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XIII

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)





Introduciendo a Regé-Jean Page como Lord Ulysses.

"     Se que no descansa
la de besos, caricias
la de esperanza
.     "
—Francisco Álvarez.





                    Los apresurados y firmes pasos hicieron eco a través de los desolados pasillos de la baja ala este del castillo de Mercibova. Ni siquiera la elegante alfombra de azul rey, tejida con detalles en hilos de oro, que cubría la piedra del corredor sin doblez alguno, era suficiente para tragar el son de las suelas de las botas del príncipe.

El hombre en cuestión volvió la cabeza hacia atrás e hizo una seña. Pocos segundos después, más sonidos lo acompañaron, como el distintivo tintineo de pesadas armaduras que comenzaron a llenar el ambiente, al mismo tiempo, palabras intercambiadas en susurros se unieron. Pierstom estaba liderando a un pequeño grupo de soldados en los que más se permitía confiar con su propio bienestar.

La espada envainada colgaba a un lado de su cadera izquierda y la vestimenta que llevaba puesta era la de caza, puesto que con ella se sentía más a gusto al momento de tener que moverse con rapidez. No le cabían dudas de que quizá lo necesitaría en algún momento. El no poder llevar su propia armadura tenía una respuesta clara y era la de no levantar sospechas en ninguna otra alma del palacio.

Siguió avanzando hasta que se encontró con otros dos guardias, los cuales estaban de pie custodiando la entrada a una habitación que nadie en la familia real se atrevía a acercarse. Después de todo, se encontraba en los pisos inferiores, cercanos a los calabozos. El olor de la humedad y encierro estaba presente, donde las antorchas encendidas no estaban haciendo un bien trabajo para sobrepasarlo con el crepitar de la madera.

—Su alteza. —Le dieron la bienvenida inclinándose ante su presencia. Pierstom asintió.

—¿Ha dicho algo hasta ahora? —Preguntó cruzando sus muñecas en la parte posterior de su cuerpo y alzó el mentón.

—No señor. El comandante Denys ha estado ahí dentro desde entonces, pero no ha dado ninguna noticia.

El castaño frunció los labios con disgusto y se volvió hacia el grupo de soldados que fielmente lo había estado siguiendo hasta esa posición.

—Dispérsense en grupos de tres —empezó a ordenar, pasando sus orbes azulinos por cada una de las caras de los hombres. Necesitaba recordarse quiénes estaban presentes para no llevarse ninguna otra sorpresa en el transcurso de su visita —. Cualquier cosa nueva, extraña o fuera de lo común, la reportan conmigo y nadie más. ¿Entendido?

Sin esperar respuesta, sabiendo de antemano la afirmativa que escucharía, dirigió su cuerpo hacia la puerta de la habitación y con un movimiento de cabeza, los guardias le permitieron la entrada.

Avanzó hacia el interior del lugar y lo primero que sus sentidos percibieron fue el desagradable olor de agua estancada. Estaba pobremente iluminado por un único hachón grueso sobre un viejo y dañado candelabro situado en una esquina. De esa forma también alcanzó a distinguir hongos y moho colándose en las esquinas más húmedas del cuarto. Se notaba que llevaban años sin hacer uso de esos lugares, no desde que la pareja contratada para romper la maldición de su hermana fue encerrada en ese lugar para después ser ejecutados.

En la parte más alejada, se encontraba un hombre arrodillado y con la cabeza gacha. Llevaba ropas con las insignias de Mercibova, portando los colores reales, dándole la impresión al futuro rey, de que el desconocido se mofaba de sus tierras, su gente y su familia. Pierstom todavía no podía entender cómo fue que aquel rostro nuevo había pasado por alto tantos días, paseándose frente a las narices de todos sin problema alguno.

Y la única respuesta que encontraba a ello, era que aquel extranjero no era un soldado cualquiera. Era un espía, y estaba en su hogar.

—¿Está preparado para hablar o para ser llevado a los calabozos? —Inquirió con calma aparentemente recolectada.

El comandante Denys se movió y caminó hasta posarse al lado derecho del príncipe.

—Dice que solo abrirá la boca cuando la princesa se presente —le informó el hombre con seriedad.

La habitación pareció tomar un tono más rojizo ante los orbes de Pierstom, quien endureció la mandíbula y su mirada. Hizo sus manos puños y cuidó de no moverlas hacia la empuñadura de su arma. Una vez se relajó, estas colgaron a ambos lados de su anatomía. Inhaló profundo, en un inútil intento de no perder los estribos. Debía mostrar clase, diplomacia y ser más inteligente que el hombre astuto, el cual pronto sería encarcelado ante la orden del príncipe.

—Si hay algo que aprecie en su vida, será mejor que hable pronto o será despojado de sus extremidades. —Esa vez se dirigió al intruso, pero no recibió ninguna reacción de su parte, más que unas simples palabras que conllevaban un gran peso.

—El dolor no cambiará mi lealtad. —Fue la primera vez que distinguió un acento ajeno al de su reino.

—Tal vez su cuerpo reaccione de manera distinta cuando esté sometido a tal sufrimiento —determinó sin dar su brazo a torcer. De ninguna manea dejaría que su hermana se acercara al hombre. Se volvió hacia el comandante —. Prepárenlo para esta noche, necesito hablar con el Capitán Raff sobre la noche del atentado a Emilianno.

—¿Cree que estén conectados, su alteza?

El castaño dirigió una última mirada de reojo hacia el forastero, luego la llevó hacia la puerta de madera oscura por la cual se colaban pequeños rayos de luz.

—Si la meta fuera la corona, no habrían ido por el menor ni mucho menos por la mujer —analizó en un tono oscuro, casi impropio de él. Luego, como si de una profunda revelación se tratase, se acercó al prisionero a pasos agigantados.

—Su alteza, no debería...

La voz del príncipe interrumpió las palabras de Denys.

—Sólo había alguien dispuesto al matrimonio con tal de controlar el noroeste del continente a través de alianzas y no logró mayor cosa. ¡¿Qué tanto le ha informado a su majestad el rey Eustace de Alysion?! —Exigió con dureza. El tinte de acusación fue bastante claro.

El intruso alzó la cabeza por primera vez desde que Pierstom se presentó en el espacio, al escuchar las palabras e incriminaciones, las cuales picaron su interés, lo suficiente como para enseñar el rostro. Tenía un pómulo hinchado y morado, producto de un golpe con la empuñadura de la espada del comandante cuando fue atrapado, pero eso no pareció ser problema para que esbozara una fría sonrisa que dejó descuadrado al príncipe de Mercibova.

Y eso fue justo todo lo que necesitó el castaño para terminar de responderse sus propias preguntas.

—Alerta al Capitán Raff y que se haga un barrido extenso por los terrenos del castillo —ordenó dirigiéndose hacia el pasillo —. No sabemos con exactitud cuánta gente más hay de Alysion, pero no nos llevaremos más sorpresas.

—Sí, su alteza.

Pero apenas ambos hombres posaron pie en los corredores, escucharon un grito ahogado que provenía del prisionero. Denys llevó su mano hacia su arma y reingresó al cuarto, no obstante, se quedó quieto por completo. Pierstom y los otros dos guardias que se mantuvieron custodiando la entrada se posicionaron a ambos lados del comandante, viendo cómo se desangraba el prisionero sobre la fría y húmeda piedra.

El príncipe frunció el ceño con enojo mientras esperó a que un soldado determinara la razón de la muerte del hombre.

—Vidrio. Se rasgó la garganta. —Mostró el pedazo filoso pintado de rojo y goteante.



Sin esperar a que fuera anunciada su presencia, Pierstom cruzó las majestuosas puertas dobles y caminó la longitud del pasillo del salón del trono, en dirección hacia la posición en la que se encontraban sus padres. Antes de acercarse por completo, distinguió a Sarai hablando con Cirilla y Jaskier a un lado, por lo que se permitió relajarse un poco, confiando en que ninguno de los tres abriría la boca sobre la ausencia de la princesa. Bueno, tal vez sí se encontraba algo reticente con respecto al bardo, y eso no tenía nada que ver con sus deseos de acortejar a la amable rubia.

La excusa perfecta había sido elaborada por la fiel sirvienta, pues esta sabía por experiencia que los monarcas no se acercarían a alguien enfermo. Decir que Margery había preferido quedarse en cama por razones de salud fue una idea que hasta esas horas del día, seguía funcionando.

Volvió sus ojos hacia el frente, pero sus pasos se detuvieron de repente apenas reconoció la figura de un hombre pelinegro, vistiendo uno de sus mejores trajes. Le estaba dando la espalda y hablando con sus padres, su postura demostrando infinito respeto.

Los nervios lo atacaron de inmediato, empero al darse cuenta que otras miradas estaban cayendo sobre él con curiosidad, retomó su andar con firmeza. Una vez cerca, se aclaró la garganta, provocando que los reyes y el hombre posaran su atención en él. Una vez que el pelinegro se dio cuenta de quién era, pareció haberse pasmado en su sitio, lo que provocó que la sangre de Pierstom hirviera en anhelo y enojo por igual. Algo que detestó reconocer.

—Sus majestades —saludó inclinando la cabeza hacia sus progenitores y luego miró de reojo al hombre en el que depositó su confianza y cariño ya varias noches atrás —. Lord Ulysses. —Carraspeó y alzó el mentón.

—Su alteza. —El moreno asintió y se alejó un paso de él cuando el príncipe se acercó más hacia el trono.

El hombre de ojos azulinos, sintiendo el corazón en la garganta, miró a su alrededor, evitando la muy conocida figura del hombre que creyó amar, y sus ojos se posaron sobre el trío y sobre otra gente noble y sirvientes que caminaban alrededor. Había mucha gente que había quedado atrapada detrás de los muros desde que inició el confinamiento, detalle que lo incomodó más con respecto a la situación que se había presentado anteriormente. Demasiadas caras, demasiadas distracciones; el mar perfecto para que alguien, cualquier persona, se infiltrara.

—Mi querida Sarai; amor de mi vida, mi verdadera prometida y futura esposa, ¿me darías un tiempo a solas con sus majestades y te encargarías también de los demás? —Preguntó Tom con tono inocente y mirada esperanzadora, a sabiendas de la reacción que sacaría por parte de los presentes en el salón del trono.

Pero poco le importaba en esos momentos.

Nadie ignoró la manera en que Caitriona pareció lanzar espadas hacia su hijo con una simple mirada, mientras que la preocupada y avergonzada rubia se llevó a la niña y al castaño a otra parte. Eliastor soltó un exasperado suspiro y miró hacia las partes más alejadas de la improvisada reunión, asegurándose de que el disparate de su heredero no hubiera sido tomado en cuenta. Porque sería mal visto. Demasiado.

Pierstom se quedó quieto y en silencio, esperando a que el lugar se vaciara y solo quedaran unos cuantos guardias custodiando algunos puntos específicos. Entre ellos se encontraba el comandante Denys, quien estaba atento a la señal del príncipe para acercarse. Luego llevó sus ojos de nuevo hacia Lord Ulysses, quien no se había movido de su sitio.

—Cuando se abran las puertas, tendrás oportunidad de abandonar los terrenos. Tal vez esa visita al campo le ayude a despejarse. —La reina asintió hacia el noble con practicada amabilidad, una máscara que Tom y Margery conocían bastante bien.

El príncipe frunció el ceño ante lo escuchado. No estaba enterado de la petición del hombre, pero en esos momentos todo fue más claro para él. La seriedad se volvió a hacer un lugar en sus expresiones a la vez que llevó sus orbes hacia la cara del rey, ignorando la manera en que Lord Ulysses pareció dirigirle una última mirada antes de retirarse con una reverencia.

Su corazón podría soportarlo, de eso él estaba seguro. Después de todo, su familia no era producto de amor, así que le parecía casi ilógico de que la vida o el destino le dieran el regalo de amar con libertad. Eran cuentos que deseó y creyó poder vivir, pero nada era como se deseaba. Esa vida en la que él había sido puesto, lo demostraba todos los días, por más caótico que le resultara comprenderlo.

—Espero que tu llegada sea importante, Pierstom —advirtió el rey, todavía incomodado por las anteriores palabras de su hijo —. Es una suerte que Lord Ulysses se retire pronto. De todas maneras, no habría sido capaz de permanecer aquí más tiempo después de haber escuchado eso.

«Al menos se irá con un agradable recuerdo.» Pensó el castaño con amargura y le dio visto bueno para que el comandante se acercara.

—Padre. Madre: les tengo malas noticias.





El olor a diferentes hierbas y aceites, que Margery desconocía por completo, inundó sus fosas nasales como la más fuerte e inesperada explosión de aromas. Se quedó quieta en su sitio, a un lado de la puerta y observó a Blanche moverse alrededor del cuarto con fluidez, preparando lo necesario para continuar con la curación del brujo. Era una gran suerte que la maga ni Geralt hubieran decidido dejar ninguna de sus pociones atrás, pues era verdad que nunca se sabría con qué se encontrarían afuera.

La habitación que habían conseguido en la posada del pueblo era pequeña, de madera vieja con telas desgastadas y unas cuantos huecos y goteras por los que se filtraban los suaves rayos del sol. No había ninguna especie de decoración a la que la princesa se había acostumbrado a mirar en su vida, por lo que tenía la leve impresión de que acababa de llegar a un mundo desconocido. El diminuto lugar contaba con solo una cama, la cual era ocupada por el peliblanco, haciéndola lucir mucho más pequeña de lo que en realidad era.

No obstante, a pesar de su espíritu esperanzador de poder conocer Lyriton por primera vez, este había sido machacado por la preocupación escalando su espalda con cada movimiento inconsciente que el hombre hacía. El final del trayecto había sido un total martirio para todos. Blanche había podido notar y percibir eso a la perfección, más decidió guardar palabra, hasta que la pelirroja no fue capaz de embotellar la culpa que la estaba destruyendo en su interior.

—Jamás debimos haber dejado el castillo. —Su postura era firme, pero sus ojos mostraban una vulnerabilidad que sorprendió a la morena —. Es por mí que estamos en esta situación.

—No, su alteza. —Después de dejar un mortero sobre el suelo, se levantó de la silla y se acercó unos pasos hacia la princesa —. Quizás las cosas así debían suceder...

—Dudo mucho que el destino de alguien deba ser así. Es... demasiado caótico —murmuró desviando la mirada hacia un punto muerto del lugar.

—Siendo una maga, mi deber es entender ese caos. Manipularlo, ordenarlo. —La morena soltó un pesado suspiro, pasándose una de sus manos por su rostro. Ahí fue la primera vez que Margery distinguió los años en su mirada, que contrastaba con la eterna juventud de su físico —. Aun así, entiendo que hay cosas mucho más grandes que nosotros en su lugar. Reacciones en cadena que han comenzado mucho antes de nuestro nacimiento.

La maga rebuscó en el bolso de cuero que llevaba colgado en uno de sus hombros, y sacó un pequeño frasco cilíndrico transparente. La mujer de ojos verdes reconoció el contenido líquido del mismo apenas sus ojos fueron a parar en el suave violeta contenido en el recipiente. Por poco dejó salir un suspiro de alivio. Gracias a la prisa por salir de los terrenos del castillo, había olvidado por completo empacar las esencias que le ayudaban a mantenerse tranquila por las noches, que la alejaban de las pesadillas y malos recuerdos que algunas veces embargaban su mente.

 —Quieres decir que el destino no es cruel —analizó recibiendo con cuidado el líquido de valeriana y lavanda. El ligero peso del vidrio resultó reconfortante —. Que el destino solo... es.

Sin embargo, su mente todavía se negaba a las atrocidades de una vida en constante peligro.

Una empática sonrisa curvó los labios de la pelinegra. Parecía como si le hubiera leído los pensamientos de un momento a otro, ya que lo único que iba a hacer, sería calmar a la contraria.

—Geralt estará bien, no es un brujo común. —Para darle más peso a sus palabras, posó una delicada mano sobre el hombro revestio de la princesa, provocando que esta volviera sus ojos verdes a los suyos —. Duró más pruebas en Kaer Morhen. Además, él es alguien que suele buscar un camino de compasión, incluso cuando existen otros más fáciles —explicó ladeando un poco la cabeza para observar a su paciente —. Creo que alguna vez creyó en las enseñanzas, las lecciones que se queman en sus cuerpos.

Un pequeño nudo se formó en la garganta de Margery, sin embargo, logró sacar las palabras, a pesar de todavía no querer comprender la razón por la que le era tan difícil hablarlo. Tal vez era porque ella misma se negaba a creerlas.

—Algunas personas dicen que los brujos no albergan emociones humanas.

—Eso es algo que solo él puede responder. —Blanche se encogió de hombros con suavidad y volvió la cabeza para mirar a la fémina —. Tal vez quiera creerlo porque le facilita el trabajo. Hace que un mutante se sienta menos... solo.

Margery asintió, pero prefirió quedarse en silencio. Sentía que en cualquier momento su cuerpo empezaría a tiritar de los nervios, empero se contuvo y trató de volver a recuperar su compostura. En pocas horas, ella prácticamente había desnudado su alma ante la maga y, aunque supiera que la hermosa mujer de ojos avellana jamás traicionaría su confianza, la princesa sabía que había cruzado una línea que ella misma se había encargado de dibujar.

Desconocía los pensamientos de Blanche, pero también se desconocía a sí misma. Algo que venía cruzando sus pensamientos desde que posó sus curiosos ojos en los del rivio.

Las personas se lastimaban todos los días, pero había cierta fuerza dolorosa que la llevaba a preocuparse por un hombre que de seguro ya había vivido esa situación más de una vez. Si las cicatrices que cruzaban su torso desnudo no eran prueba suficiente de ello, entonces Margery no sabría qué más lo sería. Por un segundo, en cuanto sus orbes cayeron sobre el pálido y sudoroso rostro del brujo una vez más, creyó sentir que su corazón caía a sus pies. ¿Y si la maga no hubiera estado presente en esos momentos de aprietos?

—No se atormente, su alteza —aconsejó la pelinegra, cerrando su bolsa y dirigiéndose hacia la puerta, a un lado de la pelirroja —. Él tiene mucha más experiencia que nosotras dos juntas. Cuando despierte lo sentirá como otro paseo a alguna aldea.

Una expresión de nerviosa inquietud surcó los delicados gráciles rasgos de Margery. No quería saltar a prontas conclusiones, pero parecía como si la maga fuera a dejarla a solas con Geralt. A solas con un brujo semidesnudo en un cuarto que, por primera vez, sí sentía una verdadera privacidad. ¿Por qué el pensamiento resultaba tan alarmante y atrayente al mismo tiempo? 

—¿A dónde vas? —Cuestionó a media voz, observándola.

—Necesito conseguir más de estas hierbas —explicó mostrando otro pequeño frasco amarillento, de mayor tamaño al que le había entregado, que se encontraba vacío —. En el viaje de vuelta seguramente lo necesitaremos.

Margery deseó que eso no fuera necesario, pero mas valía prevenirse que llevarse otra desagradable sorpresa.

» Cuando despierte necesitará hidratarse. Si no es mucha molestia...

La pelirroja le interrumpe.

—Para nada. Estaré atenta. —Asintió con una media sonrisa y observó a Blanche retirarse del cuarto.

La mujer se quedó de pie, incapaz de moverse de su sitio, pues estaba nerviosa, soltando continuos suspiros a través de sus labios entreabiertos, los cuales parecían haberse quedado congelados en la misma posición. Aun así, a veces sentía que, al inhalar, la más mínima corriente de aire pasando por su garganta se podía comparar con el mismísimo fuego, quemando sus cuerdas vocales, sonrojando su rostro y empañando sus ojos. Tal vez tenía demasiadas ganas de llorar, pero ninguna otra lágrima bajó por sus mejillas, no desde que un amable señor les ayudó a transportarse hacia el interior de la posada en la que se encontraban en esos momentos.

Por pura costumbre, se arregló los guantes que Blanche le ofreció y miró la suave tela de estos, todavía sosteniendo el líquido de valeriana y lavanda en manos. Quería distraerse con la más mínima cosa que pudiera encontrar, quería dejar de pensar que Geralt pudo haber muerto porque ella decidió detenerse de un momento a otro en medio del camino para confesar algo que, irónicamente, quería olvidar. Quería olvidar esos monstruos que la persiguieron y que lo hirieron. Quería olvidar que alguien había irrumpido en sus aposentos para amenazarla sutilmente, pero de frente. Quería hasta olvidar la maldición y lo que la misma implicaba.

Una vez más, su mano fue a parar en su hombro derecho, acariciando la zona como solía hacer. Agachó la cabeza a observarse la falda del vestido, dejando que sus pensamientos vagaran con libertad, ahogándola en lamentos y esperanzas que comenzaba a encontrar inútiles. Después de eso, prosiguió a regar un poco de las esencias en la tela que cubría sus muñecas. El suave aroma de las flores fue bien recibida.

—Margery.

El corazón le pegó un saltó y llevo su mirada hacia Geralt, quien yacía todavía en cama. Se dio cuenta que el cuerpo del hombre se removió, luciendo incómodo y adolorido, cosa que resultaba normal, dado su estado, pero... en medio de todo eso... él había dicho su nombre.

Él nunca antes había pronunciado su nombre bajo ninguna circunstancia.

Después de cerrar el frasco, sus brazos fueron a colgar a ambos lados de su cuerpo y caminó hasta posicionarse a un lado de él. Observó su piel pálida y sudorosa, por lo que dedujo que solo quedaría fiebre como los restos del accidente. De seguro se imaginó que él hablaba, puesto que no presentaba indicios de consciencia. No le sorprendería si en medio de su propio pánico creyera oír cosas que en realidad no estaban.

Mordisqueó su labio inferior y, sin importarle mojar los únicos guantes que poseía, al dejar el pequeño recipiente en el suelo, tomó el paño húmedo que Blanche había dejado a un lado y lo remojo en el tazón de barro que estaba en el suelo.

Se agachó y escurrió la tela para después tomar asiento a la altura de la cabeza del brujo. Contuvo la respiración, asegurándose de que ninguna parte de su cuerpo estuviese cerca como para hacerle daño, ya que esos no eran momentos para descuidarse. Al terminar de acomodarse, pasó con delicadeza el trapo sobre la frente del hombre, observando las pequeñas gotas que quedaban atrás y se mezclaban con la sudoración del rivio.

Repitió el proceso y esa vez se fijó en el ceño siempre levemente fruncido, sus orbes moviéndose casi frenéticos detrás de sus párpados cerrados y la respiración profunda y pausada. A Margery le alegraba que al menos no mostrara señales de más dolor o algo con lo que ella no pudiera lidiar. Era una lástima que sus deberes como princesa no se extendieran a la curación o a la lucha, pues quería convencerse que, de haber tenido alguna habilidad extraordinaria, más que la mala suerte de asesinar a inocentes y culpables por igual, no estarían bajo esas circunstancias.

—Margery...

La nombrada parpadeó varias veces seguidas, tratando de borrar rastros de lágrimas acumuladas en sus ojos. No, no lo había imaginado. Vio sus labios moverse.

—Aquí estoy —murmuró inclinándose un poco hacia él —. Estarás bien, Geralt.

«»                    De un segundo a otro, la mano en donde la fémina sostenía la tela húmeda fue aprisionada por una más grande, sin guantes. Al mismo tiempo, el brujo abrió los ojos de repente, soltando un gruñido molesto, por lo que la pelirroja se alarmó y se trató de alejar, queriendo liberar su muñeca, pero el agarre sobre esta fue firme. Esa zona comenzó a hormiguearle, incluso cuando tantas telas separaban sus pieles.

El rivio parecía querer enfocar su mirada en ella, pero todavía se le veía mareado y demasiado cansado. Segundos después, la soltó.

—Princesa... —Susurró alzando un poco la cabeza, como si tratara de ver en dónde se encontraban.

—Tranquilo —arrulló Margery sosteniendo sus hombros con cuidado para así obligarlo a volver a acostarse —. Estamos a salvo.

Su corazón latía desbocado en su pecho, y una tierna calma se instaló en su mente al saber que él se encontraba mejor de lo que ella había esperado y temido. Volvió a pasar el paño por la frente masculina, tratando de calmar su irregular respiración, pues la mirada que estaba recibiendo por parte del peliblanco la estaba poniendo nerviosa. Necesitaba concentrarse en una sola cosa.

—Hmm... otra vez esto.

—¿A qué te refieres? —Preguntó sin interés alguno, pues dudaba mucho que Geralt pudiera mantener una conversación decente en aquel estado de vulnerabilidad. Uno en el que ella estaba teniendo el placer de formar parte.

—No es la primera vez que mi mente me atormenta mostrándome a quién deseo, pero que no puedo tener —contestó con obviedad y una agridulce sonrisa.

Un huracán pareció haberse apoderado de los latidos de Margery, tan fuerte y profundo que no solo sus labios temblaron en un inusual deleite, impropio de sus reacciones ante el sexo opuesto, al escuchar aquello. Su mano casi imitó el titiriteo, que por poco suelta el paño. Inevitablemente recordó la conversación más larga que tuvo con él en la biblioteca, cuando le llevó las primeras noticias sobre sus misiones. La recordó en específico porque un suave rayo de esperanza hinchó su corazón.

Pero esa esperanza no parecía ser tan inútil o peligrosa como Geralt había querido hacérsela ver aquella tarde. Margery sabía que todo ser viviente y racional en el mundo era el recipiente de muchos deseos, solo que no esperaba que ella misma fuera el deseo del brujo.

—Tú... ¿me quieres? —Preguntó y al instante se arrepintió. Haber sacado esas palabras en voz alta le pareció algo tonto e infantil.

—Ya hemos pasado por esto, princesa —contestó con el mismo tono bajo y cerró los ojos. Margery agradecía el silencio que los acompañaba, hacía verle todo más reducido, más efímero y preciado. Como si el universo solo se desplegara entre ellos dos.

—¿Crees que estás soñando o alucinando? —Cuestionó con cierta gracia una vez comprendió sus palabras.

—Sé que estoy alucinando; una imagen como esta, que me atormentará una vez despierte. —Se lamentó e hizo una mueca, para al final soltar un pequeño gruñido —. Y se perderá en los desagües de la nada.

Fue ahí cuando Margery volvió a resumir su anterior actividad, queriendo bajar la fiebre. Trató de ignorar los animados aleteos de su órgano vital, el cual bombeaba sangre en una pequeña carrera contra el tiempo, que no hacía nada más que cambiar de ritmo cada vez que escuchaba su voz. Por un mínimo segundo quiso prometer que eso no pasaría, que nunca la olvidaría y por eso él no debería preocuparse, pero hacer ese tipo de promesas indicaba otro paso que ella temía dar.

—No estoy aquí para atormentarte. —Optó por decir al cabo de unos segundos.

La voz de la princesa sonó tan suave, que Geralt la sintió como la más íntima caricia en su oído derecho, puesto que sus ojos volvieron a abrirse y la miraron como si en verdad no creyeran que ella estuviese ahí. El fantasma de una fantasma era quizás lo que tenía al lado de él. Ya no tenía tiempo de arrepentirse por soñar con los ojos bien abiertos.

El ámbar de los irises del hombre pareció cristalizarse y desnudarse a un maravilloso dorado que le robó el suspiro a la pelirroja. Ninguno de los dos imaginó que se encontraría en aquella situación, a pesar de que solo para uno de ellos resultaba real.

—Geralt, yo. —Inhaló profundo, preparándose para continuar —, hablaré con los reyes, ¿está bien? Contratarán a alguien más para que se encargue de romper la maldición.

—No.

La seca respuesta la dejó en silencio por unos segundos. Cada vez más le costa recuperarse de las cosas que escuchaba por parte de él. Echó los hombros hacia atrás y alzó el mentón para contestar con un tono más firme, el cual parecía no tener el efecto acostumbrado.

—Igual recibirás tu paga en aras a tu servicio —aclaró cruzándose de brazos.

—No quiero romper la maldición solo por el dinero. Ya no más —aseguró.

—No creo que mi corazón pueda aguantar otro susto de estos —admitió, sintiendo que las mejillas se le coloraban todavía más.

—No soy merecedor de tu corazón, princesa.

Ante lo dicho, pudo sentir el calor esparciéndose por su cuerpo, así como la piel de gallina subiendo y consumiéndola en cada segundo que pasaba, mientras que la mano de Geralt dejó su antigua posición a un lado de su anatomía y se acercó poco a poco a su rostro. Ella no se movió. No parpadeó y tal vez ni siquiera respiró, esperando con el corazón en llamas. Luego lo sintió: la caricia inocente como una pluma, sobre su mejilla derecha.

No se alejó. No se asustó.

Y no pasó nada; nada en absoluto.






¡Y eso es todo por esta semana gente bella!

Tom siendo el hermano responsable por una vez en su vida para después cagarla con una sola frase, ¡y delante de sus padres y la corte! >>>>>>>>>> En los gifs les presento a Lord Ulysses, celebrando que por fin encontré al indicado xdd ¿Qué creen que sea la mala noticia de Tom, aparte de lo obvio? ¿Sí creen que lo de Emilianno esté conectado con lo de Mary?

Y Meralt... ¿Cómo nos tiene a todos? Suspirando corazones, yo lo sé jajajajaj
Algo debió haber sucedido al final y no pasó :o ¿Será que Geralt se muere después? ¿O la princesa sólo puede hacer daño con sus manos? He ahí el dilema jijjiji

Dejen sus especulaciones aquí:

Espero que las haya gustado el capítulo. Mil gracias por los 10k de leídos, estoy muy contenta y emocionada ^^

¡Feliz lectura!






a-andromeda

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