Capítulo 46
Subo las escaletas tan rápido como puedo hacia la azotea del edificio. Siento que los escalones son interminables, pero no me rindo, no reduzco la velocidad. Los músculos en mis piernas arden como si estuvieran expuestos al fuego, mis pulmones me gritan que los deje respirar. Mi corazón está cavando un hueco a través de mi tórax, tratando de escapar.
Sigo subiendo, doy vuelta en un descanso para ver frente a mí el último tramo de escaleras y la desesperación en mi torrente sanguíneo me hace creer que no voy a llegar a tiempo.
A la mitad de las escaleras, la punta de mi tenis se resbala. Caigo sobre mi hombro, mi barbilla golpea contra el siguiente escalón, callando a la mitad el grito de dolor que estaba por soltar. Me pongo de pie entre el dolor y el cansancio.
Mi tobillo se torció, estoy segura. Continuó subiendo. Cada paso que doy con el pie derecho tengo que reprimir el alarido que quiero soltar debido al dolor.
Deslumbro la puerta de emergencia a escalones de ella. Y me las arreglo para empujarla y lograr salir.
El viento helado me golpea, mi respiración se condensa en una nube de vaho frente a mí. Y una pequeña parte de mi alma regresa a mi cuando la veo parada a unos pasos lejos del borde de la azotea.
—¡Eun-ji! —grito con la voz ronca.
Ella se gira hacia mí, sus mejillas están bañadas de lágrimas. Me miran con incredulidad. Un hippeo se le escapa cuando pronuncia mi nombre.
Cojeo hasta estar cerca de ella y extiendo una mano. Jamás he sido fan de las alturas, así que no puedo acercarme más sin que sienta que voy a desmallarme.
Una vez leí que el cerebro tiene la capacidad para hacerte saltar de un lugar alto, que, de hecho, si has estado en un lugar alto y no has "caído accidentalmente", es porque tu cerebro ha considerado que es demasiado valioso como para desperdiciarse. Me aterra descubrir si mi cerebro no tiene más amor propio del que me tengo a mi misma.
—¿Puedes venir? —muevo con urgencia mi mano—. Me da mucho miedo estar cerca del borde.
No es una mentira, pero tampoco lo hago por eso.
—¿Qué te sucedió en el pie?
—¿Por qué no te acercas y te lo cuento? —insisto.
Ella niega y da un paso atrás que me hace soltar una respiración entrecortada.
—Fui una idiota —murmura—. Tenías razón, pero me negue a verlo. Él solo jugo conmigo y me ha reemplazado una vez que se aburrió.
—No, no, debí quedarme al margen. Hice mal al meterme —me humedezco los labios—. Debí dejar que vivieras tu primer romance y estar ahí para ti cuando lo necesitaras, pero fui una egoísta. Solo pensaba en lo que yo sentía por ti y no en cómo te sentías.
—Siempre has logrado que me sienta bien, incluso cuando tú no lo estás —una sonrisa triste aparece.
Ella da un paso en mi dirección, haciendo que la presión en mi pecho disminuya una milésima.
—¿Me amas? —su voz suena estrangulada con el pesar que está cargando—. Si lo haces, no me obligues a quedarme.
Arrastro un pie, tratando de acercarme a pesar de mi temor.
—Sí, Eun-ji. Lo hago —estiro la mano, las puntas de mis dedos logran rozar su mejilla—. Te amo. Y porque te amo no puedo dejarte ir. Puedo vivir con que no sea yo a quien ames, pero si te vas...
Nuevas lágrimas brotan de sus oscuros ojos. Mi mano tiembla, ya no se si es de miedo, adrenalina o cansancio por la carrera previa.
Eun-ji da un largo paso hasta mí, rodeándome con sus brazos. La envuelvo con alivio, discretamente dando marcha hacia atrás mientras la meso en mis brazos.
—Carajo, Pinky —murmuro contra su hombro—. No vuelvas a asustarme de esa forma.
Ella ríe, enterrando su rostro en el hueco entre mi cuello y mi mandíbula. No paramos de dar pasos hacia atrás hasta que mi espalda choca contra la puerta de emergencias por la que llegue.
Eun-ji se separa, mirándome con la sonrisa más tierna que he visto. Trato de devolvérsela, pero no puedo, estoy al borde del shock. Me las arreglo para ahuecar una de sus mejillas con mi mano. Ella cierra un segundo los ojos ante mi tacto.
—Nadie va a amarme como tú lo haces —susurra.
—Quizás —me encojo de hombros usando un tono de broma—, pero solo es porque yo sí tengo buenos gustos.
—Puede que yo no pueda... pero, estoy segura de que un día, alguien que te amará más de lo que te amas a ti misma.
—¿Alguien que supere mi ego? —suelto una carcajada fingida—. Wow, ya quiero verlo.
Deja salir una risa incrédula. Por un momento, solo se queda mirándome en silencio, con una expresión relajada. Suelta una larga respiración y estoy a punto de preguntarle qué ocurre, cuando... me besa.
Sus labios se unen a los míos en un beso que hace latir mi corazón a mil por hora. Y no me tardo en corresponderle. Aprieto mis brazos a su alrededor cuando ella vuelve el beso más íntimo y con notas de una necesidad que no entiendo.
Trato de separarme para tratar de decirle algo, de hecho, abro la boca a centímetros de la suya y ella usa ese momento para meter su lengua. No sé si sentirme confundida o solamente disfrutar de un arrebato que le atribuyo a la adrenalina.
Cuando sus manos buscan deshacer el nudo en mi cintura de mi camisa para meter sus manos en la blusa básica negra que llevo puesta, me permito hacer lo mismo que ella: cedo ante el sentimiento del momento.
Mis manos se aferran a su cadera con una potente desesperación por no soltarla nunca más, de no dejarla ir. Nunca he deseado poseer a alguien como lo hago en este momento con ella.
El beso se vuelve lento, no sé si soy la única disfrutando realmente de él. Pero al menos agradezco la sensación de adormecimiento que me brindan los labios de la chica a la que amo. Me permito darle una pequeña y delicada mordida a su labio inferior, como un recordatorio de que la última vez que la bese las cosas no continuaron como lo hacen ahora.
Eun-ji se separa de mí. Cierro los ojos y apoyo mi frente en la suya, intentando que mi corazón vuelva a su marcha natural.
—Lo lamento —dice con la voz afectada.
Niego, abriendo los ojos.
—No hay nada que lamentar —suelto, porque así lo siento.
—Hay tanto que lamentar —refuta dando un par de pasos hacia atrás.
Mi cuerpo protesta cuando ella se lleva su calor y parte del mío al alejarse. Trato de seguirla estirando una mano, ella retrocede más y sus ojos vuelven a tornarse vacíos y llorosos.
—Lo siento tanto —solloza.
—¿Pinky? —intento dar otro paso, pero algo me detiene.
Al mirar atrás me doy cuenta de que ella se las ha arreglado para atar mi camisa a la perilla de la puerta de emergencia sin que me diera cuenta. El ardor de la compresión invade mi pecho.
<<Claro, por eso te beso, ¿por qué otra razón lo haría?>>. Pronuncia la voz molesta en mi interior.
—Espero que alguien pueda amarte tanto como mereces —la escucho reírse, es una risa dolorosa.
La observo. Ella sigue retrocediendo, la veo ir cada vez más atrás, hacia el final de la azotea.
—¡Eun-ji, para! —pido a la vez que trato de deshacer el nudo que me retine.
—¡Lamento no quererte de la misma forma! —grita acercando sus pies al borde, de espaldas al vacío—. Por favor dile a mi hermano que lo amo. Y que, lamento no estar aquí para verlo cumplir sus sueños.
Jalo la tela que me aprisiona con desesperación, escucho el sonido de rasgadura, pero no sucede la ruptura. En mi desesperación, lucho con quitarme la prenda. Tengo que arrodillarme un momento y levantar las manos al cielo para lograr salir de las mangas.
La forma en la que corro con frenesí hacia Eun-ji y el cómo ella comienza a caer parecen trascurrir en cámara lenta para mí. En ese momento, no me importa el punzante dolor en mi tobillo, no me importa el frío, no siento el cansancio ni los músculos engarrotados. Mucho menos el miedo por las alturas.
Me lanzo hacia adelante sin importarme si caigo con ella. Estiro la mano tratando de alcanzarla, pero ni si quiera logro rozarla.
Mi pecho impacta con brutalidad contra el suelo, dejándome sin aire, mis manos quedan guindando hacia el vacío y a pocos segundos escucho los gritos. El sonido sordo de su cuerpo estrellándose en el suelo me hace soltar el grito más fuerte que en mi vida he dejado salir. Mis cuerdas vocales se sienten rasparse unas contra otras con crueldad.
Alguien grita que llamen a una ambulancia. Pero con solo ver el cuerpo desmejorado de la chica que amo tendido en el piso, con un charco de sangre formándose a su alrededor, sé que es tarde. De sus oídos, de su boca, nariz y ojos sale sangre. Su cabello rosado le cubre el lado derecho de la cara.
—¡Eun-ji! —grito con todas mis fuerzas como si eso la hiciera revivir.
A mis espaldas escucho la voz de Dae-hyung llamar mi nombre, pero no tengo el valor de encararlo. Trato de explicarle que lo he intentado pero que no he llegado a lograr sostenerla. Mis balbuceos torpes son callados con su voz en un susurro diciéndome que está bien, que me aleje del borde. Aun así, no puedo hacer otra cosa que no sea gritarle a Eun-ji con la remota esperanza de verla moverse.
—¡Esto es su culpa! —bramo—. ¡Es su culpa, es culpa de ese maldito!
Los brazos de Dae-hyung se enredan en mi cintura y me levanta, trato con todas mis fuerzas de luchar contra él e intentar seguir en la orilla para que Eun-ji vuelva de entre los muertos. Le grito que no, que me suelte.
—¡Lo odio!, ¡lo detesto! —peleo contra la fuerza que me sostiene—. ¡Déjame!, ¡es su culpa!, ¡él causo esto!
Unas manos me sostienen por los hombros y me sacuden con brusquedad, como si quisieran hacerme reaccionar. Sigo soltando negativas a gritos y las sacudidas se vuelven el doble de intensas.
—¡No, no! —manoteo tratando de quitarme las manos de encima—. ¡Déjame!
—¡Despierta, con un demonio! —la voz de Adrien es un estallido que me hace abrir los ojos de golpe.
Mi cabeza gira, siento el sudor sobre mi cuerpo y la garganta seca. Mi respiración no se tranquiliza hasta que logro recordar en donde me encuentro: estoy en la casa de Renée. Estoy en la habitación que ella me ha dado.
—Solo fue un mal sueño. Estás en casa, estás a salvo —Adrien está arrodillado sobre la cama, me abraza contra su pecho y puedo escuchar sus latidos acelerados—. Estás bien. Estoy aquí contigo. Nada va a pasarte.
Me aferro al material de su pijama, haciendo puños con la tela entre mis manos y dejo salir todo el miedo a modo de llanto. La sensación de un ataque de pánico cosquillea en mí, pero la forma firme en la que el rubio me sostiene, la seguridad que me trasmiten sus palabras, disipa todo el miedo.
—Shh, está bien, preciosa —susurra—. Solo ha sido una pesadilla. ¿Me escuchas? Solo fue un mal sueño.
No, no lo ha sido. Ha sido el recuerdo de lo que me hizo sentir que mi vida perdía su rumbo. Fue el recuerdo de haber visto a la chica de la que me enamoré quitarse la vida en mi propia cara.
—No me dejes —suplico cuando trata de alejarse.
—No lo haré —siento una de sus manos pasar por debajo de mis rodillas y sin mucho esfuerzo me levanta—. Vas a estar bien.
Son las cosas que siempre me ha dicho, son las mismas palabras que he necesitado que me repita desde que soy una niña. Porque, aunque trataba de mostrarme lo más fuerte que pudiera, muchas veces llegue a necesitar de su mano cálida y sus palabras tranquilizantes para afrontar los tormentos en mi mente.
No me molesto en mirar a dónde nos llevan sus pasos, simplemente lo sé y lo doy por hecho cuando me deposita con cuidado sobre su mullida cama. Se separa de mi para taparme con la sábana de seda y él se acuesta sobre esta, sin taparse. Busco de nuevo su protección, acercándome a él.
—Shh, duerme —susurra acariciando mi mejilla—. Yo cuidaré de ti.
Trato de cerrar los ojos, pero por este momento me parece imposible conciliar el sueño.
Escucho una puerta abrirse y Adrien se sienta para mirar en esa dirección.
—¿Qué ha sido todo ese alboroto? —la voz de Cameron llena la estancia—. Ah...
La puerta no es cerrada, pero escucho los pasos del pelinegro alejándose con lentitud. Adrien niega con la cabeza, cuando trata de levantarse para ir a cerrar la puerta, Cameron vuelve a aparecer, esta vez, cargando con una almohada.
No dice nada, cierra la puerta con el pie y camina hasta la cama. Se sube en ella y camina hasta quedar flanqueándome por mi lado derecho. Acomoda su almohada arrojando las de Adrien al suelo y se acuesta dándome la espalda.
Adrien suelta un suspiro de cansancio, volviendo a pegar su cabeza a la cama.
Siento los pies helados de Cameron chocando con los míos y chillo ante eso.
—¿Por qué no usas calcetines? —me quejo.
—Porque siento como si estuviera el diablo agarrándome de los pies, indeciso de si llevarme o no —se gira hacia mí con cara seria—. Me molesta la expectativa.
Le doy un codazo y es su turno de quejarse.
—Adrien —acusa.
—Carajo, ya recordé por qué le echo el pestillo a la puerta —murmura, en lugar de regañarnos—. ¡Duérmanse o los saco!
Esto es como otra regresión. Se siente exactamente igual a cuando era una niña. Acurrucada junto a mi hermano y mi figura paterna en una noche de tormenta.
Sé que el sueño fue detonado por lo que pasó en la casa de los Teufel, por el estrés que me causo tener que seguir a Renée al auto sin poder desmentirla.
Pero al igual que con las tormentas, cuando estas se calman, dejan pasar la luz. Y mañana que el sol salga, también saldrán a relucir los problemas que se resolverán. Mientras tanto, trato de disfrutar de la sensación protectora que me brinda el cielo nublado y la oscuridad.
<<Dulces últimos sueños, familia Teufel. Porque a partir de mañana, serán ustedes, los que sufran pesadillas>>.
_ _ _ _
Me voy a terminar mi tarea, porque no quiero tener pesadillas con un examen reprobado.
Hasta mañana...
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