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Tras la horrible ola de calor, vuelve algo todavía más espantoso: las clases.
Pese a estar a semanas del final del curso, las lecciones persisten y la rutina continúa. El único consuelo que me queda es que veré a mis amigas después de una semana. Concretamente, a mis dos únicas amigas: Jane y Leslie.
La primera, Jane, es una chica con el pelo corto y ondulado, tiene los ojos grises y destaca su altura, aunque lo que más me gusta es su personalidad sincera y altruista; Leslie tiene la piel oscura, el pelo rizado y los ojos marrones. Es delgada, divertida y siempre lleva una sonrisa en su rostro.
Ambas han estado fuera de Riverside durante la semana pasada: Jane en Santa Mónica, y Leslie ha volado a Vancouver para pasar allí algunos días.
Comparándome con ellas, lo más emocionante que me ha pasado ha sido la aparición de un empresario llamado Cupido (que, por cierto, no he vuelto a ver desde el encuentro con Connor), que me ha empujado a tener la peor cita jamás presenciada con un chico introvertido que no muestra sus emociones.
En resumen, cuando me pregunten por lo que he hecho esta semana voy a limitarme a decir que he me acabado todo el contenido de Netflix.
—¿Aún no te has derretido en Riverside? —pregunta Leslie cuando me ve en el aparcamiento del instituto.
La morena me abraza y esperamos hasta que venga Jane para entrar.
—Casi —respondo—, pero sigo viva. ¿Qué tal por Vancouver?
Empieza a relatarme lo bien que se lo ha pasado con su familia canadiense hasta que Jane aparece y la interrumpe.
Tiene la piel más oscura que la última vez que la vi.
—Sabes que existe la crema solar, ¿verdad? —le espeta Leslie con un tono bromista.
—Parece que hayas estado en el sur —coincido.
—He estado tomando el sol en la piscina cada día —justifica Jane—, no he podido evitarlo.
—Lo que no podemos evitar son las clases —las interrumpo yo—. Vamos o llegaremos tarde.
La primera clase del día es Economía Empresarial, con la profesora Maskame.
—Hoy tengo una sorpresa para vosotros, chicos y chicas.
Todos la miramos con cara de «sorpréndenos».
—Vamos de excursión a ver una conferencia de una empresa de tecnología al Centro de Convenciones de Riverside —expone con excesivo entusiasmo.
No se puede decir que nos hayamos decepcionado, porque teníamos las expectativas muy bajas, por lo que nuestras caras reflejan entre indiferencia y curiosidad.
—Bueno —indica la profesora Maskame ante nuestras expresiones—, el lado positivo es que os perderéis el resto de las clases del día.
Una ola de aprobación sacude el aula a la vez que nos levantamos para salir de ella y encaminarnos hacia el lugar donde se dará la conferencia.
Tan solo tardamos media hora en llegar.
Accedemos a la gran sala, después de pasar por el enorme vestíbulo, y nos sentamos en varias hileras de sillas cercanas a la mesa donde se sentará el equipo de la empresa. De hecho, los veinte alumnos que somos de la clase de Economía Empresarial estamos sentados justo en frente, a primera fila.
Obviamente, también hay muchísima más gente. Y cuando digo gente me refiero a adultos trajeados cargando maletines o periodistas con los portátiles a punto para empezar a escribir.
Repentinamente, se apagan las luces de la enorme estancia y aparece un hombre canoso de unos treinta o cuarenta años con un micrófono.
—Buenos días, Riverside. —Una ráfaga de aplausos estalla en el Centro de Convenciones—. Bienvenidos, desde los más jóvenes —nos sonríe— hasta los más mayores, a la conferencia informativa de Generación Z. A continuación, el equipo de una de las empresas emergentes más importantes del país compartirá los siguientes minutos con ustedes. Tengan una agradable experiencia.
Más aplausos.
—Bien —se excusa el hombre—, no tengo nada más que añadir. Sin más dilación, les dejo con Connor Davis, el director de Generación Z.
Esta vez la ovación suena de fondo para mí. ¿Connor? ¿Connor Davis?
No me da más tiempo a romperme la cabeza porque, efectivamente, Connor se muestra ante el público mientras saluda tímidamente con una mano, seguido de más personas tras él que supongo que son de su equipo. Enseguida toma asiento en el centro de la mesa y enciende su micrófono.
—Hola, Riverside —empieza.
Sonríe al público.
Leslie me mira con los ojos muy abiertos y sé lo que eso significa. Yo niego con la cabeza y pongo los ojos en blanco.
—Nunca sé cómo empezar esto —prosigue—, pese a que tengo un guion y unas pautas... —Se oyen algunas risas en el público—. Pero, bueno, vamos al grano... —Veo cómo frunce el ceño, tal y como lo hizo en la cita—. Con veintiún años y una gran empresa, la gente solo quiere saber una cosa de mí: cómo llegué al éxito. Y la charla de hoy trata sobre este tema.
Suspira hondo y traga saliva. Su rostro adquiere una expresión de seriedad.
—Generación Z ha sido un proyecto que ha conllevado trabajo y esfuerzo, obviamente. Con esto os he desvelado todo, aquí podría acabarse la conferencia —sonríe de oreja a oreja—, pero la clave del éxito no es llegar a él; es mantenerlo.
»Lo más difícil de manejar una empresa de esta categoría es que constantemente me siento en el punto de estar en mi mejor momento. Y cuando me paro a pensar, cuando he acabado de realizar un proyecto, creo que es mi mejor trabajo y entonces comprendo que ahora solo puedo ir cuesta abajo. —Niega con la cabeza—. Temo no estar allí arriba, en la cima, pero lo cierto es que no podemos estar ahí arriba siempre.
»El momento en el que entiendes eso es cuando te das cuenta de que puedes superarte a ti mismo y vas creando subidas y bajadas en tu vida profesional y personal. Nunca nos mantendremos en la misma posición porque la vida continúa, avanza y no espera a nadie.
Sus palabras me conmueven por dentro. No por el contenido, sino porque me doy cuenta de que, dentro de él, de Connor, hay algo más. Este Connor es una persona totalmente distinta a la que conocí en una cafetería setentera a las afueras de Los Ángeles.
A partir de este momento, él y varios compañeros de la empresa empiezan a explicar la evolución de Generación Z desde sus inicios, hace tres años, detallando con tecnicismos tecnológicos algunos de sus productos.
Finalmente, se encienden las luces y Connor se percata de mi presencia. Se queda trabado durante varios instantes, pero logra retomar lo que estaba diciendo.
—Ha sido un placer, Riverside —se despide—. Nos vemos pronto.
Se produce un último elogio del que no soy partícipe porque tiene sus ojos clavados en mí. Posteriormente, regala unas últimas sonrisas al público, se gira y desaparece por un lado de la sala.
Los presentes se van dispersando y nuestra profesora nos da permiso para ir al baño, con la condición de encontrarnos a las puertas del Centro de Convenciones en diez minutos.
Acompaño a Jane a los lavabos y la espero fuera, en los corredores, donde pasan hombres y mujeres trajeados. Reconozco a alguno que estaba sentado junto a Connor en la conferencia.
Justo cuando estoy preguntándome por qué Jane tarda tanto de salir del maldito baño (probablemente se esté retocando el maquillaje), noto unos toques en el hombro. Me vuelvo y es él, Connor, de pie junto a mí.
Me doy cuenta de que hoy va vestido de blanco, rompiendo con la vestimenta aburrida de la mayoría de sus compañeros.
—No sabía que vivías en Riverside —comenta.
—Yo tampoco sabía que tuvieras una empresa bastante importante —replico más cortantemente de lo que esperaba.
—La vida está llena de sorpresas...
Se encoje de hombros
—Deja de fingir —exijo negando con la cabeza.
—¿Fingir? —cuestiona con inocencia.
No sé qué es lo que no entiende.
—Las sonrisas que derriten a la gente, los saluditos y las palabras de motivación —enumero como una obviedad.
—¿Qué?
Suspiro.
Hay personas que lo necesitan todo bien masticado.
—Tú no eres así —dejo ir directamente.
Él formula una risa amarga.
—Tú no me conoces.
—Básicamente porque no hablamos.
—No se me da bien socializar —expresa a la vez que parpadea numerosas veces—. No sé cómo conocer a la gente. No sirvo para eso.
—Yo tampoco —indico.
Se instala el silencio entre nosotros. Casi puedo sentir sus pensamientos volando a toda velocidad.
—Mira —soluciona—, el sábado a las siete. Malibú. En el muelle. Segunda cita.
—De acuerdo —accedo.
En este preciso momento, Jane sale del baño y nos observa. Connor le dedica una sonrisa y me dice:
—Gracias por preguntarme tus dudas acerca de la empresa, adiós.
—Adiós. —Le sigo el juego.
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