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18៹ ،، LEGACY

    Avy no perdió tiempo tras regresar de La Push. La conversación con Narah seguía resonando en su mente, como un martillo constante que no podía ignorar. "La partera de su tatarabuelo." Era un detalle tan peculiar, tan específico, que no podía ser pasado por alto. Si existían escritos sobre esta vampira, entonces estaban en su familia. Eso significaba una sola cosa: su abuelo.

El corazón de Avy se aceleró mientras conducía hacia la pequeña y antigua casa de su abuelo en las afueras de Forks. Había algo en el aire esa noche, un peso que la hacía sentir observada, incluso en la soledad del bosque que rodeaba el camino. Acercarse a la casa de su abuelo, recorrer esas calles solo le hacían revivir lo que había pasado con su tía, la cual no sabía donde estaba, siempre pasaba al pendiente de la seguridad de su abuelo, y para ello, había logrado contratar a los mejores cazavampiros, dos hombres parte de la familia Fangs.

La casa de su abuelo era una reliquia de otra época, con su fachada de madera gastada y una chimenea que siempre despedía un tenue aroma a leña quemada. Avy estacionó el auto y se quedó un momento observando las luces cálidas que se filtraban por las cortinas. Este lugar siempre había sido un refugio para ella, pero ahora lo veía de una forma distinta: como un posible guardián de los secretos que necesitaba.

El abuelo, un hombre de ojos vivaces a pesar de su avanzada edad, la recibió con una sonrisa.

—Avy, querida, ¿qué te trae por aquí tan tarde?

Ella se abrazó a sí misma, como si intentara protegerse del frío que se colaba por las rendijas de la puerta.

—Necesito tu ayuda, abuelo. Es algo... extraño, pero creo que tiene que ver con nuestra familia.

Él frunció el ceño, pero asintió lentamente, invitándola a sentarse junto al fuego. Avy se sentó en el viejo sofá de terciopelo, mientras el abuelo tomaba su lugar en una silla junto a ella.

—¿Qué es lo que buscas? —preguntó, su voz grave pero llena de curiosidad.

—Narah Clearwater me habló de escritos... algo sobre una partera en nuestra familia, de la época de tu abuelo. Me dijo que podría haber algo que explique... ciertas cosas.

El abuelo guardó silencio por un momento, sus ojos fijándose en el fuego. Luego, como si algo en su memoria hubiera hecho clic, se puso de pie con una agilidad sorprendente para su edad.

—Esos escritos... sí existen, estarían en el baúl dorado en el sótano.

Avy lo miró con incredulidad.

—¿En el sótano? ¿Por qué nunca me hablaste de esto antes?

El abuelo se encogió de hombros, sus manos temblorosas recogiendo una linterna de la mesa.

—Nunca pensé que fuera importante. Ese baúl ha estado ahí desde que tengo memoria, pero nadie lo ha abierto en décadas.

El abuelo la guió hacia la puerta del sótano, que crujió ominosamente cuando la abrió. Un aire frío y viciado los recibió, junto con el leve olor a humedad y tierra vieja. Avy tragó saliva mientras encendía la linterna.

Los escalones de madera gemían bajo su peso mientras descendía. El sótano era un caos de cajas apiladas, herramientas oxidadas y muebles cubiertos de polvo. Pero allí, al fondo, casi escondido entre montones de trastos viejos, estaba el baúl dorado.

Las iniciales "R.C." estaban grabadas en la tapa con un diseño elegante pero desgastado por el tiempo. Avy se arrodilló frente a él, sintiendo un extraño nerviosismo mientras sus dedos rozaban el metal frío.

—¿R.C.? —murmuró, más para sí misma que para su abuelo.

—Renata Claremont-Caufield—respondió él desde las escaleras—. La partera de nuestro linaje.

Avy no respondió, su mente demasiado ocupada en procesar lo que estaba a punto de hacer. Levantó el pestillo, que se resistió antes de ceder con un chirrido metálico. La tapa se abrió lentamente, revelando un montón de papeles amarillentos y pergaminos enrollados, cubiertos de polvo y casi deshaciéndose al tacto.

Con manos temblorosas, Avy levantó el primer pergamino. La escritura era antigua, con tinta negra que había comenzado a desvanecerse. Se inclinó hacia la luz de la linterna, leyendo las palabras en voz baja:

"La hija del alba y el crepúsculo será la llave para cerrar el ciclo. Su sangre es el equilibrio, su destino escrito en los huesos del mundo."

Avy sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras eran enigmáticas, pero había algo en ellas que le resultaba inquietantemente familiar. Siguió leyendo, pasando de un escrito a otro.

"La luna la guiará, pero la sombra siempre la perseguirá. Sólo cuando enfrente al lobo y al león conocerá su verdad."

"El fuego en su interior no es una maldición, sino la chispa que encenderá un nuevo amanecer. Pero cada llama tiene un precio."

Cada línea parecía más confusa que la anterior, pero juntas comenzaban a formar un mosaico que Avy no podía ignorar. Había algo en esos escritos que resonaba con su propia vida, con las decisiones que había tomado y las que aún debía tomar.

Finalmente, encontró un pequeño cuaderno, sus páginas desgastadas pero aún legibles. La portada tenía un símbolo grabado: un sol rodeado por un anillo de estrellas. Al abrirlo, Avy encontró algo que la dejó sin aliento.

"Albane."

Su propio nombre estaba escrito en la primera línea, seguido por un párrafo que parecía describirla con una precisión inquietante.

"La hija que nunca debía ser, cuyo corazón lleva tanto luz como oscuridad. Ella decidirá el destino de todos, para bien o para mal."

Avy cerró el cuaderno de golpe, su mente girando con preguntas sin respuesta. Miró al abuelo, que la observaba desde la distancia con una expresión neutral.

—¿Sabías algo de esto? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Él negó con la cabeza lentamente.

—Nunca lo leí. Siempre pensé que eran cuentos viejos, historias de tiempos pasados.

Pero Avy sabía que no eran sólo cuentos. Había algo en esos escritos que conectaba directamente con ella, con su vida, con todo lo que estaba enfrentando ahora.

Tomó el cuaderno y algunos de los pergaminos más legibles, guardándolos cuidadosamente en una mochila. Su respiración era tan fuerte que el señor a su lado se empezaba a preocupar, podía sentir su corazón en la garganta, en su cabeza, el temblor que iba desde la punta de sus pies hasta cada uno de sus cabellos.

—Gracias, abuelo —dijo, su voz firme—. Pero ahora tengo que irme.

Sin esperar una respuesta, salió del sótano y de la casa, su corazón latiendo con fuerza mientras se dirigía al auto. Había muchas preguntas en su mente, pero una cosa era segura: estaba más cerca de descubrir la verdad.

Y aunque el camino por delante parecía más incierto que nunca, Avy sabía que no estaba dispuesta a retroceder.

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