Epílogo II
Colgué con cuidado una chaqueta de color camel estilo teddy en su percha correspondiente. Era suave y esponjosa, algo que no me importaba ahora mismo demasiado pues necesitaba darme prisa con lo que me quedaba por hacer.
—¡Estef!
—¿Sí?
—Bea dice que vayas a la trastienda a por más género. Que eches un vistazo a unos códigos que no le cuadran —me indicó Carlota, una de mis compañeras de curro, que cargaba con un par de tejanos desgastados que tenía por colocar en su percha correspondiente.
El otoño se había adueñado de la ciudad. Estábamos a mediados de la fría estación y agradecía mucho tener calefacción en la tienda. Lo estaba pasando fatal con los cambios bruscos de temperatura al pisar la calle, después de salir de un sitio así de calentito.
El verano se había quedado muy atrás, y con ello, los recuerdos de un viaje que se truncó al poco. Las imágenes de Víctor se habían emborronado un poco. Solo me quedaban aquellas de los lugares que yo misma inmortalicé, que Bego me pasó de las suyas, y todavía me quedaban por recibir de Samuel. En ellas estaría su amigo. Por eso no insistí en que me las mandara ya; porque no quería recordarle. Porque si había continuado con su vida era porque tenía que ser así. ¿Dónde estaría él en este justo instante? ¿Habría conseguido realizar el viaje a Inglaterra? Sin querer se me escapó un suspiro y Carlota me llamó la atención.
—¿Vas a ir o voy yo?
Salí de mi ensimismamiento.
—¿Qué? Ah, sí. Un segundo, claro... ¡Voy! —titubeé, nerviosa, empezando a correr.
Me moví hasta la trastienda donde me estaba esperando Juana. Entre las dos rectificamos los códigos y aclaramos el embrollo.
—Pues esto ya está —parloteé, moviendo el ratón del portátil.
—Gracias, Estef. Eres una gran ayuda —me felicitó. Confiaba en mí desde un primer momento. Me tenía en el punto de mira para ponerme como encargada. Todavía lo era Beatriz. Así que tendré que esperar un poco más a que se decida la jefa.
Regresamos afuera cargadas con todas aquellas prendas. Haríamos un par de viajes más.
—Estef, un cliente pregunta por ti —me avisó Amaia, llegando a toda prisa.
—¿Un cliente?
Asintió.
—Es guapísimo.
¿Guapísimo? El corazón se me aceleró. ¿Y si Víctor había venido desde Inglaterra para verme? ¿Y si había cambiado de parecer? Me puse tan nerviosa que me tropecé antes de empezar a andar correctamente. Estaba en plan patosa y emocionada, a la vez.
—Víctor —murmuré por camino, notando un cosquilleo agradable en mi estómago.
Conforme fui visualizando al mencionado, y tenía que ser él porque me iba sonriendo a medida que me iba acercando, me atacó la decepción.
—Hola, Saúl. ¿Qué pasa?
—Nada. Solo pasaba para saludar.
—¿No trabajas?
—Tengo turno de tarde —me informó, con una sonrisa relajada—. ¿Tú qué tal?
—Ya sabes... currando.
—Ya veo. Oye, ¿puedo preguntarte algo, ahora que Bego no está?
Una oleada de calor me subió de pies a cabeza. ¿Preguntarme? ¿El qué? ¿Y qué tenía que ver con Bego, o conmigo, la pregunta?
—No sé... Depende.
—¡Ah! No... no —carraspeó—. No es nada de lo que estás sospechando.
—Uf, menos mal —Me llevé las manos al pecho, aliviada—. No me metas en follones que suficiente tengo.
—¿Todavía te gusta Víctor?
La pregunta me dejó helada. ¿A qué venía eso?
—¿A qué viene eso, Saúl?
—Solo preguntaba.
Repasé mis dedos por mi flequillo sintiendo la oleada de calor mucho más intensa.
—Supongo que habrá rehecho su vida, y estará perdido por aquellos mundos de campiñas inglesas y preciosas mujeres —dejé caer, en busca de información.
—Y aunque así fuera... —eso lo confirmaba—, ¿todavía te gusta él?
—Eso no importa ya, ¿no crees? —Exhalé, vencida. Si había ido hasta allí para torturarme, lo estaba haciendo la mar de bien—. Oye, tengo que currar o mi jefa me echará el puro, ¿vale?
—Cuando respondas a mi pregunta, Estef.
Entorné la mirada, analizándolo.
—¿A qué viene ese interés?
—Bego no deja de darme la brasa y yo solo quiero saber.
Era verdad que ella estaba de un insistente que incluso yo le había repetido hasta la saciedad que lo olvidara. Que Víctor era otro de esos amores para olvidar. Negué, cansada.
—No te preocupes. Aquello ya fue agua pasada.
—Entiendo —murmuró, haciendo una inclinación de cabeza, decepcionado—. En fin. Tengo que irme. Que se te haga corta la mañana y no te canses mucho.
—Gracias, Saúl.
—No hay de qué. Te dejo currar.
Fue a largarse pero conseguí que se detuviera.
—¿Él está bien?
Giró sobre sus talones para contestarme.
—Sí.
—¿Logró su sueño?
—También —añadió, iniciando una sonrisa que apenas salió—. Él te sigue gustando, ¿verdad?
—¿Se lo dirás si te soy sincera?
—¿Quieres que se lo diga?
—¡Por supuesto que no! A Bego tampoco.
—Vale... —Cerró una cremallera imaginaria en sus labios—. Seré una tumba.
—Sí. Me sigue gustando. Y la verdad es que lo echo de menos. Pero ya es tarde para todo.
—Quizá no.
—Seamos realistas, Saúl. Lo sabes tan bien como yo.
Se encogió de hombros antes de darme la espalda, muy serio, y salir de la tienda solo alzando la mano para despedirse. Sí. Era tan tarde que ambos lo sabíamos de sobra.
—¡Eh! ¿Quién era ese bombón? —quiso saber Carlota.
—Ah... El novio de mi amiga. Se dejó caer por aquí para saludarme.
—Uy, pues eso sonó rarito si quieres que te diga.
—¿Qué? ¡Ah! ¡No! ¡No! Solo pasó para saludar! No te hagas ideas extrañas porque no es lo que crees —aclaré, ruborizándome. ¡Qué embarazoso se había vuelto todo en un instante!
—¿Entonces?
Señalé hacia la pila de ropa que tenía por colgar en su sitio.
—Entonces tendré que ponerme a ello o Juana se cabreará contigo y conmigo: conmigo por no hacer mi trabajo, y contigo, por entretenerme.
Chasqueó la lengua, indignada.
—¡Ay vaaaale! Lo que tú digas.
~
Estaba cansada. En cuanto ordenara un poco la casa me echaría en el sofá.«Sofá, mantita y peli»; ese era el plan que tenía para esta tarde. Estaba helada. Encendí la estufa a gas que me acompañaba por toda la casa para caldearla. No importaba cuán cerca estaba y me quemaba la piel, ¡adoraba el calorcillo que desprendía! Y en este mismo instante me estaba pegando a ella como una lapa. ¡Qué frío! Empezaba a echar de menos el verano. Iba a tardar todavía muchísimo en volver a llegar. ¡Qué rollo!
Ordené la estancia, hice el baño y fregué los suelos y la cocina. ¡Una ruta completa que me estaba llevando toda una tarde!
El timbre del portero automático sonó. Se suponía que no había quedado con Bego. ¿Y entonces? Bufé, moviéndome para responder.
—¿Sí?
—¿Puedes abrir? —Era la voz de un varón.
—¿Quién eres?
—Llamé a otro timbre pero no me abrió —rezó muy serio. Imaginé que sería alguien que venía de visita para uno de mis vecinos... o vecinas. La voz era de un varón joven.
—Vale. Te abro.
—Gracias.
No era la primera vez que pasaba esto. Y no sé por qué se llamaba a mi timbre con tanta asiduidad. "¡Ni que fuera el portero del edificio!" Gruñí al mencionarlo dentro de mi cabeza. Unos golpecillos secos en la puerta me devolvieron a la realidad. ¿Y ahora?
Me arreglé un poco el pelo, estiré mi ropa vieja de ir por casa, alisando las arrugas que se le habían hecho con el uso y abrí. Me quedé sin habla; pálida.
—Hola Estef.
Era Víctor. ¡Víctor estaba delante de mi puerta! ¡Y me sonreía!
—Ho-hola.
No podía reaccionar. Me había quedado tan paralizada y clavada en el suelo como una tachuela y me era imposible reaccionar.
—¿Puedo pasar?
—¿Qué? ¡Sí! —Volví a arreglarme, nerviosa—. Perdonas las pintas pero yo...
—Es normal. Estás en tu casa —fue diciendo a la vez que cerraba la puerta.
—Pero, ¿qué diantre estás haciendo aquí?
—Vine para verte, Estef.
—¿No estabas en Inglaterra? ¿No hay una preciosa mujer de por medio en la historia de tu nueva vida?
Rio, nervioso.
—¡Eres mucho peor que las escritoras de novela romántica! ¿De verdad que me montaste ya toda una historia de amor del estilo cinematográfico, con eso que mencionan llamado felicidad cuando lo tienes, y un toque de picante y pegajoso?
—Sí —respondí, sin rodeos, ni titubeos.
—No. —Se acercó al sofá para sentarse. ¡Dios, tenía a Víctor sentado en mi propio sofá después de tanto tiempo, y de haber perdido toda esperanza de verle! Aún era pronto para elucubrar. Se apoyó en él como lo haría un tipo con clase—. Puede que haya viajado a Inglaterra. Puede que tenga pendiente quedarme a vivir allí, en un corto periodo de tiempo, y no volver, solo para la visita obligada a la familia. Pero no hay ninguna mujer en mi vida, Estef.
—¿Por qué? —Me llevé la mano a la boca después de preguntar. Mi curiosidad era una intromisión en toda regla. Puede que de muy mala educación. Pero necesitaba saber.
—Estuve... pensando; reflexionando. Estuve recordando nuestro breve verano. Y después de encontrarte... No sé, Estef. Necesito más.
—¿Más? ¿Qué quieres decir que necesitas... ?
Fue rápido. Me atrapó entre sus brazos, sujetando mi nuca con dulzura para besarme. Un beso que, en un primer instante fue tímido, suave y delicado para pasar a otro más atrevido e intenso cuando me dejé llevar. Lo estaba besando, ¿y qué? Porque yo también tenía sentimientos contenidos hacia él que necesitaba sacar. Porque opinaba lo mismo que él. Quería saber un poco más de esta historia a medio escribir, y olvidar al muchacho infantil y desagradable que me conoció al principio. Porque aquello había sido una parte de su estúpida rebeldía y etapa más joven y revolucionaria. Quizá se hiciera el duro para conseguir a todas aquellas chicas que suspiraban tras él, por todo el colegio. Ya no era el mismo. Parecía haber sentado cabeza. Pero, ¿en serio me estoy atreviendo sin garantías de nada? Sin la garantía de no volver a pasar penurias por un hombre.
—Un segundo... —Lo aparté con decisión, pero con cuidado—. ¿Y si no funciona? No sé si podré soportar otra vez una etapa como la pasada por atreverme.
—Yo tampoco quiero un amor como el que terminó casi conmigo. Y no sé, Estef, pero opino que eres la mujer hecha y derecha que debería de enderezar mi vida, y llevarme por el lado correcto, sin precipitarme hacia ningún abismo.
—Valeee. Eso sonó...; poético.
—Pues te aseguro que me salió del alma. No lo tenía ensayado.
Lo aparté un poco más.
—En primer lugar, nada de prisas.
Quitó las manos de mí, alzándolas a la vista.
—Lo que tú digas.
—Y luego, yo no tengo planeado ir a ningún lugar. Por lo que dudo que Inglaterra entre dentro de mis planes.
Arqueó una ceja, decepcionado.
—¿Ni un viaje de fin de semana? ¿Nada de nada?
—Por ahora me encantaría seguir viviendo aquí, donde está mi familia; donde estoy a gusto. Así que no entro en tus planes de vivir en otro lugar.
Se cruzó los brazos, entornando la mirada.
—Quizá, en un futuro, pueda hacerte cambiar de parecer.
Negué deprisa.
—Lo dudo.
—Eso ya lo veremos. —Dejó salir un suspiro contenido—. Sé que esto sonará extraño por el poco tiempo que hace que nos volvemos a ver. Pero te quiero, Estef. Te quiero desde el primer grito que te di como un gilipollas, hasta el momento en que me derretí con tu ternura. Cuando mirabas las estrellas, embelesada, y yo no podía quitar la mirada de ti; de cómo la luz de la luna te hacía más hermosa. Desde que me crucé con aquella sirena que surcaba los fondos marinos acariciada por la posidonia y los peces plateados que parecían adorarla tanto como yo. Desde que te abrazaste a mí para no caer en los viajes en moto, que, juro, fue una pasada hacer aquella excursión contigo.
—¡Me encantó! Tendremos que repetir. ¡Todo ello!
—Sí. Pero déjame terminar.
—Vale...
—Me costó un mundo separarme de ti. Tuve que armarme de valor para asegurarte que no íbamos a vernos más, aceptando tus deseos. Pero, joder Estef, me es imposible eso —agregó, arrugándose su gesto como si hubiera envejecido de repente, bajo su tristeza—. No vuelvas a pedirme que me aleje de ti, por favor —rogó, acercándose con cuidado, moviendo sus manos sin llegar a tocarme por si pudiera enfadarme otra vez—. No me alejes de ti. Te lo ruego.
No pude negarme y me abracé a él para darle parte de mi consuelo.
—De verdad, Estef; quiero estar siempre así, contigo. A tu lado. Creo que soy completamente adicto a ti desde hace demasiado tiempo. Incluso cuando iba a verte al instituto al que fuiste luego.
Lo separé un poco para interrogarle.
—Un segundo, ¿qué?
Mi cara de sorpresa le hizo reír.
—Te seguí de cerca durante un tiempo. Luego supe que tampoco era bueno acosarte de ese modo, y que necesitaba darme un tiempo para saber que no estaba tan loco como creía. Continuar con mi vida. —Sacudió la cabeza—. Me bastó el reencuentro para entender que estaba mucho más loco de lo que creía, por ti.
Volvió a abrazarme, con fuerza, pero con delicadeza, y con el miedo a perderme. Lo sé por cómo latía de acelerado su corazón. Golpeaba contra mi pecho dando aviso de que no lo volviera a dejar ir.
—Te quiero, Estef. Dame esta oportunidad. Te lo suplico.
—Si acatas mis normas. Si nos lo tomamos con paciencia para no volver a errar.
—Somos dos seres hechos trizas por otros que nos hicieron probar el sabor amargo de la parte más oscura del amor.
—Eso es. Y por ello, debemos de ser conscientes de hacer las cosas correctamente para que salgan bien.
—Ostras, Estef, dicho así, pareces mi madre. O mi padre.
Lo aparté un poco, entornando la mirada, molesta.
—Te estoy hablando como pareja, no como progenitor.
—Era un decir...
—Ya. No vayas a verme ahora tan anciana —bromeé.
Lo hice reír.
—Eres mucho más sabía de lo que pareces.
—¡Eso! Llámame vieja, que mola. ¡Anda! ¡Tira y ayúdame a preparar unas palomitas! Toca sofá, mantita y peli.
—Yo tenía otros planes.
—¿Otros planes?
Asintió.
—Demos un paseo por la playa. Esto no es Ibiza. Pero me urge recordar el pasado verano, sabiendo que no vas a desaparecer. Quiero volver a jurar sobre el mar azul y embravecido de pleno otoño que te voy a querer por cuanto tiempo me dejes estar a tu lado.
—¡Pero hace frío! —protesté—. ¿Quizá mañana, cuando el sol esté fuera? A estas horas la humedad te roe los huesos y se cuela por la ropa como un canalla.
Se lo pensó un poco.
—Peli, sofá, palomitas y mantita.
—Ajá...
—Mientras no sea romántica, acepto.
—¿Qué? ¡Espera! ¡Es mi casa! ¡La peli la elijo yo!
—¡Pero yo soy el invitado y tienes que ser hospitalaria!
—¡De eso nada!
Sonreí feliz, en medio de esta pelea falsa. Una de aquellas peleas entre enamorados que sería la primera, pero no la última, y que terminó en un apasionado beso que tuve que frenar.
—Poco a poco Víctor. ¿Recuerdas?
Puso los ojos en blanco, disconforme.
—Tus reglas son muy estrictas, ¿lo sabes?
—Puede.
—Peli, manta y sofá, y mucho amor —dictó, como nueva norma.
—¿Qué? ¿Osas retarme y contradecirme?
—Pues sí —se atrevió, ladeando la cabeza con atrevimiento, entrecerrando la mirada, desafiante.
—Eso lo negociaremos, una vez lleguemos al sofá —sentencié, conociéndome tan bien que sabía que terminaría por caer en su tentación. Crucé los dedos a mi espalda casi automáticamente y con disimulo rogando que esta vez sí funcionase.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro