II
"Devuelve a la desnuda rama,
nocturna mariposa,
las hojas secas de tus alas."
—Juan José Tablada.
En el momento en el que Margery cruzó las puertas del salón del trono, y estas se cerraron a sus espaldas, se permitió dejar salir un suspiro pequeño, casi imperceptible. No sabía que llevaba todo el camino aguantando la respiración, temiendo que, si bajaba su guarda, lágrimas se acumularían en sus ojos y resbalarían por sus mejillas.
La esperanza era un arma de doble filo y ella no estaba en la buena parte del final.
Dirigió una corta mirada hacia Sarai y juntas emprendieron camino de vuelta hacia la biblioteca, pero antes de que la princesa y su fiel sirvienta se adentraran por pasillos más estrechos, Pierstom apareció en el lugar, luciendo agitado y sus ojos azules buscando frenéticos a alguien en específico.
Cuando la mirada del príncipe se posó sobre Margery, el hombre soltó un suspiro más notorio y pesado.
—He llegado tarde —concluyó por su cuenta, mientras se acercaba a su hermana, quien lo esperaba pacientemente en su sitio.
—No fue tan malo como otras anteriores —lo tranquilizó con una media sonrisa.
—Al menos tú no eres la que está pasando un día terrible —resopló el príncipe, comenzando a acompañar a la princesa en su habitual camino hacia la biblioteca.
Fue ahí cuando Margery finalmente decidió ver a su hermano con atención. La vestimenta del joven hombre era bastante elegante, aunque no tan extravagante como para algún baile o festival cultural de Mercibova, por lo tanto supo de inmediato que había estado en reunión con los demás duques. Esa era una de las principales tareas de Pierstom, ya que él sería el próximo rey de esas tierras y Margery en realidad no tenía oportunidad de ascender al trono de su país natal.
Una extraña sensación atravesó su cuerpo, cuando recordó que habría una especie de oportunidad de levantar la maldición, obviamente eso significaba que, si bien nunca sería reina de Mercibova, lo sería de alguna otra parte. Si ya no había maldición que sellara su destino, entonces las puertas a alianzas fuertes y muy necesarias, se abrían de par en par. Aunque ella en realidad no se sentía muy cómoda con ese pensamiento.
No poder ser capaz de tocar de manera física a los demás, no quería decir que en su corazón no existirá la añoranza de sentir algo más allá que una atracción carnal. Margery podría tener un semblante y energía contenidos de manera casi perfecta, sin embargo a veces pareciera que en su interior lograba sentir más de lo que le gustaría o desearía.
—¿De qué trataba la reunión esta vez? —Preguntó la princesa, sin bajar la mirada o desviarla de su camino.
—Algunos señores estaban hablando de un nuevo negocio mercantil que tenemos con... —contestó Tom, pero se quedó callado, pensativo —. Algún otro país. La verdad es que he olvidado el nombre —terminó encogiéndose de hombros y metiendo sus manos en los elegantes bolsillos de los pantalones azul oscuro que llevaba.
Margery alzó una ceja: —Esa es una actitud de un gran rey, Tom. Olvidar los nombres de los aliados —comentó con un poco de burla en su tono de voz. Solo con su hermano sabía que podía sacar ese lado sin ser innecesariamente juzgada.
—Ay, por favor —se quejó el castaño de una manera que no sería digna de alguien de la realeza —. Te aseguro que pronto te iba a llamar a la reunión, para terminaras con mi sufrimiento en un solo toque.
—¡Pierstom! —Exlamó —. Eso no es gracioso —terminó reprendiendo a su hermano, mirándolo a su vez con desaprobación.
La princesa sabía que Tom estaba bromeando, pero sobre todo, exagerando. Eso, sin embargo no evitó que ella, aprovechando que llevaba puestos sus guantes y las mangas largas del vestido que llevaba puesto, no tardó en darle un codazo a su hermano. A su vez agradecía que nadie más, aparte de Sarai, se encontrara en el pasillo de ese momento, pues aquel gesto nunca debería ser hecho por una princesa.
A veces encontraba demasiadas restricciones y reglas que la ahogaban cada día.
—Es que en verdad no entiendes lo terribles que son ese tipo de asambleas —se defendió —. Aunque quizá la suerte pase a estar de mi lado si Emilianno decide ser el rey de Mercibova.
—¿Nuestro hermano? —Preguntó incrédula, ingresando finalmente a su lugar preferido de todo el palacio —. Apenas tiene dos años, Tom.
—Él es el único que tiene menos rabietas que nuestros padres. Sería un gran rey —halagó Tom, siguiendo a su hermana al lugar que él mismo le enseñó cuando todavía eran unos niños.
Una suave sonrisa se dibujó en los labios del príncipe al observar a su hermana sentarse con total confianza y libertad en la silla, para mirar con atención sus dibujos y pinturas. Era verdad que se pasaba la mayor parte del tiempo encerrada ahí, que después de que la confinaran en la Torre Norte, algo cambió en el joven corazón de Margery. Tom nunca la presionaría a contarle cómo vivió esos años allá, dado que no le permitían visitarla, salvo algunas fechas en específico, pero él siempre estaría dispuesto a esperarla, el tiempo que ella necesitara.
Hizo falta mucho ruego de parte de él y de su hermana para que por fin la dejaran volver a una vida medianamente normal.
En realidad, él no podía aguantarse a que el brujo cumpliera con el contrato y rompiera con la Maldición del Naranjo Seco. Se negaba a siquiera pensar que su querida hermana menor moriría joven y de manera abrupta, que luego terminaría enterrada en un bosque, lejos de las zonas del castillo y de su derecho como parte de alguien de la familia real.
A veces existían unas tradiciones hechas a base de la imagen que se esperaba de los reyes de Mercibova. Para nada familiares o justas.
—¿No crees que podrías salir más de aquí y disfrutar del aire libre? Prometo entretener a la reina para que no tengas que cumplir con ciertos aspectos de tus deberes —propuso Tom, tomando asiento sobre uno de los muebles que se encontraba en el lugar.
En ese momento, Sarai se apresuró a servir dos copas de vino, luego las posó sobre una bandeja de plata y se las ofreció a los dos hermanos. Tom tomó la suya entre sus manos, mientras que Margery permitió que la joven rubia la depositara a un lado, sobre la mesa de trabajada piedra.
La princesa inhaló hondo y luego miró al príncipe de reojo.
—¿Qué es lo que ha cambiado?
—Bueno —comenzó tomando un trago de su copa —, ahora que ese brujo está aquí para cazar esas criaturas y terminar con la maldición, sería bueno que... te relacionaras más —sugirió, aunque de inmediato se arrepintió. Acababa de sonar igual que sus padres.
Margery puso más recta su espalda y ladeó la cabeza, sopesando las palabras de su hermano. Sabía de sobra que él no lo hacía con una intención antipática, por lo tanto ella no quería contestar de esa manera, sin embargo no quería hacerse ilusiones. El incesante deseo de mejores días era peligroso y ella no estaba lista para ser decepcionada.
—Tom... no hay ninguna certeza de que eso sea posible —habló la princesa con suavidad. En realidad no estaba segura si lo hacía por su hermano o por ella misma—. Ni siquiera Blanche tenía toda la seguridad de que esos monstruos serían la respuesta.
—Ninguna persona, ni siquiera los mejores cazadores o caballeros, que han entrado, ahí han vuelto a salir. ¿No crees que ese es el trabajo perfecto para un brujo?
Margery se limitó a encogerse de hombros.
—Todos en La Corte parecen tener algo nuevo de qué hablar, siendo ese el tema principal —manifestó quitándose sus guantes para agarrar los implementos artísticos —. Ya es demasiado con lo que tengo, no me puedo permitir ningún otro accidente antes de que se sepa que mi vida tiene arreglo.
Tom soltó un suspiro pesado, por enésima vez en el día y se levantó del sillón. Dejó la copa, ahora vacía sobre una mesa a un lado y se acercó hacia su hermana, siendo cuidadoso y asegurándose de que Margery sabía que estaría a un lado de ella. Cuando menos de un paso los separaba, posó una de sus manos en uno de los hombros de la princesa.
—Tu vida no necesita ningún arreglo, Mary —expresó con voz tranquilizadora.
—Eso lo sé —contestó de vuelta, sin embargo no fue capaz de mirar a su hermano al rostro—. Todos los aspectos de mi vida lo necesitan.
Aunque en verdad no se quería permitir ni siquiera el más mínimo atisbo de esperanza, le fue inevitable, sobre todo cuando las palabras de su hermano se abrieron paso en su cabeza e influenciaron sus pensamientos y acciones. Así que después de un aburrido y largo almuerzo con la reina y las damas de La Corte, Margery de Mercibova pronto se encontró caminando fuera de los grandes y elegantes muros del palacio hacia los establos.
Claramente trató de evitar las miradas perplejas y curiosas de los trabajadores y cuidadores, prefiriendo concentrarse aún más en sostener con fuerza unas hojas de pergaminos y carboncillo en sus manos.
No era la primera vez que hacía aquel paseo a ver los caballos, pero quizá sí lo era en cuanto al momento del día en que lo estaba haciendo, siendo esas horas las más ajetreadas de la caballeriza. De cierta manera sentía un poco de arrepentimiento por estar haciendo eso, pero no pensaba dar vuelta atrás y encerrarse en su habitación o biblioteca; ir con la reina y las demás doncellas a hacer bordados tampoco era una opción, mucho menos cuando dicha acción la tenía que ejecutar cubriendo sus manos. Claramente nadie más tenía que pasar por la ardua tarea de coser y bordar con guantes, pero de todas maneras debía usarlos, sabiendo de sobra que aquello aseguraba más a las personas a su alrededor que su propio miedo.
En cuanto se paró enfrente de algunos caballos, los cuales llevaba viendo toda su vida, buscó un puesto en específico, a un lado de las puertas del establo. La luz natural que se proyectaba desde afuera, provocaba una sombra densa a los lados de la entrada, siendo ese espacio perfecto para que la princesa se ocultara, pero a su vez hiciera su pasatiempo preferido, el cual era dibujar.
Así estaba fuera del alcance de los ojos curiosos, aunque sus oídos no corrían con la misma suerte.
Cuando se sentó sobre la paja y desplegó sus elementos sobre la gruesa falda de su vestido, notó, casi de inmediato, que había una nueva adición en la caballeriza.
Era un ejemplar hermosísimo, de melena café y, en todo el centro de su cara alargada, había una adorable larga mancha de color blanco. Se notaba la fuerza y velocidad que poseía del animal, así mismo como también Margery notó los nervios que parecían tomar el mando de la característica más notoria del caballo. Aquello le provocó la duda de si sería de sangre caliente, pues aquella actitud era normalmente de esa raza.
Con una sonrisa más brillante, una que solo solía dedicar a su hermano o a Sarai, no dudó en comenzar un retrato del animal. Sin embargo no pasaron más de veinte minutos cuando escuchó voces acercándose al lugar.
Lo normal que Margery habría hecho sería ignorarlas, como siempre, pero las voces que se acercaban eran desconocidas para ella, así que decidió poner atención a las palabras que eran intercambiadas entre los dos extraños.
—Entonces, ¿si la pudiste ver? —Preguntó una voz masculina.
—Tú también lo hiciste, Jaskier —contestó esta vez una voz mucho más profunda y gruesa. Sonada incluso un poco molesta por la pregunta del que parecía llamarse Jaskier.
—¡Sí, lo sé! Pero fue como medio segundo, antes de que desapareciera por los pasillos con el príncipe —habló de nuevo. Seguía teniendo el mismo tono animado y curioso —. Pero tú viste a la princesa de cerca y... tienes eso mágico.
De repente Margery escuchó un resoplido, pero este sonó mucho más cerca de lo que esperaba, así que supo que estaban a un lado de ella. De manera que las puertas del establo estaban abiertas de par en par, tapaban su figura a la perfección, sin embargo ella no pudo contener su propia curiosidad y, por medio de las aperturas de las bisagras que sostenían la madera de las puertas con las paredes de piedra, puso observar dos figuras.
—¿Qué cosa mágica? —Escuchó que el hombre de cabellos, al parecer plateados, preguntaba en una especie de gruñido.
—Eso que los brujos tienen, que pueden ver a través de los hechizos —respondió Jaskier, moviendo las manos de manera exagerada —. ¿Es verdad lo que dicen de ella?
El corazón de la pelirroja se saltó un latido al descubrir a quienes tenía al otro lado de la puerta. El gran brujo que había sido contratado por los reyes y... ¿su acompañante? ¿Amigo? Todavía no sabía qué pensar del que parecía ser el más hablador del dúo.
—Hmm...
La princesa, a pesar de que no deseaba en realidad escuchar nada de lo que vendría a continuación, se quedó estática en su lugar, dejando olvidado el retrato del caballo. Ya era demasiado penoso que estuviera ahí, ensuciando su vestido en el lodo y paja del establo, mucho más si alguien la descubría escuchando una conversación ajena. No importaba qué tanto se tratara dicha conversación sobre ella, no era algo que un miembro de la familia real debiera hacer, mucho menos una mujer.
—¡Geralt! —Se quejó Jaskier —. La gente del pueblo dice que sus manos solo están hechas de huesos podridos, sin carne ni piel. Que es por eso que usa guantes todo el tiempo.
—Deberías dejar de hablar con tantas personas en las tabernas —volvió a hablar el brujo, usando el mismo tono de voz. A pesar de la natural antipatía de la voz, no era fácil ignorar la familiaridad con la que se dirigía al otro hombre.
—Incluso escuché que, a la luz de luna llena, la mitad de su rostro es en realidad igual que las manos que tanto oculta —continuó el compañero del brujo, ignorando las palabras de su amigo —. La luz natural de noche revela hechizos oscuros. Al menos eso es lo que he ecuchado... —Terminó, luciendo un poco pensativo.
Margery casi podía sentir la vergüenza y decepción treparse con rapidez por su espalda. Fue ahí cuando simplemente decidió concentrarse en comenzar con el nuevo retrato, queriendo ignorar el conocido calor de emociones contenidas en su cuerpo y el peso de las opiniones exteriores.
Sabía que la gente tenía una imagen de ella, gracias a La Maldición del Naranjo Seco, pero en realidad no sabía qué tan terribles y erróneas serían.
—También se dice que, a pesar de que es toda una belleza —volvió a hablar Jaskier —, magnífica cualidad que no pienso ignorar —aclaró —, es solo una ilusión para atraer a sus víctimas y matarlas con un solo beso, para que después-
El brujo le interrumpe: —Sí. ¿Quieres saber algo más de ella? —Hubo una pequeña pausa, antes de que el hombre volviera a hablar —. La princesa odia a los bardos.
Margery no pudo seguir con el dibujo cuando escuchó esas palabras. No solo porque eran mentiras —de hecho, ella amaba a los bardos y las historias que contaban sus baladas—. Aquello le produjo curiosidad, pues desconocía las intenciones con las cuales el brujo dijo aquella frase.
—Bueno, ahora solo estás siendo malo.
—No, es verdad. El palacio es el lugar común donde atrapa a los bardos como tú.
—¡¿Estás hablando en serio?! —Cuestionó Jaskier —. Geralt, no me des la espalda. Necesito que garantices que mi integridad como ser humano y visitante de este castillo está en completa-
—Seguridad —terminó la princesa, quien se había levantado de su lugar, sintiéndose algo irritada por la conversación que ambos hombres llevaban teniendo varios minutos.
Había salido del pequeño escondite y ahora estaba ante el brujo y el bardo, en el umbral de las puertas del establo. Su mirada era neutral, pero la firmeza y decisión reinaba en su postura.
El sonido de sorpresa que salió de los labios del castaño de agradables ojos azules, no fue para nada digno de un guerrero, o al menos de una persona que sería vista acompañando a un brujo en sus aventuras. Era claro que aquel bardo tenía bastante material y mercancía en las letras de sus baladas, pues no había duda de que narraría las hazañas del hombre de ojos increíblemente dorados y cabello platinado.
—Su alteza —se apresuró a saludar Jaskier, haciendo una reverencia.
—No odio a los bardos —sintió la necesidad de aclarar, pues el nerviosismo del joven también la estaba contagiando más de lo deseado —. Bienvenidos a Mercibova —habló con una tensa y cortés sonrisa.
Si lo tuviera permitido, Margery habría dejado escapar una risa al ver la expresión, llena de traición, de Jaskier. Aunque la conversación no trataba de un tema agradable para ella, la situación que se le acababa de presentar era divertida y aligeraba sus pesados hombros.
—Si me disculpa, su majestad —volvió a hablar el castaño —, debo hacer unas cosas devuelta a Lyriton, el pueblo.
La princesa solo asintió con la cabeza y se despidió del bardo con la misma energía contenida. Ni un gesto de más, ni un gesto menos. Ser parte de la realiza se trataba más que todo de salvar energía y no mostrar más allá de lo que se deseaba o fuera obligatorio y ella, lastimosamente o no, era experta en ello.
En cuanto Jaskier se hubo alejado, sus ojos claro se posaron sobre los del brujo, quien ya la estaba observando desde hacía varios segundos. A pesar de la inalterable expresión que portaba el rostro femenino, el pulso de la princesa pareció dispararse entre más tiempo se quedaba viendo los intensos ojos del hombre. Incómoda, ante las sensaciones inesperadas y no tan bienvenidas en su interior, desvió sus ojos hacia los caballos del establo.
—Así que eso es lo que piensan de mí —habló Margery con suavidad.
Al instante apretó los labios. Acababa de lanzarse a la boca del lobo, no solo demostrando que había estado espiando la conversación, sino que le importaba más de lo necesario.
—Hmm... —contestó el brujo devuelta, mientras ingresaba, pasando a un lado de Margery, quien no dudo de pegar un salto fuera del camino del hombre.
No estaba segura de su estaba viendo bien, o si la luz jugaba con los reflejos en esos momentos, pero juró haber visto una expresión incómoda y molesta por parte del brujo, gracias a la actitud y acción de la pelirroja.
La princesa prefirió observar los otros caballos, ignorando lo que podría haber sido un espejismo y se dio cuenta de que el hombre se acercaba justo al caballo que ella había comenzado a dibujar minutos antes.
—Supongo que ha sido un tiempo desde la última vez que vieron a su princesa —habló, haciendo que los ojos de la princesa volvieran a su figura.
—No tengo permitido salir de las zonas del palacio.
Apenas dijo esas palabras, el hombre volteó a verla de reojo, luciendo casi sorprendido, pero confundido, más que todo.
»Por la seguridad de los demás —explicó, tomando entre sus manos, sus implementos artísticos del suelo.
—Es un ser humano como cualquier otro —habló con voz profunda, tomando a Margery desprevenida —, debería ser tratada como tal.
—¿No como el temible monstruo del que tanto hablan? —Cuestionó, queriendo hacer broma de sus palabras, pero sabía que había fallado en el intento.
El hombre de cabellos grises se volvió a observarla, ladeando la cabeza y paseando sus ojos sobre la femenina figura. Aquello provocó que un leve sonrojo pintara las mejillas de la princesa y evitara los orbes ajenos.
—He visto demasiados monstruos, princesa —dijo, haciendo que Margery llevara sus ojos devuelta a los del hombre —. Ninguno tan educado y recolectado. No tiene nada en común con esas bestias —aseguró.
Por un momento creyó que le faltaba el aire, así que el momento de inhalar, fue bastante notorio en ella. Sintió una suave calidez envolver su cuerpo, junto a una extraña conformidad y aceptación ante las palabras del brujo y lanzó una mirada de agradecimiento en su dirección. Sabiendo que no tenía nada más que hacer y que, no podría seguir con el retrato del animal que pertenecía al hombre de dorados ojos, inclinó la cabeza y movió su cabello hacia atrás, no queriendo que las hebras rojizas molestaran su rostro. Al momento de hacer aquella última acción, fue como si su fragancia química y natural se disparara y llegara de repente al hombre, quien tomo una brusca bocanada de aire que contuvo, pero que luego dejó salir en un suave e imperceptible suspiro.
—Han sido unas palabras verdaderamente amables, señor brujo-
Le interrumpe: —Geralt —se presentó —. Geralt de Rivia.
Margery se detuvo por un segundo, pero luego resumió sus acciones, que era ponerse los guantes en sus manos, antes de partir nuevamente en dirección al castillo.
—Ha sido una agradable compañía, Geralt.
Y dicho eso, la princesa se retiró de los establos, sintiendo que el corazón parecía querer salírsele del pecho, sin razón aparente, más que una sencilla e imprevista conversación con quien podría salvarla de un desgraciado destino.
¿Qué tal las ha parecido el capítulo? Yo cada vez más enamorada de Tom y apenas es el segundo capítulo jajajaja también de Jaskier y Geralt. Can't help it ^^
¿Qué piensan de la interacción de la princesa con Geralt? Déjenme saber qué se les ha pasado por las cabezas xdd
Por cierto, ¿algún alma caritativa quisiera hacerle un banner a la historia? La siento muy triste sin un ship gif en banner como en las demás que tengo. La agradecería esta vida y la otra *-*
No olviden votar y comentar si les ha gustado el capítulo.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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