• Pánico •
Una semana desde lo ocurrido con Caín. Una semana encerrada en esta enorme jaula.
Esto era su refugio de los demonios que él pensaba que me dañarían. Caín comenzó la universidad un día antes de lo esperado, se había despedido de mí con dulzura y me prometió que nos escribiríamos constantemente. Claro, también me hizo prometerle que no me metería en problemas y eso significa no hablar con ningún chico que él no conociera.
También me recordó que algunos de sus amigos estaban en mi escuela, por lo que estaría vigilada y protegida.
«Protegida». La palabra resuena por toda mi cabeza.
¿En verdad estaba protegida aquí, a su lado? Cada vez faltaba menos para mi primer año de universidad. Ya tengo todo planeado, iría a la Universidad de Bellas Artes de la ciudad de Boston, viviría allí y sería feliz. Sería libre. Al pensar en ello, mi corazón sufre un pequeño espasmo de dolor. El suspiro tembloroso sale de mi boca y el vivo recuerdo de mi madre aparece ante mis ojos.
Hace tres años
—¿Mónica, qué haces? —la risa de mi padre llega a mis oídos. Por encima de mi hombro, lo veo bajar las escaleras de la casa.
—Me he vuelto una musa, querido... —mamá levanta su copa de vino y le guiña un ojo a papá, haciéndolo reír aún más.
—Las musas no se mueven... —la regaño por milésima vez.
Papá se sienta a mi izquierda, observando mi retrato de mamá y da su aprobación con un asentimiento de cabeza y una sonrisa llena de orgullo. Doy unos trazos más al largo cabello de mamá, el color castaño claro, casi rubio. Paso por los labios rojos, sus mejillas redondas y, por último, sus perfectos ojos azules.
Todos en la familia Jones tenemos ojos azules, algunos más claros y otros más oscuros, pero eso era algo que destacaba a nuestra familia. Exceptuando a mi gemela, la única en la familia Jones con ojos verdes era Elisabeth. Aunque recuerdo haber oído a mi madre hablar sobre un tío con los mismos ojos que ella, pero jamás lo conocimos, ya que murió antes de que nosotras naciéramos.
Siempre tuve envidia por los ojos de Elisabeth, son tan magnéticos y cautivadores... Su mirada nunca te dice nada, pero puedes ver que oculta miles de cosas detrás de ella. El color verde oscuro en su ojo derecho y el color verde con leves manchas azules en su ojo izquierdo te hacen perder la noción del tiempo si los miras fijamente.
Jamás me dejó pintarla, ni una sola vez. Aunque mis súplicas y berrinches fueron constantes, ella nunca cedió. Siempre firme a su decisión. Muy diferente a mamá, a ella le encantaba que la pintara. Ellas dos eran polos opuestos, sus personalidades chocaban constantemente, ninguna cedía si una discusión se formaba de la nada. Ambas querían ganar, o, más bien, querían derrotarse entre sí. Me fue imposible entender su extraña relación.
Semanas después, mamá comenzó a enfermar, todos los médicos decían lo mismo: "Una simple neumonía, no hay de qué preocuparse", parecía que todos ellos habían hecho un complot para repetir una y otra vez las mismas palabras: "Todo saldrá bien". Tampoco pudieron saber cómo, de un momento a otro, la vida de mi madre se había esfumado en el aire. Un día estaba feliz, radiando la energía más pura de todo el planeta, y al otro se había convertido en comida de gusanos.
Jamás vi a mi padre tan destruido, nunca me vi a mí tan deshecha. Tampoco vi a Elisabeth tan indiferente... A veces la vida se lleva a las personas que menos lo merecen, dejándonos solos en vida y en alma. Frente al espejo me sorprendo al ver dos lágrimas en mi mejilla, estas bajan sin apuro, haciendo un recorrido por el maquillaje que me estaba poniendo para ocultar algunos de los moretones que me habían quedado.
—¿Isabella? —toques en la puerta me pone en alerta. Luego escucho la detrás de esta.
—¡Ya salgo! —aviso, me apresuro a terminar de arreglarme para luego salir de la habitación de Caín.
«¿Tendría que hablar con Elisabeth sobre esto?».
La pregunta me persigue todo el camino a la escuela, la duda y la ansiedad por verla a la cara me invade. Llegando a la escuela, doy varias caladas de aire para darme algo de tiempo y tomar valor. Salgo del coche, puedo ver cómo todos los alumnos ríen, abrazan y charlan con comodidad. Suspiro con tristeza y sigo mi camino hacia la institución.
Los amigos de Caín me saludan con la falsedad de siempre. Desde lejos, distingo a Samantha, sus amigas ríen a carcajadas de algo y puedo notar cómo varios muchachos se le quedan viendo con lujuria en sus ojos. Su cara bonita, su buen carácter, su trabajado cuerpo y su carisma eran atributos que le atraían a todo el mundo. Ella era perfecta, lo tenía todo.
«Hasta Caín cayó en su encanto».
Ni siquiera merezco compararme con ella; al lado de Samantha, yo no soy nada. No existo, soy otra más.
Dos figuras que tampoco se escapan de la vista de los alumnos son imanes para mis ojos: los hermanos Williams han llegado a la secundaria acompañados por mi hermana, lo que me sorprende aún más. Elisabeth se había mantenido en contacto por mensaje conmigo, me dijo lo ocurrido con los Williams, cómo la hacían sacar de quicio mientras oficiaba de tutora y lo mal que le caían, sobre todo Austin.
Se puede ver de lejos lo loco que estaba por Eli, siempre mirándola, intentando coquetear con ella y haciendo comentarios innecesarios sobre su aspecto físico. No me pasaba por alto el tema de que mi gemela, alguien genéticamente igual a mí, era mucho mejor que yo en todo. Su carácter fuerte hablaba muy bien de ella, nadie en la secundaria la podía mirar desde arriba porque ella siempre estaba allí. Nadie se animaba a contradecirla porque ella siempre tenía la razón. Todos buscaban estar con ella, pero nadie lo conseguía. Los muchachos iban detrás de ella, pero Elisabeth siempre se negaba a estar con alguien.
«Elisabeth sí es perfecta».
Su buen desarrollo corporal la hacía un imán para los chicos, incluso hasta profesores y algunos eran atraídos por ella. Su rostro era angelical, pero, al demostrar pocas expresiones radicales, la hacían alguien misteriosa y encantadora. Todo lo contrario a mí. Yo era una persona que hacía ejercicio constantemente, perdía mucha masa muscular y eso hacía que mis pechos y trasero disminuyeran. No era atractiva en el cuerpo, lo sabía. Yo era lo más imperfecto y miserable que podría existir en el mundo.
No sé cómo, pero estaba llegando al lugar en donde se encontraban aquellas tres personas.
—¡Hola, chicos! —alzo mi voz para que me oigan y preparo una de mis mejores sonrisas.
El abrazo de Elisabeth me toma por sorpresa, tardo varios segundos en corresponderle aquella repentina muestra de afecto por parte de mi fría pero encantadora hermana.
—¿Por qué te has ido sin avisarme?, ¿piensas matarme de un susto, Isabella Jones? —me zarandea por los hombros, intento con todas mis fuerzas no hacer alguna mueca de dolor.
—Lo siento, Eli, pero Caín me ha sorprendido con un viaje de vacaciones, ya que él estaba por comenzar su estancia en la universidad...
Mi pecho sufre un repentino golpe, entendía que no debía mentirle a ella, Elisabeth puede descubrir con facilidad cuando alguien miente. Era una persona muy observadora, además que a mí me conoce mejor que a la palma de su mano. No tiene que enterarse que Caín me estaba golpeando otra vez, eso sería un desastre descomunal. No puedo decir lo que Elisabeth haría si se entera de aquello. Ella jamás permitiría que alguien me dañara, lo ha prometido.
—¿Qué tal la tutoría? —cambio de tema.
—Muy informativa... —la voz de Austin se vuelve más grave y, sin siquiera disimular, golpea su codo con el de mi hermana.
Elisabeth se tensa, lo mira por algunos segundos, frunce el ceño y se va lejos de él. Austin suelta una carcajada que hace que varias personas lo queden viendo.
—No me sorprendería si mañana tienes una orden de restricción en tu contra... — ambos comienzan a hablar y olvidan totalmente mi presencia. Me despido de ellos lo más bajo que puedo y comienzo mi camino a mi primera clase del día: Matemáticas. Apenas doy algunos pasos, siento los penetrantes ojos de personas mirándome con descaro. Eran los amigos de Caín, que murmuraban mientras me veían a lo lejos.
—¿Primer día y ya con enemigo? —la voz de Austin suena detrás de mí y mira al grupo de chicos que nos ven con el ceño fruncido—. ¡Hola! —grita mientras saluda con la mano y una enorme sonrisa.
«¡Este chico está loco!».
Me hundo en mi lugar, doy una vuelta y comienzo a caminar, rogando para que no le cuenten a Caín sobre este incidente.
—¿Acaso ellos te molestan o algo? —Austin camina detrás de mí hasta entrar al salón de clases. Supongo que vamos a compartir esta asignatura.
Por suerte, antes de que yo pueda responder a su pregunta, el profesor entra al salón junto con los demás alumnos.
—Tomen asiento, la clase empezará... —el profesor Eliot comienza con la presentación de los nuevos alumnos —. ¿Austin Williams?
—¡Aquí! —me sorprendo al escuchar la voz de Austin a mi lado. La mayoría de los chicos del salón se dan la vuelta para verlo.
Puedo notar la mirada de dos chicas que me miran con cierto rencor y enojo. Las dos amigas de Caín murmuran entre sí, una de ellas saca su celular y comienza a testear algo en él. Mi corazón deja de latir en ese preciso momento.
—Bienvenido a la clase, señor Williams. Espero que no tenga problemas con mi asignatura, y si los tiene, puede preguntarle a su compañera; la señorita Jones es la mejor en esta clase...
Más miradas, más murmullos, más desesperación y mucho más caos era lo que se estaba creando en esa gigantesca sala.
Gracias a: HeanlyZenil por este bello edit 🎨
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