Prólogo
Estaban en el jardín de la abuela Siena, siempre les había gustado jugar allí, ese lugar lleno de luz y animales preciosos. Los árboles lo cubrían todo, casi como un bosque, y las sombras de aquellos que eran los cimientos para nidos de aves daban cobijo en el más intenso verano.
Sin embargo, ese día las aves no cantaban, el cielo estaba nublado y no había juegos en sus mentes. El jardín estaba abarrotado de personas vestidas de negro, muchos les daban de lado, se acercaban a la abuela Siena e ignoraban a las niñas. Puede que les fuera difícil darles el pésame a dos criaturas de nueve años, o tal vez lo consideraban innecesario.
Para las pequeñas todo se veía lúgubre, incluso ellas, sus dorados cabellos largos, con ligeras ondulaciones, que normalmente enmarcaba sus angelicales rostros haciendo resaltar sus ojos verdes, no brillaban con alegría, ni se encontraban despeinados por un juego que las dejase agotadas.
Todo lo contrario, estaban adecuadamente sostenidos con una cinta negra que hacía un lazo en una media cola, y ellas vestidas iguales en vestidos negros, con medias blancas y zapatillas cerradas negras. Podrían confundirse por muñecas de porcelana dado lo blanco de su piel, y cual muñecas vacías se sentían.
— Ha muerto — les había dicho su tío — no pudieron hacer nada por ella en el hospital. Tienen que ser fuertes, ahora dependéis la una de la otra.
Uno podrá pensar que ellas no lo comprendían, pero lo hacían. Mamá ya no estaba allí, no volvería, se había ido. No... alguien se la había llevado.
— ¿Papá no vendrá?— preguntó Astrid. No veían muy seguido a su padre, pero en un momento como ese, la menor de las gemelas tenía la esperanza de poder estar con él.
— No Astrid, papá no puede venir, está muy ocupado con un trabajo muy importante— contestó su tío y luego se removió incómodo, no sabía cómo salir de la situación— será mejor que vaya con la abuela, ella debe de estar pasando un mal momento.
Sin decir más, salió de la habitación y las dejó. Luego llegaron las demás personas y antes de que las pequeñas se dieran cuenta, a su alrededor solo habían extraños dando sus condolencias a su abuela y mirándolas. En los ojos desconocidos se veía indiferencia, lástima, dolor, satisfacción, o eso pensaron ellas.
Cuando la noche llegó, las personas se marcharon, solo quedaron su abuela, su tío y ellas. El tío se disculpó rápidamente y se dirigió a su habitación, su abuela se quedó sentada en el sofá y ellas no dijeron nada. No se acercaron para darle un abrazo o un beso a la señora, simplemente se dirigieron escaleras arriba hacia la habitación que compartían.
Dormían juntas desde siempre, al inicio su madre les habían decorado habitaciones separadas, pero Astrid siempre iba en busca de su hermana por las noches, al final las dejaron juntas. Una vez dentro, encendieron la luz de la pequeña lámpara de noche, se cambiaron sus ropas por sus cómodos pijamas, el de Astrid rosa y el de su hermana verde. Ya en la cama, Astrid pidió dejar encendida la luz de la lamparita.
— No tienes que tener miedo Astrid, yo estoy aquí, nada te pasará. Lo prometo — su firme voz se escuchaba segura en el silencio.
— No quiero ver formas extrañas en las sombras — respondió Astrid mientras se dejaba abrazar por su hermana — hoy habían muchas personas aquí, yo no conocía a ninguna — dijo pensativa.
— Yo tampoco, pero sé que no eran amigos de mamá. Son socios o conocidos de papá, estaban aquí por él, por quedar bien con el director de la Junta Roja — las palabras salieron de la boca de su hermana con un aire despectivo.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — susurró Astrid, acurrucándose más en el pecho de su hermana.
— Sabes que puedes decirme y preguntarme lo que sea, siempre — dijo su hermana en tono reprochador, no quería que su hermanita tuviera esos reparos con ella, menos ahora que solo se tenían la una a la otra.
Sabía que tendrían que irse con su padre y ahora que Giselle no estaba, él incrementaría el entrenamiento de sus hijas. Su madre era el único motivo por el cual ellas dos no iban tan avanzadas como los demás niños de sus edades, Giselle no había dejado que Robert las pusiera en la Academia, las había entrenado un instructor desde casa, pero ya no sería así. Estarían en la Academia, entrenando día y noche para lo que sería su destino, convertirse en dromirs, cazadores de seres sobrenaturales.
Su padre era el director de la Junta Roja, denominada así porque por donde pasaran los Dromirs solo quedaba la sangre de aquellos a los que exterminaban. De cierta manera eran humanos, pero con sentidos más agudos, una percepción mayor de las cosas.
Sus cuerpos estaban diseñados, por así decirlo, para matar, se adaptaban fácilmente, aprendían deprisa, desarrollaban más rápido y adquirían habilidades físicas que los hacían desenvolverse en los combates como ningún humano normal hubiese podido.
El entrenamiento les enseñaba técnicas, uso de armas, resistencia en ambientes hostiles de todos los tipos, puntos débiles de todas las especies a las que cazaban y la ley de los Dromirs. No todos los seres sobrenaturales merecían la muerte, algunos se comportaban y regían por la ley de su especie y todas las especies tenían ciertas normas en común para mantener la paz, los renegados que no obedecían eran los que morían a manos de los Dromirs.
— ¿Crees que si nosotras morimos, él vendría a nuestro entierro? — la voz de Astrid sonó triste, dolida, rota y no fue más que un susurro, pero su hermana la había escuchado.
— Eso no importa, los entierros son para que los vivos lloren a los muertos, no a la inversa. Lo que importa es que estaremos juntas, eso es todo —la respuesta fue dura, pero hizo a Astrid ponerse intranquila.
— Prométeme que si yo muero, tú vivirás por mí y por ti. Vivirás plenamente por las dos, porque siempre estaremos juntas, aun si nuestro cuerpo ya no existe, nuestras almas se tocan a un nivel más profundo — sabía que su hermana le pedía que no muriese aun si ella si lo hacía. No sabía qué debía hacer, sin embargo, la respuesta vino antes de poder siquiera pensar.
— Lo prometo, Astrid — el rostro de Astrid se relajó visiblemente, pero entonces volvió a fruncir el ceño.
— Prométeme otra cosa…
— Hoy estás muy demandante — intentó bromear con ella, pero no obtuvo resultados.
— Prométeme que permitirás a otras personas entrar en tu vida, prométeme que yo no seré la única a la que ames — Astrid quería que le prometiera aquello porque era un seguro, de que si ella se iba antes, su hermana tendría alguien más a quien aferrarse.
— Eso no es algo que te puedo prometer Astrid, sin embargo, te prometo que si algún día encuentro a alguien a quien pueda llegar a amar y que no seas tú, no voy a cerrarme. Me dejaré arrastrar por esa emoción y dejaré que me consuma — aseguró con serenidad — A cambio, prométeme tú algo a mí.
— Lo que sea — afirmó Astrid rápidamente.
— Prométeme que intentarás permanecer viva tanto como puedas, que nunca dejarás de luchar por vivir, no importa lo que pase — aquella promesa contenía todo lo que Astrid acababa de pedir.
Su hermana casi nunca hablaba, pero cuando decidía hacerlo tenía las ideas claras y definidas, con una visión que Astrid jamás comprendió ni alcanzó, pero que tampoco quería.
La pequeña volvió a acurrucarse en los brazos de su hermana, sujetó uno de los mechones rubios de esta y se puso a jugar con él, le encantaba ser iguales, que solo el color de sus ropas las diferenciara.
Su hermana siempre lo hacía todo por ella, por eso no había querido ver algo tan obvio como el que Astrid se quedaría siempre atrás en los entrenamientos, al menos en la parte física, independientemente de los dotes de su raza, ella era mucho más débil que su hermana. Ella no quería reconocerlo, y Astrid sabía que eso significaba que la protegería arriesgándolo todo.
Astrid contaba con que un día su hermana amara a alguien a tal punto que no importase que ella ya no estuviera, seguiría viviendo. Sin embargo, su hermana notó la ansiedad y la verdad oculta en esas promesas y le devolvió el ataque. No le dio más vueltas al asunto, no podían detenerse, solo seguir adelante.
— Te lo prometo — dijo casi dormida, con una voz queda y baja, imposible de escuchar excepto para aquella que la abrazaba con ternura — te lo prometo, Aner.
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Hola, después de varias revisiones y correcciones, aun siendo posible que tenga errores, he vuelto Culpables a la vida.
Por favor, espero me digan qué opinan sinceramente. No olviden sus estrellitas y comentarios, son mi alimento necesario.
Besitos💚💙💜
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