Capítulo 2 Primer Impacto
Los días pasaron más rapido de lo que Aner hubiese deseado, antes de darse cuenta quedaban horas para el vuelo, las maletas estaban listas, esa noche partirían hacia la Academia, un avión hasta Rusia los esperaba para llevarlos hacia lo que las gemelas veían como una tortura. Afortunadamente, casi todo el vuelo sería de noche, saldrían a las 7:30 pm y si tenían suerte pasaría la mayor parte durmiendo, lo que les daría fuerzas para enfrentarse al día siguiente al monstruo que las acechaba en sus recuerdos, pero si bien Astrid estaba preparándose para el vuelo en el dormitorio de Cesaer, Aner lo tenía más difícil.
Si pretendía dormir la mayor parte del vuelo necesitaba estar verdaderamente cansada, o la ansiedad la superaría. Pensando así, había pasado los últimos tres días intensificando su rutina de ejercicios, realizando vigilancias nocturnas no autorizadas, aunque Astrid la había regañado por eso, ella la había ignorado, y aumentando los encuentros con Merithia fuera de horario.
Esa mañana había corrido 6 km más de su rutina usual y luego de regresar, había pasado dos horas en el gimnasio haciendo rutina de mecánicos y elasticidad. Ahora estaba practicando un poco de boxeo en lo que Merithia llegaba para enfrentarse un rato, sacar la ira contra el saco ayudaba un poco, aunque no era lo mismo a luchar contra alguien capaz de devolverte los golpes.
— Veo que estas ansiosa por empezar — la voz femenina tan familiar no la asustó.
La había escuchado subir las escaleras y abrir la puerta del gimnasio, por más sigilosa que fuera, Aner la seguía escuchando venir, había entrenado su sentido auditivo durante años para eso y tenía una ventaja sobre Merithia y cualquier otra persona cercana a ella, los conocía, a fin de cuentas, agradecía haber sido entrenada por Merithia en persona.
— En realidad estoy distrayéndome de mi propia mente, pero eso tú ya lo sabes — no servía de nada negarle a la mujer que la había visto crecer y desarrollar su personalidad.
Había pasado con Aner más tiempo incluso que su propia madre, si Krisbian conocía a Astrid como la palma de su mano, Merithia conocía a Aner como a sí misma. Sabía la ansiedad que se escondía detrás de su rostro inmutable y lo delicado de su estabilidad emocional en esos momentos. Quizás por eso era fácil para Aner hablar con ella, porque no tenía que explicar mucho y aún así Merithia comprendía.
— Bueno, vamos a ver si sirvo de distracción para ti — fue la última frase pronunciada y por la próxima hora y media, ella y Aner se debatieron entre puñetazos, patadas, lanzadas, volteretas, llaves y golpes violetos incesantes que caracterizaban su estilo de lucha como dromirs.
Para cuando terminaron, ambas estaban acostadas mirando al techo de la habitación, con la respiración agitada, cubiertas por el sudor que empapaba la ropa y mojaba el suelo, pero plenamente satisfechas con el encuentro, algo visible en las sonrisas de las dos mujeres.
— Creo que...sí... me serviste de... distracción — las palabras salían de la boca de Aner entre bocanadas de aire, alternándose con los incesantes jadeos, mientras su pecho subía y bajaba profundamente por la necesidad de respirar más. Adoraba la sensación de ardor al respirar luego de largas sesiones de lucha extenuante, le daba una calma como absolutamente más nada en su vida.
— Que...bueno...esa era la...intención.
Merithia estaba en las mismas condiciones que Aner. Lentamente se sentó como pudo y, alargando el cuerpo, tomó dos botellas de plástico con agua, le tendió una a Aner, quien inmediatamente se medio incorporó, cogiendo la botella y la abrió, vertiendo parte del líquido en su rostro y nuca para refrescarse, sintiendo como su caliente piel empezaba a enfriarse.
— No sé cómo volver allí, cómo fingir que lo que sucedió durante esos años no me afecta — confesó Aner con la mirada fija en el suelo y jugando con la botella de agua en sus manos — No sé cómo Astrid consigue estar tan bien ante la situación, la veo tan calmada que me asusta — añadió en un susurro bajo, dejando salir un suspiro al final.
— Verás Aner, no es conseguir pasar por alto lo que sucedió, es no darles el lujo de pensar que te habían afectado tanto como para que durase hasta ahora — sentenció Merithia, mirándola firmemente — Toma el control de ti, ese que tanto te caracteriza, y déjales ver que no consiguieron quebrarte, a ninguna de las dos, que son fuertes, más que ellos, y que llegaron a donde ellos soñaron, pero jamás pudieron ni rozar en la realidad.
Apoyando su mano en el hombro de Aner, Merithia se puso de pie luego de su emotivo discurso, realmente estaba preocupada por Aner, la chica no solía perder el control ante nada, pero seguía teniendo sentimientos dañados a lo largo de los años por las responsabilidades y sus propios traumas.
— Desearía poder darte mejor consejo que este, probablemente Krisbian le dé un mejor consejo a Astrid, pero yo soy yo y esto es lo mejor que puedo recomendarte — dicho esto, le palmeó la cabeza suavemente dos veces, costumbre que tenía desde que la conoció de niña, y salió de la habitación a paso calmado, sintiendo la mirada fija de Aner en su cuerpo.
Aner dejó salir un largo suspiro, sorbió un poco de agua y se levantó. No sirve de nada seguir dándole vueltas, se dijo a sí misma mentalmente, en su interior contaba con que el deseo y la intriga de tener frente a ella a la interesante fierecilla pudieran más que la inquietud de regresar a la Academia. Diciéndose esto, salió del gimnasio, tenía que darse una ducha y prepararse, en unas horas debía de coger un avión.
oOo
El viaje había sido largo y agotador tanto física como mentalmente. Aner había dormido al inicio placenteramente, gracias al cansancio que su cuerpo sentía después de sus extremos de las últimas 74 horas, sosteniendo firmemente la mano de Astrid, pero cuando su hermanita empezó a apretarle la mano a Aner en pequeñas convulsiones, se había despertado súbitamente y la había abrazado mientras se mecía hacia adelante y atrás, haciéndola despertarse.
— Shhh, no pasa nada. Yo estoy aquí, no te harán nada — Astrid salió totalmente de su estupor ante el gesto de su hermana y sollozó por lo bajo.
Le tomó más de media hora, pero al final se calmó mientras Aner repetía esas mismas palabras como un cántico relajante. Finalmente se durmió de nuevo, sin embargo, como tantas noches antes en que esa escena había ocurrido, Aner no había podido volver a dormir.
Con la cabeza pegada a la ventanilla, observando las nubes en la noche, y la de su hermana descansando en su hombro mientras ella la rodeaba con un brazo, los pensamientos de Aner no pudieron evitar ir a aquella época, cuando llegaron a la Academia por primera vez para no volver a salir sino hasta años después.
Tenían nueve años, su madre había muerto y su padre las había enviado a la Academia porque en el Centro de su ciudad no podían tenerlas. Estaban cuatro años atrasadas en entrenamiento, lo más seguro era enviarlas a la Academia con instructores particulares que pudiesen hacer con ellas un entrenamiento intensivo urgente.
Las habían puesto en habitaciones separadas pese a sus protestas, aludiendo que era necesario que aprendieran independencia, porque un dromir no podía estar vinculado a nadie. Pese a esto, todas las noches Astrid se cambiaba a dormir a la habitación de Aner y por las mañanas Aner, para no despertar a su hermanita, se levantaba 10 min antes de la hora y se cambiaba a la habitación de esta. Nadie notó el cambio jamás, para su fortuna.
Los primeros días habían sido difíciles. Todos en la Academia eran más grandes que ellas y muchos no entendían el por qué las gemelas eran una situación especial, simplemente lo atribuían al nepotismo que acompañaba el ser hijas del Director de la Junta Roja.
No mejoraba la situación que no estuvieran en aulas regulares, sino que entrenaban en solitario con un instructor personal de entrenamiento físico y uno de conocimientos, técnica y estrategia. Los primeros que tuvieron eran hermanos y Aner, por más que en la actualidad intentaba acordarse de sus nombres o sus aspectos, no podía. Astrid recordaba que se apellidaban Blenchian, pero esto era porque había tenido un hámster llamado Blench escondido en la Academia por esas fechas.
El caso es que, al mes de haber llegado, la falta de desarrollo de Astrid en rendimiento físico y las palizas que les procuraba Aner al mayor de los hermanos, además de los intercambios entre ellas en los turnos educativos, hizo que ambos pidieran un traslado para otro lado, refiriendo que entrenarlas conllevaba un esfuerzo demasiado exigente y su falta de cooperación era inadmisible.
Lo mejor que les pasó en la vida a las gemelas fue aquello. Aner recordaba esa mañana con claridad, les habían informado el día anterior que sus profesores tenían que ser cambiados, así que Aner estaba en el gimnasio desde temprano, había realizado el calentamiento y los ejercicios de estiramiento, y esperaba pacientemente ver a su nuevo profesor. Tamaña fue su sorpresa cuando por la puerta entró Merithia, toda curvas, sudor y licra deportiva, con una actitud imponente que se mostraba hasta en su forma de caminar.
— Buenos días, pequeña. ¿Cuál de las dos eres tú? — la sonrisa que adornaba el adorable rostro, por no mencionar los hoyuelos en cada extremo de esta, le dieron a la mujer un aire angelical y suave que Aner no pudo evitar sentir. Antes de darse cuenta, le estaba respondiendo con total naturalidad y sinceridad.
— Aner Belliakov, la gemela mayor — su voz sonaba segura, aun cuando era una niña, aunque Merithia no se dejó impresionar por ello.
— Bueno Aner, yo soy Merithia Hunderthoo, a partir de ahora seré la entrenadora del área física, tuya y de tu hermana — había explicado Merithia con una sonrisa agradable, para después iniciar el entrenamiento en el que Aner terminó con más hematomas de los que creía posibles y dolor en lugares de su cuerpo que desconocía.
La presentación fue de todo menos cotidiana, dada su amabilidad, Aner había pensado que sería suave con ella, se había equivocado y esto la había hecho sentir feliz, por fin tenía un reto y alguien con quien ponerse a prueba a sí misma. Por su parte, conocer a su esposo fue aún más inusual. Aner se había quedado dormida en el descansillo luego de la sesión con Merithia y el resultado fue una llegada tarde a la primera clase con el nuevo profesor de estrategia y técnica.
— Buenas tardes, mi nombre es Aner Belliakov. Estoy buscando al doctor Krisbian — había dicho la niña entre jadeos, entrando por la puerta agitada, había corrido para llegar tan pronto le fuera posible.
— Sí, soy yo — dijo una voz que Aner no reconoció, pero que le sonaba a la voz de alguien parecido a su hermana, un empollón adicto a los libros.
Su instinto no le falló, Krisbian era exactamente cual su voz delataba, aunque desprendía un aura cálida, confortable incluso. ¿Cómo una voz podía revelar esa información para Aner? No lo sabía, pero simplemente podía, era así desde que tenía conocimiento y disfrutaba esa habilidad.
— Mucho gusto Aner, escuché cosas muy interesantes sobre ti de Astrid y Merithia — saludó Krisbian con tranquilidad y una sonrisa delicada en su rostro — Tengo la impresión de que tú serás más de preferirla a ella que a mí. ¿Me equivoco? — resultó ser un hombre bastante afable con el que Aner se sentía cómoda, sin embargo, prefería a Merithia, ellas eran más parecidas y se entendían mejor.
— Bueno, no creo que sea algo de lo que pueda quejarse — repuso Aner rápidamente — mi hermana le debería bastar, tengo la sensación de que ella y usted pasarán horas hablando de cosas que no tenemos la necesidad de saber, pero que para ustedes son hermosas. Aunque debe de tener en cuenta que el concepto de hermosura de mi hermana es bastante precario, y el de usted debe ir por el mismo camino — explicó sin temor no vacilación.
Aner resultaba el tipo de niña que cuando hablaba era bastante cortante, pero Krisbian era un hombre capaz de casarse con Merithia, la lengua viperina de Aner no sería lo que lo amedrentara, por eso su primera respuesta fue ensanchar su sonrisa.
— De hecho, en eso tienes toda la razón — concordó Krisbian — y tú y mi esposa pasarán horas en el gimnasio pegándole a los sacos de arena o entre ustedes, me imagino — el comentario le hubiera hecho gracia a Aner de no haber sido por un detalle en el que reparó de inmediato.
— ¿Esposa? ¿Quién? ¿De quién? — preguntó anonadada. De la garganta de Krisbian surgió una carcajada natural incontrolable y de cierta manera, extraña. Era obvio que no era de carcajearse mucho, aunque claro, ellas tampoco.
— Supongo que nadie se los ha dicho- dijo, limpiándose las lágrimas que corrían por el rabillo del ojo debido a la risa tan fuerte — a ver, probemos tu inteligencia y sentido común, te diré mi nombre, veremos si puedes adivinar quién es mi esposa — propuso con diversión nada disimulada, era obvio que era una broma — Mucho gusto, soy Krisbian Hunderthoo.
A Aner pocas cosas la impresionaban, aunque para otros el hecho de que Merithia y Krisbian fueran marido y mujer era impresionante, para Aner y Astrid no era nada de otro mundo. De hecho, por el grado de cercanía entre ellas, fueron capaces de ver las similitudes.
Aner era Merithia y Astrid era Krisbian, ellos habían contraído matrimonio y ellas eran gemelas, relaciones unidas por amor, confianza, responsabilidad y algo más, indescriptible, así que cuando supo la verdad de la relación entre sus nuevos profesores, la reacción de ella no fue de extrañeza como la de otros.
— Si lo pienso, supongo que tiene lógica — comentó con la mirada seria — Se complementan y llenan como dos piezas de un puzle, si los puzles fueran de solo dos piezas — declaró Aner finalmente, sin darle mayor importancia al tema.
— Hmp, es increíble, eso mismo dijo tu hermana, solo que con más emoción- puntualizó Krisbian, intrigado por las gemelas. Había creído que eran totalmente opuestas excepto por el físico, pero ahora veía que tenían más en común que lo visiblemente obvio.
— Si bueno, ella es más emotiva que yo — afirmó Aner desviando la mirada — ¿Empezamos? — y con esa sugerencia dio inicio a las clases de estrategia más divertidas que ella alguna vez imaginó.
La relación de ellos había surgido de forma natural, era maravillosa, eran una familia. Merithia les había explicado que había dos familias en el mundo, la biológica, que no era escogida, y la que hacíamos nosotros mismos con aquellos a quienes amábamos, protegíamos, confiábamos y necesitábamos. Esa era la relación entre ellos cuatro.
Cuando los demás en la Academia acosaban a las gemelas, Astrid corría buscando a uno de los tres, generalmente eran uno de ellos quienes paraban el acoso, luego Aner los buscaba y se vengaba de aquellos que habían lastimado a su hermanita. Con ella rara vez se metían, al inicio lo habían hecho y después de fracturar dos rodillas y un codo a tres muchachos diferentes, habían decidido ir a por la hermana menor y débil. No contaron con que Aner fuera a vengarse después, aun así, muchas veces el acoso era anónimo y contra eso no podían luchar.
Fueron muchos años en los que sufrieron, Astrid aprendió a perdonar y huir, mientras que Aner a desconfiar y luchar, así se había mantenido hasta hoy en día. Ahora volvían a ese sitio, donde sus paredes encerraban días de pasar hambre, de esconderse, de apalear a otros o ser apaleadas.
Solo podían demostrarles a todos aquellos que las habían herido que estaban de pie, que eran mejores que ellos, que les había salido mal la jugada, como solía decir Astrid a Krisbian cuando este hacía algún movimiento desafortunado en ajedrez.
Para cuando la lluvia de recuerdos cesó, Astrid estaba despierta leyendo un libro, al igual que William, quien hablaba con Dom. Cesaer dormitaba, era el más dormilón del equipo, y Mariana comía rosquillas, eran como su adicción, no comía nada más que tuviera azúcar excepto eso.
A decir verdad, a Aner le daba mucha gracia todas las expresiones que tenía su amiga de ascendencia hindú mientras iba degustando su manjar, y como el piercing de su nariz se movía cuando hacía gestos con esta, mayormente usaba el largo cabello castaño oscuro, que combinaba con sus ojos del mismo color, recogido en una coleta y eso le daba un aire aún más tierno.
El equipo no era muy grande, pero era el mejor en su tipo, para tener pocos integrantes y todos ser bastante jóvenes, la categoría 7 era un logro sin precedentes, considerando que el máximo era 12, por eso Aner estaba tan orgullosa de ellos. Le daba igual que la Junta Roja no entendiera el motivo por el qué ella se aferraba a su grupo, no daría más explicaciones de las necesarias, no tenía por qué hacerlo.
El aterrizaje fue tranquilo y luego de recoger su escaso equipaje para una noche salieron del lugar. Afuera del aeropuerto los esperaban dos autos enviados por la Academia a recogerlos, parte del protocolo de los dromirs.
Ellos no querían separarse, así que Astrid propuso que uno de los conductores pasara a un auto y que ambos fueran adelante, todos ellos se meterían en el auto vacío y los seguirían, no es como que no recordaran el camino a la Academia. El conductor opuso un poco de resistencia, pero una Mariana con altas dosis de azúcar podía llegar a ser muy convincente.
Dom tomó el volante con Mariana en el asiento del copiloto, William y Aner estaban uno al lado del otro, mientras que Cesaer, sentado al lado de Aner, tenía a Astrid en las piernas. Así fueron detrás del auto donde iban los dos conductores y sus maletas, no cabían todas en las cajuelas y era más práctico llevarlas en los asientos del otro auto.
Obviamente, cuando llegaron a la Academia no había ni un solo estudiante por los pasillos, todos estarían descansando o arreglándose para la gran celebración de esa noche, se graduaban y escogían o eran escogidos para sus futuros. Para algunos eso representaba volver a pasar un año en la Academia, pero para otros, era la libertad en la mejor forma en que lo puede conseguir un dromir.
La secretaria que años antes los había recibido, cuando por primera vez entraron a la Academia, no hizo ademán de acordarse de ellos en lo absoluto. Algunos tuvieron cara de dolidos por esto, las gemelas sin embargo, aunque no lo dijeron, estaban bastante complacidas por este hecho. Aunque si lo meditaban, era lógico, anualmente pasaban cientos de estudiantes por allí y ella llevaba trabajando en ese puesto más de 14 años.
Les llevaron a unos dormitorios especiales en la residencia de profesores y les dieron las llaves de las puertas correspondientes, el equipo estaba emocionado, no podían creer que finalmente estaban de ese lado de los edificios. Cuando las gemelas habían sido escogidas no habían ido a buscarlas ellos, un representante especial de su padre había sido enviado para trasladarlas hacia Los Ángeles y recién allí conocieron a Iban y los demás, su exaltación era justificada.
Luego de que la secretaria se retiró y cada uno de ellos entró en la habitación asignada, excepto Astrid, quien se fue a la habitación de su hermana directamente, no sin antes darle un profundo beso a Cesaer.
— Pensé que irías a la habitación de Cesaer, como te pasaste la noche sentada al lado mío — comentó Aner cuando escuchó la puerta cerrarse tras de ella, aun sin voltearse a verla, sabía que era Atrid.
— Ja ja ja, me matas de la risa hermana mía. Que graciosa. Sabes que sigo prefiriéndote a ti de cualquier manera, no importa que — dijo Astrid mientras se acomodaba en la cama en el lado derecho, el lado que siempre usaba.
— Sí, ya lo sé — dicho esto, Aner se acomodó al lado de su hermana y la abrazó, no dijeron más nada. Astrid se acomodó en el pecho de Aner y esta la envolvió con sus brazos, pasándole los dedos entre los cabellos.
Ambas se durmieron rápidamente, con el estrés de los últimos días cobrando su precio, despertando horas más tarde, bastante después de la hora acordada. Tenían menos de una hora para arreglarse, y si bien para Aner eso era tiempo suficiente, para Astrid aquello era una calamidad.
Aner se bañó primero en lo que Astrid escogía la ropa de las dos, cuando salió del baño con el pelo seco y envuelta en una toalla, descubrió que Astrid había escogido para sí misma un vestido rojo chillón que le llegaba hasta medio muslo, de escote en corte princesa, realzando aún más la talla exagerada, en la opinión de Aner, que ambas tenían de senos. La tela en sí misma era lisa y en la parte inferior el vestido no se pegaba al cuerpo, sino que caía adaptando la suave tela a las curvas que poseían.
A decir verdad, Aner no podía negar que no solo tenía bonito rostro, sino también un cuerpo que muchas personas envidiaban o querían llegar a poseer en otro sentido más íntimo. Si solo fuese ella, jamás se atrevería a admitir aquello en voz alta, pero cuando tienes a una persona que es tu reflejo en todos los sentidos físicos, es muy difícil no notar lo evidente.
— Ya saliste, al fin — se quejó Astrid, recogiendo todo velozmente — Tengo que apurarme, te dejé todo lo que debes usar en la cómoda, no te forzaré a maquillarte como yo, pero por lo menos rízate las pestañas, por favor — y dándole un sonoro beso en la mejilla, se fue corriendo hacia el baño sin dejar que Aner contestara nada a su orden, porque en lo que a belleza respecta, las decisiones de Astrid siempre habían sido órdenes.
Afortunadamente para Aner, el vestido que Astrid escogió para ella no tenía nada que ver con aquel que era suyo. Llegaba a medio muslo igual y caía abierto de la misma manera que el rojo del otro lado de la habitación, pero este era negro y el escote de corte princesa era en la tela lisa de abajo, por encima de ella venía una capa tejida negra que hacía que el escote quedara tapado hasta el ángulo del esternón, continuando hacia los hombros y descendiendo por los brazos en unas mangas tres cuartos. Era bonito, de simple diseño y perfecto para ella, o más bien para su carácter.
Siguiendo las exigencias de su hermana, Aner se sentó frente al espejo, tomó el rímel y se rizó las pestañas, solo lo suficiente como para que se notara la diferencia, pero sin hacer parecer que fueran postizas, cosa que jamás haría y que Astrid jamás le pediría. Aplicó también un poco de brillo natural en sus labios, puede que fuera lo único del maquillaje que le gustaba sinceramente, y todo porque le dejaba los labios suaves, estos siempre se cuarteaban debido a las temperaturas variantes o a que estuvieran muy secos.
Se colocó ropa interior igualmente negra, pero al ponerse el vestido descubrió que con el sujetador le apretaba mucho en el busto, así que se lo quitó. Era de las cosas más molestas de su día a día, para usar cualquier ropa debía de tener en cuenta si podía usar ropa interior o no.
Para cuando Astrid salió del baño a Aner solo le faltaba ponerse los zapatos, Astrid siempre los dejaba para el final y no la dejaba verlos, eran como su adicción con carácter algo infantil, así que Aner la dejaba ser feliz. Se sentó en la cama a disfrutar como su hermanita corría de un lugar de la habitación a otro, maquillándose, rizándose el pelo un poco más, ambas tenían ondulaciones naturales, pero Astrid era fanática a resaltarlas más cuando tenía que arreglarse.
Astrid entró a mala gana en el vestido, ella si no se molestó en ponerse sujetador, rara vez lo usaba con los vestidos, a fin de cuentas, debido al ejercicio que ambas hacían, aunque el de Astrid fuera menor que el de Aner, ninguna lo necesitaba. Finalmente, tomó un frasco de su perfume favorito y se untó ella y a su hermana, partiendo finalmente a por los zapatos. Aner sabía que los había comprado para la ocasión, era su forma de demostrar que no la habían vencido y eso le gustaba.
Los zapatos de Astrid eran plateados, con un tacón de vértigo y muy fino, dejaba ver los dedos, lo único que aseguraba el pie a la pieza eran unas finas líneas de brillantes que cruzaban el dorso del pie en todas direcciones. En cambio los de Aner eran negros, pero parecían botines más bien, solo que llegaban hasta el tobillo, dejaban ver el dedo gordo del pie y el de al lado de este, con pedicura roja, tenían un zíper en los lados hacia afuera que al cerrarlo daba la impresión de que estuviera hecho de diamantes.
Eran simples, pero escandalosos, la suela tanto de donde se apoyaba la punta del pie como el tacón en sí era toda roja sangre, hacia un contraste espectacular. Ciertamente Aner tenía que admitir que Astrid se había lucido a sí misma en elegir en esa ocasión, normalmente nada era del gusto de Aner, pero esta vez habían ciertas cosas que le gustaban.
Una vez arregladas, abrieron unas pequeñas cajitas que Merithia y Krisbian les habían regalado, les habían dicho que era para cuando terminaran de arreglarse y estuvieran listas para salir, que las haría sentirse más juntas y más fuertes. Dentro de estas había dos collares casi idénticos, excepto porque el de Astrid era de oro y el de Aner era de plata, además de los dijes.
La cadena era lo suficientemente fina como para ser femenina y gruesa como para ser resistente. El dije de Astrid era una lechuza y el de Aner un lobo, ambos tenían en el dorso grabado dos A entrelazadas. Eran magníficos, eran perfectos. Las gemelas se miraron, aquel regalo les había infundido un valor que hasta ese momento no sabían que yacía dentro. Era hora. Se colocaron los collares y se abrazaron firmemente en un gesto de complicidad eterna, tomando una profunda respiración, salieron de la habitación.
La sorpresa de todos al verlas era evidente. Aunque ellas también se sorprendieron al ver a todos los chicos enfundados en trajes negros con corbatas, excepto William, quien se había negado a usarla, y a Mariana en un vestido morado, lleno de brillo, con un escote de muerte y unos tacones, también morados, capaces de causarle vértigo a cualquiera.
Iba con el cabello recogido en un moño muy elaborado y maquillada, se veía hermosa y por primera vez parecía los 25 años que tenía. Siempre se veía menor de lo que era y eso la molestaba muy a menudo, porque siendo la segunda mayor entre ellos, resultaba parecer ser la menor de todos y afectaba que la tomaran en serio cuando hacían misiones combinadas con otros equipos.
Se miraron unos a otros, estaban listos. Dom le entregó a Aner el sobre con los nombres de los cuatro novatos que se irían con ellos a la mañana siguiente y todos partieron camino al anfiteatro. Mientras se recordaba dar un paso tras otro, la mente de Aner viajó a la imagen de la delgada chica que solo había visto a través de una foto, pero la sacó rápido de sus pensamientos cuando determinó que debía concentrarse.
Al llegar se dieron cuenta de que todo seguía exactamente igual. El anfiteatro decorado en rojo, los graduados con togas negras, a excepción de los primeros veinte que vestían togas doradas, no amarillas como muchos pensaban, sino doradas, de tal forma que cuando la tela reflejaba el rojo de los asientos, las paredes, las cortinas y todo lo demás, parecían estar prendidos en fuego.
La sala se organizaba con los maestros sentados en la mitad izquierda, primera fila, y en la misma posición, pero de la mitad derecha, los líderes de cada equipo que representaba a cada Centro, el resto de los integrantes se sentaban en las filas que seguían.
Cuando ellos entraron causaron un alboroto por lo bajo, entre susurros que mostraban como chismoseaban sobre ellos sin discreción. Todos los miraban, más específicamente las miraban a ellas, desde los profesores y los antiguos compañeros de entrenamiento, hasta los estudiantes graduados que tenían que haber escuchado hablar de ellas.
Entre las miradas se notaba temor, envidia, odio, irritación, indiferencia, admiración, extrañeza e incredulidad. Aquella reacción general no hizo más que incrementar el fuego que bullía dentro de las gemelas, quienes se miraron por un período corto de tiempo y luego empezaron a andar con el resto del equipo hacia sus respectivos asientos, manteniendo la cabeza alta y mirando a todos indiferentes, como si ellos no fueran merecedores de su atención.
Aner se sentó en el quinto asiento de la primera fila, Astrid directamente detrás y así en línea hasta llegar a Mariana. Cuando el anfiteatro se hubo llenado, todos se pusieron de pie y en firme, entonaron las notas del himno de los Dromirs, luego hubo un breve discurso de la directora, que notaron todos los que ya se habían graduado que era el mismo de cuando sus años, y en seguida seguían las elecciones de los equipos.
La selección era sencilla, si el capitán de un equipo de un Centro superior al grado 10 pedía, no importa tu posición de graduado, tenías que ir con él. Una vez que esa elección terminara, los restantes de los primeros veinte escogían a su gusto y el resto de graduados, si pertenecía a los primeros 50, eran redistribuidos, sino pasarían un año más en la Academia. Esas eran las reglas. El Centro 13 de Los Ángeles al que pertenecían Aner y su equipo era grado 11.
Aner había desconectado totalmente de las peticiones, hasta que Astrid le tocó el hombro, indicio de que ya le tocaba a ella levantarse y pedir. Nadie notó que su mente había estado en otro lado hasta hacia unos segundos, se puso de pie con toda gracilidad, subió la escalinata y caminó hasta posicionarse en medio del escenario, donde estaba el micrófono, diciendo para sí misma: Es hora del show.
— Mi nombre es Aner Belliaknov, capitana del equipo 33, categoría 7, del Centro 13 de Los Ángeles, California, E.U.A. Los graduados de este curso que son candidatos a formar parte de nuestras filas son: Amerose Blothom, Charles Peters Jr, Thomas Endercott y ...— llegada a ese punto tuvo que tragar saliva, no sabía el motivo, pero el corazón le latía con fuerza, sentía ansiedad de pronunciar su nombre y no poder ver su reacción — Eleane Nervars.
Se sintió como en todo el anfiteatro todos contenían la respiración, a las gemelas esa reacción pareció gustarles, Aner dio las gracias por la atención prestada y seguidamente bajó del escenario, manteniendo la actitud indiferente hacia el público. El resto de la graduación transcurrió sin que Aner se enterara de nada, pues una vez terminada su parte, su mente se sumió en un embotamiento sin pensamientos que la enajenó totalmente.
La noche cubrió todo lo visible y en el jardín de la Academia las luces estratégicamente posicionadas iluminaban el reguero de cuerpos que no dejaban de moverse unos contra otros al ritmo de la música, muchos de ellos no se volverían a ver hasta dentro de unos años o tal vez en lo absoluto, así que intentaban disfrutar de su momento de despedida juntos. Estaban desesperados por hacer un último recuerdo.
Por algún motivo, a la mente de Aner no venían recuerdos de su graduación, sabía que había sido más o menos lo mismo que ahora presenciaba, pero recuerdos exactos de qué ocurrió en ella no tenía ninguno.
— Aner, voy a bailar, ¿quieres venir conmigo? — Astrid la abrazaba desde la espalda y le hacía la pregunta entre susurros al oído, aquel gesto a Aner le dio gracia.
— No tranquila, estoy segura de que tú y Cesaer la pueden pasar mejor que tú y yo — hizo a su hermana girar hasta estar de espaldas a ella, de frente a la multitud y a Cesaer, y le dio una nalgada que le empujó hacia delante, viendo como se iba sonriente con el pelinegro.
No tenía ganas de permanecer mucho tiempo allí, su hermana estaba bien cuidada y sabía exactamente cómo quería que terminara su noche con el chico con el que ahora bailaba. Ella allí ya no pintaba nada, así que le sonrió a Astrid como despedida para que supiera que se iba y dio la noche por concluída.
Se alejó sutilmente de la multitud bulliciosa y recorrió la distancia que separaba el jardín principal de la residencia de los profesores a paso lento, meditando el día que se le avecinaba. Sin embargo, antes de poder entrar al edificio una voz firme con tono acusativo la detuvo en seco.
— ¿Por qué cediste a ser mi instructora?
No la había escuchado hablar jamás, pero sabía quién era y cómo lucía, a pesar de todo, no se había permitido a sí misma buscarla entre la multitud de graduados, considerándolo una debilidad de su carácter y aun con eso, allí la tenía, detrás de ella, reclamándole algo que ella misma había puesto como condición.
— No podía decir que no aunque quisiera, y tú pusiste esa condición para no hacer un berrinche como si tuvieras 5 años de edad y te hubiesen robado el juguete favorito de la cesta de los juguetes. De cualquier manera, una vez hubieses estado allá me habría tocado a mí hacer de niñera contigo así que... — dejó la explicación en suspenso, permitiendo que Eleane entendiera lo que quisiera.
La respuesta de Aner no era lo que Eleane se esperaba, aquello la dejó consternada y muy enfadada, perdiendo su control y dejando salir su temperamento explosivo.
— ¿Niñera? YO NO NECESITO UNA NIÑERA.
El grito le había salido con la misma velocidad con la que Aner la había enredado por un brazo y la había hecho volar sobre su espalda hasta aterrizar dos metros más atrás de ella, en una colisión estrepitosa contra el suelo.
— Primero: a mí no se me grita, conmigo aprenderás disciplina quieras o no. ¿Sabes por qué? Porque en un equipo como el mío, con misiones como las nuestras, las indisciplinas causan muertes, y si eres tú quien se muere a mí me da igual, pero si un error por insubordinación tuyo causa la muerte de uno de nosotros, allí si no me dará tan igual. Te aseguro que de eso suceder, desearás haber sido tú quien muriese.
Mientras Aner iba hablando se acercaba lentamente hacia Eleane, quien la miraba desde su posición en el suelo, recuperándose del golpe e intentando sentarse. A Aner esto parecía no importarle, mantenía un aura intimidante que había perfeccionado desde temprana edad y que hacía que Eleane no pudiese quitarle los ojos de encima, como si tuviese un efecto hipnótico que se sostenía debido a la monotonía rítmica de su voz.
— Segundo: niñera sí, eso es lo que seré. Los instructores son para adultos preparados, dromirs dignos. Yo en ti solo veo a una niñata enfadada con el mundo porque su vida ha sido muy difícil, que quiere que mami le preste atención y por eso monta berrinche tras berrinche. Te advierto que yo no soy paciente con los niños malcriados, así que ve pensando en corregirte a ti misma y entonces hablaremos de que yo sea tu instructora, pero ahora mismo eres una bebé estúpida, con mucho talento que desperdicia y que quiere más de lo que tiene derecho a tener.
El rostro de Eleane se deformó en una expresión dolida y frustrada, aparentemente Aner había tocado un punto sensible, pero era necesario para hacerle entender a la chica que las reglas cambiaban totalmente una vez que saliera de la Academia y que bajo su mando se obedecía o se moría.
En una sola misión podía destrozarse el mundo de cualquiera de ellos, era una responsabilidad inmensa que no podía ser tratada con inmadurez, así que Aner sería todo lo dura que fuera necesario para hacerle entender a Eleane que las cosas se hacían de una manera determinada.
— Tercero: estoy cansada y cuando voy a descansar nadie puede molestarme a no ser que sea mi hermana o una urgencia de vida o muerte, tú no eres ni rubia de ojos verdes, ni estas vestida de rojo, ni te pareces a mí, por lo que no eres mi hermana, y no te ves como si te estuvieras muriendo, que de ser así, pues si es algo que te está matando lento tampoco me afecta y no parece ser que alguien te quiera matar ahora mismo. Aunque si se diera el caso, compadezco al pobre incauto que intente atacarte, pues tú das la impresión de ser del tipo que atacaría a alguien sin importarle las consecuencias y no pararía hasta estar satisfecho, aunque eso significase la muerte para la otra persona. Por tanto y demás, mañana, junto con los otros novatos, hablaré contigo, ¿me entiendes?
Para cuando Aner terminó de hablar estaba agachada frente a Eleane, con el rostro a unos escasos 10 cm del de ella, respirando las dos el aliento de la otra y sin poder desviar las miradas. Eleane aún estaba sentada en el suelo, apoyada en su brazo derecho, sosteniendo con dolor marcado.
Vista así de cerca, Aner se fijó en que los ojos de la chica no eran marrones solamente, tenían ciertas tonalidades en ámbar que le daban el aspecto de ser dos gemas de sardo pulidas, al menos allí a la luz de la luna. Aner podía jurar que al sol debían resplandecer, pero se negó a irse por ese pensamiento.
Antes de darle tiempo a Eleane de reaccionar y a sí misma de perderse en su mente, Aner se puso de pie en un movimiento grácil y equilibrado, la rodeó con cuidado de no tocarla ni pisarle un dedo y se adentró en la oscuridad del edificio lentamente. Dejando atrás a una Eleane adolorida, avergonzada, consternada, pero más que todo, sumamente impresionada, con una sonrisa de tonta en el rostro que delataba el creciente interés que esta había desarrollado por su instructora a raíz de este encuentro.
Curiosamente, la misma sonrisa que Aner tenía en su rostro cuando subió las escaleras y entró en el dormitorio, la cual no se borró ni cuando hizo una llamada de último minuto para arreglar detalles faltantes de gran importancia, aun sabiendo que causaría problemas futuros, y que se agrandó visiblemente cuando esa noche soñó con una chica de ojos marrones con manchas ámbar y cabello castaño oscuro, que le miraba fijamente sin emoción ninguna, como si esperase algo de ella.
*******
Segundo capítulo editado. Hola pequepinkypitufos, espero que les esté gustando. Ando redistribuyendo mi tiempo, mi vida se complicó mucho para fin de año de repente.
Espero que me dejen su estrellita y aunque sea un comentario que me ayude a saber qué les parece la reedición de la obra. Besitos🥰💚💜💙.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro