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I

"La mariposa
recordará por siempre
que fue gusano."
—Mario Benedetti.














                    La primera vez que la maldición se manifestó en la joven princesa de Mercibova, fue cuando un niño murió.

Había sido un roce inocente que podría haberse pasado por alto, incluso haberse ignorado. Pero aquel no fue el caso, pues el tacto fue letal resultando en la muerte del hijo de uno de los duques, quien solía visitar el palacio durante la primavera, siendo el primo del rey, quizá el más cercano hasta ese entonces.

Margery de Mercibova se encontraba en el jardín junto a su hermano mayor y el hijo del duque. Solo un grupo de niños jugando al aire libre, cosa que no era extraña, pues aquellos tres compartían una tierna amistad que se consolidaba cada vez que se podían reunir; cada año, en la estación más bonita.

En un momento dado, una simple manzana cayó a pies de los tres niños. La princesa, siendo la más pequeña del trío, fue emocionada a tomar la deliciosa fruta en sus manos y no dudó en ofrecérsela a su amigo; un gesto de amistad y cariño. El niño recibió dicha manzana con gusto y no perdió el tiempo para darle un gran mordisco al alimento.

No pasó más de un minuto cuando el pequeño niño que acababa de probar la fruta, comenzó a ahogarse y su piel comenzó a adquirir tonos grisáceos y morados. El príncipe, alarmado, salió corriendo hacia el interior del castillo en busca de ayuda mientras que la joven princesa se quedó mirando horrorizada la imagen de su amigo, muriéndose enfrente de ella, ahogado en un veneno invisible sobre el cual no tenía conocimiento que existía. No sabía si había sido la fruta o si alguien más lo habría envenenado por alguna razón imperdonable, pero sin importar qué era exactamente lo que estaría provocando aquel injusto sufrimiento, era sin duda culpa de ella.

Cuando el niño cayó sobre el césped sin indicios de volver a levantarse, Margery lanzó un tremendo grito que terminó alertando al resto de personas que rondaban cerca de los jardines.

Aquello ocurrió cuando la princesa tenía tan solo ocho años de edad. Un alma joven acababa de ser cubierta injustamente por el manto de la muerte, sin tener opción de podérselo quitar. Entonces la familia real de Mercibova comprendió que el destino de la pequeña estaba sellado bajo una maldición de la que no era partícipe, pero que ahora tendría que sufrir las consecuencias.

Palabras sobre la manifestación de la Maldición del Naranjo Seco llegaron hasta todos los pueblos y villas, incluso hasta las más lejanas y las que eran las fronteras con otros reinos adyacentes. De entre tantas historias, cuentos para niños y rumores, nacieron los malos comentarios, el disgusto y leyendas. Muy poca gente conocía los rostros de la familia real, algunos incluso desconocían la tierna edad de su princesa, por lo tanto, numerosos nombres fueron creados para dirigirse a la que pronto sería reina.

Cierta pesadumbre cayó sobre la nación al tener presente la incertidumbre de su futuro. Sin una princesa que poder casar para formar alianzas y fortalecerse, la imagen de un reino débil llegaba a todos los demás, los cuales tenían la suerte de no padecer la misma desgracia. Mercibova pasó varios años en guerra, luchando por sus tierras, costumbres y valor, pero entre tanto caos, la debilidad se hacía sentir entre las calles, junto a la pobreza y la gente desesperanzada.

Habían pasado décadas desde la última vez que la mancha de la magia negra hacía su aparición en la familia real, trayendo, durante un agradable periodo de tiempo al reino, una falsa tranquilidad que se quebró cual cristal, en el momento en el que la princesa, sin querer, tomó una vida en sus manos.

Margery recordaba ese día la perfección. Todos los detalles, la fecha, el clima, los olores; todo lo recordaba demasiado bien para su propio gusto. Nunca se imaginó todas las consecuencias que aquello le traería en su joven vida, tampoco se imaginó los sacrificios y la crueldad que el miedo podía plantar en el corazón de las personas. Todo eso con un precio que pagar y del que todavía no era consciente.

Incluso tenía presente en sus memorias el día después de la tragedia, horas antes de la partida del duque del castillo, la decisión que sus padres, los reyes, habían tomado ante la situación presentada.

—Creemos que es mejor que te quedes confinada dentro del castillo —le habían dicho a una Margery de ocho años, asustada y confundida por no entender en su totalidad qué era lo que sucedía en ella.

—Madre, eso no es justo —intervino el príncipe Pierstom, con una mueca de súplica en su rostro.

Sin embargo, la mirada que fue mandada en dirección al niño por parte del rey lo calló de inmediato y el joven se enderezó en su puesto para luego agachar la mirada. En realidad no le quedaba de otra más que ceder ante las palabras de sus superiores.

—Tendrás que seguir nuestras órdenes o te quedarás en la Torre Norte —le advirtieron a la niña.

Aquella última información no les sentó para nada bien al príncipe y a la princesa, quienes se miraron alarmados entre sí. Era claro que conocían la Torre Norte, uno de los lugares menos concurridos del palacio, también el más sombrío y abandonado.
Pierstom había estado listo para volver a protestar, pero en cuanto miró los ojos claros de su hermanita, los cuales lo observaban con una silenciosa petición, volvió a callar y la acompañó, a una distancia prudente, hacia su habitación correspondiente.

En ese entonces, Margery no había podido entender la gravedad de lo que acechaba su linaje o su sangre, pero en el momento en que lo hizo, acató todas y cada una de las órdenes que le eran dirigidas por parte de los reyes. Comprendía lo peligrosa que era ella misma para los demás y no había podido evitar odiarse cada día, añorando otra realidad, producto de un joven corazón sediento de una aventura diferente, esperando a que su vida diera un cambio, justo como en esos cuentos de princesas que sus nanas solían contarle; todo antes de la maldición y que le fuera prohibido acercarse a las personas.

Margery se limitó a vivir la vida que le fue dada, en solitario, por miedo a volver a cometer alguna atrocidad. Sin bien sabía que no era su culpa, todas las muertes que cayeran a sus manos, siempre lo serían, como la del hijo del duque; un hecho que dejó marcada toda una infancia y toda una vida.

Todo estaba yendo relativamente bien, viviendo al margen de las reglas y por los andenes seguros de la vida, cuando una mañana como cualquier otra, su hermano mayor tocó a su puerta.
Habían pasado ya tres años desde que supo que La Maldición del Naranjo Seco corría por sus propias venas. Margery era su propio recordatorio de que la muerte acechaba su piel y la vida de todo aquel que la rozara. Tanto miedo y perplejidad opacaron por completo una flor que todavía no había tenido la oportunidad de florecer, transformando a una princesa en una jovencita insegura, característica que tendría que eliminar lo más pronto posible si deseaba sobrevivir La Corte, la cual era un campo despiadado con cualquier persona que se atreviera a pisarlo.

Pero todavía era una niña, así que aún le quedaba camino por recorrer y conocerse.

La princesa, apenas escuchó los golpes característicos sobre la puerta de roble, supo de inmediato quién la esperaba al otro lado. Se levantó con rapidez de su cama y no tardó en revestir sus manos con unos delicados guantes de satín, que llegaban hasta un poco más arriba de sus codos, perfectamente hechos a su medida. Al momento de abrir las puertas pintadas de un agradable beige con ornamentaciones en oro, encontró a Pierstom agitado, con una gran sonrisa y los ojos brillantes.

—¿Qué sucede, Tom? —Preguntó Margery, frunciendo el ceño confundida.

Notó que su hermano no llevaba la ropa que le era obligación vestir todos los días, en cambio, las prendas que portaba no darían a conocer su estatus real si alguien lo viese caminar por las calles del pueblo. Aquello extrañó mucho más a la princesa, pero creía estar lista para escuchar alguna nueva ocurrencia del príncipe.

—¡Tienes que venir a ver esto! —Exclamó Pierstom, agarrando la mano de la princesa de repente.

—¡Ten más cuidado! —Chilló ella alarmada. No estaba acostumbrada a los toques espontáneos, siempre con el miedo trepando por su espalda de que alguna clase de accidente ocurriera. Nunca sería capaz de perdonarse a sí misma si algo le llegaba a suceder a su hermano por su culpa.

Los jóvenes corrieron por los pasillos, sin importar tropezar con algún sirviente o guardia que rondaba por los lugares, pues no había que decir o hacer nada, ya que al ver a la princesa de largos cabellos rojizos alrededor, las demás personas no dudaban en mantener cierta distancia.

Tom condujo a su hermana menor a través de los laberínticos pasillos del palacio, en los cuales siempre se respiraba la elegancia y riqueza que habitaba dentro de esos muros. Los colores de la familia real nunca se hacían esperar y el alfombrado suelo amortiguaba el ruido de los pasos de los niños, quienes estaban haciendo un camino hacia la biblioteca.

Cuando cruzaron las puertas del espacio, Margery hizo una mueca de disgusto.

—Hoy no tengo que venir a las clases con mi tutor, Tom —se quejó la princesa, soltándose del agarre de su hermano con cuidado.

—No es para eso, Mary —negó Tom sin perder el tono de emoción en su voz —. Te tengo una sorpresa.

Inevitablemente, le rostro aniñado de la princesa se iluminó en una gran sonrisa, ansiosa esperando a ver el regalo que su hermano mayor tenía preparado para ella. El príncipe le hizo una seña para que lo siguiera y juntos se adentraron entre las torres de libros que acompañaban el lugar. La biblioteca siempre cargaba un aire cerrado y olor a viejo, gracias a todos los libros que se guardaban en el lugar, a pesar de ser bastante amplio. La luz del día se filtraba por unas ventanas que se encontraban en los lugares más lejanos del suelo, por encima de los estantes que contenían los libros organizados.

Llegó un momento en el que Pierstom se detuvo y después se volvió hacia su hermana y extendió los brazos a sus lados.

—¡Aquí es!

Margery lo miró algo perdida. Seguían en el mismo lugar, rodeados de los mismos libros, aunque en medio de esa pequeña sala no había una larga y elegante mesa donde ella se tendría que sentar a escuchar sus lecciones, de hecho había una mesa, pero esta era mucho más pequeña, de piedra y redonda, sobre la cual descansaban elementos artísticos de todo tipo. Pergaminos, tinta y carbón.

»Sé lo mucho que te gusta ponerte a trazar la tierra con tus manos, haciendo figuras y pequeños dibujos —comenzó a explicar —. Quería que lo hicieras y lo conservaras. Que todo lo que tus dedos toquen y pinten no sea efímero y te sientas segura de hacerlo.

Para la princesa fue inevitable no echarse a llorar apenas escuchó aquellas suaves y amables palabras de su mejor amigo. Contuvo el repentino impulso de lanzarse a sus brazos y estrecharlo, por lo que tuvo que limitarse a solo tomar entre sus manos, revestidas en tela, las del príncipe, mientras lágrimas de agradecimiento se deslizaban por sus tiernas mejillas sonrosadas.

Entonces el dibujo, incluso la lectura, se convirtieron en el mundo que Margery tanto deseaba tocar. La hacían sumergirse entre colores y palabras, adentrarse a una vida diferente, vivir una distinta, pero no era una real. Agradecía desde el fondo de su corazón el increíble detalle que Pierstom tuvo para ella, que no solo le abrió las puertas a un nuevo universo, sino que le demostró que podía tener algo que en verdad le perteneciera y que no perecería en sus manos. Un lugar en el cual sentirse cómoda y protegida sin los susurros de La Corte o sus deberes como princesa, un espacio donde encontrarse y reconocerse a sí misma.

Todo seguía el curso que se le había impuesto, sin ningún otro accidente o muerte a manos de la princesa, algo que traía una ligereza en el ambiente y que había contentado a los reyes, pero sobre todo a Margery. Todavía era una niña y vivir en soledad era lo último que deseaba, por eso estaba tan agradecida por la constante compañía de su hermano, el cual sabía a la perfección cuando estar y cuando no. Sabía que si su hermana menor se encerraba en la biblioteca, era mejor no interrumpir ni aprovecharse de su tranquilidad, aunque Pierstom en realidad prefería que ella no se encerrara tanto.

A pesar de que no tenía oportunidad de dejar la protección que proporcionaba el techo del castillo, este seguía siendo un territorio bastante amplio y complejo para entretener a una niña de once años.

No fue hasta que se comenzó a relacionar con los hijos de algunas de las sirvientas que llamó la atención de los mayores. La preocupación era obvia, pero no innecesaria, pues la princesa la comprendía y respetaba, sin embargo al tener la oportunidad de entablar una nueva amistad, llenaba su ser de una agradable energía que no podía esperar a explorar. Pero como todo lo que va bien siempre debe tener un final triste, este no sucedió hasta que una tarde, la princesa tropezó entre juegos y cayó sobre la piedra del suelo, raspándose en el proceso y uno de sus guantes quedando totalmente arruinado.

Cuando uno de sus nuevos amiguitos fue a socorrerla, solo necesitó rozar su piel en la parte equivocada para morir al instante. El niño cayó muerto de inmediato, su cuerpo sin vida siendo una tétrica decoración sobre un suelo gris y deprimente; el grito que brotó de los labios de la princesa pareció casi inhumano.

Entonces la encerraron en la Torre Norte.

No importaron las súplicas de Pierstom, mucho menos las de la misma Margery, pues la decisión ya se había hecho y las consecuencias injustas se tenían que pagar. Ahí fue cuando el verdadero aislamiento se hizo presente en la vida de la princesa de Mercibova, marcándola como un constante recuerdo de que no todos los monstruos caminaban en los bosques por las noches.

Pasaron los años y la princesa de Mercibova creció y maduró hasta convertirse en una hermosa joven, de cabellos largos y rojizos, ojos claros y amables, porte firme y elegante. Aunque su corazón y su mirada siguieran siendo gentiles, había aprendido a ejercer su papel como alguien de la realeza cuando debía, a ser amistosa y graciosa en quienes confiaba y consideraba amigos cercanos, a nunca agachar la mirada cuando a sus oídos llegaban los comentarios sobre su maldición y la mancha que representaba para el reino.

Tal vez no bajaba la vista y la respiración no se le cortaba el escuchar rumores de sí misma, pero eso no quería decir que no quemara su interior en vergüenza y desesperanza, ante la imagen que era proyectada de ella.

Aunque ahora fuera una mujer joven y hermosa, siempre recordaría que su alma y su sangre estaban hechas para pudrirse muy pronto, quisiera o no. De la misma manera en que había comprendido la monstruosidad en la Torre Norte, entendió a su vez que no toda criatura malvada debía ser desagradable para hacer algo abominable.

—Su alteza —la llamó Sarai, su sirvienta personal, a la cual consideraba una amiga cercana —. Sus padres desean verla en el salón del trono, lo más pronto posible.

Margery asintió y se levantó de su silla. Limpió sus manos manchadas de tinta y carbón con un pañuelo y luego se puso sus infaltable guantes. Estos solo llevaban un poco más arriba de su muñeca, pues gracias a las mangas largas del vestido que llevaba puesto no era necesario llevar unos más largos.

Acompañada de Sarai, salió de la biblioteca e hizo su camino hacia el salón en el que la esperaban sus padres. Varios sirvientes que andaban cerca se inclinaron en reconocimiento de su presencia y Margery solo les dedicó una inclinación de cabeza en cortesía. Cuando estuvo antes las más grandes puertas que daban entrada al trono, los guardias que las custodiaban las abrieron ante ella para permitirle el paso, luego de haberse inclinado ante la princesa.

Margery caminó con precisión sobre la alfombra vino tinto de cubría las brillantes baldosas del elegante salón, donde se solían organizar fiestas y reuniones. Sus progenitores no estaban sentados sobre sus elegantes tronos, sino que estaban de pie ante ellos, hablando con voces parejas con la actual maga de la corte, Blanche. Apenas los presentes se percataron de que la princesa ya había llegado, tomaron distancia y esperaron a que la joven estuviera lo más cerca que le era permitido, unos quince o diez pasos.

La princesa, conociendo aquella distancia segura como la palma de sus manos, se detuvo exactamente en el lugar de siempre e hizo una reverencia para saludar a los reyes de Mercibova.

—Qué bueno que has podido agraciarnos con tu presencia, querida —saludó la reina con una media sonrisa y el mentón el alto.

Margery asintió y espero a que los reyes volvieran a hablar.

—Has estado demasiado tiempo encerrada en la biblioteca, olvidando tus deberes como parte de la realeza —su padre fue el primero en lanzar la primera reprimenda del día.

Un gesto tenso apareció en el rostro de la princesa, pero fue lo suficientemente rápida como para reemplazarlo por uno más sumiso y obediente: lo que era esperado de ella.

—Sus majestades, entiendo su preocupación, pero espero comprendan a su vez que es complicado hacerlo cuando las personas huyen de mi presencia.

—No digas tonterías, Margery —interrumpió la reina Caitriona —. Las personas sabrán mantener su distancia.

—Es muy forzado —admitió a media voz, desviando la mirada de los ojos críticos de sus padres.

—Su incomodidad no es tu problema —terminó el rey y dicho eso, agarró la mano de su esposa con las suyas propias —. Te hemos llamado porque debes saber lo siguiente: tenemos un nuevo invitado a La Corte.

Margery observó el gesto tan sencillo que su padre tuvo al agarrar la mano de su reina. Detalló a esa distancia la manera en que sus pieles se rozaban y nada sucedía, solo un movimiento en sintonía del cual parecían no saber ni apreciar lo verdaderamente afortunados que eran, al poder hacer eso. No importaba cuantas veces Margery se limitara a solo mirar el mundo por una invisible ventana ante sus ojos, siempre envidiaría los pequeños placeres humanos de los que ella estaba privada.

Se obligó a empujar esos pensamientos al fondo de su mente y asintió hacia los reyes, en un gesto silencioso para que continuasen, pero para su sorpresa, la maga fue la que habló.

—Como sabrá, su alteza —comenzó Blanche —, el Bosque de Las Sombras está siendo consumido y acechado por diferentes criaturas, las cuales amenazan con la estabilidad del pueblo. He aconsejado que un brujo sería el cazador perfecto para eliminar aquel mal.

—¿Un brujo? —Preguntó impresionada. Había escuchado sobre ellos, pero jamás había conocido alguno, así que tener uno entre los muros del palacio se le hacía demasiado surreal en esos momentos.

—Sabes la importancia de ese bosque para la familia, Margery —le recordó Caitriona, pero a la princesa no podía importarle menos el lugar en el que sería enterrada cuando muriera, lejos de su familia y su derecho de sangre azul.

—También creemos que en esas criaturas, natales de esa zona, podrían ser la clave para romper la maldición —completó la maga.

Aquellas palabras llevaron una corriente extraña a través del cuerpo de la princesa. La esperanza era una sensación dulces, bastante refrescante, pero la realidad era dura y amarga, algo con lo que no se debía luchar en contra; ella lo había intentado y todas las veces había perdido. No estaba segura si sería capaz de permitirse sentir aquella ilusión de que quizás, tendría una oportunidad diferente.

A pesar de que los reyes habían esperado una reacción diferente por parte de su hija, tampoco se sorprendieron cuando esta sólo se excusó y se retiró en silencio del salón del trono. Comprendía y compadecían la vida arruinada de su única hija, pero no tenían derecho de verse derrotados ni desganados.

Cuando las puertas del salón se cerraron tras la princesa, el rey Eliastor volteó a ver al brujo, el cual siempre estuvo presente durante la conversación.

El hombre de cabellos plateados estaba a un lado de una de las columnas de mármol, las cuales enmarcaban el pasillo al trono, pero las sombras hacían un perfecto juego con su vestimenta, ayudándole a pasar casi desapercibido.

—Espero que tenga razón en esto y sea en verdad tan bueno como se ha escuchado. No querrá conocer las consecuencias, Geralt de Rivia —sentenció con voz dura y ceño fruncido.











Y aquí le doy rienda suelta a este nuevo fanfic *-*
¿Qué tal les ha parecido?
Admito que fue más largo de lo esperado y creo que así va a ser la dinámica, pero si les molesta eso, no duden en hacérmelo saber (:

My heart goes out for the princess :( la quiero abrazar, en verdad. Le ha tocado vivir de todo en ese lugar
Aunque Geralt ya haya aparecido, les aclaro que el romance va a ser leeeeeento, dadas las situaciones xddd y para las personas que me leen en las otras historias, lo comprenderán mucho más jajaja.

También quiero aprovechar esta nota para recordar que esta historia no sigue la línea de los libros, juegos o serie, es un universo completamente alternativo, creación mía, así que me reservo todos los derechos.

Mil gracias por todo el apoyo, leídos y votos.

¡Feliz lectura!














a-andromeda

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