Capítulo 42
Han pasado tres días y medio desde que Frederick Teufel me pagó la moneda de la traición, la misma con la que me obligó a pagarle a su hijo. Para su mala suerte, mi padre me educó con la mentalidad de no darme por vencida hasta obtener lo que quiero.
Y Frederick debe saberlo mejor que nadie, por algo se aseguró de que me fuera.
Espero que la confrontación que tuve con Derek esté surgiendo su efecto, haciendo al rubio desconfiar hasta de su sombra. Inhabilitarlo es quitarle una de sus mejores armas a Frederick.
Por ahora, necesito estar a solas con mis demonios, porque siempre he aprendido algo útil de ellos.
Cierro una de mis maletas con esfuerzo, debido a que mis cosas fueron metidas en su interior sin cuidado. La segunda aún está abierta sobre la cama.
Suelto un suspiro, enderezando la espalda y voy al armario donde se encuentra la mochila de viaje en la que guardo las cosas de Argos. Él sabe qué ocurre, sabe lo que va a pasar: nos vamos. Y como el perro inteligente que es, no pierde ni un segundo en buscar su pelota y ofrecérmela para que la guarde al fondo de la mochila, donde estará segura.
—¿Estrás bien sola, mi niña? —Nana me trae parte de mi ropa que había dejado secándose afuera, me ayuda acomodándola en la maleta que queda abierta—. Sabes que puedes quedarte cuanto quieras, ¿verdad?
Meto la manta canela que tanto adora Argos, doblándola con cuidado, ya que él está inspeccionando que lo haga. Luego, mi caballero de armadura dorada en cuatro patas me ofrece su banana masticable, la tomo y antes de que pueda meterla a la mochila, la mano de Nana se cierra sobre mi muñeca con delicadeza.
—Déjame ayudarte —dice, empujando mi cuerpo con el suyo de forma sutil.
Me dejo caer de espaldas en la cama, llevándome las manos a la cara.
—¿A dónde irás? —escucho preocupación en su voz.
—Al departamento de Adrien —me tallo la cara—. No me mal intérpretes, pero ahora necesito privacidad para pensar.
—¿En qué exactamente? —siento la cama a mi lado hundirse.
—En... —suspiro—, lo que he estado reprimiendo.
Siento su mano posarse sobre el muslo de la pierna que muevo sin control. Ella susurra mi nombre de forma maternal y eso me hace quitar las manos de mi rostro para mirarla.
—¿Te preocupa que él te odie? —suelta, afable.
—No sé —me encojo de hombros, ella se sienta a mi lado—. Y no me gusta no saber.
—Siempre has sido tan curiosa, ¿no? —una sonrisa nostálgica enfatiza sus arrugas—. Siempre era: ¿Nana, por qué esto, por qué aquello? —ríe, recordando—. A veces me hacías pensar: Dios, por favor dime, ¿de dónde se apaga esta niña?
Me roba una sonrisa. Me siento y recargo una mejilla sobre uno de sus hombros. Nana comienza a hacerme caricias en el cabello, al igual que cuando era niña.
—¿Por qué haces esto?, ¿por qué le hiciste eso? —murmura—. Creí que comenzaste a ver como un amigo a Derek.
—No estoy segura —desvió la mirada.
—Tienes que detenerte —susurra mi nombre, y se gana una mirada de parte mía—. Debes parar. ¿Por qué continuar con esto?
El sentimiento cercano a la suplica se siente flotando en el aire.
—Porque no soy tan fuerte como creía y si termino con esto me sentiré invencible.
—Ella creía que lo eras, lo eras por las dos. Si necesitar dañar a nadie —pronuncia con cautela—. Ahora, deberías tratar de ser feliz como ella, por ambas.
El eco de su risa cuando jugábamos en el jardín, siendo un par de niñas, llega a mí. Correr delante de ella, tomadas de las manos. Su cabello del color del oro y la sonrisa deslumbrante que jamás he logrado imitar.
—Yo... —niego con la cabeza, alejando de mí el pensamiento de que quizás podría—. No, no soy como ella —me pongo de pie—. Y estoy cansada de intentar serlo.
Los ojos de la mujer que me crio no se despegan de mi mientras empaco el resto de mi ropa.
—¿Has ido a visitar sus tumbas, mi niña?
Y, ahí está, justo lo que no quería escuchar.
—El cementerio donde descansan está a unas cuadras de aquí, podríamos ir.
Niego con la cabeza.
—¿Y si te digo que, no te dejaré salir por esa puerta hasta que vayas a verlos? —me sonríe de tal forma que sé que está bromeando.
—Entonces, saldría por la ventana —le devuelvo el gesto, aunque en mi se desvanece como la espuma de una ola al tocar la orilla.
Desde que volví, he pensado en ir a verlos. En llevarles flores, en contarle a la tumba donde yacen sus restos lo mucho que los he extrañado, las cosas que he visto y las que he hecho. Pero la sola idea de encontrarme en ese lugar, de leer sus epitafios... ¿cómo lo haría?
Miro mis pies, como si les preguntara si serían capaces de llevarme hasta sus tumbas.
Argos se escabulle entre mis piernas. Esos ojitos negros me miran con un brillo de cierta emoción. De entre sus dientes, su arnés de paseos guinda. Le rasco la cabeza.
Él y su forma de darme ánimos. Argos y su forma indirecta de empujarme para continuar avanzando.
—Nana —llamo. Ella hace un sonido afirmando que me escucha—. ¿Connor y tú quieren dar una vuelta antes de irnos?
—Le diré a Connor —se pone de pie caminando hacia la salida.
—Y, Nana —volteo a mirarla—. ¿Conoces... alguna florería cerca de aquí?
💕
Lápidas con formas ovoides, rectangulares o en forma de cruz, grises, de madera, de cristal e incluso alguna que otra que parece hecha de mármol negro, algunas negras y unas cuantas en un blanco yeso. Filas y filas, una tras otra me rodean ni bien he entrado al cementerio.
Hace años que estuve aquí por última vez. Pero no parece haber cambiado. El único detalle a resaltar es macabro, pero mi mente nerviosa lo usa para tratar de espabilar la sensación de querer salir corriendo.
El número de lápidas ha aumentado —naturalmente—. Digo, es natural que aumenten, lo que no sé si sea natural sean las formas en las que esas personas terminaron ahí.
<<¿En qué estoy pensando?>>.
No debería...
Realmente no puedo...
Pero lo hago.
—Morirse parece estar de moda —murmuro para mí.
El silencio es únicamente roto por el sonido de las hojas en los árboles cuando el viento las hace bailar. Y las sombras en el piso e incluso reflejadas en las lápidas son lo único que se mueve, aparte de mí.
—Este sería un mal día para que los muertos se levanten, ¿no? —cambio el ramo de crisantemos de una mano a otra—. Me voy a ir al infierno por estos comentarios, pero al menos me iré sin nervios.
Tras rodear la capilla me detengo en seco.
Me recuerdo en medio de esa explanada, con los pasillos a un lado y el enorme roble al otro, roble que ya no se encuentra en el lugar. Ha sido reemplazado por una fuente con un ángel sosteniendo una espada.
"Ella estaba escondida tras el tronco del roble, llorando donde mi madre no pudiera verla, donde no pudiera escucharla. Nos habían regañado, porque fue ese día en el que Renée se enteró que jugaba con Adler en la casa de alado.
Era yo quien escapaba para jugar, pero era ella quien lo permitía.
—Ya no habrá canciones de cuna —dije su nombre, el cual estaba prohibido pronunciar, con la voz afectada por el llanto que escondía—. Así que deja de llorar, nadie va a consolarte.
—Tú me cantarás —contestó, segura.
Y claro que lo haría, no había cómo no hacerlo. Adoraba cantar, en especial, si era para Papá, el abuelo o... para mi hermana mayor.
—No lo haré, quiero ir adentro, está por llover.
—¿Podrías? —sus ojos me rogaban y yo desvié la mirada—. Aunque sea, una. Solo una.
La miré de mala gana, pero sus ojos hinchados y las bolsas moradas bajo sus ojos hicieron que mi temple se sacudiera.
—De acuerdo —suspiré, resignada—. Una última, solo para que dejes de llorar".
Sonrío con tristeza, porque esa fue también la última vez que estuvimos juntas.
Reanudo mi caminar, cortando el recuerdo en el momento en el que mi yo de niña descubre a Derek escuchándola mientras canta. Me detuve con el pánico de que la viera, él no la conocía, nadie fuera de la casa Leblanc lo hacía. Tuve que entretenerlo para que no se diera cuenta de que no estaba sola, fue testigo de nuestra última travesura.
El camino de piedra me lleva hasta donde necesito. Me detengo en el lugar correcto.
Por el rabillo del ojo deslumbro la lápida de mármol blanco a mi derecha. Tomo aire y lo libero despacio, girando para mirar cara a cara el nombre de mi padre escrito sobre su epitafio.
Un parpadeo cruel me deja entre ver un recuerdo, de él conmigo sentada en sus piernas mientras leíamos. Cuando le dije algo que lo hizo reírse a carcajadas.
<<Ojalá recordara qué fue lo que dije>>.
Deshago el nudo con listón rosa en el tallo de mis flores. Y las acomodo sobre el mármol.
—Sé qué hace tiempo debí venir —digo una vez que termino de poner las flores.
Tras sonreír mirando el nombre de mi padre, simplemente, dejo que las palabras se desborden desde mi interior. Dejo salir aquello que no le he contado a nadie y cosas que quizás no debería decir en voz alta.
Comienzo a relatarle lo que he hecho, cosas como el haberme ido a vivir con el abuelo un tiempo, las veces que mi alergia provocó cosas preocupantes al principio, que al recordar las reacciones de las personas que me vieron tener un ataque anafiláctico, se vuelven chistosas.
Le cuento de los amigos que hice en corea, en especial de cierto chico que está un poco loco, con el que parecemos agua y aceite pero que, en realidad, nos entendemos muy bien. Le cuento cómo fueron mis años ahí, lo difícil que fue.
En algún punto, he dicho lo que ocurrió con Eun-ji sin que me temblara la voz.
Relato lo que puedo, las historias que se me, usándolas como excusas por las que no había visitado su tumba. Cuando la verdad yace a su lado izquierdo, en una tumba más pequeña pintada de rosa.
Cuando he soltado lo suficiente como para sentir que es correcto irme, miro la lápida contigua. El aire se torna frío, los árboles parecen callar para escuchar lo que sea que tenga que decirle.
—Hola, Alexia —susurro en dirección a la lápida rosa.
El nudo de terror en mi garganta se cierra. La culpabilidad, el ardor de una herida que se ha vuelto a abrir, el dolor en mis ojos por las lágrimas retenidas, las ganas de gritar... un cumulo de cosas me hacen imposible soportar un segundo más ahí.
Doy la vuelta, rumbo a la salida. Con una última mirada hacia sus tumbas, es la forma en la que me despido de ambos, de mi padre y mi hermana.
Salgo del cementerio sintiendo que mis piernas están hechas de aire. Un poco del remordimiento se ha ido, el que se ha quedado guarda silencio por un rato y lo agradezco enormemente.
Al llegar a la entrada del parque me encuentro con Nana y Connor. Argos jadeando, pero con una mirada de diversión me recibe con un empujón de su cabeza contra mis piernas.
—Estábamos a punto de ir por ti —Nana me entrega la correa de Argos.
Comenzamos a caminar de regreso a casa de Nana. Connor va al frente de nosotras contándonos cuanto se ha divertido en la escuela, y que una niña —lindísima como él describe— se le ha acercado para preguntarle su nombre.
En realidad, parece que Connor descubrió que es bastante guapo para la edad que tiene. Nana de hecho lo sabe, así que le advierte que no vaya por ahí coqueteando porque aún no está en edad de hacerlo.
<<Este niño va a ser el terror de los novios de todas en unos años>>.
Connor apresura su paso. Nos cuesta seguirlo, es un niño con mucha energía. Así que Nana me dice que lo siga, ya que, de las dos, la que puede igualar la energía de Connor soy yo.
Connor se detiene al final de la acera por un segundo, para después comenzar a cruzar la calle hacia la otra acera. Sigo al niño, tratando de alcanzarlo antes de que llegue a la mitad de la calle.
Un solitario automóvil se ve a lo lejos. Me sorprende poder recordarlo al instante en el que reconozco al conductor: Johan. Debe ser el auto que pertenece al uso personal de Irys. No alcanzo a ver quién es la persona en la parte trasera.
De hecho, no logro ni procesar la mitad de las cosas. Parecen ocurrir en una secuencia lenta y tortuosa. Como en esas pesadillas en las que tratas de correr con todas tus fuerzas, pero no avanzas.
Connor salta de una línea blanca pintadas en el cruce a la otra, el auto acelera, mis piernas tratan de moverse con más rapidez. Un destello blanco y negro pasando a mi lado.
Intento correr hacia él, pero las manos de alguien se aferran al material de mi blusa.
Mi grito desesperado invade mis oídos. Después, el chirrido de las llantas lo llena todo.
Entonces otro grito llega, alguien me llama y por un momento, parpadeo. En la oscuridad, escucho el golpe y juro por lo más sagrado que tengo que... escucho algo quebrándose.
_ _ _ _
¿A qué no adivinan?....
Sigan leyendo>>
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro