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☆ Capítulo Único ☆

—¡Eres un idiota, Obito! —repitió la castaña por cuarta vez, mientras vendaba la mano herida del chico de cabello rebelde y mirada ingenua—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no pelees con Kakashi?

El Uchiha, algo avergonzado por el reclamo, ya que su amiga tenía razón y ésta  no era la primera vez que se lo decía, sólo atinó a rehuirle la mirada.

Rin lo miró un momento, antes de lanzar un suspiro con desdén. De verdad que ese chico era un completo idiota. Mejor dicho, ambos, el de cabello platinado y él, eran unos idiotas sin remedio.

—Bueno, ya vendé tú mano pero, por lo que he podido ver, lo demás si que necesita de especial y más cuidadosa atención. —acomodó un mechón de cabello castaño detrás de su oreja derecha—. Así que, por favor, quédate quieto por un momento —ordenó—. Iré por el botiquín —finalizó, para luego incorporarse de su lugar en el sofá y alejarse de él.

Caminó en dirección al baño, dejando al chico sentado en el cómodo mueble de aquella reducida, pero acogedora y agradable, sala de estar.

Al quedarse solo, el chico pudo sentir que todo el lugar olía a ella. Toda la estancia albergaba la esencia de aquella hermosa castaña. Con el corazón latiéndole fuertemente, el chico pensó que no podía estarle ocurriendo algo mejor que aquello. Porque, realmente...

¡Estaba a solas con Rin! ¡En su casa! ¡En la morada de la chica! ¡Ellos dos! ¡Solos!

Y todo por culpa de Kakashi, quien justamente ese día, ése preciso día, quiso pelear hasta casi llegar a las últimas consecuencias.

¿Lo más gracioso de todo? Que no quiso ir con él para casa de Rin.

Una vez que ambos ya no pudieron más y se vieron obligados a detener su explosivo combate, el chico de cabello platinado no quiso acompañarlo a casa de la mejor amiga de los dos y, con firmeza, decidió e informó que iría a curar sus propias heridas a otra parte.

Éso si que había sido una sorpresa, pero, a Obito, simplemente, ésta decisión le importó un pepino. Sin pensarlo demasiado, y con la poca energía que le quedaba, corrió al domicilio de ella.

En ningún momento entendió o siquiera sospechó, que, tal vez, Kakashi quería colaborar con él; que quizás había visto el acercamiento que se había estado produciendo entre sus dos amigos y que darles una oportunidad de poder estar completamente solos; aunque fuera en ése estado, todo golpeado, maltratado y magullado; era su verdadera intención.

Vaya que si eran amigos, tal vez un poco violentos, un tanto disparejos y sin casi nada que los acercara en lo que a personalidades se refería, pero, si que eran amigos al fin. Y, de hecho, eran mejores amigos.

Mientras tanto, Rin se ocupaba de buscar el dichoso botiquín. Tomando la caja que se hallaba repleta con todo tipo de materiales de primeros auxilios, la chica reflexionaba un poco.

Kakashi y Obito solían tener, desde que eran pequeños, muchos combates entre ellos para practicar, probar o demostrar sus habilidades en artes marciales.

A pesar de que ambos se referían a éstos cómo "inofensivas peleas amistosas", lo cierto era que la mayoría de las veces ambos acababan muy heridos, golpeados, magullados y, en el peor de los casos, listos para ser hospitalizados.

Mientras pensaba en todo ésto, la hermosa chica de cabello castaño, el cuál era corto y bien cuidado, regresó a la sala portando una caja de buen tamaño entre sus manos. Era blanca, enorme, estaba hecha de metal y portaba algunos dibujos de pequeñas cruces rojas encima de ella.

Tomó asiento junto a Obito y destapó la caja valiéndose de una pequeña llave para liberar la cerradura. En su interior, cuidadosamente guardado y ordenado, estaba el equipo requerido para dar primeros auxilios y poder atender heridas de la forma más aséptica y eficiente posible.

Era el momento de ponerse manos a la obra.

—¡Ouch! —se quejó Obito al sentir el contacto del algodón humedecido con alcohol que Rin, con la habilidad de un experto, frotaba en una de sus mejillas.

—No llores —su seria mirada denotaba la más profunda concentración—. Es necesario que aguantes, o no te podré atender correctamente.

—Si, si. Cómo digas... ¡Ay! —Volvió a quejarse sin poder evitarlo.

Rin era una de las que siempre se quejaba de éste tipo de encuentros entre los amigos. Alegaba que ellos dos, Kakashi y Obito, eran amigos y que no deberían estar en esa constante pelea debido a que, y esperaba que nunca ocurriera, ambos podrían acabar haciéndose un grave e irreparable daño en sus cuerpos.

Debido a que ese par se encontraban en el mismo club de artes marciales de la Universidad, ésto combates eran algo que no podían llegar a considerarse como inevitables. Debían ocurrir sí o sí.

—¡Auch! —Gimió al sentir el nuevo toque en su rostro por parte de la chica y su humedecida mota de algodón—. No me malinterpretes, pero ya estoy empezando a creer que lo haces a propósito.

Rin lo miró con mala cara, para después sonreír con algo de malicia. Ése tipo era un completo malagradecido, pero ya le haría entender que, si no estaba acostumbrado al dolor, entonces debía comportarse.

—¿Ah, sí? —inquirió ella frente a su opinión y, sin esperar más y luego de preguntar, Rin aumentó un poco más la presión en una de las zonas más amoratadas del rostro ajeno, consiguiendo que el chico casi saltara del dolor— ¡Que raro! ¡Creí que de tantas veces que te habían golpeado ya estarías acostumbrado a ésto! —la ironía en su voz era casi palpable.

—Jaja, muy graciosa, ¡ouch! ¡Oye!

—¡Lo siento! —sacó un poco la lengua, en señal de burla—. Éste sí no fué a propósito.

—Lo sabía... —bufó él con una lagrimita saliendo de su ojo derecho—. Y lo admites con tanta naturalidad —rodó los ojos—. No sabes cuánto duelen estas heridas.

—Oh, ¿duelen mucho? —preguntó con voz dulce.

—Bueno, si duelen bastante... —respondió él, cayendo en la trampa que ella había puesto.

—Aw, pobrecito... —habló ella con voz melosa, para después fruncir el ceño y mirarlo con reproche—. ¡Deberías haber pensado en eso antes de caerte a golpes con nuestro amigo! —casi le gritó ella, regañándolo.

Ante ésto, Obito pareció hundirse un poco en su asiento. A decir verdad, los constantes enfrentamientos entre Obito y Kakashi no ocurrían simplemente por querer medirse. Era algo más complejo.

Ellos no se peleaban porque quisieran ver que tan fuertes eran o porque quisieran demostrar algo. No, para nada. Sus peleas se debían más a razones del pasado.

Ambos eran amigos, y también rivales desde que tenían memoria. Por ende, sus riñas y peleas eran algo bastante común en ellos desde tiempos inmemoriales.

Kakashi siempre destacándose un poco más que Obito en distintas disciplinas y éste último siempre tratando de superarlo.

Así había nacido la rivalidad entre ellos, así se había conservado la amistad, así crecieron y así llegaron a la universidad. Ni siquiera cuando llegaron a ése nivel de estudios pudieron experimentar cambio alguno. De hecho, se podría decir que ahora estaban peor que antes.

—¡Pero juro que para la próxima no volveremos a quedar igualados! —exclamó el Uchiha, alzando su puño en alto, mientras sonreía—. ¡La próxima vez, yo...! ¡Ouch!

—¡Cállate de una vez, Obito! —ordenó la castaña con el ceño fruncido—. Acabas de salir de una pelea, ¿y ya estás pensando en otra? ¡Por eso es que ustedes nunca van a cambiar y seguirán siendo unos completos idiotas por toda la vida!

—Jeje, pero somos buenos idiotas —sonrió ampliamente—. Además, todo ésto te beneficia... —se rascó la cabeza—. Bueno, en parte...

—¿En qué me beneficia que ustedes dos siempre se estén rompiendo la cara? —interrumpió ella.

El pelinegro guardó silencio un momento y se dedicó a mirarla antes de responder:

—Eres estudiante de medicina, por lo tanto, el que nosotros salgamos heridos y siempre tengamos que recurrir a tí es bueno porque ésto incrementa tú experiencia...¿no?

Éstas palabras de su amigo fueron suficientes para inducir a la chica a meditarlas.

Si bien ella siempre estuvo en contra de éstos encuentros amistosos, no podía negar que el chico tenía razón. Al igual que esos dos, ella también era amiga de ése par-dispar desde que tenía uso de razón. Era la única chica de ése grupo de tres.

Para ella, ese pequeño "team", ésos dos chicos tan idiotas pero tan amables y buenos al mismo tiempo, constituían una verdadera familia para ella.

Desde pequeña pudo demostrar que tenía vocación para la medicina cuando, luego de que sus amigos se mataran a golpes, ella misma se encargaba de curar las heridas de ambos.

Atender las contusiones y moretones causados por su estúpidez no era algo nuevo para ella. Pero, éso no significaba que no se opondría a éstos encuentros ni que dejaría de preocuparse por ellos y las consecuencias de sus estúpidas peleas.

—Supongo que tienes razón... —concedió ella y luego colocó una bandita en una de sus mejillas—. Vamos, ahora necesito revisar un poco más. —puso su mejor mirada y actitud profesional—. Quítate la camisa.

Ante la orden, la mirada del chico cambió y una sonrisa gatuna asomó en sus labios.

—¿Quieres que me quite la camisa? —preguntó con voz maliciosa—. Vaya, vaya. Veo que buscas saciar tú curiosidad, ¿eh? Está bien, ya que tanto quieres ver el buen cuerpo que el gran Obito, con mucho esfuerzo y entrenamiento, ha conseguido forjar, pues, no tengo más remedio que hacerlo.

El rostro de Rin enrojeció al escuchar las palabras dichas por su amigo. Frunciendo el ceño y apretando la boca, la chica quiso decir algo.

—¡No...no es eso! ¡Sa-Sabes a qué me refiero! ¡No tienes por qué decir algo así!

—Claro, claro. Está bien, no es para que te pongas tan nerviosa. —rió bastante divertido—. Sólo bromeaba...por los momentos —le guiñó un ojo sin dejar de sonreír—. Está bien. Dejaré que tú me la quites.

Sin mediar palabra, Rin le propinó un fuerte golpe en uno de sus costados. Obito jadeó, sintiendo como el aire abandonaba sus pulmones. De no haber aguantado, aún estaría tosiendo por la contusión.

Rin sonrió con inusitada maldad. Debía hacerle entender, de alguna forma, que se estaba comportando cómo un completo imbécil. Aunque, debía admitirlo, no sólo le pegó para que se calmara. Si negaba que, más que sólo corregirlo, había disfrutado mucho el haberle dado aquel puñetazo, estaría diciendo una asquerosa mentira.

—¡Oh, lo siento! —exclamó ella, utilizando la mayor cantidad de sarcasmo posible—. ¿Ves que no soy para nada delicada a pesar de tus heridas? Bueno, supongo que tendrás que quitartela tú solito.

Ahora le tocaba a él mirarla mal.

—Muy graciosa —se acomodó un poco en su sitio y después comenzó a retirarse aquella prenda—. Está bien, tú ganas... Pero para la próxima, juro me vengaré.

—Uy, que miedo. —bromeó. Con disimulo, la joven intentó no perder detalle alguno y siguió, detalladamente, todos y cada uno de los movimientos del chico. Hasta que se hubo retirado la prenda por completo—. Ahora, no te muevas...

Mientras limpiaba un pequeño corte en el abdomen ajeno, Rin sintió la mirada del chico centrarse en ella. Un leve estremecimiento le recorrió la espalda cuando se dió cuenta de lo incómoda que se había vuelto la situación para ella.

No tenía que girarse y encararlo para saber que, en sus ojos oscuros y brillantes, podían notarse, cada vez más apreciables, unos pequeños y esporádicos destellos rojizos. Ésto era una clara señal de que por la mente del chico estaban pasando algunas "dudosas" intenciones.

Y ésto no era precisamente algo bueno.

La primera vez que Rin observó éste curioso comportamiento en los ojos del chico fue  cuando ambos tenían quince años.

Al principio fué algo leve, muy pequeño y casi imperceptible. Era como si los ojos de su amigo pasasen por una especie de transición, de una metamorfosis, de cambios.

Era algo bastante raro y curioso.

Éste fenómeno podía apreciarse con mayor claridad en su ojo derecho. Justo en el lugar dónde su iris, siempre de un inmaculado negro brillante, cambiaba de color hasta casi adoptar un color rojo intenso.

Pero, ¿cómo sabía que ésto se manifestaba sólo cuando el chico pensaba en cosas que no eran precisamente sanas? 

Simple, todo podía resumirse a una serie de pequeñas, y bastante graciosas además de curiosas, coincidencias.

Como por ejemplo, encontrar al chico, cuando tenían quince y ella lo buscaba para terminar una tarea, leyendo una revista de contenido para adultos.

La sorpresa y la vergüenza por la que tuvo que pasar el amable y algo tímido (al menos, para aquél momento) chico fué descomunal.

Cabe destacar que ésta fue la primera vez que Rin notó la extraña coloración en los ojos de Obito. Una vez pasada toda aquella conmoción, la joven notó que las iris ajenas abandonaban su rojo intenso y regresaban a la normalidad.

Con el tiempo, más situaciones cómo éstas (accidentales), siguieron suscitándose cada cierto tiempo, hasta que la llevaron a la conclusión de que aquél extraño fenómeno que se presentaba en los ojos de su amigo eran prueba más que suficiente para delatar que, sea lo que sea que pasara por su mente, no era nada bueno.

Y eso era lo que estaba pasando en éste mismo instante. Lo conocía tan bien, que ni siquiera tenía que encararlo y hurgar en su mirada para saber que ésta había adoptado ésa antinatural coloración.

—Obito... —llamó ella sin siquiera alzar la mirada de lo que hacía.

—¿Sí?

—¿Podrías dejar de mirarme de ésa forma? —sonrió para sí misma. De todas formas, el no podía mirarla ya que ella estaba muy concentrada colocando una venda—. Es que, me pones algo nerviosa...

—No quiero. —fue la simple respuesta de él.

Y Rin supo que, tal vez, no saldría tan fácil de ésa situación. Que habían cosas que, de algún modo u otro, debían ocurrir. Y, sin que ninguno de los fuera consciente de ésto, al menos, hasta el momento, la situación se presentaba extrañamente propicia. Incluso, en lo que a vestimenta se refiere, las cosas estaban algo dadas para ello.

Ésa tarde, después de llegar al departamento de la chica para buscar su ayuda, Obito había obviado, de forma inconsciente, algunas cosas con respecto a su amiga.

Quizás por los golpes, quizás por el dolor, el Uchiha no había reparado en la ligera, y algo delgada, blusa púrpura que ella portaba, ni tampoco en su corto y ajustado short negro y mucho menos en la linda diadema también oscura; y que hacía juego con el pantalón, que ella exhibía.

Y Rin, debido también a la preocupación por el estado en el que se encontraba el chico, tampoco le había dado mucha importancia a ciertas cosas.

Obito ya no estaba tan adolorido y magullado como al principio y Rin ya no se mostraba tan preocupada y exhaltada como cuando el joven llegó a su hogar. Estaban ya más que repuestos cada uno de sus propias distracciones. Debido a ésto, cada uno pudo notar lo "interesante" de la situación.

Ambos sentados en el sofá, muy cerca el uno del otro.

Ella vestida de ésa manera y el chico con el torso descubierto.

Ella tratando sus dolores, cosa para la cual la chica, obligatoriamente, debía tocarlo. Y Obito que no podía dejar de mirarla y detallarla bien con esos ojos que, en lugar de ser negros como siempre, habían adoptado ésa intensa y completamente fuera de lo común, coloración rojiza.

Sí, definitivamente se trataba de una situación bastante interesante.

Rin, quizás por el momento, quizás por la tensión del ambiente, o lo que sea, no pudo evitar fijar su mirada y observar detenidamente (tal como hiciera el chico con ella), el bien formado torso de su compañero.

Los bien definidos pectorales, el dilatado y endurecido abdomen y sus fuertes brazos. Al detallarlo con cuidado, y sin pensarlo, Rin pasó una mano por encima del abdomen ajeno, consiguiendo un pequeño gruñido por parte del chico como respuesta.

Nunca supo el motivo que desencadenó sus repentinas ganas de darle al joven aquella caricia. Tampoco era que se le preguntara mucho a sí misma. Pero, jamás le dió muchas vueltas y solía pensar que aquello pudo deberse a la calentura del momento.

Sólo sabía que, al escucharlo y darse cuenta de lo que acababa de hacer, retiró la mano rápidamente y continuó con lo que hacía. En ningún momento quiso levantar la cara y ver al chico. Sentía sus mejillas insoportablemente calientes y lo último que quería era enfrentar al pelinegro y tener que justificar sus recientes acciones.

Por su parte, Obito no estaba mejor que ella.

No podía dejar de mirarla con fijeza. Ésa chica se veía tan linda, tan hermosa... ¡Demonios! ¡Era tan bella...!

Sus ojos chocolate se veían brillantes y vivos, su cabello castaño se veía siempre corto y bien cuidado, esas marcas, moradas y rectangulares, que llevaba en el rostro desde el momento de su nacimiento, se apreciaban bastante lindas.

Su busto podía verse cubierto por el sujetador negro que era visible cada vez que la chica se inclinaba un poco para ver mejor algunas de sus magulladuras y su blusa se movía por éstas acciones.

Sus piernas, esbeltas y siempre visibles debido a su preferencia por utilizar prendas cortas, eran bastante tentadoras.

¿Y su piel? Oh rayos, su piel. Tan cremosa y muy suave al tacto... Toda ella parecía una obra de arte, una muy fina, esmerada y hermosa pieza de la más fina y costosa porcelana.

—¡Bu-Bueno, creo que ya terminé... ! —exclamó la joven, cortando de cuajo el incómodo silencio que se había establecido entre ellos. Cerró el botiquín y lo colocó en el suelo—. Creo que ya estás mejor ¿verdad? Jeje, en ése caso, creo que voy a... —intentó levantarse y por fin alejarse, pero, el agarre del chico en su brazo le impidió tales acciones.

—No lo creo —murmuró él con voz ronca—. Creo que ambos queremos lo mismo, ¿cierto?

Rin se quedó en silencio durante unos segundos. Sus ojos marrones alternaban entre el suelo y la mano de Obito, la cual asía su brazo con delicadeza y firmeza al mismo tiempo.

Aún no podía mirarlo directamente. Sentía algo de vergüenza cuando recordaba que, hacía tan sólo unos minutos, ella tocaba, sin ningún tipo de finalidad médica,  el cuerpo de su amigo mientras lo curaba.

La situación era realmente pesada en ése momento, y no era precisamente porque ella se sientiera realmente incómoda con él o rechazara su presencia. Todo lo contrario, no estaba muy segura de la forma en que reaccionaría si llegara a mirarlo a los ojos.

Simplemente, no estaba segura de poder responder por sus acciones en el hipotético caso de que la cosa se le saliera de las manos.

Pero, no podían permanecer allí siempre. Era imposible que estuviesen allí, de ésa forma, toda la vida, ¿cierto? Tenía que verlo y afrontar aquellas extrañas ganas que estaba sintiendo y que, poco a poco, estaban creciendo dentro de ella.

En ése momento, luego de meditarlo por unos segundos, ella tomó una decisión.

Finalmente, respirando un poco, Rin decidió mirarlo directamente a los ojos. Al producirse el choque de miradas, la joven pudo ver como los ojos de su amigo despedían un extraño, y curiosamente atractivo, brillo carmesí.

Pero, a diferencia de los otros, éste era bastante diferente. Era más rojo y más intenso. Parecían chisporrotear en el área del iris, como pequeñas y lumínicas gotas de sangre que flotaran y amenazaran con desbordarse e inundar la esclerótica.

Y Rin no supo como, ni por qué y, sin embargo, tampoco se lo preguntó a sí misma. Simplemente le llegó la respuesta y ya.

Aquello que encendía la mirada del chico no era un simple mal pensamiento. Iba más allá, estaba unos cuantos escalones más arriba. Era algo que estaba muy por encima. Lo que experimentaba Obito y que, de alguna forma, se manifestaba con enorme ahínco en su mirada tenía un nombre. Claro que sí.

Era deseo.

El más fuerte y, contradictoriamente puro, deseo. Y ella era quién lo provocaba. Era ella a quien el chico deseaba.

La impresión frente a ésto fue tal, que Rin no hizo más que quedarse muy quieta en los próximos segundos. Por unos instantes había olvidado que estaba sentada justo al lado del chico.

—Obito... —murmuró ella algo anonadada y, ¿emocionada tal vez?

—Rin... —sonrió—. Te ves tan linda como siempre. —halagó él.

Dicho comentario se hallaba totalmente fuera de lugar con respecto a la situación que acababa de presentarse. Pero, así era él, así era como solía actuar el joven Uchiha.

De hecho, ¿no solemos actuar de forma poco  racional y falto de coherencia al encontrarnos cerca de la persona que nos gusta? Y mucho más cuando se vive la situación en la que se halla nuestro protagonista quien, en ese preciso instante, estaba tan cerca de poder...

—Gra-gracias... —y sin siquiera meditar lo próximo que haría, Rin se inclinó hacia adelante y lo besó.

No hizo falta que el chico hiciera el primer movimiento, después de todo, ella sabía que si ocurría algo en ese momento, no sería porque él lo iniciara. Ya que, Obito simplemente, no podría hacerlo.

Ella debía tomar la iniciativa.

Estaba muy consciente de que si ella no enviaba algún tipo de señal, si no daba algún tipo de consentimiento o algo así, era muy poco probable que el pelinegro se animara a realizar algo más aparte de sólo mirarla con ésa expresión de anhelo y sus ojos enrojecidos por algún tipo de reacción biológica derivada de la intensidad de sus pensamientos.

El chico siempre la había respetado, siempre la había amado en secreto y, en ningún momento, pensó en hacer algo que ella no quisiera o demostrar algún tipo de afecto sin estar seguro de que iba a ser correspondido.

Sentir los labios del otro encima de los propios, fue algo que despertó una sensación bastante nueva y excitante en ellos.

Obito, debido a que ambos se encontraban sentados muy cerca del otro en el mismo sofá, colocó ambas manos en las piernas de ella, mientras que Rin lo tomaba por los hombros.

Se besaban con suavidad, tocando, sintiendo y degustando con calma los labios del otro.

Decir que Obito se encontraba en las nubes en ese momento, era decir poco. El Uchiha alucinaba y disfrutaba de aquello tanto como podía.

Después de haber tenido que aguantar años enteros enamorado de ella, mucho tiempo sin poder tocarla, sentirla, quererla, amarla y besarla, Obito, ahora que podía, no iba a desperdiciar aquella oportunidad.

De forma automática, y sin romper el beso, Rin se levantó un poco y se movió hacia delante, sentándose en el regazo del chico y así, de ésa forma, estar un poco más cerca de él. Porque, en éste punto, la necesidad del contacto cada vez más íntimo, había crecido bastante.

Sin embargo, no salió tan bien como ella quería, ya que, al sentarse en sus piernas, Obito gimió al sentir como la castaña tocaba, sin querer, uno de los tantos moretones que el joven también portada en sus piernas.

Definitivamente, esa pelea con Kakashi había sido más brutal de lo que Rin habría podido imaginar.

Al escuchar como éste se quejaba en medio del intenso beso, Rin se alejó de inmediato.

—¡L-Lo siento! —se disculpó—. ¿Te lastimé? —preguntó ella con algo de culpa y preocupación.

—No... para nada. —respondió él con una sonrisa y después tomarla de las manos y atraerla nuevamente hacia él—. Lo único que verdaderamente me duele en éste momento, es que hayas dejado de besarme...

—Idiota. —murmuró la joven con evidente alivio. Sonrió un poco y, aprovechando la cercanía, enredó sus brazos en el cuello de él—. Pero, como buena doctora que planeo ser algún día, me encargaré, en éste preciso momento, de aliviar tu dolor... —acercó su rostro al del joven, hasta que sus narices se tocaron.

—Sabía que tenía a la futura mejor doctora del mundo —pasó ambas manos por la cintura de ella.

—Sí... —sonrió—. Yo también creo que seré la mejor doctora del mundo... —y, finalmente, volvieron a besarse...






Fin




















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