Capítulo -1- Zack Jones
Nombre: Zack Jones
Edad:21 años
Trastorno: Bipolar
¡Oh, la música! Que placer tan grande puedo sentir al acariciar cada tecla de un piano. ¿Cómo puedo lograr crear cada melodía; que sacude y estremece cada parte de mí cuerpo? No lo sé; la sensación es exquisita. Pero...¿ puede haber otra cosa en el mundo que me llene más que esto? ¡Por su puesto!
Eran las 3:00pm y yo todavía estaba sentado en el banquillo, delante del gran piano de cola que había en el salón de mi casa. Tenía sólo 17 años; y en ese tiempo, odiaba tener que pasar 12 horas diarias sentado en el mismo lugar; escuchando a mi vieja maestra de música repetir lo mismo una y otra vez, intentando captar la atención de mi mente que divagaba mirando hacia la ventana, imaginando como sería la vida de un chico normal de mi edad.
-¿¡Zack!? -dijo Patty, la maestra, dándome toques en los hombros para que reaccionara.
-Lo siento, es que ya estoy muy cansado -dije luego de un largo suspiro.
-Solo quedan dos horas de clases, así que presta atención.
-¿No te cansas? -le pregunté enfadado -¿Por que no te largas a tu casa? Aprovecha que mi padre no está, vete y déjame en paz -me paré de golpe; pero el horrible chirrido de la puerta principal abriéndose, hizo que me detuviera al instante.
-¿Otra vez dando problemas Zack?
- la potente y grave voz de mi padre me estremeció; sentí miedo.
-No señor -miré a Patty esperando que me defendiera.
-Sí, señor Jones; Zack no aguanta más mis clases, me acaba de pedir que me fuera -me miró con arrogancia.
-¡Vuelve a tu sitio! -me ordenó firmemente y volví al banquillo sin remedio; no sin antes lanzarle una mirada de odio a Patty.
Mi padre subió las escaleras y se encerró en su despacho como de costumbre; ni si quiera se molestó en pasar a la habitación de mi madre, que se consumía en aquella cama poco a poco por el cáncer. Yo sólo podía verla unos minutos en las mañanas antes de sentarme en el piano; ni si quiera podía hablarme, era desgarrador. Ella era lo único bueno en mi vida y se iría en cualquier momento.
Sabía de sobra que a penas Patty saliera de la casa, mi clase aún no terminaría. Mi padre me atrapó en un pleno acto de desobediencia; y eso no era permisible, mucho menos perdonable.
A penas se marchó la maestra, él bajó las escaleras; despacio como de costumbre, dándome tiempo a que me quitara la camisa sin dejar de mirar las teclas del piano. Mi fino oído escuchaba el rose de aquel látigo al arrastrarse por cada escalón. «¡Ya está cerca!» Pensé, y me preparé para lo peor.
Sus fuertes manos apretando mis hombros con rudeza, fue el aviso para que empezará a tocar una pieza. Elegí Für Elise de Beethoven, una de sus favoritas; y a penas toqué la primera nota, ya el látigo había marcado mis espalda llena de cicatrices de anteriores azotes.
Cómo de costumbre, empecé a reír acompañando mi sonrisa con lágrimas como un loco, mientras tocaba y ahogaba mis gritos, sintiendo como mi piel se abría a cada contacto con el grueso cuero. Mi padre disfrutaba ese momento, a veces se detenía unos segundos para encender un cigarrillo, pero eso solo sucedía un día de suerte; mientras tanto, yo seguía tocando, tratando de soportar el horrible dolor; intentando no equivocarme ni una sola vez o él me obligaría a tocar la pieza desde el principio.
El sudor bañaba mi frente y mis manos temblaban luego de terminar. Mi vista no se movía de las teclas, no me atrevía a mirarlo y mi respiración agitada disimulaba mi llanto.
-Buen trabajo Zack -dijo mi padre caminando en dirección a las escaleras -. Eres un genio hijo -su cinismo hizo que mi furia aumentara; lo mire de reojo aún con la cabeza gacha.
Seguí mirándolo con odio mientras caminaba, hasta que lo perdí en el pasillo del segundo piso.
Me quedé sentado unos minutos y pensé como sería mi vida sin él, sin Patty, sin una madre enferma que nunca me ha defendido de ese monstruo; así que transformé todo mi dolor en ira, odio.
Me paré con dificultad del banquillo, caminé hacia mi habitación y tomé una ducha caliente. El agua rodó por toda mi piel lacerada y otra vez ahogué mis gritos. Cerré los ojos intentando disfrutar, pero fue imposible; dolía y mucho; más que la piel, el alma.
Olvidé todo por un momento y salí del baño sonriendo; al otro día tendría una audición. Patty llegaría temprano a recogerme y saldría de casa al fin después de tres meses. Pero...<¿Cómo diablos puedo estar bien ahora?> Me dije sabiendo que estaba trastornado.
Fui a la cama e intenté conciliar el sueño.
«¿Otra vez el mismo sueño?»
«¡No!»
Justo en frente de mi estaba Patty con la garganta abierta por la hoja de un cuchillo de cocina que reposaba a su lado en un charco escarlata; su mirada quedó congelada en dirección al piano de cola; la pobre frustrada, no llegó a más que una irritante profesora. Toqué su cuello que aún chorreaba. Miré mis manos manchadas de sangre.
«¡Mi padre!»
Estaba tirado en el sillón donde solía escucharme tocar. Estaba boca abajo; su espalda lucía unas 20 puñaladas, quizás más; su camisa estaba empapada en sangre, me recordó las tantas camisas que por su culpa tuve que tirar. Lo toqué; tampoco se movía. Me alegré.
«¿Y... mi madre?»
Subí como loco las escaleras, abrí la puerta de su habitación y allí estaba; tirada en la cama cómo siempre pero...
«¡Sangre!»
Estaba cubierta por completo, hasta su cabeza rapada. Me acerqué a ella, no respiraba, pero no encontré heridas; solo un papel arrugado y manchado de rojo en su mano.
Leí aquellas lineas con dificultad por la mala letra y me estremecí.
Zack, hijo mío. Perdoname.
Llevo meses guardando fuerzas para
este día. Al fin pude liberarte. Se feliz.
Te amo.
Besé su frente, en un gesto de agradecimiento. Bajé las escaleras, me senté en el piano y toqué; toqué como nunca antes y disfruté; mis dedos se resbalaban un poco por toda la sangre, pero igual sonó de maravilla. ¿Puede haber otra cosa en el mundo que me llene más que esto? Pensé...¡Por su puesto!
Ser libre
Lamdon
- ¿Y tú...? ¿Has matado alguna vez?
- Pues....
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