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Capítulo -5- Roberto González


Nombre: Roberto González
Edad: 29 años
Trastorno: Síndrome de Amok

La vida da muchas vueltas; la mía es como un círculo vicioso de nunca acabar.

Mi caso es extraño; no sé si al perdonarme la vida con a penas 10 años, me salvaron o simplemente me destruyeron aún más.

Todo empezó por las ganas de mi padre de salir a delante. "Vender drogas ¿Por qué no? Deja un montón de dinero; saldremos de tanta miseria. Le podré dar gustos a mi mujer, a mi hijo y no faltará comida en la mesa". Imagino que eso fue lo que pensó para meterse con el tipo más peligroso del pueblo. Don. Armando; narco menor del estado de Veracruz, México. Tenía dinero para hacer ricos a todos en el pueblo si quisiese; pero su maldad era mucho más grande que su fortuna; y aun sabiendo eso, a mi papá le valió madre y se metió con él.

Empezaron los negocios y entraba bastante dinero a la casa. Todo cambió radicalmente; comenzamos a darnos lujos que antes eran imposibles para nosotros.

Tengo vagos recuerdos de una semana perfecta. El primer día mi padre me llevó a un parque de diversiones y me compró todo lo que quise, hasta el tren carísimo que jamás pensé tener. Otro día fuimos a un centro comercial y compró ropa y zapatos nuevos para los tres. Estábamos felices; al menos eso parecía. Así continuó el resto de la semana, gastando y gastando; lo que no sabíamos mi madre y yo, era que todo el dinero no era suyo; eso lo supimos después; un día que llegamos a casa luego de un divertido paseo. Ahí estaba esperando Don. Armando, sentado en el salón, masticando un tabaco acompañado por dos de sus matones.

-¿Que tal doña -le dijo a mi madre alzando su tabaco -? Vengo a recoger el dineral que me debe su marido -se puso de pie y colocó su mano derecha en el cabo de la pistola que descansaba en un estuche en su cadera.

Mi padre estaba pálido, tenía miedo; mi madre estaba sorprendida y decepcionada.

-Patrón ya le dije que me diera unos días -suplicó mi padre con la voz temblorosa.

Armando sacó el arma y apuntó a mi madre. Ella me puso detrás suyo y me dijo que no mirara.

-Ya se acabó tu tiempo. Te advertí lo que les pasaría si no me pagabas mis paquetes -le disparó a mi madre en la cabeza y luego a mi padre en el pecho.

Los dos calleron muertos delante de mis ojos. Me quedé mirando sus cuerpos ensangrentados un largo rato. Escuché que los matones de Armando decían algo, que no logro recordar y luego caí desmayado sobre mi madre.

Desperté y estaba en una habitación gigante y lujosa; miré a mi alrededor confundido; una hermosa mujer estaba acariciando mi pelo y me miraba con una sonrisa encantadora.

-¿Donde estoy -le pregunté luego de sentarme en la cama -? ¿Quién eres?

-Hola cariño, despertaste. Ésta es tu casa y yo soy tu nueva mamá -no paraba de sonreír.

En ese momento, recordé el asesinato de mis padres en cámara rápida como si se hubiera tratado de una pesadilla; pero no tuve tiempo de llorar o quejarme, sentí que todo había sucedido hace tiempo y para cuándo logré reaccionar, mi vida se había transformado por completo.

Ahí estaba yo, 10 años después en aquella ascienda, diciéndole mamá a aquella hermosa mujer y diciéndole papá a Don Armando González.

Me había convertido en el hijo de el asesino de mis verdaderos padres; el hijo que no podía tener de su propia sangre. Me enseñó a montar a caballo, a conducir, a beber, me buscó una chica para que tuviera mi primera vez, me enseñó todo lo que sabía; solo faltaba una cosa para ser el hijo perfecto.

-Aquí está tu último regalo de cumpleaños hijo -me dijo ofreciéndome una pistola dorada.

-Gracias -hablé sin ganas, sabía lo que vendría lugo.

-Ahí están esos dos idiotas para que la estrenes -le quitó las capuchas a dos hombres que estaban sentados atados de manos y pies en las sillas.

-Vamos, dispara como practicamos.

Ya había aprendido a disparar, pero no había lastimado a nadie. Estaba familiarizado con la muerte, allí mataban a alguien todos los días; muchas veces delante de mí; pero yo no me hacía la idea de quitarle la vida a nadie.

-¿Que esperas? ¡Vuélale las cabezas a esos pendejos! -dio una palmada en la mesa haciendo que me sobresaltara.

Le apunté nervioso a uno de ellos; ese me miraba directamente a los ojos con la cabeza en alto, como si no tuviese miedo; el otro respiraba agitado y rezaba, se preparaba para morir en cualquier momento.

-¡Dispara carajo! -dio otra palmada en la mesa y yo apreté el gatillo al instante, pero el susto me hizo fallar.

-¡Demuestra que ya eres un hombre -puso su mano en mi hombro y lo apretó con fuerza!

-No quiero hacerlo -dije bajando el arma.

-Ah, no quieres -me puso su pistola en la cabeza -. Aquí se hace lo que yo digo; lo sabes de sobra. Elige ¿Tú o ellos? -alzó la voz provocando que me enojara.

Levanté la pistola dorada, respiré profundo y disparé; tres tiros a cada uno en el pecho.

Observé lo que había hecho y sentí que no valía una mierda; Armando celebró aplaudiendo como un niño y sirvió dos tragos de tequila, riéndose a carcajadas de manera escalofriante.

Después de eso volví a matar muchas veces; pero pasé cuatro años con pesadillas; soñaba que yo mataba a mis verdaderos padres; toda las noches era lo mismo. Intenté irme al extranjero buscando escapar de aquel lugar, pero Armando no me dejó; así que mi odio por él despertó. Tenía problemas de ira descontrolada, no sabía cómo calmarme, pasaba la mayoría del tiempo encerrado en mi habitación. Hasta que un día todo empeoró.

Estaba leyendo tranquilamente cuando de la nada mi cuerpo empezó a calentarse, mi respiración se agitó y mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho. Tomé mi pistola bañada en oro y salí del cuarto; caminé hasta el sótano de la casa; mi objetivo era buscar armas pero Armando estaba allí con tres hombres.

- ¿Y ese milagro que saliste de tu cueva? -preguntó masticando un tabaco como siempre.

Lo miré con una sonrisa torcida, levanté mi pistola y le disparé en la cabeza a los tres hombres que estaban con él, sin darles tiempo a nada.

-¿Estas loco? Sabes que eran mis hombres de confian... -le disparé antes que terminara de hablar.

Tomé dos armas, una M16 y una AK-47 y salí del sótano.

Comencé a disparar a todos a mi paso, gritando como un desquiciado, incluyendo a la mujer que decía ser mi madre y me cuidó todos esos años. Algunos pensaron que se trataba de un ataque de la policía y huyeron, los que se quedaron murieron por mis manos. Lo mejor fue que nadie se atrevió a tocar "al hijo del patrón" y me dieron libre albedrío para mí matanza.

El lugar estaba manchado de rojo, por la sangre de 37 personas alrededor. Tiré las armas en el suelo y caí de rodillas arrepentido; no sabía por qué lo había hecho; mis lágrimas rodaron por mis mejillas y unas ganas inexplicables de morir se apoderaron de mí.

Tomé la pistola dorada que había guardado en la parte baja de mi espalda entre mi pantalón y la coloqué en mi sien. Tragué en seco y ahogué mi llanto unos minutos. Estaba a punto de disparar cuando ella llegó.

-No lo hagas, hermano -me dijo Valeria, mi hermana adoptiva de 12 años de edad, con su voz tan dulce -.
Yo también lo hubiera hecho si supiera cómo usar un arma. Has cumplido mi deseo de cumpleaños. Gracias -se arrodilló en frente de mí y me dió un tierno beso en la mejilla, logrando que tirara la pistola.

-¿Que haces aquí Valeria? -suspiré.

-Te vi desde mi habitación y no quiero que te mueras. Eres mi héroe.

Me abrazó muy fuerte y despertó en mí el amor que nunca sentí por nadie. Ella es la única persona a la que jamás le haría daño.

Lamdon

-¿Que pasó con la ascienda y el negocio de Armando?

-Me quedé con todo. Encontré la mayor parte del dinero que él tenía, lo aumenté el triple. Aún tengo millones.

-¿Y por qué te fuiste y dejaste el negocio?

-Nadie quiere un patrón que sale a matar a todos a su paso sin razón; y más cuando lo ha hecho unas cinco veces. ¿Verdad Valeria?

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