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Epílogo I

Saúl también se marchó. Le pareció más justo dejarnos solas. Y para entonces descubrí que vivíamos en la misma ciudad.

—¡No jodas! —Bego dio un gritito de alegría—. Cuando regrese volveremos a quedar. ¡Qué bien! Qué alivio me diste —se animó, abrazándolo. Yo sonreí feliz, porque ella lo era. Por muy egoísta que se estuviera comportando.

Se volvió a repetir la misma acción que la mañana anterior. Movimos el brazo en alto. Me extrañé al no ver el beso en los labios que se esperaba. Tal vez Saúl lo había querido evitar para no hacerme sentir peor delante de ellos cuando estaba yo saliendo más perjudicada que el resto.

—Vale. Pues nada —empezó a decir Bego, balanceando los brazos como una boba—. Desayunemos y echemos un vistazo a las excursiones pendientes de la agencia de viajes. Retomemos la normalidad.

Lo decía con una notoria tristeza. Y volvía a sentirme culpable.

—Lo siento, Bego.

—¿Qué? —Negó—. No importa. Yo me he despreocupado más de ti, que tú de mí. Por lo que esto es más justo. Todavía me queda tiempo este agosto para pasarlo bien con él. Y tiempo que aún quiero disfrutar contigo. ¡Qué narices! Venga, mueve el culo. Tengo un hambre atroz —largó, divertida, disimulando muy mal su abatimiento por aquella injusta despedida.


Los días que restaron hasta el final del viaje que habíamos contratado estuvimos recorriendo el resto de calas, repitiendo en algunas de ellas, recordando los días anteriores. Incluso estuvimos en la ceremonia del sonar de los tambores con la puesta de sol de la que también me había hablado Víctor. Lo echaba de menos explicándome su historia y tradición. Era como vivir en un pequeño vacío.

Había comprado en el mercado de Las Dalias el vestido Hippie que había visto cuando estuve con él, aquí. Sería parte de su recuerdo, y del mío, pasando por este bucólico lugar. Volví a observar el sol poniéndose a través de mis gafas de sol. El arrebol que creaba sobre el celeste marino me supo a la misma despedida del día anterior. Pero también me supo a todo lo bueno vivido, por breve que fuera. A una reconciliación, cuando Víctor pareció abrir su corazón, si es que no mentía. Y a no arrepentirme de hacer un viaje como este, a esta preciosa isla de ensueño. Seguramente no será la última vez que la visite. Quizá regrese algún día. Deambule por cada una de sus preciosas calas. Caminé por su tibia arena blanca. Baile bajo las estrellas pidiendo alguna clase de deseo. Me impregné del aroma a sal de su atmósfera, sin sentirlo desagradable. Y regresé a su fondo marino donde encontrar un mundo distinto y no menos bello que el de su superficie.

Bego puso su mano sobre mi brazo.

—¿Estás bien?

—Será estupidez. Pero lo hecho mucho de menos.

—Yo, a Saúl, también.

—Quizá lo debería de haber besado.

Ella negó.

—Solo si estás segura. Paso de ver cómo te derrumbas de nuevo en el caso de que todo sea un simple sueño, y la realidad te de bruces.

—¿Crees que lo decía de verdad?

—¿El que?

—Que yo le gustaba.

—Tampoco sabría decirte.

—Es extraño. Yo esperando a que me dijera el último día quién era. Y lo adiviné en pocos días. Tan pocos que no sé ni cómo pudo crear esta atracción entre ambos.

—Porque no era la primera vez. Aunque esta vez él tuviera su cabeza en el sitio... supongo. Todo son dudas. Hipótesis.

—Me quedaré sin saber la verdad —murmuré, notando la tristeza trepar por mi corazón. De encontrarnos, seguramente hará por esquivarme. Y ya sabes que el sitio donde vivimos es muy grande. Podríamos evitarnos con facilidad.

—Salvo que os encontréis en la playa.

—¿En cuál de todas?

Reímos, un poco sin ganas. Yo más triste que animada.

—Perdona por haberte descuidado, Estef.

—Fue culpa de Saúl. No la tuya —la excusé, un poco en serio, un poco en broma, incapaz de enfadarme con ella de verdad.

https://youtu.be/sZfbByF_dDw

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