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III

"Lo peor del eco,
es que dice
las misma barbaridades."
—Mario Benedetti.














En el momento en el que Margery ingresó a sus aposentos, podría haberse sorprendido no.
Encontrar a su hermano mayor, sentado en uno de los elegantes muebles que decoraban el lugar, disfrutando de una copa de vino mientras paseaba sus ojos azules sobre algunos de los dibujos que ella había terminado, ya no era algo que la sorprendiera tanto. Las visitas del príncipe eran seguidas, sobre todo cuando trataba de evadir algo, encontrando refugio en los cuartos reales de su hermana menor.

Aquello era algo que tenían los dos en común. Si no era Pierstom, sería entonces Margery quien buscaría el refugio en la gran habitación de su hermano.

La princesa soltó un suspiro e ingresó aún más al espacio, siendo seguida de Sarai, quien cerró las puertas detrás de sí. La rubia de inmediato se dispuso a servirle una copa de vino a la princesa, para tenerla lista en cuanto la pelirroja lo deseara.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Margery, tomando entre sus manos los pergaminos de las manos de su hermano. Al tener los guantes puestos, no tuvo que ser extremadamente cuidadosa —. ¿Te estás escondiendo del rey?

Tom soltó un suspiro pesado y dejó la copa, ahora vacía, sobre la mesa de mármol.

—No estás escuchando esto, ¿verdad Sarai? —pidió el príncipe.

—Por supuesto que no, su alteza —fue la respuesta rápida y automática de la joven.

—Huyendo de nuestro padre y los demás nobles —contestó Tom con pesadez —. Estás mejorando en esto bastante, por cierto —cambió el tema, al igual que el tono de voz, por uno más entretenido. Volvió a tomar entre sus manos los dibujos.

Margery sonrió, agradeciéndole a su hermano y fue a sentarse al otro lado del mueble. Sabía que Tom no estaba de humor para hablar sobre algo que tuviera que ver con las responsabilidades que cargaba en sus hombros, las cuales pronto crecerían una vez se convirtiera en el rey de Mercibova. De cierta manera, le tenía compasión, pero justo habían nacido en esa privilegiada posición; tampoco fuera que se pudiera imaginar en alguna otra, pues la princesa no dudaba que, cuando el momento llegara, Pierstom tomaría el mando que tanto le era pedido y lo desarrollaría de manera impecable. Él no solo tenía la educación y el estudio que  le habían sido proporcionados, sino que también tenía la sensibilidad y carisma, que mucha gente de la realeza carecía en verdad.

—Es una lástima que nadie más podrá verlos —comentó la pelirroja, ajustándose los guantes turquesa que llevaba puestos, a juego con su vestimenta del día.

El príncipe miró a su hermana de inmediato, luciendo por un momento ofendido.

—Yo los veo —resaltó —. Me llenan de cierta emoción. El saber que tú los realizas, lo hace simplemente mejor.

Margery no pudo evitar volver a sonreír con cariño.

—Gracias Tom —dicho eso, agarró la copa que Sarai le había servido en un principio, y la brindó en dirección a su hermano.

—Sus majestades —los llamó la rubia, llegando de nuevo a un lado de la princesa.

Los hijos de los reyes habían estado tan inmersos en su conversación, que no notaron ni escucharon que alguien más había ingresado al lugar. El hombre de baja estatura, estaba siendo respaldado por los guardias que siempre se estacionaban en el pasillo, a ambos lados de las puertas dobles de la habitación de la princesa.

Era el sirviente de los padres de Margery y Tom, quien tenía una noticia para entregarles.

—Sus padres solicitan sus presencias en el salón —les anunció, antes de dar una rápida reverencia y salir, las puertas siendo cerradas detrás de la figura alejándose.

Los hermanos suspiraron desganados, para después levantarse de sus lugares. Sarai se acercó con rapidez a la princesa, sosteniendo entre sus manos, un pequeño espejo ante el rostro de la joven, para que ella viera su reflejo y se asegurara que todo estuviera en orden, con respecto a su aspecto. Era una rutina de todos los días a todas horas, la cual ya se había acostumbrado a realizar, pero que de igual forma, no dejaba de sentirse tediosa y molesta. Sabía que una mujer de la realiza no se podía ver menos que perfecta y su madre, la reina Caitriona, no se cansaba de repetírselo, recalcárselo y reprenderla cuando lo creía necesario; solo que parecía ser que la mujer se pasaba más de medio día riñéndola por su apariencia.

Cuando Margery estuvo segura que no le faltaba nada más por organizar, salió detrás de su hermano, el cual había tomado la delantera. Una mueca estaba plasmada en el rostro del hombre, ya que su oportunidad de permanecer ocultado el resto de la tarde, se había visto comprometida de repente. Queriéndose librar de las reuniones con los duques y demás, había caído en una audiencia con los reyes, y esa vez no podía se podía salvarse a sí mismo o a su hermana.

Cuando Tom y Margery se presentaron en el salón del trono, las puertas estaban abiertas de par en par, aunque obviamente seguían siendo custodiadas por dos soldados. Había mucha actividad y movimiento por todas partes. Sirvientes caminando de un lado a otro, llevando velas, las mejores telas, entrando sillas y mesas, removiendo viejas decoraciones para poner nuevas. Los colores de la casa real resaltando por todas partes, en sus pintas más llamativas y elegantes.

No necesitaban más palabras, ni siquiera por parte de los mismísimos reyes, para saber que esa noche, habría un festín, solo que la razón era todavía desconocida para ellos.

—Qué bueno que los criados han podido encontrarlo príncipe —habló el rey con severidad, una vez tuvieron a sus hijos enfrente de ellos.

El rey y la reina estaban esta vez sentados en sus tronos, pero la maga de La Corte no se veía por ningún lado. El príncipe Pierstom estaba a unos pocos pasos del encuentro con sus padres, mientras que Margery se había detenido antes, en su lugar correspondiente y la zona que era fijada como segura. Ese era el protocolo que siempre debía seguir, aunque pronto se olvidaba de él cuando nadie, más que su hermano o Sarai, la acompañaban, pues ellos dos no la trataban de manera ajena a un ser humano.

La trataban justo en la forma en que Geralt de Rivia había opinado que debían socializar con ella. Alguien normal.

—Me disculpo, padre —respondió el hijo mayor, haciendo una reverencia —, terminada la asamblea, me dirigí a otro asunto que necesitaba de mi atención.

—¿Otro asunto que implique incumplir tus deberes como príncipe? —Siguió reprendiendo Eliastor.

—¿A qué se le debe el honor de este nuevo festín? —Intervino la princesa, fingiendo no haber notado la expresión de enojo por parte de Caitriona hacia su persona.

La mirada del rey pareció suavizarse un poco, en cuanto sus ojos claros se posaron en los de su única hija. Sabía muy bien lo que Margery acababa de hacer, la conocía lo suficiente como para saber la astucia que había desarrollado a lo largo de los años, para cambiar de tema, con otros asuntos, que parecían ser de importancia en el momento. Así que dejó pasar la distracción, pues ya tendría tiempo después, para seguir tratando de controlar al hombre que tomaría su lugar, una vez Pierstom estuviera casado y con la edad suficiente para ascender al trono.

A comparación de otros reinos, normalmente en Mercibova, era tradición esperar a la edad madura del heredero a la corona, sin importar si el monarca actual perecía por cualquier razón, natural o causada. Era una manera de prometer seguridad a los súbditos, para que estos confiaran en la lucidez del futuro rey, el cual ya debería portar todos los conocimientos sobre la historia, cultura, economía y demás detalles de importancia del reino y todos sus pueblos y villas.

—Queremos presentar una cena para nuestro invitado de honor —contestó la reina, sin dejar de mirar con severidad a la princesa.

Los hermanos se miraron confundidos entre sí por un momento.

—Un banquete... ¿en honor a un brujo? —Preguntó Pierstom.

—Es lo menos que podemos hacer, aparte del habitual pago, para agradecerle por su próximo éxito —aclaró Caitriona.

Margery se contuvo de esbozar una sonrisa sarcástica en su rostro, así que apretó los labios, un gesto habitual en ella, cuando deseaba ocultar lo que en verdad pensaba. No era como si a una persona como Geralt le interesaran ese tipo de reuniones. No se lo tenía que decir a nadie, se notaba con facilidad la manera en la que el hombre deseaba seguirse diferenciando de todos los lujos, riquezas y colores que pintaban los pasillos y exteriores del castillo. Se negaba a quitarse su armadura, llevando siempre consigo sus dos espadas, el porte tenso y concentrado en su labor, pareciendo querer permanecer ajeno a todo lo que lo rodeaba en el lugar.

La princesa había notado esas características con tremenda facilidad, mucho más cuando no podía evitar, observar desde las ventanas de sus aposentos, al hombre de cabellos platinados partir todas las noches, sin falta, hacia El Bosque de Las Sombras. No sabía si era por la mera curiosidad de desconocer los terrenos y peligros del bosque o por proyectar en su mente un mejor futuro, pero casi le era imposible ignorar los pequeños saltos que daba su corazón, con el solo hecho de pensar que llegaría un momento de su vida en el que ya no necesitaría cubrir su piel, aguantar los comentarios sobrados de las demás personas de La Corte. No quería hacerse ilusiones, sin embargo la emoción se disparaba cada vez que veía a Geralt cruzar la entrada a los espacios del palacio y volver todas las mañanas a la misma hora de siempre.

Tampoco sabía si era por la cantidad descomunal de dinero que le estaba siendo pagado por parte del rey Eliastor, pero se notaba la responsabilidad y dedicación que el hombre aportaba a sus misiones.

Aunque no era como si la princesa fuese consciente de su atención, y se negaba a aceptar que había establecido una rutina y horario para estar presente, desde su habitación, en observar la partida y la llegada del brujo.

Tan solo habían pasado tres días desde que el hombre había llegado al palacio y, sin embargo era el tema de conversación más popular en esos días, entre sirvientes, nobles y damas por igual. De hecho mentiría si no dijera que quizá habría hablado sobre Geralt de Rivia con Sarai, en algún momento, repetidas veces, en esos últimos días.

En cuanto los reyes les dieron permiso para retirarse, y cuando Tom y Margery se encontraron saliendo una vez más del salón del trono, el príncipe soltó un suspiro pesado. Aquello provocó que su hermana menor lo mirara con una ceja alzada.

—Estoy comenzando a creer que estás envejeciendo más rápido de lo esperado —comentó con diversión, en un tono de voz que le aseguraba que solo su hermano escucharía.

Habían demasiadas personas alrededor y, aunque era claro que éstas mantendrían su distancia de la princesa, no quería arriesgarse. Aquella era la personalidad que solo se permitía compartir con su hermano, ni siquiera con sus padres.

—Tu bromas ya han dejado de ser encantadoras desde que creciste, hermana —respondió Tom, cubriendo una de sus manos con experta rapidez, para luego apretar una de las mejillas de la princesa. Sabía que se ganaría una mueca por parte de ella —. Tú no estás muy alejada de mí, en cuanto a edad se está hablando.

Aunque Margery quiso seguir el juego, se contuvo y solo sonrió. A pesar de tener a un lado suyo a su mejor amigo, no se sentía capaz de dejar de pensar en los demás ojos curiosos, que los podían estar viendo en esos momentos.

Esa era una de las cosas que más entristecía a Pierstom. La limitada vida que Margery de Mercibova se había propuesto vivir, a resultado de los lastimosos accidentes que habían sucedido por mano de ella; detalle que no solo jamás se le olvidaría a ella, sino también a todos los que estuvieron presentes. El primo del rey, el padre del niño que fue la primera víctima, había cortado todos los contactos posibles. La familia que había servido durante años al palacio, despareció después de la muerte de su hijo. Nada de eso había pasado por alto por parte de la princesa y a Tom solo le hacía falta observar a su hermana menor con atención, para descubrir aquella añoranza pintada de manera fantasmagórica en las expresiones recolectas de ella.

—Iré a ver a Emilianno, ¿vienes? —Sugirió con ánimo.

La joven se removió en su puesto y evitó la mirada de su hermano. Siempre quería ir a ver al menor de la familia, era su rayito de sol y, a pesar de que no podía expresar mayor cosa ante los demás, la sonrisa de felicidad siempre se hacía presente en su rostro cada vez que veía al pequeño príncipe.

Sin embargo había algo que Pierstom no sabía y que Margery se negaba a contarle: no tenía permitido visitar el infante sin la aceptación ni bajo la supervisión de la madre. Era claro que en esos momentos, la reina Caitriona debía estar bastante ocupada, con todos los preparativos ante un nuevo festín, pues la mujer era la que se encargaba de organizar todas esas reuniones. De hecho le sorprendía que en ningún momento hubiese solicitado su presencia y trabajo en la cuestión, pero eso no quería decir que no se encontrara agradecida, de poder evitar todo ese proceso, el cual ella tenía catalogado de frívolo e innecesario.

—No podré acompañarte, Tom —se disculpó la princesa —. Ya sabes cómo se pone madre cuando hay un banquete cerca. Me necesitará más temprano que tarde.

Y dicho eso, se comenzó a alejar, evitando con toda la intención, la mirada sospechosa que sabía que Pierstom había lanzado en su dirección.

Cruzando todos los pasillos, sin molestarse en agachar la mirada u observar a otra gente, hizo su camino hacia la biblioteca, donde pensaba tomar algunos implementos artísticos, para después dirigirse a las caballerizas. Tenía demasiados deseos por salir de los fríos muros y deseaba estar rodeada de seres que no fueran precisamente humanos, sabiendo que la naturaleza e ignorancia de los animales, radicaba en que nunca la criticarían o hablarían de ella a sus espaldas.

—Sarai —llamó a la rubia, quien no demoró en llegar a un lado de la princesa, atenta —. No me encuentras por ninguna parte, incluso si mi madre pregunta, ¿está bien?

—Por supuesto, princesa —asintió la criada, sonriendo con suavidad.

Cuando Margery decía esas palabras, a Sarai le quedaba bastante claro lo que la joven de cabellos rojizos haría a continuación. Nunca iba a presionarla a que le dijera exactamente a dónde iría, pero siempre le quedaba bastante claro que la princesa necesitaba un espacio para estar sola y no pensar en aspectos reales. El festín que tendría lugar esa misma noche activaba las alarmas nerviosas en Margery, poniéndola en un estado constante de ansiedad.

En el momento en el que la princesa cruzó las puertas de la biblioteca, Sarai se quedó unos segundos en el interior de esta, dándole tiempo a Margery para desaparecer entro los pasillos laberínticos.





Su semblante había dejado de ser uno ya tan atormentado, su postura más relajada y una suave sonrisa estaba pintada en sus labios, mientras pasaba el carboncillo, con fluidez amaestrada, sobre el pergamino. Se sentía cómoda en esos momentos, pudiendo a fin de cuentas, plasmar la imagen del maravilloso ejemplar que estaba en el establo. Era una bellísima yegua y una gran modelo, pues parecía estar de igual manera cómoda con la presencia de la princesa. Tal parecía ser que el animal apreciaba la distancia que la joven se encargaba de conservar, al mismo tiempo que se hacían una compañía mutua bastante agradable.

Ignorando el hecho de que sus manos ahora estaban manchadas con tinta y carboncillo, se pasó una de ellas por su rostro, en un intento de despejar su campo de visión de cualquier molestia, como estaba resultando ser su cabello largo. Completamente concentrada en su actividad, no notó que alguien más había ingresado a la caballeriza y que se había detenido justo a un lado de ella, tapándole la iluminación natural que el sol le proporcionaba en esos momentos.

Frunciendo un poco el ceño, sintiéndose de inmediato algo irritada porque su concentración fue interrumpida, se sorprendió al reconocer la negra vestimenta y armadura característica del brujo de Rivia.

Dejó escapar un suspiro sorprendida y se aclaró la garganta, insegura de qué decir o cómo dirigirse al hombre. Le parecía extraño encontrarse corta de palabras, pues estaba acostumbrada a saber qué decir, cómo decirlo y cuándo hacerlo, así que esta extraña sensación, de tener su mente en blanco de repente, era muy nueva para la princesa.

Volviendo su vista hacia su dibujo, sintió la intensa mirada de Geralt sobre ella, así que se levantó del lugar en el que estaba sentada, sacudiéndose las telas de su vestido. Lo único que quería hacer era concentrarse en otra cosa, que no fuera el sentirse tan observada por solo un par de ojos. Era normal que las personas volvieran sus miradas hacia Margery, por más que ella lo detestara, pero nunca antes se había sentido tan expuesta, incluso cuando no había palabras intercambiadas.

—¿Cómo ha ido la caza, señor brujo? —Propuso la conversación la princesa, dirigiendo una mirada de reojo hacia el hombre.

—Sin acontecimientos notables —respondió de inmediato.

Margery suspiró, sintiendo la conocida corriente eléctrica deslizarse por su espalda en forma de decepción. Inhaló aire de una manera un tanto brusca y agarró en sus manos una manzana que tenía guardada, para después dirigirse a la yegua y depositarla ante ella sobre la paja. Sabía que el animal le pertenecía a Geralt, así que tampoco tenía pensado incomodar al hombre con el peligro que ella podría representar para su compañera de transporte.

—Era de imaginarse —comentó la princesa, volviendo a un lado del brujo, el cual la miró con un deje de confusión en sus facciones —. No me malinterprete. Aprecio en verdad mucho lo que está haciendo, pero no tenga problema en informarme sobre la imposibilidad de romper el hechizo —explicó, leyendo a la perfección la pregunta silenciosa en los ojos dorados del hombre.

—Hmm... las criaturas se reúnen al corazón del bosque, sin embargo la periferia del mismo está llena de peligros.

—¿Y está siendo cuidadoso? —Preguntó Margery, olvidando ocultar su preocupación.

La mirada que Geralt mandó a su dirección fue mucho más confusa que la anterior, como si nunca se hubiera imaginado que una pregunta como esa saliera de los labios de alguien de la realeza. Estaba acostumbrado al desdén de las personas y al desprecio que era dirigido hacia su persona, sobre todo de parte de la nobleza, pues a ese tipo de personas solo les interesaba saber de las aventuras que fueran de su interés, solo para compararlas con las suyas propias que, muchas veces, se supiera de manera pública o no, eran falsas.

Pero la inquietud que estaba expresando la princesa en esos momentos, lo tomó desprevenido. Y muy pocas cosas, o personas, lograban ese efecto en él.

—Ese es un buen dibujo —comentó señalando el pergamino que la mujer sostenía entre sus manos.

Margery, como si la acabaran de despertar de un sueño, parpadeó varias veces seguidas, tratando de ponerse en contexto ante la nueva conversación, desviada completamente de anterior su pregunta. Quizá no comprendía la razón, pero tampoco era nadie para presionar más en ese tema, así que bajó su mirada hacia el retrato de la yegua y sonrió un poco, sintiendo sus mejillas calientes, sin razón aparente.

A pesar de que se sentía nerviosa de que alguien, aparte de Tom, pudiera observar el talento tan practicado y escondido con tanto recelo de ella, le agradaba de cierta manera que justo Geralt de Rivia haya sido la persona que lo estuviera viendo. No entendía por qué, pero en esos momentos no se sentía juzgada, de hecho alcanzaba a percibir genuina curiosidad por parte del hombre.

—¿Por qué la ha dibujado? —Preguntó el brujo.

Aquella era una gran pregunta. ¿Por qué Margery se había empeñado en dibujar tanto? ¿Qué tenía de especial aquella solitaria actividad para ella? La respuesta, a pesar de nunca haberla dicho en voz alta, la tenía bastante clara, sobre todo por las sensaciones que se producían en su interior en el momento en el que terminaba una nueva ilustración.

—Es lo más cerca que puedo estar de llegar a tocar las cosas.... Las cosas vivientes —comenzó a explicar, admirando el dibujo nuevo —. Es casi como si palpara las sombras, o las sombras de las sombras. Al menos de esta manera sé que puedo estar cerca, sin representar ningún peligro.

—¿Y eso es suficiente para ti? —La tuteó de repente.

En cuanto la princesa volvió su rostro hacia el del brujo, sintió como si la mirada del hombre, junto a las recién palabras dichas, traspasaran una capa metalizada que Margery se había esforzado en construir toda su vida. La intensidad de los orbes brillantes de Geralt parecían seguir queriendo abrir y descubrir algo más allá de lo que la princesa dejaba ver. Sabía qué palabras decir para descolocar a cualquier persona.

La mujer de cabellos rojizos, sintiéndose de un momento a otro, asaltada por aquella pregunta tan directa, desvió su mirada hacia la yegua y alzó el mentón. Se negaba a mostrar aquella vieja debilidad.

—Tiene que serlo —contestó con la firmeza digna de una reina. Su madre estaría orgullosa de haberla escuchado.

—Hmm...

—¡Mary! —La llamó alguien desde las afueras de las caballerizas.

Por el apodo y el tono de voz, Margery reconoció de inmediato que su hermano era la persona que la estaba buscando. Agradeciéndole a su familiar en su interior, de sacarla de una conversación que se estaba volviendo demasiado personal para su gusto, comenzó a ponerse sus guantes.

—Esa es una buena solución —comentó Geralt de repente, sorprendiendo a ambos. No parecía ser alguien que pusiera conversación a menudo.

La princesa bajó la mirada a sus manos, ahora cubiertas por la elegante tela, que siempre hacía una agradable combinación con los vestidos que usara.

—Un pequeño detalle de protocolo que tengo que seguir.

—¡Mary! ¡Por favor dime que andas por aquí! —Volvió a llamar Tom, haciendo que la princesa soltara un pequeño resoplido, el cual no pasó desapercibido por parte del brujo.

Dando una pequeña sonrisa de disculpa, comenzó a caminar hacia la salida de las caballerizas, pero se detuvo antes de cruzar el umbral de las puertas. Se dio media vuelta, encontrando al brujo dándole una manzana a la yegua, la misma que Margery le había obsequiado.

Mordisqueando su labio inferior, tomó aire y valor para volver a hablar.

—Incluso si no logra romper con la maldición —comenzó, captando una vez más la atención de Geralt, quien la miró de reojo —, tiene toda mi gratitud.

—¿Por qué?

La princesa abrió y cerró la boca varias veces, tratando de encontrar las palabras correctas y que no develaran la fragilidad que tanto guardaba en su interior. Cerrando los ojos con exasperación, al volver a escucha el llamado de su hermano, no pudo notar la expresión entretenida que pintó, por una milésima de segundo, las expresiones del brujo. Cuando la princesa volvió a abrir los ojos, inclinó un poco la cabeza.

—Incluso si falla... —Se detuvo de nuevo y se removió en su lugar —. Gracias —suspiró la palabra —. La esperanza es dulce y fresca; gracias por dejarme sentir aquella sensación de nuevo.

Una vez dicho eso, salió finalmente del establo.

Caminó unos cuantos pasos hasta que sintió que debía detenerse, sintiendo un extraño mareo apoderarse de su ser. Posó sus manos, las cuales todavía sostenían sus implementos artísticos, sobre su abdomen, necesitando unos segundos para recolectarse y seguir adelante.

Trató de distraerse arreglando las faldas de su vestido, notando por primera vez lo sucio y maloliente que estaba, producto de haber pasado unas buenas horas, sentada sobre barro y paja, rodeada de caballos.

—¡Hasta que al fin te dignas a aparecer! —Exclamó el príncipe llegando a un lado de su hermana. Su mueca exasperada pronto fue reemplazada por una de disgusto, luego por una de picardía, característica de él —. Deberíamos entrar al palacio por las puertas principales y dejar que todos te vean así. De esa manera aceptarán que soy el mejor hermano.

—¿Tan mal me veo?

—Hasta me da pesar pasarte un espejo en estos momentos —bromeó Tom, tomando con suavidad uno los brazos de la princesa para guiarla hacia el castillo —. Debes llegar pronto a tu habitación, antes de que la reina te vea de esta deplorable manera. Te tienes que preparar para el banquete.

—No creo espantar a las personas —comentó pensativa.

—¿Alguien ya te vio así? —Preguntó el hombre, tratando de ocultar su risa, pero el cometido fue fallido.

Margery se encogió de hombros: —Geralt no comentó nada —contestó desprevenida.

—Espera, espera, espera —habló Tom con rapidez, mientras al mismo tiempo detenía el camino de los dos, plantándose al frente de su hermana, quien se detuvo de manera brusca —. ¿Me estás diciendo que el brujo gruñón te vio de esta forma?

—Sí. Deja de exagerar las cosas, Tom.

—Si no salió corriendo ante esta visión —dijo haciendo señas hacia la figura de la princesa —, vestido sucio con barro, paja en el cabello, el rostro manchado y-

La pelirroja le interrumpe: —¿Rostro manchado? —Preguntó sorprendida.

En cuanto el príncipe asintió, juntos aceleraron sus pasos, evitando a la servidumbre lo mejor que pudieron, haciendo el camino hacia los aposentos de la princesa. Hasta ese momento no se había preocupado tanto por su imagen, pero ahora sentía más que mortificada.
¿Cómo había permitido que alguien como Geralt de Rivia la viera de esa forma?
Y no era que le preocupara que fuera precisamente él quien lo hiciera, solo se refería a alguien del exterior, que de igual manera no le debía interesar lo que el brujo pensara de ella. Quizá ya tenía demasiados cuentos en su cabeza por lo que las demás personas decían sobre ella, lo que incluso el bardo decía sobre ella —y aun así, el hombre llamado Jaskier, no le desagradaba en lo absoluto—.

—¿Sabes? —Preguntó Tom, abriendo las puertas de la habitación de su hermana, dejándola pasar a ella primero —. Quizás ese sea su gusto —comentó ingresando también —. Cada hombre tiene detalles que consideran de su agrado. Tal vez lo del brujo sean mujeres que pareciera que están huyendo, después de haberle robado un vestido a la princesa.

—¿De qué estás hablando?

Ante las palabras sinsentido que había dicho su hermano, Margery decidió dejar la conversación en el aire, haciéndole señas a Sarai, quien ya se encontraba en el lugar, organizando los vestidos que serían opción esa noche, sobre el mueble más grande de la estancia. Apenas la sirvienta terminó con esa labor, corrió a prepararle un baño a la princesa.

La joven tomó entre sus manos el espejo y se observó en él. Ahí se dio cuenta que su hermano en realidad no estaba exagerando tanto como había creído en un principio. Si no fuera por la delicadeza de las telas que conformaban su sucio vestido y la joyería que portaba, fácilmente podía ser confundida por alguna otra chica del servicio. Sus rojizas hebras estaban algo enmarañadas, su rostro manchado de carboncillo, el vestido embarrado y arrugado.

Y Geralt de Rivia justo había sido la persona que la había visto de esa manera, sin siquiera haber hecho un comentario al respecto.














¡Por fin capítulo nuevo! Admito que ha quedado un tanto más largo de lo esperado, pero de igual manera espero que les guste.
Vivo y sufro por las interacciones entre la princesa y Geralt (PERSONAJE TAN COMPLICADO QUE ME HACE PENSAR MIL VECES QUÉ ESCRIBIR EN SUS DIÁLOGOS y me tiene al mismo tiempo: AÑSLDKFJGH)

Sucedieron varias cosas... el rey parece tener un punto débil por Margery (y no como la reina -.-), Tom es una belleza de persona, Sarai es la indicada para contarle secretos xddd Y Geralt es popular jajajaja aparte de que habrá un festín en su honor. De una vez les advierto que esa no es la única idea *sonríe de forma diabólica*
Para las personas que me conocen y demás, sabrán que nada aquí será tranquilo (:
Los nuevos lectores, bienvenidos sean y mucha suerte jajajajaja

Gracias infinitas por los leídos y votos. No duden en dejar comentarios y críticas constructivas, sigo aprendiendo y entre todos nos podemos ayudar ^^

¡Feliz lectura!














a-andromeda

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