003| Campamento Mestizo
003| Campamento Mestizo
Cuando sentí los ardientes rayos del sol en mi rostro, molestándome, supe que había vuelto a recobrar la conciencia. Había tenido un sueño rarísimo que no deseaba repetir: un Minotauro nos perseguía, el amigo de Percy había insinuado que olía a almeja, y mi hermana desaparecía antes de que me desmayara.
Un gruñido se escapó de mi garganta cuando los rayos de sol se hicieron más presente abrasando mi piel. Si pudiera, subiría al cielo con un tenedor y lo apuñalaría una y otra vez.
— Grrr a ti también, hermosa.
Cuando mis oídos captaron aquella voz tan cerca mía, abrí los ojos encontrándome con la imagen de una chica rubia, guapa, y de mirada azulada, a un costado de mi cuerpo. Parecía una surfista de las películas de los 80.
Algo en mí debió haberla asustado porque de inmediato se echó hacia atrás con una expresión inquietante en su rostro—. Padre nuestro que estás en el cielo…
Fruncí el ceño, intentando acostumbrarme a la luz. La chica no dejaba de mirarme fijamente mientras rezaba y fue entonces cuando caí en cuenta de que me encontraba tendida en una camilla de hospital, dentro de una especie de enfermería extraña y rural.
Ella seguía murmurando oraciones cristianas hasta que su cuchicheo empezó a causarme una mayor molestia de la que tenía en mi cabeza. Con un movimiento lento y pausado me acomodé en la camilla, bajo su atenta mirada, hasta quedar sentada.
— … no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
— Amén —terminé con voz rasposa y ojos achinados—. Discúlpame por nombrar a la competencia, pero ¿por qué demonios estoy en un convento?
La rubia parpadeó, como si saliera de un trance, y ahogó un grito.
— ¡Dioses, no! Esto… Esto no es un convento —sus mejillas se sonrojaron—. Lo lamento, pero tus ojos me tomaron desprevenida.
Fruncí el ceño y miré a mi alrededor. Ciertamente no había ninguna cruz colgando en las paredes, tampoco la foto de Jesús o algún santo. Recapitulé el día de ayer en mi memoria y mi corazón dio un vuelco recordando los sucesos de anoche: todo había sido un sueño, ¿verdad?
— Percy… —susurré, antes de volver a verla—. ¿Percy? ¿Sally? ¿Dónde están? ¿Dónde está mi familia?
No había ninguna manera de que el Minotauro fuera real, de que mi hermana desapareciera de la nada, y de que ese chico tuviera patas de cabra en lugar de piernas humanas. Teníamos que habernos estrellado en alguna parte y mi imaginación simplemente voló durante un estado de inconsciencia.
La rubia arrugó levemente la nariz.
— ¿Percy es un chico que babea demasiado y habla en sueños? —su pregunta me desconcertó durante unos segundos pero asentí de acuerdo a la descripción—. Está al otro lado de la enfermería. Lee y yo pudimos mantenerlo estable, tenía más heridas que tú pero fue el agotamiento lo que les llevó a ambos a desmayarse —ladeó la cabeza—. Aunque el suyo fue un agotamiento físico, tú en cambio…
— ¿Qué hay de Sally? —la interrumpí, con urgencia—, ¿mi hermana está bien?
Su mirada desconcertada fue como una flecha clavada en mi corazón.
— No… —su voz vaciló—... no hubo otra chica en la colina. Apenas pudimos ver a Grover en la oscuridad.
No hubo otra chica en la colina.
Sally…
Mis ojos comenzaron a picar y las lágrimas no tardaron en acumularse alrededor de ellos. Había sido verdad: mi hermana, mi confidente, mi única figura materna… ella… se había ido. Cada vez que trataba de recordar la última vez que la había visto, más molesto era el dolor en mi cabeza. Sentí como si me hubieran arrebatado una parte de mí y quise echarme de rodillas a llorar en el suelo para asimilar de la manera más dolorosa posible mi situación.
Mi hermana ya no estaba conmigo.
— Sally —susurré con un hilo de voz, las lágrimas comenzaron a descender de mis ojos pero no me importó—. Lo siento mucho, Sally.
La mano de la chica se posó cuidadosamente sobre mi hombro y un sentimiento de compasión me embargó. Lo ignoré y eché mi cabeza hacía mis manos, sujetando el dolor que estaba consumiendo mi corazón en esos momentos. ¿Cómo se lo diría a Percy? ¿Cómo volveríamos a casa? ¿Qué sería de nosotros ahora?
Tenía que encontrar una manera de localizar a papá. Él vendría a por nosotros y contactaría a la policía para buscar el cuerpo de Sally, si mi hermana estaba realmente muerta, entonces merecía un funeral tan digno como la maravillosa persona que había sido durante todo el tiempo.
Levanté la cabeza para hablar con la rubia pero encontré en mi campo de visión de una bebida en un vaso
alto. Parecía zumo de manzana helado, con una pajita verde y una sombrillita de papel pinchada en una guinda. La chica que me lo tendía con tristeza llevaba un atuendo extraño: vestía unos shorts militares, botas de senderismo marrones y una camiseta naranja con las palabras “CAMPAMENTO MESTIZO” alrededor de un pegaso negro en el centro. Su cuello estaba rodeado por un fino colgante con varias cuencas de colores alrededor.
— Tómalo —insistió, acercándome el vaso—, te hará sentir mejor.
Dudaba que fuera así.
De todas maneras, decidí silenciar mis sollozos llevando la pajita a mi boca y en cuanto el líquido atravesó mis papilas gustativas, contuve un gemido placentero, para mi vergüenza interna. Sabía demasiado bien, como a las galletas de chocolate que Sally… Cerré mis ojos bebiendo el líquido. No podía seguir pensando en ella, tenía que ser fuerte para Percy. Ya habría tiempo para derrumbarme una vez que estuviera sola.
Al terminar el zumo, sentí un calor intenso y una recarga de energía en todo el cuerpo. No desapareció la pena, pero fue levemente opacada por la sensación de los brazos de mi padre rodeándome con orgullo cada vez que acertaba al blanco en las clases de tiro con arco a las que me llevaba en Francia.
Antes de darme cuenta había vaciado el vaso. Lo miré fijamente, convencida de que había tomado una bebida caliente, pero los cubitos de hielo ni siquiera se habían derretido.
— ¿Qué era? —pregunté, curiosa.
La chica se encogió de hombros.
— No preguntes, solo gózalo —me sonrió.
Recogió el vaso de mis manos y lo dejó en una mesita al lado de la camilla. Aproveché para mirar hacia abajo e hice una mueca notando que mi ropa estaba sucia, raída y llena de barro. Gracias a eso supe que no me encontraba en un hospital cualquiera: en uno de calidad me habrían limpiado y cambiado.
— ¿Dónde estoy?
— En el Campamento Mestizo —respondió, antes de girarse y echarme un vistazo—. ¿Recuerdas algo de anoche?
Mi corazón volvió a encogerse y asentí lentamente.
— Una bestia nos perseguía a mi hermana, mi sobrino, su amigo y a mí —murmuré con amargura—. Era un Mino… —recordé la advertencia de Sally sobre los nombres y por alguna razón le creí—, un hombre toro. Se llevó a mi hermana y… no recuerdo nada más.
La chica rubia parpadeó sorprendida, retrocediendo un paso—. ¿El amigo de Grover es tu sobrino?
Asentí una vez más.
Sabía que era algo extraño para la gente que un chico y su tía pertenecieran a la misma generación, pero Sally en ese entonces era muy joven y el papá de Percy un tremendo simp.
— Quiero verlo —hablé, levantándome de la cama.
— Pero…
Trató de retenerme pero aparté sus brazos con algo de brusquedad y miré por encima del resto de las camillas hasta encontrar un cuerpo con un rostro familiar. Mi corazón se aceleró y rápidamente corrí hasta el otro lado de la enfermería con la rubia siguiéndome entre quejidos.
Al llegar hasta Percy, observé un hilo de baba cayendo de su boca hasta la almohada y sonreí tristemente, moviendo una mano para acariciar con suavidad su cabello tremendamente alborotado. Pensé en cómo le daría la noticia de que nos habíamos quedado desamparados en un campamento desconocido, y que su madre estaba posiblemente muerta. Nuestra vida había cambiado de un día a otro.
Por unos segundos cerré los ojos, imaginando que estaba en París con Valentín: habíamos recibido una llamada de Sally diciéndome que a Percy le iba mejor en la Academia Yancy y que esta vez no habría necesidad de cambiarlo, y que Gabe se había echado una amante pasando así menos tiempo en casa molestándola.
— Él es muy fuerte —la voz de la chica me hizo volver a la cruda realidad—. Derrotó al hijo de Pasífae, y le arrancó un cuerno.
Fruncí el ceño.
— ¿Qué?
Ella asintió, ignorando mi rostro perplejo.
— Lo tiene Grover pero lo he visto y es alucinante —murmuró asombrada—. Yo llevo años entrenando y lo máximo que he logrado hacer es salvar la vida de Connor Stoll con la maniobra de Heimlich.
Aquello solo me desconcertó aún más, pero cuando estuve a punto de preguntarle de qué me estaba hablando las puertas de la enfermería se abrieron revelando otra figura recientemente conocida que hizo que mis emociones salieran tan a flote como la erupción de un volcán.
— ¡Tú! —grité, señalando al sátiro con mi dedo—. ¡Tú nos llevaste a esto! ¡¿Dónde está mi hermana?!
Intenté acercarme a él pero la chica rubia se colocó entre nosotros mientras el sátiro soltaba un gemido lastimero y se escondía tras un esqueleto de -esperaba que lo fuera- plástico junto a una camilla. Gruñí intentando apartarla de mi camino pero sus manos en mis brazos lograron mantenerme en mi lugar. La miré brevemente sorprendida, ¿cuánta fuerza tenía esta chica?
— Wow, wow —me frenó—. Atrás, Satanás. ¿Pero qué son esos modales?
¿Satanás? ¿Qué le pasaba a esta loca?
— Él… ¡Él nos trajo aquí porque supuestamente Percy estaba en peligro! —señalé, cada vez más enojada— ¡Si no me dice dónde está Sally le arrancaré cada pelo de sus patas y me haré un abrigo de invierno!
— ¡Beeh! ¡Eso se hace con lana! —baló Grover, detrás del esqueleto.
Gruñí intentando alcanzarlo de nuevo pero la chica me volvió a retener, apretando su agarre en mis brazos.
— Cálmate o te echaré agua bendita —me aseguró seriamente, suspiró cuando vio mi expresión impasible y aflojó su agarre—. Escucha, Grover no tiene la culpa. Él estaba protegiendo a tu sobrino y lo ha logrado, ha llegado al campamento.
— Mi hermana…
— ¡Tu hermana no iba poder pasar de todos modos! —interrumpió la chica, ahora exaltada—. En la Casa Grande te lo explicarán todo, pero debes tranquilizarte —me soltó y miró al sátiro—. Tengo clases de buceo con las náyades, ¿te encargas de ellos? —Grover asintió y ella se giró para verme, regalándome una diminuta sonrisa—. No temas Satanás, aquí estarás bien. Nos vemos luego.
Y dicho eso, se volteó para caminar con rapidez a la salida dándole un breve vistazo a la caja de zapatos que traía Grover en sus manos.
Cuando atravesó las puertas y desapareció me crucé de brazos, esperando alguna explicación lógica por parte del sátiro que me hiciera detener de tomarlo por sus pequeños cuernos y lanzarlo por toda la enfermería como una jabalina. No sabía qué era aquel zumo, pero me había dado las fuerzas suficientes para hacerlo.
— ¿Y bien?
Grover suspiró y decidió salir de su escondite, con rostro apenado. Su barbilla temblaba ligeramente, como si estuviera conteniendo un llanto y por la decepción y tristeza que rivalizaba con la mía, supe que realmente estaba agonizando por dentro.
— Lo siento mucho, Alina —ni siquiera me miró a los ojos, su voz era débil—. De verdad que lo siento. No pensé que Percy se iría se marcharía sin decirme nada y… si hubiera sabido antes que… yo habría… —no pudo terminar cuando un sollozo se escapó de su garganta.
Respiré profundamente, sus emociones estaban abrumándome lo suficiente como para querer echarme a llorar también, pero mi pena se marchó en cuanto sentí un ligero movimiento en la camilla a mi lado y me volteé con rapidez para encontrar a Percy abriendo levemente los ojos. Suspiré con alivio. Al menos estaba bien.
— Pequeña alga —susurré, captando su atención.
Percy, por fin despierto, me miró y sus ojos se abrieron desmesuradamente echando la cabeza lo más atrás posible—. ¡Whoa!
— Cuidado.
Fruncí el ceño y Grover se acercó aún más, con la caja de zapatos en sus manos. Percy centró su vista en él y después en sus patas de cabra.
— Me has salvado la vida, colega —habló su amigo—. Y yo… bueno, lo mínimo que podía hacer era… volver a la colina y recoger esto. Pensé que querrías conservarlo.
Dejó la caja de zapatos en su regazo con gran reverencia y observé el interior: contenía un cuerno de toro blanquinegro, astillado por la base, donde se había partido. La punta estaba manchada de sangre reseca, no quise saber de quién era.
— El Minotauro…
— No pronuncies su nombre —avisé, acariciando su cabello con un semblante vacío.
— Así es como lo llaman en los mitos griegos, ¿verdad? —ignoró mi advertencia—. El Minotauro. Mitad hombre, mitad toro.
Grover se removió incómodo—. Habéis estado inconscientes dos días. ¿Recuerdas algo, Percy?
¿Dos días? Mierda, necesitaba contactar con papá lo antes posible para marcharnos.
Mi sobrino me miró y una chispa de esperanza surgió en él. Supe lo que estaba a punto de preguntarme.
— ¿Mamá…?
Mi labio inferior tembló pero intenté disimularlo aún acariciando las puntas de su cabello—. Aún… Aún no sabemos nada.
Mi pecho se contrajo de dolor; del mío y del suyo. Percy se volvió para contemplar el prado y yo hice lo mismo.
Había arboledas, un arroyo serpenteante y hectáreas de campos de fresas que se extendían bajo el cielo azul. El valle estaba rodeado de colinas ondulantes, la más alta de las cuales, justo enfrente de nosotros, era la que tenía el enorme pino en la cumbre. Incluso aquello era bonito a la luz del día.
Pero ahora que Sally se había ido, nada me parecía lo suficientemente bonito.
Suspiré enganchado mi mano con la de Percy y dándole un apretón. Tenía que ser fuerte por él, me recordé. Hasta que Valentín viniera a por nosotros y le quitara la custodia de mi sobrino a Gabe para poder llevarlo con nosotros a Francia mientras la búsqueda de Sally se ponía en marcha.
— Lo siento —sollozó Grover—. Soy un fracaso. Soy… soy el peor sátiro del mundo. Alina tiene razón. Es culpa mía.
Gimió y pateó tan fuerte el suelo que se le salió el pie, bueno, la zapatilla Converse: el interior estaba relleno de poliespan, salvo el hueco para la pezuña.
No dije nada y continué mirando por la ventana hasta que capté la atención de Percy puesta extrañamente en mí, ladeé la cabeza—. ¿Estás bien?
— ¿Por qué tus ojos son rojos?
¿Qué?
Fruncí el ceño alejándome ligeramente de él y miré a Grover por inercia para saber si era verdad lo que decía. El sátiro asintió, igual de aturdido que los tres.
— ¿Rojos? ¿Cómo si hubiera tomado droga, dices?
Percy negó y con su mirada señaló el espejo que colgaba de una de las paredes de la enfermería. Cuando me acerqué, solté un grito ahogado al ver que efectivamente el iris de mis ojos habían cambiado intensamente a un tono rubí. Entendí los comentarios de la chica surfista al tratarme como un demonio. Parecía uno.
Una súcubo, a decir verdad.
— Y yo pensé que me decía eso porque me vio tan caliente como el infierno… —murmuré, por lo bajo.
Grover seguía sollozando. El pobre chico -o pobre cabra, sátiro, lo que fuera- parecía estar esperando un castigo.
— No ha sido culpa tuya —le aseguró Percy. Suspiré sabiendo que en realidad tenía razón.
— Sí, sí que lo ha sido. Se suponía que yo tenía que protegerte.
— ¿Te pidió Sally que lo protegieras? —me acerqué nuevamente a ellos, sin explicación para mis ojos.
Me miraron durante unos segundos más hasta que ninguno pareció verle ningún sentido a mi nuevo cambio. Grover negó con la cabeza.
— No, pero es mi trabajo. Soy un guardián. Al menos… lo era.
— Pero ¿por qué…? —Percy vaciló y me apresuré a acomodarlo en su almohada antes de que cayera.
— No te esfuerces más de la cuenta. Toma —Gover le alcanzó un vaso igual al que la surfista me había dado a mí.
Le ayudé a sostener el vaso, poniéndole la pajita en la boca y asentí cuando me miró preguntando si era fiable beberlo.
— ¿A qué sabía? —pregunté cuando lo terminó.
— A las galletas de chocolate que hacía mamá en casa —me respondió.
Sonreí dolorosamente—. Si, a mi también me supo así.
Grover lo observó cuidadosamente.
— ¿Cómo te sientes?
— Podría arrojar a Nancy Bobofit a cien metros de distancia —le respondió mi sobrino.
Una leve risa divertida se escapó de mi—. ¿Haciendo amigas en Yancy, pequeña alga?
Él solo me miró ligeramente burlón.
— Vamos. Quirón y el señor D están esperándoles.
La galería del porche rodeaba toda aquella casa, llamada La Casa Grande. Al final del porche había dos hombres sentados a una mesa jugando a las cartas. Una chica rubia diferente a la que había conocido estaba recostada en la balaustrada, detrás de ellos.
El hombre que estaba de cara a nosotros, era pequeño pero gordo. De nariz enrojecida y ojos acuosos, su pelo rizado era negro azabache. Parecía un querubín llegado a la mediana edad en un camping de caravanas. Vestía una camisa hawaiana con estampado atigrado, y habría encajado perfectamente en una de las partidas de póquer de Gabe, salvo que me daba la sensación de que aquel tipo habría desplumado incluso a mi cuñado.
— Ese es el Señor D —nos susurró Grover—, el director del campamento. Sean educados. La chica es Annabeth Chase: solo es campista, pero lleva más tiempo aquí que ningún otro. Y Percy, ya conoces a Quirón.
Reparé en el jugador que iba en silla de ruedas, con una chaqueta de tweed, cabaña castaño y barba espesa.
Entonces Percy gritó justo en mi oído—. ¡Señor Brunner!
Auch.
El jugador se volteó y le sonrió:
— Ah Percy, qué bien —habló antes de mirarme a mí, con curiosidad—. Y tú debes ser su tía Alina. Ya somos cinco para el pinacle.
Nos ofreció asiento a la derecha del Señor D, que me observó con los ojos inyectados en sangre y soltó un resoplido.
— ¿De dónde has sacado esos ojos? —espetó, entre intrigado y molesto.
— ¿De dónde ha sacado esa camisa? —refute, mirando de arriba a bajo la camisa bien curiosita.
Grover gimió ahogadamente y el tal Brunner carraspeó llamando nuestra atención. El señor D me miró fijamente pero no me dejé intimidar, ¿quién era este borracho vestido como un insulto a la moda veraniega? A Valentín le daría un infarto si lo conociera.
— Bienvenidos al Campamento Mestizo, chicos —nos habló Brunner, desviando mi enfrentamiento visual con el tipo gordo—. ¿Annabeth? Percy, ella cuidó de ti mientras estabas enfermo. Annabeth, querida, ¿por qué no vas a ver si están listas sus literas? De momento los pondremos en la cabaña once.
— Claro, Quirón —contestó ella.
Aparentaba la edad de Percy, medio palmo más alta que él y unos siete centímetros más bajita que yo, desde
luego su aspecto era mucho más atlético que el nuestro. Era morena y su cabello era rizado y rubio, más oscuro que el mío. Sus ojos brillaban tormentosamente grises: bonitos, pero intimidantes.
Echó un vistazo al cuerno de minotauro y miró a Percy antes de soltar un:
— Babeas cuando duermes.
Y salió corriendo hacia el campo, con el pelo suelto ondeando a su espalda.
Contuve una risa y Percy carraspeó tratando de liberarse de su propio sonrojo.
— Bueno… —comentó para cambiar de tema—. ¿Trabaja aquí, señor Brunner?
— No soy el señor Brunner. Mucho me temo que no era más que un seudónimo. Puedes llamarme Quirón.
Incliné la cabeza.
— ¿Quirón? ¿Cómo el de la mitología?
El que supuse que había sido el ex profesor de Percy me observó con mucha más intriga que antes y asintió—. Así es, querida. ¿Sabes mucho del tema?
— Mi padre me compraba algunos libros —murmuré en respuesta.
Recordé las patas de cabra pegadas al chico que decía ser un sátiro, el Minotauro persiguiéndonos, el pegaso en las camisetas de las chicas rubias y Grover… el nombre Quirón… Todo era un maldito patrón a la mitología griega.
— Usted es el Señor D —lo señalé, ignorando su mirada punzante sobre mí—. ¿La D acaso significa algo?
— Niña, los nombres son poderosos. No se va por ahí usándolos sin motivo.
— Usted sigue usando esa fea camisa sin motivo y no le estoy diciendo nada —acusé entrecerrando los ojos, otro gemido asustado de Grover resonó en el porche—. Dígame la verdad, ¿cuál es su nombre?
— Querida Alina —intervino Quirón nuevamente—, eres muy perspicaz pero debes esperar a que las respuestas lleguen a su debido tiempo. Percy, me alegro de verte sano y salvo. Hacía mucho tiempo que no hacía una visita a domicilio a un campista potencial. Detestaba la idea de haber perdido el tiempo.
— ¿Visita a domicilio?
— Mi año en la academia Yancy, para instruirte. Obviamente tenemos sátiros en la mayoría de las escuelas, para estar alerta, pero Grover me avisó en cuanto te conoció. Presentía que en ti había algo especial, así que decidí subir al norte —explicó Quirón—. Convencí al otro profesor de latín de que… bueno, de que pidiera una baja.
— ¿Fue a Yancy solo para enseñarme a mí?
Quirón asintió.
— Francamente, al principio no estaba muy seguro de ti. Nos pusimos en contacto con tu madre, le hicimos saber que estábamos vigilándote por si te mostrabas preparado para el Campamento Mestizo. Pero todavía te quedaba mucho por aprender. No obstante, has llegado aquí vivo junto a tu tía, y esa es siempre la primera prueba a superar.
¿Sally sabía de esto? Oh mierda…
— Dice que estamos en un campamento y que fueron a espiar a Percy en su academia durante un buen tiempo, ¿no es así? —cuestioné y afirmaron con la cabeza. Asentí poniéndome de pie con un solo salto—. Ahora lo entiendo todo. Percy, vámonos de aquí. Esto es una secta rara y nosotros somos gente cuerda.
— Jovencita… —comenzó el Señor D en tono peligroso.
Quirón me sonrió.
— Vamos Alina, tú misma te has dado cuenta —señaló a Grover—. Él es un sátiro —señaló el cuerno—, eso es de un Minotauro —señaló a Percy—, y tu sobrino ha logrado derrotarlo. Sí también pudiste traspasar la barrera significa que eres como él, como nosotros. Lo
que puede que no sepas es que grandes poderes actúan en vuestra vida. Los dioses, las fuerzas que vosotros llamáis dioses griegos, están vivitos y coleando.
Percy y yo nos miramos.
Esperé a que se levantara y me siguiera, preparado para marcharnos de aquí. Pero lo único que dijo fue—. ¿Nos está diciendo que existe un ser llamado Dios?
— Bueno, veamos —repuso Quirón—. Dios, con D mayúscula, Dios… En fin, eso es otra cuestión. No vamos a entrar en lo metafísico.
— ¿Lo metafísico? Pero si acaba de decir que…
— He dicho dioses, en plural. Me refería a seres extraordinarios que controlan las fuerzas de la naturaleza y los comportamientos humanos: los dioses inmortales del Olimpo. Es una cuestión menor.
— ¿Menor?
— Sí, bastante. Los dioses que ves en tus libros de mitología, Alina.
Me senté de golpe en mi asiento nuevamente. La información que me estaba dando era ilógica, inexplicable y tonta. Pero verdadera.
¿Cómo si no habría podido ver a dos pegasos volando alrededor de la Torre Eiffel cuando tenía trece años? ¿Cómo si no habría visto a mi padre hablando con un compañero de trabajo que tenía un solo ojo en la frente? ¿Cómo si no habría soñado con doce brillantes tronos en forma de U elevándose sobre mí en una sala llena de ruinas?
— Ares —comencé en voz baja—, Afrodita, Apolo… ¿se refiere a esos?
Un trueno lejano resonó en un cielo sin nubes.
— Jovencita —el Señor D ya parecía irritado conmigo—, yo de ti me plantearía en serio dejar de decir esos nombres tan a la ligera.
— Pero son historias —intervino Percy—. Mitos… para explicar los rayos, las estaciones y esas cosas. Son lo que la gente pensaba antes de que llegara la ciencia.
— ¡La ciencia! — se burló el Señor D—. Y dime, Perseus Jackson ¿qué pensará la gente de vuestra «ciencia» dentro de dos mil años? Pues la llamarán paparruchas primitivas. Así la llamarán. Oh, adoro a los mortales: no tienen ningún sentido de la perspectiva. Creen que han llegado tan lejos. ¿Es cierto o no, Quirón? Mira a estos chicos y dímelo.
— No tendremos ningún sentido de la perspectiva, pero al menos sí de la moda —crucé mis brazos. Quirón me lanzó una mirada de advertencia.
— Lo siento. No creemos en los dioses —refuto Percy.
— Pues más vale que empiecen a creer —murmuró el Señor D—. Antes de que alguno les calcine.
— P… por favor, señor —habló Grover—. Acaba de perder a su madre y hermana. Aún siguen conmocionados.
Mi pecho volvió a apretarse dolorosamente.
— Menuda suerte la mía —gruñó mientras jugaba una carta—. Ya es bastante malo estar confinado en este triste empleo, ¡para encima tener que trabajar con chicos que ni siquiera creen!
Hizo un ademán con la mano y apareció una copa en la mesa, como si la luz del sol hubiera convertido un poco de aire en cristal. La copa se llenó sola de vino tinto. Mi mandíbula cayó al suelo y tuve que inclinar mi rostro hacia adelante para comprobar que lo que estaba viendo era real. ¿Qué clase de brujería…?
— Señor D, sus restricciones.
El Señor D miró el vino y fingió sorpresa.
— Madre mía. —elevó los ojos al cielo y gritó—. ¡Es la costumbre! ¡Perdón!
Volvió a mover la mano, y la copa de vino se convirtió en una lata fresca de Coca-Cola light. Suspiró resignado, abrió la lata y volvió a centrarse en sus cartas.
Quirón nos guiñó un ojo—. El señor D ofendió a su padre hace algún tiempo, se encaprichó con una ninfa del bosque que había sido declarada de acceso prohibido.
— Una ninfa del bosque —repetimos Percy y yo, a la vez.
— Sí —reconoció el Señor D—. A mi padre le encanta castigarme. La primera vez, prohibición. ¡Horrible! ¡Pasé diez años absolutamente espantosos! La segunda vez… bueno, la chica era una preciosidad, y no pude resistirme. La segunda vez me envió aquí. La Colina Mestiza. Un campamento de verano para mocosos como vosotros. «Será mejor influencia. Trabajarás con jóvenes en lugar de despedazarlos», me dijo. ¡Ja! Es totalmente injusto.
El señor D hablaba como si tuviera seis años, como un crío protestando.
— Y… y — balbuceó Percy—... su padre es…
— Di immortales, Quirón —repuso él—. Pensaba que le habías enseñado a este chico lo básico. Mi padre es Zeus, por supuesto.
Lo pensé bien. La D en su nombre… hijo de Zeus… el vino…
Jadeé llevando una mano a mi boca, ¿sería posible qué…?
— Usted es Dionisio —señalé, ganándome la atención de todos—, el dios del vino.
Él puso los ojos en blanco en mi dirección.
— Menuda lumbrera, Almina Johnson. ¿Quién creías que era? ¿Afrodita, quizá?
— ¿Usted es un dios?
— Sí, niños.
— ¿Un dios? ¿Usted?
Miró fijamente a Percy por su tono insolente y yo me apresuré a colocar mi cabeza entre ambos para que solo me observara a mí. Percibí una especie de fuego morado en su mirada, una leve señal de que aquel regordete protestón estaba solo enseñándonos una minúscula parte de su auténtica naturaleza. Vi vides estrangulando a los no creyentes hasta la muerte, guerreros borrachos enloquecidos por la lujuria de la batalla, marinos que gritaban al convertirse sus manos en aletas y sus rostros prolongarse hasta volverse hocicos de delfín.
— ¿Quieren comprobarlo, niños?
— No. No, señor.
— Foto o fake —desafié, recibiendo un codazo de Percy.
Dionisio me gruñó pero Quirón llamó su atención mostrando una escalera, contó los puntos y habló—. El juego es para mí, Señor D. Parece que he ganado.
Pensé que el Señor D iba a pulverizar a Quirón y librarlo de la silla de ruedas, pero se limitó a rebufar, como si estuviera acostumbrado a que le ganara. Se levantó, y Grover lo imitó.
— Estoy cansado —comentó—. Creo que voy a echarme una siestecita antes de la fiesta de esta noche. Pero primero, Grover, tendremos que hablar otra vez de tus fallos.
La cara de Grover se perló de sudor.
— S-sí, señor.
El señor D se volvió hacia nosotros.
— Cabaña once, Percy y Alina Jackson. Y ojo con sus modales
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