Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

24


Las semanas transcurren en un abrir y cerrar de ojos. Después de Año Nuevo, vuelvo al instituto y contemplo cómo mi vida va volviendo a la normalidad poco a poco: no más Connor ni Cupido en mi vida y mi relación con Casey no podría ir mejor. Incluso mis padres, en febrero, vuelven a casa durante una temporada. Obviamente, hay una razón para ello: mi dieciocho cumpleaños.

El trece de febrero –sí, un día antes de San Valentín-, me despierto a la hora normal de cada mañana, puesto que tengo que ir al instituto. Sin embargo, en vez de escuchar el habitual sonido estridente de la alarma de mi móvil, en esta ocasión unos cánticos de cumpleaños hacen que mis ojos se abran.

Sonrío.

—Buenos días, cielo —saluda mi padre.

Se sienta en la cama, donde yo estoy tumbada, y se inclina para darme un beso en la frente.

Todavía medio dormida, hago un gran esfuerzo para abrir los ojos totalmente con tal de ver el luminoso día a través de mi ventana y los adornos que han colgado mis padres por toda la estancia, haciéndola más viva.

—Felicidades, cariño —dice ahora mi madre, acariciándome suavemente el cabello—. ¿Cómo te sientan los dieciocho?

Mis labios se curvan de nuevo en una sonrisa, pero lo cierto es que esta pregunta en particular me irrita. No es porque me la haya formulado mi madre, sino porque cada año desde que poseo conciencia me la hacen y me resulta totalmente vacía de coherencia. ¿Acaso algo ha cambiado de ayer a hoy?

Me limito a responder:

—Bien.

—¡Genial! —exclama mi madre—. Antes de bajar a desayunar queríamos hablar contigo respecto a tu fiesta de cumpleaños.

—Claro —me incorporo en la cama—, ¿qué ocurre?

—¿Qué te gustaría hacer? —cuestiona mi padre.

Me paro a pensar a lo largo de varios minutos, hasta que concluyo:

—Solo quiero que estéis vosotros dos, Casey y, quizá, Leslie y Jane. Nada más. —Asiento varias veces ante las caras confusas de mis padres—. No quiero una fiesta enorme con mucha gente, en serio. Lo que os he dicho será más que suficiente.

Ellos se miran mutuamente y mi padre se encoje de hombros.

—De acuerdo, Irina, si eso es lo que quieres...

Les sonrío nuevamente y me quedo pensando en lo afortunada que he sido de que sean mis padres, pese a los viajes, pese a las discusiones infantiles, pese a que últimamente no pasemos casi nada de tiempo juntos, como una familia... Tenerlos aquí hoy, conmigo, ya ha sido un regalo.

—Y ahora —mi madre me saca de mi ensimismamiento—, Irina, a desayunar o llegarás tarde.

—Es verdad.

Salen de mi habitación y yo me visto lo más rápido posible. Mi vestimenta de hoy consiste en una simple blusa blanca, una falda corta y ajustada negra y unas medias semitransparentes del mismo color. Me maquillo ligeramente, me pongo las gafas y me dejo el pelo suelto.

Me miro en el espejo de cuerpo entero de mi cuarto y, tras darme mi propia aprobación, salgo de la estancia, desayuno y recojo a Casey para ir al instituto.

—Felicidades, Irina —es lo primero que dice mi pareja cuando accede a mi coche.

Antes de arrancar de nuevo, me inclino hacia él para darle un beso.

Me corresponde con una sonrisa antes de preguntar:

—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? Ya sabes, después de la fiesta. —Insiste con sus ojos porque no sabe interpretar mis expresiones faciales—. Hay un restaurante vegano muy bueno en el centro que creo que te encantará. Además, podríamos quedarnos hasta tarde, porque a las doce será oficialmente San Valentín...

Me quedo mirándolo durante varios segundos porque me resulta gracioso verlo nervioso, aunque aparentemente parece muy seguro de sí mismo.

—Claro, Casey.

Le devuelvo la sonrisa y, finalmente, arranco el vehículo.



Mi día en el instituto pasa con normalidad, como cualquier otro, solo que, en esta ocasión, de vez en cuando mis compañeros me corresponden con alguna que otra felicitación.

Hasta que llega la tarde.

Jane y Leslie, las únicas personas que podrían considerarse mis amigas, vienen a mi casa a comer y me ayudan a hacer el pastel para la íntima fiesta de cumpleaños. Mis padres se han ido a comprar lo que falta y Casey vendrá más tarde.

—Hace tiempo que no nos reunimos las tres —comenta Jane.

Ya hemos terminado de batir todo lo necesario para hacer un bizcocho y ponerlo en un molde. Ahora solo falta esperar a que se cocine en el horno, por lo que nos hallamos sentadas entorno a la mesa de mi cocina con vasos de zumo entre nuestras manos.

—Entre que Irina está ocupada con Casey y desaparecen ocasionalmente, tú —Leslie señala a Jane— estás muy centrada en tus estudios y yo no hago nada con mi vida —la chica morena pone los ojos en blanco y se sacude el cabello rizado hacia atrás, como si estuviera orgullosa—, nunca coincidimos.

—Es cierto —admito—, deberíamos organizarnos mejor para quedar más a menudo.

Ambas asienten con la cabeza, aunque no percibo que estén muy entusiasmadas. Tampoco tenemos ningún tema de conversación, debido a nuestra distancia, por lo que esta situación está pareciéndome bastante absurda.

—Pero, bueno —expresa Jane con una gran sonrisa algo fingida—, estamos aquí. Juntas. Para celebrar tu dieciocho cumpleaños, Irina.

Le sonrío porque no sé qué añadir.

Mientras hablamos vagamente sobre temas vanos, esperando a que el bizcocho se haga de una maldita vez, empiezo a entender que he invitado a Jane y Leslie por mí; no por ellas. Lo he hecho para convencerme de que tengo amigas, de que le importo a alguien que no son ni mis padres ni mi pareja. Lo he hecho para que, cuando tome una foto de mi dieciocho cumpleaños, todos los asientos de la mesa del salón de mi casa se vean llenos.

La alarma del horno me saca de mis reflexiones deprimentes. Seguidamente, saco el molde, dejamos que se enfríe y empezamos a rellenar y decorar el pastel. Es entonces, cuando terminamos, cuando llegan mis padres cargados de bolsas.

A continuación, Casey se incorpora, hablamos todos aburridamente, me cantan la dichosa cancioncita alegremente y comemos el maldito pastel. Siento que, a cada segundo que pasa, mi negatividad va en aumento.

La razón principal es la presencia de Jane y Leslie: si ya estaban incómodas a solas conmigo, ahora se les ve claramente en sus rostros que matarían por estar haciendo cualquier otra cosa en cualquier otro sitio. Y odio eso; odio que alguien se sienta mal o fuera de lugar y eso hace que se refleje en mí.

Casey lo percibe y, cuando me hallo en la cocina con la excusa de «voy a traer un plato, ahora vuelvo», él me sigue y, detrás de la seguridad de la puerta de la estancia, susurra:

—¿Estás bien?

Se acerca a mí y acuna el rostro en sus manos.

—Sí —suelto firmemente—, solo que me gustaría no haber hecho ninguna fiesta.

—¿Por qué la has hecho, entonces? —cuestiona como si se tratara de una obviedad.

—Por mis padres. —Suspiro—. Estaban más emocionados que yo y, ya que han podido tomarse unos días libres, no quería decepcionarlos o hacer que se preocuparan por mí.

—Ah, ya sé —Casey asiente aún con sus manos en mi cara—. Los padres y las agobiantes preguntas como «¿Te ocurre algo?», «¿Todo bien en el instituto?», «¿Quieres que...

—«...hable con tu profesor?» —lo interrumpo—. «¿Y Jane, no era tu amiga?» —añado.

—«Pero si era tu amigo de la infancia».

—«¿Y si hablo con su madre?»

Le sonrío de oreja a oreja y él me corresponde con una de sus sonrisas.

—Pero tú y yo no somos así —dice—. Además, en cuanto se acabe esto saldremos de aquí e iremos a cenar al lugar que te he comentado esta mañana, ¿vale?

Asiento.

Él se acerca más a mí para besarme, pero justo en ese preciso instante la puerta de la cocina se abre y aparecen Jane y Leslie.

—Ah, estás aquí —indica la primera.

Me separo ligeramente de Casey y me vuelvo a ellas.

—Queríamos decirte que ya nos vamos, Irina —ahora habla Leslie.

Hace una pausa y se aclara la garganta.

—Bueno... Gracias por invitarnos, ha estado bien.

—Gracias a vosotras por venir y ayudarme —respondo a la vez que me acerco a abrazarlas.

—Ya quedaremos —añade Jane antes de abandonar la cocina.

—Sí —susurro.

Las acompaño a la puerta y me despido de ellas.



Casey y yo estamos de camino al restaurante que ha sugerido. No me ha costado mucho convencer a mis padres de que me dejaran salir, especialmente porque han percibido mis expresiones de irritación y malestar durante la celebración.

—Llegaré tarde. Muy tarde —les he dicho—. Me llevo llaves; no me esperéis. Llevo el móvil. ¡Adiós!

Casey aparca mi coche cerca del centro, aunque tenemos que andar un cuarto de hora hasta llegar al lugar en cuestión. Una vez allí, Casey me propone que pruebe una hamburguesa vegana.

—Dios mío —profiero con sorpresa tras saborear el primer mordisco—, sabe igual que una de carne.

Él sonríe.

Terminamos de comer sin hablar mucho, solo comentamos un par de cosas sobre el instituto y de mi maldita fiesta. El local, moderno e iluminado, va vaciándose poco a poco, hasta que, hacia las doce y media, decidimos marcharnos.

Emprendemos el camino de vuelta hacia el coche y, entre las calles iluminadas vagamente por las farolas, se me ocurre preguntar:

—Bueno, ¿cuál es tu plan ahora?

Casey consulta su móvil y se pasa las manos por sus mechones oscuros para retirárselos de la cara.

—Dado que es oficialmente San Valentín, lo primero es lo primero.

Se aproxima a mí, me sonríe levemente y me besa. Le devuelvo el beso y noto más presión sobre mis labios. Una presión distinta a la inocencia de nuestros besos desde que empezamos a salir. Una y otra vez, Casey vuelve a posar sus labios con más intensidad sobre los míos.

Yo le sigo el juego y, ante esto, segundos después, siento que sus manos descienden desde mi cintura hasta mis muslos. Percibo cómo me sujeta y avanza unos pasos hacia un muro, donde me estampa de una manera un tanto agresiva para mí.

Entonces sus manos vuelven a las andadas, aunque en esta ocasión describen un recorrido distinto: se meten debajo de mi falda.

Y lo logran.

—Casey... —digo cuando consigo apartar mi rostro del suyo.

También intento retirar sus manos de donde están, pero él se resiste. Y me está haciendo daño en los muslos. Duele.

—Casey —repito.

Ahora hago más fuerza contra sus brazos para quitarlos de encima de mí.

—¡Casey! —grito—. ¡No quiero!

No me hace caso. Sigue en el intento de besarme, pero aparto mi rostro y ejerzo más fuerza para apartarme de él.

—¡Déjame en paz, Casey! —exclamo—. ¡APÁRTATE DE MÍ!

Le golpeo la cara con mi mano. Ahora sí reacciona y me suelta. Se frota la mejilla varias veces y me clava sus ojos marrones amenazantemente.

No sé qué decir.

Pero él se adelanta.

—¿Quién te crees para pegarme? —cuestiona, ofendido.

—Te he dicho que no quería y no me hacías caso —digo con un hilo de voz.

—Y yo iba a proponerte que pasáramos la noche juntos y lo has arruinado todo —expresa con asco.

Nunca lo he visto así.

—No me siento preparada para esto —dejo ir con voz temblorosa—. Hoy no, Casey.

—Siempre tenemos que hacer lo que tú digas —se queja.

Suspira y deja que una de sus manos atraviese su rostro. Yo aún no puedo moverme.

—Es mi cuerpo —señalo—, es mi decisión.

—Pues tu decisión también será quedarte sola, Irina. Porque eso es lo que estás buscando: no tienes amigos, no ves a tus padres casi nunca... Solo te quedo yo —concluye.

—¿Estás amenazándome? —pregunto, ahora con indignación—. ¿Cómo te atreves a chantajearme de esta forma, Casey? Me acabo de enterar de que eres uno de esos chicos. Uno de esos que o se salen con la suya o te marginan.

—Todos somos iguales, Irina.

—No me lo puedo creer —respondo—. No me puedo creer que...

—La noche no tiene por qué acabar así —me interrumpe.

Su mirada y su tono se ablandan y se acerca lentamente a mí. Me posa una mano en el hombro y la desplaza despacio hasta la cremallera de mi blusa. Mientras la baja, estoy paralizada; no puedo moverme.

Sus dedos ahora entran en contacto con mi piel y se me eriza el bello, pero lo hace por miedo, no por placer. Entonces vuelve a aproximar su rostro al mío...

«Venga, Irina, reacciona», me exijo.

—¡Se acabó! —profiero apartándolo de un codazo.

Me aparto de él varios pasos para no quedarme atrapada entre el muro y él.

—No vuelvas a acercarte a mí. —Siento que los ojos están empapados y que la voz ya no controla los agudos y los graves—. Jamás. Gracias por este cumpleaños, Casey. Y por San Valentín.

Empiezo a correr hacia el coche cuando me cercioro de que se queda plantado donde está, mirándome fijamente desde la distancia, y de que no me seguirá. Cuando llego, por suerte, me percato de que, antes de entrar en el restaurante, Casey me había entregado las llaves.

Es en ese momento cuando soy consciente de todo lo que acaba de ocurrir. Y me pongo a llorar desconsoladamente dentro del vehículo. No por él ni por nuestra relación, sino porque, sin razón aparente, cuando a una mujer es piropeada, acosada o violada, no entiende el porqué ni la necesidad ni el motivo y empieza a pensar que es su culpa. Que el comentario, la violencia y la agresividad han sido producto de alguno de sus actos. Pero ¿acaso existir es algo por lo que debemos ser castigadas?

No, totalmente no. Yo no he hecho nada malo. Le he expresado mi voluntad, que no quería, y aun así yo era la que recibía lo peor. ¿Por qué? Por existir. Él tendría que haberla aceptado y punto.

Cojo el teléfono y me dispongo a enviarle un mensaje a alguien. A él. Necesito a esa persona.

«Hoy ha sido un día horrible que no ha hecho más que empeorar a medida que transcurría», pienso al mismo tiempo que le doy a enviar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro