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Capítulo 39

ADLER TEUFEL:

Decir que la ropa me queda bien está alejado de la realidad. La ropa me queda de maravilla. Modelo frente al espejo de cuerpo completo, la gabardina violeta con botones de resina que encapsulan en su interior pequeñas hojas de oro se me ve espectacular.

Hace años que participé por última vez en una sesión de fotografías para la empresa de mi familia. Sé que mi padre me propusiera hacerlo es su forma de pedir disculpas por lo ocurrido la última vez que nos vimos.

—¿Te han dicho que el violeta resalta tus ojos? —pronuncia una voz a mis espaldas.

Salto de la impresión, a la vez medio girando y medio tropezándome hacía donde he escuchado venir la voz. Mi costado derecho choca contra el espejo y tengo que sostenerlo para que deje de vibrar.

Su risa me eriza la piel.

—¿Te han dicho que ver a un muerto puede causar infartos —en lugar de encararle, me giro hacia el espejo, mirando su silueta a través de este—, eh, Alexia?

Su risa se intensifica. No es ni aguda ni grabe, pero es baja, airada y cargada de un aura enigmática que nunca he oído en la risa de nadie más.

—¿Vienes a amenazarme? —me cruzo de brazos, ella me pone nervioso.

De los Leblanc, ella y Mallory han sido las únicas con las que he interactuado verdaderamente.

Ella es como si todos los pecados del mundo hubieran tomado la forma de una hermosa mujer. Es como una flor venenosa, hermosa y mortal que siempre te invita a tocarla sin que sepas que puede ser la última cosa que hagas en tu vida.

Siempre te dice las cosas que quieres saber, el detalle es que su lenguaje está encriptado, es tu deber desenterrar cada fragmento del puzzle que te da para que logres encontrar la respuesta que buscas. Ese es su juego favorito.

Le encanta irse por las ramas, usar cada callejón.

No soy bueno descifrándola, muchas de las veces me he quedado con la mente en blanco cuando me habla, he dejado muchos de los enigmas que suelta sin resolver por mi falta de inteligencia o paciencia para encontrarle sentido a lo que dice.

Pero ella fue mi amiga, es mi amiga. Y si hay algo que ella hace para mí por nuestra amistad, es hablar lo más claro posible.

—¿Por qué te amenazaría? —concentra todo su peso en su pierna izquierda.

Ese gesto que recuerdo de cada una de las veces que alguien creyó ver una amenaza en ella, cuando lo único que Alexia quería era divertirse un poco haciendo cualquier otra cosa que pelear a puño limpio. Y no porque fuera mala, esta chica es la mejor luchadora que conozco.

Se necesitaría de un hipopótamo furioso para acabar con esta chica cuando se trata de peleas cuerpo a cuerpo. Es delgada y un par de centímetros más baja que yo. Pero tiene la fuerza suficiente para vencerme.

Mantener mi distancia es lo más seguro que puedo hacer. Aunque no creo que se atreva a golpear... bueno, con Alexia, nada es del todo seguro.

Trago saliva.

—No te hagas la inocente —refuto—. ¿Mallory trabajando para Rohdiamant? No soy ningún estúpido.

Ella sale de las relativas sombras en las que se había mantenido. Su paso me hace sentir como una presa embelesada con el atrayente movimiento del depredador que tiene enfrente, sin poder ver que es la muerte la que danza frente a ella.

Me muevo hacia una de las sillas frente a los espejos Hollywood. Me siento controlando mis movimientos, pues de los nervios es seguro que termino rompiendo algo.

—¿Ya me dirás qué es lo que tramas? —me respaldo.

Abre los labios, mis músculos se tensan, mis oídos se preparan para escuchar lo que sea que esté dispuesta a decirme. Mi mente se relaja para recibir la información que va a tener que descifrar. Pero me doy cuenta de que separó los labios apenas lo suficiente para dejar salir un poco de su respiración, los cierra y me muestra una sonrisa de lado.

<<Como si fuera tan fácil>>.

—Mmmm... —ella pasea esos peculiares ojos por la estancia, hasta que se detienen en mi —. No. Pero, vengo a hacerte un favor.

—¿Por qué me harías un favor? —mi boca se siente seca.

No ha negado que tienen algo planeado.

—Te aprecio, Adler —la sonrisa en sus labios deja de ser burlona, se trasforma en una más dulce, pero no deja de tener veneno.

Suspiro.

Recuerdo el día en el que se me ocurrió echar un vistazo en el jardín de los vecinos al oír una voz recitando un poema. Me causaba intriga saber por qué nunca veía a los niños en su inmenso jardín delantero. Con todo ese espacio, ¿por qué preferían jugar en el reducido espacio del jardín amurallado?

Entonces, conocí a la razón de tanto hermetismo entre niños tan pequeños. "El error", como Renée siempre la nombro: Alexia.

—Una vez, me dijiste que éramos iguales —camina hacia mi sin producir ruido.

Sí, es cierto. Le había dicho que mi familia también me consideraba un caso perdido, un loco sin remedio.

—"Mi padre me dice que estoy loco sin saber que él causo esa locura" —recita ella—. ¿Qué fue lo que contesté, Adler?

Sus ojos parecen buscar en los míos la respuesta que ya conoce. Veo la tención de sus hombros relajarse y es como si me invitara a hacerlo con ella. Me relajo en la silla.

La veo dar una inhalación larga, que deja escapar de forma lenta y repetirla. El gesto relajado que adquiere su rostro me hace pensar en mi respiración. Si ella está tranquila, ¿por qué yo no lo estaría?

Se bien que, si ella estuviera aquí para algo malo, su respiración sería otra. Ella es demasiado impulsiva, pero está relajada. Eso quiere decir que yo puedo relajarme también. Igualo su respiración, disfrutando como los nervios abandonan mi cuerpo y los latidos de mi corazón dejan de tratar de romperme las costillas.

—¿Recuerdas lo que conteste, Adler? —sus ojos siguen fijos en mí. Su color gris los hace parecerse a los espejos que me rodean.

Asiento con la cabeza, para que entienda que sí lo recuerdo.

—Trata de evocar ese momento —instruye—. Nosotros sentados en el jardín, a la sombra del árbol. ¿Qué fue lo que dije? Recuérdalo como si hubiera pasado ayer.

No es una orden, de hecho, que me invite a repetir sus palabras causa un efecto extraño en mí. Su voz parece volverse mi música de relajación.

—Cierra los ojos —continúa—. Trata de recordar.

Le hago caso, cierro los ojos suspirando. La sensación se acentúa, se siente como el efecto de un sedante comenzando a adormecer mis sentidos.

Me pongo de pie negando con la cabeza en cuanto reconozco lo que trata de hacer.

—No, no me lavaras el cerebro —digo apuntando al centro de su pecho—. Me dirás qué es lo que tramas, ¡y te irás de aquí!

Su expresión relajada desaparece. Sus pasos dejan de ser lentos y se vuelven sonoros, agresivos. En un parpadeo, arremete contra mí. Casi caigo de la silla cuando ella me empuja contra está. Alexia se cierne sobre mí y trato de aplastarme cuanto puedo contra el respaldo de la silla.

—No te confundas, Adler —pronuncia con severidad—. Te tengo aprecio, pero no dudaría ni un segundo en hacerte pedazos.

—¿Tienes miedo de que les arruine el plan? —intento mostrarme retador, pero su sonrisa burlona me hace tragar saliva.

La punta de su dedo índice se coloca debajo de mi barbilla, obligándome con un poco de presión a mirarla fijamente. Sus ojos brillan como un cuchillo recién afilado gracias a las luces de los espejos.

—Este plan hace tanto que está en marcha que... ya es imposible detenerlo —comenta con soberbia.

—¿Qué? —mi voz flaquea.

—Adler, te aconsejo que sigas tu instinto —susurra, suena preocupada—. Haz lo que mejore haces: Huye. Vete.

—¿Por qué me adviertes?, ¿esto es algo que involucre a toda la familia Teufel?

—No, Adler. Pero es algo que va a perjudicarlos a todos de diferentes maneras y en diferente medida —niega.

Trago saliva sin saber qué decirle. Busco en su mirada algo que me indique que es una de esas bromas pesadas que a veces hace y que solo a ella le causan gracia.

¿A quién trato de engañar? Jamás he sido bueno para esas cosas.

—De verdad me agradas, Adler —se encoge de hombros—. No quiero que te involucren en lo que está por pasar.

—¿Qué pasará?

Alexia se aleja de mí, retrocede lo suficiente como para creer que se irá por completo sin decirme nada más.

—A veces, la ignorancia es una bendición que no se valora —murmura—. Tú deberías hacerlo. Puede que con ello salves al resto de tu familia de lo que está por venir.

Escucho el bajo sonido de una notificación del celular en el bolsillo trasero de su pantalón, lo cual la hace revisarlo. Suspira mientras lee el mensaje.

—Debo irme. Se terminó mi tiempo —pronuncia apagando su celular—. No olvides lo que te he dicho, Adler. Considera irte mientras aún eres la única esperanza de tú familia.

—¿Cómo sé que esto no es una manipulación más?

—Lo único que puedo decirte, es que Mallory juega ajedrez contra tu padre —se cruza de brazos—, a la vez, jugamos Póker contra Renée. Ahora, tú estás girando una ruleta en la que sólo tienes dos opciones.

Ella entrecierra los ojos, mirando el techo un segundo, dejando salir una respiración larga y silenciosa.

—Bienvenido a la zona de juegos, ¿apostarás y perderás o te irás y salvarás a tu familia? —Alexia suelta una risa nasal—. Únicamente recuerda que... nuestro lema es: La casa siempre gana.

Me reacomodo en la silla. Alexia abre la puerta, pero antes de irse se gira para mirarme una última vez.

—Elige con sabiduría, Adler —y tras decir eso, se va dejándome con el corazón en la garganta y un licuado de ideas por cerebro.

Realmente no se sintió como un favor. Pero si hay algo de lo que no me cabe duda, es que cuando Alexia Leblanc considera a alguien un aliado, jamás lo traiciona.

Y si ella dice que me tiene aprecio, o que soy la esperanza para salvar a mi familia no me queda más que confiar en ella.

—Aunque mi familia me considere un loco, daría lo que me quede de cordura para protegerlos —repito las palabras que hace mucho le dije a la niña de ojos nublados.


💕

MALLORY:

—¿En serio? —me cruzo de brazos mientras veo la puerta de la oficina de Frederick abrirse, para darle paso al hombre mayor—. ¿Me haces venir con urgencia para dejarme esperando?

—Como debe ser —contesta, mirando su celular—. Los empleados esperan por el jefe, así funciona.

Ruedo los ojos. Se supone que no debería estar tan temprano hoy en Rodiamant, Derek me dijo ayer que podía llegar por la tarde, pero por lo visto, su padre siempre tiene otros planes para mí. Eso es un poco... es muy chocante.

Nuestras miradas se encuentran y la molestia en la suya se me contagia. ¿Cómo llegamos al punto de no soportarnos si ni si quiera nos vemos tan seguido?

Ah, sí. Debe ser por los secretos que hemos descubierto el uno del otro, las conductas, pensamientos e ideales tan diferentes. ¿No es así como muchos matrimonios terminan llegando al divorcio?

Sinceramente, si Frederick Teufel fuera mi esposo, envenenaría una taza de café... y me la bebería entera. Hasta me serviría otra.

—Estoy cansándome de este jueguito —confieso.

—Yo también, es por eso que traigo esto —muestra un par de cheques—. ¿Cuánto por qué te largues de nuevo del país y te alejes para siempre de mi hijo?

No puedo evitar soltar una enorme carcajada, la cual ahogo a los segundos porque el rostro de Frederick no deja ese semblante serio.

—Espera, ¿hablas en serio?

—Por supuesto. ¡Te quiero lejos de mi familia!

—¿Qué es lo que te asusta? —cruzo una pierna sobre la otra—. ¿Una cena en tu casa y ya crees que me quiero apoderar de la voluntad de tu hijo?

—Derek no es ningún tonto. Sabe perfectamente que existen miles de mujeres mejores que tú.

—¿Mejor que yo?, ¿a qué viene eso? —me río—. No busco jugar a los tortolitos con tu hijo, mantente tranquilo.

<<Y si así fuera, tú no tienes ni voz ni voto en ello>>.

—No lo estaré hasta que estés lejos de mí, de mi familia y en especial, de mi empresa —lo veo cerrar los puños con fuerza—. Estoy harto de ver cómo te paseas por aquí como si el lugar te perteneciera.

Me pongo de pie. Caminando hacia donde él está, enfrentándolo.

—Creí que teníamos un trato —apunto.

—El trato termino, niña. Uno es el pago de tus servicios, el otro ya te dije para qué es —me avienta los cheques a la cara—. Pon una suma y lárgate. Este es el único dinero con mi nombre que lograrás quitarme.

—Tu dinero, tu empresa ni tu familia son lo que quiero —suelto, mordaz.

—Lo que sea, no lo tendrás —apunta hacia la puerta a sus espaldas—. Estoy prescindiendo de tus servicios

Tomo impulso con la intención de gritar algunas verdades, pero las palabras se me atoran en la garganta cuando veo una cabellera rubia asomarse por detrás de Frederick con aires curiosos y sorprendidos.

—¿De qué servicios hablan? —Derek aparece detrás de su padre, mirándonos con consternación.

Se ve cerca de la confusión máxima en el que he visto a una persona. Eso, mezclado con un claro enojo que veo en las venas en su cuello, que están marcadas como si la sangre no pudiera viajar con normalidad hasta su cabeza, pero tiene el rostro rojo. 

_          _          _          _

¿¡Qué está pasando!? 

¡Que alguien traiga a los bomberos que esto está apunto de arder!

No, no, no... no sé ustedes pero esto me huele a que le han dejado caer como dos litros de gasolina encima. Voy a tener que usar una máscara de gas para protegerlos del humo que el fuego va a provocar en la siguiente actualización, porque como ya saben, me encanta el drama. 

Y sí, que quede claro que soy quien dejará caer los cerillos al charco de gasolina. 

¡Que arda Troya!

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