9
Esta vez yo conduzco hasta Los Ángeles. Maldigo nada más levantarme porque es fin de semana y he tenido que madrugar, pero lo asumo y lo acepto después de desayunar un batido y un donut en mi cafetería preferida de Riverside, antes de ponerme en marcha. Empiezo a ser persona cuando ya he ingerido algo y el azúcar me sube a la cabeza.
Llego a las oficinas de Cupido S. A. una hora después, unos minutos antes de las diez, la hora acordada. En el vestíbulo, los recepcionistas me saludan por mi nombre, hecho que me sorprende, y me desean un bonito día.
Tomo el ascensor, que me asciende hasta la planta número catorce. Llego al despacho número dos y doy unos golpecillos en la puerta con mis nudillos. Segundos más tarde, Cupido aparece tras ella con una sonrisa.
—Irina, amor, qué bien sienta verte de nuevo.
Se hace a un lado para que pueda pasar y le sonrío a modo de saludo mientras accedo a la estancia. Allí encuentro a Connor sentado en una de las sillas que hay frente al escritorio de Cupido.
No obstante, lo que más me sorprende es que sostenga un bebé rechoncho, risueño y únicamente vestido con un pañal en brazos. Debe de tener unos ocho o diez meses. Me acerco a él, instalándome en la silla que hay justo a su lado, y veo que el bebé tiene unos ojos azules y enormes que observan a Connor con atención.
Él, Connor, no deja de sonreírle y ocasionalmente le hace cosquillas, a lo que el bebé responde con unas carcajadas agudas y adorables.
—Te presento a Cupido Junior —indica Cupido con orgullo—. Es mi hijo.
Connor alza la vista para mirarme y en sus ojos advierto cómo su sonrisa no desaparece. El bebé también me examina y levanta una de sus manos regordetas hacia mi rostro, aunque, finalmente, se ve que su intención es tocar mi cabello. Coge un mechón y lo acaricia.
No puedo evitar sonreír.
—Es precioso —comento.
—Lo sé —responde Cupido—. Ha salido a su padre.
Se encoge de hombros.
—¿Qué hace aquí? —pregunto—. ¿Por qué lo has traído al trabajo?
—Mi mujer también tiene trabajo —explica— y, como padre que soy, también me hago responsable. Nos vamos turnando para que sea equitativo.
Asiento. Opino que Cupido está en lo cierto y tiene una iniciativa muy importante para intentar cambiar la sociedad. Es un hombre que sabe lo que hace.
—Pero —prosigue—, estamos aquí por trabajo, al fin y al cabo. Así que...
Le hace un gesto con las manos a Connor para que le tienda a Cupido Junior. El aludido le hace caso y Cupido coge a su hijo, lo coloca en una sillita, junto al sofá. Seguidamente, le da un biberón y se asegura de que el pequeño lo agarre con sus manos.
Cupido nos indica que permanezcamos en silencio a lo largo de varios minutos. Tras ese periodo de tiempo, comprendo que es para que el bebé concilie el sueño, acto que logra gracias a la calma que reina en el despacho.
—Bien —Cupido rompe el silencio—, empecemos.
Connor y yo nos miramos brevemente.
—¿Cómo han ido las citas?
Ninguno de los dos contesta. Ambos miramos a lados opuestos de la sala y no mediamos palabra. Ante esta situación, Cupido suelta:
—Vamos, chicos. Necesito sinceridad. Quiero saber cómo os sentís realmente para poder arreglar lo de la flecha. Necesitamos información.
Escucho un suspiro que proviene de Connor.
—¿Quieres sinceridad?
—Sí, Connor, eso es exactamente lo que he dicho —destaca Cupido.
—Bien.
Connor asiente y se concede unos instantes para ordenar lo que está a punto de decir.
—Cupido —empieza—, entiendo que este es tu trabajo y que quieres hacerlo lo mejor posible, pero...
«Vaya inicio», pienso. Todo lo que va seguido de un pero no puede ser nada bueno.
—...no quiero que me digan de quién tengo que enamorarme —prosigue mirándose las manos—. Si hago las cosas por obligación, si me fuerzo, ya no hago lo que siento, sino lo que quieres que sienta. Y eso es injusto. No es real.
Cupido se pone una mano en la barbilla y observa a Connor con mucha atención.
—Irina —Connor pronuncia mi nombre y me mira fijamente a los ojos—, eres una chica muy agradable, pero sencillamente creo que no podemos estar juntos. No así. No si no somos capaces de mantener una simple conversación sin que nos invada el silencio tras decir cuatro palabras.
Me tomo unos instantes para entender qué quiere decir. ¿La culpa es mía ahora? ¿Yo soy la que no aporta nada? Me niego rotundamente y siento que su última intervención me ofende enormemente. Frunzo el ceño y le replico:
—¿Perdón? Yo soy siempre la que intenta dar. Tú no haces nada.
—Irina, cielo... —intenta intervenir Cupido.
—¡Cállate! —exclamo. Vuelvo a centrarme en Connor—. Lo que estás insinuando es que el problema es mío, pero te aseguro que no es así. Yo lo intenté en la primera cita, yo continué en la segunda cita e hice de ella algo decente. Creo que progresamos un poco, pese a la incomodidad. Pero al menos di algo de mí. —Niego con la cabeza y añado—: Tú no haces nada.
Ahora es él el que se pone a la defensiva.
—¿Te crees que tus preguntitas me interesan? —sugiere—. ¿Crees que quiero continuar perdiendo el tiempo en algo que no da frutos?
—¡Ah! —grito—. Ahora todo esto es un proyecto, ¿no? —No puedo evitar levantarme—. ¡Soy una persona, no uno de esos cachivaches que vendes!
Él también se alza.
—¡Somos incompatibles, Irina! —Niega con la cabeza numerosas veces—. Si no hemos conectado por primera vez, difícilmente lo haremos en un futuro.
—¿Ahora me vienes con historias de amor a primera vista? Chico, no te entiendo.
—Creo en el amor a primera vista —admite abiertamente—. ¡Y eso claramente es lo que tú no eres para mí! Así que deja de babear por mí y vete con tu novio de instituto a jugar a las parejas.
—Casey. ¡Se llama Casey! —formulo con indignación—. Y no es mi novio. Y no babeo por ti. En todo caso, tú babeas por mí. Todo esto de intentar ser misterioso para intentar atraerme y jugar conmigo... ¿Te crees que no me doy cuenta? ¿Te crees que no te veo cuando me miras?
—¡Yo no te miro como te crees! —desmiente acompañado de unas cuantas carcajadas—. Te lo tienes muy creído, chica. ¡No eres el centro del universo!
Sus palabras resuenan en toda la estancia porque son las últimas que alguno de los tres pronuncia. Aprovecho el silencio para soltar un mensaje envenenado hacia Connor:
—Sinceridad, Cupido, sinceridad.
Asiento con decisión y miro fijamente al nombrado, con una mano posada firmemente sobre el escritorio y la otra, señalando acusadoramente a Connor.
—Simplemente lo odio —declaro—. Parece que no tenga sentimientos. Está quieto, callado y no hace ningún esfuerzo. No puedo estar con alguien así. No quiero volver a verlo.
Cada sílaba sale lentamente de mi boca con la peor de las intenciones. Me da igual que le duela o no; al menos yo me he quedado un poco más a gusto.
—Pero si aún queda pendiente la tercera cita... —agrega Cupido con preocupación—. ¿No seríais capaces de llevarla a cabo?
Connor es el primero en responder.
—No puedo tener una cita con alguien que me odia. —Hay rencor en su voz—. Necesitamos tiempo.
—Coincido con él —manifiesto.
—Bien —expresa Cupido con suavidad—, pues creo que aquí no hay mucho más que hacer.
Asiento, me alzo y, sin decir nada, salgo del despacho rápidamente y me adentro en el ascensor. Sin embargo, antes de salir, advierto que Cupido Junior sigue durmiendo como un tronco; pese a la discusión y los gritos entre Connor y yo, no se ha despertado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro