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006| A Orillas Del Lago








006| A Orillas Del Lago




— ¡Bienvenida a la cabaña 10!

Las hijas de Afrodita eran muy ruidosas.

Pero no me pude quejar después de haber sido trasladada a una tremenda casa de muñecas.

El interior de la cabaña diez deslumbraba dulzura y belleza. Las paredes, en tonos pasteles con pinceladas blancas hacían parecer el lugar como los aposentos reales de una princesa de cuento de hadas. El aire estaba perfumado con rosas y jazmín, y el suelo de mármol relucía impecable. Grandes espejos y flores frescas en macetas de porcelana decoraban el espacio.

Sobre las camas, colchas de seda bordadas con rosas añadían un toque romántico. En las paredes, había pósteres de íconos como Marilyn Monroe, Britney Spears y Taylor Lautner destacaban, etc. El vestidor estaba repleto de ropa de diseñadores y accesorios brillantes.

¿Así se sintió María Antonieta llegando a Versalles?

Prácticamente me habían raptado de los brazos de Luke y trajeron mis cosas acomodándolas junto a una litera vacía. Todas parecían emocionadas de tener a una hija de Eros en el campamento.

Todas menos yo.

La pequeña sonrisa que había dibujado al entrar a la cabaña se desvaneció tan pronto como recordé los sucesos de hace una hora: Poseidón y Eros nos habían reclamado a Percy y a mí como sus hijos. Todo el mundo estaba conmocionado pero no tanto como nosotros dos.

Eros no podía ser mi padre, Valentín…

Por un segundo, mi cerebro pareció dejar de funcionar.

¿Sería posible qué…?

Sentí como mi alma se caía al suelo por cuarta vez en la noche. ¿De verdad papá había estado ocultándomelo todos estos años? ¿Por eso solo podía pasar los fines de semana conmigo? ¿Por eso no me llevó a conocer al resto de su familia? ¿Porque era un MALDITO DIOS?

La ansiedad invadió mi cuerpo y a pesar de que las emociones de las hijas de Afrodita eran todas positivas, el pánico fue más fuerte al apoderarse de mí. Tomé una bocanada profunda para intentar calmarme.

¿Sally lo sabía? ¿Sabía que Valentín era en realidad Eros, el dios del amor?

Silena, la capitana de la cabaña, se acercó a mí con una sonrisa. Me esforcé por recobrar la mía pero simplemente no pude, fui capaz de dejar de temblar cuando me tomó de las manos con confianza y aspiré su agradable aroma a chicle de fresa.

— ¡No sabes cuánto nos alegra que estés aquí! —exclamó contenta, sus emociones felices y sinceras lograron opacar levemente mi angustia y por fin fui capaz de devolverle la sonrisa—. ¡Tenemos una sobrina! —chilló, haciendo que las demás la imitaran.

Solté una pequeña carcajada antes de observarlas: todas eran increíblemente bellas y el maquillaje que usaban era solo para resaltar sus hermosos rasgos. También había unos cuantos chicos, menos de cinco, pero igual de atractivos que jóvenes actores de Hollywood.

El resto de la noche la pasé increíblemente bien, logré olvidarme de los acontecimientos recientes y disfrutar de una auténtica noche de chicas digna de película: Silena y sus hermanas comenzaron a probar diferentes peinados en mi cabello, ayudaron a encontrar mi rutina de skincare perfecta, arreglaron mi manicura y pedicura, y por si no fuera poco ¡también comimos pasteles!.

Las chicas no dudaron en ponerme al tanto de los chismes fundamentales del campamento y yo quedé maravillada al enterarme de cada drama amoroso entre los campistas, pero cuando estaban a punto de contarme lo que se decía ahora sobre Percy, Silena calló a las chicas notando mi mirada perspicaz.

— Es hora de ir a dormir —anunció Silena, viendo como sus hermanos varones ya estaban acostados—. Estamos haciendo demasiado ruido y llamaremos la atención de las arpías.

Me levanté de la silla en la que había estado sentada, observando en el espejo los diferentes looks que probaban en mí, y miré a las demás con una sonrisa.

— Gracias por recibirme —agradecí con sinceridad recibiendo arrullos adorables de su parte—. Iré a ver a Percy y volveré. Ha sido un placer conoceros.

Hannah me detuvo—. ¿Estás loca? ¡Las arpías te atraparán!

Lucy se estremeció.

— Son horribles.

Me burlé separándome de ellas. No podían ser peor que Clarisse y sus hermanos.

— Volveré pronto, de verdad —aseguré.

Percy había sido trasladado a la solitaria cabaña 3, la cabaña del dios Poseidón. Sabía que ahora todos hablaban a sus espaldas después del incidente del perro infernal. Según me había dicho Silena, ser hijo de uno de los Tres Grandes te convertía en un faro de luz para los monstruos y el campamento era menos seguro que antes.

Conocía a mi sobrino lo suficiente como para suponer que no se dormiría durante toda la noche a menos que yo estuviera ahí, quería evitar que se sintiera solo o inseguro. Me tenía a mí. Y mientras yo viviera, Percy jamás estaría solo.

Salí de la cabaña diez a pesar de las protestas de las chicas y me escabullí entre los árboles para evitar ser vista por alguna criatura asquerosa como Clarisse o las arpías.

Me detuve durante unos segundos al escuchar el suave coceo de algún caballo -esperaba que fuera un pegaso y no Quirón- y rápidamente salté los arbustos para llegar frente a la puerta de la cabaña de Poseidón.

No era alta y fabulosa como la diez, sino alargada, baja y sólida. Las paredes eran de tosca piedra gris tachonada con pechinas y coral, como si los bloques de piedra hubieran sido extraídos directamente del fondo del océano. Levantando las cejas, me di cuenta de que Percy se sentiría bastante a gusto en circunstancias diferentes.

Comprobé que no hubiera nadie a mi alrededor con un rápido vistazo y toqué suavemente la puerta.

Después de unos segundos de espera la puerta se abrió y no me dudé ni un segundo en echarme a los brazos de mi sobrino, quién dio un traspiés hacia atrás sujetándome. Ni siquiera me detuve a inspeccionar el interior de la cabaña.

Todo lo que podía sentir era la tristeza emanando de él y acaricié su cabello con disculpa; debí haberlo acompañado desde un principio, se había quedado solo y confundido mientras yo me lo pasaba estupendamente con las chicas.

— Lo siento, pequeña alga —murmuré débilmente—... soy la peor tía del mundo.

Percy negó con la cabeza estrechándome aún más en sus brazos y una oleada reconfortante me invadió. Suspiré.

— No, ninguno de los dos esperábamos esto —dijo Percy y nos separamos. Se veía un poco demacrado y ojeroso, mi corazón dio un vuelco—, jamás pensé que Valentín en realidad…

— Yo tampoco —lo corté sentándome en una de las camas vacías—. No sé si lo volveré a ver pero si lo hago, me aseguraré de que jamás hubiera querido engendrarme —espeté, aguantando las lágrimas que amenazaban con salir. Papá no valía la pena.

Él se sentó a mi lado, encogiéndose de hombros.

— El tuyo al menos se preocupó por ti y pasar tiempo contigo —miró hacia la ventana, tras el cristal se podía distinguir una hermosa vista a la playa que pocas cabañas tenían—, el mío… nunca ha dado una señal hasta ahora.

Suspiré llevando su cabeza a mi hombro—. Lo superaremos.

No lo íbamos a superar nunca, jamás, ni siquiera volviendo a nacer.

Sabía que lo que más le dolía era ser un paria para el resto del campamento después de que finalmente consiguiera adaptarse a ellos, Poseidón era un caso aparte del que tampoco merecía la pena pensar en ello.

— Si no te sientes cómodo, nos iremos —aseguré, acariciando su cabello.

Percy negó.

— No tenemos a donde ir —murmuró antes de suspirar—, y prefiero morir antes que volver con Gabe.

Apreté los labios, era cierto. Ya no contábamos con que Valentín viniera a rescatarnos porque resultaba que Valentín, o más bien Eros, formaba parte de esto.

— Cuando cumpla dieciocho conseguiré un trabajo y una casa para nosotros —prometí, más para mí misma que para él—... obtendré tu custodia y nos olvidaremos de ellos.

— ¿Y si ellos no nos olvidan? —preguntó, con la duda en su voz.

Lo miré fijamente. Percy era el hijo de alguien importante y algo me decía que su existencia había causado revuelo ahí arriba, el clima no era el mejor desde nuestro reclamo. Sentí un atisbo de ira surgir en mi interior, conocía varios mitos en donde la presencia de semidioses molestaban a los inmortales.

Y no pretendía dejar que pusieran sus divinas manos sobre él.

— Entonces, me encargaré de que jamás lo hagan.


Cuando logré que Percy se quedara dormido, me marché de su cabaña no sin antes depositar un beso en su frente y alejarme del olor a marisco que desprendía el interior en sí.

Pensé en regresar a la cabaña diez para conciliar el sueño pero intuía que me sería extremadamente difícil ahora que sabía la verdad. Mi padre era un dios. Aquel hombre que conocía desde pequeña y que en el fondo siempre me había parecido un desconocido que me amaba a su manera.

El dios del amor….

Y del sexo juju.

Negué con la cabeza, divertida. Debía estar enfadada pero ciertamente era irónico: yo había nacido un catorce de febrero, se me hacía extremadamente fácil juntar parejas, y por si no fuera poco, había logrado gustarle al chico dorado del campamento con tan solo batirle las pestañas.

Resoplé, pateando una pequeña que cayó en la orilla del lago. No me había dado cuenta de que había estado tan sumida en mis pensamientos hasta que llegué a él. La luna se reflejaba en el agua creando un efecto increíblemente etéreo y me paré unos segundos a admirarlo.

Recordé el romántico mito de Eros y Psique. Él era el dios del amor ¿no? ¿Por qué razón le había sido infiel a su esposa con una mortal?

Stelle Jackson fue hermosa incluso a pesar de su avanzada edad cuando quedó embarazada de mí, pero dudaba que su belleza hubiera sido capaz de volver loco a un dios que, según su dominio, se mantendría eternamente fiel al amor de su vida.

Me arrodillé en la orilla del lago, contemplando la quietud del agua.Un suspiro se escapó de mis labios mientras jugueteaba con ella, distorsionando mi reflejo con un dedo.

Fue entonces cuando el entorno comenzó a oscurecerse de manera inquietante, y un frío glacial se apoderó del aire, erizando mi piel. Una sombra se cernía sobre mí, pero cuando intenté levantar la cabeza y girarme para ver qué o quién estaba detrás, me encontré paralizada, incapaz siquiera de sacar mi dedo del agua.

Un grito quedó atrapado en mi garganta mientras observaba con horror cómo mi reflejo en el agua empezaba a cambiar.

La suave marea reveló una imagen distorsionada de mí misma: mi cabello rubio estaba recogido en dos trenzas largas que caían a los costados de mi rostro, mis rasgos se veían más duros, y un brillo rojo en mis ojos me hizo retroceder mentalmente. Parecía un par de años mayor, con una corona de laureles dorada en la cabeza, joyas de oro adornando mi cuerpo, y una túnica griega rubí envolviendo mi figura agachada.

Estábamos en la misma posición, ambas igualmente aterrorizadas mientras nos mirábamos fijamente. El dedo que tenía en el agua parecía estar conectado con el suyo.

Quise hablar, gritar, retroceder, pero estaba totalmente inmovilizada.

Ella comenzó a mover los labios, pero no podía escuchar ningún sonido.

— ¿Qué…? —murmuré, incapaz de creer lo que veía.

La desesperación en sus ojos creció mientras me concentraba en leer sus labios.

«Huye», logré entender.

¿Huir? ¿A dónde?

— ¿Quién eres? —pregunté, tragando saliva, reuniendo todo el coraje que pude—. ¿Qué sucede? ¿Qué necesitas de mí?

Mi reflejo continuaba repitiendo la misma palabra, cada vez con más urgencia. Entonces, noté un arco y un carcaj lleno de flechas rojas y doradas colgando de su espalda.

«No dejes que te atrapen…»

El susurro resonó en mi mente como si estuviera a mi lado.

— ¿Quiénes? ¿Quién me busca?

Sus ojos destellaron con una emoción intensa, indescifrable. Logré interpretar la frase que me dirigió antes de que su imagen comenzara a desvanecerse en el agua, arrastrada por la nueva marea:

«No confíes en nadie»

Y cuando menos lo esperé, sentí un empujón que me lanzó al lago. Los últimos destellos que capté en el agua no fueron los de mi propio reflejo, sino de unos ojos dorados, brillantes y poderosos.

El agua me envolvió por completo y, aunque intenté gritar, solo logré tragar la helada agua dulce. El pánico me atrapó, el temor de quedarme paralizada y hundirme me dominó. Sin embargo, un instinto de supervivencia se activó en mi cerebro, forzándome a nadar hacia la superficie, aunque solo veía oscuridad a mi alrededor.

Emergí, inhalando una bocanada de aire con desesperación, y nadé hacia la orilla entre jadeos y tosidos, expulsando el agua que había tragado.

Me desplomé en la tierra húmeda, tratando de recuperar el aliento, observando la luna y las estrellas que brillaban sobre mí, indiferentes y frías, como si fueran espectadoras curiosas que no intervendrían en mi suerte.

Jadeé una vez más y llevé mis manos a la cara, asegurándome de que estaba viva, comprobando que mis ojos estaban intactos a pesar de mi visión empañada.

Temblando, me quedé tumbada en la tierra húmeda, el corazón martillándome en el pecho. Mi mente era un torbellino de pensamientos, tratando de dar sentido a lo que acababa de suceder. Los ojos dorados, la otra versión de mí misma en el agua, la caída al lago… Nada tenía sentido.

Reuní fuerzas, poco a poco, sintiendo el frío penetrar mis huesos mientras el agua empapaba mi ropa. Después de unos minutos, me levanté tambaleante, mi cuerpo pesado y dolorido. Dirigí mis pasos hacia la cabaña diez, cada movimiento con un esfuerzo digno de Heracles. Necesitaba una ducha rápida y, más que nada, dormir.

Tenía que dormir para olvidar esta pesadilla.

Llegué a la cabaña empapada, abriendo la puerta con cuidado para no despertar a nadie. Pero no tuve suerte. Drew, la única hija de Afrodita despierta, dirigió sus ojos rasgados en mi dirección nada más entré. Su voz, teñida de curiosidad, rompió el silencio:

— ¿Qué demonios te ha sucedido?

Las palabras resonaron en mi mente:

«No confíes en nadie».

— Nada —respondí fríamente—. Vete a dormir, Drew.

Ella frunció el ceño, claramente descontenta por mi tono, pero no insistió.

Me dirigí al baño y tomé una ducha rápida, el agua caliente no logró disipar el frío que sentía por dentro. Me sequé y me cambié de ropa, evitando que mi mente se dirigiera al paranormal suceso que acababa de experimentar.

Más tarde, me metí en la cama, completamente conmocionada. Sentía una extraña sensación de ser observada, como si unos ojos invisibles me vigilasen desde la oscuridad más allá de la ventana.

Me giré en la cama, intentando en vano encontrar una posición cómoda. Finalmente, logré conciliar el sueño, tratando de convencerme de que solo era mi imaginación.

Pero incluso en la oscuridad de mis párpados cerrados, los ojos dorados seguían acechando, logrando asustarme más que mi propia visión del futuro.

UN CHICO, SU MADRE Y SU TÍA SIGUEN DESAPARECIDOS TRAS EXTRAÑO ACCIDENTE DE COCHE.

POR EILEEN SMYTHE

Sally Jackson, junto con su hermana Alina y su hijo Percy, llevan una semana en paradero desconocido tras su misteriosa desaparición.

El Cámaro del 78 de la familia fue descubierto el pasado sábado en una carretera al norte de Long Island, calcinado, con el techo arrancado y el eje delantero roto. El coche había dado una vuelta de campana y patinado varios metros antes de explotar. La familia estaba de vacaciones en Montauk, pero se marcharon muy pronto en misteriosas circunstancias.

En el coche y la escena del accidente fueron hallados pequeños rastros de sangre, pero no había más señales de los desaparecidos Jackson. Los residentes de la zona rural aseguraron no haber visto nada anormal alrededor de la hora del accidente.

El marido de la señora Jackson, Gabe Ugliano, asegura que su hijastro Percy Jackson es un niño con problemas que ha sido expulsado de numerosos internados y que en el pasado manifestó tendencias violentas. La policía no se pronuncia acerca de si el hijo Percy es sospechoso de la desaparición de su madre y su tía, pero no descarta ninguna hipótesis.

Las imágenes de abajo son fotos recientes de Sally, Alina y Percy Jackson. La policía ruega a todos aquellos que posean información que llamen al siguiente número de teléfono gratuito.

— ¡Oh, dioses! —chillé, escandalizada.

Percy suspiró.

— Lo sé. Gabe es un completo…

— ¡Esa foto es de hace dos años y tenía el cabello encrespado! —interrumpí, viendo la imagen con horror.

Mi sobrino me lanzó una mirada perpleja. Después de casi viajar a los brazos de San Pedro la noche anterior, decidí pasar la mañana en su cabaña con temor a estar sola de nuevo. No se lo había dicho a nadie y mucho menos a él porqué no quería asustarlo, así que decidí hacerme a la idea de que solo había sido una broma pesada de algún dios hacia mí.

Aunque era por la mañana, pero aún no había amanecido, y los truenos bramaban en las colinas: se fraguaba una tormenta.

Percy miraba por la ventana incómodo cada vez que un trueno resonaba demasiado cerca, lo que me hizo preguntarme si él también había experimentado algo extraño por la noche.

Oí el sonido de pezuñas en la puerta y alguien llamó a la puerta:

— Pasa —contestó Percy, a mi lado.

Grover entró trotando, con aspecto preocupado.

— El señor D quiere verte.

— ¿Por qué?

— Quiere matar a… Bueno, mejor que te lo cuente él.

Me levanté enseguida escuchando sus palabras, alarmada—. Iré con vosotros.

Grover torció la cabeza.

— No creo que sea buena…

— Iré con vosotros —sentencié, firmemente.

No volvió a decir nada más y esperamos a que Percy se cambiara para salir. Sonreí entre divertida y enternecida cuando me pidió ayuda -muy avergonzado- para atarse los cordones. Mi chiquitín había matado a un Minotauro pero se estresaba si el nudo no le salía bien.

Por encima del canal Long Island Sound, el cielo parecía una sopa de tinta en ebullición. Una cortina neblinosa de lluvia se aproximaba amenazadoramente. Percy le preguntó a Grover si necesitaríamos paraguas.

— No —contestó—. Aquí nunca llueve si no queremos.

Señalé la tormenta —. ¿Y eso qué demonios es?

Miró incómodo al cielo.

— Nos rodeará. El mal tiempo siempre lo hace.

Esperé que tuviera razón.

En el campo de voleibol los chicos de la cabaña de Apolo jugaban un partido matutino contra los sátiros. Los gemelos de Dioniso paseaban por los campos de fresas, provocando el crecimiento de las matas. Me fijé en la chica de la enfermería, permanecía de brazos cruzados arbitrando el partido de sus hermanos, pero de vez en cuando miraba el cielo, nerviosa.

Nuestros ojos chocaron y nos contemplamos en silencio durante un par de segundos hasta que llegamos al porche de la Casa Grande. Aparté la vista y me centré en el Señor D, sentando en la mesa de pinacle con otra de sus feas camisas y una lata de Coca-Cola Light. Quirón, en el lado opuesto de la mesa en su silla de ruedas falsa. Jugaban contra contrincantes invisibles: había dos manos de cartas flotando en el aire.

— Bueno, bueno —dijo el señor D sin levantar la cabeza—. Nuestras pequeñas celebridades.

Percy y yo nos miramos.

— Acérquense —ordenó el Señor D—. Y no esperes que me arrodille ante ti, mortal, solo por ser el hijo del viejo Barba-percebe. Y mucho menos ante ti, por ser la hija de ese mocoso…

Un relámpago destelló entre las nubes antes de que pudiera terminar su insulto y el trueno sacudió las ventanas de la casa.

— Bla, bla, bla —contestó Dioniso—. Si de mí dependiera, chico, haría que
tus moléculas se desintegraran en llamas. Luego barreríamos las cenizas y nos evitaríamos un montón de problemas. Pero a Quirón le parece que eso contradice mi misión en este campamento del demonio: mantener a unos enanos mocosos a salvo de cualquier daño.

— ¿Disculpe? —abrí la boca, avanzando hacia él. Percy me tomó de la muñeca, deteniéndome.

— Por lo que solo tengo otra opción. Pero es mortalmente insensata. —se puso en pie, y las cartas de los jugadores invisibles cayeron sobre la mesa—. Me voy al Olimpo para una reunión de urgencia. Si el chico sigue aquí cuando vuelva, lo convertiré en delfín. ¿Entendido? Y Perseus Jackson, si tienes algo de cerebro, verás que es una opción más sensata.

— Oiga… —comencé, pero Quirón me silenció con una mirada severa. Apreté los labios.

Dioniso tomó una carta y con un gesto la convirtió en un rectángulo de plástico. ¿Una tarjeta de crédito? No. Un pase de seguridad.

Chasqueó los dedos. El aire pareció envolverlo. Se convirtió en un holograma, después una brisa, después había desaparecido y dejó sólo un leve aroma a uvas recién pisadas.

— Menudo imbécil —farfullé, entre dientes.

Quirón suspiró mirándome—. Alina, te agradecería que me dejaras hablar con los chicos a solas.

Me giré, observándolo perpleja.

— ¿Qué?

— Estoy segura de que Percy te lo explicará todo más tarde —insistió—. Pero ahora necesitamos privacidad.

— No —discrepé, sintiendo la ira arremolinarse en mi interior—. Nos han reclamado a los dos, ¿no?. ¿Qué pasa con Percy? ¿Qué está sucediendo?

Quirón me miró con una mezcla de paciencia y firmeza—. Alina, por favor, confía en que esto es lo mejor.

Percy vaciló pero finalmente suspiró y asintió.

— Puedes irte tranquila —habló en mi dirección—, te lo contaré más tarde —miró a Quirón el cual simplemente lo observó con confianza.

Gruñí pero no repliqué. De todas formas me iba a acabar enterando.

Sin siquiera despedirme, salí de la casa, sintiendo la frustración y el desasosiego pesando sobre mis hombros. Mientras caminaba por el campamento, mis pensamientos seguían girando en torno a lo que había sucedido anoche.

¿Había sido todo una alucinación mía? ¿O de verdad estaban jugando conmigo? ¿Y qué motivo tendrían?

Al levantar la vista, vi a Luke hablando con uno de los hermanos Stoll. Sintiendo mi mirada, sus ojos se encontraron con los míos. Sentí un vuelco en el estómago. La emoción me inundó, y vi cómo empujaba a su hermano para acercarse a mí recibiendo una queja por parte de éste en el suelo.

— Hey —me saludó sonriente, hasta que se acercó lo suficiente y notó lo expresión en mi rostro—. ¿Qué sucede? ¿Mala noche?

Terrible.

Pensé en decirle sobre lo que había experimentado horas atrás. Luke era la persona más cercana a mí, después de Percy, en el campamento.

Y volví a recordar aquellas palabras…

«No confíes en nadie»

Sacudí la cabeza y le sonreí agradablemente. Era fácil estar contenta cuando Luke andaba cerca. Parecía un auténtico portador de armonía.

— Solo… me tomó por sorpresa lo de ayer —respondí, como si quisiera restarle importancia.

— ¡Ah! —pareció darse cuenta—. Si, menuda sorpresa, ¿eh? —Luke sonrió genuinamente—. Eros y Poseidón… ¿quién lo iba a decir?

Entendí a lo que se refería. Dos dioses casados que no tenían hijos mestizos hasta nuestra llegada. Sentía que Percy no era el único al que miraban como un bicho raro.

— No me siento cómoda con la idea de Eros siendo mi padre —confesé.

Luke frunció el ceño y me miró con curiosidad.

— ¿Por qué no?

No podía decirle la verdad, que había vivido toda mi vida creyendo que Eros era un mortal, mi padre amoroso y humano. En cambio, mentí con lo primero que se me vino a la cabeza—. Porque es un dios menor.

— Un dios menor que hacía temblar al mismísimo Zeus —terció Luke, seriamente—, a veces incluso lo confundían con un ser primordial. Alina, no pienses ni por un segundo compararte de esa manera con los demás.

Lo observé sorprendida por sus palabras pero parpadeé rápidamente y recobré la compostura.

— Por supuesto que no comparo de esa manera con los demás —fruncí el ceño—, sé que soy más increíble y bonita que el resto.

Luke soltó una carcajada, sus ojos me miraban llenos de comprensión y calidez.

— Veo que la cabaña de Afrodita ya te han contagiado sus genes —sonrió ampliamente—. Extraño que duermas en mi cabaña y robar toallas para ti, pero supongo que esa pocilga tercermundista no es nada comparado con una casa de muñecas a tamaño real.

Lo miré ceñuda—. La cabaña once no es una pocilga tercermundista.

— Lo dijiste tú misma en sueños.

— Oh —me sonrojé, recordando la de veces que Valen… Eros me decía que hablaba dormida—. Es una pocilga tercermundista peeero… tiene su encanto.

Luke negó divertido. Me ofreció ir a entrenar a la playa y yo acepté contenta de pasar más tiempo con él, sin embargo, la sensación de que algo realmente malo estaba pasando conmigo y con Percy aún perduraba en mi cabeza.

Le eché un último vistazo a la Casa Grande antes de que el brazo de Luke me rodeara por los hombros y el trueno que retumbó sobre nosotros solo me hizo confirmar las sospechas de mi mente.

Habíamos enfadado a los dioses.

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