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IV

"La luz de una vela,
se transfiere a otra vela.
Crepúsculo de primavera."
—Yosa Buson.














Margery debería estar acostumbrada a los susurros y comentarios de las personas de La Corte. Debería.

Sobrellevar aquellas palabras dichas a sus espaldas, pero que de igual manera lograba escuchar, era quizá la regla más importante y que debía seguir al pie de la letra. Cualquier persona que pusiera un pie en La Corte sabía eso de sobra, más que todo si lo que deseaba era sobrevivir, agitando los colores más llamativos de la victoria, ante los venenosos ojos y bocas de los que se reunían diariamente en el palacio.

Ante los demás, Margery de Mercibova debía ser perfecta. Tan perfecta que no importaba en realidad lo que ella pudiera llegar a pensar, lo que pudiera sentir o desear; simplemente rebosando de un espejismo de perfección, desde que ya no podía ser alguien normal, no solo gracias a la maldición, sino por el simple hecho de ser la princesa. Los pasos, los gestos, las palabras e incluso a dónde se dirigieran sus ojos, era energía gastada, pero premeditada. Movimientos que debían dar la sensación de que fueron practicados un centenar de veces antes de ser realmente ejecutados, hasta ser amaestrados y perfeccionados por completo.

Con aquella recolectada actitud, se había salvado de muchos desastres y favorecido en varias ocasiones. Sin embargo, ser la mancha maldita de la familia, no era algo que se pudiera ignorar, mucho menos olvidar con facilidad.

Así que ahora, a pesar de estar cruzando el salón del trono, con el mentón en alto, sin dirigir miradas a los costados, con sus orbes centrados en su puesto, a un lado del trono de la reina Caitriona, no encontraba una manera que le resultara efectiva para ignorar los susurros cantados alrededor de su persona.
Caminó con elegancia, sobrepasando los sonidos que no eran bienvenidos en su cabeza, se trató de concentrar en su única labor del momento.

Siempre había sido así y, a pesar de que existía la posibilidad de cambiar aquello, seguía siendo lejana en esos momentos. No solo para ella, sino para todos los presentes en el lugar.

Cuando llegó a su lugar, dio media vuelta y enfrentó al resto de La Corte. El semblante de la princesa parecía ser impasible, una idéntica y necesaria copia de la mujer que estaba sentada a su lado derecho, con una elegante corona que hacía un juego magnifico con las demás joyas que decoraban y acompañaban su vestimenta de la noche.

Después del visto bueno por parte del rey, las personas tomaron asiento y el festín dio comienzo. Margery no pudo evitar pasear sus ojos por los rostros de la gente, esperando poder ver a su hermano. Su llegada no había sido anunciada y su padre había dado comienzo a la noche sin el heredero. No era común que aquello sucediera, sin embargo no se podía cuestionar la decisión de un monarca.

Ni siquiera el invitado de honor se encontraba en el salón. La pelirroja solo pudo distinguir al bardo, junto a una chiquilla de hermosos cabellos rubios, que observaba el lugar con bastante entusiasmo e interés. Una suave sonrisa se pintó en los labios de la princesa al ver aquella alma joven, sedienta de aventuras y experiencias inolvidables. Sería atrevido pensar que le recordaba a sí misma, incluso cuando ella no podía en realidad rememorar un día en el que haya deseado ir más allá de lo que le era permitido.

Había aprendido a la mala que, el buscar algo más allá de lo que debía, terminaba en un profundo desastre y alma dañada.

—Ese es un hermoso vestido, Margery —halagó la reina, sin dirigirle otra mirada, al menos no más de la necesaria.

La princesa agradeció en su interior al seguir el consejo de Tom, antes de que este desapareciera por completo. Aunque a su hermano no le importara admitirlo, tenía un gran gusto en cuanto a ayudar a elegir vestidos para ella se trataba. Quizá era por la inevitable costumbre de Caitriona, para que sus hijos siempre mostraran lo mejor de lo mejor en todo lo que usaran, cosa que llevó a los hermanos a saber de antemano qué haría contenta a su madre o no, teniendo en cuenta también, a los demás ojos del lugar.

Intentó sonreír con cortesía, pero su mente no estaba en el presente. Seguía preocupada por la notoria ausencia del sucesor al trono, cuyo puesto permanecía vacío al lado del rey Eliastor.

Pierstom podía ser algo despistado, incluso algo desinteresado en temas de gobierno y economía, pero eso no quería decir que fuera irresponsable. A pesar de todos los vistos malos que podía recibir de los reyes, él lograba manejarse con impecable fluidez cuando lo veía necesario, pero ahora último, la cabeza del príncipe no parecía estar centrada en lo que era importante en esos momentos.

—Gracias madre.

—¿Alguna idea de dónde podría estar tu hermano? —Preguntó el rey, luciendo bastante disgustado con el incumplimiento de Tom.

Pero apenas terminó de hablar Eliastor, las puertas de la entrada al salón se abrieron de par en par, dando paso al príncipe de Mercibova, provocando que todos los ojos y murmullos fueran dirigidos hacia él. Con una encantadora sonrisa y porte implacable, caminó sin interrupción hasta situarse en su puesto correspondiente, ganándose miradas de enojo por parte de sus dos progenitores, y una confundida por parte de la princesa.

—Está siendo extraño poder verlos a los dos, últimamente —comentó la reina tomando una trago de su copa de vino.

—A veces se necesita un poco de tiempo, lejos de la aglomeración —contestó Tom, dejando que un sirviente se encargara de llenar su copa con una cantidad generosa de vino tinto.

—Preferiría que no comentaras sobre el tema, Pierstom —lo cortó Eliastor —. Eso no es excusa para desaparecer en medio de reuniones y asambleas —terminó mirando a su hijo de reojo.

Desde su lugar en la mesa, Margery podía notar con facilidad la manera en la que el semblante de su hermano mayor se oscureció, gracias a las palabras que eran, prácticamente, escupidas en su dirección. Queriendo evitar que las frases siguieran cortando cual cuchilla, decidió intervenir de la manera en que sabía que mejor le iría. Como una dama de La Corte, era normal que tuviera comentarios con respecto a las ornamentaciones del festín, detalles que cualquier otra persona pasaría por alto, todo con el fin de provocar una conversación sencilla, entretenida, pero que nunca se atrevería a cruzar la línea de lo personal.

Dirigir a las personas fuera de la burbuja individual era uno de sus talentos más explotados.

—Tiene razón, padre —concordó la princesa con rapidez, paseando sus ojos claros por el espacio, buscando un tema sencillo y efectivo —. ¿Aquellos son los nuevos músicos sobre los que me comentaste la vez pasada?

Pero antes de que todo quedara olvidado, Pierstom volvió a hablar, con enojo evidente en su tono de voz.

—No soy un chiquillo —declaró el príncipe, provocando que la pelirroja desinflara casi que por completo su postura —. No me traten como tal.

—Entonces te aconsejo que no actúes como uno —dio por finalizada la conversación el rey.

Tom, apretando la mandíbula, evitando que algún comentario se escapara de sus labios y siguiera echando más leña al fuego, optó por terminar de beber el vino que quedaba en su recipiente y se levantó de su lugar. Hizo un claro camino hacia la salida, en dirección a los jardines, llevándose una vez más, varias miradas en su espalda.

Margery, quien no había diferido de sus acciones con los invitados, mantuvo sus orbes pegados a la anatomía de su hermano, hasta que éste desapareció de la vista de todos en el salón.

—Con permiso —se excusó, deslizando su asiento hacia atrás para levantarse.

Antes de poder siquiera tomar impulso para ponerse de pie, un agarre firme se hizo presente en sus manos cubiertas por los elegantes guantes de satín que llevaba esa noche. Sorprendida, parpadeó varias veces y agachó su mirada, reconociendo con la mano de su madre, quien, a pesar de estar ejerciendo una fuerza considerable, con tal de evitar que la princesa se retirara también, su rostro seguía teniendo esa elegante sonrisa permanente. Ni siquiera la estaba mirando, los orbes de la reina estaban centrados en todos los visitantes, cuyas curiosas miradas bailaban de la mesa real a los jardines.

—Margery, no se te vaya a ocurrir retirarte —ordenó Caitriona entre dientes —. Ya es suficiente con la ausencia de ese brujo, ahora la salida de tu hermano. Arruinando todo a su paso —terminó de hablar la mujer, soltando su agarre.

La pelirroja, con el mejor porte que pudo construir en tiempo extra, se acomodó en su lugar. A pesar de no hacer movimiento para volver a correr su puesto hacia la mesa, tampoco lo hizo para levantarse como seguía teniendo planeado. Con un gesto impasible y amable, volteó a ver a la reina.

—Puedo hablar con él —sugirió con suavidad. Ahora era un terreno que no le gustaba explorar, no cuando su madre adoptaba esa actitud.

—Es mejor que no —se negó la mujer mayor —. Pierstom es una mala influencia para ti. Deja que se calme y que vuelva por su propia cuenta.

A pesar de la firmeza en sus palabras, ni el rey ni Margery, ni siquiera la reina misma, creían en esa frase.

—Haré que vuelva y cumpla con su parte —insistió la princesa. La mirada que adoptó fue una seria, pero no era suficiente para ocultar su cariño y preocupación por la extraña actitud de su hermano mayor.

—Ve —ordenó el rey, usando el mismo tono molesto anterior, cuando discutía con Pierstom.

—Con permiso —repitió, solo que esta vez tomó entre sus manos dos copas que estaba llenas de vino.

Se levantó con cuidado e hizo su salida hacia los jardines.

El aire que golpeó su rostro fue frío, a comparación del ambiente cálido de esos momentos en el salón del trono. Esa noche había luna llena, la cual estaba brillando con orgullo, acompañada de un cielo estrellado, las constelaciones en una misma danza y sincronía de ocupar su correspondiente lugar en el basto espacio.

Apreciando la ayuda de visibilidad que le portaban las farolas encendidas de los jardines reales, pudo distinguir a su hermano sentado en una banca. Estaba serio, concentrado en sus pensamientos, ignorando el ameno paisaje que se cernía sobre él. Margery, sin perder más tiempo, comenzó a caminar hacia el príncipe, procurando anunciar su presencia con el sonido de sus pasos, para alertar a Tom y no tomarlo desprevenido. Estaba segura que una sorpresa, cualquiera que fuera, no sería bien bienvenida por parte de él.

Lo conocía demasiado como para saber que algo no andaba correctamente. Que había algo en su cabeza que lo estaba comenzando a incomodar más de lo esperado.

Cuando Pierstom sintió la presencia de alguien más, alzó la cabeza y se enderezó en su puesto. Sus rasgos tensos se soltaron un poco al notar que era su persona favorita de todo el continente. Una cariñosa sonrisa apareció en sus labios sellados y se movió a un lado, para dar espacio a la princesa de poder sentarse, sin que ella se sintiera incómoda o preocupada por tanta cercanía. Aceptó la copa de vino que le era ofrecida y bebió un largo trago de ella.

La pelirroja se quedó callada en un principio, tomando de su vino tinto con mayor moderación, mientras los dos disfrutaban de ese momento silencioso que pocas veces podían aprovechar.

—¿Me dirás qué es lo que te tiene así? —Preguntó Margery después de un tiempo.

Tom suspiró y volteó a ver a su hermana.

—No quisiera atormentarte con asuntos de no deberían caer sobre tus hombros.

Aquellas palabras encendieron una alarma en el interior de la princesa, quien no fue capaz de desviar su mirada del rostro de su hermano. Eso sonaba justo a algo que en un futuro, cercano o no, caería en sus hombros, sin importar qué tanto intentara Tom en evitarlo. Sabía que él era sobre protector con ella en muchas ocasiones y, de cierta manera, lo apreciaba, pero eso ya no parecía un tema que podría pasar por alto de forma sencilla.

—Tu preocupación me preocupa, Tom —aclaró. Luego bajó la vista a sus manos cubiertas, las cuales sostenían la copa —. Nos quieren devuelta pronto —le recordó en un medio susurro. Aunque quisiera seguir sentada en ese lugar y compartir más tiempo con su familiar, no todo lo que querían era posbile.

—¿Podrías dejar de actuar y preocuparte, por lo que vayan a decir nuestros padres por un segundo? —Preguntó el príncipe con cierta exasperación.

El aire pareció faltarle a Margery de un momento a otro, gracias a las bruscas e inesperadas palabras de Pierstom. Al instante se recompuso, solo que esa vez se negaba a dirigirle una mirada directa al castaño.

—Sabes muy bien que no puedo hacerlo —contestó con frialdad, antes de levantarse de la banca.

—¡No, espera! —Exclamó el hombre, para después maldecir entre dientes y levantarse también. Luego se posicionó a un lado de la pelirroja —. No quería decir eso.

Margery ladeó la cabeza y observó la expresión atormentada del mayor.

—Sí querías, Tom, por algo lo dijiste, consciente o no. Pero por eso no te voy a odiar —contestó con madurez y comprensión —. Hay algo que te está molestando, pero entiendo que todavía no estés preparado para compartirlo.

El príncipe solo se limitó a asentir y mirar el suelo.

»Podemos solo caminar por los otros pasillos y parar en tus aposentos —sugirió, sabiendo de antemano que él no querría volver al festín.

—No... volveré a la mesa. Después de todo, eso es lo que todos esperan que haga.

Al terminar de hablar, se terminó de beber el resto del contenido de la copa y emprendió camino hacia el interior del castillo. Se volvió hacia la princesa, preguntando si iría de inmediato, pero ella se negó, queriendo quedarse más tiempo afuera, disfrutando un poco de la soledad nocturna, sin tener que sentirse agobiada. Tom asintió y con una sonrisa ensayada y renovada, ingresó nuevamente a la pequeña celebración. Con el simple hecho de volver a hacer presencia, era suficiente para los reyes, además sabía que su hermana cumpliría con su palabra y también volvería.

Margery dio vuelta y comenzó a hacer un camino en dirección contraria al palacio.

Caminando entre las cuidadas plantas, arbustos y flores, se detuvo bajo un hermoso árbol de manzanas, el cual todavía no daba frutos. Se acercó hasta estar junto a las raíces que sobresalían a la superficie y tocó con tristeza la madera del tronco. De inmediato, recuerdos de esa tarde de primavera, volvieron a hacerse presentes en su cabeza, recordando el primer día en el que La Maldición del Naranjo Seco se manifestó en su vida. Estaba bajo las ramas del mismo árbol que dejó caer aquella manzana para que Margery se la ofreciera al hijo del duque.

Le era imposible olvidar ese día, en el que todo lo que había creído de la vida se desvaneció ante sus ojos con un simple toque.

Una caricia mortal.

—¿Por qué no has vuelto al festín? —Preguntó la voz de una joven, provocando que la princesa se sobresaltara.

Había estado tan absorta en sus recuerdos, que no notó que alguien más se había acercado a ella y al árbol. Volviéndose hacia donde escuchó la voz, no dudó en dar un paso atrás, queriéndose asegurar y garantizar a la otra persona, su protección con la distancia. Creyendo encontrarse con cualquier otro miembro de la reunión, su sorpresa pareció crecer aún más, pues delante de ella se hallaba la chica que estaba sentada al lado del bardo, de cabellos rubios y ojos perfectamente claros y puros, que la observaban con una clara curiosidad. Llevaba un sencillo vestido ocre con tonos dorados, que resaltaban su clara piel de una muy agradable manera. Sus cabellos ondulados estaban recogidos, de manera que ninguno caía a incomodar sobre su joven rostro.

La expresión curiosa resultó siendo bastante genuina, aspecto que le dio un aliento fresco, de novedad, a Margery.

—No creí que extrañarían mi presencia —contestó con amabilidad, a la vez que le dedicaba una suave sonrisa a la rubia.

—Fue bastante notorio cuando solo el príncipe regresó —comentó la jovencita, acercándose también al árbol y posando una de sus manos en él.

La pelirroja se contuvo de dar tremendo salto hacia atrás, pues la cercanía no había sido esperada, pero lo que más le impresionó, fue que a la chica no parecía importarle en lo más mínimo. Eso solo hizo que la princesa se alarmara todavía más.

—Creo que sería mejor que conservaras tu distancia —aconsejó Margery suavemente, volviendo al camino piedra, alejándose del césped, del manzano y de la chica.

—¿Por qué?

—Seguro habrás escuchado y te habrán advertido la razón por la que es mejor mantenerse alejado de mí... —Habló jugando con la copa a medio terminar.

—No tengo miedo —contestó la rubia, encogiéndose de hombros.

Una divertida sonrisa se abrió paso en los labios de la princesa. Hasta ese momento no creyó que necesitaría hablar con alguien más, que no la tratara con tanto respeto y de manera tan impersonal, como alejarse unos veinte pasos de su posición para poder ser capaz de hablarle con tranquilidad y sin ojos frenéticos sobre todos sus movimientos. Era extraño, pero al mismo tiempo se sentía agradecida por aquella imprevista compañía.

—¿Cómo te llamas?

—Soy Cirilla, su alteza —se presentó con gracia.

—¡Ciri! —Escuchó que alguien llamaba desde el camino que llevaba devuelta al festín.

Las dos se volvieron hacia la persona que hacía el llamado, encontrando la figura del bardo, afanándose a caminar hacia ellas. Apenas el hombre diferenció a la princesa, no dudó en inclinarse ante ella, con un cordial saludo, mirando con cierta reprobación a Cirilla, quien no había tardado en adoptar su mejor expresión de inocencia.

—Espero que el festín esté siendo de su agrado, Jaskier —habló Margery, entreteniéndose con la silenciosa conversación que parecían llevar los dos invitados.

—Sin duda alguna, su majestad —contestó el hombre —. Ciri, prometiste no demorarte y Geralt ya ha llegado. Sabes lo complicado que se pone cuando cree que estamos haciendo algo que no deberíamos.

Margery se removió un poco ante la mención del brujo, pues se había convencido de que no haría su aparición esa noche. Estaba segura que al hombre no le importaba nada de eso, de hecho, no le sorprendería si lo viera vestido como solía estarlo, con sus prendas oscuras, pareciendo siempre listo ante cualquier infortunio que pudiera ocurrir.

Ahora le producía curiosidad ver la manera en la que Geralt se manejaría en medio de una corte prejuiciosa, cuyas miradas, sin duda alguna, estarían centradas en él.

—Solo estaba hablando con la princesa —se excusó la rubia, volteando a ver a la nombrada con ojos suplicantes.

Pero no había necesidad con que la mirara de esa manera, después de todo, no era ninguna mentira. Aunque la razón por la que Cirilla había decidido acercarse, seguía siendo un misterio para Margery.

—Podemos volver todos juntos —invitó —. Mantendré mi distancia para que no se incomoden —prometió, recordando la indisposición a su presencia que adoptó el bardo la primera vez que se conocieron.

El castaño volvió sus ojos azules a los de la princesa, luciendo culpable, sabiendo a lo que ella se refería con esas palabras. Sin embargo no sabía cómo borrar esa primera impresión de los recuerdos de ambos, así que optó por dar una reverencia y permitirle el paso a la princesa por delante de él y Ciri. Juntos, trazaron el camino hacia el palacio, devuelta al festín.

En cuanto ingresaron al salón, el ambiente estaba bastante animado, gracias al alcohol, que de seguro estaría bailando en los cuerpos de los invitados.

Margery, sin ser capaz de detener sus ojos, los cuales repasaban el espacio con rapidez, en busca de alguien en específico, pronto se sintió asaltada en cuanto sus orbes chocaron unos dorados, los cuales ya la estaban observando desde el otro lado del lugar.

Geralt de Rivia se encontraba reposado contra una columna de ilustre piedra trabajada. Llevaba en una de sus manos una copa y, para impresión en la princesa, una suave expresión apareció en el rostro del hombre, quien alzó la copa en su dirección, en señal de saludo. Sutil, pero claro. Observando la anatomía del hombre, Margery notó que las prendas de vestir del brujo no eran para nada parecidas a las que solía usar, siendo lo suficientemente considerado en portar un traje sencillo, pero galano. Aunque eso no quitaba el hecho que se veía algo extraño con esas ropas.

Sintiendo un desconocido cosquilleo en su espalda y calor en su rostro, retiró la vista de los ojos dorados de Geralt y dedicó una amable sonrisa a Jaskier y Cirilla, invitándolos a seguir, para así ella hacer su camino hacia la mesa real, donde solo se encontraban el rey y el príncipe. No estaban hablando, tampoco mostraban indicios de haberlo hecho antes de que Margery volviera.

En cuando tomó asiento en su lugar correspondiente, preguntó por la presencia de la reina.

—Fue a cuidar a Emilianno en compañía de la nodriza —le contestó el rey, sin cambiar su expresión de contenido enojo.

La princesa asintió y terminó de tomar su vino, para dejar finalmente la copa sobre la superficie de la mesa. Notando el ambiente tenso que se cernía sobre los tres, se removió incómoda, teniendo el repentino impulso de querer salir corriendo del lugar.

No necesitaba palabras, sabía que algo estaba sucediendo entre su padre y su hermano. No estaba segura si era algún problema familiar o que se tratara de sus tierras, de cualquier manera, había algo que los estaba molestando más de lo esperado. No era la primera vez que Eliastor y Pierstom discutían, pero sí parecía ser que llevaba más peso que las veces anteriores, si es que el conflicto descansaba en la indiferencia del príncipe frente a los temas gubernamentales del reino.

A pesar de querer seguir estado presente en el festín, dudaba tener la energía suficiente para ser el puente de reconciliación entre su padre y su hermano, así que decidió llamar a Sarai, para así excusarse y retirarse por la noche. Después de todo no era como si tuviera la valentía de acercarse a entablar conversación con alguien más. Nunca nadie se había interesado en dirigirse a ella si no era estrictamente necesario. Menos aún quería que las personas se sintieran en la obligación de dar cuenta de su presencia si ella se acercaba a hablar. Las pocas personas con las que había charlado, las contaba con los dedos de sus manos, sin embargo no creía que poder reunir suficiente valor para acercarse al brujo e iniciar una charla cualquiera, tampoco con Jaskier o Cirilla. Eran personas que apenas conocía.

Disculpándose con el rey y Tom, quienes apenas escucharon sus palabras y notaron su retirada, Margery, junto a su fiel amiga y sirvienta, emprendió camino hacia los laberínticos pasillos del palacio, en dirección a su habitación para dar por terminado ese día. En cuanto estuvo acobijada por la seguridad que le proporcionaba sus aposentos, se despidió de Sarai, convenciéndola de que ella se podría preparar sola para dormir.

En cuanto la rubia cerró las puertas después de salir, Margery comenzó a quitarse las joyas que ella llevaba puestas, los guantes y las decoraciones en sus cabellos. Al dejar todo organizado, prosiguió entonces a deshacer los nudos que sujetaban el vestido a su cuerpo, dejando su espalda al descubierto y dejando que la tela se deslizara por la parte anterior de su anatomía, sin embargo volvió a cubrir sus pechos, en cuanto escuchó unos toques en la puerta.

—Adelante —avisó entonces, tomando su cepillo de cabello para desenredar sus hebras rojizas.

Frunció el ceño al haber escuchado la puerta, pero no palabra alguna del visitante. Dejando el objeto sobre la mesa de la cómoda, se volvió, esperando encontrarse con Sarai, pero se llevó la increíble impresión de ver a Geralt de Rivia, de pie, observándola con una expresión que no pudo identificar con facilidad.

Con el rostro ardiéndole en llamas, se levantó de su lugar, queriendo cubrirse lo mejor que pudiera, mientras enfrentaba al hombre, de manera que su desnuda espalda ahora miraba hacia la pared de su tocador.

—Disculpe —habló el brujo en voz baja, mientras desviaba finalmente sus ojos de la anatomía de la princesa —. No había guardias y escuché su permiso.

—Eh... sí. Creí que serías alguien más —respondió tuteándolo. Luego, tratando de recomponerse de la reciente vergüenza, se enderezó en su lugar, alzando el mentón —. ¿En qué puedo ayudarte?

El hombre de cabellos plateados carraspeó, luciendo dudoso en volver su mirada hacia la mujer, cuyo cuerpo no había dejado de removerse en su lugar. No quería seguir haciéndola sentir incómoda, pero también debía admitir que el aroma que desprendía de su piel y rojiza melena lo llamaban, al igual que los constantes y rápidos latidos de su corazón. Todo eso junto, parecía formar una armonía en la que sentía el deseo de querer verse envuelto, de disfrutar momentáneamente aquella sensación que recorría su cuerpo cuando estaba cerca de ella.

Pero pronto endureció sus rasgos y decidió darle la espalda a Margery, proporcionándole algo de privacidad. Aquel gesto lo agradeció la pelirroja en su interior, pues sentía que en cualquier momento explotaría de los nervios.

—Necesito pedir un favor —musitó el hombre entre dientes.

Si no hubiera sido por el silencio que había caído sobre ellos dos por un momento, la mujer no habría podido escucharlo bien, pero estaba tan concentrada en todo lo que Geralt fuese a decir o hacer, que no necesitó que se lo repitiera.

—Por supuesto —accedió de inmediato.

—Cuando no estoy aquí, sino en el bosque —comenzó a explicar —, sería bueno que... alguien acompañara a Ciri.

Por un momento se confundió de cómo conocería él a la chiquilla rubia, hasta que los comentarios de La Corte hicieron eco en su cabeza, recordándole la relación que ellos dos tenían.

—Cirilla —repitió —. Tuve el placer de conocerla esta noche. Es una chica bastante agradable —halagó con sinceridad —. Es... tu hija.

—No exactamente, no es de mi sangre.

—Entiendo...

Claramente tenía conocimiento sobre La Ley de la Sorpresa y sabía que Cirilla sería entonces aquella recompensa que Geralt habría reclamado.
Esa ley era una costumbre tan antigua como la humanidad, siendo sus orígenes desconocidos o inciertos. A pesar de no conocer muy bien al brujo o la niña, dudaba mucho que él fuera capaz de someterla a los entrenamientos por los que él tuvo que pasar para ser el cazador que era ahora. Después de todo, no era ningún secreto que aquello era lo que normalmente pedían los mutantes como premio al haber salvado a alguien.

Margery se negaba a juzgar las acciones de Geralt, primero porque no lo conocía del todo bien y no sabía bajo qué contexto ocurrió aquella promesa que le fue hecha.

—Me encantaría —aceptó —, pero ¿no crees que sería una mala idea? No es seguro para ella y, a pesar de lo que me dijo hoy, en verdad podría asustarla.

—Dudo mucho que puedas hacer eso —comentó el hombre, girando un poco su cabeza, para ver de reojo a la princesa.

Aquel comentario provocó una pequeña sonrisa de labios sellado en Margery.

—¿Y qué hay del bardo? —Sugirió. A pesar de mostrar una actitud tranquila, por dentro estaba temblando del pavor de provocar un accidente en donde la rubia estuviera involucrada.

—Jaskier, hmm... puede hablar con la gente hasta el agotamiento en el mejor de los casos, si es que se llegan a encontrar en peligro —expresó algo pensativo.

Una dolorosa comprensión abarcó los aparentemente recolectados rasgos de la princesa, en cuanto escuchó y entendió a lo que el brujo se refería. Sintiendo su garganta cerrarse con un nudo abrasador, se obligó a distraerse con las telas de su vestido suelto, tragando saliva, para así poder sacar las palabras de su boca.

—Y en esos casos yo puedo hacer que la gente muera con un toque —habló con frialdad —. Si llegamos a encontrarnos en peligro —completó con cierta ironía, de la que no se sentía orgullosa.

Al escuchar las palabras dichas por la princesa, Geralt se volvió de inmediato, un profundo ceño marcando su frente. Parecía como si estuviera teniendo una lucha en su interior por escoger unas mejores frases. Al final, soltó un cansado suspiro y miró a Margery directamente a los ojos.

—No es por eso —quiso aclarar —. No confío en las personas de este lugar, excepto...

El pronombre tuteado quedó colgando en el aire cuando el hombre detuvo su hablar, sin embargo se dejó claro en la conversación compartida. Eso provocó que una pequeña llama se encendiera en el corazón de Margery, de forma imprevista, pero que fue bien recibida en su interior.

—Está bien —cedió.

Al dar la plática por terminada, Geralt se volvió hacia las puertas para salir de los aposentos de la princesa, pero antes de abrir, volvió a mirar a la joven mujer de reojo, por sobre uno de sus hombros.

—Gracias.

—Con gusto, Geralt —contestó Margery —. Buenas noches.

Con eso, el hombre de ojos dorados se retiró, dejando a la princesa con el rostro igual de rojo que su cabello.

Soltó el aire que tenía guardado en sus pulmones y se dejó caer sobre el asiento de su tocador de manera bastante ruidosa y pesada. Había estado tan nerviosa en todo ese tiempo, que pareció olvidar por un segundo que debía respirar de manera regular, además de que apenas volvió a recordar que estaba a medio desvestirse delante que alguien que no era su madre o Sarai. Mordisqueando su labio inferior, dejó que el vestido se terminara de deslizar por su torso, sintiendo que aquella caricia del material sobre su piel, dejara de sentirse como la rutina de todos los días, y llevara una nueva carga que acababa de descubrir con los remanentes rastros de la presencia de Geralt de Rivia en su habitación.

Un placentero escalofrío recorrió su anatomía, recordando la mirada inaccesible del hombre, pero que en esos momentos había dejado explorar más allá de lo que él habría permitido antes.

Con una contenta respiración, resumió sus actividades de la noche, para después dejarse caer ante la tranquilidad del sueño.














Bueno, todavía estoy impresionada con lo largo que ha quedado este capítulo jajajaja

No sé ustedes, pero yo quede igual o peor que Margery en esta última escena xddd i'm shakingggggg
¿Qué tal les pareció el capítulo? Porque déjenme avisarles que aquí todo se empieza es a complicar bastante. Muchos problemas empezarán a asomar cabeza ^^
Mil gracias por todos los 100+ votos (: en verdad aprecio mucho su apoyo y la bella oportunidad que le están dando a este nuevo fanfic.

Mientras, les dejo un manip de Tom y Margery :D

¡Feliz lectura!














a-andromeda

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