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• Crueldad •

Austin Williams

Sin poder evitarlo, los inolvidables recuerdos de mamá penetran en cada parte de mi mente. Siento su insignificante presencia a mi lado cada vez que pienso en ella. Recuerdo que esa mujer solía entrar con frecuencia a distintos bares de mala reputación, casas de prostitución o casas hogareñas de señores mayores que solo buscaban un revolcón cuando sus esposas salían de la casa.

Siempre tuve mala memoria para muchas cosas, pero esas escenas subidas de tono jamás se borran de mi mente y siempre vienen para atormentarme cuando menos lo espero. El nombre mamá siempre le ha quedado grande a ella. No solo porque era apenas una niña cuando me tuvo a mí, sino porque jamás logró cumplir el verdadero propósito que tienen todas las madres: el cuidar a sus bebés, amamantarlos cuando tienen hambre, vigilarlos para que ellos no se dañen, o el simple hecho de darles un poco de cariño para formar un vínculo más allá de lo sanguíneo. No, esa chica de apenas dieciocho años nunca hizo eso.

Mirian siempre lloraba al salir de esos lugares. Cuando llegábamos al puente en donde vivíamos, ella s encargaba de hacerme la vida imposible al estar en ese lugar. Me culpaba de todo, me golpeaba y me maldecía de forma exagerada para un niño de cinco años.

Vivíamos en un pequeño pueblo, no recuerdo el nombre de la ciudad, pero sí sé que el orfanato quedaba muy cerca de nuestra improvisada casa. Pero hay cosas que sí he olvidado, o me he obligado hacerlo. Cosas como el día que ella frecuentó por primera vez el orfanato, o por lo menos fue el primer día que me llevó a mí.

Ese día creo que conocí al padre Roger, también conocí a otro padre, pero, extrañamente, no logro recordar su rostro o su nombre. Algunos de mis recuerdos del pasado fueron bloqueados por mi subconsciente, estos eran demasiado crueles y grotescos para mi mente. Esta es mi forma de seguir avanzando en el día a día. Bloquear toda la mierda y seguir caminando hacia adelante, sin detenerme, sin importar a quién deje en el camino y sin importar las consecuencias.

Creo que esta fue la primera enseñanza que él me dio cuando estuve a su cargo.

—No importa quién sea ni qué tan importante es para ti, jamás dejes que alguien te acompañe en el camino de tu vida, Austin. Si lo permites, esa persona podría destruirte; eso es lo que hacen los seres humanos. Ellos son crueles y no tienen corazón, son como demonios con una máscara puesta...

Ese padre siempre me cuidó mientras mamá se iba a trabajar. Pasó un tiempo, la frecuencia con la que íbamos al orfanato iba aumentando, también mi sospechas con respecto a ese lugar. Algo en mí me decía que ese sitio era peligroso. Me daba miedo el estar ahí, tener que ver a todos esos niños con un rostro triste y de espanto, me daba cierto temor tener que estar allí sentado aguardando por Mirian.

Ese orfanato tenía un cartel de neón con la palabra "peligro" escrito arriba del techo; pero se ve que mi madre nunca vio ese cartel, o tal vez sí pero poco le importó. Jamás cuestioné cuando ella me traía al orfanato, ya que nunca entraba, ella solo me dejaba en un lugar apartado del destrozado patio de juegos y se marchaba. Pero aún así podía ver a los niños por las rotas ventanas.

Tampoco cuestioné cuando ella decidió irse sin mí esa misma tarde. No recuerdo sus palabras; ahora que lo pienso bien, tampoco recuerdo su rostro. Pero sí sé que ese día no lloré, no protesté, ni quise escapar. Mi destino estaba callado. Ese lugar iba a ser mi hogar ahora. Así lo quiso el destino. Mirian me apartó de su camino y no miró atrás, abandonó a su propia creación en un lugar cualquiera y nunca más volví a saber de ella. ¿La culpo? A veces sí; a veces no. Creo que si yo tuviera un hijo en esas condiciones deplorables, también lo hubiera dejado en una casa hogar; pero no sé si ella sabía que en donde me dejó no era una casa hogar cualquiera. Sino, más bien, era un infierno repleto de demonios sedientos por carne fresca y vulnerable. 

###

Me despierto por el sonido de la alarma. Ya era sábado, ¿por qué mierda me levanto a la mañana?

La conversación que tuve con Beth me dejó mentalmente tan cansado que dormí todo el día de ayer. Lo único bueno es que no tuve una pesadilla tan realista como para despertarme del sueño.

Doy un leve suspiro; en verdad que no quiero levantarme, pero tengo demasiadas cosas en las que pensar y hacer. Termino de sacar la pereza de mi cuerpo y me dirijo al baño para poder cepillar mis dientes. Al momento de entrar y verme al espejo, noto cómo las ojeras han disminuido por las horas extras de sueño que tuve. Si no fuese porque detesto estar peleado con Beth, le diría que se enoje conmigo para que pueda dormir sin despertarme en la mitad de la noche.

Bajo las escaleras, siento unas leves voces y risas provenientes del salón. No logro reconocer una de ellas. Apresuro un poco mi paso hasta llegar a la sala y me encuentro con una horrenda imagen.

—¡Oh! Buenos días, cariño. No pensé que te levantarías tan temprano... —Mamá se acomoda su corto cabello rojizo detrás de su oreja, Sonriéndome con la amabilidad de siempre.

—¡Bueno, si es el mayor de los Williams!

Su asquerosa voz retumba por todos lados, aún no me muevo ni quito la mueca de asco que sé que tengo.

—Señor Daniel Li... —pronuncio su nombre lentamente para lograr entender que este vejestorio se encuentra frente a mí, en mi casa y con una estúpida sonrisa arrogante en su rostro.

Hay un leve silencio tenso que mamá capta enseguida y comienza a hablar de temas triviales con Daniel; pero él no presta atención, ya que sus ojos están clavados en mí.

—Madre, ¿podrías prepararme el desayuno? Llegaré tarde al trabajo...

Ella hace una leve mueca, pero se para y va a la cocina.

—¿Así que trabajas con tu padre? —Finge interés.

—¿Por qué mierda estás en mi casa?

Él deja de tomar su té para poder observarme con falso asombro. Abriendo con exageración los ojos y la boca.

—Creo que tus padres no te enseñaron de modales... —comenta cómico a la vez que ajusta su corbata lisa azul.

—Responde la maldita pregunta, Li.

Él gira sus ojos, como si estuviera cansado y aburrido.

—Alejate de mi niña.

Sonrío incrédulo.

—¿Acaso a ti también te va el rollo de pedófilo?

Su sonrisa arrogante se desvanece y ahora hay un notorio enojo en sus ojos. Lame sus labios, parece nervioso pero lo oculta levantando su mentón.

—Te lo diré por última vez, mocoso de mierda. Alejate de Elisabeth o esto terminará muy mal para ti y para los demás. —Mueve su cabeza señalando la dirección por donde se fue mamá—. Tómalo como una pequeña amenaza entre colegas que se cogieron a la misma chica.

Me giña un ojo cómico, pero justo en ese ojo es donde impacta mi puño al no poder contener mi enojo.

Daniel cae al suelo en seco, no dejo ni que reaccione, ya que me subo arriba de él y comienzo a darle puñetazos en su horrenda cara. Uno tras otro, no tengo frenos, ni cuando escucho los gritos de súplicas de mamá.

Unos brazos son los que me impiden volver a golpear a Daniel en su ya rota nariz. Mi respiración está sin control. Todo a mi alrededor está teñido de un rojo carmesí, no sé si es por la sangre que derrama la nariz de Daniel o si mi subconsciente ha teñido mis ojos de este velo carmesí en señal de enojo puro.

«Le dijo niña, le dijo niña. ¡Le ha dicho niña a mi Beth!».

Gruño e intento ir por él nuevamente. Daniel se levanta con ayuda de mamá, que me mira asombrada y asustada.

—¡Austin, detente! —La voz de Jackson me hace volver en mí, giro un poco mi rostro y me doy cuenta de que fue él quien me sacó de arriba de Daniel.

—¡¿Qué ocurre contigo, Austin?! —Mamá grita; su voz sale fuerte, pero con un temblor que me hace estremecer. No era mi idea asustarla.

—Vamos, hermano. —Jackson me empuja escaleras arriba, fijo mi mirada en Daniel, que se empieza a disculpar con mamá, pero ella lo hace por mi comportamiento; hasta creo que la veo llorar por el susto.

Su maldita sonrisa. Esa asquerosa sonrisa no salía de su rostro aun cuando yo lo golpeaba con todas las fuerzas. ¿Esto es lo que tú querías, hijo de puta?

Al llegar a mi habitación, Jackson me deja en la cama y se aleja un poco de mí, mirándome con curiosidad. Nos quedamos en silencio por unos minutos. Hace días que no hablábamos con la frecuencia que lo hacíamos y no entendía nuestra repentina separación.

Ya no salimos juntos, no hablamos de nosotros, ni de los problemas que tenemos. Todo nuestro entorno se volvió muy misterioso, dudoso e incómodo. Algo que jamás nos había pasado antes.

—Deja de pensar tanto, se te quemarán las pocas neuronas que te quedan... —Su chiste me hace sonreír un poco, pero la borro al ver su forma de vestir y las pocas ganas que tiene de estar aquí.

Lo noto, ya que sus brazos están cruzados y su pie derecho tiene el pequeño tic de moverse de arriba abajo.

—¿Sales?

—Isabella quiere salir al centro de compras...

Bufo con ironía.

—¿Son novios o qué?

—No te pongas celoso, hermano mayor.

—No nos podemos involucrar con los Jones, lo sabes, ¿no?

—Lo dice el idiota que se acostó y obsesionó con una Jones. En fin, la hipocresía...

—No estoy obsesionado. —Me levanto de la cama enojado y voy hacia él—. Solo necesito controlarla, tal y como me lo pidió papá.

—Por supuesto.

Quedamos frente a frente. Él aún me mira neutral, con sus brazos cruzados y sus hombros tensos.

—No te involucres —ordeno, ya harto de él.

—A tus órdenes.

Modula con indiferencia, gira sus ojos con molestia y luego me da la espalda y se marcha de mi habitación. ¿Cuándo fue la última vez que peleamos de esta manera? No recuerdo que seamos tan fríos entre nosotros, algo nos está cambiando de una manera negativa, pero, ¿qué mierda es eso?

«¿Acaso será amor?», río al pensar en eso.

Es obvio que las personas como él y yo no tenemos el privilegio de sentir amor o querer a una persona; pero entonces, ¿qué nos está alejando? 

###

El agua caliente me brinda cierta calma en mi cuerpo, que se encuentra demasiado tenso y cansado. Ya es lunes, el hecho de que tengo que volver a la escuela me produce más molestias de las que ya dominan mi cabeza. Intento olvidar mis problemas, ya tengo suficiente con Elisabeth, Jackson, el segundo trabajo de papá y el idiota de Bred. Lo peor es que este problema me es inevitable olvidarlo, ya que tiene que ver con los abusos de Elisabeth.

Daniel Li parece que es igual o peor que Adam Jones. Ambos comparten los mismos fetiches repugnantes y asquerosos. Yo ya tengo otro as bajo mi manga, y no es precisamente los abusos de mi Beth, sino la información que me ha llegado recientemente gracias al informante que tengo en la casa Jones. Esa ama de llaves me ha mantenido al tanto de algunas jugadas que esos idiotas estaban tramando, no pensé que sacar información de esa enorme y protegida casa sería tan fácil.

Salgo de casa sin decir nada, ni siquiera me molesto en desayunar. Desde la pelea con el idiota de Li, mamá apenas me ha hablado. Sé que ella no se esperaba esa reacción agresiva de mí, yo tampoco me la esperaba, pero simplemente pasó. Me volví alguien completamente diferente ante sus ojos, lo cual no me agrada ni me hace sentir orgulloso. Siempre fui yo quien mantuvo la calma ante los problemas, me gusta hablar e intentar calmar las aguas antes de crear algún tipo de remolino caótico; todo lo contrario a Jack.

Camino hacia mi auto; al momento de tocar la puerta, logro ver una figura delgada salir por la enorme puerta del frente. Mi vista se levanta al instante, como si ella fuera un imán que me obliga a acercarme sin que yo quiera. La observo desde mi distancia. Su cabello suelto le llega un poco más abajo de su cintura, en verdad le queda hermoso ese color casi rubio al tacto del sol. Brilla demasiado y contrasta la oscuridad que ella emana, su falda se mueve al compás del leve viento que pasa. Se encuentra parada, con su celular a mano y ojeando algo, esperando por el chofer que sale al instante de la casa.

—Mírame... —susurro—. Vamos, Beth. Mírame.

Mi ruego es escuchado. Ella siente mi pesada mirada y levanta su vista del celular, todo sucede en cámara lenta desde mi perspectivas. Elisabeth me mira, pero no sé qué tipo de mirada me lanza. ¿Una de odio? seguramente.

Nuestra última conversación no salió bien, lo sé, y en verdad quiero terminar esa charla pendiente; pero no puedo asegurar lo que diré. Tampoco sé si ella me creerá si le respondo sus preguntas. Bueno, en realidad, tampoco sé si me animaré a decir una verdad que ni yo sé cuál es. Beth es complicada, y, de cierta manera, es algo que me atrae de ella. Su carácter y la forma de querer saciar una curiosidad infinita, no teme decir lo que piensa y sus ojos te desvalijan por completo.

«Es... Es simplemente ella. Es Beth. Mi Elisabeth Jones».

Su chofer le habla y rompe por completo nuestro contacto visual. Eso es lo que necesito para recordar que debo respirar, tomo una enorme calada de aire y luego subo al auto.

Aguardo unos segundos. No quiero encender el auto, así que espero, solo espero un momento hasta saber lo que ella en verdad quiere; y como si el mundo estuviera a mi favor, los leves golpes al cristal de la puerta del acompañante suenan por todo mi auto. Muerdo mi lengua para contener la sonrisa que está a punto de salir. Pero no es una sonrisa de victoria.

No decimos nada, tan solo quedamos en un silencio incómodo. Lo ignoro por completo y enciendo el auto para comenzar nuestro recorrido hasta llegar a la escuela. El sabor amargo en mi saliva no se va con nada, ni mucho menos al notar cómo ella se ve tan relajada e intenta pasar el tiempo para olvidar la incomodidad jugando un estúpido juego en el celular.

«¿Por qué has venido a mí? ¿Solo me usarás para sacarme alguna información y luego te irás? Eres cruel, Beth. En verdad eres cruel... Y eso es otra cosa que me gusta de ti».

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