VII
"Nobleza de
quien no deduce del rayo
la vanidad de las cosas."
—Matsuo Basho.
Al día siguiente, justo después del desayuno, Margery estaba caminando por los pasillos del castillo. Era acompañada por Sarai y Cirilla, la última siendo invitada por la princesa para pasar esas horas de la mañana con ella, antes de que la pelirroja tuviera a asentarse a los deberes que la reina Caitriona tenía planeados para ella en ese día.
Había sido una comida bastante amena, a comparación del desastre al que sobrevivió la noche pasada. No solo la cena había sido terrible o incómoda, sino también la conversación que tuvo después con sus padres, cuando Margery se negó rotundamente a aceptar y dar su mano en compromiso con el rey Eustace. Aunque en su momento creyó que los reyes de Mercibova se opondrían a sus deseos, recordaba con cierta extrañeza que estos los aceptaron sin dar lugar a alguna otra discusión.
Acompañada de las dos rubias, estaban haciendo camino hacia el exterior, en dirección a las caballerizas para que Geralt se encontrara con Ciri, o al menos eso era lo intentado. Antes de que la princesa pudiera cruzar las grandes puertas principales del palacio hacia afuera, se escucharon unos gritos masculinos.
—¡¿Cómo se atreven a insultarme tanto?!
Ante el escándalo recién formado, Margery se volvió hacia el sonido de la voz, encontrándose con el rey de Alysion, cruzando las puertas del salón del trono en dirección hacia ella. El hombre daba pasos fuertes y directos, sin despegar sus furiosos ojos de la figura de la princesa, quien se quedó pasmada en su lugar, observándolo. A la pelirroja no le hacía falta hacer preguntas a nadie para saber que su padre ya le había anunciado su respuesta negativa a Eustace. La reacción de aquel hombre iba acorde con todo lo que mostraba ser, y a la princesa le agradó saber que había podido leer más allá del aspecto mandatario que aquel rey daba a conocer. Su porte y ojos afilados hablaban más de él de lo que su boca podría llegar a pronunciar.
—Buenos días —saludó Margery, sin embargo no mostró ningún indicio de sonrisa o amabilidad.
Los ojos femeninos eran fríos y ella se negaba a retroceder siquiera un solo paso. De hecho se adelantó un poco, para así dejar detrás de ella a Cirilla, a un lado de Sarai, con tal de no dejar que algo malo le sucediera, en caso de que a eso se llegara. No confiaba ni en lo más mínimo en las acciones de un hombre que se daba esos aires de grandeza y que parecía a punto de explotar.
—Si es la querida y hermosa princesa que ha negado mi única petición —siseó Eustace una vez estuvo ante ella.
Fue en ese entonces que Margery notó a los guardias personales del monarca, rodeándolo protegiéndolo, pero luciendo letales y amenazantes. Observando con cuidado a los soldados, notó que éstos tenían sus manos posadas en las empuñaduras de sus espadas. Luego volvió sus ojos hacia el hombre en cuestión.
—Le aconsejo que controle el temperamento, su majestad.
A pesar de que las palabras fueron respetuosas, Margery supo de inmediato que su intención irónica no pasó por alto por parte del rey.
—Admito que me atrae esa fuerza de convicción, princesa —halagó el hombre con pesadez —. Pero no puedo esperar a que llegue el día en que te arrepientas de haberla usado en mi contra.
Al terminar de hablar, Eustace se inclinó hacia la mujer con porte amenazador y alzando el mentón.
Antes de que él pudiera hacer otro movimiento, de repente alguien más se había adelantado de la posición de Margery enfrentando al rey, el cual se vio inmediatamente más bajo y débil ante la sorpresiva y abrumadora presencia de Geralt de Rivia. La pelirroja lo reconoció con rapidez, aunque en realidad no sabía muy bien en qué momento había llegado el brujo, pero estaba agradecida ante la oportuna interrupción.
Le parecía algo irónico por una parte, pues el rey Eustace no podía tocarla sin terminar muerto. No obstante, no podía decirse que ella estaba del todo a salvo, pues la posibilidad de que una espada atravesara su piel, parecía ser bastante real en ese instante.
Ante la intromisión del rivio, los guardias de Alysion comenzaron a desenvainar sus espadas, pero la firme voz de Margery detuvo a los demás en sus acciones.
—Yo me abstendría de hacer eso, si fuera ustedes —anunció en alto.
Era de gran insulto que un visitante real enseñara armas en territorio ajeno, ya que podía ser considerado como alta traición a la corona del reino, en este caso, a la de Mercibova. Todos los presentes tenían conocimiento sobre ello. Iniciar un altercado que de seguro derramaría más sangre que orgullo no era aconsejable, mucho menos cuando demasiadas personas estaban el peligro, siendo inocentes en el asunto.
Por parte de Geralt, éste no daba indicios de querer despejarle el camino al rey invitado, ni tampoco había hecho ningún movimiento para alcanzar el mango de su propia arma. Quizás él ni siquiera necesitaba de su espada para poder vencer a cualquiera que le impidiera el paso.
—Solo puedo imaginar que deseas una verdadera pelea, brujo —escupió Eustace con disgusto —. ¿Tan pronto retirado de tu labor? No sabía que tu vida se había reducido a ser el perro guardián de una mocosa.
—¡Por todos los dioses! ¿Qué significa esto? —rugió alguien ingresando al castillo.
Los involucrados se volvieron hacia la fuente de la voz, encontrándose ahí al príncipe Pierstom, el cual llevaba puesta su vestimenta de jinete, junto a la capa con los colores de la familia real. Parecía que acababa de realizar un viaje, pero lo que más le impresionó a Margery, fue que ella no hubiera sido informada de ello. Los amables ojos azules de su hermano y su postura relajada, ahora estaban siendo reemplazadas por todo lo contrario: un porte hostil y endurecido rodeaba su cuerpo y pintaba sus facciones. A ambos lados de él, se encontraban sus propios guardias, lo cuales ya tenían sus armas listas para atacar.
—El rey de Alysion se está retirando de vuelta a su reino —anunció Margery con amargura, pero sin perder el tono firme.
Eustace pareció dar un paso hacia atrás, tomando distancia entre el brujo y las tres mujeres a la vez que relajaba sus hombros. El monarca sabía de antemano que aquella era una pelea que no tenía oportunidad de ganar. Ahora, una suave sonrisa se había formado en sus labios, dirigiéndola hacia la princesa en específico. De alguna manera, aquello le pareció más terrible a la mujer que el enojo que él había expresado antes.
—Vas a terminar tragándote tu negación, princesa —escupió el rey, antes de desaparecer de la vista de todos.
No fue hasta que la pelirroja escuchó los caballos y ruedas del carruaje alejándose, cuando se permitió soltar un suspiro cansador. De inmediato se recompuso ante todos, aunque podía sentir su espalda protestar por tanta tensión.
—Parece que me perdí de tremenda presentación —comentó el príncipe, acercándose a su hermana —. ¿Están bien? —Le preguntó a las mujeres.
—Sí, ya todo pasó —contestó Margery por todas, entrelazando sus manos enguantadas —. Geralt, tu interrupción ha sido bastante conveniente. Muchas gracias —se dirigió al nombrado, dejando que sus labios se curvaran un poco.
—Eso no fue mayor cosa —habló el brujo, inclinando un poco la cabeza en señal de reconocimiento a la gratitud de la pelirroja.
Acababa de presenciar un poco de ese fuego que Margery tenía controlado y encerrado. Era increíble cómo ahora veía a otra mujer, de mirada suave y considerada, después de haberla escuchado dominar los pasillos con un tono de voz completamente diferente al usual. Con solo unas palabras, ella había detenido al oponente de desenvainar sus armas; ni siquiera retrocedió ni agachó la mirada ante la clara amenaza en la mirada y el cuerpo del rey Eustace.
Era un hecho admirable e inesperado. O tal vez en realidad sí era bastante esperado por él.
»Lamento que hayas tenido que ver todo esto, Cirilla —se disculpó la princesa, volviéndose a ver a la jovencita.
—No te preocupes —le restó importancia la rubia —. Creo que existen cosas peores que un hombre cegado por su orgullo.
Aquello dejó a todos parpadeando sorprendidos en sus lugares.
—Esas han sido unas palabras muy reales e inteligentes, señorita —halagó Pierstom sonriendo —. Espero que su mañana haya empezado mejor que esto, pero ahora necesito hablar con mi hermana.
—¿Puedo pasar hoy por la biblioteca? —Preguntó Ciri, mirando a Margery y a Geralt por igual.
—Prometí que le enseñaría a dibujar —explicó la princesa ante la confundida mirada del brujo —. Claro que me sentaré más alejada de ella y tendrá sus propios materiales —terminó explicando con rapidez.
No sabía bien por qué había hablado de esa manera, como si necesitara asegurarle al hombre de que Cirilla estaría a salvo de ella, incluso cuando él le había dado la confianza suficiente para cuidarla. Solo sintió que debía hacerlo, solo que no sabía bien si era para asegurarle al hombre o a sí misma.
Observando el rostro de Geralt, la princesa se dio cuenta que no parecía molestarle en absoluto aquella invitación y promesa, por lo que Margery se excusó junto a Pierstom, para poder hablar en privado.
Los dos hermanos comenzaron a caminar, alejándose del rivio y su hija, con Sarai siguiéndoles el paso con rapidez. Cuando la pelirroja se dio cuenta que Tom la estaba dirigiendo hacia el salón del trono, se detuvo de inmediato.
—¿Necesitas hablar con nuestros padres?
—Sí —respondió, posando una mano sobre el hombro cubierto de su hermana menor —. Los tres debemos informarte de algunos asuntos.
—Como podrás sospechar Margery, no es una coincidencia de que el rey Eustace haya sido el primero en intentar pedir tu mano en matrimonio —informó el rey Eliastor, una vez tuvo a sus dos hijos ante él.
—Los rumores sobre el fin de La Maldición del Naranjo Seco han recorrido ya varios reinos —continuó la madre —. Varias cartas han sido recibidas por nosotros, en busca de tu compromiso. El rey de Alysion ha sido solo el principio.
Aquella noticia, a pesar de ser la primera vez que la escuchaba de labios de sus padres, Margery ya la tenía clara en su cabeza desde hacía varios días. Quizás desde que le revelaron la posibilidad de dejar de ser esclava de un mal que la había condenado a un estilo pobre de vida, carente de aspectos emocionantes junto a la imposibilidad de crear conexiones con alguien más que no fueran sus progenitores y hermano.
Cuando la princesa centró su mirada en la reina, supo al mismo tiempo lo que sucedería. No por nada la mujer mayor le había advertido la noche pasada que estaría ocupada con ella los siguientes días.
—Harán un festín de compromiso —dedujo la pelirroja.
—También porque de esa manera habrá oportunidad de hablar con los reyes de otras tierras —aclaró Tom con rapidez. Él tenía conocimiento de algo que su hermana no.
—Como he anunciado antes: la visita del rey Eustace no ha sido coincidencia. —Volvió a hablar el rey. Su mirada era dura y calculadora —. Tenemos sospechas y unas cuantas pruebas de que ese reino ha ido reforzando sus ejércitos con sutileza. Pierstom ha sido lo suficientemente organizado y cuidadoso como para llegar a la fuente de información y traernos las noticias.
—¿Alysion desea iniciar una guerra? —Susurró Margery, atónita.
Sería demasiado pronto. No podía existir un momento cercano en el que podrían forzar su propio reino en nuevos enfrentamientos.
En los recuerdos de la princesa, todavía quedaban esas imágenes después del conflicto, quemadas a fuego lento por siempre en su memoria. Una marca, una cicatriz siempre abierta, como lo eran sus pecados por la maldición.
Recordaba demasiado bien a los guerreros caídos, siendo devueltos a varias de sus familias en carretas. Madres y niños llorando sus pérdidas en gritos agudos y desconsolados. De igual modo, cuando Margery vio los cadáveres descubiertos por vez primera, no pudo evitar llorar de igual manera.
La guerra no era ninguna forma de prueba gloriosa para regocijarse en las propias ventajas.
—Todavía no sabemos eso, Margery —trató de tranquilizarla su hermano.
La cabeza de la princesa comenzó a dar vueltas, buscando soluciones y oportunidades. No fue hasta que algo picó sus ideas que volvió a hablar. Probablemente sería lo peor que se le pudo haber ocurrido, sin embargo encontraba un poco de consuelo en que serviría de algo.
—Si acepto el compromiso del rey Eustace y unimos nuestras vidas en matrimonio, quizá así podría prevenir derramamiento de sangre —analizó, sintiendo la manera en la que su garganta se cerraba al mismo tiempo.
Hasta hace unos minutos, nunca se le cruzó en la mente que llegaría a poner al rey Eustace en una misma frase junto a la palabra aceptación. Tal parece ser que las circunstancias podían cambiar opiniones y decisiones en los momentos menos imaginados.
—¡Esa jamás será una opción! —Exclamó Tom, frunciendo el ceño.
—Eso protegería a nuestra gente —insistió la princesa —. Ellos no podrían declarar guerra a la familia. Incluso yo tendría la posibilidad de tener influencia en Alysion.
—¡La opción queda afuera! —Vociferó el rey, sorprendiendo a todos —. Mi hija no será la reina de esas tierras ni de esa gente.
—El festín será dentro de una semana —intervino Caitriona, posando una mano cuidadosa sobre el hombro de su esposo —. Pueden retirarse ahora.
Apenas tuvo el visto de bueno de abandonar el salón, Margery se retiró con rapidez, ignorando los llamados de su hermano y Sarai. Necesitaba aire fresco y estar sola.
Mientras más se alejaba y aceleraba su andar, sentía que una fuerza invisible comenzaba a comprimir su pecho, impidiéndole respirar de manera correcta. Hacía algunos años que esa sensación no se hacía presente en su cuerpo, no desde que la habían dejado de encerrar en la Torre Norte.
Con los ojos empañados e ignorando a todos en su camino, no notó que alguien había comenzado a seguirla.
En cuanto estuvo en el exterior, trató de respirar, sin embargo nada parecía funcionar, ni que el sol pegara sobre su piel o que las paredes ya no la rodearan. Volvió a retomar camino para alejarse cada vez más del palacio, no queriendo ser encontrada pronto, pero tampoco deseaba estar encerrada en ninguna parte en específico, ni siquiera la biblioteca.
Pronto se detuvo al pie de un árbol de grueso tronco, apoyó sus manos sobre la madera y se obligó a respirar con tranquilidad, agachando la cabeza para apoyar su frente sobre la rugosa superficie también. Cerró los ojos con fuerza y trató de dejarse llevar por la tranquilidad, por el sonido del viento sobre las hojas de los demás árboles.
De alguna manera detestaba tener razón sobre la malvada naturaleza de Eustace, solo que no esperaba que algo tan serio, como una lo era una guerra, volviera a estar presente en su vida.
Tenía solo diez años cuando el reino de Alysion decidió reclamar las tierras de Mercibova cuando se enteraron de la maldición. Creían lo inadecuado que sería para una familia reinar con magia negra habitando sus venas, por ello se lanzaron a conflictos casi innecesarios, en busca de poder y riquezas que quizá no podían producir en su mismo país.
Margery soltó una exclamación lo más bajo posible que le permitió su estado y, en medio de sus aceleradas respiraciones, escuchó unos pasos acercándose hacia su posición.
—Deseo estar sola —espetó lo más firme que pudo. Ni siquiera pudo reconocer su propia voz cuando habló.
Su cabeza le comenzaba a doler por la falta de oxígeno, así que dio media vuelta, optando por recostar su espalda en el tronco. Sus piernas le fallaron y a lo último prefirió dejarse caer sobre el césped y las duras raíces que sobresalían a la superficie. Su vestido quedó expandido como un remolino de tela alrededor de su encorvada figura.
—Estás teniendo un ataque de pánico —dijo alguien, agachándose frente a ella.
—Lo sé —contestó Margery, sus ojos todavía cerrados en concentración.
Al momento en el que su cabeza registró quién le acababa de hablar, abrió los ojos de golpe, encontrándose con unos irises ámbares. Aquellos colores le recordaron por un momento los atardeceres dorados, y se permitió descubrir que una especie de ola de calma embargó su cuerpo. La presencia de Geralt de Rivia, agachado ante ella, se sentía como un faro en medio de la oscuridad en la que ella se acababa de sumergir.
El brujo mantenía una distancia prudente, pero de todas formas estaba mucho más cerca de ella de lo que alguna vez pudo haber estado antes, a excepción de la tarde de ayer, cuando el hombre bebió de su misma copa de vino. A Margery se le hizo extraño no haber notado su presencia antes, ni haberlo escuchado hasta ese momento. Tal vez su mente estaba siendo demasiado ruidosa como para que ella tuviera consciencia de sus alrededores. Ante esa idea, sus ojos se movieron por el espacio, frenéticos y preocupados, hasta que se volvieron a posar sobre los del hombre ante ella, un poco más tranquilos. Si no estuviera ocupada asegurándose de que estaban solos y de que tenía que controlar el ritmo de su respiración, tal vez habría tenido tiempo de ponerse nerviosa, incluso de sonrojarse.
Esas últimas reacciones parecían dominar su cuerpo cada vez que miraba a ese hombre en específico.
—Emparéjate con mis respiraciones —guio el hombre sin moverse de su lugar ni desviar sus orbes del rostro femenino.
Margery parpadeó, para luego centrarse en observar la manera en la que el pecho del brujo se inflaba con cada inhalación, para luego retraerse con suavidad y control. Después llevó sus ojos hacia la boca del hombre, viendo cómo esta se entreabría para dejar salir el aire y siguió las instrucciones visuales.
Incluso después de que la princesa se tranquilizara, ambos se quedaron en la misma posición, mirándose.
Ninguno de los dos estaba seguros de la razón por la cual se negaban a moverse de sus lugares, prefiriendo darle la bienvenida a ese momento, en el que podían observar con mayor claridad los rasgos del otro. Después de todo, nada más que eso podía llegar a suceder.
—Gracias —dijo la pelirroja después de un tiempo.
—No deberías alejarte tanto del castillo sin ningún escolta, princesa.
Por un mínimo instante, Margery tuvo el impulso de decir algo verdaderamente inapropiado, por lo que terminó tragando saliva, sintiendo su garganta seca de un segundo a otro. Era una ilusión que pasó volando por su cabeza, pero que de igual manera no iba a olvidar por un tiempo. Tenía la leve impresión de que no se debía preocupar, porque de alguna manera sería encontrada, solo que no deseaba especificar quién la hallaría.
—Muchas veces pareciera que la guerra es la única solución de los problemas, cuando en realidad es el principal de todos —cambió de tema con tristeza —. ¿Ya conocías al rey Eustace?
Geralt suspiró con pesadez, sabiendo a la perfección que la conversación se estaba desviando hacia él. Entonces decidió hacerse un lugar a un lado de la princesa, cuidando su distancia, y miró hacia los terrenos más cercanos del castillo.
—Él se dio a conocer con la batalla de Rhodasaea —explicó el brujo —. Yo apenas estaba cruzando la frontera, haciendo un trabajo, cuando supe que este reino estaba en guerra.
La princesa frunció el ceño: —Eso fue... ¿Cuántos años pueden vivir los brujos? —Preguntó un poco confundida, pues ella era solo una niña de diez años cuando ese conflicto inició, y el brujo no parecía ser tan mayor físicamente —. ¿Cuántos años tienes tú?
¿Acaso Geralt de Rivia acababa de sonreír? De seguro fue su imaginación, porque no encontraba lógica a la razón de haber sacado esa reacción por parte del hombre; no cuando ella prácticamente le dijo que sospechaba que era un hombre de la tercera edad. Tal vez tenía derecho de hacerse esas preguntas, porque sonaba como si él llevara más de una vida siendo ese cazador de monstruos.
—Los suficientes —contestó con evasión, luego se levantó y ofreció una mano enguantada.
Margery observó el gesto un poco sorprendida, antes de aceptarlo con elegancia, dejando que la fuerza del hombre le ayudara a situarse sobre sus dos pies. Pero en realidad no contaba con que sus piernas todavía quisieran fallarle, por lo que tropezó hacia adelante, pero pronto fue estabilizada con ayuda del brujo.
Aguantando la respiración, ahora sí se puso nerviosa y eso que ni siquiera él la estaba tocando en otro lugar que no fueran sus antebrazos. Tampoco le ayudaba el hecho de que Geralt se hubiera inclinado un poco hacia ella, queriendo buscar su visto bueno para alejarse. Si ella no se movía ahora, menos aún tendría la fuerza de voluntad para pedirle a él hacerlo, por lo que soltó un suspiro pesado, se enderezó y se alejó.
Trató de ignorar la manera en la que las manos masculinas la sostuvieron, o cómo éstas se quedaron un momento más en el aire, antes de formarse en unos puños y de caer a ambos lados del cuerpo del hombre.
Con mucha alarma en su cabeza, se dio cuenta de que estaba queriendo experimentar más sensaciones de las que tenía permitidas y eso no era bueno. No para ella; mucho menos para él.
—No deseo ser vista en este estado —declaró la mujer, llevando sus ojos hacia el castillo —. Puedes retirarte, si lo deseas.
Aunque sus palabras salieron sin ningún problema de su boca, su interior pareció constreñirse de manera desagradable.
Geralt se quedó quieto en un principio, dudando, dándole la impresión a Margery de que se quedaría, pero esa idea se fue por la borda en cuanto el hombre se dio media vuelta y se comenzó a alejar. Todo lo anterior sin decir ninguna palabra.
No quería aceptarlo, pero sentía que le acababan de dar un golpe en el rostro y ni siquiera comprendía la razón, mucho menos cuando ella misma había hecho la petición, a pesar de que no se refería a él en lo absoluto.
Quería estar sola, ¿no era así? Pues así había quedado, como lo había deseado en un principio.
Observando la figura del hombre alejarse en dirección desviada hacia las caballerizas, se permitió soltar su rígida postura. Sabía que mantenía ese porte por costumbre, pero muchas veces sentía que cada vez que se encontraba enfrente del brujo, se tensionaba más de lo necesario. Tal vez por protección y control; tal vez por nerviosismo, pero de algo estaba segura, no era ninguna clase de miedo.
Ya había oscurecido cuando Margery apareció en los pasillos el castillo en dirección a sus aposentos. No le dirigió la palabra a nadie, ni siquiera se molestó en mirar hacia otra parte que no fuera su propio camino. Se había perdido el resto del día, saltándose el almuerzo y la cena, pero eso poco le importó. Ni siquiera la manera en la que sus tripas protestaron, fue suficiente para que ella se acercara a los muros.
Había tomado una decisión. Incluso si aquello la mataría de adentro hacia afuera.
En cuanto estuvo ante las puertas de su refugio, los guardias que estaban estacionados a ambos lados, no dudaron en hacer una reverencia, antes de abrir la entrada a la habitación.
La princesa ingresó y en el interior se encontró con Sarai, Pierstom y Cirilla. Parecían haber estado esperándola mucho tiempo, puesto que apenas la vieron, todos tres se levantaron de sus lugares en los muebles, mirándola con inconfundible preocupación.
—Buenas noches —saludó Margery deteniéndose en su lugar.
—Desapareces todo el día, ¡¿y lo único que dices es buenas noches?! —Exclamó Tom extendiendo sus brazos, para después ponerlos en jarras.
Más que enojado, lucía demasiado acongojado.
—Considerando que no los he visto durante el resto del día, creo que es lo más pertinente —se defendió la pelirroja.
—¿Qué? ¡Eso es lo más...! —El príncipe se detuvo de repente y miró a Cirilla de reojo —. Ha sido una completa tontería que desaparecieras de esa manera.
Margery suspiró con cansancio. Pasar tantas horas sobre la tierra dura no era la mejor opción, tampoco lo recomendaba. Ahora lo único que quería hacer era sumergirse en sus sueños, a ver si estos tendrían un poco de piedad en su persona, para dejarle pasar una noche tranquila. Mañana tenía que hacer un anuncio bastante importante y no podía lucir como alguien que tenía dudas o que le enfermaba el camino que iba a tomar. Debía estar firme y no flaquear con sus propias palabras o actitud.
—Ha sido un día largo, quisiera que por fa-
Pero un estruendo seguido de un grito agudo, interrumpió la conversación.
Los cuatro se quedaron quietos en sus lugares, luciendo pasmados, antes de que Tom se enderezara en su lugar y diera unas cuantas zancadas hacia las puertas del espacio. Dando tres golpes sobre la madera de las puertas, estas fueron abiertas de par en par por los guardias. La conmoción que se comenzó a dar por los pasillos alertó a las mujeres, quienes miraban expectantes la interacción de Pierstom con los soldados.
—Ustedes tres, escolten a Cirilla hasta sus aposentos, antes de que ella ingrese, cuiden que no haya ningún peligro. Luego se quedan el resto de la noche en vigía —ordenó el príncipe con firmeza.
—Sí, su alteza —contestó uno de ellos.
Sarai, tomando con suavidad uno de los hombros de la jovencita rubia, comenzó a guiarla hacia los guardias, pero Cirilla tenía otras ideas.
—¿No me puedo quedar aquí? —Preguntó algo temerosa.
Margery se acercó hacia ella y se inclinó.
—Estarás más a salvo sin mi presencia, Cirilla —trató de explicar —. No sabemos qué está pasando y podrían estar buscando a los miembros de la familia. Será mejor que los acompañes.
La niña asintió en comprensión, aunque todavía lucía preocupada.
»Sarai, por favor ve con ella, asegúrate de que esté bien.
—Su alteza, yo-
La pelirroja le interrumpe: —¡Sólo hazlo, por favor!
La sirvienta parpadeó algo atónita por el tono de voz que usó la princesa, sin embargo asintió ante las órdenes dadas y acompañó a Cirilla con los guardias. Ahí fue cuando Margery se volvió a su hermano, quien seguía hablando con los soldados restantes. Cuando estaba listo para salir, la princesa lo detuvo.
—¿Qué está pasando? —Preguntó la mujer.
—Vamos a controlar la situación, por favor ni se te ocurra salir de aquí, Margery —pidió Tom —. Habrá cuatro guardas estacionados aquí, nadie entrará o saldrá que pueda representar una amenaza para ti.
—Ya sabes qué está sucediendo, ¿verdad? —Insistió la pelirroja.
—Mary, retrocede para cerrar las puertas.
—¡No! ¡Tienes que decirme qué está pasando!
El príncipe se removió en su lugar, luciendo desesperado para irse de ahí y ayudar. Le hizo una seña a algunos soldados, los cuales emprendieron camino hacia el salón principal, quedándose solo los que estarían vigilando la recámara de la princesa. Ahí fue cuando el castaño volvió a enfrentar a su hermana una vez más. Sus ojos lucían un poco asustados, sin embargo seguían firmes con sus decisiones y futuras acciones.
—Alguien tiene a Emilianno —respondió finalmente, antes de enderezarse —. Cierren las puertas —ordenó Tom, saliendo a los pasillos.
—¡Tom, espera! —Exclamó Margery lanzándose hacia adelante, pero fue recibida por la madera de las puertas.
Estaba respirando con fuerza, y una fina capa de sudor se hizo presente en su piel.
Cuando escuchó el nombre de su hermano menor salir de los labios de Pierstom, creyó que el corazón se le detenía en el pecho, para luego agarrar velocidad en cada latido. Se separó de las puertas cerradas y trató de controlarse. Dos ataques de pánico en un solo día era demasiado para ella. Tenía que recomponerse pronto, pues ahora no era un momento indicado para caer presa de del desasosiego.
El hecho de que fuera de noche y un grito se hubiera escuchado por las paredes del castillo, solo indicaba que alguien estaba en peligro o que ya hubiese sido asesinado y encontrado su cadáver. Pero Margery se negaba a siquiera pensar en la mínima posibilidad de que su hermanito ya no respiraba ese mundo.
Quitándose los guantes de sus manos, para así asegurarse que nadie se le acercaría sin pensarla antes dos veces, abrió con fuerza las puertas de par en par. Los guardias que custodiaban la entrada fueron a detenerla, pero en cuanto ella enseñó sus manos desnudas ante ellos, éstos retrocedieron.
—Dónde están reunidos —exigió avanzando con cautela.
—Su alteza, por favor vuelva a su recámara para-
—¡Contéstenme!
—Pasillos principales a la izquierda. Alguien tiene a Emilianno, están tratando de- ¡princesa!
Pero Margery no se molestó en mirar atrás una vez comenzó a correr.
Lo bueno de haber vivido la mayor parte confinada a todos esos muros de piedra, era que conocía muchos pasadizos que otras personas no. Sabía qué caminos tomar para llegar a espacios específicos desde diferentes lugares, por distintas entradas y posibilidades. Sabía que aquel conocimiento le ayudaría en esos momentos críticos.
Controlando su respiración lo mejor que pudiera, inevitablemente recordó la imagen de Geralt ante ella, inhalando y exhalando con increíble control. No se cuestionó eso en el instante en que su mente lo imaginó, sin embargo lo agradeció.
Sospechando el punto en el que el intruso estaría situado, por lógica estaría buscando la salida más cercana. Ahora era trabajo de Margery hacer de esa salida su propia entrada.
Apegando su cuerpo a la fría e irregular piedra de las paredes, se movió con rapidez hasta llegar a los pasillos principales del oeste del castillo. En el lugar habían varias personas, entre ellas los reyes y Pierstom, pero el hombre que captó la atención de la princesa, fue aquel que sostenía en sus brazos a Emilianno. El infante estaba llorando y pataleando, mientras trataba de alcanzar con sus cortos brazos regordetes a su madre. Por parte de la reina Caitriona, la mujer lucía atónita y con la piel pálida en su lugar, observando al enemigo con ojos bien abiertos, mientras el rey Eliastor tenía el ceño fruncido, prácticamente exudando ira por todo su cuerpo. El príncipe estaba a unos cuantos pasos más adelante, más cercano al hombre que causaba el daño. El castaño tenía ambos brazos a los lados y mantenía una sería conversación con el atacante.
Margery se decidió acercar un poco más, queriendo tener una mejor visión de su hermano menor. Apenas lo logró, su sangre se congeló en su interior, pues el hombre que cargaba al niño tenía una daga lista, demasiado cerca a la tierna piel de Emilianno.
—Quienquiera que lo haya contratado para este crimen, le aseguro que nosotros podemos ofrecerle más e irse por las buenas. Si y solo si, me devuelve al niño y nos da la información necesaria —trató de negociar el príncipe, sin moverse de su lugar.
—No me importa la riqueza. Esto es un honor —escupió el intruso.
—¿Es un honor lastimar a un bebé? —Cuestionó con enojo Pierstom.
La princesa tragó saliva, sintiendo cómo esta pasaba con dificultad por su seca garganta. Agarrando valor de donde no sabía que tenía, alzó una de sus manos y se comenzó a acercar al enemigo con cautela, por la espalda.
—Apenas esto termine —volvió a hablar el rival —. Mandaré la señal y todos ustedes estarán muertos.
Ante las terribles palabras de aquel desconocido, una furia e instinto de protección se hizo a cargo de manejar las siguientes acciones de Margery de Mercibova.
Sin ninguna duda pintando sus movimientos, la princesa miró a Pierstom, antes de volver a posar sus ojos sobre el hombre que le daba la espalda. Respirando hondo, tocó con suavidad el cuello del extraño hostil con la punta de sus dedos.
Dos capítulos en menos de una semana (gracias Share):
Les prometí un poco de acción y les cuento que esto apenas empieza.
¿Qué les ha parecido el capítulo?
Siento que hay mucha información para procesar jajajajaja.
Las negras intenciones de Eustace, una posible guerra, la necedad de Margery por querer evitarla, el atentado contra la familia y el último momento :ooooo
Lamento demorarme en publicar capítulos pronto, pero el tiempo es limitado y quiero traerles lo mejor que pueda salir de mi imaginación y manos. Por ello esta pequeña sorpresa ^^
Todavía no tengo horario fijo para esta historia, pero en cuanto lo tenga, les haré saber ;D
Mientras, pueden seguirme en mi cuenta de instagram: andromeda.wattpad donde constantemente estoy publicando edits de mis historias, sneak peaks, etc... por si quieren deleitar sus ojos y llenarse de intriga ahre.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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