Capítulo 1
MANUELA
Ser delgada está sobrevalorado.
Y eso no lo dice un tabloide, una revista o el estudio científico de alguna universidad. Lo digo yo.
Si observamos el mundo, las mujeres a nuestro alrededor, nuestras vecinas, amigas y conocidas; la mayoría somos de tallas un poco más grandes que la 4 o 6. Aquellas mujeres reales, las que comemos de todo y disfrutamos el hacerlo, medimos un poco más de 90cm en el busto, 60cm en la cintura y 90 cm en la cadera.
En mi caso, soy una mujer de 1.60 con medidas 98, 94, 109. Y muchas estamos por fuera de ese rango, lo cual no me preocupa ni me trasnocha como a otras chicas las cuales se obsesionan por lucir súper delgadas y atléticas para conquistar el mundo. En mi caso, a mis veintisiete años ya lo he logrado, he tenido el sexo suficiente, tengo mi propio negocio —una increíble línea de ropa interior y pijamas para mujeres de tallas más allá de la 4 o 6 y tres boutiques que me ayudan a sobrevivir—. No voy a ser desagradecida y dejar de decir que me va muy bien, además cuento con una increíble familia y grandes amigos. Soy muy afortunada.
Siempre he sido curvilínea, eso gracias a la línea de sangre de mi madrecita santa. Mis ojos, cabello y estatura se lo debo todo a ella. Hermosa es mi madre.
Cherry Big Dreams —así se llama mi boutique— surgió luego de que a mis dieciséis años, junto a mis mejores amigas Rosa y Fabiola estuvimos buscando ropa interior sexy, bonita y cómoda; encontramos ropa enorme, con telas horrorosas e insípidas o simples. Cuando preguntamos si habían tallas más grandes en la ropa interior sexy y pequeña, las respuestas eran: "Oh no, lo siento", seguida de esa horrible mirada de "pobre gordita". Por Dios, no somos un caso de caridad. ¡Somos gordas y que!
Así que, con la máquina cosedora de la madre de Fabiola y el ingenio y creatividad de Rosa y el mío, empezamos a crear nuestro propio guardarropa sexy. Pijamas, ropa interior, blusas, etc. Al finalizar la escuela fuimos a la universidad y mientras Rosi y yo estudiábamos diseño de modas, Fabi siguió su camino en contaduría.
Abrimos nuestra primera tienda a mis veintitrés años; luego de graduarnos, ya teníamos algunas clientas, por lo cual la primera boutique fue todo un éxito. A los pocos meses tuvimos que contratar más personal para poder rendir en los pedidos y llenar las estanterías. Al año teníamos a tres diseñadoras más y cuatro vendedoras, Teresa llegó al negocio y pronto se volvió una gran amiga.
A los dos años abrimos la segunda boutique y agregamos más personal a la fórmula y un año después, la tercera. Hoy en día tengo alrededor de cincuenta empleados, sin contar a Rosa quien es mi socia y diseñadora, Fabiola quien es nuestra contadora y Teresa mi supervisora comercial.
Hoy estoy preparándome para reunirme con el productor de Eventos Eduardo Mayorga, quien si todo sale bien, me ayudará con el evento más grande que realizaré en dos meses. La primera Pijama Party de la ciudad, donde cada mujer deberá llevar como vestido una de mis pijamas o ropa interior sexy, dependiendo de su osadía.
Como es un gran evento para nosotras, queremos que sea muy bien hecho y perfecto. El lugar para la fiesta quiero que sea el Centro de Eventos Boulevard Principal, tiene un enorme salón que puede recibir a más de quinientas personas. Además necesito un buen Dj, luces y sonido increíble, buena propaganda y publicidad. Divinas invitaciones, promoción, programación, invitados famosos y todo lo que conlleva un evento como el que queremos.
Por supuesto, Mayorga, quien es uno de los mejores productores de la ciudad y quien conoce a todo el mundo y no sólo eso, su esposa la señora Esther García es una de nuestras fieles clientas; se va a reunir conmigo para negociar los costos y todo lo que necesitamos para realizar mi primer pijama Party.
La reunión es a las nueve en punto en la oficina de la boutique principal, a tres cuadras de mi casa. Como buena y puntual mujer que soy, me he despertado a las ocho y quince, me he bañado en cinco minutos, vestido en seis, maquillado en cinco y comprado mi café y mi desayuno en otros siete minutos.
Entonces corro, en mis tacones de diez centímetros, mi vestido de blonda negro, mi café caliente y una deliciosa dona a la cual estoy devorando como si no hubiera un mañana —anoche me salte la cena así que ando muy hambrienta—. Saludo con mi café en la mano a Gregorio y Alonso, los señores de la tienda de antigüedades, a Maite la señora de la floristería, Diana de la joyería y Marcelo del salón de belleza.
Cruzo la última esquina, muerdo lo poco que queda de mi desayuno y sin querer queriendo —más bien por estar mirando con tristeza lo último de mi dona— me tropiezo con alguien.
—Pero, ¿qué carajos? —gruñe un hombre. El hombre al que he golpeado. Afortunadamente mi café sólo se derramo un poco... en sus zapatos. Sus muy caros zapatos.
—Oh Dios Mío. Lo siento tanto, estaba distraída, perdone. —Observo al hombre, es lindo. Condenadamente lindo... Que digo lindo, es sexy. Duro y sexy. Es alto, muy, muy alto. Probablemente 1.89 o más. Sus ojos son verdes y su cabello es de un color rubio miel. Se ve que cuida bien de sí mismo, de su traje, zapatos y corbata cara. Además observo sus muy cuidadas uñas mientras sostiene un pañuelo y limpia una inexistente mancha de café en su saco. ¿Se agachará para limpiar su zapato? ¿Tendrá un buen trasero?
—Sí, ya me he dado cuenta que venía usted distraída —murmura de mal humor.
—Oiga, ya le dije que lo siento. —Pensándolo mejor, ya no me interesa su trasero. Es un malhumorado—. Además, usted también venía distraído.
Resopla y me fulmina con la mirada.
—Por lo menos yo no venía comiendo y corriendo con un café caliente en la mano. Estaba al teléfono en una reunión importante señorita. —Me observa de arriba abajo, evaluando mi atuendo y mi cuerpo. ¿Le gusta lo que ve? Este vestido no resalta mi cuerpo perfectamente, pero es negro y del largo suficiente para una reunión de negocios, ya que el socio de Eduardo es bastante conservador—. ¿No cree usted que esa dona no favorece a su cuerpo? Debería por lo menos comer algo más saludable, eso le ayudaría.
¡¿Qué?! ¿Acaso este imbécil acaba de decirme gorda?
—¿Acabas de decirme gorda? —chillo con el rostro probablemente rojo de la ira.
—¿Acabas de decirle gorda? —Otro hombre sexy a su lado, pregunta indignado. Por lo menos alguien está de en mi bando aquí.
Rodando los ojos a su amigo, responde en un tono aburrido:
—No le dije gorda, gorda. Pero vamos Juan, la chica está un poco grande en algunos lugares y esa rosquilla solo le añadirá más...
—¿Grasa? —agrego a punto de estallar.
—No precisamente me refería a eso, pero si usted lo ha dicho, entonces sí. —Debe percibir mi malestar pues suspira y trata de endulzarme—. Mira, no se lo tome a mal, puedo ver que usted es una mujer bonita, tal vez si cuidara más su dieta y se alimentara mejor, tendría un cuerpo mucho más esbelto y tonificado...
—Oh no. —Lo interrumpo mientras destapo mi café—. No me lo estoy tomando a mal. He tenido la oportunidad de conocer a muchos imbéciles superficiales como usted, que se creen que mostrar los huesos y costillas es la moda. Mire señor, si yo soy gorda o no, eso es mi problema y si me quiero morir a punta de harina y colesterol también lo es. Que yo sepa, en este mundo uno es libre y si yo quiero tener la libertad de escoger de qué voy a morirme, pues prefiero morir gorda y feliz que morir flaca, fea y amargada.
Y sin más le arrojo el café en su cara. Todo el maldito café que compré, mientras esperaba seis minutos en esa fila. Veo como el líquido oscuro se derrama por sus mejillas, hasta su saco y corbata. Algunas gotas se quedan en sus pestañas mientras él en un estado completo de asombro, me observa.
—¿Acabas de arrojarme café? —gruñe mientras su amigo trata de no reírse y verse sorprendido a la vez
—Sí. Jódete cabrón. —Le saco mi dedo medio el cual se encuentra pintado de rojo y tiene dibujado una carita feliz amarilla con negro—. Buena vida, imbécil.
Y escuchando las carcajadas de su amigo, me alejo.
—¡Espera, mujer! —Escucho que grita. Pero yo corro hacia la próxima cuadra, hacia mi tienda y lo pierdo en el camino.
Agitada y asustada de que el hombre haya logrado ver en donde he ingresado y me encuentre para vengarse de mí, me apoyo en la puerta y trato de recuperar el aliento. No es fácil correr en tacones, enojada y con mi vestuario en la calle.
—¿Qué te pasó? ¿Te están siguiendo? —Fabiola o Fabi, como le digo de cariño, está sentada en el mostrador recogiendo los últimos recibos para llevarlos a su oficina y empezar con sus cuentas.
—¿Decidiste hacer ejercicio en tacones? —Rosa o Rosi pregunta mientras bebé de su café y alista a un maniquí con nuestro nuevo modelo de levantadoras.
—¿Tuviste sexo en el callejón? —Teresa o Tere sonríe perversamente mientras termina de aplicarse rubor.
—¿Qué? Estás loca mujer —respondo, mientras todas observamos con preocupación a Tere.
—¿Acaso nunca lo has hecho?
—Bueno... —En realidad sí lo he hecho, unas tres veces con tres chicos diferentes en el último año. En mi defensa estaba un poco ebria y los chicos eran muy sexys—. Sí. Pero no lo haría justo antes de una reunión importante, sobria y mucho menos al lado de mi trabajo.
—Algún día eso puede cambiar. —No pierde su sonrisa comemierda.
—Basta, Tere —reprende Fabi—. ¿Qué sucedió entonces? No es como si tuvieras algo importante hoy y apenas son las nueve de la mañana.
—¿Cómo que no hay nada importante? Hoy es la reunión con Eduardo Mayorga —grito mientras miro hacia mi oficina.
—Manu, la reunión se trasladó para las dos de la tarde, ¿acaso no recuerdas que te lo dije ayer? —Niego.
—¿Qué? ¿En qué maldito momento me dijiste eso Rosi? —No recuerdo haberlo escuchado. Si así hubiera sido, no me hubiera dejado el cabello sin lavar, hubiera tomado un buen desayuno y no estaría usando este vestido.
—Anoche, mientras estabas viendo "How to get away with a murder". —¿Pero qué demonios?
—¡Por Dios Rosa! Sabes que cuando veo mis series no existo para el mundo. Ahora estoy molesta, hambrienta, enfadada y usando este estúpido vestido —lloriqueo y me dejo caer un uno de los asientos purpura.
—¿Por qué estas molesta mi retoñito?
—Sabes que odio que me digas así, Fabi —murmuro, intentando cubrir mi rostro con uno de los cojines negros.
—Aww. Vamos princesa, ¿qué sucede contigo esta mañana? —Tere se sienta a mi lado y me ofrece su café sin probar. Eso es una amiga de verdad, aquella que renuncia a su propia cafeína por ti.
—Gracias, eres la mejor. —Tomo un sorbo del elixir de la vida y me relajo sintiendo la familiar quemadura—. Me tropecé con un imbécil. Y cuando digo que me tropecé, es literal.
—¿Y por eso derramaste tu café? —pregunta Rosi mientras le frunce el ceño a mi vestido.
—No. ¿Por qué?
—Tienes algunas partes un poco húmedas.
—Ah, eso. Fue cuando le arrojé mi café en su bella pero estúpida cara.
—¿Que hiciste qué? —grita Fabi.
—Mierda —murmura entre risas Tere.
—¿Te enloqueciste? —pregunta Rosi
—El idiota se lo merecía chicas, me dijo gorda.
—¿Que, qué? —gritan todas.
—Sí... —Y procedo a contarles mi horrible encuentro con el señor soy demasiado cool para estar cerca de la harina y el colesterol.
—¡Qué idiota!
—Se lo merecía.
—Bien hecho, Manu.
—Lo sé chicas, le di su merecido. Aunque pobre de mí café, no se merecía ser desperdiciado de esa manera.
—Así que... cuéntanos. ¿Qué tan bueno estaba el imbécil? ¿Sus manos eran grandes?
—¡Teresa! —gritamos todas mientras nos echamos a reír.
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