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Capítulo 23 Prt. 1


La madre de Derek nos observa con curiosidad. La mujer de cabello entre cano a su lado únicamente nos dirige una mirada de contemplación, aunque tampoco me hace sentir menos insegura.

—¿Tú no eres la hija de Étienne Leblanc? —Irys entrecierra los ojos.

Tiene un tono de voz grave, aunque encantador y el acento marcado le da un toque de elegancia extranjera acentuada por sus pómulos altos y piel blanca como la porcelana.

—S-sí. Soy su hija —me muevo inquieta en mi lugar.

—Oh, mi niña estás temblando del frío —dice—. ¡Pasen, pasen! Pediré que les calienten la bañera para que no se resfríe.

—No es necesario —suelto de forma amable—. Ya me iba.

—¿Así como estás? Por su puesto que no, ¡te resfriaras! —la madre de Derek niega con la cabeza y se dirige a la mujer a su lado—. Margoth, dile a Johan que consiga ropa para mi hijo. Lleva a Mallory a mi recamara para que veamos qué le podemos prestar.

La mujer a su lado susurra una palabra en alemán, para después marcharse apresuradamente hacia uno de los pasillos de la mansión.

—Derek, cielo —llama Irys—. Alcanza las toallas de la cocina, se ve que tienen frío.

Un hombre de múltiples tatuajes y cabello rapado estilo militar aparece por el mismo pasillo por el que se fue Margoth. Es de esos sujetos que con solo mirar te sientes intimidado. De espalda ancha, brazos gruesos, alto y con más tinta negra que piel.

Dice algo en el mismo idioma que no entiendo en dirección a Derek, quien asiente para después contestar igual en alemán.

—Johan, dice que lo sigamos a la planta alta —me traduce el rubio.

—Adelante, ¡vayan, vayan! —insiste Irys.

Miro a Derek sin saber qué hacer. Él me dedica una sonrisa tranquila, vuelve a tomarme de la mano y apunta con un gesto de cabeza en dirección a las escaleras.

El calor regresa a mi rostro en forma de un par de mejillas ruborizadas.

—Con permiso, Sra. Irys —digo en dirección a la dama de la noche, como mi padre solía llamarla—. Lamento la intromisión.

—No, cielo. No hay nada que lamentar —niega con la cabeza.

Ella me sonríe ampliamente y no puedo despegar los ojos de su gesto amable. Derek me guía hacia las escaleras.

Margoth nos alcanza a la mitad del camino, me sonríe de forma profesional y me separa de Derek, llevándome a la que supongo es la habitación de Irys.

—Entra al baño, con confianza —habla—. Iré por mí Dame* Irys y vuelvo.

Por un par de minutos miro abobada como la bañera se llena de agua tibia mientras dudo qué debo hacer. Aún estoy a tiempo de negarme e irme a casa.

La íntima idea de quitarme la ropa en la casa de los Teufel se siente como si sostuviera un cuchillo contra mi cuello a la espera de que alguien me empuje contra una pared para clavarlo en mi yugular.

Sí, eso fue demasiado dramático. Pero creo que se entiende el punto, ¿no?

—¿Mallory? —es la madre de Derek.

—¡Sí, aquí estoy!

—Cielo, deja tu ropa mojada sobre el lavamanos y cuando termines toma una de las salidas de baño. Margoth se llevará tu ropa a secar cuando hayas terminado —informa—. Tómate el tiempo que necesites.

—De acuerdo —aferro mis manos al borde de mi blusa—. Ah, ¡y gracias!

Escucho una suave risa al otro lado de la puerta y murmullos de la señora Irys dándole órdenes a Margoth.

Con mucha indecisión hago lo que creo mejor para mi salud. Me deshago de mi ropa doblándola cuidadosamente, la colocó en el lugar que la madre de Derek me ha indicado y me meto al agua.

Mi piel agradece el cambio de temperatura. Mis dedos y músculos dejan de sentirse rígidos conforme los segundos dentro de la calidez los envuelve. Dejo de temblar casi enseguida, mis huesos dejan de doler poco después.

Me atrevo a robar algo de shampoo de una botella muy linda de color rosa. E irónicamente me sorprende que huela a eso, a rosas. Me olvido de usar jabón corporal cuando veo que el bote de jabón líquido tiene el dibujo de unas nueces y almendras.

Salir del agua me cuesta más de lo que me gustaría admitir.

Como la idea de dejar mi ropa interior en la casa de los padres de mi jefe se me hizo muy perturbadora, usé la toalla que había usado para secar mi cabello para quitarle lo más que se pueda de humedad a mi ropa íntima.

Salgo del baño cubierta en la salida de baño color gris y una toalla del mismo color alrededor de mi cabeza.

Irys Teufel está sentada cerca del enorme tocador en una esquina de la habitación, sobre una silla de ruedas negra, con un libro abierto entre manos y la mirada perdida entre las letras. Al percatarse de mi movimiento levanta la vista otra vez mostrándome una mirada amable y sonrisa resplandeciente.

La madre de Derek es preciosa. Su cabello negro azabache cae en una oscura cascada sobre su hombro derecho, contenido en una preciosa trenza francesa.

—Qué tierna, tú piel se pone rosa con el calor —expresa dejando a un lado su libro—. ¿Te gusta el verde o el negro?

Lo dice seguramente por mis mejillas. Pero, ¿cómo quiere que no esté ruborizada? Acabo de darme un baño en la casa de los padres de mi jefe, en la casa de los futuros suegros de alguien que conseguiré.

Ya es bastante incómodo tener el conocimiento de que he pensado muchas veces que Derek es como mi Cristian Grey personal. Es decir, un Cristian Grey personal, no el mío... ah, mejor apago mí cerebro.

—¿Perdón? —cuestiono al no entender de qué me habla.

Irys apunta en dirección a Margoth, quien sostiene un par de vestidos de noche preciosos. Uno negro con un escote que llega hasta el área del ombligo con diamantina plateada bordeado toda la zona en V. Tiene algo de trasparencias en las zonas de las piernas. Es hermoso, elegante y sexy.

El otro vestido es uno de seda color verde pastel, tiene un corte lateral por el que supongo la pierna se debe ver al caminar. Es más reservado, menos provocativo y a mi parecer es el más adecuado para pasearme por aquí.

—Me gusta el verde —digo no muy segura de querer ponerme ropa de alguien más.

—Excelente decisión —Irys lleva una de sus manos a su barbilla, sosteniéndola con sus bellos y delgados dedos—. Una muy buena elección.

Margoth me conduce de regreso al baño, donde me pongo con sumo cuidado el vestido. Al principio me desanimo un poco porque me queda algo grande del busto, pero cuando ajusto los delicados tirantes que se amarran a la espalda todo queda como debería.

Peino mi rebelde cabello con mis dedos, como si ello ayudara en algo.

—¿Estás lista, Mallory? —llama Irys—. Déjame verte, cariño.

Salgo del baño por segunda vez siendo un manojo monumental de nervios.

Margoth me lanza una mirada de aprobación con un asentimiento afirmativo de cabeza, mientras que Irys aplaude tres veces, aunque sus aplausos suenan algo apagados.

—Te ves divina —dice—. Margoth, ¿recuerdas las zapatillas plateadas que nunca usé? Le vendrían bien a Mallory.

Margoth asiente, obedientemente camina hacia el closet de la madre de Derek el cual es casi del tamaño de mi antiguo cuarto en corea. Y digo casi, porque su closet parece más grande que el cuarto que habitaba.

—No es necesario, Señora —niego con un gesto de mano—. De hecho, pude haber esperado a que mi ropa se secara, no era necesario que me prestara su vestido.

—Oh, pamplinas —mueve una mano en el aire para quitarle importancia a mis palabras—. Adoro ayudar. Y si es a una linda chica en apuros, aún mejor.

—Prometo devolverle el vestido después de enviarlo a la tintorería —me comprometo.

—No te preocupes por eso. El vestido es un regalo —abro la boca para negarme, pero ella me silencia levantando el dedo índice como quien dicta una orden—. A demás, tú lo luces mejor que esta señora en silla de ruedas.

—No diga eso, usted es muy hermosa.

Ella levanta la barbilla y arquea una ceja sin perder la sonrisa fina de sus finos labios.

De pronto siento como si el ambiente cambiara a mi alrededor por completo. Una presión ansiosa se apodera de mi pecho, un hormigueo crece en las palmas de mis manos.

—Mallory, siendo totalmente honesta, ¿cuál es tu relación con mi hijo? —pregunta de pronto.

La boca se me queda seca sin ninguna razón.

—Soy su asistente personal, trabajo para y con él —es lo primero que se me ocurre decir—. Aunque también tratamos de ser amigos, pese a la mala relación de nuestras familias.

—¿Amigos? —pronuncia como si estuviera saboreando esa palabra—. Derek no hace amigos, forja hermandades.

Mi cerebro se esfuerza por buscar algo para contestar que me saque del apuro. No tengo idea de porqué me siento como en un interrogatorio policial.

—Bueno, quizás él y yo lleguemos a eso...

Irys suelta una risa baja, reacomoda el libro sobre su regazo y niega con la cabeza sin dejar de clavar sus ojos color miel en mi ser.

—No, Mallory. No será así —suspira—. Conozco a mis hijos, sé sus fortalezas y sus debilidades, en especial las de Derek. Y él no te ve como una amiga o una hermana.

—¿Por qué lo dice? —evito soltar eso a la defensiva.

La verdad me ofende un poco escuchar eso.

—Porque si fueras una chica cualquiera para él, no te hubiera traído jamás aquí. Déjame preguntar algo, ¿le dijiste que pudiste ir a donde sea que tenías planeado en taxi? —asiento y ella levanta de nuevo la ceja—. Derek es bueno evadiendo a las personas para que estas no se metan en su vida privada.

—Solamente... yo no quería que él se preocupara por mí.

—¿Sabes si él se preocupa por ti?

—En realidad no, y aunque le insistí a su hijo que podría irme a casa sola, él se negó —me abrazo para calmar los nervios—. No tiene nada de qué preocuparse, no tengo ninguna intensión con su hijo más allá de entablar una amistad. Si es necesario, se lo dejaré en claro a él también.

—Mallory, mis hijos son mi eterna adoración. Los amo tanto que no me importa si ellos ya son capaces de cuidarse a sí mismos, siempre estaré al pendiente de ellos —inclina la cabeza y entrecierra los ojos regalándome una fría mirada—. Si llegas a hacerle daño a Derek, te las verás conmigo.

La observo largamente.

—Le prometo que no veo a su hijo con ojos de tenerlo como pareja —me llevo las manos al pecho—. Y lo menos que quiero es molestarlos o molestar a mi propia familia con romances incontrolables que debí tener en la adolescencia y no hoy que soy una adulta.

—Podría fingir que te comprendo, Mallory, pero... ¿quién jugará en el lado correcto? —me guiña un ojo—. En lo que a mí respecta, mis hijos saben lo que quieren y lo que les hará felices. Si Derek te quiere o te elige como pareja formal, no me opondré ante su elección.

—No sé si es un alivio saberlo o una presión —confieso.

—Tómalo como ambas, y también como una amenaza —se cruza de brazos—. Aunque me veas atada a esta silla, soy capaz de arrastrarme por el lodo para ver bien a mis hijos. Ellos no son simples vidas que salieron de mí, ellos son mí vida.

Detallo las arrugas tenues en su rostro, las cicatrices en los dorsos de sus manos que deben ser a causa de las veces que la llevaron al hospital y estuvo recibiendo medicina por intravenosas. La delgadez de sus piernas, brazos y cuello.

Irys Teufel es a simple vista una guerrera.

—¿Le puedo decir algo con honestidad?

—Adelante —su tono jamás dejo de ser amistoso.

Respiro profundo, enfocando mis ojos en la tela del vestido que llevo encima que roza el suelo.

—Me hubiera encantado que mi madre hablara de esa forma de mi o mi hermano.

Ella hace una mueca apenada.

—No entiendo las acciones de Renée hacia ti—niega con la cabeza—. Por la sonrisa que vi en el rostro de mi hijo cuando entro tomado de tu mano, me pareces una persona maravillosa.

Respiro profundo cerrando con fuerza los ojos, tratando de calmar las ganas de llorar que me abordan de pronto.

No me gusta que la gente me tenga lástima, por ello casi nunca hablo de los problemas que he tenido y sigo teniendo dentro o fuera de mi núcleo familias. Pero Irys no habla como si sintiera lástima por mí, sino tristeza.

—Mallory, tengo una propuesta para ti —manifiesta haciéndome abrir los ojos y mirarla con atención.

Irys se reacomoda en su silla de ruedas. Incluso cambia de lado la trenza en la que está sostenido su negro cabello.

—¿Qué debo hacer exactamente? —cuestiono interesada.

Ella sonríe complacida con mi curiosidad, como si no hubiera estado esperando menos de mí.

—Tu padre te educó bien, ¿no? Para siempre oír a los demás —se cruza de brazos—. Aunque puedo ver que algo de la enseñanza de Renée se quedó en ti.

—No has nada si no te beneficia —murmuro—. Si afecta a alguien más, ni si quiera lo consideres, no importa el precio que se te ofrezca por ello.

—Excelente mezcla entre la viuda y el difunto padre, ¿eh? —sonríe de lado, un gesto bastante parecido al de Derek—. Escúchame con atención, sé que mi propuesta te va a encantar.

Asiento a manera de señal para que ella diga lo que tiene en mente. La escucho atentamente, impresionada, por una parte, con ganas de refutar en otras, aunque al final lo único que sale de mi es una extensa respiración al ser consciente que contradecirla no servirá de nada.

Ella es la dama de la noche, la esposa del diablo, su audacia y elegancia la hacen acreedora de todo mi respeto y admiración.

Escucho atentamente cada una de las palabras que son pronunciadas por su voz, presto especial atención a los gestos de su cuerpo y rostro, tratando de encontrar alguno que me haga saber que está mintiendo, que hay un engaño o una trampa detrás de lo que dice. Peor no encuentro nada.

Irys habla en serio, con honestidad. Todo lo que se me ofrece, lo poco que se me quita es real.

Es una enorme tentación, para un gran pecador como yo.

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* Dame: Señora. 

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Uhh, suspensito. Me gusta, me gusta. ¡Spoiler Alert! La segunda parte de este capítulo va a estar intensa, de verdad intensa. ¿Por qué? Bueno, como sé que muchas ya extrañan a Frederick, en el siguiente capítulo tuve que invitarlo a participar, ¿el problema de eso? Lo verán el próximo domingo.

Gracias por leer, comentar y/o votar.

Ah, miren allá —apunta a un lado al azar y desaparece mientras nadie la ve.

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