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Capítulo 51

DEREK:

No sé qué demonios estoy haciendo ni en qué estoy pensado, mucho menos sé qué se supone que le diga cuando la vea. Pero aquí me encuentro, parado en la mitad del caos que es la sala de los Leblanc.

Nana me abrió la puerta con actitud apresurada, me dejo pasar y alegó que estaban intentando calmar no sé qué, y así como llego para recibir mi presencia, se fue.

Veo a un señor mayor pasearse por la casa con una sonrisa que me parece de triunfo y apoyándose de un bastón para caminar. A quien conozco como el hermano de Renée corre de un lado a otro, junto a otras personas con jarrones de cristal llenos de agua que usan para tratar de apagar el fuego que parece propagarse por el descanso de las escaleras y hacia los pasillos.

Un marco calcinado finalmente cede ante el peso y cae de su lugar.

¿Y dicen que mi casa es un infierno?

Veo a Adrien con una expresión divertida salir de la cocina. Lleva en una mano un extintor que sujeta con fuerza al llegar a donde pelean contra las llamas.

—¿Saben dónde se metió ese par? —cuestiona a las mujeres más cercanas a la vez que extingue el fuego con el aire frío.

Ambas niegan tras mirarse mutuamente, una de ellas murmura algo en tono confidencial y la segunda cruza su mirada con la mía al tiempo que mira a su alrededor como si estuviera buscando algo. Entonces ella también susurra algo.

Adrien se gira en mi dirección con curiosidad, me regala un asentimiento con la cabeza y vuelca su atención en el par de mujeres, parece darles indicaciones. Después de darles el extintor y apuntar hacia uno de los pasillos dando otra orden, comienza a bajar.

Me pone incómodo ver la libertad con la que se mueve y habla como si este lugar le perteneciera, con la familiaridad que se ve a leguas que siente de estar aquí. En el mismo lugar del que proviene... Mallory.

—Hola, Derek —saluda con cordialidad—. Lamento que te hayan dejado esperando, como puedes ver, tuvimos un corto circuito.

—¿Están todos bien? —suelto de pronto.

En realidad, quería hacer la pregunta directa de si Mallory se encontraba bien, pero no se siente correcto. Él parece percatarse de eso y deja salir una risa airada.

—Sí, nuestro corto circuito está bien —murmura con diversión.

¿O sea que, ella quemó eso?

Abro la boca para decir algo, pero mi mente está en blanco. Ni si quiera esperaba a que me recibieran, por lo que, no me moleste en preparar algo para decir.

—¿Tienes tiempo? —cuestión Adrien—. Hay algo de lo que me gustaría que estes al tanto, pero llevará un tiempo contarte todo.

Una sensación de sequedad ataca mi garganta.

—Claro —trato de sonar seguro, pero no lo logro del todo.

—Vayamos a mi despacho —apunta con la cabeza hacia uno de los pasillos de debajo de las escaleras—. ¡Jean! —llama y una de las mujeres se gira para mirarlo con atención—, por favor busca a ese par y asegúrate de que almuercen algo digno de ser llamado comida.

Comienza a caminar sin esperar a que la mujer pueda agregar algo. Lo sigo en silencio, detallando el desastre que hay en las escaleras que llevan a la segunda planta.

El pasillo es largo y al igual que gran parte de la casa es blanco, el piso es de mármol del mismo color, aunque tiene lo que parecen venas negras. No hay cuadros, no hay fotos ni diplomas como en mi casa. Las puertas son del mismo color de las paredes, algunas están hechas de cristal y madera blanca.

La palabra "impersonal" da vueltas en mi cabeza.

Llegamos a la única puerta de color marrón oscuro. Adrien no se toma ni un segundo para dudar o tocar por ver si hay alguien dentro, simplemente abre y entra.

Claro, no debe de tocar porque ha dicho que es su despacho... pero eso solo agrega una gota más al vaso de incomodidad que me hace sentir su acercamiento con esta familia.

💕

He perdido la noción del tiempo por completo, no tengo idea de hace cuanto que me encuentro en silencio con la cabeza baja, observando la tercera taza de café que bebo mientras estoy sentado en el despacho de Adrien.

Nada si ha terminado de asentar en mí. Todo lo confesado da vueltas y vueltas en mi interior a tal velocidad que ya siento que también estoy mareado.

Adrien me ha contado hasta el más cruel de los secretos que envuelven la familia Leblanc. Malika tenía toda la razón cuando dijo que los Leblanc eran herméticos.

Suspiro por enésima vez al recordar a cierta chica pelirroja. De pronto, me he sentido demasiado lejano de ella.

Me siento aterrado al pensar en lo que ha pasado por su vida. Me causa rabia que no se haya atrevido a contarme ni un miserable diez por ciento de eso y, me decepciono de mí mismo por sentir que ella me debe una explicación, cuando lo único que ha hecho es autoprotegerse. Ella no tenía por qué contarme nada.

—Sé que es demasiado para procesar —Adrien suena apenado—. Pero sentía la necesidad de que lo supieras. Por ti... por ella.

Mis ojos se encuentran con los suyos por primera vez en un rato.

—Entonces, no somos hermanos —es más una pregunta que una afirmación.

Siento la necesidad de que él o cualquiera lo confirme.

—No, no lo son —afirma.

Inhalo como si hubiera pasado demasiado tiempo sumergido en el agua helada.

—Y su nombre no es Mallory —se siente raro decirlo.

Un brillo divertido destella en los ojos de Adrien.

—¿Acaso importa el nombre? —se encoge de hombros—. ¿Te importa, Derek?

—Me duele saber que... —trago en seco—, ella no existe.

Él frunce el ceño.

—Claro que existe, pero tanto tú como ella se niegan a verlo —se cruza de brazos—. Escucha, Derek, la Mallory que conocí era callada, sensible e incapaz de no hacer lo que se le ordenara. Lloraba o se entristecía con el más mínimo cambio de actitud hacia ella. Jamás elevaba la voz ni se hacía notar.

—Es todo lo contrario a la que yo conocí —es mi turno de encogerme de hombros—. La que conocí era retadora, temeraria, astuta, testaruda. Era tan salvaje y libre que me hacía querer ser como ella —niego con la cabeza—. Pero esa Mallory no era real.

—No, esa no era la verdadera Mallory —contesta sin más—. Pero sí la verdadera Alexia.

Mis ojos regresan a la taza entre mis manos. Ya está más allá de la mitad, su contenido aún se encuentra tibio y aún desprende el olor a recién hecho.

—Alexia siempre nos empujaba, ¿sabes? —suena como si los recuerdos estuvieran llegándole de golpe—. Obtuve mi cicatriz siendo joven, así que viví lo que es la crueldad que pueden tener algunas personas por verte diferente. Un chico una vez, en un restaurante, me dijo que era asqueroso... Alexia dejó su malteada de fresa, se puso de pie en su asiento y golpeo al chico en la nariz con tanta fuerza que se la quebró.

Mi atención es nuevamente captada por Adrien. Él tiene los ojos en el techo, una sonrisa nostálgica.

—Ella le dijo: Ahora tu tendrán una cicatriz igual, veamos si tienes a alguien que te defienda de escoras como tú. Fue tan gracioso verla bajarse de un salto de la silla para continuar bebiendo su malteada —ríe—. También hacia esas cosas con quienes molestaban a Mallory o a Cameron. Ella siempre nos empujaba a seguir adelante, a salir de lo que sea que estemos afrontando.

—Suena como una chica fuerte —concedo.

Él asiente sin mirarme.

—Siempre que nos quedábamos atrás, daba la vuelta, volvía sobre sus pasos y te tomaba de la mano para llevarte con ella. Cuando necesitábamos ayuda, ella estaba ahí. Y jamás nos pidió nada—rememora—. Por eso, al decirnos que haría esto, no pudimos hacer otra cosa que no fuera tenderle la mano como ella lo ha hecho tantas veces con nosotros.

Niego con la cabeza, aún sin entender cómo es que estos chicos se las han arreglado para volverse los enemigos más peligrosos que mi familia y mi padre pudieran tener. Y sobre ello, no entiendo cómo es que me estoy cuestionando si debo ayudarlos o no.

—No conociste a Mallory, conociste a Alexia. Ella se vio reflejada en ti cuando vio que eras prisionero de tu padre —dice tras un breve silencio—. No te has percatado de lo mucho que ella ha sanado mientras te ayudaba. Puede que te haya mentido, puede que incluso te haya manipulado, pero te apuesto mi apellido a que si ella no lo hubiera hecho... no estarías aquí sentando.

En eso sé que tiene razón, sé que estoy en mi derecho de tenerla con el beneficio de la duda o simplemente descartar si quiero.

—Ella me liberó —confieso—. Pero me mintió.

—Lo ha hecho con todos nosotros... toda libertad tiene un precio, Derek.

Recuerdo aquella ocasión en la que la reprendí por lo que sucedió con la otra asistente. Ella había usado unas palabras similares.

—Eres la primera persona que la ve ser tan frágil —pronuncia—. Porque toda esa capa de egocentrismo, de superioridad, es solo una coraza para proteger a la niña pequeña que aún es, porque no se le permitió serlo.

Una sonrisa boba se dibuja en mis labios al recordar todos esos pequeños gestos en ella que me recuerdan a una niña pequeña. El parpadeo, el ruborizarse, el extraño ritueal de pararse sobre las puntas de sus pies y bajar.

¿De ahí viene esa actitud?

Adrien camina hasta estar parado a mi lado. Casi por instinto me pongo de pie, dejando la taza a medio beber en la superficie del escritorio de cristal.

—Sé que no podrías ir en contra de tu familia —afirma—, pero, ¿dejarás que él se salga con la suya? Ella cree que trata de destruirlos, porque ha pasado su vida viendo como todo lo que toca se hace añicos. No se da cuenta de que, en realidad, está ayudándolos.

La sonrisa amplia que Adrien me dirige me hace saber que estoy a punto de tomar la decisión correcta. O al menos eso es lo que quiero creer, es lo que quiero sentir. Porque la verdad, es que sigo sin saber un carajo de lo que pasará.

Pero estoy harto de que todos me deje afuera, que me digan mentiras o verdades a medias.

💕

Doce años atrás.

ALEXIA:

Camino con el debido cuidado de que nadie que pudiera estar dentro de la casa de los Teufel me descubra andando en su patio. Rodeo la casa para llegar al pequeño jardín trasero.

De pie, cerca de uno de los rosales más grandes, Irys Teufel admira las flores escarlatas. Sus ojos cayeron en mi a los pocos segundos.

—Así que... ¿se van? —su voz es un susurro de calma.

—Nuestro vuelo sale a las cinco de la tarde.

—Ya veo —se cruzó de brazos—. Y... ¿qué es eso que querías decirme con tanta urgencia? Es poco común que una pequeña busque hablar con una adulta con tal urgencia que se ve obligada manda una carta con su niñera.

Hemos cruzado palabra más de lo que debería admitir cerca de Renée. Irys fue amiga de Étienne, así que, mediante a ella he conocido otra faceta de mi difunto padre. Y según ella, él y yo somos muy similares.

—Voy a vengarme de su esposo —suelto sin reparos—. Como dije en la carta, creo que, tanto él, como Renée, nos han hecho sufrir demasiado. No es justo.

Una risa ligera salió de su interior. Sus manos blancas casi tan blancas como la nieve recién caída cubrieron por un momento sus finos labios.

—De verdad, eres idéntica a Étienne —dice tras dejar de reír—. A decir verdad, me viene bien tu iniciativa.

—¿Disculpe?

—Al recibir tu carta, algo en mí me hizo observar mejor a mis hijos y a mi esposo —vuelve a cruzarse de brazos, soltando un suspiro—. Desde que Kerstin nació, me he jurado proteger a cada uno de mis pequeños a capa y espada. Y aunque me duela admitirlo, por un tiempo hice de oídos sordos y ojos ciegos ante las actitudes que mi esposo —sus ojos se pierden en una de las ventanas de su hogar, la ventana donde he visto muchas veces al menor de sus hijos—. Kerstin ha tenido un embarazo psicológico por culpa de la presión que Frederick pone en ella para darle un nieto varón. Un heredero como el que ella no pudo ser.

Siento compasión por ella. Según sé, hace solo un par de meses cumplió los dieciséis años de edad. Pero también sé que, ella se ha estado esforzando por ganarse a su padre, quien la hace menos por ser mujer.

—Adler tiende a robarle pastillas para dormir a nuestro mayordomo, y hace poco lo descubrí con un cigarro —continúa. Saber eso duele, Adler apenas unos años mayor que yo—. Y Derek... tiene algo extraño últimamente. No nos deja tocar sus cosas, se incomoda si entramos a su habitación, y parece estar bastante irritable.

Sin agregar nada más, extiende un papel doblado en mi dirección.

Dudo si tomarlo o no, pero ella da un paso acercándose. Toma una de mis manos entre las suyas y pone el papel en la palma de mi mano, para luego cerrarla mientras continúa aferrada a mí.

—Esto es con lo que puedo ayudar sin sentir que le hago demasiado daño al hombre que amo —sus ojos se vuelven cristalinos—. Y para sentir que estoy defendiendo a mis hijos.

Me deja ir. Contemplo el papel en mi mano, sin saber exactamente qué decir.

—Solo eres una niña, pero cada vez que te veo, puedo ver a Étienne —susurra—. Sé que, si alguien puede ayudarme con esto, eres tú.  

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