Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

016| Un Infierno De Oro








016| Un Infierno De Oro






Despertar en un lugar desconocido nunca era buena señal.

Peor aún, despertar con la sensación de que alguien te había lanzado dentro de un horno industrial que olvidó apagar. Mi primer pensamiento fue: ¿Estoy muerta? ¿He llegado al inframundo? ¿Hades lanzaría llamas por la cabeza como en Disney?

Intenté moverme, pero mis músculos se sentían como si me hubieran puesto en una licuadora y luego congelado. Parpadeé, recordando fragmentos borrosos: Apolo, Ismene, polvo dorado, y luego... nada.

Cuando finalmente logré sentarme, el lugar comenzó a enfocarse en mi visión. Las paredes a mi alrededor eran... doradas. No amarillo, no bronce, no un "dorado estilo barato de bisutería". No. Eran doradas de verdad, como si alguien hubiera decidido derretir lingotes de oro para construir una habitación. La luz del sol reflejándose en cada esquina me cegaba cada vez que giraba la cabeza, y el calor... bueno, digamos que mi piel estaba tan pegajosa que agradecí no haberme puesto nada más qué máscara de pestaña en cuanto a maquillaje.

La habitación era extraña, como si un diseñador de interiores hubiera recibido una inspiración infinita y un manual sobre la Antigua Grecia. Había columnas talladas, un par de cojines enormes (que olían a lavanda, por cierto) y jarrones pintados con escenas mitológicas que no me interesaban lo suficiente como para analizarlas.

— Bueno… —suspiré, levantándome con esfuerzo— al menos me libré de matemáticas.

El calor pasó a ser cada vez más insoportable y gruñí abanicándome con mis propias manos. ¿Acaso me había encerrado en una maldita sauna?

Me moví por el lugar tratando de encontrar una salida, pero no había puertas, ni ventanas, ni siquiera un triste agujero por donde se pudiera colar algo de aire fresco. Lo único que parecía remotamente útil era un conjunto de cortinas doradas que colgaban en un extremo de la habitación.

Con un suspiro, me acerqué y las aparté, rezando para no encontrar un jumpscare detrás. En su lugar, me topé con un diminuto balcón. Y cuando digo diminuto, quiero decir que apenas cabía yo.

Lo que vi al salir me dejó sin aliento... y no solo por el calor. El sol estaba ahí mismo. No bromeaba, parecía tan cercano que podría estirar la mano y tocarlo. ¿Estaba en la superficie del sol? ¿Esto era ciencia ficción? ¿Iba a explotar?

Más allá de esa bola de fuego gigante que estaba básicamente quemando mi cabello desde la raíz, vi un paisaje hermoso. Había jardines llenos de flores que parecían brillar con sus propios colores mágicos, árboles con hojas doradas (porque claro, ¿por qué no?), y fuentes que salpicaban agua cristalina en patrones tan perfectos que parecían hechos por un programa de diseño gráfico.

El aire olía a jazmín, pero también a algo más cálido, como si el mismo sol estuviera cocinando pan recién horneado. Era hermoso, sí, pero también aterrador.

— Vale, Alina —me dije en voz alta, tamborileando los dedos contra el balcón como si eso me ayudara a pensar—. Esto no es la academia, ni un sueño. Esto es... bueno, no tengo ni idea de qué es esto, pero al menos no estaba resolviendo ecuaciones.

Miré de nuevo hacia el sol y luego al paisaje. El calor era insoportable, como si estuviera en un asador y yo fuera el pollo. Pero peor aún, estaba atrapada. Sin puertas, sin caminos claros, y con un dios posiblemente aún enfadado.

La idea de escapar me vino en cuanto miré hacia abajo desde el balcón. Tal vez, pensé, podría saltar y aterrizar con gracia. Quizá incluso me saldrían alas como a mi querido padre, pero luego volví a mirar la altura y mi optimismo desapareció tan rápido como mis ganas de ir a clase de matemáticas. No iba a arriesgarme a convertirme en una especie de puré de semidiosa contra el suelo.

Resoplé y me metí de nuevo en la habitación, tratando de ignorar la sensación de claustrofobia que me daba ese lugar.

Vamos, Alina, piensa. Tiene que haber algo útil aquí.

Empecé a explorar, abriendo cada cosa que no estuviera literalmente pegada al suelo. Entre las columnas y los cojines, encontré un cofre en una esquina, decorado con grabados que parecían decir: "Por favor, no me abras, soy importante"

Así que, obviamente, lo abrí.

Dentro había una colección de joyas. Anillos, collares, pulseras… parecía como si alguien hubiera vaciado un museo de arqueología de cosas demasiado caras para exponerlas. Por un momento, solo miré, fascinada. Luego, miré a los lados y empecé a guardar un puñado en el escote de mi camisa. Porque de algo me había servido salir con un delincuente ladrón el año pasado 

Cuando terminé de asegurar el próximo regalo de cumpleaños de Sally, me dejé caer en el suelo, cansada y acalorada. Cerré los ojos y suspiré uniendo mis manos:

— Oye papá, ¿podrías, no sé, aparecerte y sacarme de aquí?

Esperé unos segundos. Nada.

— En serio, sé que estás ocupado siendo, ya sabes, un dios que le tira flechas a la gente en pañales y todo eso, pero tu hija favorita está atrapada en un horno de lujo y el sudor está comenzando a aparecer. ¿Un poco de ayuda, tal vez?

Nada.

— ¿Hola? ¿Estás ahí? Prometo que esta vez no te reclamaré la ruptura de Justin y Selena. Solo... ¡sácame de aquí!

Seguí hablando, cada vez más alto y con menos paciencia para hablarle bien a Eros, hasta una voz profunda me interrumpió:

— ¿Siempre hablas sola o solo cuando estás desesperada?

Mi corazón casi se detuvo. Me giré tan rápido que casi me disloqué el cuello y ahí estaba: Apolo, apoyado casualmente en el balcón, con los brazos cruzados. Su mirada tenía ese brillo oscuro que parecía decir: Esto es entretenido, por favor continúa humillándote.

— ¿Divirtiéndote, pequeño monstruo?

— ¿Cómo entraste sin hacer ruido? —fruncí el ceño, ignorando el apodo.

— Soy un dios, genio —Apolo rodó los ojos, y sentí que el suelo debajo de mí se volvía un poco más caliente—. Y tú... bueno, estás en mi casa.

Mi estómago se hundió. Esto no iba a terminar bien.

— ¿Me vas a explicar qué demonios está pasando? —exigí, levantándome de un salto. Mi tono era más alto de lo que pretendía, pero, honestamente, ¿quién me iba a culpar? Estaba secuestrada en una habitación dorada con un dios que tenía evidentes problemas de rencor.

Apolo no se inmutó. Al contrario, se limitó a mirarme con esa sonrisa suya, como si fuera un gato jugando con un ratón que ya había atrapado.

— ¿Qué demonios está pasando? —repitió, divertido—. Esa no es forma de dirigirte a tu dios.

— ¡No estoy jugando! —le espeté, dando un paso adelante—. Me tienes aquí, en este horno dorado, y quiero saber por qué. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no te buscas un hobby y conviertes a la gente en animales como todos los demás dioses?

Apolo arqueó una ceja, como si hubiera dicho algo que le hacía gracia. — No puedo convertirte en algo que ya eres, niña.

— No eres gracioso —gruñí, haciendo que él suspirara.

— Ya te he dicho alguien tiene que pagar las deudas de tu querido padre, engendro.

El nombre de Eros resonó en mi cabeza como un trueno. Cerré los ojos, respiré hondo y luego lo miré, completamente incrédula.

— ¿De verdad has… planeado todo un maldito secuestro por algo que pasó hace milenios? —recalqué, escéptica—... ¿y en lo que yo no estuve presente?

Y mejor no haber estado, me habría reído en su cara.

Apolo se encogió de hombros, como si lo que acababa de decir fuera la cosa más razonable del mundo.

— No te preocupes, no es nada personal. Oh, bueno… —sonrió inocentemente— tal vez un poco sí.

— ¿Nada personal? —repetí, sintiendo que mi voz subía una octava—. ¿Y qué tiene que ver conmigo? Yo no soy él, en caso de que no lo hayas notado.

— Eros es un dios de la belleza y no parece que eso te haya favorecido a ti… Así que sí, lo he notado.

Entonces, lo perdí. No lo pensé, no lo analicé. Solo actué.

Corrí hacia él con toda la velocidad que pude reunir, mi ira dándome fuerzas que no sabía que tenía. Apolo pareció congelarse por un instante, sus ojos dorados se abrieron ligeramente, incrédulos, justo antes de que mis manos chocaran contra su cuerpo. El impacto lo tambaleó hacia atrás, y un segundo después, el dios del sol cayó por el balcón.

Me quedé de rodillas en el suelo, con la respiración entrecortada y mi corazón latiendo a mil por hora. No me atrevía a moverme, como si levantarme confirmara lo que acababa de hacer.

¿Acababa de tirar a un dios por un balcón?

Me quedé así por lo que parecieron horas, aunque probablemente solo fueron segundos, procesando el momento desde que Apolo me vio venir hacia él con los ojos muy abiertos hasta que su cuerpo fue derribado hacia atrás por mis manos en el aire. Finalmente, reuniendo todo el coraje que me quedaba, me levanté lentamente y caminé hacia el borde del balcón. Miré hacia abajo, pero no había nada.

— ¿En serio?

La voz hizo que saltara como si me hubieran disparado.

Me giré de golpe, y ahí estaba Apolo, de pie en medio de la habitación, mirándome con una expresión de escepticismo absoluto.

— ¿Acabas de intentar
matarme? —preguntó, con un tono tan perplejo que casi se veía a punto de echarse a reír.

Mis labios se movieron, pero ningún sonido salió. Estaba demasiado atónita para decir algo.

Unas horas atrás, había estado en Harvey Milk High School escapándome de una clase de matemáticas para poder distraerme de cualquier cosa que no fuera quedarme pensando en Luke mientras intentaba resolver los problemas de los apuntes sin siquiera saber cómo resolver los míos propios. Y ahora, me encontraba encerrada en un sitio extraño por un tipo aún más extraño.

— ¿Sabes qué? —hablé, señalándolo con un dedo acusador—. Eres el peor secuestrador de la historia. ¿Qué tipo de plan maestro incluye traerme a una habitación sin puertas, sin aire acondicionado, y luego aparecer solo para ser un imbécil? ¿Es tu hobby arruinarle la vida a la gente? ¿O es solo conmigo?

Apolo alzó una ceja.

— No tienes idea de lo que está pasando, ¿verdad? —replicó de manera superficial, como si estuviera hablando con una niña pequeña que acababa de romper un jarrón.

— Oh, créeme, sé exactamente lo que está pasando —le respondí, cruzándome de brazos. Mi paciencia estaba al borde de un colapso nuclear—. Por lo menos podrías admitir que tienes serios problemas con el manejo de tus emociones. Quiero decir, ¿de verdad tienes que secuestrarme para lidiar con tus problemas de autoestima?

La sonrisa de Apolo se desvaneció de golpe. En un instante, el ambiente en la habitación cambió. El calor que ya era sofocante pareció intensificarse, como si el mismo sol se hubiera enfurecido. Apolo dio un paso adelante, sus ojos dorados brillando con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera siendo desnudada por completo bajo su mirada.

— Ten cuidado con lo que dices, niña —advirtió, su tono era tan bajo que fue casi un gruñido.

Debería haber sentido miedo. Cualquier persona con sentido común habría sentido miedo al tener a un dios literalmente a centímetros de su cara, mirándola como si quisiera quemarla viva. Pero yo, en lugar de eso, sentí... algo completamente diferente. Algo que no tenía sentido y que definitivamente no era útil en una situación de vida o muerte.

¿Por qué, en nombre de todos los dioses, tenía que ser tan malditamente atractivo?

Me obligué a apartar la mirada, pero fue inútil. La cercanía de Apolo y la forma en que sus ojos ardían como fuego líquido eran imposibles de ignorar.

— ¿Sabes qué? —siseé, reuniendo toda la valentía que me quedaba—. Si vas a dejarme aquí para siempre, al menos intenta no venir nunca. Prefiero volverme loca sola que aguantarte en las visitas.

— Y tú —respondió Apolo, acercándose aún más, su rostro a pocos centímetros del mío—, deberías aprender a mantener esa boca cerrada. Pero claro, esperar modales de un engendro de Eros como tú es demasiado pedir.

Sus palabras me hicieron hervir la sangre, pero antes de que pudiera responder, él inclinó ligeramente la cabeza, estudiándome con una expresión que no supe descifrar.

— Hacer de ti una sirvienta será la forma perfecta de ofender a tu padre —dijo finalmente, con un tono tan casual como si estuviera hablando del clima—. No hay mayor insulto para un dios que ver a su propia hija reducida a limpiar los pasillos de otro.

Mi mandíbula cayó al suelo. ¿Había oído bien?

— ¿Disculpa? —pregunté, creyendo definitivamente haber escuchado mal—. ¿Has dicho… sirvienta?

— Es una posibilidad, sí —Apolo se encogió de hombros con una indiferencia que me enfureció aún más—. Te quedaría bien el papel, además.

— ¡Y a ti te quedaría bien el papel de bufón real, idiota! —grité, mientras lo miraba con los ojos entrecerrados—. Si crees que voy a barrer tu suelo, entonces la flecha de mi padre te ha dejado más tonto de lo que pensaba.

Apolo me observó con una ira silenciosa por un momento, como si disfrutara viéndome perder los estribos pero sin querer perder los suyos. Luego una sonrisa lenta y peligrosa apareció en su rostro, para mi desgracia.

— Veremos cuánto dura esa actitud cuando tengas una escoba en la mano, pequeño monstruo.

Fue la gota que colmó el vaso.

Sin pensarlo, agarré la primera cosa que encontré a mi lado (un cojín dorado, porque claro que todo aquí tenía que ser dorado) y se lo lancé con todas mis fuerzas. Apolo lo esquivó con un movimiento ágil, y su sonrisa creció aún más. — Poca puntería me parece para ser hija de ya sabemos quién.

— ¡Mucha arrogancia me parece para alguien que tiene el pene pequeño en todas sus estatuas!

La sonrisa de Apolo se borró de golpe, su paciencia claramente colgando de un hilo muy, muy delgado.

Sin decir una palabra, levantó una mano y la pared a su derecha comenzó a brillar como si el oro líquido corriera por sus grietas. En cuestión de segundos, la superficie sólida se descompuso como si estuviera hecha de arena brillante, revelando un pasadizo angosto y una escalera en espiral que descendía hacia abajo.

— Sal de una vez —ordenó, señalando con la barbilla hacia el pasadizo.

— Primero tú —respondí cruzándome de brazos.

Él arqueó una ceja, claramente viendo venir mis intenciones.

— Claro, porque es obvio que no intentarías empujarme de nuevo —gruñó, acercándose a mí.

Antes de que pudiera protestar, su mano se cerró alrededor de mi brazo y me arrastró hacia el pasadizo. Grité una serie de insultos mientras intentaba zafarme, pero su agarre era tan fuerte como el acero.

— ¡Oye! ¡Suéltame, tarado! —protesté, luchando por zafarme mientras descendíamos por las interminables escaleras.

— Si supieras las veces que he escuchado eso, ni siquiera te esforzarías en decirlo —replicó con sarcasmo, sin soltarme ni por un segundo.

La bajada fue un espectáculo de resoplidos, forcejeos y un único pensamiento en mi cabeza: Si salía de esa, iba a arrancarle cada uno de esos rizos dorados y los vendería a una Drag Queen en el mercado negro. Finalmente, llegamos al último escalón, y yo casi me caía de bruces, pero logré mantenerme en pie… solo para quedarme boquiabierta ante lo que tenía frente a mí.

Era un palacio, pero no como los que se veían en las películas de Disney. No, esto era una obra maestra de proporciones divinas. El suelo estaba cubierto de mosaicos dorados y plateados que representaban escenas del sol y la música. Cada columna estaba decorada con grabados de laureles y rayos solares, como si el lugar mismo estuviera dedicado a una sola cosa: glorificar al imbécil.

El techo se extendía tan alto que me sentí pequeña, y estaba adornado con frescos de una precisión imposible, mostrando cielos despejados, campos de trigo dorados y coros de musas en un festival eterno. Los rayos de luz natural se filtraban por vitrales que parecían brillar con vida propia, proyectando colores cálidos sobre cada rincón.

Y luego estaban las puertas: enormes, de bronce bruñido, con relieves tan detallados que podía distinguir hasta las expresiones de las figuras que estaban grabadas en ellas. Más allá, a través de un arco abierto, vislumbré un patio lleno de fuentes que lanzaban agua cristalina al aire y un jardín que parecía sacado directamente de un sueño.

— Bienvenida a mi humilde morada, —anunció Apolo, con una sonrisa arrogante mientras soltaba mi brazo—. ¿Impresionada?

No respondí. Mi mandíbula aún estaba tratando de volver a su lugar.

Quiero decir, al principio no me había gustado nada esa torre en la que parecía haberme encerrado; tan estrecha, calurosa, y con su única irritante compañía. Pero ahora esto se veía como otra cosa.

Me quedé en silencio, tratando de procesar todo. Hasta que noté su mirada satisfecha sobre mí y recuperé mi compostura, todavía irritada. — ¿Sabes qué? Podrías invertir un poco en ascensores.

Apolo exhaló, cerrando los ojos como si intentara no perder la paciencia.

— ¿Sabes? Pensé que podrías mostrar algo de respeto estando en mi templo. Pero claro, ¿qué más podía esperar de alguien con una crianza tan… lamentable? —respondió, con una voz que destiló puro veneno.

El comentario fue la chispa que encendió mi pólvora y cerré mi puño. — ¡Mira quién habla! Un dios tan ególatra que seguramente tiene un espejo dedicado solo a su ombligo

Apolo ladeó la cabeza, claramente divertido pero también alerta, como si supiera que estaba a punto de golpearlo.

— Adelante, inténtalo. No voy a detenerte, aunque no te garantizo que sobrevivas a las consecuencias.

— Oh, claro que lo haré —espeté, levantando mi brazo, lista para lanzarle un puñetazo.

Pero antes de que pudiera moverme, una voz suave pero burlona rompió el momento como un cuchillo cortando mantequilla:

— ¿Todo bien por aquí, mi señor?

Esa horrible voz… yo la conozco.

Ambos nos giramos hacia la fuente de la interrupción, y mis ojos se abrieron como platos. Ahí estaba Ismene, pero no la Ismene que yo conocía.

Llevaba un vestido extraño, con telas translúcidas que caían como cascadas de agua, adornado con perlas y bordados dorados que parecían brillar bajo la luz del sol. Un cinturón de hojas de laurel de oro ceñía su cintura, y su cabello, que siempre había recordado ser liso y oscuro, estaba ahora recogido en un peinado complejo, con pequeñas flores entretejidas. Para rematarlo, llevaba sandalias con cintas doradas que se enredaban hasta sus rodillas. Parecía sacada de una pintura renacentista... o más bien de una película de fantasía que alguien se había tomado demasiado en serio.

— ¿Ismene? —murmuré, perpleja, intentando conectar la chica que había conocido con esta... criatura de otro mundo.

Apolo esbozó una sonrisa que me hizo querer golpearlo una y otra vez hasta verlo sangrar por la nariz.

— ¡Ah! Qué coincidencia tan perfecta —abrió los brazos, como si no lo hubiera planeado realmente—. Alina, te presento a mi musa, Ismene. Ismene, esta es Alina, nuestra nueva sirvienta.

Me quedé paralizada por un momento, procesando lo que acababa de decir.

— ¿Musa? —repetí, mirando a Ismene con incredulidad.

Ismene me sonrió. Pero no era una sonrisa sincera, no, era una llena de pura malicia. — Me alegra que por fin tomemos el lugar que nos corresponde.

— ¡¿Qué demonios significa eso?! —grité, sintiendo cómo el calor subía por mi rostro.

Apolo se cruzó de brazos, disfrutando el espectáculo.

— Significa que Ismene ha estado trabajando para mí desde el principio. Me ha informado de cada movimiento que hacías. Fue gracias a ella que supe exactamente cuándo y cómo traerte aquí.

Mi mundo se tambaleó.

— ¿Tú... me espiabas? —pregunté, mirando a Ismene con una mezcla de incredulidad y dolor.

Ismene se encogió de hombros, aparentemente indiferente.

— Fue divertido ver como me señalabas amistades falsas en el instituto, sin darte cuenta de que la nuestra era una de ellas.

Sentí como si alguien me hubiera tirado un balde de agua fría. La Ismene que creía conocer era un espejismo, y ahora la verdad estaba frente a mí, con su capa de gasa y su sonrisa venenosa. Siendo parte del juego de los dioses, siendo una de ellos. La que tapó la ausencia de Summer durante todos estos meses. La que me tomó de la mano diciéndome que yo era fuerte y todo iría bien cuando le conté acerca de mi romance fallido con un ladrón que había robado mi corazón para traicionarme.

— Esto... esto es una broma, ¿verdad? —intenté reírme, pero mi voz temblaba.

— Oh, no es una broma —Apolo sonrió—. Aunque admito que tu reacción ha sido el mejor entretenimiento que he tenido en siglos.

La sensación de traición fue insoportable.

Mis manos se apretaron en puños, luchando contra la presión en mi pecho, la creciente oleada de ira y frustración. Ismene me miraba con una sonrisa arrogante, como si no le importara lo más mínimo que la hubiera considerado amiga. El deseo de lanzarme sobre ella, de arrastrarla al suelo, de hacerlo pagar todo lo que había hecho, me llenó por completo. Pero, antes de que pudiera dar siquiera un paso, sentí cómo un par de brazos firmes me rodeaban la cintura, impidiendo que me acercara a su perfecta figura.

— Detente, mestiza insolente —gruñó Apolo, con voz baja y peligrosa, cerca de mi oído. La calidez de su aliento era lo único que podía sentir, además de la rabia bullendo dentro de mi—. Estás en un templo sagrado, aquí no vas a comportarte como la salvaje que eres.

— ¡Suéltame! —exclamé, intentando zafarme de su agarre.

Apolo, sin embargo, ni se inmutó. Apretó su brazo alrededor de mi cintura y me obligó a mirarlo. Sus ojos dorados ahora ardían con furia, como si quisiera recordarme exactamente quién tenía el control.

— Recuerda tu lugar —me espetó, bruscamente—. Haz lo que te dicen o me encargaré de que tu padre sufra más de lo que tenía planeado...

Algo dentro de mí se rompió. La
humillación, la ira, la impotencia… todo se acumuló, y exploté.

— ¡No pienso ser tu sirvienta! —grité, empujando su pecho con toda la fuerza que pude reunir—. Eros
vendrá por mi. ¡Te arrepentirás de
todo esto!

— ¿Eros? —preguntó, como si se estuviera burlando de mí—. No tiene permitido acercarse a mi templo, pequeño monstruo. El pacto es claro. Lo que significa que si crees que tu padre va a venir a salvarte... tendrías que esperar mucho. O mejor dicho, no lo hagas.

Las palabras se ahogaron en mi garganta. La presión en mi pecho aumentó, y no quise creerle. Eros me quería, había demostrado que me amaba desobedeciendo las leyes de Zeus y haciéndome pasar tiempo con él desde que era una niña…

Pero inevitablemente, vino a mi mente el recuerdo de nuestro primer día en el Campamento Mestizo: cuando intenté llamarle de todas maneras posibles y nunca acudió hasta que vio que tenía planeado acompañar a Percy en su peligrosa misión. Antes, me había sentido tan perdida y agobiada… con la única esperanza de que él vendría a por nosotros. Pero no lo hizo.

— Saldré por mi cuento —hablé, más para mí misma que para ellos. Giré mi cabeza y encontré a Apolo observándome con curiosidad, mientras Ismene arqueaba una ceja de manera burlona—. Me iré de este maldito palacio con o sin ayuda. Y les prometo que se arrepentirán de esto.

— Soñar es gratis, mestiza

— ¿Qué pasa si lo logro? —cuestioné, forzándome a sonreír de manera desafiante—. ¿Qué pasa si consigo abrir esas puertas de ahí y marcharme como si tan solo hubiera sido una invitada más? ¿Heriría eso tu orgullo, señor Apolo?

Los ojos de Apolo destilaron peligro al escuchar mis palabras, tornándose aún más dorados de los que ya era. Pero no me eché hacia atrás.  — No te conviene hacer eso, monstruito…

Levanté una ceja, curiosa. — ¿Y por qué no?

— Porqué entonces solo me quedará matarte.

Intenté que sus palabras no tuvieran alguna clase de efecto en mí, tratando de apaciguar tanto mis emociones como las señales que emitían las suyas. Me quedé en silencio para procesar lo que me había dicho. Acababa de amenazar con matarme si huía de su palacio y lo entendí. Ahí se acabaría la diversión para él: hacer sufrir a Eros pero dejándolo con el alivio de que yo seguía viva en el templo. Sí me escapaba, alargaría el sufrimiento de mi padre para siempre matándome.

Apolo se dio la vuelta, dándonos la espalda (me permití verla de más a través de su túnica) y comenzó a caminar por la sala haciendo que varías criaturas se reverenciaran mientras hablaba: — Llévala con Theodora, Ismene. Dile que la ponga al día con sus tareas y que no la devuelva hasta el anochecer.

Ismene asintió y me miró con desdén antes de que ordenarme que la siguiera dando media vuelta para caminar en dirección contraria al a Apolo, pero yo me lo pensé dos veces.

Y antes de que alguno se diera cuenta, corrí hasta una de las estatuas de mármol que adornaban el camino y la empujé con todas mis fuerzas haciendo que cayera a tan solo unos centímetros del cuerpo del dios.

La estatua se desplomó con un estruendo, provocando un sonido que reverberó por todo el palacio. Mi corazón latió desbocado mientras sentía en sus emociones pasar de la sorpresa a la furia pura.

Apolo se dio la vuelta lentamente, sus ojos dorados chisporroteando con una ira que podía derretir cualquier cosa a su alrededor. Estaba casi completamente en silencio, como si el aire a su alrededor se hubiera congelado. Luego, su rostro se retorció en una mueca de enfado y desdén. Entonces, con un gesto de su mano, hizo que el aire a mi alrededor cambiara, y un grupo de guardias vestidos con armaduras doradas se acercó corriendo, deteniéndose junto a una perpleja Ismene.

— Cambio de opinión, mejor llévenla al calabozo —me miró con frialdad—. Que se haga a la idea de cómo va a ser su miserable vida a partir de ahora.

Dicho esto se dio la vuelta, dejándome completamente a merced de sus guardias, los cuáles ni me moleste en saber qué clase de criaturas eran, y de su puta musa, la cual ni me moleste en reclamarle nada. Esta vez permanecí allí, mirando como se alejaba de mí…

Pero haciéndome sonreír.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro