Capítulo -3- Ralph Thomson
Nombre: Ralph Thomson
Edad: 27 años
Trastorno: Límite de la personalidad
Ahí estaba ella, parada frente a mí; ansiosa porque solo faltaban 24 horas para nuestra boda. No podía creer que ella me amara; a veces sentía que todo era un puto juego y que me abandonaría en cualquier momento.
-Mañana seré la Sra. Thomson -el brillo de sus ojos y su sonrisa dispersó mis dudas por un segundo.
-Ajá -dije en tono seco, como si me diera totalmente igual. Caminé hacia la puerta de salida sin despedirme de ella.
-¡Espera! ¿Te vas?-me detuve al instante-.Otra vez con tus dudas Ralph, te he dicho mil veces que te amo. Llevamos tres años juntos y nunca te he fallado, ni he dejado de quererte un solo instante.
Nunca supe cómo pudo enamorarse de alguien como yo; jamás pensé que lo nuestro llegaría tan lejos; ni siquiera me atreví a pedirle matrimonio por miedo a que me dijera que no, fue ella quién me lo propuso, pero aún así mis dudas y mi miedo a perderla no hacían más que aumentar.
-Se que mientes -susurré entre dientes.
-Piensa lo que quieras. No aguanto más tus estúpidas dudas. Estoy harta de tener esta misma conversación una y otra vez. ¿No me crees? Pues entonces, perfecto.
Vi como quitó su anillo de compromiso, lentamente como si esperase que la detuviera; pero no lo hice. Entre lágrimas, tiró la fina joya en la mesa de cristal que estaba en el centro del salón, provocando un sonido que a pesar de no haberse escuchado alto, retumbó en mis oídos acompañado de un pitido.
«Sucedió. Me abandona».
Caminó furiosa a la habitación. Empecé a temblar de la anciedad y el miedo; caminé hacia ella; estaba llorando sentada en una esquina da la cama; me acerqué, pero no logré decirle una sola palabra.
Me senté a su lado y la abracé tratando de consolarla; pero me apartó varias veces, gritando que la dejara en paz. Algo en mi se quebró al instante. Sentí mi seño fruncido por la ira; fue como si de repente la odiara.
«¿Cómo puedo odiarla si la amo?».
-¡Eres un tono idiota!-me dijo caminando como loca hacia el clóset para tomar una maleta -. Te vas a morir solo.
Aquellas palabras parecieron una daga clavada en mi pecho. Fui hasta ella y agarré sus hombros con fuerza.
-¡Cállate, cállate...! -le dije una y otra vez balanceándola bruscamente.
-¡Suéltame!
-No voy a permitir que me dejes sólo-puse mi mirada directamente en sus ojos y vi miedo -. Mañana nos casaremos y seremos felices -mi voz sonó temblorosa, como la de un desquiciado.
-No me casaré contigo después de ésto -quitó mis manos de sus hombros.
-¡Mentira! Sí lo harás -dije entre dientes, sintiendo el mismo odio de antes.
-¡No lo haré!
-¡Mentira! -la empujé con todas mis fuerzas, cayó en el suelo y se golpeó la cabeza.
Me quedé viendo cómo se quejaba de dolor y me sentí extrañamente excitado; así que me puse encima de ella e intenté besarla. Otra vez me rechazó esquivando cada intento. Estallé de rabia y le di una cachetada.
-Detente por favor -me suplicó con desesperación.
-Prometeme que no me dejarás nunca -aprisioné sus manos sobre su cabeza.
-Ya déjame, te lo suplico -sus lágrimas brotaban sin parar -. No te voy a perdonar esto nunca.
-¡Cállate! -la golpeé en la cara otra vez, pero con el puño cerrado; lo hice varias veces hasta que noté que estaba inconsciente.
Me puse de pie con la respiración agitada viendo como la había dejado; tenía la cara llena de sangre y casi desfigurada . <Aún respira> me dije sintiendo cierta insatisfacción.
La cargué en brazos y la acosté en la cama. Fui al guardarropas y busqué por todos lados el vestido de novia que tanto ella había escondido; tiré todo a mi paso hasta que lo encontré.
Le quité la fina bata de seda y la ropa interior. Acaricié su delgado cuerpo desnudo e inmóvil; sentía el mio arder; y me desprecié por ello.
Contemplé el vestido; era digno de una reina.
La vestí con dificultad, fue como vestir a una muñeca. La volví a acostar y le coloqué el velo para evitar ver lo que había hecho en su bello rostro; las sombras del arrepentimiento me estaban acechando.
«¿Por qué no despierta?». Me preguntaba una y otra vez tomando su pulso casi imperceptible.
Me acosté a su lado y quedé profundamente dormido.
Sentí la cama moverse levemente y abrí los ojos. Ella estaba escapando.
-¿A dónde crees que vas? -le dije al verla quitándose el velo caminando de puntillas saliendo de la habitación.
Salió corriendo sosteniendo su largo vestido y yo fui tras ella. Llegó a la cocina y tomó un cuchillo. Parecía la novia de una película de miedo, con la cara golpeada apuntándome con la fina hoja metálica intenciones de hacerme daño.
-¡Te has vuelto loco! -dijo con la voz entrecortada por el llanto .
-Suelta ese cuchillo - me acerqué lentamente.
-No te me acerques o juro que voy a apuñalarte hasta matarte.
-No lo harás, te conozco. Eres incapaz de matar una mosca - me acerqué con ingenuidad.
En un impulso, clavó el cuchillo en mi abdomen. El dolor era insoportable. Intenté sacarlo, pero fue inútil, mis fuerzas habían desaparecido. Caí de rodillas en el suelo y alcancé a ver sus manos temblorosas antes de desplomarme inconsciente.
Abrí los ojos por un momento y me cegué por las luces incandescentes de las lámparas quirúrgicas. Para cuando los abrí otra vez estaba en una cama recuperándome; escuché los comentarios de los médicos, diciendo que había sobrevivido de milagro.
-¿Donde está ella? -pregunté en voz baja, débil por los calmantes - ¿Y... mis padres?
- Nadie quiere saber de ti Ralph
-una voz masculina respondió a mi pregunta.
«Todos me abandonaron».
Intenté ponerme de pie, pero el fuerte dolor y las esposas en mi mano derecha me lo impidieron.
-Así jodieron mi vida, me dejaron completamente solo.
Lamdon
-Entonces... ¿Por qué estás aquí?
-Luego de dos años en la cárcel; la busqué. Estaba casada y embarazada de unos 8 meses. Entré a su casa mientras dormían. No fue tan difícil entrar a su habitación en el segundo piso; le gustaba dormir con la ventana abierta. Sin pensar en nada más que mi venganza, los apuñalé a los dos; o a los tres.
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