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I

Taehyung siempre había sido inquieto. Era difícil verlo quedarse en un solo lugar por mucho tiempo, especialmente en el Olimpo, donde las nubes esponjosas se alzaban como montañas suaves y ligeras bajo sus pies. Saltaba de un lado a otro con agilidad y entusiasmo, sus flechas brillando en su mano, mientras cantaba canciones antiguas que resonaban por los cielos. Sus alas blancas, tan puras como la nieve, brillaban al sol, y el eco de su voz angelical se fundía con la brisa celestial. El joven dios del amor estaba en su propio paraíso, disfrutando de su eterno juego en los cielos.

Sin embargo, en medio de su diversión, algo interrumpió su despreocupada existencia. Fue una melodía suave, casi imperceptible al principio, pero lo suficientemente hermosa como para detenerlo en seco. La música parecía fluir desde algún lugar debajo de las nubes, envolviendo el ambiente con una tranquilidad que nunca había experimentado. Era como si cada nota estuviera impregnada de una magia única, algo que lo llamaba profundamente. Curioso como siempre, no pudo evitar seguir la fuente de aquel sonido.

Taehyung se asomó cauteloso, dejando que su curiosidad lo guiara. Al apartar suavemente las nubes bajo sus pies, sus ojos azules, tan profundos como el océano, se fijaron en la vista que lo dejó sin aliento.

Abajo, en una pequeña colina cubierta de flores, se encontraba un joven que parecía no pertenecer a ese mundo mortal. Era alto, de tez nívea como el mármol más puro, y su cabello azabache caía en suaves ondas que se mecían con la brisa. Pero lo que más llamó la atención de Taehyung fueron sus ojos. Eran grandes, profundos, de un negro tan intenso que parecían capaces de absorber todo a su alrededor. Esos ojos oscuros, llenos de una delicada tristeza y una concentración profunda, estaban fijos en un lienzo, pintando con una dedicación que solo los verdaderos artistas poseen.

El pincel del joven se movía con gracia, cada trazo formando paisajes que parecían cobrar vida en la tela. Era una visión de serenidad absoluta, y Taehyung sintió que el mundo entero se desvanecía a su alrededor, dejándolo solo con la imagen de aquel chico.

-¿Quién es? -susurró para sí mismo, con el corazón latiéndole más rápido de lo habitual.

Sin saberlo, las flechas que solía manejar con destreza resbalaron de su mano. El dios del amor, siempre tan seguro y juguetón, ahora estaba completamente embelesado. Sentía un tirón en el pecho, algo que nunca antes había experimentado con tanta intensidad. La belleza del chico era innegable, pero había algo más que lo atraía, algo que no podía entender del todo. Era como si hubiera una conexión invisible entre ellos, algo destinado a ser.

Taehyung, aún flotando sobre las nubes, se mordió el labio inferior mientras su mirada no se apartaba del joven pintor. Los rayos dorados del atardecer envolvían la escena, iluminando la figura del chico con una calidez que solo realzaba su hermosura etérea. Su piel blanca resplandecía bajo el sol, y el contraste con su cabello oscuro lo hacía parecer una obra de arte viviente, algo que el mismo Olimpo no podría haber creado.

-Es... perfecto -murmuró Taehyung, sin poder evitarlo. No había otra palabra para describir lo que sentía. Definitivamente, para él, era amor a primera vista.

Sin pensarlo dos veces, tomo su arco que descansaba en las nubes y bajó flotando lentamente, incapaz de resistirse a acercarse un poco más al que ahora seria el amor de su vida, ese chico definitivamente seria suyo; seria su pecado mortal

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