Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

16


El frío acecha las calles de Riverside al comienzo del invierno. El otoño ha transcurrido en un abrir y cerrar de ojos, entre una cosa y otra, y las Navidades están a la vuelta de la esquina.

Nueva y habitualmente, mis padres no van a pasar las fiestas conmigo, porque solo tienen un día libre (justo el día de Navidad) y al día siguiente tienen que trabajar, por lo que no les sale a cuenta viajar desde Idaho, que es donde se hallan actualmente, hasta Los Ángeles porque perderían el día entero entre vuelos y aeropuertos.

Tanto mi madre como mi padre se sienten muy culpables por ello, pero yo les he asegurado que no hay ningún problema porque Casey está ayudándome a no sentirme sola y a decorar la casa. Además, este es el segundo año que no pasamos las Navidades en familia, ya que el año anterior tenían una reunión muy importante en Nuevo México.

—Te compensaremos esto, hija —afirma mi padre desde el otro lado de la pantalla durante la vídeo llamada—. Te traeremos algún regalo de Idaho, te lo prometo.

—No necesito regalos, papá, en serio —garantizo—. No os preocupéis, está todo bien. Ahora mismo Casey y yo estamos decorando el salón, mirad.

Enfoco con la cámara del móvil a Casey, que está colocando adornos en el árbol entretenidamente. Cuando se percata de que lo estoy grabando, sonríe y saluda con la mano.

—Uh, pues sí que tienes buena compañía, sí —accede mi madre—. Mejor compañía que nosotros, me temo.

Vuelvo a enfocar mi cara a la vez que me siento en el sofá y suelto un breve suspiro por el cansancio. Casey se vuelve hacia mí y toma asiento a mi lado. Alargo el brazo de tal manera que ambos salgamos en el rectángulo del vídeo.

—Ojalá tenerles aquí, señor y señora Hickson —comenta Casey.

—Lo mismo decimos, Casey —se lamenta mi padre—. Pero, al fin y al cabo, os tenéis el uno al otro y eso es lo importante.

Casey y yo nos miramos y asentimos.

—Intentaremos pasar unas buenas Navidades aquí, en Riverside —dejo ir con desgana.

—Parece que no te guste Riverside —puntúa mi madre— y entiendo que es una ciudad aburrida y tranquila, pero cuando pasas tanto tiempo fuera de casa se echa de menos.

—Bueno, mamá, no me cuentes estas cosas —digo antes de soltar un bostezo—. Ya es tarde, espero que paséis unos buenos días en Idaho.

—Sí, igualmente, hija.

—Cuidaos —suelta mi padre antes de cortar la conexión.

—Adiós —me despido.

Dejo el móvil en el sofá y alzo la cabeza, mirando el techo y suspirando. La tenue luz de la estancia se graba en mis pupilas de tanto observar la bombilla principal del salón. El cansancio recorre cada centímetro de mi cuerpo, aunque creo que es más mental que físico.

No es que me haya ocurrido nada especial o fuera de lo normal últimamente: llevo meses sin ver a Cupido, y a Connor no lo he visto desde otoño. Las últimas semanas han sido tan normales que mi cabeza se cuestiona constantemente la existencia de ambos, como si todo hubiera sido una invención pasajera. Aunque en el fondo sé que todo ha sido real, todo ha ocurrido.

—¿Estás bien? —pregunta Casey.

Me saca de mi ensimismamiento, se acerca a mí y me acaricia levemente el rostro. Me dedica una gran sonrisa, una que parece que solo guarda para mí. No obstante, lo cierto es que no acaba de atravesarme. Me llega, pero no se apodera de mí.

—Sí, solo estoy cansada —aseguro—. Y un poco nostálgica —añado a la vez que cierro los ojos.

Siento cómo su presencia se aproxima más a mí. Echo un vistazo de reojo y veo que acomoda su cuerpo junto al mío y posiciona su cabeza al lado de la mía. Él también cierra los ojos. Una de sus manos se posa sobre la mía más cercana.

—Mis padres te invitan a cenar la noche de Navidad —murmura su voz—. ¿Quieres ir o prefieres que nos quedemos en tu casa?

Suspiro todavía con los ojos cerrados.

La verdad es que no me apetece salir de mi hogar, pero tengo que hacerlo por Casey. Él sí tiene una familia con la cual pasar las fiestas y no quiero privarlo de ello.

—Claro, iremos a tu casa —suelto con un entusiasmo disfrazado.

—Genial —puntualiza Casey con calma en su voz—. Mi padre hace unos postres de muerte, ya verás.

Cuando finalmente me dispongo a abrir los ojos, lo primero que encuentro es su cara a centímetros de la mía. Hago un esfuerzo para sonreír antes de romper la distancia que nos separa.

Aunque sienta que a Casey le falta algo, me encanta nuestra relación. Es como si estuviera saliendo con mi mejor amigo; alguien con quien he pasado horas y horas y lo sabe todo sobre mí, alguien que me conoce mejor que cualquier persona, alguien que me hace sonreír cuando nadie más es capaz...

No podría haber tenido más razón cuando accedí a tener una cita con él, por el mero hecho de empezar a conocer a alguien a fondo, que es algo de lo que carecen otras personas como, bueno... ¿Hace falta que lo mencione? Llego hasta el punto de que me enfurece incluso pensar en él, en Connor, porque simplemente no se lo merece y me alegro de no tener que verlo.

Y, como no puede ser de otra manera, cuando todo va perfectamente en mi vida hay algo que se tuerce.

A la mañana siguiente, tras desayunar y ver otro capítulo de una serie, escucho el timbre de la puerta. La abro y me encuentro al cartero.

—¿Irina Hickson?

—Sí, soy yo —afirmo.

—Te traigo una carta certificada de Cupido S. A. —declara. Se me cae el alma a los pies—. Tienes que firmar para confirmar que la has recibido.

Me tiende un aparato digital en el que firmo y me da la carta. A continuación, me despido de él y me dirijo a mi habitación con la mirada puesta firmemente en el sobre.

«¿Una carta certificada?», me pregunto. «¿Por qué hará esto Cupido?», insisto. «Tiene que ser importante», concluyo.

Seguidamente, abro el sobre y encuentro un papel rosado en el que leo:


Mi queridísima Irina:

He estado muy liado últimamente: viajes, reuniones, ser padre... Ya sabes, el mundo empresarial. Como muy bien tienes comprobado, esto de las cartas me parece algo altamente cursi, pero cuando no hay tiempo para programar cosas que son más de mi estilo -como entrar a tu casa mientras duermes-, hay que tirar con lo que se pueda.

A todo esto, simplemente me dirijo a ti para comunicarte que mañana te espero en la estación de trenes Union Station de Los Ángeles a las diez. Es sumamente importante que vengas porque tengo un tema realmente importante que tratar contigo.

Si dudas y no apareces, tendré que ir yo mismo a buscarte tarde o temprano. Y, créeme, si no fuera importante no te lo pintaría de este modo.

Nos vemos mañana. O no.

Un abrazo,

Cupido


Suspiro profundamente como nunca antes lo había hecho y me paso una mano por la cara. Me dirijo a mi habitación y me tiro en mi cama dramáticamente, quedándome embobada mirando el techo mientras reflexiono.

Me propongo que lo primordial es ordenar mis pensamientos, concretamente tres: el primero, llevo meses sin ver a Cupido, pero ha estado dando indicios de su presencia, por lo que ya está anunciando y confirmando que la hora de encontrarnos está al caer; segundo, de lo poco que lo conozco, Cupido es un hombre muy impredecible, pero también es sistemático y cuando da su palabra, la cumple, así que si ha escrito que si no me presento vendrá el a buscarme, puedo confirmar casi al cien por cien que lo hará; y, tercero, Cupido siempre se sale con la suya. Estoy segura de que hará lo imposible para continuar con la unión amorosa entre Connor y yo, aunque me aterra saber cómo acabará esto.

En definitiva, llego a la conclusión de que haga lo que haga, siempre llegaré al mismo lugar: Cupido. Por lo que decido que lo mejor es hacer las cosas por las buenas en vez de priorizar mi orgullo y preocuparme el doble.

Así que, a la mañana siguiente, madrugo y me dirijo a Union Station. Allí me encuentro a Cupido nada más bajar del taxi que he pedido (básicamente porque no tengo ningún sitio en el que aparcar mi coche).

—Irina, cielo, ¡cuánto tiempo! —exclama con excesivo entusiasmo.

Aparte de su característico traje apretado en su cuerpo relleno, Cupido hoy lleva unas gafas de sol que le hacen parecer más profesional y seguro de sí mismo.

Inesperadamente, me abraza con mucha fuerza.

—Sí —suelto con el poco aire que me queda—, han pasado meses desde nuestro último encuentro.

—Sí, sí —hace un gesto de despreocupación.

Empieza a guiarme hacia el interior de un edificio blanco con paso acelerado. Entramos en el vestíbulo de la estación y quedo maravillada: unas lámparas enormes cuelgan del techo; hay butacas cómodas para los pasajeros que están esperado; las tonalidades marrones y amarillentas están presentes en las baldosas que forman cenefas en el suelo; los pequeños puestos a modo de bar acogen a los primeros clientes del día. Aunque la verdad es que no tengo mucho tiempo para apreciar todos y cada uno de los detalles, dado que Cupido aprieta un poco más el paso y tengo que correr levemente para alcanzarlo.

Hay un tren parado en el andén.

—Vamos —Cupido señala el tren—, tengo los billetes. No te preocupes, solo será un rato.

Accedemos al vagón más cercano y se acomoda en los primeros asientos que encuentra. Yo lo imito, sentándome frene a él.

Me limito a observar lo que hay a mi entorno: decenas de asientos acolchados dispuestos en un pasillo y nadie más que nosotros dos.

—¿Adónde nos dirigimos? —cuestiono.

—¡Es una sorpresa! —expresa con un tono misterioso.

Suspiro profundamente.

—Ah, por cierto —me interrumpe antes de que pueda replicar cualquier cosa—, ¿podrías dejarme tu móvil para agregar mi número de teléfono? Así no tendría que entrar a tu casa mientras duermes porque podría avisarte con antelación. Yo ya tengo tu número gracias a mis contactos, pero estaría bien que tuvieras el mío por si algún día necesitas hablar con alguien...

—Claro, no hay problema —le tiendo el móvil después de desbloquearlo.

Mientras él teclea, yo comento:

—Este tren está desierto...

—La gente es muy irresponsable —justifica—. Aunque esto es más bien debido a las ventajas de ser yo.

Hace un gesto de superioridad ligeramente pronunciado que no acabo de saber cómo interpretar. No obstante, lo que más me desconcierta es el significado desconocido de su última intervención.

—¿Qué quieres decir?

Frunce el ceño antes de decir:

—Espera, si me disculpas, necesito ir al baño un minuto.

Sin que nada ni nadie le detenga, se alza y sale del vagón por la dirección opuesta a la que hemos entrado.

—Vale —murmullo para mí misma.

Espero varios minutos en silencio pacientemente, tantos que creo que ya son muchos. Sin embargo, inesperadamente, siento que hay un leve zumbido recorriendo el suelo del vagón y, por instinto, levanto la vista hacia la ventana y aprecio cómo voy dejando atrás la Union Station poco a poco.

Me levanto y me dirijo hacia donde he visto a Cupido por última vez.

—¡Cupido! —grito—. ¿Cupido?

Recorro diferentes vagones, pasillos y compartimentos al mismo tiempo que pronuncio su nombre. Esta situación me parece muy extraña, por el obvio hecho de que no tengo ni idea de adónde se dirige este tren.

Finalmente, cuando ya estoy perdiendo todas las esperanzas, escucho unos pasos precipitados que parece que se estén acercando hacia el lugar en el que me encuentro.

Me quedo quieta a la espera de descubrir el cuerpo de Cupido de una vez por todas, pero, por el contrario, mi mirada asciende desde unos pies jóvenes y llega hasta unos mechones rubios.

Connor se halla de pie justo delante de mí y me observa con la misma sorpresa que yo a él.

—No puede ser —maldigo—. Nos la ha jugado.

—Otra vez —complementa Connor.

Ambos suspiramos.

Miro hacia el exterior a través de la ventana para evitar su mirada, no obstante, me arrepiento de ello. En el poco tramo que queda de andén antes de que el tren salga definitivamente de la estación y coja una gran velocidad, Cupido nos saluda con una mano y con una gran sonrisa en su rostro.

No puedo evitar decir:

—¡Maldito Cupido!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro