015| Lección Contundente
015| Lección Contundente
— ¡Alina, vas a llegar tarde!
Mi única respuesta fue un murmuro inaudible mientras me quitaba las sábanas de encima y alzaba la cara de la almohada, todavía a medio dormitar. Era el último día de clases y, aunque este año había tenido sus momentos interesantes –como cuando descubrí que juntar parejas necesitadas de un empujoncito era un talento oculto mío–, no se podía decir lo mismo de los exámenes. Desintegrar a profesores al final de cada semestre cuando revelaban sus colmillos, garras o cuernos no estaba precisamente en mis expectativas de “vida de semidiosa”.
Con pasos perezosos y arrastrándome como un fantasma somnoliento, salí de mi habitación, sofocando un bostezo. El aroma de un desayuno recién hecho llenaba el aire, cálido y acogedor, y por un instante, casi me hizo sonreír. Pero esa pequeña ola de calidez fue borrada cuando una carga de energía negativa me golpeó, dándome una mala espina.
Me fijé en mi sobrino, Percy, sentado a la mesa y mirando sus gofres azules como si escondieran algún secreto oscuro.
Supe que algo definitivamente andaba mal.
— Por fin despiertas —me saludó Sally, levantando su taza de café con esa expresión extraña en los ojos, como si quisiera advertirme de algo silenciosamente—. Vamos, siéntate. El desayuno se está enfriando.
Le lancé una mirada sospechosa, pero no discutí. Me dejé caer en la silla y tomé uno de mis gofres en forma de corazón, mordiéndolo mientras observaba a mi sobrino. Luego volví mi atención hacia Sally, esperando alguna explicación.
— ¿Por qué tiene la cara de alguien que acaba de enterarse del divorcio de Brad y Angelina? —susurré entre bocados, observando su ceño fruncido.
Sally suspiró y Percy levantó la vista para mirarme, su expresión era casi sombría.
— Ayer por la noche —comenzó Sally con cautela, como si intentara medir cada palabra—, Quirón me envió un mensaje.
Fruncí el ceño, tomando mi vaso de zumo de naranja. —¿Te mensajeas con Quirón? Sabía que te gustaban los animales, pero no a ese nivel…
Sally me lanzó una mirada de reproche.
— Fue un mensaje de urgencia, Alina.
— ¿Y qué quería?
Sally apenas abrió la boca cuando Percy, con voz seria, la interrumpió:
— Quirón no quiere que regrese al campamento.
El zumo casi se me fue por el otro lado, tosiendo mientras intentaba asimilar lo que acababa de decir. ¿Quirón? ¿El mismo que lo consideraba su chico de oro en el campamento? ¿Quería que no quería que volviera?
—… Y, sin embargo, tú sí puedes.
Lo miré sin comprender. No era ningún secreto que yo no era la favorita de ese centauro; no después de que lo amenazara con alejar a Percy del campamento si volvía a verse en peligro por sus “misiones inofensivas”. ¿Por qué yo sí, y él no?
— Quizás… quizás están organizándote una fiesta de cumpleaños sorpresa y no quieren que llegues antes de tiempo —aventuré, tratando de apaciguar el ambiente.
— Aún quedan tres meses, Aly
Un silencio incómodo cayó entre nosotros y me recordó a nuestros primeros desayunos después de que enterráramos a Gabe en el cementerio (me había encargado personalmente de un perro orinara en su tumba) sin tener idea de como sobrellevar un asesinato que seguía sin resolverse, al menos a manos de la policía. Yo sabía exactamente quién era el responsable.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo e intenté no pensar en él. No, ya había quedado atrás. Muy, muy atrás.
— ¿Qué decía exactamente el mensaje? —le pregunté a Sally, intentando desviar mis pensamientos.
Ella lanzó una mirada a Percy, luego a mí, y vaciló un momento antes de responder.
— Considera que… ir al campamento ahora mismo podría ser peligroso para él. Quizá debería quedarse conmigo más tiempo —respondió en voz baja, como si tratara de no alarmarnos más de lo necesario.
Percy bufó con frustración. —¿Cómo va a ser peligroso, mamá? ¡Soy un mestizo! El campamento es el único sitio en el mundo que se supone que es seguro para alguien como yo.
— Eso mismo decía Harry Potter de Hogwarts, y cada año salía con un trauma nuevo —intervine, apuntándole con mi gofre.
Percy me ignoró y Sally suspiró nuevamente.
— Lo siento, cariño. De verdad. Iba a hablar contigo de esto más tarde, pero… ahora mismo no puedo explicarlo del todo. No estoy ni segura de que Quirón pudiera hacerlo. Ha pasado tan rápido…
Me quedé sin palabras, tratando de entender cómo era posible que el campamento, de repente, ya no fuera seguro concretamente para él. Las preguntas se agolparon en mi mente, pero en ese instante el reloj de la cocina dio la media, y mi hermana pareció tomarlo como una señal para cambiar de tema.
— Las siete y media, chicos. Tienen que irse. Tyson estará esperándote, Percy —anunció, levantándose rápidamente y quitándome la tostada a medio morder—. ¡Vamos, Alina! Arréglate o llegarás tarde.
Me quejé mientras tiraba de mi brazo para levantarme, y escuché cómo Percy soltaba un suspiro frustrado. Quería quedarme, resolver el misterio, pero Sally tenía razón: si no me daba prisa, llegaría tarde al último día de clases. No podía perderme la tan esperada confesión de Nate, el chico malo de la escuela, a Spencer, el friki del club de álgebra. La escena prometía ser épica, y todo gracias a mí.
Me metí rápidamente en mi habitación para cambiarme y asearme, disfrutando en silencio de la tranquilidad de la casa. Desde que Gabe había dejado nuestras vidas, el ambiente en el hogar era mucho más liviano y cómodo: el aire ya no estaba impregnado de su olor ni de la comida grasienta, y la casa se sentía limpia y tranquila, como si por fin perteneciera a nosotros. Incluso podíamos usar velas perfumadas solo para el gusto de tener un buen aroma, no como un intento desesperado por cubrir la pestilencia de sus "amistades" del póker.
Mientras cepillaba mi cabello, mis pensamientos divagaron hacia papá.
Desde que se había marchado del campamento, solo lo había visto en contadas ocasiones: en mi cumpleaños diecisiete, en el Día del Padre, y en un concierto de Lana Del Rey al que me llevó por sorpresa. Casi me desmayé al ver como mi cantante favorita se quedaba mirando con ojos de enamorada a mi papá en el escenario. Pero para su desgracia, Eros solo amaba a una mujer de esa manera.
Observé el anillo en mi mano, el regalo que él me había dado en mi cumpleaños. Era un rubí con forma de corazón en un aro de plata, no estaba demás decir que no me lo quitaba ni siquiera para ducharme. Papá se había asegurado de que lo llevara encima todo el tiempo, aunque no sabía porqué tanta insistencia en eso.
Cuando estuve lista, añadí una última capa de rubor rojo en mis mejillas, dándome un vistazo final en el espejo antes de salir de mi habitación. Al llegar al pasillo, me encontré con Sally apoyada contra la pared, perdida en sus pensamientos, con una expresión de inquietud. Mis pasos resonaron suavemente y, al verme, levantó la cabeza; el brillo de preocupación en sus ojos me hizo sentir una punzada en el pecho.
— Y tú pareces haberte enterado de que Brad le fue infiel a Jennifer con Angelina… —suspiré, intentando aligerar el ambiente mientras me acercaba a ella—. Todo irá bien, ¿de acuerdo? No me importa quedarme con vosotros hasta que sea seguro para Percy regresar al campamento.
Sally negó con la cabeza, su expresión era de pura tristeza, como si supiera algo que prefería no decir en voz alta.
— Algo muy malo está sucediendo, algo que Quirón no ha querido decirme —su voz se quebró un poco antes de que sus ojos se suavizaban al mirarme, como si dudara en susurrar lo que pensaba—. ¿Crees que… él…?
El corazón me dio un vuelco al comprender a quién se refería.
Sally había pasado incontables noches conmigo, consolándome mientras yo intentaba superar la traición de un chico que había significado para mí más de lo que alguna vez me atrevería a admitir. En el campamento, mantuve mi fachada fuerte, por Percy, por Summer, por los demás. Pero al estar finalmente en casa y en los brazos de mi hermana, me derrumbé: agonizando y maldiciendo a Cupido por romper el corazón incluso de su propia hija.
Papá no había mencionado a Luke en ninguno de nuestros encuentros, como si ignorara su existencia. Yo tampoco lo hice, no me atreví.
— No lo sé —respondí, en un intento de endurecer mi voz a pesar del nudo que sentía en la garganta—. Pero si está detrás de esto… pienso encargarme de dejarle otra bonita cicatriz en su rostro.
Sally me miró por un momento, su rostro ablandándose al notar mi vacilación. Sin decir una palabra, alargó la mano y la colocó sobre mi mejilla, acariciándome con una ternura que solo ella sabía brindar. Noté que quería decir algo, algo que seguramente intentaba aliviar el peso que ambas llevábamos, pero se quedó en silencio, buscando en mis ojos alguna señal de que estaba bien.
— Alina… —murmuró finalmente, y aunque no completó la frase, el susurro fue suficiente para hacerme sentir su calidez.
Aparté un poco la mirada, encogiéndome de hombros, tratando de fingir que no me afectaba tanto, que estaba lista para enfrentar lo que viniera. Pero ella lo sabía. Siempre lo sabía. Y, en ese instante, comprendí que mi hermana veía mucho más allá de lo que yo mostraba, que podía ver las grietas, el dolor, la frustración.
— No estoy angustiada, si eso piensas —me apresuré a decir, aunque mi voz temblaba—. Luke es un tema cerrado para mí. Si ha vuelto a causar problemas… bueno, ya sabremos cómo lidiar con él.
Ella esbozó una leve sonrisa, mezclada de tristeza y comprensión.
— No tienes que ser siempre la fuerte, cariño. Está bien que te tomes un momento para sentir todo esto —me dijo, acariciándome el hombro. Sus palabras se deslizaron como un bálsamo sobre mi piel, aunque yo intentaba mantenerme firme.
— Ya he sentido suficiente —le respondí, sin poder mirarla a los ojos. No estaba segura de cuánto me creía. Pero, en lugar de presionar, me abrazó, estrechándome de manera que casi hizo que mi coraza se rompiera.
Me separé suavemente, recordando que era tarde y no quería que el conserje me volviera a cerrar las puertas en las narices. Sally asintió, dándome un último apretón en el brazo. Le sonreí como pude, poniéndome de puntillas para besar su mejilla y me dirigí rápidamente hacia la salida. Cuando estuve a punto de dar un paso afuera, escuché su voz:
— Alina —me llamó con suavidad y giré mi cuerpo para verla, ella apretó los labios—. Por favor, ten cuidado…
Con un último asentimiento, me giré y crucé la puerta, cerrándola detrás de mí.
Al salir a la calle, mis ojos se posaron en el edificio de piedra rojiza frente a mí. Durante un instante, una sombra oscura se delineó en la pared, como una silueta humana que no parecía tener dueño. Sin previo aviso, comenzó a ondularse y, en un parpadeo, se desvaneció por completo.
Definitivamente, algo andaba mal.
El día empezó de un modo normal, o por lo menos tan normal como puede serlo en Harvey Milk High School.
Me hubiera encantado haber estado en la misma escuela que Percy, para poder cuidarlo y protegerlo de esos matones asquerosos que parecían tenerlo siempre en la mira. Pero era obvio que la presencia de dos mestizos en un mismo centro educativo sería como un faro de luz para los monstruos, y la verdad, ninguno quería enfrentarse al conserje si alguna vez se transformaba en un enorme reptil escamoso que escupía fuego por la boca.
Afortunadamente, aquí había hecho amigos rápidamente, especialmente una chica de mi mismo grado con quien parecía tener mucho en común. Ambas compartíamos gustos por la música, la poesía romántica, la moda y, por supuesto, la diversión de burlarnos de los renacuajos de primer curso.
En el comedor, disfrutábamos de nuestro almuerzo mientras comentábamos sobre lo sospechosamente abultado que se veía el vientre de Bárbara, la nerd de nuestra clase de historia y las miradas aterrorizadas que le lanzaba a Ross, el más mujeriego de nuestro grado, desde el otro lado del comedor mientras él estaba rodeado por un grupo de animadoras.
— Su nariz... —comenzó mi amiga, inclinando la cabeza para observarla detenidamente—, ¿siempre ha sido así?
— No —respondí de inmediato—. Siempre la ha tenido más fina y respingona. ¿Crees que ocurrió algo entre ellos en la fiesta de Lottie?
Se encogió de hombros. — No lo sé. Todos amanecimos absolutamente borrachos ese día.
Me reí al recordar la noche. Sally me había dado el castigo de mi vida por no avisarle que no dormiría en casa. Pero, en mi defensa, estaba demasiado ocupada asegurándome de que nadie le fuera infiel a nadie bajo los efectos del alcohol.
— ¿Cuándo se dará cuenta de que esa ropa holgada ya no le oculta la panza? —inquirió, removiendo su ensalada mientras seguía observando a Bárbara—. Pobrecita, Ross es más insensible que una piedra.
— Yo creo que podría haber un cambio —insinué, esforzándome por no revelar que percibía un pequeño sentimiento drástico encendiéndose en él—. Aunque no será fácil.
Mi amiga se burló. — Por favor, es más probable que Victoria's Secret la llame para modelar a que Ross se fije en ella.
— Ismene...
Se limitó a sonreírme con burla. Ismene era una chica alta, esbelta, con un cuerpo perfecto y unos rasgos maduros pero delicados y femeninos. Su cabello era un marrón oscuro que caía en voluminosas ondas por su espalda hasta su pequeña cintura, su piel morena siempre contrastaba con cada vestido que usaba y sus ojos de color ámbar me miraban con una oscura diversión en ellos bajo su largas pestañas. Realmente, ella sí parecía una modelo de Victoria's Secret.
— ¿Qué tienes ahora? —le pregunté, desviando mi atención cuando vi a Bárbara levantarse corriendo hacia el baño, probablemente luchando contra las arcadas.
— Filosofía —bufó Ismene, poniendo los ojos en blanco—. Oh, por favor. ¿Quién es el necio de Aristóteles al lado de Hipatia? Ese tipo solo sabía criticar hasta el aire que le daban los dioses.
— Hablas como si lo hubieras conocido —me reí, levántandome de mi asiento.
Ismene me siguió, frunciendo el ceño con una mueca de amargura. — ¡Fue un imbécil ¡Y ni siquiera sabía pedir disculpas cuando derramaba vino sobre los demás!
La miré perpleja mientras se acomodaba el vestido ligeramente irritada, y sacudí la cabeza:
— Yo tengo matemáticas —dije soltando un suspiro—, así que creo que me saltaré la clase.
Ismene alzó rápidamente la vista, arqueando una ceja. — ¿Y a dónde irás?
Me encogí de hombros, sintiendo que la escapatoria era más atractiva que buscar la raíz cuadrada de algo.
— Daré vueltas por la escuela un rato. Solo espero que Bárbara no tenga un parto prematuro mientras estoy cerca.
Ismene se rió ante la imagen mental y asintió, antes de que el timbre sonara. Nos despedimos con un gesto y cada una se marchó por su respectivo camino. Su mirada se quedó más tiempo en mí del que yo esperaba, pero no le tomé importancia.
Pasaron los minutos mientras merodeaba por los pasillos de la escuela, sintiéndome cada vez más aburrida. El eco de las conversaciones ajenas se desvanecía en un murmullo monótono que apenas lograba captar mi atención. Intenté distraerme observando a mis compañeros, pero la misma escena se repetía: estudiantes reunidos en grupos, algunos leyendo, otros intercambiando chismes. Todo era un círculo vicioso de rutina.
El hambre comenzó a hacer acto de presencia, y de repente, recordé que había un paquete de golosinas esperándome en mi casillero. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al pensar en los dulces que Sally me traía de su trabajo, así que rápidamente me dirigí hacia la zona de taquillas.
Las filas de casilleros estaban decoradas con una mezcla de stickers, dibujos y mensajes de ánimo, pero el mío era especial: estaba adornado con piedras de plástico brillantes formando corazones, papeles con algunas citas de las canciones de Lana Del Rey, y marcas de labial rojo, un toque personal que me había llevado horas de trabajo. Al llegar, me detuve un momento a admirarlo antes de abrirlo. Mis ojos recorrieron el interior, buscando ansiosamente el paquete. El espacio estaba lleno de libros, papeles y otros objetos olvidados, pero no lo veía.
Justo cuando estaba a punto de rendirme y cerrar el casillero desesperanzada, sentí un fuerte empujón en mi cabeza.
Un grito involuntario se escapó de mis labios cuando mi cuello quedó atrapado en el interior, mi rostro prácticamente hundido entre los libros y cuadernos que había guardado. La presión me impidió ver o incluso respirar adecuadamente.
Me sacudí en un intento de liberarme, pero algo, o más bien alguien, me mantenía atrapada bajo su peso. Golpeé las paredes del casillero con ambas manos y traté de sacar la cabeza, pero fue inútil. La sensación de pánico comenzó a apoderarse de mí, una marea de claustrofobia me obligó a gritar de nuevo, esta vez con más fuerza, esperando que alguien escuchara mis llamados: — ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Me quieren matar por envidia!
Pero mis chillidos quedaron atrapados en el interior del casillero, ahogados por la ansiedad del momento.
Finalmente, la presión se alivió un poco, y sentí unos dedos enredándose en mi cabello antes de que un tirón brusco me sacara hacia afuera. Chillando, caí al suelo, con los mechones rebeldes cubriendo mi rostro. Aspiré con fuerza, mi respiración agitada llenando mis pulmones, antes de apartar rápidamente el cabello para enfrentar a mi agresor.
Un jadeo se escapó de mis labios al reconocerlo, y una oleada de odio vibró en mi interior.
— Apolo —escupí, mirando su figura desde el suelo, tratando de ignorar la forma en que sus rasgos estaban etéreamente iluminados por la luz que entraba por las ventanas.
El dios del sol estaba de pie sobre mí, con los brazos cruzados (mi mirada se detuvo en ellos durante un segundo) y observé su rostro, que mostraba una clara indiferencia marcada por la frialdad. Era evidente que no había olvidado la patada que le propiné en la entrepierna la última vez que nos encontramos, y la satisfacción de recordar ese momento se mezcló con mi irritación. ¿Qué demonios quería ahora?
— Caramba, parece que aún me recuerdas —se burló, esbozando una sonrisa que apenas asomaba en sus labios.
Me quedé tirada en el suelo, tratando de procesar lo que acababa de suceder, mientras ignoraba el efecto que su voz había tenido en mí. Era como si no la hubiera escuchado antes; ahora sonaba real, melodiosa pero ligeramente ronca, con un pequeño siseo que terroríficamente me fascinó.
Sus rizos rubios caían como tiras de oro enmarcando su rostro, y a pesar de su pecho amplio y sus músculos bien definidos, nada de eso parecía relevante cuando sus ojos dorados se veían como si estuviera atravesando cada fibra de mi ser.
Sacudí la cabeza, intentando salir de esa ensoñación y le gruñí, recuperando un poco de mi compostura.
— Apenas me acordaba de tu existencia —siseé, impulsándome hacia él antes de extender una pierna en un intento de derribarlo.
Apolo fue más rápido y se movió ágilmente hacia la izquierda, esquivando mi ataque con una facilidad irritante. Me levanté de un salto, decidida a lanzarle un puñetazo, pero antes de que pudiera parpadear, el dios ya estaba detrás de mí, forzando mis brazos hacia atrás con un agarre de acero. La sensación de su fuerza me hizo tambalear, y la frustración brotó en mi interior. — ¡Déjame ir! ¡¿Qué diablos quieres?!
— Cállate —exigió Apolo con voz dura, presionando un poco más su agarre— O no te soltaré.
Me retorcí intentando liberarme de su control, pero él solo ajustó su agarre, como si mi lucha le divirtiera. Sentía el ardor en mis brazos, la rabia burbujeaba en mí como nunca.
— ¡No tienes derecho a hacer esto! —chillé, en un último intento de zafarme, lanzando una patada hacia atrás. Pero fue en vano. Apolo se movió como un felino, esquivando mi ataque sin esfuerzo.
Finalmente, tras un momento de resistencia, decidí quedarme quieta, sintiendo cómo la tensión se acumulaba entre nosotros. Apolo me soltó de repente, haciendo que cayera hacia adelante y me apoyara contra las taquillas. El metal frío y duro se sintió incómoda contra mi cuerpo, pero no me importaba. Mi mente estaba demasiado ocupada maldiciendo mi falta de armas, Percy siempre me advertía que llevara alguna, pero yo nunca le había hecho caso.
— Este es un buen momento para aparecer, papá —susurré para mí, frustrada por no poder defenderme yo sola de este idiota.
Apolo me miró con el ceño fruncido y yo traté de no escapar ante su intensa observación.
— He sido paciente durante estos meses, monstruito —comenzó, su tono más calmado pero cargado de desprecio—. Pero curiosamente, tu mera existencia ha logrado irritarme aún más...
Aunque su voz era suave, cada palabra parecía estar impregnada de una amenaza subyacente. No sabía si era su presencia lo que me desconcertaba o si era la realidad de lo que decía, pero un escalofrío recorrió mi espalda.
— Ponte a la cola, tengo más fans diciéndome lo mismo que tú —le siseé, con los dientes apretados.
Apolo alzó una ceja, con una mezcla de sorpresa y diversión en su expresión. La arrogancia del dios del sol era evidente, como si disfrutara de la provocación.
— ¿Fans? —repitió, pareciendo verdaderamente divertido—. Mira, no quería ser tan hiriente pero Justin Bieber tenía más fans estando aún en el vientre de su madre que tú ahora, pequeño monstruo.
La sonrisa de Apolo se desvaneció, y su mirada se volvió ligeramente más oscura, como si hubiera tocado un nervio. Su voz se volvió más grave, como un trueno distante. — No subestimes mi paciencia, niña. He sido amable durante demasiado tiempo, pero ya es hora de darle una lección a la escoria de tu padre.
— ¿Así que esto sí es por vuestra dichosa pelea? —me quejé, echando mi cabeza hacia atrás inconscientemente—. Pensaba que sería más especial, quiero decir… —me señalé a mí misma—. ¿No me has visto? Estaba segura que en algún punto de mi vida me raptarían por mi belleza o por tener un don que nadie más tiene, ¿qué clase de dios chiflado eres tú?
Él inclinó la cabeza, observándome como si fuera un pequeño chihuahua que no se cansaba de ladrar hasta que lo pateban, y realmente se veía como si estuviera apunto de hacerlo. — No lo haré siempre que te calles y escuches lo que tengo que decir. Créeme, no me gusta perder el tiempo.
Solté un resoplido. — A mí tampoco me gusta perder clases y aquí estamos —mentí, logrando enfurecerlo aún más.
— ¿Crees que esto es un juego? —continuó Apolo, su voz ahora era baja y firme—. He tenido la paciencia de esperar a que entendieras tu lugar en este mundo, pero parece que necesitas una lección más contundente.
— ¿De verdad crees que voy a quedarme aquí escuchando tus quejas por algo que ocurrió hace milenios? —le respondí, cruzando los brazos con indignación—. Yo no tengo nada que ver con la enemistad entre tú y mi padre. Si se tienen ganas, no me usen como excusa.
Sorprendenteme, Apolo se rió. Pero su risa no tenía alegría. Era una risa fría, llena de desprecio. — Ah, pero aquí está el problema, pequeña. La sangre de tu padre corre por tus venas, y eso significa que su legado te acompaña. No puedes escapar de él, y mucho menos de las consecuencias.
" — Huye… —susurró fríamente aquella sombra en la cabaña diez que me heló hasta los huesos, haciéndome estremecer hasta la punta de los pies—. Huye o prepárate para afrontar las consecuencias."
— ¡Eso es injusto! —protesté, sintiéndo como mi voz titubeaba ante el recuerdo— No elegí nacer, y no elegí que tú me persiguieras. Si tienes algún problema, resuélvelo con Eros. ¿Por qué tienes que venir a molestarme a mí?
La expresión de Apolo se endureció, y su voz se volvió más grave:
— La injusticia es parte de este mundo, y tú, Alina Jackson, de manera inconsciente estás en medio de ella. No se trata solo de mí o de tu padre; hay fuerzas en juego que no comprendes. Si Eros no tiene la valentía de enfrentarse a sus demonios, tal vez yo deba recordárselo usando lo que más aprecia en la vida.
— No voy a disculparme por eso —apreté los puños, sintiendo cómo la ira crecía más dentro de mí.
— No quiero tus disculpas —continuó Apolo, haciendo un gesto despectivo con la mano—. Quiero hacerlo sufrir a él... haciéndote sufrir a ti.
En un arranque de valentía que no sabía de dónde había salido, me impulsé hacia él a grandes zancadas, sin importar que me sacara dos cabezas. — ¿De verdad eres tan arrogante que ni siquiera aceptas que te equivocaste en el pasado? La próxima vez, mantén la boca cerrada y a lo mejor te recordarán como algo más que un dios llorón.
No me di cuenta hasta ese momento de la mala idea que había sido.
Una malísima idea.
De repente, los ojos de Apolo brillaron con un destello de furia. En un abrir y cerrar de ojos, sus manos se cerraron alrededor de mis brazos, sujetándome con fuerza mientras tiraba de mí hacia su cuerpo. Grité con sorpresa cuando mis rodillas chocaron con las suyas, y un silbido de dolor escapó de mis labios por los moretones que seguramente tendrían aparecerían más tarde.
— Para ser una mestiza, eres muy estúpida —me susurró, su aliento caliente rozando mi piel—. No sé dónde ha quedado ese instinto de supervivencia, pero lo echarás de menos. Créeme que lo harás —siseó, apretando mis brazos con más fuerza.
— ¿Qué te hace pensar que puedes amenazarme así? —logré responder, tratando de mantener la voz firme a pesar de la situación—. No soy una víctima, y no te tengo miedo.
Su mirada se oscureció, y aunque la bravura me empujaba a seguir, una parte de mí sabía que había cruzado una línea peligrosa. Apolo era un dios, y estaba jugando en sus terrenos.
Sonrió de una manera que me provocó escalofríos, como si disfrutara de la revelación de un secreto oscuro.
— Lo tendrás —prometió Apolo, en un susurro tentador—. Me aseguraré de que tengas miedo, pequeño monstruo.
No me acobardé, no dejé que lo permitiera. — ¿De verás? ¿Y cómo es que piensas hacerlo? ¿Obligándome a escucharte cantar? —pregunté, tratando de mantener un tono sarcástico a pesar de notar como mi estómago se encogía.
La sonrisa de Apolo se amplió, y su mirada se tornó aún más intensa. — Lo desearás —respondió, antes de desviar la mirada hacia atrás con un aire de satisfacción que me hizo sentir un escalofrío recorrer mi espalda—. Hazlo.
Desconcertada, parpadeé sabiendo que no se estaba refiriendo a mí.
Lentamente, giré la cabeza, solo para encontrarme cara a cara con ella. Sus ojos brillaron con desprecio mientras, sin previo aviso, soplaba un polvo dorado en mi dirección. El aire se volvió espeso, y antes de que pudiera reaccionar, un mareo abrumador se apoderó de mí.
— ¿Ismene...? —logré murmurar, pero la pregunta se desvaneció mientras mi mundo se oscurecía.
La consciencia se me escapó como un susurro en el viento, y antes de que pudiera comprender lo que sucedía, todo se desvaneció en un abismo de sombras.
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