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005| Valentín De Coeur







005| Valentín De Coeur






Los siguientes días fueron a mejor.

Las clases de griego antiguo solían ser más fáciles para mí que las matemáticas, descubrí que me gustaba descifrar simbologías y textos en pergaminos. Las carreras con las ninfas eran bastante divertidas, las chicas del bosque parecían ser de lo más agradable y a pesar de que me daban una auténtica paliza a la hora de correr, después recompensaban mi esfuerzo trenzádome el cabello y adornándolo con pequeñas florecillas.

En lo que sí destacaba sin duda, era en el tiro con arco.

Yo le había explicado a Quirón que mi padre solía darme clases de vez en cuando y aquello pareció haberlo extrañado bastante. Él, junto a Luke, seguía pensando que mi supuestamente “difunta” madre era una diosa, pero no lo creí de esa manera.

Pasé mi tiempo libre especialmente con el capitán de la cabaña once. Luke era el tipo de persona con el que jamás te podrías aburrir y siempre encontraba algo entretenido que hacer: había intentado darme clases de espada en privado pero fue un fracaso. Yo era terriblemente mala empuñando el arma.

Por otra parte, me dediqué a cuidar de Percy después de enterarme del incidente con los hijos de Ares en los baños.

Quise vengarme de ellos pactando con las ninfas para llenar de tierra, polvo y arena cada metro cuadrado de la cabaña, pintar de rosa el exterior, y reemplazar la fea cabeza de jabalí que tenían por un hermoso querubín. Quirón me pilló con las manos en la masa… o en la arena más bien.

Tenía al centauro vigilándome con atención, intentando descubrir quién era mi progenitor divino pero yo le explicaba -cada vez con menos paciencia- que mis padres eran personas humanas, normales y corrientes. Stelle Jackson estaba bajo tierra desde hace dieciséis años y Valentín seguramente ya habría llegado a los Estados Unidos al ver que Sally no respondía a ninguna de sus llamadas para comprobar cómo estaba.

Ahora me encontraba en la Casa Grande, exigiéndole a Quirón que me dejara llamar a mi padre para solucionar las cosas de manera más rápida. Valentín se habría dado cuenta de si su novia había sido una diosa o no.

Quirón suspiró mirándome con cansancio:

— Alina, el único informe de que hay una búsqueda por ti viene de parte de Gabe Ugliano, el padrastro de Percy —se cruzó de brazos, repitiéndomelo por cuarta vez—. Os buscan a los tres. Ningún hombre llamado Valentín De Coeur ha acudido a las autoridades mortales.

Traté de serenarme escuchando sus palabras, la irritación empezaba a palpitar en mis venas, y últimamente, un estofado de carne de caballo se veía más apetecible que nunca.

— Mientes. Quieres que nos quedemos aquí porque Percy es importante —acusé sin titubear—. Creo en los dioses y en sus mitos pero sabes que mi padre seguramente no lo haga y si viene a por mí, Percy y yo nos iremos con él.

Quirón negó con la cabeza—. Alina, no lo entiendes…

— Escucha, podemos venir todos las vacaciones si quieres pero primero tenemos que irnos con Valentín para unos trámites legales —insistí, pensando en arrebatarle la custodia de Percy a Gabe lo antes posible—. Solo una llamada…

Me observó durante unos segundos, parecía estar debatiéndose consigo mismo, contemplando minuciosamente mis ojos amargos con los suyos melancólicos y llenos de sabiduría. Finalmente, suspiró.

— Adelante.

Señaló el teléfono en la mesilla del Señor D y yo contuve una sonrisa victoriosa, al final, todos acababan desistiendo ante mí de una forma u otra.

Me apresuré a marcar el número de mi padre y pensé que si aún se encontraba en Francia -cosa que dudaba- la llamada le cobraría un pastón al Campamento Mestizo. No me importó. Quizás así el Señor D vendiese sus feas camisetas hawaianas para pagar el coste.

Me llevé el teléfono al oído y esperé impaciente los pitidos: el primer pip… el segundo pip… el tercer pip… y…

«El número que ha marcado no existe»

¿Qué?

Fruncí el ceño volviendo a enumerar los dígitos, Sally me había obligado a memorizar el número de mi padre de memoria por si algo nos ocurría -algo como esto- y ella no podía contactarle. La llamada se repitió y el mismo mensaje sonó dejándome desconcertada: «El número que ha marcado no existe» «Hermes Fast Connection Company le informa que la serie de dígitos no corresponde a ningún cliente»

Colgué el teléfono y giré lentamente sobre mi eje, mirando al centauro perpleja.

— Esto… no puede ser. Papá siempre contesta al instante y este es el número que siempre ha… —dejé de hablar, sin encontrar la fuerza suficiente para hacerlo.

Quirón solo me lanzó la la auténtica mirada de “te lo dije” y sentí mi corazón caer al suelo.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no me buscaba? Valentín siempre había sido más paranoico que Sally cuando se trataba de mí. Recordé una vez que me encontró conversando con un hombre en el parque mientras él iba a comprarme flores. Casi le dio un infarto en ese momento y me apartó bruscamente del apuesto desconocido como si estuviera junto a un asesino.

— Será mejor que vuelvas con Percy afuera —me sugirió Quirón, su voz era mucho más amable y comprensiva que antes—. No te estreses, Alina. Las respuestas llegarán a su debido tiempo.

Me enfadé.

— ¿A su debido tiempo? ¿Eso mismo les dijiste a los chicos de la cabaña once que llevan años esperando esas respuestas? ¿Una mísera señal de que sus padres aún se acuerdan de ellos?

A pesar de lo agitada que estaba, mis propias palabras me aterraron. ¿Iba a acabar como ellos? ¿Papá me había abandonado realmente? ¿Mi vida se iba a limitar solo a eso? ¿A “esperar respuestas” que quizás nunca llegarían?

— Alina…

No quise escuchar nada más de su boca y salí de la Casa Grande a zancadas, dando un fuerte portazo que, por lo que escuché en el interior, había tirado algunas botellas de vino decorativas de la estantería. Algunos campistas volteaban a verme pero no me importó. Yo no tenía nada en contra de los dioses, pero no me iba a quedar sentada esperando durante años a que alguno se dignara a darme una señal.

Me di cuenta de que la tarde ya había caído y la noche pronto comenzaría a apoderarse del cielo. Percy me había hablado esta mañana sobre un Captura La Bandera tradicional en el campamento, pero yo no estaba tan segura de querer participar. Las actividades físicas no eran lo mío, preferiría seguir dando clases de griego o alimentar mi cabeza de más mitología.

La idea de que pudiera ser una hija de Atenea cruzó mi mente por un segundo. Annabeth lo había insinuado alguna que otra vez en las clases que nos impartía, pero yo no me sentía muy cómoda al respecto en ese entonces.

Echándole un vistazo al grupo de niños rubios de su cabaña, noté que aparte del color de cabello también compartíamos una curiosidad insaciable por adquirir información. Sin embargo, nuestros ojos discernian sobre cualquier posible parentesco. ¿Por qué los míos eran rojos y todos ellos los tenían grises?

Una voz conocida resonó a mis espaldas, haciéndome sobresaltar:

— Que no te atormente.

Llevándome la mano al corazón, me giré para ver a Luke apoyado en el tronco de un árbol, jugando con la navaja que siempre llevaba entre sus manos mientras me miraba con una diminuta sonrisa. Su imagen con el hermoso atardecer a sus espaldas solo lo hacían más atractivo de lo que ya era.

Sentí como los rasgos de mi rostro se ablandaban por sí solos y me permití respirar profundamente para calmarme. Luke era como el incienso que encendías para una buena vibra en el interior de tu hogar, su presencia se me hacía reconfortante y estar cerca suya en nuestro tiempo libre se había vuelto un hábito. Percy también se sentía a gusto con él.

— Annabeth dijo que había una posibilidad de que fuera su hermana —comenté, acercándome—. ¿Tú qué crees?

— Que no eres tan irritante como los de su cabaña —resopló—. No me malinterpretes, Annabeth es maravillosa pero sus hermanos…

Asentí sonriendo, entendiendo lo que quería decirme.

— Son con los que más rasgos comparto de momento —hablé, retorciendo el dobladillo de mi camiseta con los dedos—, aunque tiene pinta de que hasta el más pequeño de ellos me daría una paliza en el ajedrez.

Luke rió.

— Por mi parte, te veo más como una hija de Afrodita —mordió su labio, no muy seguro de lo que estaba por soltar—. Eres… quiero decir… bueno, Silena me dijo que también le parecías muy hermosa.

— Ah —me sonrojé. Ni siquiera sabía quién era Silena, pero la palabra “también” hizo que considerara que Luke también lo pensaba—. Gracias, supongo.

Luke me sonrió y traté de evitar que notara mi rubor desviando la mirada hacia el sol que se escondía tras las montañas, sus últimos rayos de luz nos iluminaban a nosotros, como si estuviera divirtiéndose de mi vergüenza.

— Hoy es el Captura La Bandera —anunció, jugando distraídamente con la navaja—, asumo que te unirás, ¿verdad?

— Nunca he sido de desvivirme en el barro por una bandera.

— Percy participará.

Fruncí el ceño. No lo había visto desde esta mañana y aunque también me había hablado de la actividad, no parecía tener intención de arriesgarse a perder un brazo por ello. Suspiré.

— Supongo que entonces sí jugaré —murmuré a regañadientes y después lo miré—. Pero si me rompo una uña, será culpa tuya.

— ¿Culpa mía?

— Seguramente lo hayas convencido tú de participar —adiviné, arqueando una ceja—. Así que asegúrate de que mi manicura siga intacta después del juego.

— Tendrás mi protección —aseguró mientras comenzábamos a caminar—. Los hijos de Ares son un poco brutos, ten cuidado con la lanza de Clarisse, es horrible y eléctrica.

— ¿Clarisse o la lanza? —me burlé.

Luke negó, soltando una carcajada. Sabía quién era esa perra maloliente que había intentado meter la cabeza de mi sobrino en un retrete, aún tenía planeado vengarme de ella, solo esperaba el momento y la situación perfecta.

Pasamos unos minutos en un cómodo silencio, contemplando a las ninfas más pequeñas jugar pillarse entre sí con los sátiros bebés y a las hermosas estrellas aparece poco a poco en el cielo cada vez más oscurecido. Era increíble como la contaminación lumínica de Nueva York nos había privado de tales vistas maravillosas. Las constelaciones sobre el Campamento Mestizo realmente eran una digna obra de arte.

— Todo es tan irreal —murmuré sin pensarlo, Luke giró la cabeza para verme con curiosidad—, el campamento… los dioses… sus mitos… —levanté la cabeza hacia él—. ¿Cómo sé que no estoy soñando? He llamado a mi padre para que venga a buscarme y por primera vez, no lo hace. No puede ser verdad.

Luke miró el horizonte.

— Ojalá fuera un sueño —susurró desconcertándome, después me volvió a mirar de reojo—, acabarás deseando que lo fuera.

— Quiero despertar —admití—. Quiero estar con mi padre, saber que mi hermana está bien y… —apreté los labios—, después quisiera volver a dormir.

Pasaron unos segundos en el que ninguno dijo nada, yo me sentía cada vez más maravillada por el panorama que la esencia del campamento se encargaba de crear para mí, hasta que él habló—. Eres como un sueño.

Sus palabras me sorprendieron y esta vez volteé mi rostro para verlo, no se veía burlón ni tampoco avergonzado. Su expresión era seria antes de quitar la mirada de la hoguera y dirigirla hacía mí, su cicatriz quedaba opacada por el extraño brillo de sus fríos ojos que, por alguna razón, parecían más cálidos que nunca.

— ¿Qué? —pregunté, con el corazón en mi garganta.

Luke entrecerró ligeramente sus ojos, como si estuviera disfrutando de la calma que había entre nosotros. Se veía relajado, sin hacer ningún tipo de esfuerzo por complacer o guiar a alguien.

— Eres como el sueño del que no sabrás su final porque te despertaste.... Eres el sueño del que deseas volver a dormir para vivirlo otra vez, para seguir en él —me miró—. Y si te vas, supongo que no tendré más remedio que quedarme despierto e imaginar un final para ese sueño.

Jamás creí que existiera una persona en el mundo que me hiciera ruborizar tanto como Luke Castellán lo estaba haciendo. Nunca me había tomado a los chicos con los que coqueteaba muy en serio. Pero esto era… diferente.

¿Cupido me habría lanzado una de sus flechas? ¿Él también existía? ¿Por qué sentía que mi corazón estaba atravesado por una?

— Yo… —mi boca se sintió seca—... no me iré —aseguré deslicé mi pulgar por encima del otro, bajando la mirada—. Si esta resulta ser también mi vida, no la voy a dejar ir. Seguiré aquí.

Si yo había podido cruzar esa barrera, como Quirón bien decía, significaba que este era también mi lugar. Tampoco abandonaría a Percy de ser diferente.

Los vellos de mi piel se erizaron cuando Luke tomó suavemente mis dedos entre los suyos. Sus manos, más grandes y fuertes que las mías, estaban llenas de decisión y delicadeza, una que no tenía en sus combates de espada, una que no tenía con nadie más en el campamento. Salvo conmigo.

— Este es tu lugar, Alina —me aseguró con suavidad—, y no te dejaré enfrentarte a esto sola. No permitiré que te pase como al resto de los no reclamados, encontrarás tu lugar frente a los dioses y les harás saber que no eres cualquiera.

— Pero… soy cualquiera.

Luke negó con la cabeza.

— No, no lo eres —apretó mis manos entre las suyas, con cuidado—. Desde el primer momento en el que te vi entrar a la cabaña, supe que eras especial. El brillo en tus ojos cuando se rieron de Percy… parecían cataratas de sangre… sangre de cualquiera que se atreviera a haceros daño. Tienes potencial, Alina.

Especial…

Potencial…

Sus palabras lograron remover algo en el interior de mi estómago. Era ¿satisfacción? ¿vergüenza? ¿vacilación?, no lo sabía pero tampoco me detuve a averiguarlo, se me hacía imposible apartar la mirada de sus ojos por mucho que quisiera y por un momento, la idea de inclinarme más hacia él cruzó por mi mente, antes de que el sonido de la caracola me hiciera volver a la realidad.

— Vamos, es hora de cenar.


Esa noche, después de la cena hubo más ajetreo que de costumbre.

Por fin había llegado el momento de capturar la bandera. Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos nos pusimos en pie.

Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth y dos de sus hermanos entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Por el lado contrario del pabellón, los hijos de Ares entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí.

Arrugué la nariz observándolos, sostenía la mano de Percy mientras él contemplaba ambos estandartes con curiosidad. Luke estaba parado enfrente nuestra—. ¿Es un pecado para los de la cabaña cinco peinarse?

Luke se rió.

— De vez en cuando lo hacen —se encogió de hombros—. Aunque en lo personal, creo que es Silena usando su embruja-habla.

¿Embruja-habla? ¿Qué diablos era eso ahora?

Percy dio un paso adelante—. ¿Esas son las banderas?

— Sí.

— ¿Ares y Atenea dirigen siempre los equipos?

— No siempre —repuso Luke—, pero sí a menudo.

— Así que si otra cabaña captura una, ¿qué hacéis? ¿Repintáis la bandera?

Él nos sonrió—. Ya lo veréis. Primero tenemos que conseguir una.

— ¿De qué lado estamos? —pregunté, con curiosidad.

Me lanzó una mirada ladina, como si supiera algo que yo ignoraba. La cicatriz en su rostro le hacía parecer casi malo a la luz de las antorchas, y eso me encantaba.

— Nos hemos aliado temporalmente con Atenea. Esta noche vamos por la bandera de Ares. Y vosotros vais a ayudarnos.

Percy y yo nos miramos—. ¿Nosotros?

Quirón coceó el mármol del suelo antes de que Luke nos pudiera responder.

— ¡Héroes! —anunció—. Conocéis las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!

Abrió los brazos y de repente las mesas se cubrieron de equipamiento: cascos, espadas de bronce, lanzas, escudos de piel de buey con protecciones de metal.

— Wow —Percy parecía alucinado—. ¿De verdad vamos a usar todo eso?

Luke lo miró como si fuese tonto.

— A menos que quieras que tus amiguitos de la cinco te ensarten…

— ¿Qué? —pregunté, alarmada. Apreté más fuerte la mano de Percy.

— Tengan —Luke ignoró mi preocupación—. Quirón pensó que esto les iría bien a ambos. Percy, estás en patrulla de frontera.

— ¿Y qué hay de mí? —cuestioné mientras me entregaba un escudo un poco grande a mi parecer.

Luke me ayudó a colocármelo—. Tú vendrás conmigo.

Fruncí el ceño.

— No, no voy a dejarle solo.

Percy se quejó.

— ¡Eh! No soy un niño —respondió. Pero sus nervios abrumaron mis sentidos, supe que en realidad si quería que me quedara con él.

— Esos energúmenos son capaces de hacerle cualquier cosa, no lo permitiré —hablé en dirección a Luke.

— Alina… —una mirada mía lo detuvo y suspiró—, cómo quieras. Solo… ten cuidado.

Asentí antes de que Percy me llamara para que lo ayudara a ajustarse la armadura y fue cuando me di cuenta de que nosotros llevábamos cascos azules, al igual que los de Atenea, Apolo y Hermes. El resto de cabañas los llevaban rojos y aunque nos superaban en número, parecía que solo los de Ares nos iban a dar pelea.

— ¡Equipo azul, adelante! —gritó Annabeth.

Todos vitorearon, agitando sus armas y la seguimos por el camino hacia la parte sur del bosque. El equipo rojo nos provocaba a gritos mientras se encaminaba hacia el norte.

Percy se soltó de mí y corrió hacia Annabeth, quise perseguirlo pero la mano de Luke enroscándose en mi muñeca me detuvo. Cuando lo miré parecía serio, ya no había esa calidez que nos había embargado horas antes. Ahora se veía como un auténtico capitán de guerra.

— Ten cuidado, si ves que el peligro se acerca, corre —me advirtió—. No importa lo demás, corre hasta que veas más cascos azules y si puedes, grita mi nombre. Intentaré llegar a ti lo más rápido posible.

Me deshice de su agarre, burlona.

— ¿Peligro? Por favor —sonreí antes de poner los ojos en blanco—. El único peligro es que me peguen sus piojos. Además no pienso dejar a Percy, él no es tan bueno corriendo.

— Te pueden lastimar —su tono de voz se volvió más serio.

— Les echaré desodorante para que no se acerquen.

Luke respiró profundamente, decidiendo dejarme ir antes de que su paciencia se agotara. Sonreí ampliamente y me atreví a ponerme de puntillas para darle un corto beso en la mejillas antes de salir corriendo hacia mi sobrino. Unos chillidos por parte de las hijas de Afrodita me hicieron soltar una carcajada mientras seguía trotando.


Era una noche cálida y pegajosa. Los bosques estaban oscuros, las luciérnagas parpadeaban. Annabeth nos había ubicado junto a un pequeño arroyo que
borboteaba por encima de unas rocas, mientras ella y el resto del equipo se dispersaron entre los árboles.

Estaba intentando quitarle un punto negro a Percy de la frente -no me quería dejar- cuando escuchamos vítores y gritos en los bosques, entrechocar de espadas, chicos peleando. Un aliado emplumado de azul pasó corriendo a nuestro lado como un ciervo, cruzó el arroyo y se internó en territorio enemigo.

— Genial —bufó Percy—. Nos perdemos la diversión, como siempre.

— Estamos parados, tranquilos y bonitos —apreté suavemente su piel con mis dedos—, no sé de qué te quejas.

— ¡Auch! ¡Aly! —se quejó cuando logré sacarle el punto negro.

Sonreí satisfecha. Entonces, en algún lugar cerca de donde nos encontrábamos, oí un ruido -una especie de gruñido desgarrador- que me provocó un súbito escalofrío. 

Me separé abruptamente de Percy y nos miramos—. ¿Tú también lo has escuchado?

Asintió y yo saqué una flecha de mi carcaj, colocándola en el arco mientras él levantaba su escudo en posición de defensa. Los gruñidos se detuvieron. Percibí que la presencia se retiraba.

Al otro lado del arroyo, de pronto la maleza explotó. Aparecieron cinco guerreros de Ares gritando y aullando desde la oscuridad.

— ¡Al agua con el pringado! —gritó la que supuse que era Clarisse.

Miré a Percy por el rabillo del ojo y de nuevo a ese grupo de simios. Ellos desprendían diversión pero también ira y rencor. Gruñí apretando más firmemente el arco y levantándolo en su dirección.

Cargaron a través del riachuelo. Y por un segundo consideré la idea de hacerle caso a Luke, tomar a Percy y huir como fuera posible, pero después recordé sus mismas palabras.

«Tienes potencial, Alina»

Me mantuve firme, avanzando unos centímetros más delante de Percy para que se fijaran en mí en su lugar. Los ojos de Clarisse se dirigieron a mi figura, oscuros y llenos de odio.

— Creo que hoy tenemos doble recompensa —relamió sus labios, hambrienta de pelea.

—Te recomiendo que te alejes —advertí, mi voz impasible aunque sentía el corazón latiendo con fuerza en mis oídos—. No quiero herir a nadie.

Quizás un poco sí. Necesitaba desahogarme.

Clarisse soltó una carcajada despectiva. Sus hermanos, igualmente armados y sedientos de pelea, la rodeaban como un séquito de chacales.

— Uy, uy, uy —se burló—. Qué miedo me da esta chica. Muchísimo.

Percy y yo intercambiamos una mirada. Sabía que confiaba en mí, y eso me daba valor. Vi cómo él se preparaba para la embestida, su escudo en alto y su espada lista.

Clarisse se lanzó hacia él, su lanza eléctrica chisporroteando con una energía peligrosa. El primer golpe fue rápido y preciso, y Percy apenas tuvo tiempo de levantar su escudo. Aún así, la descarga lo alcanzó, haciéndolo retroceder con un jadeo.

— ¡Oye! —grité, mi voz quebrándose un poco.

— La bandera está en aquella dirección —indicó Percy antes de que Clarisse y yo nos enfrentáramos.

Estaba asustado, podía percibirlo, pero trataba de ocultarlo muy bien.

— Ya —contestó uno de sus hermanos—. Pero verás, no
nos importa la bandera. Lo que nos importa es un tipo que ha ridiculizado a nuestra cabaña.

— Vuestra cabaña ya se ridiculiza sola —escupí. Y no fue lo más inteligente.

Uno de los hermanos de Clarisse consiguió abalanzarse sobre Percy darle un buen tajo bajo el brazo. Yo grité mientras los otros se reían al ver la sangre extenderse por su piel. Aquello me hizo sentir mareada.

— ¡No está permitido hacer sangre!

— Anda ya —respondió el tipo—. Supongo que me quedaré sin postre.

La furia me invadió, y sin pensarlo, disparé una flecha que se clavó en su entrepierna, demasiado cerca de su zona. Él cayó al suelo con un grito, pero los demás continuaron avanzando, decididos a no dejarse intimidar. Con un movimiento rápido, lancé otra flecha, esta vez apuntando a las piernas de otro de los simios. Se tambaleó y cayó al agua, gimiendo de dolor. Mi determinación se fortaleció.

Clarisse, al ver a sus hermanos caer, giró la vista hacia mí, sus ojos llenos de rabia pura.

— ¡Vas a pagar por esto! —rugió, y dejó a Percy para cargar directamente hacia mí.

Supe que tenía que actuar rápido cuando los otros restantes lograron tirar a Percy al agua. Saqué el carcaj de mi espalda tirándolo al suelo. Cuando Clarisse se abalanzó, rodé a un lado, esquivando por poco el golpe eléctrico. Con el arco en mano, me lancé hacia ella, apuntando a su rostro. No vacilé y lancé un golpe directo hacia su nariz con él haciéndola bramar de dolor.

Aproveché su momento de debilidad y la empujé con todas mis fuerzas, haciéndola retroceder tambaleándose. Ella estiró el brazo para atacarme con su lanza, pero antes de que me rozara, Percy se posicionó entre nosotras atrapando el asta entre el borde
de su escudo y la espada y la rompió como una ramita. Me di cuenta de que ya había acabado con los dos hermanos restantes en el arroyo.

— ¡Jo! —exclamó—. ¡Idiotas! ¡Gusanos apestosos!

— Te pasa por meterte con el sobrino mimado de su tía, zorra —espeté, antes de volver a golpear su nariz con mi arco. Clarisse cayó hacia atrás con otro alarido de dolor.

Entonces oí chillidos y gritos de alegría, y vimos a Luke correr hacia la frontera enarbolando el estandarte del equipo rojo. Un par de chavales de Hermes le cubrían la retirada y unos cuantos apolos se enfrentaban a las huestes de Hefesto.

— ¡Una trampa! —exclamó Clarisse, aullando—. ¡Era una trampa!

Nuestro equipo estalló en vítores cuando Luke cruzó el territorio. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña 11. Los del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros. Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola.

El juego había terminado. Habíamos ganado.

Sin esperar un segundo más, lancé el arco a un lado y me acerqué a Percy abrazándolo con todas mis fuerzas. Apenas podía creer que de verdad habíamos conseguido herir a esos imbéciles y que lo habíamos hecho con armas.

Revisé la herida en su brazo y algunos golpes que tenía con la preocupación palpitando en mi pecho. Luke no me había especificado la gravedad de la violencia de este dichoso juego.

Logré visualizar a la chica de la enfermería, llevaba un botiquín en sus manos y había dejado su armadura para que comenzar a revisar a los hijos de Ares junto con los que parecían ser sus hermanos.

— Quédate aquí —le avisé a Percy separándome de él. Ignoré completamente el hecho de que Annabeth había aparecido a nuestro lado de la nada.

Corrí hacia la chica y antes de que pudiera llegar a Clarisse para atenderla, me interpuse en su camino causando que me mirara con sorpresa.

— Esto…

— Necesito ese botiquín —interrumpí—. Mi sobrino está sangrando.

Ella parpadeó. Llevaba un arco y su carcaj colgando en la espalda y se veía hermosa, para que mentir. Sus ojos se enfocaron brevemente en la nariz rota de Clarisse y después en Percy que por alguna extraña razón entraba y salía del arroyo con una Annabeth muerta de inquietud en la orilla.

— Puedo atenderlos a la vez, dile que venga —respondió.

Me giré para gritarle a Percy que dejara de hacer el tonto y que se acercara pero antes de que pudiera abrir la boca, volví a oír el gruñido canino de antes, pero esta vez mucho más cerca. Un gruñido que pareció abrir en dos el bosque.

Los vítores de los campistas cesaron al instante.

Quirón gritó algo en griego clásico, y solo más tarde advertí que lo había entendido a la perfección: — ¡Apartaos! ¡Mi arco!

En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.

Miraba fijamente a Percy.

Nadie se movió, y Annabeth gritó: — ¡Percy, corre!

Con el corazón a mil, actué por impulso y tomé el arco y una flecha en el carcaj de la chica a mi lado y apunté en dirección al perro que se abalanzó sobre Percy. Solté la flecha sin siquiera medir y mi puntería y pareció ser un maldito milagro cuando atravesó el cuello del perro junto con otro par de flechas más que había lanzado Quirón. 

Sintiendo las lágrimas acumularse en los bordes de mis ojos, corrí hacia Percy ignorando los llamados de Luke. Me arrodillé junto a él volviendo a comprobar sus heridas, el perro le había hecho unas cuantas pero cuando revisé las anteriores, descubrí con un jadeo que habían desaparecido.

— ¿Qué…?

— Di immortales! —exclamó Annabeth, interrumpiéndome—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No están… se supone que no…

— Alguien lo ha invocado —dijo Quirón con rostro sombrío—. Alguien del campamento.

Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se había esfumado.

— ¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!

La ira ardió en mi pecho como un fuego voraz. Me levanté de un salto, dirigiéndome a ella con pasos decididos.

— ¡Eh, Clarisse! —grité, mi voz resonando por encima de los murmullos y jadeos de los demás—. ¡Come mierda!

Antes de que pudiera reaccionar, cerré la distancia entre nosotras y, con toda la fuerza que pude reunir, estrellé mi cabeza contra la suya. El impacto resonó y Clarisse cayó al suelo, aturdida, mientras los jadeos de los campistas se mezclaban con el eco de mi golpe.

Ella se quedó allí, aturdida, con la mano en la frente y su nariz aún sangrante. El silencio era pesado, roto solo por los jadeos de sorpresa y la respiración entrecortada de todos. La furia aún bullía en mis venas, pero sentí una hermosa calma al ver a Clarisse en el suelo.

Miré al resto, Percy se veía sorprendido mientras era empujado por Annabeth al arroyo. Luke, aunque claramente estaba afectado por la situación, no pudo evitar una sonrisa torcida viéndome.

— Hija de…

— ¡Quirón mira esto! —exclamó Annabeth interrumpiendo a Clarisse.

En el arroyo, la heridas del pecho de Percy empezaron a cerrarse. Y de la nada, algo surgió sobre su cabeza; como un holograma de luz verde, girando y brillando. Una lanza de tres puntas: un tridente.

Confundida, me giré para ver a los demás pero ellos seguían igual de boquiabiertos.

— Bueno, yo… la verdad es que no sé cómo… —balbuceó Percy tropezándose con sus palabras—. Perdón…

— Percy —señalé para que mirara hacia arriba.

Él hizo caso y el tridente comenzó a desvanecerse, sin embargo, unos segundos de su aparición había sido suficiente para dejarlos a todos congelados.

— Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.

Mi corazón dio un vuelco.

— Ya está determinado —anunció Quirón.

Todos empezaron a arrodillarse, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos.

— ¿Mi padre? —preguntó él perplejo.

— Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.

¿Poseidón? ¿El padre de Percy? ¿El amante de Sally había sido el dios de los mares?

Las palabras quedaron atascadas en mi boca y antes de que me diera cuenta, la voz de Clarisse resonó a mis espaldas:

—Tienes que estar bromeando —dijo Clarisse, su voz cargada de incredulidad.

Pensé que lo decía por Percy, pero cuando me di la vuelta, descubrí que Clarisse en realidad estaba mirando sobre mi cabeza. Todo el mundo hizo lo mismo.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras veía cómo los ojos de Luke se abrían de golpe, fijos en algo por encima de mí. Quirón parecía incluso más sorprendido que antes.

— Alina, mira hacia arriba —señaló Percy, tal y como yo había hecho con él.

No lo quise hacer.

Mi cuerpo se tensó y una sacudida en mi interior me hizo estremecer. Lentamente, desvié la mirada hacia el cielo y vi el holograma de un símbolo con la forma de un corazón atravesado por una flecha. La luz roja y dorada se reflejaba en los ojos de todos los presentes, y supe en ese instante lo que significaba.

— ¡Dos determinaciones en un día! ¡Que los dioses nos bendigan! —anunció Quirón, aunque su voz sonaba totalmente sombría.

El campamento entero parecía contener el aliento. Yo no pude despegar mi mirada del holograma flotante sobre mí.

Un corazón atravesado por una flecha.

Entonces escuché las últimas palabras que me hubiera querido escuchar en el mundo:

— Dios del amor y deseo —habló Quirón, en voz alta—. Tentador de pecados y creador de la pasión. Salve Alina Jackson, hija de Eros.

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