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• Con odio •

Austin Williams 

La noche de la fiesta

—¿Tomando aire fresco? —Su voz casi me hace sobresaltar por el susto.

—Algo así... —murmuro desinteresado.

Hay un leve silencio rodeándonos con total incomodidad. Aunque este dura poco, el aura molesta de ambos perdura.

—¿No dirás nada? —El tono de voz se vuelve más suave y frágil.

No respondo a esa pregunta, mis ojos se encuentran fijos en la figura de Elisabeth, que se encuentra semi contraída por el frío de la noche. Camina con cuidado hacia mi posición, ella apoya su peso en el capó de mi auto; queda a mí lado, pero aun así hay una distancia muy grande entre nuestros cuerpos. El silencio eterno nos invade de inmediato; por mi parte, siento un remolino en mi cabeza y siento que si llego a decir algo, podría cagar todos mis futuros planes. En el caso de Beth, puedo notar cómo intenta hablar abriendo y cerrando su pequeña boca, y termina soltando un enorme suspiro de clara derrota.

—Austin... —La observo con atención—. Necesito que me prometas que no dirás nada.

—¿Por qué? —demando saber con tono enojado, con mi paciencia al límite.

—Eso no te tiene que importar, solo no digas nada. —Gira su rostro clavando su mirada acusadora en mí.

En una conversación normal, me reiría y tan solo acataría su caprichosa orden, pero esta vez ella me estaba ordenando que no mencione nada acerca del abuso que el maldito hijo de puta le ha hecho, que calle lo jodidamente enojado que me encuentro y sepultar las ganas de destripar a ese enfermo. En pocas palabras, Beth me pide algo totalmente imposible.

—¿Y si no lo hago, qué? —No logro contenerme y bufo con ironía—. ¿Tu padre me hará algo? ¿Tú me harás algo? No das risa, Beth, lo único que me das es..

—¿Asco? ¿Es eso verdad? Te doy asco, Austin... —Me callo al instante que ella completa una frase errónea mía.

La observo en silencio, su cabeza gacha, sus brazos abrazando su cuerpo por el frío y lo desordenado de su cabello es lo único que captan mis ojos. ¿Acaso esta chica no puede dejar de ser tan jodidamente hermosa por un segundo? El hecho de tan solo verla de cerca calma todo en mí y me obliga a olvidar todas las cosas que me hacen enojar, dejando toda mi atención centrada en ella. Suspiro con cansancio, sé que me arrepentiré de esto.

—Beth... —La punta de mi dedo toca levemente su fría mejilla, provocando que ella reaccione de inmediato.

—Austin... —Sus ojos se vuelven cristalinos mientras su dulce voz se quiebra en millones de fragmentos—. Me veo repulsiva ahora, ¿verdad? Después de que él hace esas cosas conmigo, no logro verme en un espejo por meses, porque sé que me veo totalmente asquerosa y repugnante. Así que no me importa si tú me ves así, pero, Austin... te pido que no digas nada, por favor...

Despego mi cuerpo del capó, me acerco más a ella y quedamos frente a frente. Aún tocando su mejilla y corriendo algunos cabellos que se escapan del desordenado moño que lleva hecho.

—¿Por qué lo proteges, Beth? —susurro acariciando su rostro al notar cómo su mano se levanta; pienso que quitará la mía de su rostro, pero tan solo la coloca sobre el dorso de mi mano.

—No lo protejo a él porque yo lo quiera así, Austin... —confiesa con pesar, aún con sus bellos ojos húmedos, pero sin derramar ni una sola lágrima—. Es complicado, no lo entenderías... nadie lo hace.

Aquello último lo susurra tan despacio que no logro comprender lo que ha dicho. Sus facciones se contraen y me permiten ver lo cansada y lo triste que se encuentra.

—¿Y si te dijera que sí lo haría? Que yo te creería y te ayudaría en todo lo que quieras hacer contra él, ¿tú creerías eso?

—No. —Su respuesta es tan decidida como la convicción en sus ojos—. No caeré en esa mentira dos veces...

Frunzo mi ceño al oír decir aquello. ¿Alguien más le había prometido eso y no lo cumplió?

«¡¿Alguien más sabe de esto y lo ha permitido?!».

Siento cómo todo el enojo vuelve a mi cuerpo y ni siquiera los ojos de cachorro mojado de mi Beth pueden calmar la cólera que siento.

—Austin... —Su voz me vuelve al mundo real—. Te he dicho que me estás lastimando.

Aquello me toma por sorpresa, como el enterarme como el enterarme que la he tomado de la muñeca con tanta fuerza que se ha vuelto de un color rojizo dicha zona

—Lo siento, Beth... —Me alejo de inmediato de ella. Desde una posición alejada, noto cómo ella me observa detenidamente mientras soba el área rojiza de su muñeca.

—Como sea, idiota. —Le quita importancia bajando sus hombros y dando un bufido al aire.

—Es mejor que entres. Vestida así eres una presa fácil para cualquier demonio... —Al decir aquello, no logro contenerme y le doy una lenta mirada de pies a cabeza, pasando por cada parte del vestido y terminando con mis ojos fijos en el escote.

—¿Uno como tú? —pronuncia con cansancio, pero con una muy leve comisura levantada.

—Nadie se compara a mí, Beth. Es lo bueno de ser yo. —Mi cuerpo se mueve por voluntad propia hasta llegar de nuevo frente a ella.

Elisabeth no se mueve, tan solo agranda un poco más su comisura derecha y tira su cabeza hacia atrás para lograr verme a los ojos. Un denso silencio se crea, el helado viento pasa entre nosotros, pero ninguno de los dos nos quejamos de eso, ya que una oleada de calor se viene acercando cada vez más a nuestros cuerpos.

—Austin... —Ella aleja levemente su rostro del mío al ver mi clara intención.

—Solo dime lo que quieres que yo haga. Dime si quieres que quite todo lo que él dejó en ti y lo haré, mi Beth... —murmuro aún más cerca de sus labios—. Prometo que olvidarás su horrendo nombre y tan solo pensarás y gemirás el mío, pero solo dame tu consentimiento... Porque es eso lo único que quiero de ti en estos momentos.

—Ayúdame a olvidarlo todo, por favor. Pero recuerda, Austin. Si nosotros lo hacemos, no será con cariño ni con cuidado. Tan solo será con odio, el sentimiento más puro y oscuro... ¿de acuerdo?

###

La mañana siguiente

Los fuertes gritos de ellos son tan molestos como esperados, intento con todas mis fuerzas ignorarlos y busco volver a dormir, pero mi esfuerzo es inútil.

—¡Eres una maldita mala agradecida, Clara! Siempre quieres más de lo que puedes tener, tan solo lo haces para darme dolores de cabeza, ¿verdad?

—¡No grites y no armes un alboroto! Tan solo te he pedido algo muy especial para mí y lo sabes, ¡¿es que acaso no la extrañas también?!

—¡No te atrevas a cambiar mis palabras y decir semejante idiotez!

Los gritos siguen y siguen, pero tan solo doy un leve suspiro de cansancio al mismo tiempo que me pongo de pie para ir al baño. Supongo que dormir no es una opción.

Salgo ya duchado de mi habitación, observo y escucho atentamente para darme cuenta de que tanto mi madre como mi padre ya han terminado de discutir. Me paseo por el ancho pasillo hasta llegar a la última habitación de la esquina izquierda, la habitación del pequeño Jack. Doy dos leves golpes en su puerta antes de entrar.

—Permiso...

Al entrar en la semioscuridad de la habitación, logro distinguir una silueta algo conocida. Esta persona se encuentra recogiendo unos zapatos de tacón alto mientras muerde su labio con nerviosismo, ignorando por completo mi presencia. Claro que ella se percata de mi presencia luego de unos segundos, puedo decir que siente la pesada mirada de desconcierto y horror que le lanzo desde mi posición.

—¡Oh, por Dios! —Isabella grita tan rápido como me ve, se levanta del suelo con rapidez y cubre su desnudes al instante.

—Hola... —balbuceo.

—¡¿Qué mierda haces aquí, Austin?! —Ahora es Jackson quien grita.

Este se encuentra en la puerta del baño, pero de dos zancadas largas y rápidas se posiciona frente a Isabella, intentando cubrir su delgado y pálido cuerpo desnudo.

«Ni se te ocurra comparar su cuerpo con el de Beth. No seas un idiota, Austin...», me reprimo a mi mismo, pero de todas formas las imágenes de su perfecto cuerpo me golpean de inmediato.

Al instante que pienso en esto, los recuerdos de la noche anterior golpean mi rostro con fuerza y me dejan desconcertado por el recuerdo vivido. Sus gemidos, los leves insultos, su cintura moviéndose al son de mis embestidas... su boca en mi...

—¡Te he dicho que te largues! —El furioso grito de Jack me trae de vuelta a la realidad.

Él me empuja fuera de su habitación tan rápido como llega a mi lugar, yo apenas me muevo, pero termino cediendo y dejando que me saque de su habitación. El desconcierto sigue en mí y ya no puedo pensar en Beth, sino en la extraña y horrenda imagen que acabo de presenciar. Aún en modo robot, bajo lentamente las escaleras, pensando en todo con tanta rapidez que esto logra afectarme y la cabeza empieza a doler por el esfuerzo de intentar comprenderlo todo.

Al terminar de bajarlas, huelo el delicioso aroma de la miel y el café; siguiendo esa majestuosa fragancia, termino en la cocina, sentado en la mesa de madera a la espera de mi madre con el desayuno.

—Buenos días, cariño... —La resplandeciente sonrisa de mi madre no tarda en iluminar aún más la habitación.

Me quedo observando sus ojos, intentando liberar la pregunta atorada en mi garganta. La pregunta que vengo pensando desde hace algunos días, desde que he visto los cambios de Jackson y los míos.

—¿Te apetece desayunar? —Asiento levemente la cabeza. Ella deposita un plato blanco con tostadas con miel y unos huevos revueltos frente a mí.

Lo observo por algunos segundos largos, pensando en lo que quiero decir. Buscando el coraje para recibir una respuesta que sé que no me gustará del todo.

—Mamá... —Mis ojos atrapan los suyos, ella sonríe, aguardando mi pregunta—. ¿Es posible que un demonio se enamore?

Los ojos de mi madre oscurecen de inmediato y pierde la amabilidad y la alegría que la caracteriza. Su sonrisa flaquea notoriamente y se convierte en una falsa, dura y carente de alguna buena emoción.

—No.

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