambalear sobre sus ejes y sus suspiros sorprendidos se dejaron ver en el aire vaporizados, a pesar de ser pleno día y ni siquiera invierno. El frío fue demoledor al igual que los nervios y la preocupación que llenaron sus semblantes.

—¡Alteza, no! —exclamó Blanche en cuanto Margery se soltó.

Su cuerpo se movió sin control alguno y giró sobre su sitio hacia el lado izquierdo, acercando sus manos a su pecho y tomando una posición de pie. Un adolorido sonido abandonó su boca, la cual había quedado a pocos centímetros del agua, que ya le estaba llegando al cuello, por su postura encorvada. El frío seguía siendo igual de inmisericorde afuera del agua o adentro. Su pecho siguió subiendo y bajando velozmente con cada inhalación que tomaba, pero la presión en su cuerpo no cesó en ningún segundo. Sentía que estaba siendo partida a la mitad.

—No puedo, no puedo, no puedo —repitió Margery negando con la cabeza y apretando sus párpado cerrados.

—Y eso, señoras y señores, ¡es La Maldición del Naranjo Seco! —clamó Danek con ímpetu, ganándose una molesta mirada por parte del rivio —. Creo que necesitan tu ayuda, brujo —anunció guiñándole un ojo al peliblanco, cuando volvieron a escuchar el grito de Blanche para pedirle a la princesa que debían estar conectadas.

—¡¿Qué está pasando?! —gritó Pierstom desde su lugar, empero sus orbes azulinos no dejaban de moverse de un lado a otro, tratando de enfocar la vista en las mujeres. Un muro negro y casi material le obstruía la vista del agua.

—Voy a entrar —gruñó Geralt comenzando a caminar hacia las orillas del lago y acercándose a la bruma, una expresión de decisión pasmada en su rostro.

—¡Geralt, espera! —vociferó Blanche, quien intentó volver a sostener a la pelirroja de la mano sin soltar la de la reina, quien parecía haber caído sumida en un sueño en el agua. No podía soltarla, mucho menos despertarla —. Si entras en contacto, la transferencia no funcionará.

—No importa.

—¡Las puede matar! —le cortó la morena con fiereza, provocando que los pasos del hombre se detuvieran de repente a poco antes de tocar la niebla.

Los hombros de Geralt tiritaron apenas escuchó el grito de Blanche. Sus ojos ambarinos se cerraron con fuerza y su ceño fruncido se acentuó. Había caído en las palabras del Cuervo sin dificultad alguna. Había tomado tomado el cebo sin pensarlo y su impulsividad casi...

Se giró con brusquedad y clavó sus pupilas en el sonriente pelinegro. Sin esperar otro segundo, desenvainó su espada y se dirigió él.

—¡Espera, espera! ¿Qué crees que vas a hacer? —preguntó el príncipe interponiéndose en su camino y alzando las manos para detenerlo en caso de encontrarlo necesario.

—Lo voy a matar.

—Con gusto te dejaría hacerlo, pero lo necesitamos.

—¡Él sabía lo que sucedería si...! —No pudo terminar la frase y prefirió esquivar a Pierstom con una larga zancada hacia un lado. Aquello le dio la delantera.

—¡Lo sé! No estoy sordo aunque a veces finja que sí cuando me conviene —puntualizó el castaño volviendo a irrumpir en el camino del brujo —. Hagamos un trato, cuando no lo necesitemos más, te lo regalamos y pondremos toda nuestra fe en ti de que le harás sufrir. ¿Contento?

—Mierda —espetó Geralt torciendo los ojos y evitando mirar hacia el prisionero, quien parecía estar disfrutando de toda la situación como si fuera un espectáculo verdadero.

El rivio terminó asintiendo a regaña dientes y volvió a organizar su espada, no obstante, esa vez no bajó la guardia como momentos antes. Le dio la espalda a todos los demás, volviendo a concentrarse en lo que debía. Se sentía desesperado al notar la manera en la que el Cuervo parecía saber muy bien qué hacer o decir para dejarlo inquieto.

—Vaya, en verdad tienes instrucciones —comentó Pierstom parpadeando con sorpresa al ver eso —. La próxima vez le haré más caso al bardo o a Ciri.

En el lago, Blanche había mantenido sus ojos avellana clavados en la princesa, quien no se había alejado mucho, pero igual le daba la espalda. No podía dejar que más tiempo pasara con la maldición en el agua y en el aire. Debían establecer conexión pronto o todo el esfuerzo sería un éxito para Danek mientras que a la vez se condensaba en un fracaso para ellos.

—Princesa, el dolor desaparecerá pronto, lo prometo.

—Se lo darás a Caitriona —gimoteó la pelirroja con desgano, en medio de hipos descontrolados.

—Es nuestra mejor opción.

—Es la peor —acusó ella, parpadeando varias veces seguidas, tratando de enfocar su mirada, pero todo estaba totalmente oscurecido. No podía ver más allá  de su brazo estirado.

Sin realmente esperarlo, sintió un jalón en su hombro derecho que la hizo girar con brusquedad, perdiendo el equilibrio para volver a hundirse en el agua. Tosió dentro de ella por el movimiento imprevisto que ni siquiera le dejó inhalar. A los pocos segundos, su mano derecha volvió a estar agarrada por la de la morena, quien la miró desde arriba con una disculpa clara en sus orbes.

—Espero me disculpe después de esto —se lamentó Blanche poco antes de que el oxígeno faltante hiciera estragos en Margery y la inconsciencia tomara el mando.



Lo primero que sintió al inspirar con fuerza, fue que la superficie sobre la que se encontraba acostada estaba húmeda. Aquello le indicó que ya no estaba en el interior del lago. Quizás la habían sacado del agua en algún momento en el que todavía se encontraba inconsciente, detalle que agradeció de forma inmensa. La sensación de ahogo había sido bastante atemorizante.

Su vestido mojado y su cabello se pegaban a su piel con molesta insistencia mientras que el frío del ambiente seguía calando hasta sus huesos, haciéndole sentir tiesa y casi incapaz de moverse de su posición. Lograba sentir el cuerpo tieso y helado, dándole la idea de que seguro se vería como una estatua de mármol abandonada en medio de la intemperie.

Entonces abrió los ojos.

En vez de encontrarse con un cielo cálido de la tarde que había estado acompañándola en el Lago de Erium, lo que le dio la bienvenida a la consciencia fueron imponentes árboles carentes de hojas y estrellas brillando en el firmamento. Trató de alzarse para sentarse, pero su cuerpo no contestó al llamado que su mente repitió una y otra vez. Sus músculos se tensaron como si se hubieran preparado para acatar sus órdenes, pero nada de eso fue suficiente para lograr siquiera moverse medio centímetro del lugar. Estaba atada por una fuerza invisible sobre la húmeda hierba del espacio en contra de su voluntad.

Sus orbes verdosos se movieron frenéticos por todas partes, en un casi inútil intento de reconocer su entorno. Ni siquiera encontraba posibilidad de mover el cuello y el esfuerzo ejecutado en vano le comenzaba a hacer doler la cabeza.

Lamentables recuerdos se comenzaron a arremolinar en su mente al encontrarse una vez más en aquella vulnerable posición. Acostaba boca arriba con sus brazos a ambos lados de su cuerpo. Le resultaba inevitable no rememorar ciertas pesadillas cuando todo lo demás era tan familiar. Esa vez ya no tenía las paredes ni el techo de una torre. No habían velas ni candelabros prendidos para que pudiera iluminar sus alrededores. Estaba sola, en medio de la nada, al interior de un bosque en plena noche.

Su respiración se aceleró y cerró los ojos con fuerza, esperando que al momento de abrirlos de nuevo, todo el escenario que se presentaba ante ella cambiara por completo y fuera llevada devuelta con su familia. Esperaba volver a sentir dolor y la mano de Blanche sostenerla con una fuerza de hierro en su lugar. Esperaba volver a estar en las aguas del lago aunque no le agradara la idea del todo, pues cualquier otra cosa parecía ser mejor que esa. Pero no sucedió.

Cuando despegó sus párpados y observó el cielo nocturno una segunda vez, escuchó algo más que su acelerada respiración. Eran unos pasos aplastando el pasto y algunas hojas secas, acercándose a ella.

—Bienvenida a casa.

—¡¿Quién está ahí?! —gritó y fue ahí apenas cuando por fin pudo mover su cuello hacia la dirección en la que creyó oír una voz desconocida.

Lo único que alcanzó a distinguir en medio de la oscuridad fue una menuda figura entre los árboles, la cual se mezclaba con facilidad en la espesura de la noche. No podía definir bien su altura o forma exacta, pues sus bordes eran difuminados sin esfuerzo alguno. Margery achicó los ojos hacia el lugar, como si de esa forma su visión fuera a mejorar, pero el intento resultó siendo ineficaz. Nada más que trazos de una persona, quizás, seguramente hecha de sombras o rodeada de ellas, se alcanzaba a distinguir entre la oscuridad del espacio.

—Debe estarte doliendo mucho todo —dijo la forma desconocida, con una atrayente compasión que descolocó a la princesa —. Lamento mucho eso, pero solo hice lo que me pidieron.

—¿D-de qué habla? ¿Qué hizo? —cuestionó, su voz siendo acompañada del desespero, incapaz de mover algo más que su cabeza, ojos o boca.

—Cuando sea el momento, volverás aquí —aseguró dando unos pocos pasos al frente.

Antes de que la persona se dejara ver o la princesa pudiera decir o preguntar algo más, se escuchó un chasquido y la cabeza de Margery volvió a estar en posición, girada hacia el cielo nocturno. Al momento siguiente, un ardor demandó ser sentido en su hombro derecho, pero le fue imposible sobarse la zona para calmar la molestia. La cicatriz de la herida comenzó a resplandecer a través de la mojada tela de su vestido, al igual que lo que parecía estar escrito en el suelo y los troncos de los árboles.

Unos segundos después todo su cuerpo se hundió en la tierra con rapidez, como si hubiera sido absorbida por completo y se adentrara a ella como lo había hecho en el agua del lago.



Recobró la consciencia dando manotazos al agua con tal de salir a la superficie. El pecho y los pulmones le ardían, pues le costaba respirar y ahora mucho más cuando trataba de expulsar el líquido de su sistema con una ronca y tosca tos. Hubo una cantidad considerable de agua que se había ido por el mal camino. En verdad se sentía como si acabara de ser ahogada en el proceso.

Sus frenéticos movimientos cesaron una vez unas manos se encerraron sobre sus brazos y la sostuvieron contra otro cuerpo igual de mojado. Trataban de asentarla a la realidad y a poner sus pies sobre la tierra, casi literalmente, para dejar de patalear. Parpadeó alejando el agua de sus ojos y el frío que sintió fue tan terrible igual que antes, erizó su piel y no pudo evitar los temblores que la azotaron. Sus ojos quedaron inyectados en sangre, su piel helada y pálida junto a unos labios morados y dedos arrugados.

—¿Funcionó? —preguntó, su voz ronca y lastimada, como si hubiera pasado todo el día gritando sin cesar y nunca nadie la hubiera escuchado. De cierta manera, así se había sentido segundos atrás.

Blanche la tomó de las mejillas y la obligó a mirarla directo al rostro.

—Ya terminó —contestó la morena, detallándola con cuidado —. ¿Te sientes bien?

Margery asintió reiteradas veces a pesar de estar mintiendo, mientras que con su mirada buscó a la reina. La mujer ya estaba consciente también, saliendo del lago con tranquilidad, totalmente ajena a la batalla que la pelirroja sintió librar en su interior. Al ver aquello, frunció el ceño y clavó sus pupilas en las de la pelinegra, llena de preguntas y confusión.

—Funcionó. La transferencia está completa —fue lo primero que le dijo apenas sus pupilas se volvieron a encontrar.

—No sé qué paso, pero yo no estuve aquí todo el tiempo —le contó, esta vez mirando a todas partes, dándose cuenta que el sol se comenzaba a ocultar y que tonos oscuros comenzaban a cubrirlos.

—¿Cómo? —inquirió Blanche ladeando la cabeza y frunciendo el ceño con levedad —. Te sostuve todo el tiempo de mi mano. No te volviste a mover hasta hace poco cuando intenté despertarte.

—Blanche, yo no estuve aquí todo el tiempo —repitió con mayor seriedad que antes.

Aquello prendió la ya notoria inquietud en la morena, quien después de darle una rápida barrida a los restos del Lago de Erium, rodeó los hombros de la princesa con uno de sus brazos y la hizo girar consigo para comenzar a caminar juntas hacia las orillas.

—Tendremos que hablar con la reina. De seguro ella... no lo sé —suspiró. No sabía cómo interpretar las palabras de la princesa.

—¿Ha dicho algo?

La maga negó con la cabeza y se detuvieron. El agua todavía les llegaba hasta la cintura a ambas mujeres, pero aquello pareció ser el último de sus problemas. Margery ni siquiera sentía que podía ser capaz de alegrarse por estar libre de la maldición por primera vez en su vida, ni lo que aquello significaba para un ansioso Pierstom que la esperaba al borde.

Los irises avellana se centraron en los de la pelirroja con atención y a ella no le quedó de otra más que corresponder. No tenía sentido ocultarle nada a la maga, mucho menos en ese día.

—Sentí el momento en que la maldición pasó por mí hacia la reina —indicó la morena y una mueca se formó en su rostro —. Entendí tu reacción —concluyó, sus ojos pidiendo una disculpa clara por sus radicales acciones para mantener a la pelirroja en su lugar.

—Fue... —Pero no pudo terminar la frase y su cuerpo terminó haciéndolo por ella en un ligero temblor.

—Desgarrador —completó Blanche con compasión. Margery asintió.

—Creo que estuve en el Bosque de Las Sombras —admitió de golpe.

—¿Cómo?

—¡Salgan del lago, ahora!

El grito de Geralt las alertó a ambas, quienes giraron sus rostros en dirección al hombre que comenzó correr hacia ellas, desenvainando su espada de plata en el proceso.

Al principio ninguna de las dos entendió bien su llamado ni la alarma en el mismo. En cuanto las aguas se removieron a su alrededor con más brusquedad de la esperada, sin haber sido ellas las causantes, se supo que algo no estaba bien. 

Cuando Margery movió su cara para ver qué era lo que acechaba en las aguas, lo primero con lo que se encontró fue con una persona, o quizás lo que pudo haber sido de una, emergiendo a la superficie. Parecía ser un cadáver sacado del fondo de un poso o que simplemente había pasado años sin fin en las profundidades del Lago de Eirum. Por la escasa luz, no podía diferenciar bien de qué color era aquel monstruo, pero sí pudo distinguir légamo y cieno rezumando de cada uno de sus poros, junto a un hedor acre de la podredumbre que la mareó.

Arrugó la nariz llevándose ambas manos a la boca y contuvo el chillido que quiso soltar. Se viró con afán para correr hacia la superficie mientras que Blanche se quedó atrás para alejar la putrefacta criatura del borde.

A medio camino se encontró con Geralt, quien no dudó en alzarla en brazos y casi aventarla hacia las orillas, con tal de sacarla del lugar con rapidez. La princesa tropezó y cayó, salpicando agua por todas partes, sus manos evitando que cayera de lleno sobre el lodo. Se sentó y sus ojos fueron a parar sobre la maga y el brujo, quienes habían comenzado a luchar contra los Sumergidos, pues más de uno había salido a atacar.

En el segundo en que uno brazos comenzaron rodearla desde atrás, su primer instinto fue querer liberarse y golpear al responsable con un codazo que mandó a ciegas.

—¡Joder, Mary, soy yo! —exclamó Pierstom con una mueca y sobándose el pecho, para después otra vez volver a sostenerla con fuerza y ayudarle a levantarse.

Una vez ven pie Margery se lanzó a su brazos y, a pesar de no haber podido apreciar el calor del abrazo que formaba con su hermano por primera vez en más de una década, su corazón latió agradecido con el efímero tacto.
Apenas el gesto inició, pronto terminó gracias a la sorpresiva luz amarillenta que los sorprendió a ambos. Sus cuerpos se giraron hacia la fuente desconocida y pudieron observar el lago ser iluminado por una explosión pirotécnica que lanzó unas ráfagas de llamas y logró prender fuego a sus contrincantes. Aquel ataque había sido lanzado por una señal que provenía de una de las manos extendidas de Geralt de Rivia.

—¡Altezas! ¡Tienen que subir al carruaje! —avisaron unos soldados, los cuales tenían su espadas desenvainadas y listas para cualquier otro ataque imprevisto.

Pierstom asintió y agarró a su hermana de la mano para tirarla hacia el transporte protegido, donde aguardaba la reina en la puerta, esperándolos y gritando sus nombres.

—¡No podemos dejarlos solos! —gritó la princesa retrocediendo, empero sin quitar su espantada mirada de las aguas donde todavía se encontraban Blanche y el rivio.

—Creo que ellos dos están haciendo un trabajo en equipo maravilloso, ¡vamos!

—¡Tom!

Ambos tuvieron que retroceder cuando otra criatura apareció y se alzó por el lado derecho de la pelirroja. Su anatomía era flacucha, verde, limosa y bastante alta, sobrepasando a ambos por una buena cabeza. En la tierra sobre la que estaba de pie el monstruo, se comenzó a formar un charco de la sospechosa sustancia que parecía resudar. Sus ojos acuosos, carentes de vida o identidad, se clavaron en los de la princesa casi que de inmediato.

Como primer instinto, el príncipe se interpuso entre el Sumergido y Margery, a pesar de no llevar ninguna clase de arma encima. En cuanto la abominación fue a dar un tajo en su dirección, ambos hermanos se echaron para atrás torpemente y Tom se encogió esperando el golpe, pero el ataque se detuvo a medio camino en cuanto una reluciente espada se abrió paso en lo que sería su abdomen. El monstruo lanzó un chillido ensordecedor y se agitó con violencia antes de ser lanzado devuelta al agua.

Geralt apareció detrás del engendro, gritándoles que salieran pronto del agua, para después ir junto a la maga, donde se terminaron encargar de prender fuego a toda la superficie del Lago de Erium, iluminando la noche que ya había caído sobre ellos para deshacerse de todos los sumergidos que habían salido a atacarlos.

El peliblanco y la morena terminaron completamente empapados como la princesa y los cuatro se quedaron viendo las llamas tragarse los monstruos sin cesar. Todas las respiraciones eran agitadas por el inesperado momento vivido, pero ahora había cierto ambiente de victoria al haber podido controlar la situación y haber mantenido las criaturas al interior del cuerpo de agua.

—¿Están bien? —preguntó Blanche.

—Sí —contestaron los hermanos al unísono.

—¿Están heridos? —curioseó la princesa, aunque sus ojos solo se clavaron en el brujo.

Geralt le devolvió la mirada en silencio y detalló todos los rasgos mojados de la pelirroja, asegurándose de no ver sangre en ninguna parte antes de asentir, todavía sin cruzar palabra alguna. Al ver su confirmación, Margery pasó sus ojos hacia Blanche, quien también asintió.

—Será mejor que volvamos pronto —sugirió la pelinegra —. No deseo llevarme otra sorpresa por hoy.

Todos estuvieron de acuerdo y se giraron para ir hacia los demás y comenzar el viaje devuelta al castillo.

Pierstom aprovechó el momento y rodeó con su brazo izquierdo los hombros de su hermana y trató de protegerla del frío, al verla tiritar sin descanso. Luego mandó una corta mirada de reojo hacia el rivio.

—Gracias, por cierto —le dijo —. Eso fue muy oportuno.

—Lo que hizo fue estúpido —contestó el hombre de ojos ambarinos, con respecto al movimiento del príncipe con plantarse frente a un monstruo sin ningún tipo de arma —. Pero valiente —concluyó de forma que su voz sonó a algo cercano a un agradecimiento.

Los dos sabían por qué.

—Lo sé. Quiero que todos sepan de esto para que sea un recordatorio de mi humilde valentía. —Una sonrisa engreída curvó sus labios y a la pelirroja no le quedó de otra más que negar con la cabeza y reír.

Unos soldados se acercaron al cuarteto con rostros afligidos, luciendo incapaces de  formar contacto visual con cualquiera de los presentes. Aquello despertó la curiosidad e inquietud en ellos.

—¿Qué sucede? —inquirió la princesa con confusión, su sonrisa borrándose de golpe.

Se suponía que todo había acabado. ¿Qué más podría ir mal?

—El prisionero —exhaló uno de ellos.

—El prisionero qué —interpeló Pierstom tensando su cuerpo y endureciendo su mirada también.

—Escapó.

Margery abrió los ojos con terror al escucharlo y con rapidez hizo un barrido por alrededor, esperando que lo dicho no fuera verdad. La tranquilidad que creyó que le seguiría después de la tormenta imprevista desapareció por completo sin dejar rastro, como si jamás hubiese pasado.
Danek no podía haber escapado. No otra vez. No.

—¿Qué fue lo que dijo? —siseó el heredero, todo su rostro contorsionándose con enojo —. ¡Tenían una sola jodida tarea! ¡UNA! ¡¿Cómo pudieron dejar que... que...?! —la exclamación y reprimenda quedó a medias cuando la voz del castaño se cortó y se atragantó. En su lugar, las palabras fueron reemplazadas por una tos sin origen conocido.

La fémina de orbes verdosos lo sostuvo una vez él se encorvó como si tratara de controlar la tos o el dolor, como si tratara de sobrepasar un ahogo.

—¡¿Qué está pasando?! —reclamó la reina desde el carruaje.

—¡Blanche! —La llamó Margery todavía sosteniendo a su hermano, lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos ante la incertidumbre del nuevo momento.

La maga se acercó con rapidez y tomó al príncipe de las mejillas al tiempo que Gauvain llegó a su encuentro también. La morena inspeccionó el rostro pálido y masculino, antes de que sus ojos se llenaran de terror al reconocer lo que sucedía. El corazón se le cayó a los pies y sus latidos se aceleraron, bloqueando cualquier otro sonido que no fueran sus propios pensamientos arremolinándose sin piedad en su cabeza.

Con ojos abiertos y desprovistos de buenas noticias, los clavó vagamente en los de Mary.

—Alteza, suéltelo.

—¿Qué?

—¡Suéltalo ahora!

La pelirroja prácticamente saltó hacia atrás alejando las manos de su hermano como si acabara de ser quemada. Una vez lo hizo, el castaño cayó sobre la hierba todavía luchando por bocanadas de aire, mientras que el sanador se lanzó a ayudarle con inútiles intentos de liberarlo de aquello que le impedía respirar con normalidad. Recostaron al príncipe boca arriba y sostuvieron su cabeza. Fue ahí cuando Margery pudo verlo al rostro bien. Fue ahí cuando distinguió lo que sucedía.

La Maldición del Naranjo Seco todavía corría por sus venas y acababa de arrebatarle la vida a su propio hermano.






Otro capítulo que me sacó canas verdes y me demoré medio siglo en escribir.

Espero que les haya gustado o me corto las venas con una cuchara.

Eh... Sin comentarios, ¿me perdonan?

No olviden dejar sus maravillosos votos, cada vez estamos cerca del final :o

Instagram: andromeda.wttp

¡Feliz y sufrida lectura!






a-andromeda

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