Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. Miedo

No sabía como colocarme aquello. En primer lugar sentía claustrofobia dentro de la hermética máscara. Víctor me invitaba a que fuera probando sin prisas. Ir zambulléndome poco a poco, buscando adaptarme al nuevo cachivache. En cuanto bajaba un poco sentía asfixia. Me faltaba el aire.

—Veamos, puedes ir por la superficie de modo que entre el oxígeno del exterior. O puedes aguantar el aire y moverte mucho más abajo, buceando todo el tiempo que a tus pulmones les sea posible aguantar sin respiración.

—Es que... ¡No sé!

Había buceado pero al estilo casero: tapado de nariz y hundirse en el agua para salir al poco. No es que aguantara mucho. Si esperaba que pasara mucho tiempo allá, abajo, antes tendría que practicar.

—Cuanto más te agobies, más miedo tendrás, y menos posible será conseguirlo.

—¡Lo sé! Pero es que...

Negó, despacio.

—No pasa nada. Tal vez podríamos hacerlo otro día.

—No. Espera un segundo. Solo dame un momento.

—Te daré todos cuantos necesites —tenía una paciencia de santo conmigo y eso se lo agradecía.

Probé. Volví a probar. Estuve un buen rato haciendo el ridículo hasta el punto de avergonzarme. Dos niños me observaban y se reían. Tenía la sensación de que estaban pensando que era estúpida por no saber hacer algo tan fácil.

—Vale. Creo que ya lo tengo.

—¿Sí?

—Ajá.

—Pues vamos a ello.

Al principio regresó la sensación de asfixia. Me puse a prueba para ver qué era capaz de hacer. Poco a poco fui habituándome a aquella extensión marina de arena, piedras pero sembrada de una extensa y verduzca posidonia que danzaba al ritmo de la marea, acompañado de los peces que se volvían plateados bajo la luz que emanaba de la superficie. El apacible paisaje me sedujo. Era de lo más relajante. Ya no quise salir de allí, apurando e sus«clases» de buceo.

—¿Estás segura?

—Creo que ya empiezo a acostumbrarme a esto —insistí, una de las veces que salí, tragando un poco de agua y tosiendo, pero emocionada.

—No quiero presionarte a nada.

—No te preocupes.


Me dejó hacer. Iba con cuidado para darme aviso si estaba a punto de tropezarme, por dónde no debía de meterme y de paso, iba señalándome todo aquello en lo que quería que me fijara. Casi ni pestañeaba porque no me quería perder nada de lo que me estaba envolviendo. Era hermoso, como un sueño. ¡Quién iba a decirme que un día haría esto, cuando solo usaba el mar para chapotear y nadar por la superficie, y me zambullía para arreglarme el pelo, hacer carreras con Bego, y poco más. Víctor me estaba enseñando lo bueno de la vida. Empujándome a experimentar cosas tan maravillosas como aquella.

Apuré. Estuvimos mucho tiempo buceando por allí hasta que me pidió salir a la superficie.

—Descansemos. No quiero que fuerces tanto a tus pulmones.

—¡Esto es una pasada! —grité, fuera de mí, entusiasmada.

—Mira.

¿Cuándo había sacado aquella cámara acuática? Yo no se la había visto meter en el agua. Había grabado la excursión. Había evitado sacarme en el vídeo, respetando mis deseos. Yo tenía más que suficiente con aquel vídeo que confirmaba que me había metido en el agua a experimentar, como una valiente.

—¡Qué chulada!

—¿Quieres que te haga una, debajo del agua? Esta cámara las saca muy chulas.

—¡No!

—Lo decía por si luego te arrepientes.

—No —insistí—. Descansemos un poco. Empiezo a tener frío dentro del agua.

—¿En serio que estás bien?

—Sí. Lo estoy.

No lo estaba. Él se estaba colando en mi corazón con una destreza que ni yo misma me creía. Era como si yo hubiera olvidado completamente los riesgos que supone amar. Los riesgos a los que volvería a estar expuesta. Era como si él hubiera llegado a mi vida para quedarse, y no me pareciera mala idea. No lo dije en voz alta. La confesión iba a guardarla para mí. Me alegré, además, de que mi vocecilla se hubiera quedado muda. Casi le doy las gracias gritando.

Me estiré sobre la esterilla que llevaba dentro de la bolsa de playa. Víctor hizo lo mismo. Necesitábamos secar nuestros bañadores si queríamos seguir con la ruta y devolver la moto. No sé para cuánto tiempo la había alquilado. Solo sé que de repente quería que este suelo no se acabase nunca. ¡Qué boba que soy!

Me pilló pensativa. No pudo evitar la pregunta.

—¿Qué estás pensando?

—Que si no hubiera venido a este viaje; si no hubiera hecho caso a Bego, no estaría haciendo estas cosas tan divertidas y extraordinarias que estoy haciendo.

—Necesitabas vivir. Salir. Cambiar de aires, como yo.

—Tú los habrás cambiado mucho más que yo.

—Sí. No suelo ser de los que se sientan en un rincón a llorar. Si me dejan, salgo inmediatamente en busca de algo fuerte que regenere mi adrenalina.

—¡No me gustan los deportes de riesgo!

—Yo los adoro —aseguró, cerrando los ojos para que no le deslumbrara el sol.

—Somos polos opuestos —reconocí, enseguida.

Ladeó la cabeza para mirarme.

—Los polos opuestos se atraen, ¿no es así?

Negué, enseguida, nerviosa.

—No me atraes. No seas malpensado, chaval.

Regresó a su posición anterior, evitándome para soltar lo que soltó a continuación.

—Creo que eso no es verdad.

—¡Ya te digo yo que sí! —grité enfadada. ¿Me está llamando mentirosa? ¿De qué vas?—. Sabrás mejor que yo lo que ronda mi cabeza —volví a protestar. Y es que me estaba llamando indirectamente mentirosa y estaba dando de lleno, cosa que no me agradaba.

—Tengo una pequeña esperanza.

—Te estás equivocando.

—Pues vale.

Hubo un silencio que me preocupó.

—¿Qué piensas tú? —me atreví a pensar con el miedo a que acabara enfadándose conmigo por esta maldita conversación.

—En nada. Simplemente me estoy relajando. Me estoy concentrando con el sonido del mar, aspirando el aroma salado de la atmósfera, manteniéndome con vida.

—Oyeeee... ¡Qué bonito!

Ladeó otra vez la cabeza para mirarme.

—«Bonito» es que aproveches bien cada minuto de tu vida, sin derrocharlos en nada que no te ofrezca felicidad y paz.

Una reflexión que solía venir cuando alguien te daba una buena patada en el trasero, y te dejaba tirado. Aunque a mí no se me habría ocurrido así de filosófica y profunda.

—Tienes razón. —La tenía. Y tenía que reconocer que empezaba a estar agradecida con él por lo que estaba haciendo. Eso no me lo quería callar—. Gracias.

Pestañeó, ladeando su sonrisa más seductora.

—¿Por qué?

—Por hacerme ver que mantenerme en la oscuridad era una jodida estupidez.

Asintió sin dejar de sonreírme.

—No olvides que no debes de dejar de disfrutar la vida. Está puesta ahí para que nos dé una pizca de amargo, pero también de picante, y de dulce.

Hablaba como si tuviera cientos de años de experiencia, y no, esta edad en la que dudo equivocarme demasiado de años si tuviera que adivinarlo. Tenía que reconocer que, juntarme con gente positiva me ofrecía la sanación de mis heridas, siempre que aquello fuera real, y no una simple cortina de humo, o no temiera despertar en algún momento. Porque nada es eterno. ¿Para qué engañarnos? Vivir el momento. ¡Eso sí que era real!


Fuimos estudiando por el camino, en Google, las rutas y lo que queríamos hacer. Siempre consultándome por si no me parecía bien, o no me apetecía hacerlo. Bego me había mandado varios mensajes. Yo también lo había hecho. Casi no nos veíamos. Aunque nos veríamos en la madrugada, ya que tampoco podía ir gastando demasiado dinero en segundas habitaciones para picadero. Los precios no eran precisamente baratos para eso.

En la playa d' Embossá conseguimos aquellas famosas pulseritas que nos ofrecían un descuento en las entradas a los clubs, y algún que otro bono que bajaba los precios. Ellos también lo habían hecho. Decidimos divertirnos juntos aquella noche. Bailar, beber con moderación para mantenernos claros. Y desde luego, acabar de pasar otro día de aquellos inolvidables que se habían quedado grabados en mi mente, a fuego. No podía dejar de mirar a Víctor y sonreír. Todavía no me desveló quién era. Poco me importaba ya quien fuera, pues tenían un fondo responsable, dulce, y aventurero; tres cualidades que me estaban gustando.

La noche había caído. Cenamos en un restaurante de la zona centro, disfrutando de la brisa que se había movido por la noche. Estábamos acabando cuando a mi amiga le entró la intriga.

—¿Qué hicisteis? —quiso saber Bego, masticando con rapidez.

Víctor me ayudó a contarlo. Habíamos hecho tantas cosas desde que no nos habíamos visto que sería largo de contar. Solo lo que se podía contar, claro. Saúl y Bego hicieron lo mismo. ¿Y si mañana reservamos una de esas salidas chulas? Dadme un segundo.

—¿Una salida? ¿A dónde? Un segundo, ¡estoy reventada! —me quejé.

—¡Qué dices, tía! De reventada nanay. Tenemos que apurar hasta el último segundo por aquí.

—Hecho. Mañana estamos apuntados a la excursión a Es Vedrá y Formentera. ¿A que todavía no has visitado esa isla? —me consultó Saúl, enseñándome su blanca dentadura. Negué—. ¿Lo ves? Te quedan cosas por hacer. Acordaros de llevaros el equipo de snorkel.

—No hará falta. Veo que está incluido —parloteó Víctor, consultándolo en la web.

—Mejor.

—Pero yo nunca practiqué eso. ¿Cómo decís que se llama?

—Snorkel, preciosa. Y no te preocupes. Yo te guiaré.

Jugaba con sus dedos buscando tranquilizarla.

—Vale —acabó aceptando Bego—. ¡Qué emoción! Veré el fondo marino.

—Es hermoso —adelanté—. Es muy hermoso.

—¿Verdad que repetirías?

La pregunta que Víctor me formuló llevaba trampa. No, una trampa con mala baba. Sino una lección de por qué me debería de arriesgar por según qué cosas que me harían un bien.

—Sí. Repetiría muchas veces.

—La vida está para arriesgar. Siempre que intuyas o te asegures que tus cartas van a ser buenas para el juego.

Saúl ladeó la cabeza, observando a su amigo con extrañeza.

—¡Pero qué profundo! —Luego trasladó la mirada hacia mí—. ¿Qué hiciste con el otro Víctor? ¿Dónde lo escondiste? Debo rescatarlo —Me encogí de hombros, divertida.


Llegó el momento«intimidad». Saúl y Bego se habían fugado. Volvíamos a estar solos. ¡Qué costumbre de dejarnos solos! Ya no causaba tanta molestia. Nos recostamos sobre la fresca arena observando hacia el cielo de la noche. ¡Iba a costar quitar la dichosa arena de la ropa y recovecos que descansaban sobre ellos! Me daba igual. La música sonaba de fondo. Yo movía los pies siguiendo el ritmo, con las piernas una sobre la otra.

—¿Dónde hubieras estado ahora mismo si no hubieras estado aquí?

—No lo sé. Supongo que triste y deprimida, encerrada en casa.

—Yo quizá me hubiera decidido por Londres, Mánchester o Liverpool. Aunque no te hubiera conocido.

—Hubieras conocido a otras más.

—Que no hubieran sido tú —insistió. Se me hizo un nudo en el estómago. Continuaba declarándose. Y no me parecía mal.

—¿Sabes qué?

—¿Qué?

Entorné la mirada, revolviéndome sobre la arena para soltarlo.

—Si de verdad te importara ya me habrías dicho quien eres.

—Pero...

—Aunque te hubiera dejado de hablar. El amor es superior al miedo —lo miré—; ¿o no?

—¿De verdad quieres saberlo? ¿De verdad quieres que estemos peleados lo que queda de viaje?

Dicho así, no sabía si quería saberlo. Devolví la mirada hacia el cielo. Me encontré con una estrella fugaz. Le pedí que no fuera el enemigo. Era demasiado tarde pues estaba casi segura de que era él.

—No lo sé.

—Esperemos un poco más. Podrás juzgarme mejor si me tratas por más tiempo, ¿no?

—Puede.

—Pues eso... ¿Quieres que regresemos a casa?

—No. Quiero andar descalza por la arena. Quiero no pensar en las cosas que me preocupan o me crean prejuicio. Quiero cerrar los ojos y sentirme liberada de todo.

—¡No puedes cerrar los ojos y andar! Es incompatible —bromeó, al encontrarme tan seria. Supongo que eso le preocupó.

Volví a posar la mirada en él.

—Pues resulta que sé hacer muchas más cosas y que te dejaría alucinado.

—Valeee. Pues hay tiempo de sobra para verlo.

—No hay tanto tiempo —le contradigo.

—Mucho más del que, hasta día de hoy, iba a concedernos el destino, ¿cierto?

Me reí, nerviosa.

—Madre mía. Creo que Saúl tiene razón. No sé dónde se metió el antiguo Víctor. Este empieza a darme grima.

—¿Por qué?

—Tanta reflexión me está dando dolor de cabeza.

—Doy con ello una lección de vida, ¿no?

Me levanté del suelo con rapidez, sacudiéndome las manos para quitarme la arena acumulada en ellas. Y luego intenté quitarme la del resto de la piel y de la ropa.

—¡No! Con ello me estás dando un terrible dolor de cabeza.

Hizo lo mismo que yo. Pronto lo encontré a mi lado.

—¡Eres una mentirosa!

—No, no... ¡Corre! —le ordené, echando a correr sin previo aviso.

—¿Qué? Espera. ¿Pero a dónde vas?

No respondí. Simplemente sentía que necesitaba combustionar y liberarme del estado de nerviosismo que seguía trayéndome por la calle de la amargura. Con Víctor a mi lado, la calma se volvía incompatible. Conseguía revolucionar a mi inquietud.

No pude dejar de reír cuando me alcanzó, tirando de mí para frenarme.

—¡Vale! ¡Estate quieta, por favor! Ahora soy yo quien está agotado.

—Es lo que hay si te juntas conmigo.

El corazón se me aceleró. Se había quedado estático, con su preciosa mirada clavada en mí. Era mucho más guapo de lo que me había fijado. Guapo y peligroso. ¡Joder tía, reacciona! Se acercó despacio acortando nuestro espacio personal. ¡Iba a besarme! ¡Iba a besarme! ¡Me apetece pero no!

—Un segundo —lo detuve—. ¿Qué acordamos?

Gruñó, alejándose un poco.

—¡Estoy harto de tus tratos, Estef! ¡Sé natural! ¡Deja que yo lo sea! Deja que ocurra... ¡No sé!

—¿De verdad no estás escarmentado una vez te rompieron el corazón? —grité, como si de repente hubiera reflexionado como una persona más adulta de lo que era. Como si tuviera que volverme insensible si quería seguir viviendo.

—Quiero besarte, Estef. Y no sé por qué no me dejas hacerlo.

Se dio la vuelta, empezando a andar hacia el lado contrario.

—¡Espera! ¿A dónde vas?

—Te llevaré a casa. Saúl no nos perdonará si mañana no llegamos a tiempo para la excursión.

Caminé con prisa detrás de mí. Hundirme continuamente en la arena de la playa me iba frenando.

—¿Irás? Digo, después de esto, ¿irás?

—No voy a decepcionar a nadie. Y mucho menos a ti —sentenció, sin darse la vuelta, ni detenerse.

Estaba furioso. ¡Muy, muy furioso porque lo seguía rechazando! Iba a decirle que ya sabía quien era, y que me dolió lo que hizo años atrás. Que me dejó hecha una mierda. Rompió mis ilusiones casi infantiles y enfermizas sin tener un segundo para hacerme comprender. Era verdad que habíamos cambiado. Que nos habíamos vuelto unos adultos, digamos, responsables. Salvo en estos momentos en los que se nos estaban cruzando un pelín los cables. ¡De verdad que quería intentarlo! ¡De verdad que quería decirle que sí, que por qué no me daba ese beso, nos cogíamos de la mano y emprendíamos ese nuevo camino, juntos! Pero yo seguía desconfiando. ¿Quién podía prometerme que de la noche a la mañana no se iba a ir a Inglaterra o sabe Dios dónde y volver a dejarme tirada? La emoción del reencuentro puede confundir los sentimientos. Y yo buscaba seguridad; no ir a tientas a ver qué pasa. No quería tragar con más dolor.

No dije nada más. Llegamos a la moto, me pasó el casco y me lo puse. Hizo lo mismo. Me agarré a él con menos fuerza. Como si deseara huir y se tratara de un contacto incómodo. ¿Íbamos a pasar el resto de los días discutiendo sobre esto? Espero que no. Porque no era esta mi idea de las vacaciones. No deseaba discutir con nadie sobre lo que ya discutí tiempo atrás, sosteniendo una carga que lo único que me creaba era mucho desgaste.

Cuando llegué al hostal, simplemente me bajé en silencio, le devolví el casco y me encaminé hacia la puerta de entrada.

—Buenas noches, Estef —le escuché decir desde donde estaba.

—Buenas noches —respondí, deteniéndome un par de segundos, para, enseguida, desaparecer adentro. Me temblaban las manos. El corazón me iba a cien por hora y mi inseguridad me estaba devorando como un maldito fuego descontrolado que calcina sin piedad todo a su paso.

Al llegar arriba me senté sobre la cama, hiperventilando. Ni siquiera estábamos haciendo las excursiones programadas por la agencia, por ellos. No estábamos amortizando lo que pagamos, salvo el hostal, que obtuvimos un descuento al no entrar dentro de lo que solicitamos, —no cogimos la parte de las noches en hotel, finalmente—, e hicieron un complemento en otras cosas que aún ni habíamos usado. Nos estaba saliendo la excursión carísima. Me estaba saliendo muy caro con Víctor. Y yo solo tenía unas ganas terribles de salir pitando de aquí.


Víctor

Juro que lo estoy intentando. Intenté hacerla ver que me gustaba. Que no estaba bromeando con nada. Ni estaba tratando de aprovecharme de ella. ¿Por qué una mujer no puede creer a un hombre, si está demostrando un cambio? Me senté sobre la cama llorando como un puto gilipollas. Me gusta tantísimo que iría por ella hasta el fin del mundo. La amo. Había pasado demasiado tiempo sin ella por imbécil. Y no quería permitirme otro error similar. Sin embargo, ella no deja de poner muros en mi contra. Muros tan altos e imposibles de escalar como el que me puso anoche. Sé que tiene sus miedos. Sé que no me cree. Y que estoy casi seguro de que sabe quien soy, de ahí su actitud huraña y escurridiza. Pero es que ya no soy el mismo idiota de entonces. Ya escarmenté. Y la amo de verdad. Y mi intención sería no dejarla escapar si no fuera porque tengo que demostrarle que voy de legal.

Me levanté de la cama para mirarme en el espejo del baño. Incluso en mi cara se notaba la angustia de este meollo. Estaba empapado en sudor. Me mojé la cara con agua fría. Me asfixio, me agobio, me angustio. Y sigo pareciendo el puto traidor de la historia, igualmente. Creo que es momento de emprender la retirada. Porque cuando se ama algo se pueden hacer dos cosas: sujetarlo a ti como sea o dejarlo volar. En el caso de Estef, amarrarla a mí significaba que me odiase todavía más. Así que mi opción B podría ser la mejor para solucionarlo. Y, o dejaba de llorar, o cuando Saúl estuviera de regreso empezaríamos a discutir porque no tengo ganas de contar nada, y él querría saberlo. Tengo que serenarme. Armarme de valor y solucionar esto. Porque la amo. Porque me niego a sentir más daño. Cuanto antes me aleje de ella, más pronto empezará a regenerar la profunda herida.


https://youtu.be/HUGuH7NPb4g

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro